Entrevista al Jefe Dos Lunas

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LECTURA l50 AÑOS DE ENTREVTSTAS Dos Lunas cuenta cómo oanó la histórica batalla de Liitle Big Horn, Montana, en 1876, frente a las tropas militares del general George A. Custer. Esta es la tercera entrega de una serie de entrevistas, que publica E/ Pals Semanal, realizadas a los protagonistas del siglo por los mejores periodistas de la época. Dos Lunas, el jefecheyene ESTA ENTREVISTA FUE REALIZADA POR EL ESCRITOR HAMLIN GARLAND EN SEPTIEMBRE DE 1898 PARA'MCCLURE'S MAGAZINE' El jefe cheyene Dos Lunas participó en la famosa batalla de Li¡ tle Big Horn (Mon- tana) en 1876. El te- niente co¡onel del Séptimo de Caba- Ilería George A. Cus- te¡ nombrado gene- ral de división para esta campaña, dirigió a sus t¡opas en una expedición milita¡ des- tinada a cercar y combatir a los indios hostiles agrupados bajo ei caudillaje del jefe sioux Toro Sentado. El 25 de junio, parte de las fue¡zas de Custer, bajo el mando del comandante Reno, cruza- ron el Little Big Horn y atacaron a los indios acampados en el va- Ile, aunque se vieron obligados a retroceder y cruza¡ de nuevo el río. Custer, que a la cabeza de su propia columna había intenta- do alcanza¡ el campamento por otra ¡uta, fue atacado, rodeado y der¡otado Do¡ una ab¡umado¡a suoe¡io¡idad numé¡ica. Todos los En i876, el general Cuscer dirigió a sus cropas en una expedición milicar desrinada a abari¡ a los indios agrupados bajo el mando del jefe siour Toro Sentado. El 2) de junio, pane de escas rropas c¡uzaron el Lir¡le BJg Horn y acacaron a los indir¡s acampados en el valle. Pero se vieron obligados a retroceder y cruzar de nuevo el ¡ío. Los soldados ftreron abatidos por los indios enrre los que se enco¡t¡aba el jele cheyene Dos Lunas, mlenr[as avanzab¿n en busca de una posición defensiva. componentes de la columna fueron abatidos mient¡as avanzaban a campo abierto hacia una colina en busca de una posición de- fensiva. Existe cie¡ta cont¡ove¡sia sobre el final de Custe¡. Sufrió una herida mo¡tal en el cuerpo, aunque también presentaba una he- ¡ida en la cabeza producida por un disparo casi a quemarropa- Hay quien sugiere que se guardó la última bala para sí mismo, )l Cuando coronamos la baja loma tachonada de pinos y obser- vamos el seco y ardiente valle, Voz de Lobo, mi intérprete che- yene, señaló hacia una pequeña cabaña de madera junto a Ia ver- de iínea de alisos por donde fluye el Rosebud y dijo: -Su casa. Dos Lunas. Al i¡nos ace¡cando, llegamos a una desconce¡tante bifu¡ca- ción en el camino. El ramai de la izquierda rodeaba ei ext¡emo de una ce¡ca de alambre, mientras que el de Ia de¡echa conducía a un prado. Tomamos el de ia izquierda, pero el ondear de una manta a manos de un homb¡e que había en la puerta de la ca-

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Entrevista al jefe cheyenne Dos Lunas, vencedor en LIttle Big Horn.

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LECTURA l50 AÑOS DE ENTREVTSTAS Dos Lunas cuenta cómo oanó

la histórica batalla de Liitle Big Horn, Montana, en 1876, frente a las tropas militares del general

George A. Custer. Esta es la tercera entrega de una serie de entrevistas, que publica E/ Pals

Semanal, realizadas a los protagonistas del siglo por los mejores periodistas de la época.

Dos Lunas,el jefecheyene

ESTA ENTREVISTA FUE REALIZADA POR EL ESCRITOR HAMLIN GARLAND

EN SEPTIEMBRE DE 1898 PARA'MCCLURE'S MAGAZINE'

El jefe cheyene DosLunas participó en lafamosa batalla de Li¡tle Big Horn (Mon-tana) en 1876. El te-niente co¡onel delSéptimo de Caba-Ilería George A. Cus-te¡ nombrado gene-ral de división para

esta campaña, dirigió a sus t¡opas en una expedición milita¡ des-tinada a cercar y combatir a los indios hostiles agrupados bajo eicaudillaje del jefe sioux Toro Sentado. El 25 de junio, parte de las

fue¡zas de Custer, bajo el mando del comandante Reno, cruza-ron el Little Big Horn y atacaron a los indios acampados en el va-Ile, aunque se vieron obligados a retroceder y cruza¡ de nuevo elrío. Custer, que a la cabeza de su propia columna había intenta-do alcanza¡ el campamento por otra ¡uta, fue atacado, rodeado yder¡otado Do¡ una ab¡umado¡a suoe¡io¡idad numé¡ica. Todos los

En i876, el general Cuscer dirigió a sus cropas enuna expedición milicar desrinada a abari¡ a los

indios agrupados bajo el mando del jefe siour ToroSentado. El 2) de junio, pane de escas rropasc¡uzaron el Lir¡le BJg Horn y acacaron a los indir¡s

acampados en el valle. Pero se vieron obligados a

retroceder y cruzar de nuevo el ¡ío. Los soldadosftreron abatidos por los indios enrre los que se

enco¡t¡aba el jele cheyene Dos Lunas, mlenr[asavanzab¿n en busca de una posición defensiva.

componentes de la columna fueron abatidos mient¡as avanzabana campo abierto hacia una colina en busca de una posición de-fensiva.

Existe cie¡ta cont¡ove¡sia sobre el final de Custe¡. Sufrió unaherida mo¡tal en el cuerpo, aunque también presentaba una he-¡ida en la cabeza producida por un disparo casi a quemarropa-Hay quien sugiere que se guardó la última bala para sí mismo,

)lCuando coronamos la baja loma tachonada de pinos y obser-

vamos el seco y ardiente valle, Voz de Lobo, mi intérprete che-yene, señaló hacia una pequeña cabaña de madera junto a Ia ver-de iínea de alisos por donde fluye el Rosebud y dijo:

-Su casa. Dos Lunas.Al i¡nos ace¡cando, llegamos a una desconce¡tante bifu¡ca-

ción en el camino. El ramai de la izquierda rodeaba ei ext¡emode una ce¡ca de alambre, mientras que el de Ia de¡echa conducíaa un prado. Tomamos el de ia izquierda, pero el ondear de unamanta a manos de un homb¡e que había en la puerta de la ca-

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baña nos l.rizo dirigirnos hacia la derecha. Cuando estuvimosmás cerca, descubrimos a Dos Lunas extendiendo mantas en lanagra sombra de su cabaña. Unos jóvenes cheyenes afilaban unahoz. Un par de niños co¡reteaban en to¡no a los pequeños esta-blos de t¡oncos. En aquel suelo nuevo y árido, el patio y los edi-flcios ¡eco¡daban a los de cuaiquier colono bianco. Era todo ye¡-mo y poco atractivo, el hogar de la pobreza.

Mient¡as desmontábamos a la puerta de 1a cabaña, Dos Lunassalió a recibi¡nos con los b¡azos abie¡tos. "How?", dijo con unacálida y sostenida nota de bienvenida en la voz. Hizo gestos ha-cia las mantas que había extendido ai vernos llegar para que nossentá¡amos. Nada hubiera po-dido superar la dignidad y sin-ce¡idad de su ¡ecibimiento.

Tomamos asiento. El sacótabaco y una pipa. Era un an-ciano alto, de rasgos delicadosy tez mo¡ena clara. Su pechoera poderoso; su pone, ergui-do, y su aspecto, marcial. Surostro sondente most¡aba unagran benevolencia y sus man€-ras eran corteses y viriles.

Mientras coÍaba tabaco,Voz de Lobo le explicó mis

ProPosltos:Dos Lunas, he venido

para escuchar su versión de labatalla de Custe¡ ya que mehan dicho que usted fue unode los jefes que pafticipa¡on enell¿. Cuando me haya contadosu historia, me gustaría l.]acerlealgunas fotos. Qriero que l.raga

señales con una manta comosolían hace¡lo los grandes jefes

du¡ante el combate.Voz de Lobo tradujo mis

palabras, y también un mensa-je de los agentes lite¡a¡ios. Acada pausa, la voz profunda deDos Lunas emitía mu¡mullosde comprensión: "Ai', 'Ah",

..LE DIJE A ToRo SENTADo:

HAN ASESINADo A MI GENTE

Y ROBADO MIS CABALLOS. ME

GUSTA LA IDEA DE qOMBATIR''

"A¡- tÉnuIuo DE LA BATALLA

EMPEZAMOSACONTARALOS

MUERTos. H,qeíA. 3Aa,39SIOUXYTGHEYENES.ELRESTO ERAN BLANCOS''

"CuANDo MURtó CusrER, LosSIOUX DIJERON: ES CABELLOS

LARGos. ERA UN GRAN JEFE''

no acuden a mí con rapidez. Aquella primavera (1876) yo habíaacampado junto al río Powder con cincuenta tiendas de mipueblo, los cheyenes. El lugar está ce¡ca de lo que hoy es FortMcKenney. Una mariana, los soldados ataca¡on mi camp¿mento.Al f¡ente de ellos iba Tres Dedos, el co¡onel McKenzie. Fuimossorprendidos y nos dispersamos, dejando atrás ruestros caballos.Los soldados se ios lleva¡on todos. Es¿ noche, los soldados se

fue¡on a dormi¡ dejando nuestros caballos agrupados a un lado.Así que reptamos hasta ellos, los recuperamos y nos marchamos.

Viajamos muy lejos, y un dia encont¡amos un gran campa-mento sioux en Cha¡coal Butte. AcamDamos con los sioux v lo

pasamos muy bien. Había hie¡-ba abundante, caza abundantey agua buena. Caballo Loco e¡a

el jefe supremo del campanen-to. Toro Sentado había acam-pado a poca distancia, junto airío Little Missouri. C¿balloLoco me dijo: "Me siento felizde que hayáis venido. Vamos a

luchar de nuevo contra el hom-b¡e blanco". El campamentoestaba lleno de he¡idos, hom-bres, mujeres y niños. Yo ie ¡es-

pondí: ÍMuy bien. Estoy dis-puesto a luchar. Ya lo he hecho.Han asesinado a mi gente, hanrobado mis caballos; ne satis-

face la idea de combati¡".Llegado a este punto, el an-

ciano hizo una b¡eve pausa y su

cara adoptó una expresión dis-tante y sombría.

-Pnr ;n,,cl cntñn.P< r¡ó

creía que los grandes espíritushabían c¡eado a los sioux y loshabían puesto aquí -dijo, tra-zando un cí¡culo a la derecha-.

Qre a los hombres blaqtos y ioscheyenes los habian puesto aquí-ahora señalaba dos posicionesa la izquierda-, esperando quese enf¡entasen entre sí. Pensaba

"Oh", esos sonidos normalmente ilan.ramos "gruñidos", aunqueen esta ocasión se trataba de graves y proiongadas expulsiones deaire que resultaban muy expresivas

Luego hubo un largo silencio. El anciano estaba abst¡aído.Llevaba tiempo regresar del silencio del valle caliente, de 1a som-bra de su pequeña cabaña y del seto de alamb¡e del prado a losdias de su juventud. Cuando empezó a habla¡ io i.rizo con grandete¡minación. Su ¡ostro se ensombrecía por momentos y su mi-r¡d¡ se ¡b¿ h¡c¡endo crd¿ vez rnás introspec[iv¿.

A Dos Lunas no le gusta habla¡ de los días de lucha, perocomo v¿ J escnbir un libro, lt.rbl¡ri.

-Le diré la ve¡dad. Ha pasado mucho tiempo v las palabras

que les gustaba verles luchar, que el combate era como un juego

para ellos. Así que errpecé a medita¡ sob¡e la lucha.Mient¡as contaba esto, Dos Lunas me hizo sentir por un ins-

tante el poder de una deidad sa¡dónica cuyo espectáculo fávori-to 6:e¡an las guerras de los homb¡es.

-Sobre el mes de mayo, cuando la hierba está alta y los cáballosfuenes, levantamos el campamento y emprendimos camino haciala desembocadu¡a dei río Tongue. Toro Sentado, Caballo Loco y losdemás ascendieron por el Rosebud. Allí nos enfrentamos al generalCrook y ie der¡otamos. Mu¡ieron muchos soldados, pero pocos in-dios. Fue una gran batalla, con mucho humo y mucho polvo.

Desde ailí atravesamos la diviso¡ia v acamoamos en el valle de

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Little Hom. Pensamos: "Aho¡a estamos fue¡a del te¡¡ito¡io delhomb¡e blanco. Dejémosle que viva allí, nosotros lo har€mosaquí". Días más tarde, una mañana que estaba en el campamentono¡te de Toro Sentado, liegó cabalgando un mensajero sioux ydijo: "Qre todo el mundo se pinte, cocine y se prepare para ungran baile". Los cheyenes se pusieron a cocinar, a cortar tabaco ya prepararlo todo. Pensábamos baila¡ todo el día. Nos hacía muyfelices pensar que nos encontrábamos lejos del homb¡e blanco.

Me dirigí a da¡ de bebe¡ a mis caballos y los lavé con aguafría. Luego, yo mismo tomé un baño. Regresé a pie al campa-mento, y mient¡as me ace¡caba a mi tienda, mi¡é hacia LittleHorn, en la dirección dondeestaba acampado To¡o Senta-do. Vi cómo se levantaba unagran polvareda. Pa¡ecía un to¡-nado. Poco después llegaron agalope al campamento los jine-tes sioux gritando: "iHan llega-do los soldadosl iHan venidomuchos soldados blancos!".

Cor¡í a mi tienda e informéa mi cuñado: "Coge los caba-

Ilos. Viene el hombre blanco.

Qre todo el mundo co¡¡a a

buscar su caballo".A lo lejos, en lo más alto del

valle, escuché un grito de lucha-iHay-a¡ hay-ay!-. También se

oían disparos, algo así -diounas palmadas muy rápidas-.No pude ver ningún indio.Todo el mundo estaba ocupadocon los caballos y las sillas de

montar. Cuando hube recogidomi caballo apareció de nuevoun gue¡re¡o sioux y dijo: "Vie-nen muchos soldados".

Luego se dirigió a las muje-res: "Alejaos de aquí. Va a ha-hel,n¡ o',. -"1"."

Yo dije: "Muy bien, estoypreparado". Monté a caballo yreco¡¡í el campamento, ¡eu-niendo a la gente que se dispersaba: "Soy Dos Lunas, vuestro jefe.No huyáis. Pe¡maneced aquí y ludrad. Debéis quedaros y comba-ti¡ al homb¡e blanco, Yo me quedaré aquí aunque me maten".

Cabalgué rápidamente hacia el campamento de To¡o Senta-do. Allí vi a los soldados blancos, los homb¡es de Reno, en for-mación de combate. Los indios ocupaban el llano. Comenza¡ona enf¡enta¡se a los soldados, todos mezclados: sioux, soldados,más sioux, y todos ellos disparando. El ai¡e estaba lleno de humoy polvo. Vi ¡etrocede¡ a los soldados, que se hundían en el ríocomo búfaios en plena estampida. No tuvieron tiempo de buscarun vado por donde c¡uzar Los sioux les persiguieron colina a¡¡iba, donde se encontraron con más soldados en caffetas. Enton-

ces Ilegaron mensajeros diciendo que ot¡os soldados iban a ma-tar a las mujeres, y los sioux die¡on media vuelta. Alli combatióel jefe Osadía y también Caballo Loco.

Volví a galope a mi campamento y detuve a ias mujeres queintentaban desmontar las tiendas. Sentado en mi caballo vi apa-¡ecer bande¡as en la divisoria de la colina que había hacia el este,

así -levantó las puntas de sus dedos-. Luego aparecieron los sofdados, todos al mismo tiempo, todos a caballo, así -puso sus de-dos uno det¡ás de otro para indicar que Custer apareció mar-chando en columnas de cuat¡o-. Fo¡maban t¡es escuad¡ones conun pequeño espacio de separación ent¡e ellos. Entonces sonó

una corneta, todos desmonta-ron, y algunos soldados guia-¡on a los caballos de vuelta al

ot¡o lado de la colina.Entonces aparecieron sioux

por todos lados, galopando co-lina ar¡iba a toda velocidad.Los cheyenes subieron por laIadera izquierda. Se produjerondisparos muy rápidos. Pop-pop-pop, muy rápidos. Algu-nos soldados estaban rodilla entie¡ra, otros permanecían enpie. Los oficiales estaban todosen primera línea. El humo e¡a

como una g¡an nube, y por do-quiera que cabalgaban los in-dios, el polvo volaba comohumo. Les rodeamos, girandocomo un ¡emolino de agua entorno a una roca. Disparába-mos, galopábamos sin cesar,volvíamos a disparar. Los sol-dados caían y los caballos caíansobre ellos, pero un hombregalopaba arriba y abajo, gritan-do todo el tiempo. Montabaun alazán con la cara y las pa-tas delante¡as blancas.' No sé

quién era. Pe¡o era un valiente.Los indios no dejábamos de

da¡ vueltas y los soldados úni-camente consiguie¡on abati¡ a unos pocos. Cayeron muchos sol-dados. Sólo quedaban cinco caballos vivos. De cuando en cuan-do, algún hombre intentaba romper el cerco y correr hacia el río,pero no llegaba muy lejos. Al final quedaron apelotonados en lacolina ce¡ca de un centena¡ de hombres y cinco jinetes. Durantetodo ese tiempo, el co¡neta siguió tocando las ó¡denes. Tambiénera muy valiente. Entonces murió un jefe. Oí decir que era Ca-bellos Largos fCuster]. No lo sé. Luego, los cinco jinetes y unpuñado de hombres, puede que fuesen unos cuarenta, empren-dieron el camino del ¡ío. Al f¡ente iba el hombre montado en elalazán, que gritaba continuamente. Iba vestido con una camisade ante, su cabello era negro y largo y lucía bigote. Luchó vigo-

El general George A. Cusre¡ mu¡ió du¡anre labataila de Little Big Horn mientras intentabacercar el campamento de los indios. "Era u¡hombre valienre, un gran jefe", dice Dos Lunas.

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couldina'Como siempre, alivio eficaz.

y catarrales.

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L.¡ lú initudons. vc¡ óm¡s¡dón. Con$ltc r r m¡dico o ÍrmÍÉutico. No trer €o ¡c úlan g¡rodmdeni. No bmc bcbi¡i:r

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COMPRI¡/IDOS EFERVESCENTES

Tratamiento

sintomático

de los procesos

gripales

@ALTER

Al Capoue. 1 I de febtero.

rosamente con un gran cuchillo. Todos sus homb¡es estaban cr

biertos de polvo blanco. No había fo¡ma de distinguir si eran olciales o no. Un homb¡e solo echó a co¡¡e¡ hacia el río y luego rmontó ia colina. Pensé que lograría escapar, pero un sioux le diparó y le dio en la cabeza. Fue el último. Llevaba cintas do¡aden los b¡azos [un sargento].

Los soldados estaban ya todos muertos, y sus cuerpos, despjados. En esas condiciones no había forma de saber quiénes era

los oficiales. Los cadáve¡es quedaron abandonados donde hatan caído. No hubo bailes esa noche. Nos sentíamos ent¡istecidc

Al día siguiente, cuatro jefes sioux, dos cheyenes y yo regrsamos al campo de batalla para contar a los mue¡tos. Un b¡a¡Ilevaba un puñado de palitos. Cuando pasábamos junto a un c

dáver, cogíamos un palito y se lo dábamos a otro, y así hicim,el ¡ecuento. Había 388 muertos. Treinta y nueve de ellos er:sioux y siete cheyenes. Tuvimos ce¡ca de un centenar de herid¡

Algunos soldados blancos habían sido pasados a cuchillo paasegurarse de que estaban muertosJ y las mujeres habían mutildo a otros. La mayoría quedaron donde habían caído. Llegam,hasta el homb¡e del gran bigote. Yacía en las colinas en di¡ecci<

al río. Los indios no le quitaron su chaqueta de iante. Los sioldecían: "Es un gran jefe. Es Cabellos Largos". Yo no lo sabía pc

que nunca le había visto. El homb¡e más valiente había sidoque montaba el alazán.

Aquel día, cuando se ponía el sol, nuestros jóvenes guerreraparecieron galopando Little Horn arriba. Llegaban muchos sc

dados blancos en un gran barco, y cuando miramos pudimos vel humo que éste despedía. Reuní a mi gente y atravesamostoda prisa Little Horn hasta llegar alvalle de Rotten G¡ass. Acarpamos allí du¡ante tres días antes de cabalgar rápidamente,vuelta al este. To¡o Sentado volvió al Rosebud, siguió Yellowstne abajo y se encaminó hacia el no¡te. No volví a verle.

El anciano se interrumpió y llenó su pipa. Su historia hatconcluido. Sus pensamientos volvie¡on a su pobre pueblo, atr

pado en campos yermos donde rara vez se ve la lluvia. "Eso fhace mucho tiempo. Ahora soy viejo y mi ment€ ha cambiadP¡efe¡i¡ía ve¡ a mi gente viviendo en casas, cantando y bailandUsted me ha preguntado por la guerra y yo le he hablado de r

tiempo que quedó atrás. Todo eso pertenece al pasgdo. En et

momento pienso en ot¡as cosas. Primero, en que se debería c,

car la reserva para mantene¡ fuera a los coionos blancos y denta nuestros jóvenes. Así no habría problemas. Segundo, quiero ra mi gente criando ganado y haciendo mantequilla. Po¡ últimdeseo que mi gente vaya a la escuela a aprender el camino c

homb¡e blanco. Eso es todo".Había algo de plácido y poderoso en las arugas de la amp

frente del jefe, y sus gestos poseían un profundo d¡amatismonobleza. Su brazo extendido, su mirada pensativa, su voz pIfunda, se combinaban para expresar una solemnidad meditatiimpresionante. No habia ira en su voz, ni reminiscencia algu

de la fe¡ocidad del pasado. Todo lo que es poderoso, delicadcca¡acteístico del carácter cheyene fluía en la voz del anciano. Irecía lo que ¡ealmente es: un líder y un homb¡e sabio, pacierfrente a la injusticia, conés incluso con sus enemigos.Entrevista naducida por Antonio Resines.

ENTREvISTAS PUBLICADAS:Pal¡lo Picas¡a,25 de feLtrero.