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44 45 La importancia del cine y la televisión en la trayectoria de Pablo Iglesias y Podemos es de sobra conocida, pero ¿qué hay más allá de sus estudios políticos de cine y series? ¿Qué políticos ha seguido con tanta pasión, como si fuera un episodio de Juego de tronos? Charla con un hombre que dejó de ver series con papel y boli para verlas con una cerveza, «por desgracia». POR PIERRE BOISSON Y FERNANDO GANZO FOTOS : DANI GAGO ES TODO UN TRATADO DE SOCIOLOGÍA » PABLO IGLESIAS T u compromiso político empezó muy joven, ¿pero hay películas que te hayan marcado antes de tener esa conciencia? Mi pasión política por el cine llegó después de la pasión política a secas. Empecé a militar a los 14 años y, claro, había visto ya películas políticas gracias a mis padres pero fue sobre todo des- pués de acabar Derecho, y sobre todo durante el doctorado cuando empecé a interesarme mucho más por el cine político y el análisis político del cine. Sí que hubo películas que marcaron mi infancia y de las que se podría extraer un signicado político, sin duda, como La historia interminable, que me entusiasmaba. Es cierto que lle- gué muy pronto a ciertas películas, como las de Eisenstein, pero El acorazado Potemkin y Octubre resultaron fascinantes para mí mu- cho más tarde, estudiando lo que signicó el cine soviético como proyecto artístico, estético y político. Llegué mucho antes a las manifestaciones que al cine, y al interés político por el cine. Mi mirada inicial de una película, como la de todo el mundo, es la de un espectador puro. Pero después me di cuenta de que se podían construir herramientas para analizar el cine políticamente. Eso fue lo que hice siendo profesor en la universidad en cursos especícos de análisis político del cine. ¿Para qué servían esos cursos? En un primer momento, para comprender la política a través del cine. Hay que entender una cosa. El primer día de clase, pedía a todos mis alumnos que escribieran en una cha sus cinco películas y sus cinco novelas favoritas. Me di cuenta de que tenían una for- mación literaria bastante escasa, muchos incluso tenían dicultades para citar cinco novelas que hubieran sido importantes para ellos, por no hablar de los que se limitaban a incluir las lecturas obliga- torias del bachillerato. Sin embargo, en lo que se reere al cine, tenían una formación muy buena: habían visto mucho cine y tenían muy buen gusto. Me di cuenta de que podía utilizar el cine para explicar conceptos políticos complejos: la identidad, las relaciones de género o de clase, cómo se construyen las naciones histórica- mente… En un segundo momento, podíamos explorar el análisis político del cine: los mensajes transmitidos por el cine de forma explícita o implícita. Un ejemplo, el género y los gender studies: Mad Men permite que los alumnos entiendan la dominación pa- triarcal en el contexto norteamericano de los años 50 y 60, y ver también cómo se manifestaba en el cine de aquella época. Trabajar estas cosas con los estudiantes era muy interesante. Es decir, por ejemplo: ¿un concepto como el de «género» es comprendido por los estudiantes mucho más fácilmente mediante Mad Men que mediante la teoría? Exactamente. Porque los estudiantes hoy tienen una enorme for- mación audiovisual. Aunque ellos mismos no lo sepan. Compren- den todas las claves del lenguaje audiovisual: han visto mucho cine, muchas series, mucha televisión. Tienen muy buen gusto y se <<The Leftovers>> EXTRA

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La importancia del cine y la televisión en la trayectoria de Pablo Iglesias y Podemos es de sobra conocida, pero ¿qué hay más allá de sus estudios políticos de cine y series?

¿Qué políticos ha seguido con tanta pasión, como si fuera un episodio de Juego de tronos? Charla con un hombre que dejó de ver series con papel y boli para verlas con

una cerveza, «por desgracia». POR PIERRE BOISSON Y FERNANDO GANZO – FOTOS : DANI GAGO

ES TODO UN TRATADO DE SOCIOLOGÍA »

PABLO IGLESIAS

T u compromiso político empezó muy joven, ¿pero hay películas que te hayan marcado antes de tener esa conciencia? Mi pasión política por el cine llegó después de la pasión

política a secas. Empecé a militar a los 14 años y, claro, había visto ya películas políticas gracias a mis padres pero fue sobre todo des-pués de acabar Derecho, y sobre todo durante el doctorado cuando empecé a interesarme mucho más por el cine político y el análisis político del cine. Sí que hubo películas que marcaron mi infancia y de las que se podría extraer un significado político, sin duda, como La historia interminable, que me entusiasmaba. Es cierto que lle-gué muy pronto a ciertas películas, como las de Eisenstein, pero El acorazado Potemkin y Octubre resultaron fascinantes para mí mu-cho más tarde, estudiando lo que significó el cine soviético como proyecto artístico, estético y político. Llegué mucho antes a las manifestaciones que al cine, y al interés político por el cine. Mi mirada inicial de una película, como la de todo el mundo, es la de un espectador puro. Pero después me di cuenta de que se podían construir herramientas para analizar el cine políticamente. Eso fue lo que hice siendo profesor en la universidad en cursos específicos de análisis político del cine.

¿Para qué servían esos cursos? En un primer momento, para comprender la política a través del cine. Hay que entender una cosa. El primer día de clase, pedía a

todos mis alumnos que escribieran en una ficha sus cinco películas y sus cinco novelas favoritas. Me di cuenta de que tenían una for-mación literaria bastante escasa, muchos incluso tenían dificultades para citar cinco novelas que hubieran sido importantes para ellos, por no hablar de los que se limitaban a incluir las lecturas obliga-torias del bachillerato. Sin embargo, en lo que se refiere al cine, tenían una formación muy buena: habían visto mucho cine y tenían muy buen gusto. Me di cuenta de que podía utilizar el cine para explicar conceptos políticos complejos: la identidad, las relaciones de género o de clase, cómo se construyen las naciones histórica-mente… En un segundo momento, podíamos explorar el análisis político del cine: los mensajes transmitidos por el cine de forma explícita o implícita. Un ejemplo, el género y los gender studies: Mad Men permite que los alumnos entiendan la dominación pa-triarcal en el contexto norteamericano de los años 50 y 60, y ver también cómo se manifestaba en el cine de aquella época. Trabajar estas cosas con los estudiantes era muy interesante.

Es decir, por ejemplo: ¿un concepto como el de «género» es comprendido por los estudiantes mucho más fácilmente mediante Mad Men que mediante la teoría? Exactamente. Porque los estudiantes hoy tienen una enorme for-mación audiovisual. Aunque ellos mismos no lo sepan. Compren-den todas las claves del lenguaje audiovisual: han visto mucho cine, muchas series, mucha televisión. Tienen muy buen gusto y se

<<The Leftovers>>E X T R A

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insertan en ese lenguaje de forma muy natural. Esto abre un campo de trabajo totalmente nuevo, en mi caso, para la ciencia política, que es a lo que yo me dedicaba. Podías llegar muy lejos con los estu-diantes. Todos los textos académicos, incluso los más complejos, eran comprendidos de forma mucho más fácil si previamente habíamos utilizado el cine para explicar ciertas cosas.

Y durante tu carrera política, ¿el cine te ha resultado útil? Tuve sobre todo la suerte de haber hecho teatro amateur y tener una mínima formación actoral, conocer un poco los métodos más clási-cos pero también el teatro político, las técnicas brechtianas o pisca-torianas. También había hecho el primer año de un curso en una academia para aprender técnicas básicas cinematográficas, de foto-grafía, de guion, de montaje, hacíamos cortometrajes, más adelante creé emisiones televisivas y presentaba tertulias… Y está claro que todo eso me fue tremendamente útil en la política, sobre todo para comprender la importancia de la naturalidad. La comunicación au-diovisual es más importante que nunca en la política, es obvio: no ha dejado de serlo cada vez más desde el debate Nixon – Kennedy. En el parlamento, por ejemplo, los reglamentos están pensados para ponérselo fácil al que gobierna: es muy difícil hacer una réplica, por ejemplo, interactuar. Y ciertos formatos audiovisuales han aportado algo muy importante para la democracia: tener que enfrentarse al escrutinio de la gente de forma mucho más clara.

¿Y qué políticos te han impresio-nado por su fuerza audiovisual, actuales o pasados? Independien-temente de su ideología, una de las figuras que más me ha impre-sionado es Charles de Gaulle. Es increíble a muchísimos niveles.¡Eso es sorprendente! Vale, es cierto que la política es un poco como el cine: a veces, salvos los grandes clásicos, las formas evolucio-nan mal, o «envejecen» mal. Pero el gaullismo es un fenómeno político clave para entender la historia política de Francia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. La presencia del General de Gaulle marca a todos los políticos franceses y es imposible que a un presi-dente de la República no se le compare con de Gaulle. ¡Y casi todos salen mal parados! Incluso una personalidad tan enorme como la de Mitterrand tendría muchas dificultades a la hora de ser compa-rado históricamente con Charles de Gaulle. En el caso de España, Felipe González, Adolfo Suárez o Santiago Carrillo, con estilos muy diferentes, son muy interesantes. En la izquierda abertzale, Jon Idigoras es impresionante como comunicador, sobre todo viéndolo desde el presente. Julio Anguita era una cosa tremenda en la época. Manuel Fraga tenía una performance muy particular también. Me hubiera encantado debatir con algunos de ellos.

A la hora de filmar a los políticos, hay un formato próximo del reality que se ha puesto muy de moda: seguir a un candidato 24 horas al día e intentar mostrar lo que pasa «en la cocina». Fernando León de Aranoa hizo algo parecido con vosotros con Política, ma-nual de instrucciones. ¿Es difícil mantener el compromiso con esa transparencia total?

Me enamoré de la idea de la película cuando me la explicó, no tanto como hombre político sino como cinéfilo. Tenía ganas de ver eso. De hecho, creo que la película abusa demasiado de la entrevista. A fin de cuentas, la entrevista con un dirigente político es algo relati-vamente fácil de conseguir, cualquiera puede hacerlo, basta con pedírnosla, es algo propio del documental político clásico. ¡Pero la gracia de lo que estaba haciendo Fernando era precisamente todo lo demás! Que la cámara esté presente durante momentos cruciales. Por ejemplo, para mí lo mejor de esa película es Vistalegre 1: ver la sala de máquinas, los debates entre los diferentes sectores. Eso es una maravilla, es irrepetible, y se había hecho muy pocas veces en el cine. Ahí es donde la palabra del dirigente no está mediada por un relato o por su propia habilidad mediática.

A la pregunta «¿cómo filmar la política?», ¿responderías entonces que esa es la mejor opción? ¿Filmarlo todo constantemente? Permite captar una parte. No hay una verdad que abarque toda la política. Sobre todo, es que ya estamos en una épica en la que prác-ticamente todo está filmado. ¿Qué es lo que no está filmado y qué podría tener interés? Los grupos de conversación de Telegram o de WhatsApp. ¿Es bueno para los políticos? Yo creo que no, nadie querría que le vieran esas conversaciones. Pero el guionista que

tuviera acceso a esos elementos tendría un material impresionante para nove-lar la política y, por lo tanto, para acer-carse a la verdad. Por no hablar de los historiadores o periodistas del futuro.

Entonces, para ti, ¿hay que hacer películas políticas o hacer pelícu-las políticamente? A ver, hay que saber que soy un parti-dario del estilo narrativo hollywoo-diense. El cinéma vérité o el cine soviético, por ejemplo, me parecen muy interesantes para estudiarlos y pueden alcanzar logros estéticos y for-males mayores. Pero se alejan de algo que a mi juicio es muy importante en el cine: su carácter de masas. ¿Me gus-ta Jean-Luc Godard? Sí, mucho. ¿Puede el cine de Godard tener una

influencia social? Tal vez entre un público iniciado. No soy elitista, me gusta el cine capaz de conmover y transmitir la pasión política a millones de personas. Me gusta mucho por ejemplo el cine de Ken Loach por esas razones, por su narración sencilla y nada eli-tista. Bertolucci, también, si dejamos de lado sus oscuridades sexuales que siempre tienen que aparecer de alguna manera y que siempre envejecen mal. Pero Novecento es una obra maestra, una película muy importante y que sirve para entender de forma acce-sible a esa Italia de la épica, con su partido comunista, su democra-cia cristiana, los años previos al fascismo, con las vanguardias, el futurismo… Si me dieran a elegir entre un cine de una enorme calidad estética y un cine más convencional pero más popular, pre-fiero el segundo.

¿Pero no es una forma de ver el cine sólo como un instrumento? No sólo como instrumento. El cine es un producto cultural, como la literatura. La palabra instrumento tiene una carga negativa,

« ¿CÓMO VAS A ESCANDALIZAR A JÓVENES NACIDOS EN LOS 90

FILMANDO AL DIABLO?»

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«instrumentalizar el cine», dejando de lado el placer al margen de todo. No creo que eso sea algo bueno. Pero sí me parece que el cine puede ser un dispositivo cultural valioso para el cambio político. The Wire, por ejemplo, que es una obra maestra, es una serie que debería ver todo el que se dedique a la política. Una serie en la que el protagonista es la ciudad, en la que aparecen las relaciones so-ciales descritas a la perfección. El cine, como la literatura en su momento, puede servir para formar sociedades mejores.

Otra serie que te gusta mucho a primera vista menos «útil» que The Wire es The Leftovers…Me encanta, acabo de terminarla. En realidad es todo un tratado

de sociología sobre qué ocurriría en una sociedad si desapareciese

el 2% de la población. Es una serie que apuesta mucho por esos

momentos de emoción máxima, que te hace llorar, en la que la

tensión emocional es enorme, pero hay temas de actualidad polí-

tica fundamentales como la religión, la familia, la organización

social en una pérdida de certezas. La historia de The Leftovers

permite reflexionar sobre nuestra época. Lo mismo: acabo de ter-minar The Handmaid’s Tale, basada en una novela de los ochenta

de Margaret Attwood que no había leído y que es impresionante.

Una distopía sobre una teocracia patriarcal en los Estados Unidos.

Y sin embargo, son dos series para todos los públicos y de gran

éxito. Cuando trabajaba en la universidad, veía el cine y las series

tomando notas en un bloc. Ahora digamos que, por desgracia, el

bolígrafo ha sido reemplazado por una cerveza. Las series, las veo

cenando. Aunque reflexiono, aunque me guste interactuar en las redes sociales, ya no le puedo dedicar el tiempo intelectual que le

dedicaba antes. Aún así, cuando una serie me gusta, intento docu-

mentarme, buscar artículos sobre el tema.

¿Y esa falta de tiempo para ver películas y series por culpa del ritmo de vida de la política, es algo que te preocupa? ¿Crees que puedes terminar cortándote un poco de la vida cultural real de la gente? Es curioso, a veces recibo críticas porque leo y porque veo cine y

series. Me gusta mucho leer y ver películas y sobre todo compar-

tirlo y debatirlo en las redes sociales. Y a menudo me dicen: «¡Con la situación que estamos viviendo y tú viendo series o leyendo

libros de historia!» ¡Pero si no, no podría hacer lo que hago! No concibo las responsabilidades políticas sin tener tiempo para la

literatura y para el cine. Es absolutamente imprescindible. Alguien

con responsabilidades políticas que no alimente culturalmente su

mente es como un deportista que no vaya al gimnasio. Hay que

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entrenarse. Por eso procuro reservarme tiempo para eso. Para mí, descansar es estudiar. ¿A qué me dedico los fines de semana o en las vacaciones de verano? A leer. Los días más desesperantes para

mí son esos en los que solo tienes reuniones y no puedes leer ni

ver nada.

Sobre esas cinco películas que pedías a tus estudiantes, ¿había algún nombre que surgiese con más frecuencia? ¿Algo que te permitiese identificar a esa generación culturalmente? No sabría decirte… Tarantino gustaba mucho a esa generación pero ya era el caso de la mía. En el terreno español, Álex de la

Iglesia es muy generacional. Un tipo que ha logrado hacer un cine

absolutamente español, que representa el feísmo español mejor

que nadie, a través de un género que, creo, es el suyo, la comedia

negra, pero con un ritmo y un montaje tarantinesco. No es Berlan-

ga, no es Bardem. Es otra cosa. Y creo que ahora en España se está haciendo un

cine magnífico.

¿Por ejemplo? Un buen síntoma es que en general los

últimos premiados de los Goya son

magníficos. Hay una película que es una genialidad de la que quizás sea la mejor

directora española, Paula Ortiz, basada en Federico García Lorca (La novia,

ndlr), que es una verdadera proeza esté-

tica. Creo que dentro de 25 años se se-

guirá estudiando en las academias de

cine. Respecto a las series, si dan la sen-

sación de estar lejos de lo que produce

HBO o Netflix, se debe básicamente a una cuestión de dinero, no de talento. En lo que se refiere a actores, directores, guionistas y equipos técnicos, particularmente los direc-

tores de fotografía y operadores, el nivel es maravilloso. Lo que

falta es apoyo al cine. Ayer vi el primer episodio de The Young

Pope, de Sorrentino. Y ahí ves a Javier Cámara, con una gran pro-

ducción detrás, con HBO, Canal + y Mediapro detrás, y... madre mía, qué actor. Juan Diego Botto aparece en una serie americana de la que he visto la primera temporada Buena conducta, en la que interpreta a un asesino a sueldo y que es genial. Cuando hay recur-

sos, se puede apreciar la calidad de los actores que tenemos.

¿Pero falta por ejemplo una película generacional, en Es-paña, como puede ser una película que empleabas mucho en tus clases, El odio? ¡La Haine! Es un antes y un después. Una película de culto. Fui a verla al cine en su día con los amigos y salimos todos alucinando.

Hay un antes y un después de El odio. Una película del año 95 que

se adelanta a su tiempo, que anticipa todo lo que pasaría en los

suburbios franceses en 2005 y las tensiones sociales. La usaba

mucho en clase para explicar la geografía política. Hay un momen-

to en que los tres protagonistas están en el barrio y un equipo de

televisión llega y no se atreven a bajar del coche, y les dicen: «¿Te crees que esto es un safari y que estás filmando animales?» ¡Eso es la geografía del poder! La tensión que hay en la película entre

el centro y la periferia: cada vez que los muchachos llegan al centro, más burgués, se ven rechazados policial y culturalmente: el contraste en la secuencia de la galería de arte entre los chavales

de la banlieu y los bobos, los burgueses, está perfectamente

reflejado. La película es una joya que explica perfectamente las relaciones de clase y etnoculturales en el seno de París, una de las ciudades más importantes del mundo. Hubo un intento de Fernan-

do León de Aranoa, Barrio, que a mi juicio es una versión española de El odio. Pero puede que la película generacional española esté aún por hacer. No puedo contarlo en realidad, pero hay un actor español, muy conocido, que también dirige y escribe, que está

preparando el guion de una película que, si consigue hacerla,

puede que sea la película que hable realmente de este último pe-

riodo histórico en España. ¡Pero no puedo decir más porque es alto secreto!

¿Qué otra película política ha sido importante en tus cursos? La batalla de Argel. Posiblemente la mejor película política de la historia. La mejor. Hasta tal punto que ha sido utilizada por el

ejército de los Estados Unidos para for-

mar a sus oficiales en Irak. ¡Tremendo! ¡Una película dirigida por un comunis-

ta! Pero con razón: es una obra maestra para comprender al mismo tiempo el

colonialismo, las luchas de liberación

nacional y la guerra asimétrica, con el

nacimiento de un nuevo tipo de enfren-

tamiento que sería determinante en Ar-

gelia y en Vietnam. Hay que ver el

realismo de las conferencias del coronel

Mathieu, basado en el verdadero coro-

nel Bigeard que sirvió durante la guerra de Argelia, explicando claramente lo

que significa la tortura como instrumen-

to político.

En su día dijiste encontrar incohe-rente que se hagan homenajes a Buñuel y que debería estu-diarse más las películas de Paco Martínez Soria por decir más sobre una España concreta. ¿No es un poco dejar de lado la fuerza subversiva de lo intemporal y quedarse con lo circunstancial? Ojo, me entusiasma Buñuel. Es un genio absoluto. Después de Un perro andaluz, lo que hace Buñuel en tiempos de Franco con Viri-diana, Tristana, son lo mejor que se ha hecho, e incluso en Francia,

El discreto encanto de la burguesía. Pero recuerdo que cuando ponía a mis alumnos Simón del desierto, su película sobre Simón el Estilita, mis alumnos se morían de la risa. No les provocaba ni escandalizaba, como buscaba en su día Buñuel. ¿Pero cómo vas a escandalizar a jóvenes nacidos en los 90 filmando al diablo? Nues-

tra generación sí, pero la educación sexual y cultural actual ya no

tiene nada que ver. Buñuel sigue siendo un genio, pero no es tan subversivo. Sin embargo, por poner otro ejemplo, el cine quinqui, tiene el valor de enseñarnos una realidad de los años 80 en nuestro

país ha sido invisibilizada por la cultura oficial. Creo que es algo muy sabroso. Cierto, no se puede comparar, Buñuel y el cine quin-

qui son cosas diferentes y no tendría sentido tener que elegir. Me

entusiasman los dos. Pero hacer hoy homenajes a Buñuel, hombre, ¿no es un poco tarde ya? A Buñuel había que darle homenajes cuando metía el dedo en el ojo. El cine español tiene todavía cuen-

tas pendientes. •

«OJO, ME ENTUSIASMA BUÑUEL. ES UN GENIO

ABSOLUTO.»

Luis Buñuel en el rodaje de Simón del desierto

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