ENTREVISTA A CHANTAL MOUFFE

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ENTREVISTA A CHANTAL MOUFFE *Realizada por Elke Wagner, para Suhrkamp Anthology 2007 “Política, Protesta y propaganda”.Editada con autorización del editor y de la entrevistada. E: Hegemonía y estrategia socialista, el libro que escribió con Ernesto Laclau ha sido traducido a varios idiomas y ha tenido una enorme influencia en las teorías de “Los nuevos movimientos sociales”. En Hegemonía, intenta reformular la teoría marxista para intervenir en discusiones contemporáneas acerca de la naturaleza de lo político. Podría contarnos un poco sobre la génesis del libro y sus ideas principales? Especialmente, qué rol juega la noción de hegemonía en él? Mouffe: Nosotros teníamos dos objetivos principales cuando escribimos Hegemonía y Estrategia Socialista, que fue publicado por Verso en 1985. Uno era un objetivo político, el otro teórico. El objetivo político era reformular el proyecto socialista para dar una respuesta a la crisis del pensamiento de izquierda tanto en sus versiones comunista como social demócrata. Esta crisis, desde nuestro punto de vista, se daba en parte por la importancia creciente de los movimientos sociales que han ido emergiendo desde los años 60s, y cuya especificidad ni el marxismo ni la social democracia habían podido aprehender. Es por eso que nuestro objetivo teórico era desarrollar una perspectiva que nos permitiera comprender la especificidad de los movimientos que no estaban constituidos en términos clasistas y que por lo tanto no podían ser interpretados meramente en clave de la explotación económica. Estábamos convencidos que esto requería la elaboración de una teoría de lo político. E intentamos proveer esta teoría conjugando dos aproximaciones teóricas diferentes: la crítica al esencialismo presente en el post-estructuralismo representada por Derrida, Lacan, Foucault (pero también en el pragmatismo Americano y en Wittgenstein) y en abundantes insights del concepto de hegemonía de Gramsci. Esta perspectiva teórica a la que a veces se refiere como post-marxista también es conocida como teoría del discurso. E: Cuáles son los principales conceptos de su aproximación?

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MOVIMIENTOS SOCIALES, IDENTIDADES Y CIUDADANIA

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ENTREVISTA A CHANTAL MOUFFE

*Realizada por Elke Wagner, para Suhrkamp Anthology 2007 “Política, Protesta y

propaganda”.Editada con autorización del editor y de la entrevistada.

E: Hegemonía y estrategia socialista, el libro que escribió con Ernesto Laclau ha sido

traducido a varios idiomas y ha tenido una enorme influencia en las teorías de “Los

nuevos movimientos sociales”. En Hegemonía, intenta reformular la teoría marxista para

intervenir en discusiones contemporáneas acerca de la naturaleza de lo político. Podría

contarnos un poco sobre la génesis del libro y sus ideas principales? Especialmente, qué

rol juega la noción de hegemonía en él?

Mouffe: Nosotros teníamos dos objetivos principales cuando escribimos Hegemonía y

Estrategia Socialista, que fue publicado por Verso en 1985. Uno era un objetivo político, el

otro teórico. El objetivo político era reformular el proyecto socialista para dar una respuesta

a la crisis del pensamiento de izquierda tanto en sus versiones comunista como social

demócrata. Esta crisis, desde nuestro punto de vista, se daba en parte por la importancia

creciente de los movimientos sociales que han ido emergiendo desde los años 60s, y cuya

especificidad ni el marxismo ni la social democracia habían podido aprehender. Es por eso

que nuestro objetivo teórico era desarrollar una perspectiva que nos permitiera comprender

la especificidad de los movimientos que no estaban constituidos en términos clasistas y que

por lo tanto no podían ser interpretados meramente en clave de la explotación económica.

Estábamos convencidos que esto requería la elaboración de una teoría de lo político. E

intentamos proveer esta teoría conjugando dos aproximaciones teóricas diferentes: la crítica

al esencialismo presente en el post-estructuralismo representada por Derrida, Lacan,

Foucault (pero también en el pragmatismo Americano y en Wittgenstein) y en abundantes

insights del concepto de hegemonía de Gramsci. Esta perspectiva teórica a la que a veces se

refiere como post-marxista también es conocida como teoría del discurso.

E: Cuáles son los principales conceptos de su aproximación?

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Mouffe: las principales categorías de nuestra aproximación son, en primer lugar el concepto

de “antagonismo” y en segundo lugar, el de “hegemonía”. El concepto de antagonismo es

absolutamente central en nuestro pensamiento porque afirma que la

negatividad es constitutiva y nunca puede ser resuelta. La idea de antagonismo también

revela la existencia de conflictos para los cuales no hay solución racional. Esto apunta a un

entendimiento del pluralismo que es muy diferente de un punto de vista liberal. Es un

pluralismo que, como el de Nietzche o Max Weber implica la imposibilidad de la

reconciliación final de todas las visiones. Luego, en La Paradoja Democrática (Verso,

2000) propuse llamar esta dimensión irradicable del antagonismo lo político y distinguirla

de otras formas de política que se refieren a las prácticas que apuntan a organizar la

coexistencia humana. El segundo concepto importante es el de “hegemonía”. Antagonismo

y hegemonía son para nosotros los dos conceptos centrales y necesarios para elaborar una

teoría de lo político. Ellos están relacionados de la siguiente manera. Para pensar en lo

político y en su siempre presente posibilidad de antagonismo se requiere reconciliarse con

la falta de un fundamento final, y reconocer la dimensión de la indecibilidad y contingencia

que persiste en todo orden. En nuestro vocabulario esto también significa afirmar la

naturaleza hegemónica de todo tipo de orden social. Hablar de hegemonía significa que

todo orden social es una articulación contingente de relaciones de poder que carecen de un

último fundamento racional. La sociedad es siempre un producto de una serie de prácticas

que apuntan a crear cierto orden en un contexto contingente. Estas son las prácticas que

llamamos prácticas hegemónicas. Las cosas siempre podrían ser de otra manera. Cada

orden es el resultado de la exclusión de otras posibilidades, es siempre la expresión de una

particular configuración de relaciones de poder. Es en este sentido que todo orden es

político. No podría existir sin las relaciones de poder que le dan forma. Este punto de vista

teórico tiene grandes implicancias a nivel de la praxis política. Se suele decir que la

globalización neoliberal es un destino que tiene que ser aceptado. Recuerden cuantas veces

Margaret Thatcher declaró: “No hay alternativa”. Y, desafortunadamente, muchos social-

demócratas han aceptado esta visión y creen que lo único que pueden hacer es administrar

este supuesto orden natural de la globalización de una manera más humana. Sin embargo,

de acuerdo a nuestro enfoque, es claro que cada orden es un orden político que resulta de

una particular configuración hegemónica de relaciones de poder.

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El estado presente de la globalización, lejos de ser ‘natural’, es el resultado de una

hegemonía neoliberal y esta estructurada por relación de poder específicas. Esto significa

que puede ser desafiada y transformada y que hay opciones disponibles. Como puedes ver,

este concepto de configuración hegemónica es crucial para imaginar cómo actuar en

política. Revela que siempre puedes cambiar las cosas políticamente, que siempre puedes

intervenir en las relaciones de poder para transformarlas.

E: Cuáles son las consecuencias de este enfoque para imaginar cuáles son las alternativas

a las relaciones de poder hegemónicas existentes en la actualidad?

Mouffe: Lo importante es primero cuestionar la misma idea de que existe un orden natural

que es la consecuencia del desarrollo de fuerzas objetivas, sean éstas las fuerzas de

producción, las leyes de la historia o el desarrollo del espíritu. Para usar el slogan del

movimiento antiglobalización podemos afirmar Otro mundo es posible! Es más, de acuerdo

a nuestro enfoque, otros mundos son siempre posibles y nunca debemos aceptar que las

cosas no pueden ser cambiadas. Siempre existen alternativas que han sido excluidas por la

hegemonía dominante y pueden ser actualizadas. Esto es precisamente lo que una teoría de

la hegemonía ayuda a comprender. Cada orden hegemónico puede ser desafiado por

prácticas contra hegemónicas dispuestas a desarticular el orden existente para así establecer

otra forma de hegemonía. Como seguramente imaginarás, una tesis así tiene importantes

implicancias para el modo en que imaginamos los objetivos de una política emancipatoria.

Si la lucha política es siempre una confrontación entre diferentes prácticas hegemónicas y

diversos proyectos hegemónicos, esto implica que no siempre hay un punto desde el cual

uno puede reclamar que tal confrontación debe ser evitada porque hemos alcanzado una

democracia perfecta. Es por eso que en Hegemonía y Estrategia Socialista reformulamos el

proyecto de la izquierda en términos de una “democracia radical y plural” e insistimos que

esto tiene que ser considerado como un proceso sin fin. Lo que nosotros promovemos es la

radicalización de las instituciones democráticas existentes para hacer los principios de

libertad e igualdad efectivos en un creciente número de relaciones sociales. Nuestro

objetivos, como señalé anteriormente, era considerar las demandas de los nuevos

movimientos sociales. Para nosotros el desafío para la izquierda era encontrar la forma de

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articular las nuevas demandas realizadas por las feministas, los antirracistas, el movimiento

gay, el movimiento ambiental con las demandas formuladas en términos de clase. En

relación a esto, otro concepto importante en Hegemonía y Estrategia Socialista era la

“cadena equivalencial”. En contra al tipo de separación total promovida por algunos

teóricos posmodernos, nosotros argumentamos que era necesario para la izquierda

establecer una cadena equivalencial entre todas esas diferentes batallas para que, cuando

los trabajadores definieran sus reclamos, puedan también considerar las demandas de los

negros, los inmigrantes, y las feministas. Esto requiere por supuesto que al momento de

definir sus demandas las feministas no sólo lo hicieran en torno a cuestiones de género y

que consideraran las demandas de otros grupos para crear una amplia cadena equivalencial

entre luchas democráticas. Nosotros reclamamos que el objetivo de la izquierda debería ser

crear una voluntad colectiva de todas las fuerzas democráticas para promover la

radicalización de la democracia y establecer una nueva hegemonía. Tengo que destacar otra

dimensión importante de este proyecto de democracia radical. La idea es romper con la

creencia de que, en las sociedades democráticas occidentales desarrolladas, para avanzar

hacia una sociedad más justa es necesario destruir el orden liberal-democrático y crear un

nuevo orden desde la nada. Aquí estamos criticamos el modelo tradicional leninista

revolucionario y afirmamos que en una democracia plural moderna los cambios

democráticos profundos pueden ser desarrollados a través de una crítica inmanente a las

instituciones existentes. El problema con las sociedades democráticas modernas, desde

nuestro punto de vista, no son sus principios ético-políticos de libertad e igualdad sino el

hecho de que esos principios no son puestos en práctica. Es por eso que la estrategia de la

izquierda en esas sociedades debe actuar sobre la aplicación de estos principios y esto no

requiere un quiebre radical sino lo que Gramsci llama una “guerra de posición” que apunta

a la creación de una nueva hegemonía.

E: Cómo puede esta cadena equivalencial ser puesta en práctica hoy? Qué rol tienen los

sindicatos o los partidos políticos establecidos en esto?

Mouffe: Desafortunadamente la situación hoy, en términos de la posibilidad de radicalizar

la democracia, es mucho menos favorable que 30 años atrás cuando escribimos nuestro

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libro. La necesidad de una cadena equivalencial permanece como la tarea crucial para un

proyecto de izquierda pero el terreno ha sido transformado profundamente por el

neoliberalismo. En los comienzos de los 80s el sentido común social-demócrata era un

fenómeno extendido. Nosotros fuimos críticos de los defectos de los partidos social

demócratas y promovimos la radicalización de la política democrática pero nadie imaginó

que los avances realizados por la social democracia fueran tan frágiles. Desde entonces las

cosas han cambiado drásticamente.

A través de las políticas de Reagan y Thatcher el neoliberalismo comenzó su marcha

exitosa y desde entonces ha avanzado significativamente en el mundo. En Inglaterra, el

thatcherismo logró reemplazar la hegemonía social demócrata e instaló una neoliberal que

se mantiene aún hoy. Nos encontramos en la actualidad en una situación en donde nos

vemos obligados a defender nuestras instituciones básicas del estado de bienestar, que sin

embrago fueron anteriormente criticadas por no ser lo suficientemente democráticas.

Recientemente hasta los derechos civiles que constituyen el corazón del orden democrático

han sido atacados como resultado de la llamada “guerra contra el terrorismo”. En lugar de

luchar por la radicalización de la democracia nos vemos forzados a luchar contra un avance

mayor en la destrucción de las instituciones democráticas fundamentales. Qué puede

hacerse? Desde mi perspectiva, un frente de todas las fuerzas progresistas necesita ser

establecido y es necesario que todos los movimientos de la sociedad civil, organizados por

ejemplo alrededor de Attac o el Foro Social Mundial, trabajen juntos con los partidos

políticos progresistas y con los sindicatos. Una vasta cadena equivalencial es necesaria

para establecer mediaciones institucionales necesarias para desafiar el orden hegemónico.

Lo que me preocupa son las resistencias de muchos movimientos sociales para trabajar

junto a instituciones políticas establecidas. Yo he estado involucrada con el movimiento

antiglobalización e importantes sectores dentro de este movimiento tienen una actitud

extremadamente negativa de las organizaciones establecidas. Están influenciados por las

ideas de Hardt y Negri quienes en sus libros “Empire” y “Multitude” argumentan que los

movimientos de la sociedad civil deben evitar comprometerse con instituciones políticas.

Ven a estas instituciones “molares” (término utilizado por Deleuze y Guattari) como

“máquinas de captura” y demandan que las luchas fundamentales tienen lugar al nivel

“molecular” de la micropolítica. De acuerdo a la perspectiva de Hardt y Negri, las mismas

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contradicciones del Imperio lo llevarán a su colapso y conducirán a la multitud hacia la

victoria. De hecho, ellos reproducen, en un vocabulario diferente, el determinismo marxista

de la Segunda Internacional, en el que la contradicción de las fuerzas de producción traería

el colapso del capitalismo y el triunfo del socialismo. No hacia falta hacer nada, sólo

esperar el final del capitalismo. La perspectiva del Imperio es similar – por supuesto

adaptado a las nuevas condiciones: es ahora el trabajo inmaterial el que juega un rol central,

y no más el proletariado sino la multitud el agente revolucionario. Pero es el mismo viejo

enfoque determinista. Y esta es la razón por la cual ellos refutan la idea de que es necesario

establecer cualquier forma de unidad política entre los diferentes movimientos. Lo que creo

que es la pregunta política crucial no es nunca analizada por ellos: cómo puede la multitud

convertirse en un sujeto político? Si bien reconocen que los movimientos tienen diferentes

objetivos no reconocen el cómo articular estas diferencias como problema. Por cierto desde

su perspectiva es precisamente la no convergencia entre sus batallas lo que los hace más

radicales: cada batalla está dirigida directamente al centro virtual del imperio. Yo creo que

un enfoque así ha tenido una influencia negativa en diversos sectores del movimiento

antiglobalización en tanto los llevó a evitar el problema político fundamental: cómo

organizarse a través de las diferencias para crear una cadena equivalencial entre las

distintas batallas.

E: Aparte de su crítica al enfoque de Negri y Hardt, en su trabajo reciente ha intentado

agudizar su posición a través de una investigación crítica de algunas de las teorías de lo

político más prominentes que son propuestas por distintos sociólogos o pensadores

políticos. Puede explicar el significado de esta investigación?

Mouffe: Después de escribir Hegemonía y Estrategia Socialista y de haber señalado las

deficiencias del marxismo en el campo de lo político, he querido demostrar que la solución

no reside en el liberalismo porque éste tampoco posee una teoría de lo político. Es por eso

que comencé a discutir diferentes modelos liberales y particularmente el trabajo de John

Rawls, el más importante en la actualidad. Desde mi perspectiva, hay dos razones por las

cuales la teoría liberal no puede visualizar la naturaleza de lo político: primero por su

racionalismo y segundo por su individualismo. El racionalismo junto a la creencia de la

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existencia de reconciliación final a través de la razón impidieron el reconocimiento de la

siempre presente posibilidad del antagonismo. Por su parte el individualismo no permitió

captar el modo de creación de las identidades políticas que siempre son identidades

colectivas construidas en la forma de la relación nosotros/ellos. Aún más, el racionalismo e

individualismo dominante en la teoría liberal no permitieron comprender el rol crucial de lo

que yo denomino “pasiones” en la política: la dimensión afectiva que es movilizada en la

creación de identidades políticas. Tomemos por ejemplo la cuestión del nacionalismo. Es

claro que la importancia del nacionalismo no puede ser comprendida sin aprehender cómo

las identidades colectivas son creadas a través de la movilización de los afectos y deseos. Y

por supuesto es por eso que el pensamiento liberal ha tenido siempre dificultades en lidiar

con sus múltiples manifestaciones. Para los liberales, todo lo que comprende una dimensión

colectiva es visualizado como arcaico, algo irracional que no puede seguir existiendo en las

sociedades modernas. No es para sorprenderse que con estas premisas teóricas se

mantengan ajenos a la dinámica de lo político.

E: Y es en este contexto que comenzó a interesarse en el trabajo de Carl Schmitt?

Mouffe: Ciertamente, creo que la crítica que Schmitt hace del liberalismo fue muy poderosa.

Me sorprendió ver cómo la crítica del liberalismo presente en su libro. El Concepto de lo

Político realizada en los años 20s todavía resulte pertinente y aplicable a los desarrollos

posteriores del pensamiento liberal. El argumenta que el liberalismo no puede captar lo

político y que cuando trata de hablar sobre lo político utiliza un vocabulario prestado de la

economía y la ética. Esto encaja perfectamente con los dos modelos más importantes de

política democrática actualmente dominantes en la teoría política: el modelo agregativo por

un lado, y el modelo deliberativo por el otro. El modelo agregativo entiende el dominio

político principalmente en términos económicos. Es en reacción a ese modelo que Rawls y

Habermas desarrollan un modelo alternativo de democracia deliberativa. Pero el modelo

deliberativo utiliza un enfoque ético o moral para pensar la política y tampoco provee una

teoría de lo político. Quiero destacar, sin embargo, que si bien coincido con las críticas de

Schmitt a las deficiencias del liberalismo, mi objetivo es muy diferente. Mientras que

Schmitt ve a la democracia pluralista liberal como un régimen inviable y se mantiene

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inflexible en su posición de considerar que el liberalismo niega la democracia y la

democracia niega liberalismo, un aspecto central de mi trabajo ha sido proveer un

entendimiento de la democracia plural que pueda reintroducir la dimensión política. Es por

eso que Schmitt constituye un verdadero desafío para mí y, como el título de uno de mis

artículos lo indica, estoy pensando “con Schmitt contra Schmitt”. Mi respuesta a Schmitt es

precisamente el modelo agonista de democracia donde distingo entre antagonismo y

agonismo. El modo en el que procedí es el siguiente: comencé por reconocer junto a

Schmitt la dimensión antagónica de lo político, por ejemplo, la permanencia de los

conflictos que no pueden tener una solución racional. La relación amigo-enemigo supone

una negación que no puede ser superada dialécticamente. Sin embargo, este conflicto

antagónico puede adoptar distintas formas. Puede expresarse bajo la forma de lo que

denominamos antagonismo propiamente dicho, esto es, bajo la forma schmittiana de

amigo-enemigo. Aquí Schmitt tiene razón al afirmar que tal antagonismo no puede ser

acomodado dentro de la sociedad política ya que puede llevar a la destrucción de la

asociación política. Pero también puede expresarse de una manera diferente que propongo

llamar “agonismo”. La diferencia es que en el caso de agonismo no nos enfrentamos a una

relación amigo-enemigo sino a una entre adversarios que reconocen la legitimidad de las

demandas de sus oponentes. Sabiendo que no existe una solución racional a sus conflictos,

los adversarios de todos modos aceptan un set de reglas acorde a lo que sus conflictos serán

regulados. Lo que existe entre adversarios es una especie de consenso conflictual:

coinciden sobre los principios ético-políticos que organizan su asociación política pero no

acuerdan sobre sus interpretaciones. Hacer esta distinción entre antagonismo y agonismo

me permite, al afirmar la inerradicabilidad del antagonismo, imaginar cómo esto no debe

llevarnos a negar de manera automática el orden democrático plural. De hecho voy un poco

más lejos y afirmo, no sólo que la lucha agonista es compatible con la democracia, sino

también que tal lucha es precisamente lo que constituye la especificidad de la política

democrática plural. Y es por eso que presento el modelo agonista de la democracia como

una alternativa a los modelos agregativos y deliberativos. Desde mi punto de vista la

ventaja de semejante modelo es que al reconocer el rol de los pasiones en la creación de las

identidades colectivas provee un mejor entendimiento de las dinámicas de la política

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democracia, uno que reconoce la necesidad de ofrecer diferentes formas de identificación

colectiva alrededor de alternativas claramente definidas.

E: Dónde visualiza la diferencia de su trabajo con el concepto de Sociedad moderna

cosmopolita formulado por Ulrich Beck y Anthony Giddens?

Mouffe: Es claro que de acuerdo a mi modelo agonista, la política democrática necesita ser

partisana y es por eso que soy muy crítica de las visiones de Ulrich Beck y Anthony

Giddens que argumentan que el modelo adversarial de la política se ha vuelto obsoleto y

que necesitamos pensar más allá de la izquierda y la derecha. Para mí el modelo adversarial

es constitutivo de la política democrática. Por supuesto que no debemos imaginar que la

oposición derecha-izquierda posee algún tipo de contenido esencialista y que esas nociones

deben ser redefinidas de acuerdo a diferentes períodos históricos y contextos. Lo que está

verdaderamente en juego en la distinción derecha-izquierda es el reconocimiento de la

división social y de la existencia de conflictos antagónicos que no pueden ser superados a

través de un diálogo racional. No es mi intensión negar que en los últimos años hemos

estado experimentando un creciente desdibujamento de las fronteras entre la izquierda y la

derecha. Pero mientras que Beck y Giddens ven esto como un signo de progreso para la

democracia, yo estoy convencida que este es una evolución que no fue necesaria y que

puede ser revertida. Desde mi perspectiva necesita ser resistida porque puede amenazar las

instituciones democráticas. La consecuencia de la desaparición de una diferencia

fundamental entre partidos democráticos de centro-izquierda y centro-derecha es que la

gente está perdiendo interés en la política. Somos testigos del preocupante declinamiento de

la participación política en elecciones. La razón es que la mayoría de los partidos social

democráticos se han desplazado tanto hacia el centro que son incapaces de ofrecer

alternativas al orden hegemónico existente. No es para sorprenderse que la gente esté

perdiendo el interés en la política. Una vibrante política democrática precisa ofrecer la

posibilidad de tener opciones genuinas. La política democrática debe ser partisana. Para

involucrarse en política, los ciudadanos necesitan sentir que alternativas verdaderas están

en juego. El actual desafecto con los partidos democráticos es muy malo para la política

democrática. En muchos países ha conducido al surgimiento de partidos populistas de

derecha que se han presentado a si mismos como los únicos preocupados en ofrecer

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alternativas y dar voz a la gente abandonada por los partidos más establecidos.

Recordemos lo que pasó en Francia en 2002 en la primera vuelta de las elecciones

presidenciales cuando Le Pen, el líder del Frente Nacional, salió segundo y eliminó al

candidato socialista Lionel Jospin. Para ser honesta, esto me impactó pero no me

sorprendió ya venía bromeando durante la campaña con mis estudiantes que las diferencias

entre Chirac y Jospin se parecían a las diferencias entre Coca Cola y Pepsi Cola. Por cierto,

Jospin había insistido en que su programa no era un programa socialista y como

consecuencia mucha gente terminó no votándolo en la primera vuelta. Por otro lado,

muchos votantes descontentos fueron motivados a votar por Le Pen, quien gracias a su

exitosa retórica demagógica logró movilizarlos contra lo que ellos visualizaban como las

elites indiferentes. Me preocupa mucho la celebración del tipo de política de “consenso de

centro” que existe en estos días porque siento fuertemente que esta era de la post-política

esta creando un terreno favorable para el surgimiento del populismo de derecha.

E: También ha llamado la atención sobre el crecimiento de la tendencia de moralizar la

política al reemplazar la oposición entre derecha e izquierda por otra entre bien y mal.

Puede desarrolla esto?

Mouffe: Antes de responder su pregunta me gustaría referirme a otra consecuencia de la

difusión de la oposición entre izquierda y derecha. Cuando los partidos democráticos no le

ofrecen a la gente la posibilidad de identificarse con identidades políticas colectivas,

presenciamos una tendencia de la gente a buscar otras fuentes de identificación colectiva.

Esto se ha manifestado por ejemplo en la creciente importancia de formas religiosas de

identificación colectiva, particularmente entre los inmigrantes musulmanes. Muchos

estudios sociológicos en Francia han demostrado que la declinación del partido comunista

ha sido acompañadoa, especialmente entre trabajadores poco calificados, por un rol

creciente de las formas de afiliación religiosas. La religión parece estar reemplazando los

partidos en la satisfacción de las necesidades de pertenecer a una comunidad al proveer un

“nosotros”, una identidad comunitaria. En otros contextos, la ausencia de identificación

colectiva alrededor de las identidades políticas provistas por la distinción derecha-izquierda

puede también ser reemplazadas por formas de identificación regionalistas o nacionalistas.

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En mi opinión, fenómenos de esta naturaleza no son buenos para la democracia porque

aquellas identidades no pueden proporcionar el terreno para un debate agonista. Es por eso

que pienso que es un serio error creer que hemos arribado a una etapa donde el

individualismo se ha vuelto tan extendido que la gente ya no siente necesidad de

identificarse de modo colectivo. Nosotros/ellos son constitutivos de la vida social y la

política democrática necesita proveer los discursos, las prácticas y las instituciones que

permitan que éstos sean construidos políticamente. Este debería ser el rol de las diferentes

concepciones de la ciudadanía. Volvamos ahora a su pregunta sobre la moralización de la

política. Lo que he venido argumentando es que, contrariamente a lo que mucha gente

quiere hacernos creer, la falta de discursos constructores de identidad política en términos

de izquierda y de derecha no han significado la desaparición de la necesidad de la

distinción nosotros/ellos. Semejante distinción subsiste, aunque hoy es establecida a través

de un vocabulario moral. Podríamos decir que la distinción entre izquierda y derecha ha

sido reemplazada por una entre bueno e malo. Esto indica que el modelo adversarial de la

política todavía está presente entre nosotros pero la principal diferencia es que ahora la

política se desarrolla en el registro moral, usando el vocabulario de lo bueno y lo malo para

discriminar entre “nosotros, los buenos demócratas” y “ellos, los malos”. Esto puede ser

visualizado por ejemplo en las reacciones al surgimiento de los partidos populistas de

derecha, donde la condena moral a menudo ha reemplazado la lucha de tipo política. En

lugar de tratar de aprehender las razones de su éxito, los partidos democráticos “buenos” se

han autolimitado al demandar el establecimiento de un “cordón sanitario” para detener el

regreso de lo que ellos ven como “la plaga marrón”. Otro ejemplo de esta moralización de

la política se puede hallar en el presidente George W. Bush, que opuso los civilizados

nosotros y los otros bárbaros. Construir un antagonismo político de este estilo es lo que

llamo moralización de la política. Esto es algo que podemos ver en funcionamiento hoy en

día en muchas áreas diferentes: la incapacidad de formular los problemas que enfrenta la

sociedad políticamente e imaginar soluciones políticas a estos problemas nos lleva a

enmarcar un creciente número de problemas en términos morales. Esto es por supuesto algo

que no es bueno para la democracia porque cuando los oponentes no son definidos en

términos políticos sino morales, no pueden ser visualizados como adversarios sino como

enemigos. Con los malos no hay debate agonista posible, ellos deben ser eliminados.

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E: qué rol juegan los medios en la moralización de la política? No es la moralización de

ciertos temas la típica forma en que los medios cuentan historias? No es acaso que la

mayoría de las luchas políticas tienen lugar en los medios o a través de ellos, lo que podría

transformar el carácter de las mismas luchas políticas?

Mouffe: Por supuesto que los medios juegan un rol importante porque ellos constituyen uno

de los terrenos donde tiene lugar la construcción de la subjetividad política. Pero yo creo

que es un error visualizarlos como el principal culpable, acusándolos de ser el origen de la

incapacidad de la izquierda para actuar políticamente. Los medios son básicamente el

espejo de la sociedad. Si existiera un debate agonístico lo reflejarían. No hay dudas del

hecho de que sean muchos los medios que son controlados por fuerzas liberales es un

problema. Sin embargo, están lejos de ser todopoderosos, Como el No al Referéndum a la

Constitución Europea y holandesa demuestra –países en los que los medios promovieron el

Si-, los medios no pueden imponer su punto de vista contra una extendida movilización

popular. En lugar de deplorar el rol de los medios, la izquierda debería reconocerlos como

el sitio donde debe ser luchada la batalla por la hegemonía. Con el desarrollo de los nuevos

medios existen muchas posibilidades para que la gente intervenga directamente y desarrolle

estrategias agonistas. En esta área estoy convencida que mucho puede aprenderse de las

experiencias del llamado “activismo artístico”. Por ejemplo en Estados Unidos en los 80s

mucha gente vinculada al Act Up se comprometió en campañas sobre el SIDA usando

estrategias de marketing para extender la crítica social. Ellos fueron el origen de proyectos

visuales cuyo objetivo era organizar campañas para crear conciencia acerca de los

problemas políticos vinculados con el SIDA como el racismo o la homofóbia, y para

denunciar el poder de las grandes firmas farmacéuticas. La de ellos fue una estrategia

subversiva de re-apropiación de las formas dominantes de comunicación. Por ejemplo, en

Nueva York el Gran Fury Collective utilizó la estética publicitaria para transmitir imágenes

y eslóganes con un alto contenido crítico. Uno de sus proyectos, el póster “Besar no mata”

(1989) exhibido en buses, fue diseñado como un aviso de Benetton representando 3 parejas:

hetero, lesbiana y gay compuesta por gente de diferentes colores con el mensaje: “Besar no

mata. La avaricia y la indiferencia, sí”. Hoy en día es posible encontrar más ejemplos del

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uso creativo de los medios en las luchas políticas frente a la hegemonía neo-liberal. Uno

particularmente interesante es la de Yes Men con su estrategia de “corrección identitaria”

que consiste al imitar oficiales de organizaciones internacionales o multinacionales, en

exponer el oculto y oscuro lado de sus políticas. Reconocer el poder de los medios es

también ser conciente de las muchas posibilidades de reapropiacion de este poder. Lo que

la izquierda necesita es más imaginación en su uso de los medios para así transformarlos en

un terreno de confrontación agónica.

E: Cuando piensa en los movimientos políticos prácticos de hoy en día, qué es lo que

inspira su trabajo? Qué tipo de temas y movimientos resultan interesantes para su noción

de lo político?

Mouffe: La batalla más urgente para la izquierda de hoy es imaginar una alternativa al neo-

liberalismo. Muchos activistas y teóricos alrededor del mundo están comprometidos con

semejante tarea, y en algunos lugares como Latinoamérica se han hecho grandes avances en

esa dirección. Si bien hay que reconocer la dimensión global de esa batalla y la necesidad

de de vínculos cercanos y formas de solidaridad, estoy convencida que los problemas

necesitan ser pensados y atacados diferencialmente acorde a los diferentes contextos

regionales. Esto no supone negar que algunos problemas como los concernientes a los

cambios climáticos y el ambiente sólo puedan ser atacados a nivel global, pero creo que es

un error insistir sólo en la dimensión global y negar la existencia de una pluralidad de

formas de vida. Aquí nuevamente coincido con Schmitt en que el mundo es un pluriverso,

no un universo. No creo en la existencia de una forma singular de democracia que puede

proveer la única respuesta legítima a ser aceptada universalmente. Hay muchas maneras en

que la idea democrática puede ser implementada acorde a diferentes contextos. Para los que

vivimos en Europa, el punto de partida no puede ser el mismo que para aquellos que viven

en otras partes del mundo. No es por pretender ofrecer soluciones globales sino por atender

los problemas que enfrentan nuestras sociedades que podemos contribuir a la lucha general

por la democracia. En Europa hoy nuestra prioridad debe ser revivir la confrontación

izquierda-derecha y crear las condiciones para una democracia agonista. Estoy convencida

que esto sólo puede ser hecho a nivel europeo. Es por eso que la dimensión europea debe

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estar al centro de la política izquierda-derecha. Los diferentes grupos de izquierda europeos

deben establecer contactos para trabajar juntos por la creación de una fuerte Europa política

que podría proveer una alternativa a las políticas neo-liberales y ofrecer un modelo societal

diferente. Muchos de los problemas que enfrentamos hoy en día provienen del hecho de

que desde el colapso de la Unión Soviética vivimos en un mundo unipolar con la no

desafiada hegemonía de Estados Unidos que ha tratado de imponer su modelo alrededor del

mundo, acusando a todos aquellos que se oponen a este modelo como ‘enemigos de la

civilización’. Como argumenté en “Sobre lo político” (Routledge, 2005) la ausencia de

canales legítimos para resistir la hegemonía americana lo que explica el incremento de

formas violentas de reacción que actualmente estamos presenciando. Frente a aquellos que

argumentan que la solución a nuestros predicamentos reside en el establecimiento de una

democracia cosmopolítica, que visualizo como una ilusión antipolítica, estoy convencida

que lo que hace falta es desarrollar un mundo multipolar. Es por eso que es crucial para

Europa convertirse en una Europa política, un polo regional que pueda jugar realmente un

rol frente a otros polos regionales que están emergiendo en países como China o India.

Existe en el mundo una demanda real para que Europa actúe de manera independiente a los

Estados Unidos y ofrezca liderazgo en diversas áreas. Es momento que la izquierda deje de

ver a Europa como el caballo de Troya del neoliberalismo y comience a trabajar en la

elaboración de un proyecto europeo de izquierda.