Epílogo sobre la hipocresía del mexicano (Rodolfo Usigli)

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la imagen de Cesar Rubio, despues de posar su ma/eta en e/ sue/o. Dobla el cartel quietamente y 10 coloca sobre el escritorio. Luego empuja con el pie el rollo de carteles, que se abre como un abanico en una multiple imagen de Cesar Rubio. MigueI.- jLa verdad! (Se cubre un momento el rostro con las manos y parece a punto de abandonarse,pero se yergue. Entonces toma, desesperado, su maleta. En la puerta se cerciora de que no queda nadie afuera. El sol es cegador. Miguel sale, huyendo de la sombra misma de Cesar Rubio, que 10perseguirdtoda su vida.) TELON

EPILOGO SOBRE LA HIPOCRESIADEL MEXICANOUn pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad. Algunos autores escriben pr610gos despues de haber escrito sus obras.1'1/11

No veo, pues, una objeci6n substancial a escribir un epl10gopara El gesticulador antes de haber hecho mas que trazar el primer acto. Esta infortu-

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nada costumbre que he heredado de algunos escritores notables, asi como otros heredan de ellos ideas s6lidas, palabras, formas y aun estilo, me ha valido ya mas de una desaz6n. Ella ha confirmado el deseo, dire casi la ilusi6n general, de tenerme por poco modesto. Podria decir en defensa de mi modestia que soy menos vanidoso que aquellos para quienes la certeza de haber escrito una gran obra hace superflua toda explicaci6n, innecesario todo apendice, y que dejan a criticos futuros el trabajo de comentar 10 que han producido. He observado, sin embargo, que la caracteristica susceptibilidad del mexicano, que le permite creerse siempre vigilado, observado y perseguido; adivinar intenciones nonatas y percibir injurias automaticas en cualquier frase reticente, distraida, pausada 0 involuntaria de la vida comun, se nulifica ante el respeto que le inspira la letra de molde. La masa general del publico lector mexicano es incapaz de leer entre lineas, a la vez que toma la letra impresa con una superstici6n determinista y pueriI. Nunca ve mas alla de sus no muy largas narices, y la prueba de su credulidad en 10impreso,de su necesidad de 10expreso como en molde, esta en la naturaleza esencialmente escatol6gica y sexual de los chistes que celebra y hace circular con deleite, y en el exito de algunos cancioneros y pergefiadores decomedias sentimentales a la espafiola.Cual. quier exhibici6n factual -y 10impreso es un hecho-o merece suinmediata, 79

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Rodolfo Us;gl;

El Gest;culador

ilimitada e irreflexiva credulidad seguida de uno 0 dos comentarios chabacanos 0 banales. Hasta que punto es esto una herencia espaiiola, seria largo de determinar aqui; pero se trata de una caracteristica a todas luces cultivada por la convencionalidad muy clase media de casi todo escritor mexicano. El exito de escritores politicos como Bulnes, 0 de escritores odiseicos como Vasconcelos, de hombres que escriben con claridad y en los que el matiz es sobre todo un regusto que se disuelveen infmitas capas en el paladar, no ha logrado iluminar la conciencia del escritor mexicano medio -que es al fm y al cabo el unico escritor probable, vista la singularidad del genio. Al proclamar en letras de molde las excelencias y los defectos de mis propias obras, obtengo un porcentaje mayor de credulidad en ellas, y el gesto en que incurro no es ni mas ni menos narcisista que el de cualquiera de mis colegas cuando explican en la ruidosa intimidad de los cafes sus trabajos y su fe en si mismos. Despues de todo, el unico genero escrito que no necesita de nada mas es la poesia. El gesticulador, con todo 10 que es, no es precisamente un poema. Me figuro, por otra parte, que el hombre que proclama a gritos su intencion para que se la compare a su obra, parece un petulante 0 un loco. Pero el arte no ha pasado hasta ahora de ser un simple intencion que a veces se realiza. Si una obra es mala, 0 inferior a su intencion, esta no la,salvani; pero es preciso que la intencion sobreviva, aun por encima de la obra, y para lograr un resultado semejante hay que gritarla en un tipo claro, que had creer en ella alas gentes. Hace varios meses fui invitado por un centro que, con tan poca modestia como pudiera hacerlo yo, se llama a si mismo Ateneo, para dictar una conferencia sobre el estado del teatro mexicano y sus posibilidades. Pocas veces creo haber hablado con tanta concision, claridad y realismo. La reaccion de mi reducido auditorio fue de indignacion y de protesta. Los actores profesionales especialmente dec1araron que yo era, de entre un grupo de escritores que en Mexico se prejuzga paradisiaco, el mas alejado de la realidad. Un antiguo amigo mio se ofendio particularmente; un general aficionado alas ciencias y alas letras me mostro un profundo disgusto. El presidente del Ateneo me apostrofo con gran cortesia -tanta que me permitio contestar a su aterciopelada pero severacrftica- y me figuro que tomo la determinacion de no volver a invitarme a su cenaculo. Mi conferencia, sin embargo, a falta de estimular a aquellas personas a registrar sus conciencias, las hizo sonreir a menudo y reir bastante a costa de si mismos, ya que eran el caracter del mexicano y la profesion