Episodios nacionales 16 a 20

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Los Cien Mil Hijos de San Luis Benito Pérez Galdós Portada e ilustración de la edición de 1884 [5] Para la composición de este libro cuenta el autor con materiales muy preciosos. Además de las noticias verbales, que casi son el principal fundamento de la presente obra, posee un manuscrito que le ayudará admirablemente en la narración de la parte o tratado que lleva por título Los cien mil hijos de San Luis. El tal manuscrito es hechura de una señora, por cuya razón bien se comprende que será dos veces interesante, y lo sería más aún si estuviese completo. ¡Lástima grande que la negligencia de los primeros poseedores de él dejara perder una de las partes más curiosas y necesarias que lo componen! Sólo dos fragmentos, sin enlace entre sí, llegaron a nuestras manos. Hemos hecho toda suerte de laboriosas indagaciones para [6] allegar lo que falta, pero inútilmente, lo que en verdad es muy lamentable, porque nos veremos obligados a llenar con relatos de nuestra propia cosecha el gran vacío que entre ambas piezas del manuscrito femenil resulta. Este tiene la forma de . Su primer fragmento lleva por epígrafe De Madrid a Urgel, y empieza así:

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Transcript of Episodios nacionales 16 a 20

  • 1. Los Cien Mil Hijos de San Luis Benito Prez Galds Portada e ilustracin de la edicin de 1884[5] Para la composicin de este libro cuenta el autor con materiales muy preciosos.Adems de las noticias verbales, que casi son el principal fundamento de la presenteobra, posee un manuscrito que le ayudar admirablemente en la narracin de la parte otratado que lleva por ttulo Los cien mil hijos de San Luis. El tal manuscrito es hechurade una seora, por cuya razn bien se comprende que ser dos veces interesante, y losera ms an si estuviese completo. Lstima grande que la negligencia de los primerosposeedores de l dejara perder una de las partes ms curiosas y necesarias que locomponen! Slo dos fragmentos, sin enlace entre s, llegaron a nuestras manos. Hemoshecho toda suerte de laboriosas indagaciones para [6] allegar lo que falta, perointilmente, lo que en verdad es muy lamentable, porque nos veremos obligados a llenarcon relatos de nuestra propia cosecha el gran vaco que entre ambas piezas delmanuscrito femenil resulta. Este tiene la forma de . Su primer fragmento lleva por epgrafe De Madrid a Urgel, yempieza as:
  • 2. -I- En Bayona, donde busqu refugio tranquilo al separarme de mi esposo, conoc algeneral Egua (1). Iba a visitarme con frecuencia, y como era tan indiscreto y vanidoso,me revelaba sus planes de conspiracin, regocijndose en mi sorpresa y riendo conmigodel gran chubasco que amenazaba a los franc-masones. Por l supe en el verano del 21que Su Majestad, nuestro catlico Rey D. Fernando (Q. D. G.), anhelando deshacerse delos revolucionarios por cualquier medio y a toda costa, tena dos comisionados enFrancia, los cuales eran: l. El mismo general D. Francisco Egua, cuya alta misin era promover desde lafrontera el levantamiento de partidas realistas. 2. D. Jos Morejn, oficial de la secretara de la Guerra y despus secretarioreservado de Su Majestad, con ejercicio de decretos, el cual tena el encargo degestionar en Pars con el Gobierno francs los medios de arrancar a Espaa el cauteriode la Constitucin gaditana, sustituyndole con una cataplasma anodina hecha en lamisma farmacia de donde sali la Carta de Luis XVIII. Yo alababa estas cosas por no reir con el anciano general, que era muy galante yatento conmigo; pero en mi interior deploraba, como amante muy fiel del rgimenabsoluto, que cosas tan graves se emprendieran por la mediacin de personas de tandudoso valer. No conoca yo en aquellos tiempos a Morejn; pero mis noticias eran queno haba sido inventor de la plvora. En cuanto a Egua, debo decir con mi franquezahabitual que era uno de los hombres ms pobres de ingenio que en mi vida he visto. An gastaba la coleta que le hizo tan famoso en 1814, y con la coleta el mismohumor [8] atrabiliario, desptico, voluble y regan. Pero en Bayona no infunda miedocomo en Madrid, y de l se rean todos. No es exagerado cuanto se ha dicho de la astutapastelera que lleg a dominarle. Yo la conoc, y puedo atestiguar que el agente denuestro egregio Soberano comprometa lamentablemente su dignidad y aun la dignidadde la Corona, poniendo en manos de aquella infame mujer negocios tan delicados. Ellaasista la tal a las conferencias, administraba gran parte de los fondos, se entendadirectamente con los partidarios que un da y otro pasaban la frontera, y pareca en todoser ella misma la organizadora del levantamiento y el principal apoderado de nuestroquerido Rey. Despus de esto he vivido muchas veces en Bayona y he visto la vergonzosaconducta de algunos espaoles que sin cesar conspiran en aquel pueblo, verdaderaantesala de nuestras revolucione, pero nunca he visto degradacin y torpeza semejantesa las del tiempo de Egua. Yo escriba entonces a D. Vctor Sez, residente en Madrid, yle deca: Felicite usted a los franc-masones, porque mientras la salvacin de SuMajestad siga confiada a las manos que por aqu tocan el pandero, ellos estn deenhorabuena.
  • 3. En el invierno del mismo ao se realizaron [9] las predicciones que yo, por no poderdarle consejos, haba hecho al mismo Egua, y fue que habiendo convocado de ordendel Rey a otros personajes absolutistas para trabajar en comunidad, se desavinieron detal modo, que aquello, ms que junta pareca la dispersin de las gentes. Cada cualpensaba de distinto modo, y ninguno ceda en su terca opinin. A esta variedad en lospareceres y terquedad para sostenerlos llamo yo enjaezar los entendimientos a lacalesera, es decir, a la espaola. El marqus de Mataflorida (2), propona elestablecimiento del absolutismo puro; Balmaseda, comisionado por el Gobierno francspara tratar este asunto, tambin estaba por lo desptico, aunque no en grado tan furioso;Morejn se abrazaba a la Carta francesa; Egua sostena el veto absoluto y las dosCmaras a pesar de no saber lo que eran una cosa y otra, y Saldaa, nombrado comouna especie de quinto en discordia, no se resolva ni por la tirana entera ni por la tiranaa media miel. Entretanto el Gobierno francs concedi a Egua algunos millones, de los cualespodra [10] dar cuenta si viviese la hermosa pastelera. Dios me perdone el mal juicio;pero casi podra jurar que de aquel dinero, slo algunas sumas insignificantes pasaron amanos de los pobres guerrilleros tan bravos como desinteresados, que desnudos,descalzos y hambrientos, levantaban el glorioso estandarte de la fe y de la monarqua enlas montaas de Navarra o de Catalua. Las bajezas, la ineptitud y el despilfarro de los comisionados secretos de SuMajestad, no cesaron hasta que apareci en Bayona, tambin con poderes reales, el granpjaro de cuenta llamado D. Antonio Ugarte, a quien no vacilo en designar como elhombre ms listo de su poca. Yo le haba tratado en Madrid el ao 19. l me estimaba en gran manera, y, comoEgua, me visitaba a menudo; pero sin revelarme imprudentemente sus planes. Desdeque se encarg de manejar la conspiracin, seguala yo con marcado inters, segura desu xito, aunque sin sospechar que le prestara mi concurso activo en trmino muybreve. Un da Ugarte me dijo: -No se encuentra un solo hombre que sirva para asuntos delicados. Todos sonindiscretos, soplones y venales. Ve usted lo que trabajo [11] aqu por orden de SuMajestad? Pues es nada en comparacin de lo que me dan que hacer las intrigas ytorpezas de mis propios colegas de conspiracin. No me fo de ninguno, y en el da dehoy, teniendo que enviar a Madrid un mensaje muy importante, estoy, como Digenes,buscando un hombre sin poder encontrarlo. -Pues busque usted bien, Sr. D. Antonio -le respond-, y quizs encuentre una mujer. Ugarte no daba crdito a mi determinacin; pero tanto le encarec mis deseos de sertil a la causa del Rey y de la Religin, que al fin convino en fiarme sus secretos. -Efectivamente, Jenara -me dijo-, una dama podr desempear mejor que cualquierhombre tan delicado encargo si rene a la belleza y gallarda compostura de su personaun valor a toda prueba. En seguida me revel que en Madrid se preparaba un esfuerzo poltico, es decir, unpronunciamiento, en el cual tomara parte la Guardia real con toda la tropa de lnea que
  • 4. se pudiese comprometer; pero aadi que desconfiaba del xito si no se hacan conmucho pulso los trabajos, tratando de combinar el movimiento cortesano con unaruidosa algarada de las partidas del Norte. Discurriendo sobre [12] este negocio, memostr su grandsima perspicacia y colosal ingenio para conspirar, y despus meinstruy prolijamente de lo que yo deba hacer en Madrid, del arte con que deba tratar acada una de las personas para quienes llevaba delicados mensajes, con otras muchasparticularidades que no son de este momento. Casi toda mi comisin era enteramenteconfidencial y personal, quiero decir que el conspirador me entreg muy poco papelescrito; pero, en cambio, me repiti varias veces sus instrucciones para que,retenindolas en la memoria, obrase con desembarazo y seguridad en las difcilesocasiones que me aguardaban. Part para Madrid en Febrero del 22. - II - Emprend estos manejos con entusiasmo y con placer; con entusiasmo porqueadoraba en aquellos das la causa de la Iglesia y el Trono, con placer porque laociosidad entristeca mis das en Bayona. La soledad de mi existencia me abrumabatanto como el peso de las desgracias que a otros afligen y que yo no conoca [13] an.Con separarme de mi esposo, cuyo salvaje carcter y feroz suspicacia me hubieranquitado la vida, adquir libertad suma y un sosiego que despus de saboreado por algntiempo, lleg a ser para m algo fastidioso. Posea bienes de fortuna suficientes para noinquietarme de las materialidades de la vida; de modo que mi ociosidad era absoluta.Me refiero a la holganza del espritu que es la ms penosa, pues la de las manos, yo, queno carezco de habilidades, jams la he conocido. A estos motivos de tristeza debo aadir el gran vaco de mi corazn, que estaba hatiempo como casa deshabitada, lleno tan slo de sombras y de ecos. Despus de lamuerte de mi abuelo, ningn afecto de familia poda interesarme, pues los Baraonas quesubsistan, o eran muy lejanos parientes o no me queran bien. De mi infelicsimocasamiento slo saqu amarguras y pesadumbres, y para que todo fuese maldito enaquella unin, no tuve hijos. Sin duda Dios no quera que en el mundo quedase memoriade tan grande error. Fcilmente se comprender que en tal situacin de espritu me gustara lanzarme aesas ocupaciones febriles que han sido siempre el principal gozo de mi vida. Ningunacosa llana y natural ha cautivado jams mi corazn, [14] ni me embeles, como a otros,lo que llaman dulce corriente de la vida. Antes bien yo la quiero tortuosa y rpida, queme ofrezca sorpresas a cada instante y aun peligros; que se interne por pasosmisteriosos, despus de los cuales deslumbre ms la claridad del da; que caiga como elPiedra en cataratas llenas de ruido y colores, o se oculte como el Guadiana, sin quenadie sepa dnde ha ido. Yo senta adems en mi alma la atraccin de la Corte, no pudiendo descifrarclaramente cul objeto o persona me llamaban en ella, ni explicarme las anticipadas
  • 5. emociones que por el camino senta mi corazn, como el derrochador que principia agastar su fortuna antes de heredada. Mi fantasa enviaba delante de s, en el camino deMadrid, maravillosos sueos e infinitos goces del alma, peligros vencidos y amablesideales realizados. Caminando de este modo y con los fines que llevaba, iba yo por mipropio y verdadero camino. Desde que llegu me puse en comunicacin con los personajes para quienes llevabacartas o recados verbales. Tuve noticias de la rebelin de los Guardias que se preparaba;hice lo que Ugarte me haba mandado en sus minuciosas instrucciones, y hall ocasinde advertir el mucho atolondramiento y ningn concierto con [15] que eran llevados enMadrid los arduos trmites de la conspiracin. Lo mejor y ms importante de mi comisin estaba en Palacio, adonde me llev D.Vctor Sez, confesor de Su Majestad. Muchos deseos tena yo de ver de cerca yconocer por m misma al Rey de Espaa y toda su real familia, y entonces quedsatisfecho mi anhelo. Hice un rpido estudio de todos los habitantes de Palacio,particularmente de las mujeres, la Reina Amalia, D. Francisca, esposa de don Carlos, yD. Carlota, del Infante D. Francisco. La segunda me pareci desde luego mujer apropsito para revolver toda la Corte. De los hombres, D. Carlos me pareci muysesudo, dotado de cierto fondo de honradez preciossima, con lo cual compensaba suescasez de luces, y a Fernando le diput por muy astuto y conocedor de los hombres,apto para engaarles a todos, si bien privado del valor necesario para sacar partido delas flaquezas ajenas. La Reina pasaba su vida rezando y desmayndose; pero la varonilD. Francisca de Braganza pona su alma entera en las cosas polticas, y llena deambicin, trataba de ser el brazo derecho de la Corte. D. Carlota, que entonces estabaembarazada del que luego fue Rey consorte, tampoco se dorma en esto. [16] Los palaciegos, tan aborrecidos entonces por la muchedumbre constitucional,Infantado, Montijo, Sarri y dems aristcratas, no servan en realidad de gran cosa. Susplanes, faltos de seso y travesura, tenan por objeto algo en que se destacase conpreferencia la personalidad de ellos mismos. Ninguno vala para maldita la cosa, y asnada se habra perdido con quitarles toda participacin en la conjura. Los individuos dela Congregacin Apostlica, que era una especie de masonera absolutista, tampocohacan nada de provecho, como no fuera allegar plebe y disponer de la gente fanticapara un momento propicio. En los jefes de la Guardia haba ms presuncin queverdadera aptitud para un golpe difcil, y el clero se precipitaba gritando en los plpitos,cuando la situacin requera prudencia y habilidad sumas. Los liberales masones ocomuneros vendidos al absolutismo y que al pronunciar sus discursos violentos seentusiasmaban por cuenta de este, estaban muy mal dirigidos, porque con suexageracin ponan diariamente en guardia a los constitucionales de buena fe. Heexaminado uno por uno los elementos que formaban la conspiracin absolutista del ao22 para que cuando la refiera se explique en cierto modo el lamentable aborto y totalruina de ella. [17] NOTA DEL AUTOR. A continuacin refiere la seora los sucesos del 7de Julio.Aunque su narracin es superior a la nuestra, principalmente a causa de la graciosa
  • 6. sencillez y verdad con que toda ella est hecha, la suprimimos por no repetir, ni aunmejorndolo, lo que ya apareci en otro volumen. - III - Despus de los aciagos das de Julio, mi situacin que hasta entonces haba sidofranca y segura, fue comprometidsima. No es fcil dar una idea de la presteza con quese ocultaron todos aquellos hombres que pocos das antes conspiraban descaradamente.Desaparecieron como caterva de menudos ratoncillos, cuando los sorprende en susaudaces rapias el hombre sin poder perseguirlos, ni aun conocer los agujeros por dondese han metido. A m me maravillaba que D. Vctor Sez, hombre de una obesidadrespetable, pudiese estar escondido sin que al punto se descubriese su guarida. Lospalaciegos se filtraron tambin, y los que no estaban muy evidentementecomprometidos, [18] como por ejemplo, Pipan, dieron vivas a la Constitucinvencedora, unindose a los liberales. Tuve adems la desgracia de perder varios papeles en casa de un pobre maestro deescuela donde nos reunamos, y esto me caus gran zozobra; pero al fin los encontr nosin trabajo, exponindome a los mayores peligros. La seguridad de mi persona corritambin no poco riesgo, y en los das 9 y 10 de Julio no tuve un instante de respiro, puespor milagro no me arrastraron a la crcel los milicianos, borrachos de vino y depatriotera. Gracias a Dios, vino en mi amparo un joven paisano y antiguo amigo mo, elcual, en otras ocasiones, haba ejercido en mi vida influencia muy decisiva, semejante ala de las estrellas en la antigua cbala de los astrlogos. Pasados los primeros das pude introducirme en Palacio a pesar de la formidable yespesa muralla liberalesca que lo defenda. Encontr a Su Majestad lleno deconsternacin y amargura, principalmente por verse obligado a poner semblantelisonjero a sus enemigos y aun a darles abrazos, lo cual era muy del gusto de ellos, en sumayora gente inocentona y crdula. No me agradaba ver en nuestro Soberano tan pococorazn; pero [19] si en l hubiera concordado el valor con las travesuras y agudezas delentendimiento, ningn tirano antiguo ni moderno le habra igualado. Su desaliento ydesesperacin no le impidieron que se enamorase de m, porque en todas las ocasionesde su vida, bajo las distintas mscaras que se quitaba y se pona, apareca siempre elstiro. Temerosa de ciertas brutalidades, quise huir. Brindeme entonces a desempear unacomisin difcil, para lo cual Fernando no se fiaba de ningn mensajero; y aunque l noquiso que yo me encargase de ella, porque no me alejara de la Corte, tanto inst y contales muestras de verdad promet volver, que se me dieron los pasaportes. El mes anterior haba salido para Francia D. Jos Villar Frontn, uno de losintrigantes ms sutiles del ao 14, aunque como salido de la academia del cuarto delInfante D. Antonio, no era hombre de gran iniciativa, sino muy plegadizo y servicial enbajas urdimbres. Llevaba rdenes para que el marqus de Mataflorida formase unaRegencia absolutista en cualquier punto de la frontera conquistado por los guerrilleros.
  • 7. Estas instrucciones eran conformes al plan del Gobierno francs, que deseaba laintroduccin de la Carta en Espaa y [20] un absolutismo templado; pero Fernando, quehaca tantos papeles a la vez, deseaba que sus comisionados, afectando ser partidariosde la Carta, trabajasen por el absolutismo limpio. Esto exiga frecuentes rectificacionesen los despachos que se enviaban y avisos contradictorios, trabajo no escaso para quienhaba de ocultar de sus ministros todos estos y aun otros inverosmiles los. Yo me compromet a hacer entender a Mataflorida y a Ugarte lo que se quera,transmitindoles verbalmente algunas preciosas ideas del Monarca, que no podan fiarseal papel, ni a signo ni cifra alguna. Ya por aquellos das se supo que la Seo de Urgelhaba sido ganada al Gobierno por el bravo Trapense, y se esperaba que en la agresteplaza se constituyera la salvadora Regencia. A la Seo, pues, deba yo dirigirme. La partida y el viaje no eran problemas fciles. Esto me preocup durante algunosdas, y trat de sobornar, para que me acompaase, al amigo de quien antes he hablado.A l no le faltaban en verdad ganas de ir conmigo al extremo del mundo; pero lecontena el amor de su madre anciana. Mucho luch para decidirle, empleandorazonamientos y seducciones diversas; mas a pesar de la propensin de su carcter [21]a ciertas locuras y del considerable prestigio que yo empezaba a ejercer sobre l, seresista tenazmente, alegando motivos poderosos, cuya fuerza no me era desconocida.Al fin tanto pudo una mujer llorando, que l abandon todo, su madre y su casa, aunquepor poco tiempo y con la sana intencin de volver cuando me dejase en parajes dondeno existiese peligro alguno. El infeliz presagiaba sin duda su desdichada suerte enaquella expedicin, porque luch grandemente consigo mismo para decidirse, y hasta elltimo momento estuvo vacilante. Aquel hombre haba sido enemigo mo, o ms propiamente, de mi esposo. Desde laniez nos conocimos; fue mi novio en la edad en que se tiene novio. Sucesoslamentables que me afligen al venir a la memoria, caprichos y vanidades mas mesepararon de l, yo cre que para siempre; pero Dios lo dispuso de otro modo. Durantemucho tiempo estuve creyendo que le odiaba; pero el sentimiento que en m haba erams que rencor una antipata arbitraria y voluntariosa. Por causa de ella, siempre le tenaen la memoria y en el pensamiento. Circunstancias funestas le pusieron en contactoconmigo diferentes veces, y siempre que ocurra algo grave en la vida de l o en la ma[22] tropezbamos providencialmente el uno con el otro, como si el alma de cada cualvindose en peligro pidiese auxilio a su compaera. En m se verific una crisis singular. Por razones que no son de este sitio, yo llegu aaborrecer todo lo que mi esposo amaba y a amar todo lo que l aborreca. Al mismotiempo mi antiguo novio mostraba hacia m sentimientos tan vivos de menosprecio ydesdn, que esto inclin mi corazn a estimarle. Yo soy as, y me parece que no soy elnico ejemplar. Desde la ocasin en que le arranqu de las furibundas manos de mimarido no deb de ser tampoco para l muy aborrecible. Cuando nos encontramos en Madrid, y desde que hablamos un poco, camos en lacuenta de que ambos estbamos muy solos. Y no slo haba semejanza en nuestrasoledad, sino en nuestros caracteres, principal origen quizs de aquella. Hicimospropsito de echar a la espalda aquel trgico aborrecimiento que antes nos tenamos, elcual se fundaba en veleidades y caprichosas monomanas del espritu, y no tardamosmucho tiempo en conseguirlo. Ambos reconocimos las grandes y ya irremediables
  • 8. equivocaciones de nuestra primera juventud, y nos maravillbamos de hallar tanextraordinaria fraternidad en nuestras almas. [23] Ser de este modo, haber nacido eluno para el otro, y sin embargo haber estado dndonos golpes en las tinieblas durantetanto tiempo! Qu fatalidad! Hasta parece que no somos responsables de ciertas faltas,y que estas, por lo que tienen de placentero, pueden tolerarse como compensacin depasados dolores y de un error deplorable y fatal, dependiente de voluntadessobrehumanas. Pero no: no quiero eximirme de la responsabilidad de mi culpa y de haber faltadoclaramente, impulsada por mviles irresistibles, a la ley de Dios. No: nada me disculpa;ni las atrocidades de mi marido, ni la espantosa soledad en que yo estaba, ni los milescollos de la vida en la Corte, ni las grandes seducciones morales y fsicas de mipaisano y dulce compaero de la niez. Reconozco mi falta, y atenta slo a que estepapel reciba un escrupuloso retrato de mi conciencia y de mis acciones, la escribo aqu,venciendo la vergenza que confesin tan penosa me causa. Salimos de Madrid en una hermosa noche de Julio. Cuando dejamos de or el rugidode la Milicia victoriosa, me pareci que entraba en el cielo. bamos cmodamente enuna silla de postas con buenos caballos y un hbil mayoral de Palacio. Yo haba tomadoun nombre supuesto, [24] dicindome marquesa de Berceo y l era nada menos que miesposo, una especie de marqus de Berceo. Mucho nos remos con esta invencin, que acada paso daba lugar a picantes comentarios y agudezas. No recuerdo das msplacenteros que los de aquel viaje. Cuntas veces bajamos del coche para andar largos trechos a pie, recrendonos en lahermosura de las incomparables noches de Castilla! Cmo se agrandaba todo antenuestros ojos, principalmente las cosas inmateriales! Nos pareca que aquella dulcevagancia no acabara nunca, y que los das venideros seran siempre como aquel cieloque veamos, dilatados, serenos y sin nubes. En tales horas o hablbamos poco overtamos el alma del uno en la del otro alternativamente por medio de observaciones ypreguntas acordes con el hermoso espectculo que veamos fuera y dentro de nosotros,pues de mi alma puede decirse que estaba tan llena de estrellas como el firmamento. Han pasado muchos aos: entonces tena yo veintisiete, y ahora... no lo quiero decirpor no espantarme; pero creo que he traspasado el medio siglo (3). Entonces mis cabellos[25] eran de oro, ahora son de plata, sin que ni una sola hebra de ellos conserve suprimitivo color. Mis ojos tenan el brillo que es reflejo de la inteligencia despierta y delos sentimientos bullidores; ahora no son ms que dos empaadas cuentas azules, de lascuales se escapa alguna vez fugitivo rayo. Mi cara entonces respiraba alegra, salud, y elalma rielaba sobre mis facciones como la luz sobre la superficie de las temblorosasaguas; ahora es una mscara que me sirve para disimular los pensamientos y que amuchos deja ver todava huellas claras de la gran hermosura que hubo en ella. Entoncesera muy hermosa; ahora soy una vieja que debi haber (4) sido guapa, aunque, si he decreer a don Toribio, el cannigo de Tortosa, todava puedo volver loco a cualquiera. Ensuma; todo ha pasado, mudndose considerablemente, e infinitas personas han pasado aser recuerdos. Lo que siempre est lo mismo es mi pas, que no deja de luchar unmomento por la misma causa y con las mismas armas, y si no con las mismas personas,con los mismos tipos de guerreros y polticos. Mi pas sigue siempre a la calesera.
  • 9. Pues bien: en todo el tiempo transcurrido entre estas dos pocas, no he visto pasardas como aquellos. Fueron de los pocos que tiene cada mortal como un regalo del cielopara toda [26] la existencia, y que en vano se aguardan despus, porque no vuelven.Estos aguinaldos de la vida no se reciben ms que una vez. Salvador era menos feliz queyo, a causa de los deberes y las afecciones que haba dejado atrs. Yo procuraba hacerleolvidar todo lo que no fuese nosotros mismos; mas resultaba esto muy difcil, por ser lmenos dueo de sus acciones que yo, y aun, si se quiere, menos egosta. bamos depueblo en pueblo, sin apresurarnos ni detenernos mucho. Aquel vivir entre todo elmundo y al mismo tiempo sin testigo, era mi mayor delicia. Los diversos pueblos pordonde pasbamos no tenan sin duda noticia de la felicidad de los marqueses de Berceo,pues si la tuvieran, no creo que nos dejaran seguir sin quitarnos algo de ella. - IV - Gracias a nuestro dinero y a nuestro buen porte podamos disfrutar de todas lascomodidades posibles en las posadas. El calor nos obligaba a detenernos durante el da,caminando por las noches, y ni en Castilla ni en [27] Aragn tuvimos ningn malencuentro, como recelbamos, con milicianos, ladrones o espas del Gobierno. Ms all de Zaragoza empezamos a temer que nos salieran al paso las tropas deTorrijos o de Manso. Por eso en vez de tomar directamente el camino de Cataluasubimos hacia Huesca, Salvador, cuya antipata a los facciosos y guerrilleros eraviolentsima, se mostr disgustado al considerarse cerca de ellos. Entonces tuve unmomento de sbita tristeza, oyndole decir: -Cuando lleguemos a un lugar seguro o ests entre tus amigos, me volver a Madrid. Yo deseaba que no llegasen ni el lugar seguro ni tampoco mis amigos. Pero aunquemi tristeza fue grande desde aquel instante, apoderndose de mi corazn como unpresagio de desventuras, estaba muy lejos de sospechar el espantoso golpe que nosamenazaba, consecuencia providencial de nuestra falta y de mi criminal ligereza. Ay!,piensa el malo que sus alegras han de ser perpetuas, y la misma grata corriente de ellasle lleva ciego a lo que yo llamo la sucursal del infierno en la tierra, que es la desgracia yel anticipado castigo de los delitos. De Huesca nos dirigimos a Barbastro, siguiendo [28] por un detestable camino hastaBenabarre, donde entramos al anochecer. Detuvieron nuestro coche algunos hombres, yal verles, exclam: -Los guerrilleros. Ya estamos en casa. Salvador mostr gran disgusto, y cuando fuimos interrogados, dio algunascontestaciones que debieron de sonar muy mal en los odos de los soldados de la fe. Yotena confianza en mi gente y la seguridad de no ser detenida; pero no fue posible evitarciertas molestias. Nos hicieron bajar del coche antes de llegar a la posada y presentarnosa un rstico capitn que estaba en la venta del camino bebiendo vino juntamente con
  • 10. otro guerrillero, al modo de frailazo, armado de pistolas y con dos o tres individuos demalsima catadura. Sus maneras no eran en verdad nada corteses, a pesar de defender causa tan sagradacomo es la del Altar y el Trono; pero con dos o tres palabras dichas enrgicamente y entono de dignidad, me hice respetar al punto. Yo mostraba al que pareca jefe mispapeles, cuando observ que uno de los hombres all presentes miraba a mi compaerode viaje con expresin poco tranquilizadora. Llegose a l, y ponindole la mano en elhombro le dijo con brutal modo y expresin de venganza: [29] -Me conoces? Sabes quin soy? -S -le respondi Monsalud, plido y colrico-. Ya s que eres un hombre vil; tunombre es Regato. El desconocido se abalanz en ademn hostil hacia mi amigo, pero este suporecibirle con tanta valenta, que le hizo rodar por el suelo, baado el rostro en sangre.Quedeme sin aliento al ver la furia de aquella gente ante el mal trato dado a uno de lossuyos. Milagro de Dios fue que no perecisemos all; pero el capitn pareca hombreprudente, y haciendo salir de la venta al agraviado, nos notific que estbamos presoshasta que el jefe decidiera lo que se haba de hacer con nosotros. Afectando serenidad le dije que mirara bien lo que haca, por ser yo persona de granpoder en la frontera y en Palacio; pero encogindose de hombros, tan slo me permitidespus de largas discusiones hablar al que ellos llamaban coronel. Sal desalada de laventa, dejando en ella la mitad de mi alma, pues all qued guardado por dos hombresmi ultrajado amigo, y me present al coronel, que era un capuchino de Cervera.Acababa de despachar un bodrio y dos azumbres que le haban puesto para que cenase,y su paternidad, despus del pienso, no tena al parecer la cabeza muy serena. Sin [30]embargo, no me trat mal. Djome que el Sr. Regato le haba informado ya de quin erami acompaante, y que en vista de sus antecedentes y circunstancias, no poda serpuesto en libertad. Pseme furiosa; yo me cre capaz de destrozar slo con mis uas aaquel tremendo fraile coronel cuyas barbas y salvaje apostura ponan miedo en elcorazn ms esforzado. Sin miramiento alguno le increp, dicindole cuantasatrocidades me vinieron a la boca y amenazndole con pedir su cabeza al Rey; pero niaun as logr ablandar aquella roca en figura de bestia. Oyome el brbaro con paciencia,sin duda por ser ms fraile que guerrero, y resumi sus resoluciones dicindome: -Usted, seora, puede ir libremente a donde le acomode; pero ese hombre no me salede aqu. Ay!, si yo hubiera tenido a mis rdenes diez hombres armados habra atacado albatalln, cuadrilla o lo que fuera, segura de destrozarlo, que tanto puede el furor de unahembra ofendida. Volv a la venta, resuelta a sacar de ella a Salvador con mis propiasmanos, desafiando las armas de sus guardianes; pero cuando entr, mi compaero deviaje, mi adorado amigo, mi pobre marqus de Berceo, haba [31] desaparecido. Lellam con la voz ronca de tanto gritar; le llam con toda mi alma, pero no me respondi.Una mujer andrajosa, que pareca tan salvaje y feroz como los hombres que en aquelpueblo vi, sali conmigo al camino y sealando a un punto en la oscuridad del espacionegro, dijo sordamente:
  • 11. -All. Y mirando hacia donde su dedo me indicaba, vi unas grandes sombras que parecanmurallones almenados y como ruinas hendidos. Pregunt qu sitio era aquel y ladesconocida me contest: -El castillo. La mujer llevando una cesta con provisiones, march en direccin del castillo. Yo lasegu. No tardamos en llegar, y por una poterna desvencijada que se abra en la muralla,despus de pasado el foso sin agua, penetramos en un patio lleno de escombros y deyerba. -Aqu, aqu le han encerrado! -exclam mirando a todos lados como quien haperdido el juicio. La mujer se detuvo ante m, y sealando el suelo dijo con voz muy lgubre: -Abajo! Yo cre volverme loca. Los ojos de la horrible persona que me daba tan tremendasnoticias [32] brillaban con claridad verdosa, como los de animal felino. Quise seguirlacuando subi la escalerilla que conduca a las habitaciones practicables entre tantaruina; pero un centinela me ech fuera brutalmente, amenazndome con arrojarme alfoso si no me retiraba ms pronto que la vista. Estas fueron sus propias palabras. Corr hacia el pueblo, resuelta a ver de nuevo al coronel capuchino de Cervera. Perotanta agitacin agot al fin mis fuerzas, y tuve que sentarme en una gran piedra delcamino, fatigada y abatida, porque a mi primera furia sustituy una afliccinprofundsima que me hizo llorar. No recuerdo haber derramado nunca ms lgrimas enmenos tiempo. Al fin, sobreponindome a mi dolor, segu adelante, jurando nocontinuar el viaje sin llevar en mi compaa al infeliz cuanto adorado amigo de miniez. Despert al capuchino, que ya roncaba, el cual de muy mal talante, repiti sufiera sentencia, diciendo: -Usted, seora, puede continuar su viaje; pero el otro no saldr de aqu sin ordensuperior. Yo s lo que me digo. Pisto!, que ya me canso de sermonear. Vaya usted conDios y djenos en paz. Despreciando su barbarie, insist y amenac, [33] y al cabo me dio algunasesperanzas con estas palabras: -El jefe de nuestra partida acaba de llegar. Hblele usted a l, y si consiente... -Quin es el jefe? -D. Saturnino Albun -me contest. Al or este nombre vi el cielo abierto. Yo haba conocido en Bayona al clebreManco, y record que aunque muy brbaro, haca alarde de generosidad e hidalgua en
  • 12. todas las ocasiones que se le presentaban. No quise detenerme ni un instante, y al puntome inform de que D. Saturnino estaba en una casa situada junto al camino a la salidadel pueblo en direccin a Tremp. Desde la plaza se vean dos lucecillas en las ventanasde la vivienda. Corr all guiada por la simptica claridad de aquellas luces semejantes ados ojos y que eran para m fanales de esperanza. Llegu sin aliento, agitada por lafatiga y un dulce presagio de buen xito que me llenaba el corazn. El centinela me dijo que no se poda pasar; pero apelando a mis bolsillos, pas. En laescalera, en el pasillo alto, fui repetidas veces detenida; pero con el mismo talismnabrame paso. -Ah est -me dijo un hombre sealando una puerta detrs de la cual se oan alteradas[34] voces en disputa. Sin reparar ms que en mi afn empuj la puerta y entr. Albun, que estaba en pie, se volvi al sentir el ruido de la puerta, y me interrog consus ojos, que expresaban sorpresa y clera por mi brusca entrada. Otro guerrillero estabajunto a la mesa con los codos sobre ella, encendiendo un cigarro en la luz del veln decobre que alumbraba la estancia. -Qu se le ofrece a usted, seora? -me dijo Albun moviendo con gesto deimpaciencia su nica mano. Yo no haba dado cuatro pasos dentro de la habitacin, cuando observ que ms allde la mesa haba otro hombre, apoltronado en un silln, con los pies extendidos sobreuna banqueta, inclinada la cabeza sobre el hombro y durmiendo tranquilamente con esesueo del guerrillero cansado que acaba de recorrer dos provincias y marear a dosejrcitos. Al verle Santo Dios!, me qued yerta, muda, como estatua; no pudepronunciar una palabra, ni dar un paso, ni respirar, ni huir, ni gritar. El terror me arrancsbitamente del pensamiento mis angustias de aquella noche. Aquel hombre era mi marido. -Qu se le ofrece a usted, seora? -volvi a preguntarme el Manco. [35] Pasado el primer instante de terror, en m no hubo otra idea que la idea de huir, dedesaparecer, de desvanecerme como el humo o como la palabra vana que se lleva elviento. -Pero, qu se le ofrece a usted, demonio? -repiti el guerrillero. -Nada! -contest, y a toda prisa sal de la habitacin. Yo creo que ni un relmpago corre como yo corr fuera de la casa. No vea ms queel camino, y mi veloz carrera nunca me pareca bastante apresurada para llegar al centrodel pueblo donde haba dejado mi coche. A lo lejos, detrs de m, sent voces burlonas que decan: -La mujer loca, la mujer loca!
  • 13. Eran los bravos a quienes yo haba dado tanto dinero para que me dejasen pasar. Acada instante volva la cabeza por ver si mi marido vena corriendo detrs de m. Llegu medio muerta a donde estaba mi coche, y tirando del brazo del cochero paraque despertase, grit: -Francisco, Francisco, vuela, vuela fuera de este horrible pueblo! Y me met en el coche. -Adnde vamos, seora? -me pregunt el pobre hombre sacudiendo la pereza. [36] -Ests sordo? Te he dicho que vueles... Hablo yo en griego?, que vueles, hombre.Mata los caballos, pero ponme a muchas leguas de aqu. -A dnde vamos, seora? Hacia la Seo? -Hacia el infierno si quieres, con tal que me saques de aqu. Mi coche parti a escape, y siguiendo el camino en direccin a Tremp, pas junto ala malhadada casa donde haba visto a mi esposo. Entonces los brbaros reunidos juntoa la puerta me aclamaron otra vez, arrojando algunas piedras a mi coche. Su grito era: -La mujer loca, la mujer loca! En efecto, lo estaba. Ah! Benabarre, Benabarre, maldito seas! En ti acab mifelicidad; en las espinas de tu camino dej clavado mi corazn chorreando sangre.Fuiste mi calvario y la piedra resbaladiza de mal agero donde ca para siempre, cuandoms orgullosa marchaba. Fuiste el tajo donde el cielo puso mi cabeza para asegurar elgolpe de su cuchilla; pero con ser obra del cielo mi castigo, te odio, execrable pueblode bandidos! Sepulcro de mi edad feliz, no puedo verte sin espanto, y mientras tengalengua, te maldecir! [37] -V- Llegu a la Seo el 14 de Agosto. Qu viaje el de Benabarre a la Seo! Si antes todose adaptaba al lisonjero estado de mi alma, despus todos los caballos eran malos, todoslos caminos intransitables, todas las posadas insufribles, todos los das calorosos, y lasnoches todas tristes como los pensamientos del desterrado. Mi alma sin consuelo,mientras ms gente vea, ms sola se encontraba. Mi pensamiento no poda apartarse deaquel lugar siniestro donde haban quedado mi amor y mi suplicio, mi falta y miconciencia, representados cada una en un hombre. Casi antes de desempear mi comisin trat de ocuparme de salvar al infeliz quehaba quedado cautivo en Benabarre; pero Mataflorida me dijo sonriendo:
  • 14. -Luego, luego, mi querida seora, trataremos de ese asunto. Infrmeme usted de loque trae, pues no hay tiempo que perder. Hoy mismo constituiremos la Regencia. Ms de dos horas estuvimos departiendo. [38] l, como hombre muy ambicioso yque gustaba de ser el primero en todo, recibi con gusto las instruccionesreservadsimas que le daban gran superioridad entre sus compaeros de Regencia. Eranestos el barn de Eroles y don Jaime Creux, arzobispo de Tarragona, ambos, lo mismoque Mataflorida, de clase humildsima, sacados de su oscuridad por los tiemposrevolucionarios, lo cual no era un argumento muy fuerte en pro del absolutismo. UnaRegencia destinada a restablecer el Trono y el Altar, debi constituirse con gente deraza. Pero la edad revuelta que corramos los exiga de otro modo, y hasta elabsolutismo alistaba su gente en la plebe. Este hecho, que ya vena observndose desdeel siglo pasado, lo expresaba Luis XV diciendo que la nobleza necesitaba estercolarsepara ser fecundada. De los tres regentes, el ms simptico era Mataflorida y tambin el de msentendimiento; el ms tolerante Eroles, y el ms malo y antiptico, D. Jaime Creux. Nopuede decirse de estos hombres que haban marchado con lentitud en sus brillantescarreras. Eroles era estudiante en 1808 y en 1816 teniente general. El otro de clrigooscuro pas a obispo, en premio de su traicin en las Cortes del ao 14. Yo no tena mi espritu en disposicin de [39] atender a las ceremonias con quequisieron celebrar los triunviros el establecimiento de la Regencia. Despus de publicarsu clebre manifiesto, proclamaron solemnemente al Monarca, restituyndole a laplenitud de sus derechos, segn decamos entonces. Levantse en la plaza de la Seo untablado, sobre el que un sacristn vestido de rey de armas grit: Espaa por FernandoVII! y luego dieron al viento una bandera en la cual las monjas haban bordado unacruz y aquellas palabras latinas que quieren decir: por este signo vencers. Los altoscastillos que coronan los montes en cuyo centro est sepultada la Seo hicieron salvas, yaquello en verdad pareca una proclamacin en toda regla. Despus de la ceremonia poltica hubo jubileo por las calles y rogativa pblica, a queconcurri el obispo con todo el clero armado y el cabildo sin armas. Era un espectculoedificante y al mismo tiempo horroroso. Daba idea de la inmensa fuerza que tenan ennuestro pas las dos clases reunidas, clero y plebe; pero los frailes armados de pistolas ylos guerrilleros con vela en la mano, el general con crucifijo y el arcediano conespuelas, movan a risa y a odio juntamente. El ejrcito de la fe, uniformado slo con elgorro cataln habra [40] parecido un ejrcito de pavos, si no estuviera bien probado suindomable valor. Yo vea aquella procesin chabacana, horrible parodia del levantamiento nacional de1808, y aquellas espantosas figuras de curas confundidas con guerreros, como se ven lasficciones horrendas de una pesadilla. Tal espectculo era excesivamente desagradable ami espritu, y la bulla del pueblo me pona los nervios en el ms lastimoso desorden.Semejante Carnaval en Urgel, que es sin disputa el pueblo ms feo de todo el mundo,era para enfermar y aun enloquecer a cualquiera. Mi privilegiada naturaleza me salv. Y pasaban das sin que me fuera posible hacer nada de provecho por mi amadoprisionero de Benabarre. Obtena, s, promesas y aun rdenes de la Regencia; perocomo no poda trasladarme yo misma al lugar del conflicto, era muy difcil que tuviesen
  • 15. cumplimiento. Antes me dejara morir que encaminarme a paraje alguno donde hubieseprobabilidades de encontrar la persona o siquiera las huellas de mi esposo; y segn misaveriguaciones, este no haba abandonado el bajo Aragn. Al fin supe que mi cara mitad, unindose a Jeps dels Estanys, haba pasado a la altaCatalua. [41] Llena de esperanza entonces corr a Benabarre, cargada de rdenes deMataflorida y del mismo Eroles que acababa de ponerse a la cabeza de la insurreccincatalana. Ningn obstculo podan oponerme ya los guerrilleros; mas por mi desgracia,cuando llegu al funesto pueblo de Aragn ni un solo partidario del realismo quedabaen su recinto; el castillo haba sido volado, y el msero cautivo, segn me dijeron,trasladado a otro punto. -Vivo? -pregunt. -Vivo y cargado de cadenas -me contest la misma mujer de aquella horrenda nochede Agosto-. Se iba muriendo por el camino; pero le daban comida y bebida para que noacabase de padecer. No tuve tiempo para entregarme a intiles lamentaciones, porque corri por todo elpueblo esta horrible voz: los liberales!, que vienen los liberales!, y tuve que huir. Conmucho trabajo y gastando bastante dinero pude escapar a Francia por Canfranc. NOTA DEL AUTOR. Aqu concluye el primer fragmento de las curiosas Memorias.Como el segundo se refiere a sucesos ocurridos en la primavera del 23, resultando unainterrupcin de siete meses, nos vemos en la necesidad [42] de llenar tan lamentablevaco con relaciones propias, que abreviaremos todo lo posible para que no se echende menos por mucho tiempo las aventuras de la dama viajera, contadas por ella misma. - VI - La primera determinacin del Gobierno popular que sucedi al de Martnez de laRosa, despus de las jornadas de Julio, fue nombrar general del ejrcito del Norte alrayo de las guerrillas, al Napolen navarro, D. Francisco Espoz y Mina. En medio de suatolondramiento, los siete Ministros, a quienes la Corte llamaba los Siete nios de cija,no carecan de iniciativa y de cierta arrogancia emprendedora que por algn tiempo lespermiti sostenerse en el poder con prestigio. El nombramiento de Mina y aquella ordenque le dieron de hacer tabla rasa de las provincias rebeldes no pudieron ser msacertados. El gran guerrillero no necesitaba muy vivas excitaciones para sentar su pesada manoa los pueblos. Navarros y catalanes le conocan. Pero antao haba hecho la guerra con[43] ellos, y ahora deba hacerla contra ellos, lo cual era muy distinto. Antes se batacontra tropas regulares y ahora con ellas persegua las partidas. Bien se ve que el coloso
  • 16. de las guerrillas estaba fuera de su natural esfera y asiento. Iba a hacer el papel delenemigo durante la guerra de la Independencia. A pesar de esta desventaja empez con muy buen pie su campaa. No poda decirsepropiamente que haba partidas en el Norte, sino que todo el Norte desde Gerona hastaGuipzcoa, y desde el Pirineo hasta las inmediaciones del Ebro, arda con horriblellamarada absolutista. Quesada, a cuyo lado despuntaba un precoz muchacho llamadoZumalacrregui, dominaba en Navarra, juntamente con Guergu y D. Santos Ladrn;Albun y Cuevillas y Merino, asolaban la tierra de Burgos; Capap, el Aragn; Jeps delsEstanys, el Trapense, Romagosa y Caragol, a Catalua, donde el barn de Eroles tratabade formar un ejrcito regular con las desperdigadas gavillas de la fe. Muchos frailes delpas, empezando por los aguerridos capuchinos de Cervera que haban escapado delfuror de las tropas liberales, y concluyendo por los monjes de Poblet que tantotrabajaron en la conspiracin, formaban en las filas del Manco, o de Capap o de Misas.[44] Mina tom el mando de las tropas de Catalua, y al poco tiempo el aspecto de lacampaa principi a mudarse favorablemente a nuestras armas. En 24 de Octubre,despus de obligar a los facciosos a levantar el sitio de Cervera, arras a Castellfollit,poniendo sobre sus ruinas el clebre cartel que deca: Aqu existi Castellfollit.Pueblos, tomad ejemplo, y no deis abrigo a los enemigos de la patria. En Noviembre tom a Balaguer. En el mismo mes oblig a muchos facciosos a pasarla frontera en presencia del cordn sanitario con que nos amenazaban los franceses. En20 de Enero, uno de los suyos, el brigadier Rotten, jefe de la cuarta divisin del ejrcitode Catalua, haca sufrir a San Llorens de Morunys el tremendo castigo de que habasido vctima Castellfollit, diciendo a las tropas en la orden del da: La villaesencialmente rebelde llamada San Llorens de Morunys ser borrada del mapa. Aquel destructor de ciudades sealaba a cada regimiento las calles que deba saquearantes de dar principio a la operacin de borrar del mapa. No de otra manera procediHoche en la Vende; pero este sistema de borrar del mapa es algo expuesto, sobre todoen Espaa. El 8 de Diciembre puso Mina sitio a la Seo [45] de Urgel, mientras Rotten ibaconvenciendo a los rebeldes catalanes con las suaves razones que indicamos, y en unode los pueblos demolidos y arrasados, precisamente en aquel mismo San Llorens deMorunys, llamado tambin Piteus, ocurri un suceso digno de mencionarse y que causmaravilla y emocin muy viva en toda la tropa. Fue de la manera siguiente: Para que el saqueo se hiciera con orden, Rotten dispusoque el batalln de Murcia trabajase en las calles de Araas y Balldelfred; el de Canarias,en las calles de Frecsures y Segories; el de Crdoba, en la de Ferronised y Ascervalds,dejando los arrabales para el destacamento de la Constitucin y la caballera. Lo mismoen la orden de saqueo que en la de incendio, que le sigui, fueron exceptuadas docecasas que pertenecan a otros tantos patriotas. El regimiento de Crdoba funcionaba en la calle de Ferronised, entre laconsternacin de los aterrados habitantes, cuando unos soldados descubrieron un hondostano o mazmorra, y registrndolo, por si en l haba provisiones almacenadas para los
  • 17. facciosos, vieron a un hombre aherrojado, o ms propiamente dicho, un cadverviviente, cuya miserable postracin y estado les causaron espanto. No vacilaron en [46]prestarle auxilio cristianamente sacndole de all en hombros, despus de quitarle conno poco trabajo las cadenas; y cuando el cautivo vio la luz se desmay, pronunciandoincoherentes palabras, que ms bien expresaban demencia que alegra. Roderonle todos, siendo objeto de gran curiosidad por parte de oficiales y soldados,que no cesaban de denostar a los facciosos por la crueldad usada con aquel infeliz. Estepareca haber permanecido bajo tierra mucho tiempo, segn estaba de lvido y exange,y sin duda, era vctima del furor de las hordas absolutistas, y ms que criminal castigadopor sus delitos, un buen patriota condenado por su amor a la Constitucin. Un capitn ayudante de Rotten, llamado D. Rafael Seudoquis, se interes vivamentepor el cautivo, y despus de mandar que se le diera toda clase de socorros, le apremipara que hablase. El hombre sacado del fondo de la tierra pareca joven, a pesar de loque le abrumaba su padecer, y se sorprendi muy agradablemente de ver los uniformesde la tropa. Las primeras palabras que pronunci fueron: -En dnde estn? -Los facciosos? -dijo Seudoquis riendo-. [47] Me parece que no les veremos enmucho tiempo, segn la prisa que llevan... Ahora, buen amigo, dganos cmo se llamausted y quin es. El cautivo haca esfuerzos para recordar. -En qu ao estamos? -pregunt al fin mirando a todos con extraviados ojos. -En el de 1823, que parece ser el peor ao del siglo, segn como empieza. -Y en qu mes? -En Enero y a 15, da de San Pablo ermitao. Si usted recuerda cundo leempaquetaron puede hacer la cuenta del tiempo que ha estado en conserva. -He estado preso -dijo el hombre despus de una larga pausa-, seis meses y algunosdas. -Pues no es mucho, otros han estado ms. No le habrn tratado a usted muy bien: esoes lo malo; pero descuide usted, que ahora las van a pagar todas juntas. El pueblo serincendiado y arrasado. -Incendiado y arrasado! -exclam el cautivo con pena-. Qu lstima que no seaBenabarre! -Sin duda, el cautiverio de usted -dijo Seudoquis, intimando ms con el desgraciado-,empez en ese horrible pueblo aragons. [48] -S seor, de all me trajeron a Tremp y de Tremp a Masbr y de Masbr aqu.
  • 18. -Oh!, buen viaje ha sido! Y seis meses de encierro, bajo el poder de esa canalla!No s cmo no le fusilaron a usted seiscientas veces. -Eran demasiado inhumanos para hacerlo. Llevronle fuera del pueblo en una camilla y a presencia del brigadier, que leinterrog. Desde el cuartel general vio las llamas que devoraban San Llorens, yentonces dijo: -Arde lo inocente, las guaridas y los perversos lobos estn en el monte. El bravo y generoso Seudoquis fue encargado por el brigadier de vestirle, pues losandrajos que cubran el cuerpo del cautivo se caan a pedazos. Al da siguiente de sumaravillosa redencin, hallose muy repuesto por la influencia del aire sano y de losalimentos que le dieron, y aunque le era imposible dar un paso, poda hablar sinacongojarse como el primer da por falta de aliento. -Qu ha pasado en todo este tiempo? -pregunt con voz dbil y temblorosa al quecontinuamente le daba pruebas de generosidad e inters-. Sigue reinando FernandoVII? -Hombre, s, todava le tenemos encima -dijo Seudoquis atizando la hoguera,alrededor de la cual vivaqueaban juntamente con el cautivo [49] cuatro o cincooficiales-. Gotosillo sigue nuestro hombre; pero an nos est embromando y nosembromar por mucho tiempo. -Y la Constitucin, subsiste? -Tambin est gotosa, o mejor dicho, acatarrada. Me parece que de esta fechaenterramos a la seora. -Y hay Cortes? -Cortes y recortes. Pero me parece que pronto no quedarn ms que los de lossastres. -Y qu, hay revolucin en Espaa? -Nada: estamos en una balsa de aceite. -Qu Ministerio tenemos? -El de los Siete nios de cija. Pues qu, vamos a estar mudando de nios todos losdas? -Y ha vuelto la Milicia a sacudir el polvo a la Guardia Real? -Ahora nos ocupamos todos en cazar frailes y guerrilleros, siempre que ellos no noscacen a nosotros.
  • 19. -Y Riego? -Ha ido a Andaluca. -Hay agitacin all? -Lo que hay es mucha sangre vertida en todas partes. -Revolucin completa. Dnde hay partidas? [50] -Pregunte usted que dnde hay espaoles. -Toda Catalua parece estar en armas contra el Gobierno. -Y casi todo Aragn y Navarra y Vizcaya y Burgos y Len y mucha parte deGuadalajara, Cuenca, vila, Toledo, Cceres. Hay facciones hasta en Andaluca, que escomo decir que hasta las ranas han criado pelo. -Qu horrible sueo el mo -dijo lgubremente el cautivo-, y qu triste despertar! -Esto es un volcn, amigo mo. -Pero qu quieren? -Confites. Piden Inquisicin y cadenas. -Y quin los dirige? -El Rey y en su real nombre la Regencia de Urgel. -Una Regencia... -Que tiene su Gobierno regular, sus embajadores en las Cortes de Europa y hacontratado hace poco un gran emprstito. Si no hay pas ninguno como este! Espanta elver cmo falta dinero para todo menos para conspirar. -Y qu hace el Gobierno? -Qu ha de hacer? Boberas. Trasladar los curas de una parroquia a otra, declararvacantes las sillas de los obispos que estn en la faccin, fomentar las sociedadespatriticas, suprimir [51] los conventos que estn en despoblado y otras grandesmedidas salvadoras. -No ha cerrado el Gobierno las sociedades patriticas? -Ha abierto la Landaburiana, para que los liberales tengan una buena plazuela dondeinsultarse. -Siguen los discursos?
  • 20. -S; pero abundan ms los cachetes. -Y qu generales mandan los ejrcitos de operaciones? -Aqu Mina, en Castilla la Nueva ODaly, Quiroga en Galicia, en Aragn Torrijos. -Y vencen? -Cuando pueden. -Es una delicia lo que encuentro a mi vuelta del otro mundo. -Si casi era mejor que se hubiese usted quedado por all. As al menos no sufrira lavergenza de la intervencin extranjera. -Intervencin? -Y se asusta! Pues hay nada ms natural? Segn parece, all por el mundocivilizado corre el rumor de que esto que aqu pasa es un escndalo. -S que lo es. -Los Reyes temen que a sus Naciones respectivas les entre este maleficio de lasConstituciones, [52] de las sociedades Landaburianas, de las partidas de la Fe, de losfrailes con pistolas, y nos van a quitar todos estos motivos de distraccin. Lejos delmundo ha estado usted, y muy dentro de tierra cuando no han llegado a sus odos lasclebres notas. -Qu notas? -El re mi fa de las Potencias. Las notas han sido tres, todas muy desafinadas, y laspotencias que las han dado, tres tambin como las del alma: Rusia, Prusia y Austria. -Y qu pedan? -No puedo decrselo a usted claramente porque los embajadores no me las han ledo;pero si s que la contestacin del Gobierno espaol ha sido retumbante y guerrera comoun redoble de tambor. -Es decir que desafa a Europa. -S seor, la desafiamos. Ahora se recuerda mucho la guerra de la Independencia;pero yo digo, como Cervantes, que nunca segundas partes fueron buenas. -De modo que tendremos otra vez extranjeros? -Franceses. Ah tiene usted en lo que ha venido a parar el ejrcito de observacin.Entre el cordn sanitario y el de San Francisco, nos van a dar que hacer... Digo... y los[53] diputados el da en que aprobaron la contestacin a las notas fueron aclamados porel pueblo. Yo estaba en Madrid esa noche, y como vivo frente al coronel San Miguel,
  • 21. las murgas no me dejaron dormir en toda la noche. Por todas partes no se oyen ms quemueras a la Santa Alianza, a las Potencias del Norte, a Francia y a la Regencia de Urgel.Ahora se dice tambin como entonces dejarles que se internen; pero la tropa no estmuy entusiasmada que digamos. Con todo, si entran los interventores no les recibiremoscon las manos en los bolsillos. -Tremendos das vienen -dijo el cautivo-. Si los absolutistas vencen, no podremosvivir aqu. O ellos o nosotros. Hay que exterminarles para que no nos exterminen. -Diga usted que si hubiera muchos brigadieres Rotten, pronto se acababa esa castamaligna. Fusilamos realistas por docenas, sin distincin de sexo ni edad, niformalidades de juicio... Ay del que cae en nuestras manos! Nuestro brigadier dice queno hay otro remedio, ni entienden ms razn que el arcabuzazo. Ayer hicimos catorceprisioneros en San Llorens. Hay de toda casta de gentes: mujeres, hombres, dosclrigos, un jesuita que usa gafas, un escribano de setenta aos, una mujer [54] pblica,dos guerrilleros invlidos; en fin, un muestrario completo. El jefe les ha sentenciado ya;pero como esto no se puede decir as, se hace la comedia de enviarles a la crcel deSolsona, y por el camino cuando viene la noche y se llega a un sitio conveniente... pim,pam, se les despacha en un santiamn, y a otra. -Si no me engao -dijo el cautivo-, aquellos paisanos que por all se ven, son losprisioneros de San Llorens. En una loma cercana, a distancia de dos tiros de fusil se vea un grupo de personas,custodiadas por la tropa. Pareca un rebao que se haba detenido a sestear. -Cabalmente -dijo Seudoquis-, aquellos son. Dentro de una hora se pondrn encamino para la eternidad. Y estn tan tranquilos!... Como que no han probado an lasrecetas del brigadier Rotten... -Ojo por ojo y diente por diente -dijo el cautivo contemplando el grupo deprisioneros-. Ah, gran canalla!, no se entierran hombres impunemente durante seismeses, no se baila encima de su sepultura para atormentarle, no se les insulta por la reja,no se les arroja saliva e inmundicia, sin sentir ms tarde o ms temprano la manojusticiera que baja del cielo. [55] Despus callaron todos. No se oa ms que el rasgueo de la pluma con que uno de losoficiales escriba, teniendo el papel sobre una cartera y esta sobre sus rodillas. Cuandohubo concluido, el cautivo rog que se le diese lo necesario para escribir una carta a sumadre, anuncindole que viva, pues, segn dijo, en todo el tiempo de su ya concluidacautividad no haba podido dar noticia de su existencia a los que le amaban. -Vivirn como yo -dijo tristemente-, o afligidos por mi desaparicin habrn muerto? -Dispnseme usted -manifest Seudoquis-, pero a medida que hablamos, me haparecido reconocer en usted a una persona con quien hace algunos aos tuve relaciones. -S, Sr. Seudoquis -dijo el cautivo sonriendo-. El mismo soy. Conspiramos juntos elao 19 y a principios del ao 20.
  • 22. -Seor Monsalud -exclam el oficial abrazndole-, buen hallazgo hemos hechosacndole a usted de aquella mazmorra. Ya se ve! Cmo podra conocerle, si estusted hecho un esqueleto?... Adems en estos tiempos se olvida pronto. He visto tantagente desde aquellos felices das!... porque eran felices, s. Aunque sea entre peligros, elconspirar es siempre muy agradable, sobre todo si se tiene fe. [56] -Entonces tena yo mucha fe. -Ah! Y yo tambin. Me hubiera dejado descuartizar por la libertad. -Con qu afn trabajbamos! -S; con qu afn! -Nos pareca que de nuestras manos iba a salir acabada y completa la ms liberal yal mismo tiempo la ms feliz Nacin de la tierra! -S, qu ilusiones!... Si no estoy trascordado, tambin nos hallamos juntos en lalogia de la calle de las Tres Cruces. -S; all estuve yo algn tiempo. En aquello nunca tuve mucha fe. -Yo s; pero la he perdido completamente. Vea usted en qu han venido a pararaquellas detestables misas masnicas. -Nunca tuve ilusiones respecto a la Orden de la Viuda. -Pues nosotros -dijo Seudoquis riendo-, tuvimos hasta hace poco en el regimientonuestra caverna de Adorinam. Pero apenas funcionaba ya. Cunta ruina, amigo mo!...Cmo se ha desmoronado aquel fantstico edificio que levantamos!... Yo he sido de losque con ms gana, con ms conviccin y hasta con verdadera ferocidad han gritado:Constitucin o muerte! Hbleme usted con franqueza, Salvador, tiene usted fe? [57] -Ninguna -repuso el cautivo-, pero tengo odio, y por el odio que siento contra miscarceleros, estoy dispuesto a todo, a morir matando facciosos, si el general Mina quierehacerme un hueco entre sus soldados. -Pues yo -manifest Seudoquis con frialdad-, no tengo fe; tampoco tengo odio muyvivo; pero el deber militar suplir en m la falta de estas dos poderosas fuerzasguerreras. Pienso batirme con lealtad y llevar la bandera de la Constitucin hasta dondese pueda. -Eso no basta -dijo Monsalud moviendo la cabeza-. Para este conflicto nacional senecesita algo ms... En fin, Dios dir. Y empez a escribir a su madre.
  • 23. - VII - Despus de dar noticia de su estupenda liberacin, exponiendo con brevedad lospadecimientos del largo cautiverio que haba sufrido, escribi las frases ms cariosas yuna pattica declaracin de arrepentimiento por su desnaturalizada conducta y la impafuga que tan duramente haba castigado Dios. Manifestando [58] despus su falta derecursos y que ms que un viaje a Madrid le convena su permanencia en el ejrcito deCatalua, rogaba a su madre que vendiese cuanto haba en la casa, y juntamente conSolita, se trasladase a la Puebla de Arganzn, donde pasara a verlas, pidiendo unalicencia. Conclua indicando la direccin que deba darse a las cartas de respuesta, ypeda que esta fuera inmediata para calmar la incertidumbre y afn de su alma. Aquella misma tarde habl con el brigadier Rotten, el cual era un hombre muy rudoy fiero, bastante parecido en genio y modos a don Carlos Espaa. Aconsejole este queviera al general Mina, en cuyo ejrcito haba varias partidas de contraguerrilleros,organizadas disciplinariamente; aadi que l (el brigadier Rotten) se haba propuestohacer la guerra de exterminio, quemando, arrasando y fusilando, en la seguridad de quela supresin de la humanidad traera infaliblemente el fin del absolutismo, y concluydiciendo que pasaba a la provincia de Tarragona con todas las fuerzas de su mando,excepcin hecha del batalln de Murcia, que le haba sido reclamado por el general enjefe para reforzar el sitio de la Seo. Monsalud, sin vacilar en su eleccin, opt por seguira los de Murcia que iban hacia la Seo. [59] Sali, pues, Murcia al da siguiente muy temprano en direccin a Castellar, llevandoel triste encargo de conducir a los catorce prisioneros de San Llorens de Morunys.Seudoquis no ocult a Salvador su disgusto por comisin tan execrable; pero ni l ni suscompaeros podan desobedecer al brbaro Rotten. Psose en marcha el regimiento, quems bien pareca cortejo fnebre, y en uno de sus ltimos carros iba Monsalud, viendodelante de s a los infelices cautivos atraillados, algunos medio desnudos, y todosabatidos y llorosos por su miserable destino, aunque no se crean condenados a muerte,sino tan slo a denigrante esclavitud. Camino ms triste no se haba visto jams. Lleno de fango el suelo; cargada deneblina la atmsfera, y enfriada por un remusguillo helado que del Pirineo descenda,todo era tristeza fuera y dentro del alma de los soldados. No se oan ni las cancionesalegres con que estos suelen hacer menos pesadas las largas marchas, ni los dilogospicantes, ni ms que el lgubre comps de los pasos en el cieno y el crujir de los lentoscarros y los suspiros de los acongojados prisioneros. El da se acab muy pronto a causade la niebla que, al modo de envidia, lo empaaba; y al llegar a un ngulo del camino,en cierto sitio llamado los tres [60] Roures (los tres robles), el regimiento se detuvo.Tomaba aliento, porque lo que iba a hacer era grave. Salvador sinti un sbito impulso en su alma cristiana. Eran los sentimientos dehumanidad que se sobreponan al odio pasajero y al recuerdo de tantas penas. Cuandovio que la horrible sentencia iba a cumplirse, hundi la cabeza sepultndola entre lossacos y mantas que llenaban el carro, y or en silencio. Los ayes lastimeros y los tirosque pusieron fin a los ayes, le hicieron estremecer y sacudirse, como si resonaran en lacavidad de su propio corazn. Cuando todo qued en lgubre silencio, alzando suangustiada cabeza, dijo as:
  • 24. -Qu cobarde soy! El estado de mi cuerpo, que parece de vidrio, me hace dbil ypusilnime como una mujer... No debo tenerles lstima, porque me sepultaron duranteseis meses, porque bailaron sobre mi calabozo y me injuriaron y escupieron, porque niaun tuvieron la caridad de darme muerte, sino por el contrario, me dejaban vivir paramortificarme ms. El regimiento sigui adelante, y al pasar junto al lugar de la carnicera, Salvadorsinti renacer su congoja. -Es preciso ser hombre -pens-. La guerra [61] es guerra, y exige estas crueldades.Es preciso ser verdugo que vctima. O ellos o nosotros. Seudoquis se acerc entonces para informarse de su estado de salud. Estaba el buencapitn tan plido como los muertos, y su mano, ardiente y nerviosa temblaba como ladel asesino que acaba de arrojar el arma para no ser descubierto. -Qu dice usted, amigo mo? -le pregunt Salvador. -Digo -repuso el militar tristemente-, que la Constitucin ser vencida. - VIII - Hasta el 25 de Enero no llegaron a Canyellas donde Mina tena su cuartel general,frente a la Seo de Urgel. Haban pasado ms de sesenta das desde que puso sitio a laplaza, y aunque la Regencia se haba puesto en salvo llevndose el dinero y los papeles,los testarudos catalanes y aragoneses se sostenan fieramente en la poblacin, en loscastillos y en la formidable ciudadela. [62] Mina, hombre de mucha impaciencia, tena en aquellos das un humor de mildemonios. Sus soldados estaban medio desnudos, sin ningn abrigo y con menos ardorguerrero que hambre. A los cuarenta y seis caones que guarnecan las fortalezas de laSeo, el hroe navarro no poda oponer ni una sola pieza de artillera. El pas en queoperaba era tan pobre y desolado, que no haba medios de que sobre l, como escostumbre, vivieran las tropas. Por carecer estas de todo, hasta carecan de fanatismo, yel grito de Constitucin o muerte haca ya muy poco efecto. Era como loscumplimientos, que todo el mundo los dice y nadie cree en ellos. Un invierno fro ycrudo completaba la situacin, derramando nieves, escarchas, hielos y lluvia sobre lossitiadores, no menos desabrigados que aburridos. Delante de la miserable casilla que le serva de alojamiento sola pasearse D.Francisco por las tardes con las manos en los bolsillos de su capote, y pisando fuertepara que entraran en calor las entumecidas piernas. Era hombre de cuarenta y dos aos,recio y avellanado, de semblante rudo, en que se pintaba una gran energa, y todo suaspecto revelaba al guerreador castellano, ms gil que forzudo. En sus ojos,sombreados por cejas muy espesas, brillaba la [63] astuta mirada del guerrillero quesabe organizar las emboscadas y las dispersiones. Tena cortas patillas, que empezaban
  • 25. a emblanquecer, y una piel bronca; las mandbulas, as como la parte inferior de la cara,muy pronunciadas; la cabeza cabelluda y no como la de Napolen, sino piriforme yamelonada a lo guerrillero. No careca de cierta zandunga (5) su especial modo desonrer, y su hablar era como su estilo, conciso y claro, si bien no muy elegante; pero sino escriba como Julio Csar, sola guerrear como l. No le educaron sus mayores sino los menores de su familia, y tuvo por maestro a susobrino, un seminarista calavern que empez su carrera persiguiendo franceses y laacab fusilado en Amrica. Se hizo general como otros muchos, y con mejores motivosque la mayor parte, educndose en la guerra de la Independencia, sirviendo bien y conlealtad, ganando cada grado con veinte batallas y defendiendo una idea poltica conperseverancia y buena fe. Su destreza militar era extraordinaria, y fue sin disputa elprimero entre los caudillos de partidas, pues tena la osada de Merino, el brutal arrojodel Empecinado, la astucia de Albun y la ligereza del Royo. Sus crueldades, de quetanto se ha hablado, no salan, como las de Rotten, de las perversidades [64] de uncorazn duro, sino de los clculos de su activo cerebro, y constituan un plan comocualquier otro plan de guerra. Supo hacerse amar de los suyos hasta el delirio, y tambinsojuzgar a los que se le rebelaron como el Malcarado. Posea el genio navarro en toda su grandeza, siendo guerrero en cuerpo y alma, nomuy amante de la disciplina, caminante audaz, cazador de hombres, enemigo de lalisonja, valiente por amor a la gloria, terco y caprichudo en los combates. Gan batallasque equivalan a romper una muralla con la cabeza, y fueron obras maestras de laterquedad, que a veces sustituye al genio. En sus crueldades jams cometi vilesrepresalias, ni se ensa, como otros, en criaturas dbiles. Peleando contraZumalacrregui, ambos caudillos cambiaron cartas muy tiernas a propsito de una niade quince meses que el guipuzcoano tena en poder del navarro. Fuera de la guerra, erahombre corts y fino, desmintiendo as la humildad de su origen, al contrario de otrosmuchos, como D. Juan Martn, por ejemplo, que, aun siendo general, nunca dej de sercarbonero. Salvador Monsalud haba conocido a Mina en 1813, durante la conspiracin, ydespus en Madrid. Su amistad no era ntima, pero s [65] cordial y sincera. Oy elgeneral con mucho inters el relato de las desgracias del pobre cautivo de San Llorens,y a cada nueva crueldad que este refera, soltaba el otro alguna enrgica invectiva contralos facciosos. -Ya tendr usted ocasin de vengarse, si persiste en su buen propsito de ingresar enmi ejrcito -le dijo, estrechndole la mano-. Yo tengo aqu varias partidas decontraguerrilleros, compuestas de gentes del pas y de compatriotas mos que meayudan como pueden. Desde luego le doy a usted el mando de una compaa; aceptausted? -Acepto -repuso Salvador-. Nunca fue grande mi aficin a la carrera militar; peroahora me seduce la idea de hacer todo el dao posible a mis infames verdugos, noasesinndolos, sino vencindolos... Este es el sentimiento de que han nacido todas lasguerras. Adems yo no tengo nada que hacer en Madrid. El duque del Parque no seacordar ya de m y habr puesto a otro en mi lugar. He rogado a mi madre que vendatodo y se traslade a la Puebla con mi hermana. No quiero Corte por ahora. Las
  • 26. circunstancias, y una inclinacin irresistible que hay dentro de m desde que me sacaronde aquel horrible sepulcro, me impulsan a ser guerrillero. [66] -Eso no es ms que vocacin de general -dijo Mina riendo. Despus convid a Monsalud a su frugal mesa, y hablaron largo rato de la campaa ydel sitio emprendido, que segn las predicciones del general, tocaba ya a su fin. -Si para el da de la Candelaria no he entrado en esa cueva de ladrones -dijo-, rompomi bastn de mando... Dara todos mis grados por podrselo romper en las costillas aMataflorida. -O al arzobispo de Creux. -Ese se pone siempre fuera de tiro. Ya march a Francia por miedo a la chamusquinaque les espera. Ah! Sr. Monsalud, si no es usted hombre de corazn, no venga connosotros. Cuando entremos en la Seo, no pienso perdonar ni a las moscas. El Trapense,al tomar esta plaza, pas a cuchillo la guarnicin. Yo pienso hacer lo mismo. -A qu cuerpo me destina mi general? -A la contraguerrilla del Cojo de Lumbier. Es un puado de valientes que vale todoel oro del mundo. -En dnde est? -Hacia Fornals, vigilando siempre la Ciudadela. Los contraguerrilleros del Cojo hanjurado morir todos o entrar en la Ciudadela [67] antes de la Candelaria. Me inspiran talconfianza, que les he dicho: no tenis que poneros delante de m sino para decirme quela Ciudadela es nuestra. -Entrarn, entraremos de seguro -dijo Monsalud con entusiasmo. -Y ya les he ledo muy bien la cartilla -aadi Mina-. Ya les he cantado muy claroque no tienen que hacerme prisioneros. No doy cuartel a nadie, absolutamente a nadie.Esa turba de sacristantes y salteadores no merece ninguna consideracin militar. -Es decir... -Que me haris el favor de pasarme a cuchillo a toda esa gavilla de tunantes... Amigomo, la experiencia me ha demostrado que esta guerra no se sofoca sino con la ley delexterminio llevada a su ltimo extremo. Salvador, oyendo esto, se estremeci, y por largo rato no pudo apartar de supensamiento la lgubre fase que tomaba la guerra desde que l imagin poner su manoen ella. Mina encarg al novel guerrillero que procurara restablecerse dndose la mejor vidaposible en el campamento, pues tiempo haba de sobra para entrar en lucha, sicontinuaba la guerra, como era creble en vista del estado del pas y de los amagos de
  • 27. intervencin. [68] Otros amigos, adems del general, encontr Salvador en Canyellas ypueblos inmediatos; relaciones hechas la mayor parte en la conspiracin y fomentadasdespus en las logias y en los cafs patriticos. - IX - La Seo de Urgel est situada en la confluencia de dos ros que all son torrentes: elSegre, originario de Puigcerd, y el Balira, un bullicioso y atronador joven enviado aEspaa por la Repblica de Andorra. Enormes montaas la cercan por todas partes ytres gargantas estrechas le dan entrada por caminos que entonces slo eran a propsitopara la segura planta del mulo. Sobre la misma villa se eleva la Ciudadela; ms al Norteel CASTILLO; entre estas dos fortalezas, el escarpado arrabal de Castel-Ciudad, y endireccin a Andorra la torre de Solsona. La imponente altura de estas posiciones hacemuy difcil su expugnacin, es preciso andar a gatas para llegar hasta ellas. El 29 Mina dispuso que se atacara a Castel-Ciudad. [69] El xito fue desgraciado;pero el 1. de Febrero, operando simultneamente todas las tropas contra Castel-Ciudad,Solsona y el Castillo, se logr poner avanzadas en puntos cuya conquista haca muypeligrosa la resistencia de los sitiados. Por ltimo, el da 3 de Febrero, a las doce de lamaana, las contraguerrillas del Cojo y el regimiento de Murcia penetraban en laCiudadela, defendida por seiscientos hombres al mando de Romagosa. Aunque no se hallaba totalmente restablecido, Salvador Monsalud volva tanrpidamente a su estado normal, que crey de su deber darse de alta en los crticos das1. y 2. de Febrero. Adems de que se senta regularmente gil y fuerte, le mortificabala idea de que se le supusiera ms encariado con la convalecencia que con las balas.Tom, pues, el mando de su compaa de contraguerrillas, a las rdenes del valienteCojo de Lumbier, y fue de los primeros que tuvieron la gloria de penetrar en laCiudadela. Sin saber cmo, sintiose dominado por la rabiosa exaltacin guerrera queanimaba a su gente. Vio los raudales de sangre y oy los salvajes gritos, todo ello muyacorde con su excitado espritu. Cuando la turba vencedora cay como una venganza celeste sobre los vencidos,sinti, s, [70] pasajero temblor; pero sobreponindose a sus sentimientos, record lasinstrucciones de Mina y supo transmitir las rdenes de degello, con tanta firmeza comoel cirujano que ordena la amputacin. Vio pasar a cuchillo a ms de doscientos hombresen la Ciudadela y no pestae; pero no pudo vencer una tristeza ms honda que todaslas tristezas imaginables, cuando Seudoquis, acercndose a l sobre charcos de sangre yentre los destrozados cuerpos palpitantes, le dijo con la misma expresin lgubre de latarde de los tres Roures: -Me confirmo en mi idea, amigo Monsalud. La Constitucin ser vencida.
  • 28. Al da siguiente baj a la villa de la Seo, que le pareci un sepulcro del cual seacabara de sacar el cuerpo putrefacto. Su estrechez lbrega y hmeda, as como susuciedad hacan pensar en los gusanos insaciables, y no se poda entrar en ella connimo sereno. Como oyera decir que en los claustros de la catedral, convertidos enhospital, haba no pocas personas de Madrid, se dirigi all creyendo encontrar algnamigo de los muchos y diversos que tena. Grande era el nmero de heridos y enfermos;mas no vio ningn semblante conocido. En el palacio arzobispal estaban slo [71] losenfermos de ms categora. Dirigiose all y apenas haba dado algunos pasos en laprimera sala, cuando se sinti llamado enrgicamente. Mir y dos nombres sonaron. -Salvador! -Pipan! Los dos amigos de la niez, los dos colegas de la conspiracin del 19, los doshermanos, aunque no bien avenidos de la logia de las Tres Cruces, se abrazaron concario. El buen Bragas, que poco antes, viendo malparada la causa constitucional, habacorrido a la Seo a ponerse a las rdenes de la Regencia, cual hombre previsor, padecade un persistente rema que le impidi absolutamente huir a la aproximacin de lastropas liberales. Confiaba el pobrecito en las infinitas trazas de su sutilsimo ingeniopara conseguir que no se le causara dao, y como tuvo siempre por norte hacerseamigos, aunque fuera en el infierno, muy mal haban de venir las cosas para que nosaliese alguno entre los soldados de Mina. A pesar de todo, estuvo con el alma en unhilo hasta que vio aparecer la figura por dems simptica de su antiguo camarada, yentonces no pudiendo contener la alegra, le llam y despus de estrecharle en susbrazos con la frentica alegra del condenado que logra salvarse, le dijo: [72] -Qu bonita campaa habis hecho!... Habis tomado la Seo como quien coge unnido de pjaros... Si he de ser franco contigo, me alegro... no se poda vivir aqu con esacanalla de Regencia... Yo vine por cuenta del Gobierno constitucional a vigilar... ya tme entiendes; y me marchaba, cuando... Qu desgraciado soy! Pero supongo que no meharn dao alguno, eh?... Tienes influencia con Mina?... Dile que podr ponerle enautos de algunas picardas que proyectan los Regentes. Te juro que diera no s qu porver colgado de la torre al arzobispo. Monsalud despus de tranquilizarle pidiole noticias de Madrid y de su familia. Pipan permaneci indeciso breve rato, y despus aadi con su habitual ligereza delenguaje: -Pero dnde te has metido? Te secuestraron los facciosos? Ya me lo supona, y aslo dije a tu pobre madre cuando estuvo en mi casa a preguntarme por ti. La buenaseora no tena consuelo. Se comprende. No saber de ti en tanto tiempo!... Vive mi madre? -pregunt Salvador-. Est buena? -Hace algunos das que falto de Madrid y no te puedo contestar -dijo Bragasmascullando [73] las palabras-, pero si recibieses alguna mala noticia no debes
  • 29. sorprenderte. Tu ausencia durante tantos meses y la horrible incertidumbre en que havivido tu buena madre, no son ciertamente garantas de larga vida para ella. -Pipan, por Dios -dijo Monsalud con amargura-, t me ocultas algo; t, por caridadno quieres decirme todo lo que sabes. Vive mi madre? -No puedo afirmar que s ni que no. -Cundo la has visto? -Hace cuatro meses. -Y entonces estaba buena? -As, as... -Y Sola estaba buena? -As, as. Las dos parecan tan apesadumbradas, que daba pena verlas. -Seguan viviendo en el Prado, donde yo las dej? -No, volvieron a la calle de Coloreros... Comprendo tu ansiedad. Si no hubiera huidocon la Regencia una persona que se toma inters por ti, que te nombra con frecuencia, yque hace poco ha llegado de Madrid... -Quin? -Jenara. [74] -Ha estado aqu?... No me dices nada que no me abrume, Pipan. -March con el arzobispo y Mataflorida. Qu guapa est! Y conspira que es unprimor. Slo ella se atrevera a meterse en Madrid, llevando mensajes de esta gente dela frontera, como hizo en la primavera pasada, y volver locos a los Ministros y a lacamarilla... Pero te has puesto plido al or su nombre... Ya, ya s que os queris bien.Ella misma ha dejado comprender ciertas cosas... Cunto ha padecido por arrancar dela faccin a un hombre secuestrado en Benabarre! Ese hombre eres t. Bien claro me loha dado a entender ella con sus suspiros siempre que te nombraba, y t con esa palidezteatral que tienes desde que hablamos de ella. Amiguito, bien, bravo; mozas de talcalidad bien valen seis meses de prisin. A doce me condenara yo por haber gustadoesa miel hiblea. Y prorrumpi en alegres risas, sin que el otro participase de su jovialidad. Reclinadoen la cama del enfermo, la cabeza apoyada en la mano, Monsalud pareca la imagen dela meditacin. Despus de larga pausa, volvi a anudar el hilo del interrumpidocoloquio, diciendo: -Conque ha estado aqu hace poco? [75]
  • 30. -S; ves esta cinta encarnada que tengo en el brazo?... Ella me la puso parasujetarme la manga que me molestaba. Si quieres este recuerdo suyo te lo puedo cederen cambio de la proteccin que me dispensas ahora. Salvador mir la cinta, pero no hizo movimiento alguno para tomarla, ni dijo nadasobre aquel amoroso tema. -Y dices que hizo esfuerzos por rescatarme? -pregunt. -S... pobre mujer! Se me figura que te am grandemente; pero ac para entre losdos, no creo que la primera virtud de Jenara sea la constancia... Si tanto empeo tenapor salvarte, por qu no te salv, siendo, como era, amiga de Mataflorida, delarzobispo y del barn? Con tomar una orden de la Regencia y dirigirse al interior delpas dominado por los arcngeles de la fe... Pero no haba quien la decidiera a dar estepaso, y antes que meterse entre guerrilleros, me dijo una vez que prefera morir. -Y crees t que ella podra darme noticias de mi familia? -Se me figura que s -dijo Pipan poniendo semblante compungido-. Yo le o ciertascosas... No ser malo, querido amigo, que te dispongas a recibir alguna mala noticia.[76] -Dmela de una vez, y no me atormentes con tus medias palabras -manifestSalvador lleno de ansiedad. -De este mundo miserable -aadi Bragas con una gravedad que no le sentaba bien-,qu puede esperarse ms que penas? -Ya lo s! Jams he esperado otra cosa. -Pues bien... Yo supongo que t eres un hombre valiente... Para qu andar conrodeos y palabrillas? -Es verdad. -Si al fin haba de suceder; si al fin habas de apurar este cliz de amargura... Ah, miquerido amigo, siento ser mensajero de esta tristsima nueva! -Oh, Dios mo, lo comprendo todo!... -exclam Salvador ocultando su rostro entrelas temblorosas manos. -Tu madre ha muerto! -dijo Pipan. -Oh, bien me lo deca el corazn! -balbuci el hurfano traspasado de dolor-.Madre querida!, yo te he matado! Durante largo rato estuvo llorando amargamente. [77]
  • 31. -X- Creyendo ahora conveniente el autor no trabajar ms por cuenta propia, vuelve autilizar el manuscrito de la seora en su segunda pieza, que concuerdacronolgicamente con el punto en que se ha suspendido la anterior relacin. Los lectores perdonarn esta larga incrustacin ripiosa, tan inferior a lo escrito porla hermosa mano y pensado por el agudo entendimiento de la seora. Pero como laseguridad del edificio de esta historia lo haca necesario, el autor ha metido su toscoladrillo entre el fino mrmol de la gentil dama alavesa. El segundo fragmento lleva porttulo: DE PARS A CDIZ, y a la letra dice as: A fines de Diciembre del 22, tuve que huir precipitadamente de la Seo, queamenazaba el cabecilla Mina. No es fcil salir con pena de la Seo. Aquel pueblo eshorrible, y todo el que vive dentro de l se siente amortajado. Mataflorida sali antesque nadie, [78] trmulo y lleno de zozobra. No podr olvidar nunca la figura delarzobispo, montando a mujeriegas en un mulo, apoyando una mano en el arzndelantero y otra en el de atrs, y con la canaleja sujeta con un pauelo para que no se laarrancase el fuerte viento que soplaba. Es sensible que no pueda una dejar de rerse encircunstancias tristes y luctuosas, y que a veces las personas ms dignas de veneracinpor su estado religioso, exciten la hilaridad. Conozco que es pecado y lo confieso; peroello es que yo no poda tener la risa. Nos reunimos todos en Tolosa de Francia. Yo resolv entonces no mezclarme ms enasuntos de la Regencia. Jams he visto un desconcierto semejante. Muchos espaolesemigrados, viendo cercana la intervencin (precipitada por las altaneras contestacionesde San Miguel), temblaban ante la idea de que se estableciese un absolutismo fantico yvengador, y suspiraban por una transaccin, interpretando el pensamiento de LuisXVIII. Pero no haba quien apease a Mataflorida de su borrica, o sea de su idea derestablecer las cosas en el propio ser y estado que tuvieron desde el 10 de Mayo de1814 hasta el 7 de Marzo de 1820. Balmaseda le apoyaba, y D. Jaime Creux (el granjinete de quien antes he hablado) era partidario [79] tambin del absolutismo puro y sinmancha alguna de Cmaras ni camarines; pero el barn de Eroles y Egua se oponanfuriosamente a esta salutfera idea de sus compaeros. Mi amigo, el general de la coleta (ya separado de la pastelera de Bayona) queradestituir a la Regencia y prender a Mataflorida y al arzobispo. Mataflorida, fuerte conlas instrucciones reservadsimas de Su Majestad, que yo y otros emisarios le habamostrado, segua en sus trece. La Junta de Catalua, los apostlicos de Galicia, la Junta deNavarra, los obispos emigrados enviaban representaciones a Luis XVIII para quereconociese a la Regencia de Urgel, mientras la Regencia misma, echndosela desoberana, enviaba una especie de plenipotenciarios de figurn a los Soberanos deEuropa.
  • 32. Nada de esto hizo efecto, y la Corte de Francia, conforme con Egua y el barn deEroles, puso a la Regencia cara de hereje. Por desgracia para la causa real Ugarte habasido quitado de la escena poltica, y todo el negocio, como puede suponerse, andaba enmanos muy ineptas. All era de ver la rabia de Mataflorida, que alegaba en su favor lasrdenes terminantes del Rey; pero nada de esto vala, porque los otros tambinmostraban cartas [80] y mandatos reales. Fernando jugaba con todos los dados a la vez.Su voluntad quin poda saberla? Entretanto todo se volva recados misteriosos de Tolosa a Pars y a Madrid y aVerona. Egua se carteaba con el duque de Montmorency, ministro de Estado enFrancia, y Mataflorida con Chateaubriand. Cuando este sustituy a Montmorency en elMinisterio, nuestro marqus vio el cielo abierto, por ser el vizconde de los que con msahnco haban sostenido en Verona la necesidad de volver del revs las institucionesespaolas. Necesitando negociar con l y no queriendo apartarse de la frontera deEspaa por temor a las intrigas de Egua y del barn de Eroles, me rog que le sirviesede mensajero, a lo que acced gustosa, porque me agradaban, a qu negarlo?, aquellosgraciosos manejos de la diplomacia menuda, y el continuo zarandeo y el trabarrelaciones con personajes eminentes, Prncipes y hasta soberanos reinantes. Yo, dichosea sin perjuicio de la modestia, haba mostrado regular destreza para tales tratos, ascomo para componer hbilmente una intriga; y el hbito de ocuparme en ello habadespertado en m lo que puede llamarse el amor al arte. Mi belleza, y cierta magia que,segn dicen, tuve, contribuan no poco entonces [81] al xito de lo que yo nombrabaplenipotencias de abanico. Tom, pues, mis credenciales y part para Pars con mi doncella y dos criadosexcelentes que me proporcion Mataflorida. Estaba en mis glorias. Felizmente yohablaba el francs con bastante soltura, y tena en tan alto grado la facultad deadaptacin, que a medida que pasaba de Tolosa a Agen, de Agen a Poitiers, de Poitiers aTours y a Pars, parecame que me iba volviendo francesa en maneras, en traje, en figuray hasta en el modo de pensar. Llegu a la gran ciudad ya muy adelantado Febrero. Tom habitacin en la calle delBac, y despus de destinar dos das a recorrer las tiendas del Palais Royal y a entablaralgunas relaciones con modistas y joyeros, ped una audiencia al seor Ministro deNegocios Exteriores. l, que ya tena noticia de mi llegada, enviome uno de sussecretarios, dignndose al mismo tiempo ofrecerme un billete para presenciar la aperturade las tareas legislativas en el Louvre. Mucho me holgu de esto, y dispseme a asistir a tan brillante ceremonia, en la cualdeba leer su discurso el Rey Luis XVIII y presentarse de corte todos los grandesdignatarios de aquella fastuosa Monarqua. Confieso que [82] jams he visto ceremoniaque ms me impresionase. Qu solemnidad, qu grandeza y lujo! El puesto en que mecolocaron los ujieres no era el ms cmodo; pero vi perfectamente todo, y la admiraciny arrobamiento de mi espritu no me permitan atender a las molestias. La presencia del anciano Rey me caus la sensacin ms viva. Aclamronleruidosamente cuando apareci en el gran saln, y en realidad, inspiraba afecto yentusiasmo. Bien puede decirse que pocos