Escritos Para Desocupados

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    ESCRITOS PARADESOCUPADOS

    Vivian Abenshushan

    surplus ediciones oaxaca

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    Escritos para desocupados

    Para descargar el libro, ver imgenes y or msicadesokupada, visita:www.escritosdesocupados.com

    Los contenidos de este libro se pueden reproducir ycompartir por cualquier medio, siempre y cuandono se haga con nes comerciales, se respete su auto-ra y esta nota se mantenga.

    Vivian Abenshushan, 2013

    Editado por sur+ edicionesPorrio Daz, 1105Col. Figueroa, 68070Oaxaca de JurezOaxaca

    diseo y cuidado de la edicin:Gabriela Dazportada: Christian Caibeformacin : Karla Martnez, Sergio Beltrngaleras : ILScorreccin : Patricia Salinas ISBN: 978-607-8147-17-5 Algunos ensayos de esta obra se escribieronun poco menos lentamente gracias a un apoyodel Sistema Nacional de Creadores de Arte delFONCA

    Impreso y hecho en Mxico

    www.surplusediciones.org

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    A Oliverio y Luigi,tambin habitantes del ocio

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    NDICE

    E Mate a su jefe: renuncie 13Genealoga del ocioso 21El mal del tiempo libre 31Contra la aspirina 35Notas sobre los enfermos de velocidad 43

    DDiario de una vida otante 73una interrupcin de la lnea ocial (incluye imgenes) 131

    L Breviario de insumisin pirata 161Los desobedientes de San Precario 175La revuelta de los reegans 181El Gran Lebowsky 193La Iglesia de la Vida despus del Consumo 201

    E , Contraensayo 209El lector insumiso 227La ltima librera 235La jornada de la escritora 241La tirana delcopyright 263Cmara de Escritores Desocupados(tcticas pseudnimas contra la literatura espectacular) 277El libro aumentado / Libro web 289

    A 293

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    La riqueza de la supervivencia im- plica la pauperizacin de la vida.

    Raoul Vaneigem

    I. P !Siente usted que trabaja cada vez ms y tiene cada vez menos(tiempo, dinero, deseo, mpetu)? Cree que sus vacaciones sondemasiado cortas o demasiado caras o demasiado aburridas? Hasentido, al menos una vez en la vida, el deseo de llegar tarde altrabajo o de abandonarlo antes de hora? Es usted un trabajadorautnomo (un ree lance) y cada mes su vida pende de un hilito?Cuntas veces ha dejado de pagar impuestos por olvido, por fal-ta de tiempo, por insubordinacin? Ha pensado que las horasque tarda en desplazarse al trabajo y en regresar a su casa podraemplearlas en hacer el amor? Desde qu edad es usted un mul-tiempleado? Tiene seguridad social? En qu piensa usted durantelas horas muertas de la ocina? Aborrece a su patrn? Cuntas veces le ha ocurrido que, incluso estando fuera del trabajo, slopuede pensar en el trabajo? Sospecha usted que aun si trabajaralos domingos nunca tendr una vivienda propia? Cuntas horasde su tiempo libre dedica a mirar la televisin? A hojear cat-

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    logos de mercanca? A gastar su sueldo? A leer? A no hacernada? Cuntas veces ha deseado estampar en la cabeza de su jefe

    el recibo de su salario? O acaso es usted un productor de bienesinmateriales (un trabajador creativo) sin jefe, sin contrato, sin sa-lario? Le estremece pensar que lleva una eternidad sudando lagota gorda a cambio de unstereo all around que nunca usa, por-que no tiene tiempo para usarlo? Realiza labores de tres o cuatropersonas por el sueldo de una? Desde cundo padece usted lanueva precariedad del cognitariado? Duerme bien? Ha tenidola mala suerte de trabajar para alguien que nunca le pag por susservicios? Desea abandonar su empleo pero teme dar un saltoal vaco o quedarse sin jubilacin? Cuntos libros ha dejado decomprar en los ltimos cinco aos, porque si lo hace, no llegar an de mes? Y aun as no llega a n de mes? Se pregunta si tieneremedio todo esto? Qu puede hacer? Pare de sufrir!mate a su

    : ...

    II. U ( )

    Fue a nales del 2004 cuando pas una larga temporada en Bue-nos Aires, donde proliferaba el rotundo arte del estncil: -crocentro se desplomar / war disney / no al cdigo hijos/ el consumo nos consume / se cay el sistema . Sntesis yhumor negro y un efecto esttico punzante, el temblor neuronalde un cambio de luces.despertate , deca otro orculo callejerobajo la alarma de un enorme reloj de cuerda, para advertir sobreel estado de embotamiento al que haba llegado la sociedad postindustrial. El 2000 haba sido el ao de la explosin estencileraen BsAs, como si las gotitas del aerosol unas gotitas furiosas ycasi siempre lcidas anunciaran la tremenda sacudida que se vendra. Y en efecto, el ramalazo nanciero lleg pocos mesesdespus de que la clase media urbana hubiera comenzado a es-

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    tampar sobre los muros de la ciudad su total desconanza hacia elsistema y sus precios dolarizados:su vida peligra , anunciaban

    unas guras silueteadas en uno de los estnciles ms ominosos ybellos de Palermo.

    Viaj a Buenos Aires en busca de los libros que ya no encontra-ba en Mxico, del cine que aqu nunca vera (el de Mariano Lli-ns, por ejemplo) y del talante cido, inconforme, arriesgado delporteo post corralito. Estaba huyendo, en suma, de la frivolidadimperante de la literatura mexicana, en cuyos tentculos comen-zaba a enredarme estpidamente. Haba cado en una trampa y losaba: despus de varios aos de escritura en la sombra y miseriafuncional, me haba llegado la hora de buscar un empleo y unsueldo jo y lo hice incluso con entusiasmo. Pero el principio derealidad siempre es terrible. Muy pronto descubr que el trabajoes un purgatorio intil, sobre todo si se trata de venderle el almaa laindustria cultural una industria tan salvaje como cualquier

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    otra que en las ltimas dcadas ha adoptado un abominableesquema leonino: horarios del sigloxix , subsueldos, impuntua-

    lidad en los pagos, ningn contrato ni prestacin social, ningu-na garanta; o cosas an ms graves, como toda esa mercaderadesesperada y a menudo obscena a la que se ha entregado sinreserva, la promocin de una cultura homognea en su nivel msbajo, el desprecio soterrado hacia el pensamiento y la escritura,el culto al pop ms rampln... Cruc la industria de un extremoa otro, desde festivales de libros (con cantautores que se hacanpasar por escritores), hasta revistas culturales (donde cualquiercategora esttica era suplantada a diario por las categoras deldepartamento de ventas).

    Sin ningn tipo de graticacin intelectual, todo aquel sacriciome pareca una simple forma de explotacin. No slo eso, tra-bajaba de mala gana cerca de diez horas diarias en medio de unambiente asxiante y lleno de falsas pretensiones (con demasia-da frecuencia escuch esas dos perlas del idioma que denen laideologa de mi generacin: posicionamiento y aspiracional),respondiendo a intereses que no slo no eran los mos, sino quecontradecan violentamente mi idea una idea acaso demasiado

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    romntica de la literatura. En medio del desnimo dej de es-cribir y comenc a sentirme enferma. Los domingos slo quera

    ver partidos de la liguilla y comer pollo rostizado frente al tele- visor. Me haba convertido en el vivo retrato de lo que Adornollam el monstruoso aparato de la distraccin: hordas de hom-bres acumulando jornadas de trabajo, para obtener su cuota de vaco en el nmo paraso de los nes de semana, donde la gentecomulga en la fatiga y el embrutecimiento (Vaneigem). El daque tuve que entrevistar a Juanes supe que estaba tocando fondo.

    Tal vez por eso, en cuanto llegu a Buenos Aires hasta la basuraque se acumulaba en sus calles (haba una huelga municipal) mepareci atractiva. Ah las cosas parecan ocurrir de un modo dis-tinto, con ms libreras, mejor cine nacional, ms literatura (pro-liferante, incisiva, vigorosa), menos glamour de por medio. Ahla cultura no pareca un objeto de lujo en disputa ni una carreraburocrtica ni un desierto mediatizado. Ah la literatura te saltabaencima como las moscas, o sea, como algo natural y ligeramenteincmodo y perturbador. Le a Copi, descubr a Cucurto, vi la versin cinematogrca dePornogra ade Gombrowicz, encon-tr cientos de libros que nunca llegaran a las cinco libreras quesobrevivan entonces en el . En uno de ellos, Agua uertes por-teas de Roberto Arlt, deca: Digan ustedes si no es lindo vagar!Hay quienes sienten la vagancia, no como el no hacer, sino comoun placer fsico, una alegra profunda... Y es que en todo vago, aunel ms atorrante, hay una naturaleza contemplativa. As comenza rodearme toda esa esta antilaboral, todas esas ediciones de LaMarca Editora, como el libro de Hakim Bey,Zona emporalmente Autnoma, un pasqun que devor a la sombra de un rbol enBoedo, o la antologaCon el sudor de tu rente: argumentos parala sociedad del ocio, con Sneca a la cabeza. Lea en los parques yen los cafs y en las libreras, compraba libros a montn, me de-dicaba a la vagancia. Tena tanto tiempo y tan poco dinero! As

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    debera ser la vida, pens, simple, barata, ociosa, con tiempo paraser uno mismo.

    Una tarde, mientras caminaba hacia San Telmo (era domingoy las calles estaban desiertas, sucias), encontr sobre un muro des-cascarado un estncil que pareca apuntarme con el dedo:matea su jefe: renuncie . Se trataba del rostro de Mr. Burns, el ca-pitalista siniestro deLos Simpsons, asomando la nariz entre elcochambre de la ciudad. Me qued helada, como si bruscamentetodos mis sentimientos ocultos hubieran encontrado en l unaexpresin ntida: renunciar, eso deba hacer al volver a Mxico.Tom una foto de Mr. Burns (en realidad, tomaba fotos de todoslos estnciles: me haba convertido en turista de los muros) y memarch.

    Como ocurre con todos los libros que han dejado una impre-sin turbulenta en nuestro nimo, no he dejado de preguntarmedesde entonces en dnde radicaba el poder de aquella frase. Tal vez, lo pienso ahora, en que proclamaba no slo la revolucincontra los checadores de tarjeta, sino el alzamiento contra la frus-tracin autoimpuesta y el conformismo. Pero lo mejor de todoera que, en medio de una de las peores crisis de desempleo enArgentina, la pinta tena la desfachatez de promover la renuncia

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    en masa. No se trataba de irona, sino de unrevival delno tra -baje nunca , la proclama situacionista que apareci en los muros

    de Pars en 1953, lanzando una crtica radical hacia el carcterinsaciable de la economa de mercado, donde la productividad esesclavitud bajo la apariencia de una dicha pasajera.

    No es extrao que una pinta as apareciera en el Pars de Am-rica. Durante la dcada de los noventa, Buenos Aires se ostentcomo la capital latinoamericana delrat race, compitiendo absur-damente con Londres, Nueva York y Roma, las ciudades ms ca-ras del mundo, donde es necesario trabajar quince horas diariaspara pagar un cuarto-ratonera. La supervivencia haba sustituidoa la vida, pero de todos modos la juventud portea, la burguesailustrada, los escritores, los amantes delshopping parecan felicesentre tanto confort de ensueo. Quiz por eso, la debacle argenti-na encarn tan plstica y trgicamente la corrosin del bienestarcontemporneo y la fragilidad de sus falsas aspiraciones.

    III. Q Nunca antes como ahora se haba vuelto tan necesaria la actua-lizacin del viejo proverbio chino: Si el trabajo lo enferma, dejeel trabajo. Pues qu otra cosa representa la productividad sinouna degeneracin del empleo, una compulsin malsana y auto-destructiva? Basta mirarse en ese espejo cotidiano multiplicado alinnito: miles deworkaholics solitarios, de mujeres exhaustas queya no hacen el amor, de jvenes consumidos por el desencanto ycuya nica esperanza se reduce a que llegue el da de la quince-na. La nocin de futuro es una nocin empobrecida, su vigenciaes de una semana y aun as la gente se sacrica diariamente porella, por la jubilacin o el crdito hipotecario o la cuota vencidadel estercolero donde irn a parar sus restos cuando muera. Elsistema de apartado en el cementerio es un fenmeno altamenterevelador de esta poca suicida, lo mismo que la reaccin de an-

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    siedad laboral con la que responden los asalariados ante las lla-madas insistentes de los empresarios de la muerte: Sea previsor:

    no se convierta en un lastre para su familia. Lejos de escandalizarse osentir por lo menos escalofros, los empleados de marras, los auxiliaresadministrativos, las recepcionistas, los agrimensores, los celadores,los freidores de papitas, los supervisores de seccin, los oscuros o-cinistas de tribunal, los que persiguen todos los das la chuleta,se ponen a trabajar horas extra despus de escuchar las palabrasominosas, como si de esa forma agregaran un poco de tiempo asu cuenta regresiva. Tanta gente sudando la gota gorda para pagara plazos un departamento y un atad de las mismas dimensionesno es acaso una imagen aterradora?

    Trabajar y morir fueron los castigos divinos por probar el fru-to prohibido y los hombres hemos vivido siempre tratando deescapar de ellos. Por qu ahora nos lanzamos histricamente alos brazos de nuestros verdugos? Hemos visto en los ltimos cienaos una de las conversiones ms embusteras de la historia, latransformacin de la maldicin bblica (Ganars el pan con elsudor de tu frente) en la bsqueda voluntaria de autoagelacin(Trabajo, luego existo). Quiz por eso, el da que mand a mi jefe al matadero, todos los eles del yugo me miraron con des-precio, casi incluso con horror. Y es que desde el sigloxix unanueva moralidad, la moralidad del dinero, proclam el pecado deperder el tiempo. Se acab la era contemplativa, slo queda latelevisin. Pero yo les digo a todos los que me miran con alarmaque son ellos quienes me preocupan. O como sentencia aquel di-cho que escuch a un chileno: Si el trabajo es salud, que trabajenlos enfermos.

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    a trabajar! Esta discriminacin se efectu sin ningn criterio; a veces por decreto divino, otras por capricho disfrazado de fata-

    lidad. En cualquier caso el mundo se dividi: de un lado los quemandaban, del otro los que obedecan. Pero si todos podramosencaramarnos en los rboles por turnos o al mismo tiempo, yase vera para alcanzar nuestras manzanas y de paso compartir-las con el vecino! Despus de todo, el problema del sustento, esdecir, la necesidad de seguir vivos, es una urgencia natural quehermana a la humanidad. Entonces, por qu unos cuantos ha-bran de permanecer siempre sentados mientras otros reciben lasrdenes?

    Cioran se preguntaba si el instinto de dominio (el surgimientode la opresin) no sera la consecuencia directa del Pecado Origi-nal, la materializacin inmediata de la Cada. Una cosa es cierta:la interpretacin alevosa del castigo divino lo mismo da si setrata de la expulsin del paraso judeocristiano o el n de la Edadde Oro entre los griegos le ha birlado a la mayora de la humani-dad un derecho que debera ser inalienable y universal: el derechoa la holganza. Mientras tanto una minora (nobles, obispos, po-tentados, rentistas, caciques, banqueros) se ha dedicado simple-mente a garantizar el cumplimiento de la pena terrenal, a cambiode la promesa de una salvacin futura (si eres un buen trabajador,oportuno y sumiso, te irs al cielo), convirtiendo la vida de lasmultitudes sudorosas y annimas en una larga espera del n desemana de la eternidad. Esa es la misa del empleo a la que todos van a comulgar, incluso en esta poca sin dioses y llena de trabajoen la que meter datos en una computadora carece de cualquiermrito espiritual.

    Para imaginar una genealoga del ocioso un personaje al quetrato intilmente de parecerme, me he puesto a releer algunospasajes de la Biblia, un libro al que sinceramente casi nunca vuel- vo. Tengo la intuicin de que ah lo encontrar en su estado natu-

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    ral, poco antes de ser condenado por los catlicos y luego por losprotestantes y ahora por los tecncratas. Segn se puede leer en

    elGnesis, Adn y Eva procuraron hacer un reparto equitativo dela penitencia la llamadadivisin del trabajo entre sus hijos:Can obtendra la propiedad de toda la tierra; Abel sera dueo detodos los animales de ganado. Uno se dedicara a cultivar; el otro,a pastorear. Es probable que los hermanos tuvieran poco tiempolibre para hacerse bromas y jugar juntos en las laderas del anchocampo, algo que a la larga habra ayudado a crear un vnculo en-tre ellos, evitando as el desenlace fratricida. Un da Abel y Canentregaron sus ofrendas a Dios (uno sacric a un carnero; elotro ofreci un fruto de la tierra), pero Dios, siempre insondable,slo acept la ofrenda de Abel. Furioso, Can mat, como todo elmundo sabe, a su hermano.

    Las interpretaciones del episodio sangriento no se hicieronesperar. Entre todas ellas, hay una que apunta hacia el nacimientode un antagonismo ancestral: el que existe entre trabajadores yociosos. As lo indican las races de los nombres: Can (del rabe gain, el herrero) podra identicarse con elhomo aber , el hombreque fabrica herramientas, el que ejerce su voluntad transformado-ra sobre la materia. l forja el arado para labrar, pero tambin, elmartillo para asestar el golpe. Tiene una mano equipada, una manoadherida al trabajo, una mano llena. Rara vez esa mano se ponea tamborilear. Ella es puro msculo: abre surcos, aplana la tie-rra, somete brotes, edica. Es la mano del trabajador. Gracias a laherramienta, esa extensin rotunda del cuerpo, Can y sus descen-dientes logran dominar las extensiones salvajes y crear un nuevomundo articial. Son los constructores de las primeras ciudades,ms tarde asociadas a la corrupcin y la prdida del sentido es-piritual. El alma de Can es sedentaria; arraiga en la tierra quecultiva, se forma unas costumbres, tiene derechos sobre el suelo.As lo expresa otra raz de su nombre, la que proviene del verbo

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    hebreo kanah: adquirir , obtener , poseer y, por tanto, gobernar osubyugar . Can es entonces el propietario, el que posee, y, tam-

    bin, el practicante de las artes de la tecnologa necesarias paraabrir caminos y conquistar. En l convergen las fuerzas contra-dictorias de la civilizacin: la herramienta y el arma, la invencincreadora y la violencia.

    Abel, del hebreohebel : aliento, soplo, nada, pertenece en cam-bio a la estirpe de los nmadas, de los que se desplazan de con-tinuo como el aire. En lugar de asentarse como el agricultor, semueve hacia donde lo lleva su rebao. Abel no depende de nin-gn lugar concreto, pues su alimento va consigo a todas partes. Yse multiplica sin necesidad de trabajar! En la primera reparticinlaboral de la humanidad, al pastor le toc el lado menos spero,menos atado a los rigores del clima y el esfuerzo fsico de la vidaagraria. Tal vez por eso, a diferencia de Can, Abel no se extena.Es ms libre, ms ligero y tiene mucho tiempo para haraganear.Cada vez que sus animales han encontrado el sitio exacto paraalimentarse, l se descubre en medio de un tiempo vaco, disten-dido, el tiempo que elhomo ludens emplea para sus juegos y me-ditaciones. Mrenlo ah ensimismado a la sombra de los rboles, viendo pasar las horas como si las horas no existieran. Todo locontrario al tiempo programado de Can, un tiempo asociado ala produccin, el cultivo y el trabajo, un tiempo til alrededordel cual se ordena la vida. Abel es un habitante natural del ocio,un ser tranquilo y errabundo, celoso de su autonoma, ajeno alas jerarquas de la aldea. En l no ha germinado la voluntad dedominio ni la ambicin de poder. (Tal vez por eso, San Juan yCristo lo consideran un justo.) Como no le interesa dejar hue-lla l es apenas unsoplo, transitorio como la vida misma suexistencia se ha desgravado de propsitos y su nica ocupacines mirar. Mientras escucha el aleteo del viento o ve cmo se cor-tejan los pjaros, Abel vigila a su rebao. Necesita abrir bien los

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    ojos, y comprende que eso es tambin la contemplacin: habitarel mundo con la mirada. Esa destreza ocular, entrenada sin es-

    fuerzo en las tardes de su tiempo libre, se convierte en una formade observacin distinta, el nacimiento de la especulacin intelec-tual y el temperamento artstico. Abel se ha sentado a pensar pors mismo; su ocio es una forma de reexin y tal vez, tambin, demelancola. Y no fue ese el pecado de sus progenitores, el deseode saber? Ah, el ocio, madre de todos los vicios!

    Seguramente Can tambin senta una envidia secreta hacia elocioso. Por qu, a diferencia suya, el pastor de ovejas muestratanto placer mientras realiza sus actividades diarias? Quiz por-que en su trashumancia Abel se mantiene lejos del fardo de lacivilizacin y sus articios multiplicados. En la ciudad de Can,cada edicio viene acompaado de nuevas tareas, el ajetreo coti-diano se duplica, el peso de los costales se triplica y las penas delos esclavos no tienen n. Raza de Can escribi Baudelaire,tu tarea an no fue cumplida bastante. La gran calamidad delas ciudades es que en ellas nunca se deja de trabajar. Merece labsqueda de comodidad toda esa molestia, todo ese agotamien-to? Si el ocio es el propsito nal del trabajo, por qu no sim-plemente entregarse a l sin remordimientos? Eso es lo que haceAbel, una vez que ha satisfecho sus necesidades primarias.

    Abel podra ser emblema de toda una estirpe amante de la sim-plicidad, refractaria a la fama o la riqueza, esas cargas de la vidaocial. Siendo nmada lleva dentro de s su choza y sus posesio-nes; no acumula, no se deja atrapar por el peso de la vida material;l preere otar, como lo hacen sus pensamientos al atardecer. Algode esa levedad, una levedad mal vista por la estirpe de Can, sobre- vive en ellfmensch, palabra yiddish que designa negativamenteal vagabundo, al hombre improductivo, sin trabajo ni sueldo jo,dedicado a perder el tiempo y a cavilar. Perdido entre libros ydivagaciones, ellfmensch es literalmente un hombre de los

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    aires, un hombre otante. A qu aspira? A dnde se dirige?Como Abel, este ocioso no tiene planes ni proyectos, es un hijo

    errtico que siempre angustia a su mam.Si Can representa la tcnica y la responsabilidad de la edad

    adulta, su hermano, en cambio, es un bribn, un adolescente ali-gerado de deberes. Can es pragmtico; Abel, locuaz. Uno amala pachorra; el otro cree en la diligencia como artculo de fe. Entodo parecen espritus contrarios. Y las dos formas de habitar elespacio a las que dieron origen, sedentarios y nmadas, repre-sentan dos formas, tal vez irreconciliables, de encarar los dilemasde la supervivencia: sucumbir al peso del trabajo en nombre delprogreso o aprender a vivir en nombre de la vida misma.

    Es curioso que Dios despreciara a Can precisamente porqueen su sacricio obraba por simple apego al deber, en lugar de ha-cerlo por generosidad, por amor genuino, como Abel. (Si aten-demos a la explicacin de San Juan, Dios buscaba a los hombresy no las cosas que ellos hacan con sus manos, del mismo modoque prefera lo que creca naturalmente, en lugar de lo que seobtena a travs de impulsos codiciosos, como el arado con quese obliga a la tierra a germinar para luego lucrar con su fruto.)Cunta ira habr palpitado en las sienes del agricultor cuandoal nal de la jornada premiaron a su hermano, el ocioso! Aquelloera en verdad como para matarlo. Y as durante un rapto de furordestructivo elhomo aber liquida de golpe alhomo ludens. Qutenemos aqu? La forma en que el trabajo reprime nalmente lapropensin a lo ldico, una propensin que slo puede despertarintranquilidad y sospecha en un mundo que ha llevado la locurahasta el punto de ver la existencia misma como castigo. En unmundo as, la penitencia termina con el juego, la obligacin con elplacer. Y la esquiva posibilidad de hacer del trabajo una cosa ale-gre, o por lo menos pasajera, despus de la cual el hombre podradedicarse a lo que le vieniera en gana, ha sido cancelada para la

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    gran masa de personas sobre las que se han descargado las faenasms serviles y rutinarias.

    Es una pena que haya sido la estirpe de Can la que sirviera deinspiracin a numerosas generaciones posteriores entregadas altrabajo compulsivo, llegando hasta la mesa de Benjamin Franklin,quien deni al hombre, en el sigloxviii , precisamente como elanimal que hace herramientas y proscribi de su agenda la po-sibilidad de descansar. No perder tiempo; siempre mantenerseocupado en algo til; suprimir todas las acciones innecesarias,esas eran las notas ms altas de su himno, el himno delhomo aber , que hizo del tiempo el principal recurso para administrar:Piensa que el tiempo es dinero. El que puede ganar diariamentediez chelines con su trabajo y dedica a pasear la mitad del da oa holgazanear en su cuarto, aunque slo dedique seis peniques asus diversiones, en realidad ha gastado, o ms bien derrochado,cinco chelines ms. Cunta razn tena Vaneigem cuando escri-bi: Las necesidades de la economa se acomodan difcilmentecon lo ldico. En las transacciones nancieras, todo es serio; nose juega con el dinero. Tambin los romanos entendieron que lapalabranegocio signicaba eso,nec otium: la negacin del ocio.Por eso Cicern, que perteneci a una cultura que despreciaba eltrabajo y encontr en el ocio la forma ms alta de libertad, advir-ti: Qu cosa de honorable puede salir de un negocio? Todo loque se llame negocio es indigno de un hombre honrado, porquelos comerciantes no pueden ganar sin mentir [] Quienquieraque d su trabajo por dinero se vende a s mismo y se coloca enel rango de los esclavos. (Pero Cicern poda darse el lujo dedecir eso, precisamente porque l tena esclavos.)

    Es posible un bienestar que no le haga dao a nadie? Tal vezla dicha sencilla del ocioso, un ser libre que se abandona al uirde la vida, sin intentar agradar o someter al vecino. Y aunque laBiblia nada dice sobre la descendencia de Abel (lo que hace supo-

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    ner que no tuvo tiempo para dejar alguna), su espritu nmada ysu pasin por la riqueza espontnea del juego han resurgido a lo

    largo de la historia en muchas partes. En los bosques de Walden,en las orillas del Mississipi o en las tabernas sucias de Pars, entretrotamundos, conspiradores, vagos y neurs, su andar sigue can-tando las glorias del no hacer.

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    Fue a la playa para pensar en la nada. No es que fuera esa su in-tencin (en realidad, buscaba lo contrario), pero todo se dispu-so para que, echada sobre la tumbona ante el majestuoso paisajedel puerto, acabara teniendo la impresin de que haba ido hastaah para sentirse miserable. Imagino esta escena mientras leo unartculo sobre la depresin de la tumbona, una rara amenazapsicolgica que acecha a los vacacionistas del nuevo milenio, elsndrome irnico de un mundo que ha perdido su capacidad pararefocilar. Ah est la jefa de recursos nancieros en bikini, lejosdel memorndum de ltimo minuto y liberada del apremio y lasllamadas telefnicas. Pero ella se siente desfallecer. Intenta leery no puede, quisiera contemplar la puesta de sol pero no tienenimo, un vodka apenas aminora sus incomprensibles ganas dellorar. Aoraba esas vacaciones, tantas veces postergadas, peroahora que han llegado no las puede disfrutar. El ocio le causa unincomprensible dolor. Y as, inquieta, se revuelca sin parar en sutumbona, fustigada por un insecto invisible, menos prosaico que

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    las pulgas de arena, ms lacerante, metafsico incluso: el mosqui-to del vaco. Nada tan insoportable para un hombre que estar enreposo absoluto escribi Pascal. Entonces siente su nada, suinsuciencia, su dependencia, su impotencia. Lo nico que deseala jefa en vacaciones es volver a trabajar. Porque as, inmvil ypuesta a contemplar su paisaje interior, le ha llegado de pronto lasensacin recalcitrante de haber desperdiciado una vida, la cer-teza de que, lejos de la ocina, ya no es nadie. La insatisfaccinse aduea de ella mientras se aplica el bronceador y no puededejar de pensar en lo que habra llegado a ser si hubiera sido ela sus impulsos de juventud. Se trata del Angst , sobre el que tantoescribi Connolly enLa tumba sin sosiego, el remordimiento porhaber aceptado hbitos convencionales de existencia, debido aun conocimiento supercial de nosotros mismos.

    Los psiclogos austriacos que acuaron el trmino depresinde la tumbona lo atribuyen a la incapacidad de los trabajadorespara liberarse del estrs acumulado durante el ao, la fatiga comocausa de angustia. Pero esta experiencia de sinsentido sbito po-dra asociarse tambin a lo que sucede con los jubilados que mue-ren de tristeza lejos del trabajo, hombres y mujeres en la ltimarecta del camino para quienes la vida se revela, descargada depronto de su mecnica estril, como una habitacin inabarcabley vaca. Los jubilados podran convertirse en los artistas organi-zadores de ese vaco, esculpir al n su propia existencia, pero notienen nimo para hacerlo. Despus de tomar el coche cada ma-ana, despus de entrar en la ocina, clasicar archivos, almorzarrpido, volver a los archivos, salir del trabajo, beber una cerveza,regresar a casa, encontrar al cnyuge, besar a los nios, comerun sndwich con la televisin de fondo, acostarse y dormir, des-empeando el mismo papel durante cuarenta aos, sin salidas detono ni variaciones reales, el jubilado es expulsado de la escenalaboral para ser, nalmente, l mismo. Pero ignora cul es su par-

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    lamento autntico, pues ha vivido bajo una lastimosa continuidadde clichs. Adems, tiene poco tiempo, apenas lo que queda entre

    la salida del pblico y el inicio de la nueva funcin. Poco tiempoy el cuerpo gastado y la memoria roda para amueblar de nuevola habitacin vaca, para comenzar de cero. Tiene eso sentido?

    Al trabajo se le ha concedido en todas partes el lugar de laidentidad, nos atareamos paraser alguien a la vista de los dems.Y si el trabajo es la nica forma de realizacin personal, entoncesla jubilacin se convierte en una repentina supresin del rostro, laentrada en la existencia sin mrito. Por eso, para muchos jubila-dos, que nunca fueron educados en el uso fecundo de su tiempo,el retiro es como un arribo anticipado a la fosa comn. El asuntoempeora cuando son despojados de sus fondos de retiro, hoy ex-puestos a las veleidades de Wall Street, tambin llamadas uctua-ciones nancieras. La economa de mercado desprecia a la vejez,torpe, maniaca e improductiva, tanto como la despreciaban los jvenes delDiario de la guerra del cerdo, la perturbadora novelade Bioy Casares donde un batalln de muchachos se empea enexterminar de una vez por todas a los ancianos. No veo diferen-cia alguna entre el cinismo soslayado de este sistema de locura yfraude en el que vivimos, su crueldad implcita, y aquella cacerasin cuartel de viejos lentos y encorvados por las calles de BuenosAires: despus de haberle exprimido hasta el ltimo centavo, lasociedad despacha al jubilado hacia la muerte por la puerta deatrs, desnudo. Ha dejado de ser empleado y consumidor, ahoraes un ocioso, y de l lo nico que interesa al banco es especularcon sus ahorritos. Y si lo pierde todo en un revs burstil? Qums da, el viejo estaba a un paso de la tumba.

    Me he quedado pensando todo el da en la tristeza de los ju-bilados y la depresin de los vacacionistas, dos mundos que slopueden tener un nal siniestro cuando se renen inevitablemente,como intuy Michel Houellebecq en una crnica sobre un gru-

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    po de jubilados en vacaciones que aparece hacia el nal deElmundo como supermercado. Esos hombres y mujeres retirados dela vida activa alguna vez fueron jvenes animadores destinados aentretener vacacionistas en un Holiday Inn Resort, un hotel in-menso con ms de trescientas habitaciones, discoteca y terrazade espectculos y hasta centro comercial, una especie de ciudadcon todo a la mano, incluido un clima de ensueo. Hace tiem-po, ramos animadores de los lugares de vacaciones; nos paga-ban para entretener a la gente, para intentar entretener a la gente.Despus, ya casados (o ms a menudo divorciados), volvemos aesos lugares de vacaciones, esta vez como clientes. Los jvenes,otros jvenes, intentan divertirnos. Por nuestra parte, intentamostener relaciones sexuales con algunos miembros del lugar de va-caciones (a veces ex animadores y a veces no). A veces lo conse-guimos; la mayora de las veces fracasamos. No nos divertimosmucho. Nuestra vida ya no tiene sentido. De ese modo, el tediodeposita en la playa los restos del ocio destruido. Porque en la ron-da generacional de los animadores de hotel (como en las familiascircenses) parece que no hay variacin posible; ni pasado ni pre-sente ni futuro: cada da vuelve a empezar, idntico a s mismo, elcrculo perverso donde el ocio se ha convertido en una extensinms del trabajo. Y nadie se sorprende cuando alguien encuentrael cadver de un ex animador entre dos aguas en la piscina quemiraba al mar.

    En n. Miro por mi ventana que no da al mar y no puedo dejarde pensar en la jubilacin y las vacaciones (yo que no tengo cuen-ta de retiro y vivo en mis vacaciones permanentes, que para eso mehice escritora), dos rostros desoladores y mrbidos del falso ociode nuestra poca, la forma en que los tiempos cada vez ms estre-chos que la sociedad concede al hombre para el autntico disfrutede s, se transforman en su reverso: una temporada en el inerno.

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    He despertado con migraa y he odiado una vez ms a la aspiri-na. Tal vez se deba a que jams me ha procurado alivio alguno.De hecho, slo me ha trado problemas gastrointestinales y su-frimientos. Con el tiempo, la misteriosa privacin de sus ddivasme ha ido envenenando hasta la mdula y me ha arrojado al msobvio de los desconsuelos: saberme inmune a la felicidad. En elprefacio a susCon esiones de un comedor de opio ingls, omasde Quincey se disculpaba por infringir las normas del buen gustoy atreverse a ese acto de autohumillacin gratuita que es todaconfesin, pero justicaba la publicacin de sus aventuras opi-ceas (valindose de una vieja estrategia retrica) al considerarlastiles e instructivas. Yo, en cambio, coneso desde ahora que es-cribo estas cuartillas desde la bruma de mi dolor de cabeza, y lohago slo por desquite.

    Reunir todas las cosas en una sola es una vieja aspiracin hu-mana tan desmedida como la idea de progreso. La arquitectu-ra impersonal y desprovista de misterio de losmalls, donde se

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    concentran las mercancas de todo el mundo, es uno de sus efec-tos ms horrendos. En el sigloxviii, Jeremy Bentham ide el Pa-

    nopticn, un edicio de vista panormica desde el que se podaescuchar y ver todo al mismo tiempo, una arquitectura con fun-ciones policiacas. En estos das facebook y las redes sociales pro-pician ese tipo de vigilancia permanente, pero sin necesidad decoercin; un espionaje abierto, concedido con jbilo por la propiaciudadana. Me pregunto hasta dnde llegar nuestra vanidad ynuestra torpeza despus de haberle entregado la llave de nuestracasa a los extraos para que la escudrien a cualquier hora delda. Algo semejante ha sucedido con nuestro cuerpo que hemosdejado por completo en manos de la ciencia, para que nos curede todo, incluso de la vida misma. La salud se ha convertido enuno de los valores supremos de esta poca represiva que promue- ve un bienestar fsico fundado en la restriccin, el displacer, losaparatos de tortura del gimnasio, y proscribe el gozo de las pul-siones o de los sentidos. Estar sanos y llevar una vida burda. Perouna vida as vale la pena vivirse? Nuestra obsesin sanitaria no esnueva, ya germinaba en aquella bsqueda obsesiva de la PanaceaUniversal que emprendieron los alquimistas, un elxir al que seatribua la ecacia de curar todas las enfermedades. No fueronellos mismos los que persiguieron mucho antes de la manipu-lacin gentica el sueo de crear vida humana? Hace tiempoque nos afanamos en acumular una cantidad interminable de co-nocimientos e informacin que somos incapaces de asimilar. Sa-berlo todo, conocerlo todo, guardar un Aleph en nuestro bolsillo.Mallarm deseaba resumir el universo en un solo Libro; Leibnizhaba soado con un Alfabeto de los Pensamientos; Goethe pro-puso una Literatura Mundial que abrazara todas las formas de lacreacin ms all de las estrechas fronteras nacionales, y el pensa-dor alemn Kurd Lasswitz escribi en 1901 un cuento de cienciaccin, La biblioteca universal, que preguraba no slo la Bi-

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    blioteca de Babel de Borges, sino tambin la ambicin contenidaen los actuales ujos de informacin ciberntica: una biblioteca

    inconmensurable que contendra todos los libros del pasado y delfuturo, as como cada uno de nuestros pensamientos y chillidos,nuestras frases y dislates y naderas, alimentndose glotonamentehasta el n de los tiempos.

    Ese tipo de delirios totalizadores me producan una incom-prensible fascinacin en la adolescencia; crec rodeada de libros ydurante cierto tiempo aliment la conviccin (autoritaria o inge-nua) de que la Verdad se encontraba en la Biblioteca. Por fortuna,una tarde (que era casi noche) sent la atraccin de la calle y la vida mundana; el efecto fue devastador, es decir, genuinamenteformativo. En cuanto puse un pie fuera de la biblioteca la idea quetena de ella se relativiz, se distorsion, sufri cuarteaduras irre- versibles. Comprend que ni siquiera la suma de todos aquelloslibros poda explicar la complejidad de la existencia, y estaba bienque as fuera. Desde entonces los empeos que pretenden con-centrar el saber, la intimidad de las personas o cualquier cosa enun solo sitio me despiertan un enorme recelo. Se trata de empre-sas inhumanas. Presiento que en cada una de ellas se encuentra lasemilla de un dogma.

    Ah est, por ejemplo, la maldita aspirina, una virtuosa cura-lotodo. Su historia es tan inspida como ella misma: a nales delsigloxix un qumico casi desconocido de los laboratorios Bayerentonces, slo una pequea fbrica de tintes de una ciudad deprovincia invent algo parecido a la Pldora Total. No hay evi-dencia alguna de que Felix Hoffman actuara siguiendo las ansiastotalizadoras de sus compatriotas o como tarda recompensa a losdesvelos de sus precursores, los alquimistas. En realidad, sintetizel acetilsalislico urgido por los dolores reumticos de su padre yprobablemente nunca sospech el lugar privilegiado que ocupa-ra su prodigioso miligramo entre los consumidores mundiales.

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    Durante aos he buscado, con morboso celo intelectual, ele-mentos que le resten atributos a esta odiosa tableta. Mi labor no

    ha sido fcil. En los manuales mdicos deslan sus numerosasbondades (la mayor de todas,hlas!, es la de aliviar el ms comnde nuestros males: la jaqueca vulgar), al lado de plidas contra-indicaciones (algunas de ellas, como la posibilidad de generarmalformaciones genticas, han sido desmentidas; otras, como lahepatitis padecida recientemente por un amigo mo y atribuidaal consumo inmoderado de aspirinas, son casos aislados que nome ayudan a darle forma estadstica a mi rencor). Adems, sugenerosidad es amplia: no requiere prescripciones mdicas, estal alcance de todos los bolsillos y en esta era de prisas y empujo-nes procura un alivio rpido y seguro. Por eso, en momentos enlos que nadie cree en las panaceas universales, la aspirina pro-porciona fciles mitologas compensatorias. Los benecios que lagente le ha endilgado (y que yo, desde mi desconada ignorancia,le atribuyo a somatizaciones positivas) me corroen el alma: siregresas de una jornada de trabajo infernal, toma una aspirina;si te extorsion un polica barrign y eso te ha conrmado que vives en el peor de los pases posibles, toma otra aspirina; si quie-res dejar el sublime placer del cigarro para estar en sintona conlos parmetros estandarizados de la salud contempornea, mascachicles y toma una aspirina; si por la noche buscas consuelo en lacantina y al da siguiente slo se duplica la impresin desastrosaque ya te produca la realidad, toma dos aspirinas, y si quieres irms lejos un suicidio suave y econmico toma tres gramosde aspirina (segn Antonio Escohotado, sa es la dosis letal). Uncentmetro cbico cura diez pasiones, podra decir el publicistade Bayer, como lo hacen los consumidores desoma, la droga per-fecta deUn mundo eliz .

    Este culto inmoderado me parece, por lo menos, sospechoso.Dir, para empezar, que a diferencia delsoma de Huxley, la aspiri-

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    na no procura vacaciones articiales, y para que realmente conce-da alegra de vivirobedeciendo a las consignas de la hora se

    le ha tenido que agregar a su frmula el sucedneo de la cafena.Como analgsico sustituto del opio, este inocuo curalotodo es muyinferior: no ensancha los connes del alma, no asla nuestro esp-ritu de la grisura del mundo, y si De Quincey hubiera acudido a laaspirina, en vez de probar el opio para mitigar su dolor de muelas,no habra expiado su adiccin en una obra de arte. Algo ms: essabido que al hombre le gusta inventar frgiles encantamientosque terminan por duplicar su esclavitud. No es extrao, enton-ces, que la aspirina inmaculada encontrara su canonizacin gra-cias al fanatismo productivo e higinico de nuestros das en losque enfermarse se considera una inmoralidad: adems de evitarel ausentismo laboral por resfriados y cefaleas, prohbe los mo-mentos de ocio y no slo no crea adicciones, sino que su usoes tan recomendable como hacer aerobics sin quitarle horas ala ocina.

    En pocas palabras, la Pldora Total no es ms que una sustan-cia hipcrita y prepotente. Una de sus paradojas y peligros radicaen que detrs de los alivios momentneos que prodiga puedenesconderse graves males. Hay enfermedades que anidan en la os-curidad, lenta y progresivamente; otras, que envan seales clarase inmediatas. Las cefaleas (que no son una enfermedad, sino unsntoma, un portavoz de diversas alteraciones del organismo) seencuentran a medio camino de estas dos formas, la elusin y laalusin, mediante las que un desorden interior se expresa. La aspi-rina slo sirve para apagar los focos rojos del cuerpo y, a veces delespritu, que encuentran su cauce indirecto en el dolor de cabe-za. As mantiene al mundo a raya, tirnicamente, al tanto de sushorarios y rutinas, pero a costa de otras tempestades que suelencrecer en la noche muda de la jaqueca. El da menos esperado elcuerpo se subleva y reivindica para s ese nico lugar donde aho-

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    ra es posible retirarse a solas, cerrar las puertas al mundo exteriory meditar sobre cualquier cosa: la cama del enfermo. Qu sera

    de nosotros sin un dolor de cabeza de vez en cuando? Seramoslo que ya somos: seres aturdidos, atareados siempre en nada, in-capaces de pensar.

    Mientras busco en mi botiqun alguna pastillita con ergotami-na, concluyo que:

    a) Como barata entrada al paraso la aspirina es falsa, yb) como supuesta panacea universal es excluyente. Me ha ex-

    cluido a m y, por eso, la odio. Nunca he sido beneciaria ni de sus virtudes reales ni de las imaginarias. Y juro que he puesto todode mi parte: he sido constante, he tenido fe, he invocado. Peromis hiperblicos dolores de cabeza se resisten, quizs con razn,a tantas acciones irracionales. Cuando inici mis indagacionessobre esta caprichosa inmunidad a la aspirina slo encontr unaexplicacin paranoica: entre los archivos ignorados de la compa-a Bayer gura la produccin del gas Zyklon-B, empleado porlos nazis para matar judos en masa. Tal vez la vocacin represivade la fbrica alemana pens se ha ltrado a travs de la aspi-rina y mi origen judo se rebela contra su conspiracin mundial...Desech esta teora despus de decidirme a ver un mdico (queluego me mand a ver al psiquiatra). La persistencia de mis neu-ralgias mereca una explicacin cientca y la encontr, por des-gracia, en la ineptitud de la aspirina: su frmula de exclusin mepuso de golpe y sin clemencia frente a los horrores de la Migraa.

    Debo decirlo ahora, la migraa es un dolor onanista, incurabley ajeno a los dominios de esta gragea charlatana. Pero mi rela-cin con ella no ha sido, despus de todo, tan mala. Padezco untipo de migraa benigno que me permite, una o dos veces al mes,reencontrarme conmigo misma. Es de una naturaleza singular:hiperestsica, en carne viva, extraordinariamente sensible. Losmomentos que la preceden son de una rara felicidad. He llorado

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    muchas veces en medio de un ataque intenso, pero no lloro dedolor. Se trata de otra cosa. Ocurre algo (un intercambio de car-

    gas elctricas, una languidez profunda), que nalmente resuelvelas contradicciones y tensiones acumuladas por semanas en micuerpo (y tambin en mi espritu). Como si all, tendida sobrela cama durante horas, lejos de las llamadas telefnicas y de lascomunes presiones cotidianas, en medio del vaco, recordara loque es estar viva de nuevo.

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    Y quin podra decirnos si no comen-zaremos a cansarnos un buen da hastade la propia velocidad?

    Valery Larbaud

    Pienso en una historia poltica de la velocidad. Comenzara con los revo-lucionarios franceses disparando haciatodos los relojes de las plazas pblicas.

    Qu es un reloj? Una forma de par-celar la existencia en fragmentos de-nidos y actividades reglamentadas. Unadorno con funciones policiacas.

    Relojes de sol alrededor de los cualesse desplazaban las sombras, intilesen un da nublado. Relojes en dondeescurran gotas de agua o se desliza-ba la arena. Artefactos aproximadose inexactos, anteriores al reloj mec-nico, ajenos a la productividad. Losrevolucionarios franceses disparaban

    Al margen tengo que decir: yotambin conozco el xtasis de lavelocidad. Una noche, para viajar

    en contra del ujo de la autopistaMxico-Cuernavaca, sal de la ciu-dad en la vspera de ao nuevo. Elresto del mundo, en cambio, pa-reca regresar a ella. De su lado, eltrco se mova como un molusco.Del mo, la autopista estaba de-sierta. Fue entonces cuando met

    el acelerador a fondo, atenta a laaparicin de algn auto. Viajabasola. Cuando lo hago con mi es-poso y mi hijo no subo ms allde 110 km/h, por precaucin. Mehe convertido en una conductoralenta y los viajes largos en carre-tera, cuando voy al volante, suelen

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    contra otro tipo de relojes, los mismosque presidieron la vida regimentada de

    los monasterios desde el sigloxi y mstarde las torres de los ayuntamientos detoda Europa. Esos relojes de precisinse difundieron durante el Renacimientoen las cortes reales, donde se invertanfortunas para perfeccionarlos. Apara-tos cada vez ms sosticados, dondehabitaran nalmente el minutero y elsegundero, dictando cada movimientode los hombres, smbolos de poderoy control social, los tiranos de la vidacotidiana.

    El agricultor trabajaba de acuerdo alos procesos cclicos de la naturaleza;el artesano lo haca segn el tiemponecesario para perfeccionar sus obje-tos. El obrero, en cambio, trabajabasiguiendo las necesidades de la indus-tria, fundada en el principio de msproduccin en menos tiempo (losorgenes de nuestra prisa). A medidaque la gente se traslad del campo ala ciudad y comenz a trabajar en losmercados y fbricas, en los albores delcapitalismo, sus das se fueron rebajan-do a segmentos cada vez ms namen-te divididos. El tiempo para trabajar yel tiempo para comer, el tiempo paraabrir las puertas y el tiempo para ce-rrarlas, la hora de las asambleas y las

    ser eternos. Le temo a la velocidadporque conozco mis debilidades.

    Soy una mujer ansiosa y presa fcilde las adicciones. Despus de diezaos sin fumar, mis pulmones anno se recuperan de mis noches detabacmana. Y volver a escribirdespus de eso fue tan difcil y do-loroso que he procurado no asociarmi trabajo intelectual a ningunaotra sustancia txica. Le temo aldolor de la prdida, al insoportableda siguiente. Aquella noche, sinembargo, las condiciones habanabolido para m el lmite de veloci-dad. La autopista estaba sumergidaen la oscuridad y sobre ella, atra-vesndola, las lneas fosforescentesdel asfalto adquiran una densidadcsmica. Recuerdo que escuchabala msica electrnica de Air a todovolumen: sonidos interestelares yatmsferas subacuticas extendidosdurante largos minutos.Trip-hop.Descenda a toda velocidad por untnel de curvas peligrosas cuidado-samente sealizadas. Aquello pareca

    el pabelln del odo del mundo. Enmi cuerpo (la boca del estmago,los muslos), palpitaba una emo-cin ambigua: mitad miedo, mitadexcitacin. Me encontraba acasoante las puertas de una percep-cin distinta? En el umbral de latransgresin? La luz intensa sobre

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    reuniones en las tabernas, la hora dedormir y la de volver a empezar.

    El reloj convierte al tiempo, de unproceso de la naturaleza, en una mer-canca que se puede medir, comprar y vender, como telas o jabones (GeorgeWoodcock).

    Quines son los nicos que no tienenprisa? Los vagabundos, los juerguistas,los desocupados y los nios, que son losemperadores del tiempo verdadera-mente libre, ese que no ha entrado enla sala oscura de los interrogatorios.Todos ellos se encuentran en pose-sin de su tiempo y mientras juegano caminan hacia ningn lado no haysegundero que les recuerde la hora.Entre ellos se encuentran tambin losperezosos, los que abandonan la tarea,los que desertan. La pereza es eso, unaestrategia subjetiva para burlarse de lascoacciones del reloj (Barthes). El pe-rezoso es, segn la etimologa latina,un hombre lento. Alguien que desafade manera indirecta el dogma unica-do de la prontitud, un rebelde pasivo:hace las cosas, es cierto, pero mal y condemora.

    Cambiar la frase: Trabajar contra re-loj por trabajar contra el reloj.

    el fondo negro, la desaparicin delpaisaje, una sensibilidad acstica

    intensicada, la cercana del peli-gro: todo aquello propiciaba unasensacin de ingravidez. Eso es lavelocidad: perder peso. De prontoyo era un pez en el acuario, un cos-monauta otando entre nubes degas y materia oscura. Atravesabapor una experiencia esttica quepoco o nada tena que pedirle a losestados alterados de conciencia.Yo senta la ebriedad del lquido,el vrtigo de esa noche estrelladaque slo me mostraba el movi-miento, la huida, el traspaso. Y nohaba ingerido nada; todo el efec-to dependa de la velocidad. Enalgn momento tuve el deseo deir todava ms rpido, sentir quizla cercana de la muerte. Como mehaba sucedido tantas otras vecescon el cigarro, me encontraba antelas puertas de un placer sublime(sombro y bello e inevitablemen-te doloroso) del que emerga untipo de presentimiento metafsico

    que algunos cursis todava llamaneternidad.

    En 1977, Bill Gates fue detenidoen Albuquerque por manejar conexceso de velocidad. Una famo-sa foto lo muestra posando parala cha policial con una sonrisa

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    Como seal Lewis Mumford, el re-loj es la mquina clave de la era de lasmquinas, tanto por su inuencia en latecnologa como en las costumbres hu-manas. En su corazn mecnico lataya el motor del progreso obsesionadocon la velocidad, cuyo primer clmaxes el automvil.

    Uno de los mayores placeres de la vida es viajar en una carroza que correa toda marcha, dijo el Doctor Johnsonen el sigloxviii .

    Un siglo ms tarde, en 1849, el escritoringls omas de Quincey se adhiri ala celebracin de la velocidad, pero almirar el mundo por primera vez desdeel pescante de un coche correo intuy(en un relmpago de terrible intuicinsimultnea) que se trataba de un pla-cer ominoso, en cuyo fondo se asoma-ba la posibilidad de que el viaje acabaramal, entre vehculos estrellados, ruedasy piernas retorcidas, en medio de unaincomprensible confusin. Al fondo dela velocidad acechaba la muerte sbita.

    El coche correo ingls es uno de losprimeros relatos sobre la prdida decontrol de nuestras prtesis tcnicas.Metido en el vrtigo del nuevo vehcu-

    adolescente y candorosa. Le su-ceda con frecuencia, reincida sin

    remordimientos. Dos aos anteshaba fundado Microsoft, una com-paa de software donde trabajaba yprogramaba todos los das hasta elamanecer (incluyendo los nes desemana). Su nica distraccin: losautomviles. Porsche 930, Porsche959, Mercedes, Jaguar XJ6, CarreraCabriolet 964, Ferrari 348. Cambia-ba de marca con los temblores deun adicto. Amaba la velocidad casitanto como la programacin. Peroen el fondo, no se trataba de unamisma vocacin? Llegar ms lejos,cada vez ms rpido. El espritu delcapitalismo turbo encarnado enuna sola persona. No es casual queuno de sus libros sobre la impor-tancia de internet en el mercadose titule:Negocios a la velocidad del pensamiento.

    La velocidad destruye. No es poreso que en el fondo nos parecetan seductora? Pienso en toda esa

    gente que rma sus plizas de se-guros contra accidentes como sifueran las actas de su sentenciade muerte. Y despus de mirarlos esqueletos de autos chocadoscolgando de las gras, no debe-ramos pensar, como lo hizo J. G.Ballard, que si en verdad temi-

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    lo, entre saltos y sacudidas, De Quinceyentendi que hay en la aceleracin algo

    irresistible y prohibido, una seduccintrgica de consecuencias incalculables,y describi por primera vez el carc-ter paradjico de la velocidad: por unlado, fuente de fascinacin y smbolode libertad, movimiento e ingravidez(el cuerpo liberado, al n, de su pro-pio peso); pero tambin: agente de lacatstrofe (una mantis que termina de- vorando a su amante).

    Como lo hara con el tema del asesina-to, la belleza del incendio y los efectosdel ludano, lo primero que advirtiDe Quincey frente a la llegada del co-che correo fue el acontecimiento est-tico, esos grandiosos efectos visualeslogrados entre la luz del coche y la os-curidad de los caminos solitarios, esagloria del movimiento asociada a lasucesin trepidante de las imgenesnocturnas. De Quincey amaba la am-plitud de perspectivas que adquira larealidad vista desde el techo del vehcu-lo y tambin la rapidez con que se tras-mitan las victorias de Waterloo. Peronada superaba el placer de mirar lossegundos deslizndose como rfagasdesde la ventanilla. El movimiento dequien permanece inmvil, eso debientusiasmarlo enormemente: la forma

    ramos el accidente, la mayora denosotros sera incapaz de comprar

    un auto, mucho menos de con-ducirlo? Pero en realidad sucedetodo lo contrario. Pasamos buenaparte de nuestra vida en el auto,aunque le dirijamos a diario nues-tras quejas. El sigloXX , dice Ballard,alcanza casi su ms pura expresinen la autopista. Hasta la llegada deinternet, el auto fue el encierro per-fecto, nuestro pequeo universo demetal y plstico, el lugar donde po-damos gozar una sensacin de li-bertad, ligereza, porvenir, mientrasveamos pasar la vida por las ven-tanas. Qu sustituir al volante? Eldesplazamiento a control remoto, esdecir, el encierro en las autopistas dela informacin, donde la velocidadha encontrado su ms all: la velo-cidad de la luz, la velocidad de lasondas electromagnticas.

    LeoCrash , la novela donde Ballardlleva su meditacin sobre las clavesde una nueva sexualidad asociada

    al automvil hasta sus ltimas con-secuencias. Perturbadora y reitera-tiva, llena de vsceras y choquesgrotescos, enCrash los personajesno slo no temen al accidente, sinoque lo desean y procuran obsesi-vamente. El erotismo perverso delchoque de autos, los radiadores

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    en que la quietud al interior del veh-culo era envuelta por un escenario fre-ntico, exactamente como le suceda alcomedor de opio con sus ensueos. Heaqu cmo la velocidad (incluso aque-lla velocidad de once millas por minu-to que hoy nos parece ridcula) era yapercepcin alterada del mundo, alu-cinacin instantnea (y sin sndromede abstinencia) que haba llegado paraampliar las dimensiones de la ilusin.

    Antes de que lo hiciera el cine, DeQuincey invent el articio de la c-mara lenta. Despus de todo,El cochecorreo ingls no es sino el relato obsesi- vo de un accidente detenido en el tiem-po: el momento en que un coche, en elque viaja el propio De Quincey, est apunto de provocar la muerte de una jo- ven pareja que marcha distradamenteen un calesn. El hecho inevitable de lacatstrofe tuvo un efecto tan brutal enla imaginacin siempre excitable de DeQuincey una imaginacin que, ade-ms de ser la mayor de sus facultades, sehaba robustecido de manera dramticagracias a su acin al opio que tuvouna secuela de pesadillas durante variosmeses, como si algo en el fondo de sucerebro necesitara repeticiones conti-nuas (y enralenti) de aquel momentoimpenetrable.

    hundidos entre las piernas comofetiche sexual. Ese reino donde im-

    peraban la violencia y el coito fuela metfora admonitoria con queBallard anunciaba la colonizacindel cuerpo por la tcnica. Igual quesu adaptacin al cine por DavidCronenberg, la novela provoc rs-pidas discusiones sobre los lmitesde la censura. Deba o no publi-carse? Ya antes haba sucedido lomismo con una serie de serigrafasde automviles chocados que rea-liz Andy Warhol en los aos se-senta, con imgenes extradas de lanota roja. Ninguna galera queramostrarlas. Porque la sociedad nosoporta la exhibicin de su propiaobscenidad. Y le teme a la muerte(aunque su cercana le parezca ex-citante). Despus de todo, no vivi-mos pegados al espectculo de loatroz que se transmite cada nocheen el noticiero?

    He ledo que una de cada cuatroveces que alguien escribe una pa-

    labra en un buscador de internet,esa palabra est relacionada consexo o pornografa. No es tu caso,por supuesto. Pero la metfora delcuerpo-mquina se ha convertido,lo reconozcamos o no, en nuestramanera de estar en el mundo, li-bres de los apremios del espacio y

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    Aunque elogiara la velocidad, De

    Quincey fue sobre todo un habitan-te de la lentitud, el medio natural delopimano y del escritor absorto, aje-no a los dictados del reloj. Hombrede otro tiempo, De Quincey vivi lamutacin radical de los ritmos huma-nos introducida por la mquina, peronunca se adapt a la prisa de las gran-des ciudades industriales; el opio y laescritura fueron los bastiones dondese atrincher en solitario. Su narracinen cmara lenta, atravesada por el rit-mo vegetal del opio, es ya una crtica alexceso de velocidad.

    El sigloxix fue simultneamente el si-glo de la Revolucin Industrial y la erade los grandes opifagos. De qu otromodo se poda soportar una vida en-tregada a meter tornillos en el mismositio doce horas al da? Tanto trabajosin valor, tanta prisa, dejaron sembra-dos en los fumaderos y las tabernas a varios minusvlidos. La llegada de lamquina cumpla los ideales de la in-dustrializacin, pero pronto abandonel connamiento de las fbricas paramontar en cadena los ritmos de la vida urbana. De un momento a otro,la celeridad de las ciudades sepultaba lascostumbres que haban prevalecido

    el tiempo, abducidos por la veloci-dad de las comunicaciones instant-

    neas. Puede haber algo ms adictivoque la satisfaccin inmediata? Eso esinternet: la droga denitiva. Un lugardonde podemos abandonarnos alos placeres corporales liberndonosde nuestros cuerpos reales (Slavojiek). Los personajes de Ballardcrean todava en el placer de lasheridas. Conozco muchos amigosque se han desquiciado alimentan-do todo tipo de obsesiones a travsde la red, maquinando relacionesfantasmales que los mantienen ata-dos a la pantalla como el junkie a lajeringa. Pero sus cuerpos permane-cen intactos, lejos de la amenaza delsida o la decepcin sexual. La ingra-videz (el desmantelamiento delcuerpo) fabrica sus intoxicaciones.Quin no exhalar su impacienciaante cualquier proceso de seduc-cin real bajo la certeza de que elmecanismo ligero del ciberespaciofunciona al segundo, en cualquierparte?

    He descrito en el otro extremo deeste ensayo el lado sombro de lavelocidad, que ha seducido y con-quistado al mundo. He levantadoel ministerio pblico donde seacumulan muertes por exceso develocidad. Pero de este lado no

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    durante siglos, asociadas a los ritmosagrcolas, las estas religiosas, los pe-

    riodos de trabajo y ocio del taller fa-miliar. La experiencia era vertiginosa,excitante, y al mismo tiempo producauna alteracin profunda, una incura-ble ansiedad.

    Tedio, desasosiego,spleen: los prime-ros malestares de la velocidad.

    El opio domesticado endulzar el do-lor de las ciudades, ese era el remedioque reclamara Jean Cocteau para cu-rar a los enfermos de velocidad, unadesintoxicacin de la realidad por vade una intoxicacin contraria: perma-necer inmvil en la cama, entregarse ala vida mental, renunciar a los horariosde una existencia atroada y regida porla produccin.

    De Quincey entendi que la velocidadera una forma de ver que exceda a lamirada humana. A ella se llegaba siem-pre demasiado tarde, como si la reali-dad sobre ruedas fuera inalcanzable ynunca se le pudiera arrojar la sonda delpensamiento. No haba modo de armo-nizar la rapidez del accidente y la asi-milacin de la experiencia, la lectura delos acontecimientos. Cuando advirtila dicultad de ver las cosas a travs de

    juzgo. Me pregunto si yo, en lugarde condenar la velocidad, lograra

    aislarla y mirarla de frente, si pu-diera indagar en mi propia relacincon ella (sus seducciones, mis resis-tencias), si consiguiera eso, lograravolverla una sustancia compleja,despojarla de su barbarie: com-prenderla. Porque el nico crimendel ensayista es el de ser super-cial, pasar por las cosas demasiadorpido. La ensayista es una mujerlenta? Yo lo soy, aunque tenga unaiMac de cuatro ncleos que esuna rfaga. Soy una habitante deltiempo lento. Demasiado lento.Una mujer impuntual. Y estas sonmis confesiones.

    Tengo diez aos y en el radio delauto se escucha, minuto a minuto,la hora del Observatorio, mismade Haste, Haste, la hora de Mxico.Hace fro, hemos salido corrien-do. Mi hermana y yo comemos unpedazo de pan tostado con mer-melada en el asiento trasero del

    Volkswagen. Mi mam conduce; mipap permanece en casa dormido(padece insomnio o lee hasta lascinco de la maana). Recuerdo laescena como una imagen recurren-te, casi como una denicin tem-prana de mis ritmos adultos: aun-que vivamos a seis cuadras de la

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    las barreras de la velocidad, decidi vol- ver al observatorio (extraordinariamente

    ms atento y pausado) de la escritura,la nica fuerza capaz de manipular elinstante y estudiarlo de cerca, como aun pjaro disecado en pleno vuelo. Es-cribiendo: as se alivia el alma del shockde la velocidad. En su narracin, la ca-tstrofe progresa con un ritmo lentsi-mo, opuesto al de su violencia sbita,como si De Quincey quisiera meterseen los personajes del calesn hasta ha-cerlos desprenderse de su agona.

    Entre ellos y la eternidad, para todoclculo humano, no hay ms que unminuto y medio. Conozco pocas fra-ses ms bellas y escalofriantes sobre lanaturaleza del accidente que ese minu-to y medio amplicado en la narracinde De Quincey antes de que la muer-te apareciera, de pronto, incontesta-ble. Se trata de una frase que anticipaaquella otra, escrita a la vuelta del si-glo, en pleno imperio de la velocidad,por Cocteau, otro adorador del opio ysus propiedades para estirar el tiempo:Un accidente de automvil, una ca-tstrofe de ferrocarril, son las obras dearte de lo inesperado. Si pudiramos ver enralenticmo velocidad e inmo- vilidad tuercen el hierro con dedos demodista!.

    escuela, siempre llegbamos tarde.O sobre la hora. Usbamos la cerca-

    na como coartada para despertar-nos tarde y sin prisa, para retrasarnuestra entrada al mundo unosminutos ms, que siempre me pa-recieron demasiado cortos. Cmohacan los nios que vivan al otrolado de la ciudad para llegar atiempo? Tal vez no se resistan. O seresistan menos. Pobres criaturasdomesticadas. Nosotras, en cambio,como nuestro padre, adorbamosla cama. La adoramos todava, elencantamiento de la posicin ho-rizontal, la sabidura de la quietud.Una tendencia melanclica? Sloen parte. Sntomas de un cuerpoenfermizo o sin vigor? Casi nunca.Es simplemente que ah dentro elmundo no nos reclamaba. En po-sicin fetal o despatarradas, casiobscenas, ah ramos enteramen-te nosotras mismas; la funda dela almohada era la bandera con laque exigamos nuestra soledad.Porque no hay espacio ms am-

    plio ni lugar en el que un individuosea ms libre que su propia cama.Desde ah puede observar sus do-minios mentales. La cama es sedi-ciosa, sobre todo cuando se hace unbuen uso de ella. No me extraa quela realidad conspire con tanta vehe-mencia en su contra. Pero todos los

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    La capacidad de detener la accin in-

    denidamente, no sigue siendo esauna de las cualidades del arte? No setrata slo de estilizar la atrocidad delaccidente, sino de internarse en l paratratar de entenderlo.

    Al leer la velocidad, actuamos comotaxidermistas del segundo. Nos resisti-mos a desaparecer.

    Paul Morand dijo que la velocidadla droga del sigloxx no era sloun estimulante, sino tambin un depri-mente, un explosivo cuyo manejo erapeligroso, capaz de hacer saltar no slo anosotros mismos sino al universo entero.El nico vicio nuevo, dictamin en suensayo De la velocidad. Una sustanciatxica, asesina y vibrante que conectabaa todas las ciudades. Cosmopolita yesnob, adorador de los desplazamien-tos y los viajes motorizados, Morandse entretena dndole cuerda todoslos das a todos los relojes del mundo.Como primer habitante de la aldeaglobal, la mejor parte de su obra seencuentra en sus libros de viajes. Peroentre todas sus exploraciones (NuevaYork y la ciudad de Mxico inclui-das), la ms lcida (y peligrosa) fue laque emprendi hacia el centro mismode la velocidad, una droga que corte-

    acusadores de la cama sermoneanen vano: se entra y se sale de la

    cama, pero a ella se vuelve siem-pre. Creo que mis mejores ideas(casi dira, las nicas) las he con-cebido ah, en la cama, y en cuantotermin la universidad hice todo loposible por no volver a tener hora-rios coercitivos que me sacaran delas sbanas violentamente. Pero elmundo no se detiene en la cama,padece el mal del mpetu y la en-fermedad del progreso, como losZurov, los personajes hiperactivosde la novela de Ivn Goncharov. Ocomo mi madre, que es una mujerextraordinariamente activa, valien-te, madrugadora, amante de lascaminatas y el aire libre: el exactoreverso (y complemento) de mi pa-dre. Nada la detiene, a sus setentay tres aos conserva una energavital arrolladora. Se inquieta si per-manece en la cama y todava hoy sedesespera un poco porque sus hijaspasan ah ms tiempo del debido.Qu habra sido de nosotras sin su

    contrapeso? Jams habramos ven-cido ese momento de indecisin opnico que provoca en los indivi-duos sensatos salir de la cama parainternarse en la selva de la vida.Con el tiempo mi personalidadse ha convertido en un campo debatalla donde se enfrentan a dia-

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    j durante los aos treinta hasta queempez a amarla un poco menos para

    intentar entenderla mejor. El ferro-carril se ha convertido en una nuevabebida alcohlica y el turismo msque un tnico es un estupefaciente.La gente pide a gritos que la ayudena olvidar, escribi enLe voyage, unaindagacin fragmentaria sobre la gu-ra del viajero moderno. Su losofa decarretera.

    Es probable que condenar la velocidadno ayudar a nadie a domesticar su fe-rocidad implcita, pero desmantelarlaa travs de los recursos de la escrituratal vez nos sirva para no terminar arro-llados como perros por ella. Congelarla imagen. Recortar un trozo de mo- vimiento (ahora esttico) antes de en-cender la mquina de vrtigo una vezms. Tomar una fotografa instantneadel n del mundo. Tal vez ese lbummeditado de nuestra condicin efme-ra pueda devolvernos a las carreterasde la velocidad con una desorienta-cin ms lcida (Mara Negroni).

    Una novela emblemtica de J. G. Ba-llard ha hecho del deshuesadero unmuseo del tiempo detenido:Crash o laabolladura como afrodisiaco. Ah losprotagonistas, fascinados por una nue-

    rio los Zurov y los Oblomov, es de-cir, los dos extremos que describi

    Goncharov en relacin con el tem-peramento: la excesiva actividady la pereza metdica, el frenespatolgico y la indiferencia haciael ajetreo mundano. La mana y ladepresin.

    Debo decirlo ahora: mi mam tam-bin es impuntual. Y no la criticopor eso. Todo lo contrario, creo quellegar tarde (y a veces no llegar deltodo) ha sido la forma con que ellase ha defendido de su propensina llenarse de tareas y compro-misos, su gusto excesivo por eltrabajo. Porque en el fondo todaimpuntualidad es un mecanismode defensa, una respuesta crticafrente a las coerciones permanen-tes del reloj. El impuntual es un de-sertor deldead line , la lnea dondemueren a diario los soldados delsistema. Si llega tarde es porquebusca reencontrarse con eltempo humano, contraatacar la urgencia

    con dilacin. El impuntual dice: losritmos de las transacciones no sonms importantes que los tiemposde mi respiracin. Quiere estar asolas. Concentrarse cuarenta mi-nutos ms en s mismo. Es unegosta? Ms bien, un individuoautnomo que ha escapado, por

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    va idolatra, se dedican a mirar obsesi- vamente videos de accidentes automo-

    vilsticos en cmara lenta, con la mismaexcitacin del espectador temblorosofrente a unstriptease. Al centro: el au-tomvil, el dios en ascenso de la culturaurbana.

    Cuando el mundo comienza a ver elaccidente como obra de arte y la ve-

    locidad como fuente de placer, losopifagos mudan de sustancia. Ya no seresisten a la velocidad; procuran alcan-zarla, deletrear su dictado, y el sigloxx desplaza el imperio de la morna porel de la cocana. Se trata de algo msque un sucedneo ante la banalidadde la existencia (ya Sherlock Holmesprefera los efectos de la coca a la es-tupidez de lo cotidiano); la cocanaprocura un extraordinario estmulomental, vigor y una capacidad de tra-bajo redoblada. No es extrao que seconvirtiera en la emperatriz inmediatade una sociedad que glorica el coe-ciente intelectual, la productividad y sesubleva frente a la inaccin.

    Puedo preguntarle si en este mo-mento se encuentra involucrado en al-guna investigacin?

    Ninguna. Por eso es que tomo co-cana. No puedo vivir sin hacer trabajar

    omisin, a la vigilancia del segun-dero. Un rebelde pasivo. No mira la

    hora porque no le parece necesa-rio. De algn modo, entiende queel reloj es tambin un smbolo. Esla familia, la industria, la sociedad,el deber. Obediencia y disciplinaritman, desde los monjes medie-vales, el orden en el reloj. Y el im-puntual es visto entonces como unparia, incluso como un traidor. Sele castiga, se le despide, se le retirala palabra. A nadie le est permiti-do permanecer absorto.

    Pero no es la impuntualidad otraforma de la prisa?

    Una voz en el radio dice que sonlas siete cincuenta y cinco. La cam-pana tocar a las ocho. Esa maa-na, que son todas las maanas delmundo, veo en m a la impuntualque ya soy. De pronto siento ansie-dad en las piernas, esa crispacinde los nervios, caracterstica de losanimales urbanos amenazados por

    la prisa. En el auto, las tres guar-damos silencio, como si mante-ner la boca cerrada nos ayudaraa llegar a tiempo. Afuera: el ruidode los clxones; adentro, el vahoen las ventanas y las secuenciaspublicitarias de la Hora Exactaque permanecen casi intactas en

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    el cerebro. Hay alguna otra cosa porla que valga la pena vivir, Watson?

    El lsofo y urbanista Paul Virilio haescrito que el proceso de aceleracindel mundo es irreversible, pero no poreso debemos renunciar a interrogarlo.Virilio mismo propuso la creacin deuna nueva ciencia, ladromologa, de-dicada al estudio y anlisis de la velo-cidad, es decir, a la comprensin deltrance descomunal en el que estamosmetidos desde que el Doctor Johnsoncomenz a correr sobre su carroza endireccin hacia la nada. La tarea pareceno slo fundamental sino urgentsima,como todo en esta poca ultra rpida,o el da menos pensado la realidad seextinguir frente a nuestras narices porexceso de velocidad, como ya sucedecon buena parte de nuestra existenciaque consiste en ir de un lado a otro sinparar, o sea, sin tiempo para vivir.

    Hemos de tener tiempo si es que que-remos entretenernos con relojes, es-cribi Ernst Jnger en su libro consa-grado al reloj de arena, el nico tipo dereloj que toleraba en su estudio, preci-samente porque nada tena que ver conel molesto tic tac de un mundo dema-siado ajetreado y demandante. Eltem- po del reloj de arena es, para Jnger, la

    mi memoria.Chocolates Turn, ri-cos de principio a n. La publicidad

    es as, indeleble. Sobre todo si seoye obsesivamente de camino a laescuela: Jabn del To Nacho desin- fectante de la piel y cuero cabelludo.Maestro mecnico, Marcos Carrasco, garantiza riguroso control de calidaden recticacin de motores. Aten-cin Reyes Magos! Bicicletas, moto-cicletas, juguetes, patinetas: CasasRadioamrica, Argentina # 44. Paramuebles ni hablar, slo Baltasar,la esquina que domina: Aldama yMina, Buenavista. De Sonora a Yuca-tn se usan sombreros Tardn. Por suregio sabor y deliciosa suavidad, lacerveza es Corona. XEQK proporcionala hora del Observatorio misma de

    Haste, un nuevo concepto del tiempo:

    Siete de la maana cincuenta y seisminutos. Siete cincuenta y seis.

    Qu experiencia inolvidable esdecir, traumtica la de escucharen tiempo real la precipitacin de

    los minutos en direccin haciala nada. En general, el paso deltiempo es una experiencia diferida;de pronto miramos el reloj y ya so-mos treinta aos ms viejos. Perocon los locutores de laXEQK , quecorran desbocados como los caba-llos del hipdromo, no haba ma-

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    representacin de nuestro tiempo msntimo, un tiempo que est vivo no

    slo en nuestros das de infancia, de vacacin o de jardn, sino vivo en lasprofundidades de nuestro ser, all en lohondo de l. Es el tiempo que pasa elhombre en su ocio o entregado a las ta-reas del espritu, como sucede en aquelgrabado de Durero,San Jernimo ensu celda, que muestra al santo absor-to en sus pensamientos mientras a susespaldas lo custodia, sin interrumpir-lo, un reloj de arena. Se necesita tiem-po para pensar, dice Jnger, y su librono es otra cosa que una dilatada re-exin, no exenta de melancola, sobrela prdida de la facultad de pensar, unaprdida asociada a la constante pre-mura de la civilizacin mecanizada.Quien vive completamente inmersoen este orgulloso mundo nuestro detitanes, en sus goces, sus ritmos, suspeligros, podr llegar a realizar grandescosas en l, pero lo que no podr haceres criticarlo.

    En un par de siglos, la velocidad se haconvertido en el gran absoluto alrede-dor del cual se organiza todo el siste-ma, desde las teoras cientcas hastala vida cotidiana, el trabajo, la edu-cacin, la comida, los sentimientos.El ritmo de la ciudad global, con su

    nera de escapar.Este n de semanaen el Hipdromo, Jessie y Colorido,

    no se pierda otras nueve espectacu-lares carreras. Por qu escuch-bamos laXEQK a todo volumen?Lo hacamos para angustiarnoso para distraernos de la angustia?En cualquier caso, ese era elnuevoconcepto del tiempo al que entrabacada maana por la ventana demis diez aos: la sincronizacinuniversal de los tiempos del siste-ma. Una dcada despus esa di-mensin temporal, denida por laurgencia y el cronmetro, se con-vertira en la forma organizadorade toda la vida cotidiana, las acti-vidades nancieras, el trabajo, lascomunicaciones, los afectos. El pla-neta del Tiempo Real. Desde queFrederick Winslow Taylor introdujoen el sigloXIX la administracincientca del tiempo en la fbri-ca (relojes que medan todas lasoperaciones de los obreros), has-ta la perspectiva hegemnica deltiempo real (la rpida transmisin

    y procesamiento de datos orien-tados a hacer transacciones en lamedida que se producen) nuestrosritmos se han plegado a la ticade la manufactura industrial cuyaconsigna es: mxima velocidad,mxima eciencia, mxima ganan-cia. De acuerdo a Nicholas Carr, en

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    horario 24/7 (a todas horas, todos losdas), nunca se interrumpe. Durante la

    noche, mientras Amrica duerme, lasredes cibernticas siguen dictando sumensaje desde el otro lado del mundoy, al despertar, la secretaria del depar-tamento de facturacin encontrar subandeja de entrada con toneladas decorreos electrnicos por responder,es decir, de trabajo acumulado. No esextrao que hoy el tiempo se haya en-cogido pavorosamente y la humanidadentera sienta que el da no le alcanza,que su ritmo, un ritmo demasiado hu-mano, ya no corresponde a las exigen-cias de una realidad dominada por elmpetu de la mquina digital y ordena-da bajo la cadencia insensata delstockexchange.

    No tengo tiempo para nada!, he aquel grito general de un planeta enfermode velocidad.

    Buscbamos el arte elemental de curaral hombre del frenes de los tiempos,eso era lo que queran Jean Arp y losartistas de dad al despegar el siglo xx,un siglo que empleara como ningnotro la fuerza de la velocidad no slopara democratizar el confort, sino paraarrebatrselo al mundo rpidamente,gracias a la capacidad destructiva de

    su libroQu est haciendo internetcon nuestras mentes? , la tica tay-

    loriana ha encontrado su mayorexpresin en el ciberespacio: unamquina diseada para la colec-cin, transmisin y manipulacineciente y automatizada de infor-macin. Como Taylor, las legionesde programadores del mundo seconcentran en disear un mtodoque aumente elrendimiento delas comunicaciones, es decir, queacelere el movimiento del trabajodel conocimiento. Esta es la horaHaste Haste de nuestra mente. Setrata de la colonizacin de nuestrocerebro por la mquina o al revs:hemos dispuesto que la mquinaavance a la velocidad de nuestrocerebro?

    Hace meses que enciendo mi com-putadora con cierto temblorcitoen los dedos, un deseo imperiososlo comparable al que senta enmi poca de fumadora. Cada doshoras (a veces, menos) reviso ob-

    sesivamente mis correos y las res-puestas o interacciones generadascon mis tuits. Abominaba facebook(esa encarnacin del tedio y elderroche del tiempo ms ntimo),pero de pronto sent que me volvaanticuada y misntropa y ahora meveo alimentando mi estatus dos o

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    Eso hemos llegado a ser: los ocinistasagotados de una velocidad autoritaria y

    omnipresente. Lo que hay en m es so-bre todo cansancio / un supremsimocansancio / simo, simo, simo, can-sancio, escribi lvaro de Campos,encarnacin del hombre con ojeras,expoliado por la velocidad. Yo, llenode todos los cansancios el cansancioanticipado e innito / el cansancio demundos por tomar un tranva.

    Como valor supremo de la economaturbo (con autopistas, super puertos,tneles, macro aeropuertos y trenes dealta velocidad viajando en todas direc-ciones a 300 km/h) la celeridad abs-tracta y loca ha perdido su dimensinhumana y el hombre est fuera de ritmo.Las avenidas se van poblando de som-bras nerviosas, una masa de semblantesaturdidos que han perdido su rumboy ya no quieren continuar. La era de larevolucin del microchip se ha conver-tido tambin en la era de los hombresexhaustos.

    Me he enterado recientemente de queal vocabulario de nuestros malesta-res se ha agregado un nuevo trmino:time-sickness,la percepcin obsesivade que el tiempo se desvanece, las ho-ras extra ya no bastan y es necesario

    tuit), pero que al poco tiempo seconvirti simple y llanamente en

    una nueva adiccin.

    Como escribo y trabajo en mi es-tudio, paso una buena parte delda frente a la pantalla. Ah, inm-vil, siento a diario el vrtigo de lacomunicacin instantnea, la co-nexin de cientos de miles de cir-cuitos neuronales cruzndose sintocarse en los ujos de la red. Bre-ves estallidos, diseminacin de lasfrases, pensamiento no lineal, con-tactos efmeros con las palabras deotros. Y un principio de seduccinimplcito. En general, la perspecti-va me parece extraordinariamenteestimulante. Quiz porque todaesta sociabilidad repentina con-trasta con mi habitual hermetismo.Me estar convirtiendo en otrapersona? Las redes sociales tienenel efecto del alcohol en las estastumultuosas: necesitamos una ms-cara para actuar de nosotros mis-mos. Y tambin: nos ataviamos para

    ser vistos, como animales en celo.Arreglamos nuestro perl, subimosfotos retocadas, procuramos frasesexcepcionales. Y en el camino seproducen altas dosis de dopamina,endornas y placer, recompensasaltsimas; porque la especie siem-pre ha premiado eso: la seduccin.

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    pedalear cada vez ms rpido paraseguir (no se sabe hacia dnde, no se

    sabe por qu). Un nuevo mal para estemilenio lleno de males nuevos, que po-dra llamarse tambin Sndrome delConejo Blanco o Sndrome de Ben- jamin (en honor a Benjamin Franklin,ese hombre infatigable que adems dehaber sido uno de los padres de Esta-dos Unidos, invent el pararrayos, ne-goci tratados con las confederacionesindias, form una milicia para cons-truir fuertes fronterizos, fund la pri-mera compaa de seguros, el primercuerpo de bomberos y el primer peri-dico independiente y dibuj la primeracaricatura poltica de su pas, y despusde todo eso an le qued tiempo, tal vez porque dorma menos de seis ho-ras diarias y viva bajo un horario es-trictamente reglamentado, de congu-rar la tica del trabajo que dominaraal mundo por los siglos venideros, enlibros comoTe Way to Wealth, dondeapunt: Pero cunto tiempo desper-diciamos en dormir!). No es extraoque en Estados Unidos, la patria de la velocidad, el malestar del cronmetrose haya convertido en pandemia, se-gn las estadsticas proporcionadas porel doctor Larry Dossey, quien acu eltrmino time-sicknessen 1982, despusde haber padecido l mismo los efectos

    Conectarse a la red es encender elartefacto de los apareamientos ilu-

    sorios. Y sin consecuencias reales.Internet es mejor que la pldora!Pero qu vulnerable es todavael ciberadicto al despertar de susexcesos, instalado en las nuevaspatologas del yo digitalizado, don-de rumia sin ayuda. Qu resacasinsoportables, unno va msque serepite al da siguiente del embota-miento, los dolores de espalda, loscalambres en el codo. Me he senti-do as alguna vez. Pero hay heridasms profundas que esas, un encie-rro denitivo, un olvido de s. En elcapitalismo de los ujos elderecho a desear es tambin elderecho aquedar insatisfecho.

    Lo que describo no es una sinto-matologa infrecuente, sino el ges-to cotidiano de cientos de miles depersonas alrededor del mundo: hedesarrollado un sndrome obsesi-vo-compulsivo, parecido al de losconsumidores incontinentes o los

    ludpatas, enfermedades del capi-tal y su maquinaria de seduccionesintermitentes. En mi pantallamulti-tasking reverberan en este momen-to dos tuits que tomo prestados,como resonancias de una mismaimpaciencia (y esa homogeneidades sospechosa): Se descompuso

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    ganado (el tiempo de los negocios).Ahorrar tiempo es ganar tiempo, y si

    el tiempo es oro, el que lo ahorra y logana se enriquece. Y dado que nuestrapoca ha obedecido como nunca la ex-hortacin de hacer dinero, se consideralegtimo y hasta admirable desaparecerla sobremesa y convertir el restauran-te en extensin de la ocina. Rendir atope, eso es la velocidad. Dejar la sies-ta. Quin entre los nuevos ascetas en-tregados a la sagrada causa laboral seopondra hoy a una nueva reforma: laabolicin del domingo?

    Es la hora de las grandes impaciencias, delos desquiciamientos prematuros. Y elda menos pensado, toca a la puerta,el burnout : el cansancio de todos loscansancios, el ltimo cansancio, des-pus del cual slo queda un gran va-co. Ningn afn ya, las manos ya notoman nada. Suena el telfono, nadieresponde. Elburnout es la postracinde un sistema nervioso exhausto, unaresaca por sobredosis de eciencia.Sndrome de Agotamiento Profesional.Sus efectos estn ms all de la fatigafsica, los dolores de cabeza, las lce-ras, los insomnios, las irritabilidades.El burnout es el preludio de la muertedel espritu, el alto precio que paganlos soldados del deber, fustigados por

    mi desintoxicacin en el ensayo, esporque su escritura me exige un

    retraso, una dilacin. En l, todotiempo real es diferido por la duda.Me aparta de la impaciencia y decualquier contingencia efmera. Medevuelve a mi elemento. Un ensa-yista en tuiter pagara lo que fuerapor haber callado. Conozco a uno,amigo mo, que borra sistemti-camente sus tuits. Ser porquetambin sospecha que la velocidadse ha convertido en nuestra mejorcoartada para no pensar?

    La mediana es rpida. El genioes lento, escribe Baricco enLosbrbaros. Ensayo sobre la muta-cin. Me importa ese libro, aunquesus estrategias retricas me hayanfastidiado un poco, porque escri-bo marcada por las dos tensionesque ah se describen: el carctercontemplativo, melanclico, soli-tario y lento de un mundo en vasde desaparicin, y el arribo de untemperamento lleno de nuevos va-

    lores entre los que se encuentranla rapidez, la espectacularidad, ladispersin electrnica, la disolucinde ciertas verdades y jerarquas,una revolucin tecnolgica querompe de repente con los privile-gios de la casta que ostentaba laprimaca del arte. S que podra

  • 8/12/2019 Escritos Para Desocupados

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    un reloj tirnico (cada vez ms horas,cada vez ms rpido, casi bien no es

    suciente). El cuerpo cansado es uncuerpo que se rebela, un cuerpo que seha puesto en huelga y deende su dere-cho a reposar. A travs del agotamien-to, el tiempo biolgico intenta impo-nerle un comps distinto al hombre deltiempo frentico; le dice: Detente....Pero elburnout es una alarma tocadaa destiempo, cuando el corredor ya seha desfondado y se ha convertido enun extrao de s mismo. Lo que sigueparece ms bien un freno intil, unfreno despus de la catstrofe. Ansiol-ticos para ralentizar un cuerpo inerte.Y entonces los mdicos aconsejan unacura de reposo que devuelva la vidaal paciente: conversar con los amigos,ir al cine, beber una copa de vino de vez en cuando, jugar con los hijos, en-sayar una nueva gimnasia amorosa,apagar el celular. Como han dejado deser hombres, los soldados de la ecien-cia requieren que sean otros quienesles recuerden que lo son.

    Algo semejante advirti Sneca so-bre el hombre ocupado, un personajeanmalo en la cultura latina: Pensarque existe gente que tiene que conaren otro para saber si est sentada! Unhombre as no es un ocioso, hay que

    volverme junkie de internet, instala-da en el ujo acelerado de las par-

    tculas, en la muerte de los afectosreales y el contacto fsico, el estadogrogui de una insensibilidad gene-ralizada, si no fuera porque creoque una vida sin reexin (y agre-go: sin cuerpo) no merece la penaser vivida. Ahora mismo busco enGoogle la frase de Scrates y la en-cuentro a toda velocidad. No he te-nido que pararme de mi asiento nibuscar penosamente en losDilo- gos de Platn, perder el tiempo. Yase asoma la brbara que hay en m,porque vivo simultneamente endos ritmos contradictorios, la lenti-tud y la velocidad, el humanismo yla tcnica, y as viajo cada da, lejosdel confort de una y otra, siemprecon un pie fuera del vehculo, comolos usuarios de los peseros en laciudad de Mxico, listos para des-cender en plena marcha.

    En la velocidad hay una paradojaineludible donde se combinan el

    placer y la catstrofe. Del otro ladode esta pgina hablo de la cats-trofe; aqu he tratado de describirel placer.

    La belleza marcha de prisa, lenta-mente, escribi Cocteau enOpio.Diario de una desintoxicacin. Todo

  • 8/12/2019 Escritos Para Desocup