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Era un día lluvioso del mes de octubre y, como cada domingo, me dirigí a ver a mis

abuelos paternos a la calle Consolación, donde viven desde hace casi cuarenta años.

Al entrar me resbalé en el patio y mi abuela me pidió que subiese a la cámara a coger

la vieja estera que pone en la entrada. Nada más subir a la cámara no pude resistir la

tentación de abrir la puerta en la que se encuentra el antiguo estudio de mi padre.

Libros de todas clases se apilan en viejas estanterías de madera vencidas por el peso.

Una mesa de estudio situada frente a la ventana y un baúl colocado en un rincón,

además de un viejo sillón, componen el mobiliario de la estancia.

Una vez dentro, ¡todo es tan diferente…! me inundan sensaciones muy variadas,

ráfagas de emoción, es como si entrara en otro mundo y no puedo evitar curiosear en

los libros; un impulso irrefrenable me empuja a abrir el baúl. Una manta cubre algunos

objetos, entre ellos: un candil, un retrato antiguo de una joven y un cuaderno

manuscrito en cuya portada se lee: “Diario”. El cuaderno está muy deteriorado por la

humedad, y al abrir al azar una página, en la primera línea aparece una fecha: “2 de

septiembre de 1885”.

Comenzaba a leer las primeras páginas cuando la voz de mi abuela me devolvió a la

realidad de buscar la estera. Sin pensarlo, cerré el diario y lo introduje en mi bolso,

bajé las escaleras y, aunque estaba aturdida, me fue fácil salir del paso.

A lo largo de este invierno he ido aprovechando momentos de mi tiempo libre para

recuperar el texto del viejo diario, intentando reconstruir retazos de una vida tan

lejana…

15 de Junio de 1885. Nada más levantarme, le he preguntado a Mª Rosa que si hoy puedo cambiar el orden de las tareas y hacer primero algunos recados y, de paso, dar una vuelta por mi casa, pues hace varios días que mi madre no se encuentra muy bien. - Me parece muy bien y quiero que la saludes de mi parte - me ha respondido.

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Mª Rosa es una mujer generosa y, desde que llevo sirviendo en su casa, se pueden contar, con los dedos de la mano, los días que se ha enfadado conmigo. Esta mañana he tenido suerte, pues al llegar a mi casa me he encontrado con mi padre y mis hermanos, como el tiempo es tan caluroso, no han salido al campo. Hemos hablado un poco de todo y padre me ha dicho que andan un poco preocupados con el constipado de madre, pues se le ha agarrado al pecho y tiene una tos que no le deja descansar ni de día ni de noche. Estoy segura de que mi padre se ha quedado esperando que le dijese que iba a hablar con D. Amador, el médico, pues en los dos años que llevo en su casa pocas veces nos ha visitado. Yo prefiero hablar primero con Mª Rosa y que sea ella la que se lo deje caer. Al mediodía, cuando Mª Rosa me ha preguntado por mi madre y le he contado lo que pasaba, me ha dicho que D. Amador estaría encantado de visitarla pero quiere que yo lo acompañe para que, al mismo tiempo, me lleve la tela que ha comprado para bordar una sábana. Mi madre, en los pocos ratos que tiene, borda; y no es porque yo lo diga, pero tiene tan “buenas manos para las labores” que la gente queda muy satisfecha con los encargos. Yo reconozco que tengo poca paciencia y no acabo de cogerle el gusto a la aguja y al dedal; sin embargo, la tarde que tengo que ir a lavar a la acequia, cojo mi canasto con la ropa y el jabón y voy tan contenta. Casi siempre coincido con mi mejor amiga; tenemos acordado juntarnos en la acequia de arriba y colocarnos debajo del primer sauce del lavadero… Mientras lavamos, hablamos y así es como me he enterado de que fue en las ferias pasadas de 1884 cuando comenzó a salir con Antonio, y que, precisamente, su novio fue uno de los que limpió la acequia de arriba abajo, desde las Puentecillas del Arca hasta el puentecillo de Ledaña. Acababa de dar las cinco el reloj de la Plaza, cuando D. Amador me ha dicho que lo acompañase para ir a visitar a mi madre. No tardo ni medio minuto D. Amador - le he respondido. Bajábamos hasta el Barrionuevo caminando a buen paso cuando D. Julián Gómez Vidal, el alcalde, se ha acercado y le ha preguntado a D. Amador si seguía en pie la reunión de la noche en su casa, a lo que le ha respondido que a la hora acordada. Mi madre ya tendría que estar un poco mejor con los días que lleva guardando reposo y D. Amador quiere asegurarse de que no ha contraído la tuberculosis. Me siento preocupada e inquieta. 17 de Junio de 1885. Estos días en la casa tengo más faena de la habitual, pues con tantas visitas de personas importantes, quiero que todo esté en orden. Comentan por el pueblo que el médico tiene más trabajo que nunca y que hay que hervir el agua para evitar diarreas. Esta mañana, cuando he ido al horno de la Plaza a cocer el pan, me he encontrado en las cuatro esquinas con varias vecinas que esperaban a que Benito, el pregonero, diese el bando del alcalde. Yo también me he detenido al escuchar el cornetín de Benito, que de inmediato ha comenzado a decir: “Por orden del señor Alcalde se hace saber…” De nuevo, ningún viajero ni forastero puede entrar en el

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pueblo, todos los hombres tienen que vigilar las entradas del pueblo, de dos en dos, en turnos de 24 horas y la ermita de San Antón será el lazareto. 3 de agosto de 1885. Antes de que comenzase a calentar el sol he sacado agua del pozo para lavar la ropa. Doña Rosa dice que no es conveniente ir a lavar al lavadero, que todas las precauciones son pocas. Nada más colocar la losa en la gaveta y ponerme a lavar me ha parecido oír la voz de mi madre pero yo he continuado con mi tarea. Nada más irse, Mª Rosa ha venido a mi encuentro: - Ha venido tu madre a traerme esta toalla, ¡benditas las manos que tiene!, - No hacía falta que trajese nada, lo importante es verla tan recuperada. - No ha querido detenerse porque tenía prisa, pues hoy tu hermano viene a comer, ya que lo han avisado para que vaya a limpiar la acequia (desde las Puentecillas del Arca hasta el puente de Los Frailes), junto con Nicolás y otros seis mozos. 16 de agosto de 1885. Estas semanas ni siquiera he tenido ganas de escribir. Aquí, en el número 4 de la calle Oma, no sólo es D. Amador el que está más serio que un tabique, cada uno tiene sus motivos. Todo el pueblo anda revuelto y asustado porque desde Cuenca han ordenado levantar el cordón sanitario y el riesgo de que el cólera llegue aumenta. En todo el pueblo se comenta que este año no va a haber ni feria. He recibido una carta de mi prima, que vive en las Huertas de Consolación y dice que no va a venir. Tampoco vendrán mis amigas que están sirviendo en Albacete ni Rafael, que me había prometido que iba en serio conmigo. 9 de septiembre de 1885. Hasta ahora nunca había pensado en la muerte y nunca había tenido tanto miedo. ¡Qué desgracia! Todo ha sido tan rápido… Esta mañana han venido a avisar a D. Amador para que bajase a casa de mi vecina Eduvigis y al caer la tarde han doblado las campanas. Todo el pueblo está en silencio. Ha muerto mi amiga Eduvigis y su vecina la pequeña Dorotea. D. Amador me ha estrechado la mano y ha confirmado que ha muerto de cólera y que hay que extremar las precauciones. 20 de septiembre de 1885. Está anocheciendo, el día es apagado. El color plomizo del cielo y la lluvia me obligan a usar el paraguas para ir a hacer la compra. Desde que no cocinamos verdura, los niños comen mejor que nunca. Si fuera por ellos todas las noches cenarían huevos y patatas fritas. Al pasar por las cuatro esquinas me he cruzado con el cura que venía del cementerio y me ha dado un recado para D. Amador. En la calle se hacen pequeños corrillos y todo el mundo habla de lo mismo: el

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cólera se ha llevado a la María del Picazo y sus dos hijos. Tengo mucho miedo, no puedo dormir. ¡Que sea lo que Dios quiera! 25 de noviembre de 1885. Hace una semana que ha dejado de llover y los tejados se ven blancos con la primera escarcha, las chimeneas de las casas humean desde primera hora de la mañana y las calles están llenas de barro. El pequeño Julio ha empezado hoy a ir a la escuela de D. Joaquín y me ha costado dejarlo llorando. Al pasar por la plaza he visto al alcalde, D. Julián, que le encargaba a Miguel, el alguacil, ir a la ermita de San Antón y quemar los colchones y sábanas usados en el lazareto, pues desde hace mes y medio no ha habido más casos de cólera. Al salir del horno, de pronto, las campanas han comenzado a doblar, lo que me ha dejado sobrecogida, porque la forma de sonar parecía diferente; y en el balcón del Ayuntamiento Paulino, el secretario, se apresuraba a atar la bandera con una cinta negra. El rey Alfonso ha muerto de tuberculosis a

los 27 años. Esta recuperación ha movido mi ánimo: tengo la sensación de que mi trabajo no ha

concluido. El interés y la curiosidad científica me ofrecen una apasionante tarea de

investigación: ¿Cuál es el origen del cólera?, ¿En qué consiste?, ¿Cómo se trasmite?,

¿Podemos hablar de epidemia?, ¿Cuántas personas murieron a causa de esta

enfermedad?, ¿Existió alguna vacuna para combatirlo?, ¿Cómo llegó a Iniesta?

He aquí las respuestas a estas preguntas:

El cólera, enfermedad habitual desde tiempos remotos en la India (se conoce como

«enfermedad de los hijos del Ganges»), se considera la enfermedad epidémica que

más zonas ha asolado. Hasta los inicios del siglo XIX no hace su aparición en Europa,

llegando en 1823 a orillas del Mar Caspio. Ésta primera pandemia, vino seguida de

otras cuatro a lo largo del siglo y la explicación de que el cólera morbo no hubiera

traspasado antes sus límites territoriales debe buscarse en su corto período de

incubación y la lentitud de las comunicaciones. El comercio y la mejora de las

comunicaciones representaron el vehículo que extendió al vibrio del cólera por todo el

mundo.

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El cólera es una infección intestinal aguda producida por la bacteria Vibrio cholare, del

grupo Gram negativo, que ataca al epitelio intestinal causando fuertes diarreas y

vómitos que, finalmente, provocan la deshidratación del enfermo. Cuando esta

sintomatología no se trata con la rapidez suficiente, la pérdida de líquidos y sales en

el organismo puede, en pocas horas, poner en peligro la vida del enfermo. La

enfermedad frecuentemente se presenta en forma de brotes epidémicos. El

mecanismo epidemiológico del cólera es la contaminación de las aguas y alimentos a

través de las ropas y de las heces de las personas contaminadas, ya que la salida del

agente infeccioso es el ciclo ano-boca.

En 1882 una circular del Gobernador civil de la provincia de Alicante había alertado

sobre la presencia de la enfermedad en Filipinas y Cochinchina; de manera

sorprendente y a través de buques procedentes de Bombay, un año después

aparecían los primeros brotes en los puertos franceses de Tolón y Marsella, de donde

pasó a Italia. En agosto de 1884, a pesar de las medidas gubernamentales adoptadas,

en el vapor “Buenaventura” llegan gérmenes del cólera al puerto de Alicante, siendo

patentes los efectos de la epidemia en algunos pueblos del sur de la provincia de

Alicante, en especial en poblaciones como Elche, Novelda o Monforte. En el verano

de 1885 la epidemia se extiende desde Valencia al centro de la península, adquiriendo

gran virulencia en Aragón, Valladolid, Madrid y el levante español, con un total de

119.493 muertos a causa del germen.

Tras la identificación de la bacteria causante de la enfermedad por el doctor Koch en

1884, el doctor Jaime Ferrán y Clúa centró su investigación en conseguir una vacuna

anticolérica y, por primera vez, una vacuna inmunizaba a seres humanos frente a una

enfermedad bacteriana. El gobierno le permitió probar la efectividad de la vacuna y,

además de inyectarla a su propia familia, Ferrán la inoculó a 30000 personas de la

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comarca valenciana de Alcira. La polémica científica desatada acerca de la fiabilidad

de la misma frenó su difusión al sembrarse la duda de su eficacia por parte de los

científicos reunidos en el Ateneo.

En Iniesta, según datos del Registro Civil, a partir del día 15 del mes de agosto de

1885, aparecen varias muertes por cólico y gastroenteritis, no sólo de niños, sino

también de personas mayores de edad. El día 9 de septiembre de 1885 el médico de

la localidad D. Amador López certifica la muerte de Dorotea Muñoz por cólera morbo

asiático. Hasta el día 3 de octubre se registran trece fallecimientos (siete de niños

menores de 10 años -cinco de ellos niñas- y seis de personas mayores de edad -cinco

mujeres y un hombre-). De las personas mayores no aparece la edad pero sí que las

mujeres se dedicaban a las tareas propias de su sexo y que el hombre era labrador.

Once de los fallecidos vivían en la zona del Barrionuevo y los otros dos, en la calle

Santiago y en la Calle Cerrada.

El caso más grave se produce el día 20 de septiembre cuando muere una mujer y sus

dos hijos y acude a certificar sus muertes en el registro su marido, Agustín Pardo, de

oficio jornalero.

A la vista de estos datos, podemos afirmar que la epidemia de cólera de 1885 afectó a

Iniesta pero de forma más atenuada que en el resto de la provincia, ya que se

manifestó de forma tardía y con una incidencia media-baja, posiblemente debido a las

medidas preventivas adoptadas en la localidad.

Un viejo cuaderno hallado en el mes de octubre despertó mi curiosidad científica y

estas son las conclusiones.

Los pensamientos y preocupaciones de una criada olvidada en el baúl de una cámara han cobrado protagonismo.

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Bibliografía y fuentes:

- El diario es un relato de ficción, en el que tan solo el nombre de los personajes

que ejercen cargos públicos y las personas afectadas por el cólera son reales.

- Retazos históricos de la Villa de Iniesta (1840-1893).

Asociación Cultural Egelaxta. Iniesta, 1997. David García Triviño.

- Atlas epidemiológico del cólera en España en 1885. Dr. Ph. Hauser

- Revista de Albacete. Periódico científico, literario y político. Año I, números 9,

10, 11, 12 y 13. Albacete 1885.

- Libro de defunciones de 1885 del Registro Civil de Iniesta. Ayuntamiento de

Iniesta.

- Información oral recogida de Isabel Martínez Pareja y Carmen Parreño

Piqueras de 86 y 82 años de edad, respectivamente.

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ANEXO I

Las zonas marcadas de negro muestran las zonas invadidas por el cólera a mediados

de julio (mapa 1) y entre agosto y septiembre (mapa 2) de 1885.

Mapa 1

Mapa 2

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ANEXO II

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ANEXO III

Relación de fallecidos en Iniesta a causa de la epidemia de cólera desde el 9 de

septiembre de 1885 hasta el 3de octubre de 1885, datos obtenidos del Registro Civil

de Iniesta.

9-9 Dorotea Muñoz 2 años y medio C/ Barrionuevo

Eduvigis Huerta mayor de edad C/ Barrionuevo

12-9 Antonia Muñoz Ruescas

Dolores Virginia Muñoz 5 años C/ Barrionuevo

15-9 María Aparicio Pérez C/ Consolación

17-9 Emiliana López 9 años C/ Barrionuevo

Ramón Moreno 8 años C/ de las Estrellas

19-9 Ana María Álvarez Picazo C/ Santiago

20-9 Pilar Torralba (del Picazo) C/ Barrionuevo

Agustín Pardo Torralba 8 años-

Consolación Pardo Torralba 15 meses C/ Barrionuevo

28-9 Eladia Alarcón Aparicio 2 años C/ Consolación

3-10 Francisco Risueño (labrador) C/ Cerrada.