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ENTRE NOSOTROS Revista Parroquial. Basílica Nuestra Señora del Socorro. Noviembre, 2017. Número 7. Portada 1 Año Jubilar 2 Recuperar a María (IV): Cooperación en la obra de la Redención y culto mariano. 5 Nuestra Historia: la ermita de la Concep- ción. 7 La Estantería: “La san- gre del pelícano”. 9 SUMARIO: En internet: http://basilicanuestraseñorad elsocorro.ecclesiared.es/revist a-parroquial/318 "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procu- rándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, So- corro, Mediadora" (LG 62).

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ENTRE NOSOTROS

Revista Parroquial. Basílica Nuestra Señora del Socorro.

Noviembre, 2017.

Número 7.

Portada 1

Año Jubilar 2

Recuperar a María

(IV): Cooperación en

la obra de la Redención

y culto mariano.

5

Nuestra Historia: la

ermita de la Concep-

ción.

7

La Estantería: “La san-

gre del pelícano”.

9

SUMARIO:

En internet:

http://basilicanuestraseñorad

elsocorro.ecclesiared.es/revist

a-parroquial/318

"Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el

consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie

de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con

su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procu-

rándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la

Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, So-

corro, Mediadora" (LG 62).

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En la tradición católica, el Jubileo consiste en que durante un año se conceden indulgencias a los fieles que cumplen con ciertas disposiciones eclesiales establecidas por el Vaticano. El Jubileo puede ser ordinario o extraordinario. La celebración del Año Santo Ordinario acon-tece en un intervalo de años ya establecido. En cambio, el Año Santo Extraordinario se pro-clama como celebración de un hecho destacado.

La Iglesia Católica tomó como influencia el jubileo hebreo y le dio un sentido más espiritual. En este período de tiempo se da un perdón general y particular, para quien esté dispuesto a recibirlo y en condiciones necesarias para ello, y se hace un llamado a profundizar la relación con Dios y con el prójimo. Por ello, cada Año Santo es una oportunidad para alimentar la fe y renovar el compromiso de dar un testimonio de Cristo y de ser su testigo. Pero principal-mente es una invitación a la conversión.

Pero me gustaría comentaros lo que son las indulgencias:

Seguramente hemos oído la palabra “indulgencias”, entendiendo por tal una especie de gra-cia o favor que se vincula al cumplimiento de una acción piadosa: el rezo de alguna oración, la visita a un santuario o a otro lugar sagrado, etc. También al oír la palabra “indulgencias” vienen a nuestra memoria las disputas entre Lutero y la Iglesia de Roma, y las críticas subsi-guientes de los otros reformadores del siglo XVI. Pero, ¿qué son las indulgencias? La etimología latina de la palabra puede ayudarnos a situar-nos en una pista correcta. La palabra “indulgencia” viene del verbo “indulgeo” del latín, sig-nifica “ser indulgente” y también “conceder”. La indulgencia es, pues, algo que se nos con-cede, benignamente, en nuestro favor. El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona, con palabras de Pablo VI, una defini-ción más precisa: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los peca-dos, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia; la cual, como administradora de la reden-ción, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los san-tos” (Catecismo, 1471).

La definición, exacta y densa, relaciona tres realidades: la remisión o el perdón, el pecado, y la Iglesia. La indulgencia consiste en una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia. ¿Qué es lo que se perdona con la indulgencia? No se perdonan los pecados, ya que el medio ordinario mediante el cual el fiel recibe de Dios el perdón de sus pecados es el sacramento de la penitencia (cf Catecismo, 1486). Pero, según la doctrina católica, el pecado entraña una doble consecuencia: lleva consigo una “pena eterna” y una “pena temporal”. ¿Qué es la pe-na eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la

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Año Jubilar

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amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Él para siempre. Pero aunque el perdón del pecado por el sacramento de la Penitencia entraña la remisión de la pena eterna, subsiste aún la llamada “pena temporal”. La pena temporal es el sufrimiento que comporta la purificación del desorden introducido en el hombre por el pecado. Esta pena ha de purgarse en esta vida o en la otra (en el purgatorio), para que el fiel cristiano quede libre de los rastros que el pecado ha dejado en su vida. Podemos poner una comparación. Imaginemos una intervención quirúrgica: un trasplante de corazón, por ejemplo. El nuevo corazón salva la vida del paciente. Se ve así liberado el enfer-mo de una muerte segura. Pero, cuando ya la operación ha concluido exitosamente, e incluso cuando está ya fuera de peligro, subsiste la necesidad de una total recuperación. Es preciso sa-nar las heridas que el mal funcionamiento del corazón anterior y la misma intervención han causado en el organismo. Pues de igual modo, el pecador que ha sido perdonado de sus culpas, aunque está salvado; es decir, liberado de la pena eterna merecida por sus pecados, tiene aún que reestablecerse por completo, sanando las consecuencias del pecado; es decir, purificando las penas temporales merecidas por él. La indulgencia es como un indulto, un perdón gratuito, de estas penas temporales. Es como si, tras la intervención quirúrgica y el trasplante del nuevo corazón, se cerrasen de pronto todas las heridas y el paciente se recuperase de una manera rápida y sencilla, ayudado por el cariño de quienes lo cuidan, la atención esmerada que recibe y la eficacia curativa de las medicinas. La Iglesia no es la autora, pero sí la mediadora del perdón. Del perdón de los pecados y del perdón de las penas temporales que entrañan los pecados. Por el sacramento de la Penitencia, la Iglesia sirve de mediadora a Cristo el Señor que dice al penitente: “Yo te absuelvo de tus pe-cados”. Con la concesión de indulgencias, la Iglesia reparte entre los fieles la medicina eficaz de los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos por la humanidad. Y en ese tesoro precioso de los méritos de Cristo están incluidos también, porque el Señor los posibilita y hace suyos, las buenas obras de la Virgen Santísima y de los santos. Ellos, los santos, son los enfermeros que vuelcan sus cuidados en el hombre dañado por el pecado, para que pueda recuperarse pronto de las marcas dejadas por las heridas. ¿Tiene sentido hablar hoy de las indulgencias? Claro que sí, porque tiene sentido proclamar las maravillas del amor de Dios manifestado en Cristo que acoge a cada hombre, por el ministerio de la Iglesia, para decirle, como le dijo al paralítico: “Tus pecados están perdonados, coge tu camilla y echa a andar”. Él no sólo perdona nuestras culpas, sino que también, a través de su Iglesia, difunde sobre nuestras heridas el bálsamo curativo de sus méritos infinitos y la desbor-dante caridad de la cual se nutrieron y vivieron todos los santos.

Misael Pavía Martínez

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María coopera a la salvación de la Humanidad ejerciendo su mediación maternal. Aparece ya en las pri-

meras páginas de la Escritura, cuando en el libro del Génesis se habla de la cooperación de la Mujer

junto a su descendencia en la lucha y derrota de la serpiente. En el Nuevo Testamento, Lucas ex-

presa en el “Hágase” de la Virgen la colaboración total que Dios le pide. El evangelio de Juan tam-

bién es claro: María intercede ante el Hijo en las bodas de Caná y permanece unida a Él al pie de la

Cruz. En el libro de los Hechos, por último, reúne en torno a sí a los discípulos y ora con la primera

comunidad cristiana a la espera de la efusión del Espíritu Santo.

La constitución dogmática Lumen Gentium del concilio Vaticano II y la encíclica Redemptoris Mater

de san Juan Pablo II enseñan que esta colaboración en la obra redentora se apoya en los méritos de

Cristo y fomenta la unión con Él. María es nuestra madre en el orden de la Gracia. El influjo ma-

terno de María se extiende a toda la Iglesia de la que es Madre (el Papa Pablo VI la proclamó

“Madre de la Iglesia”).

El fundamento bíblico de la doctrina sobre el culto y la veneración de María lo encontramos en varios

pasajes del Nuevo Testamento. En las palabras desconcertantes del saludo del ángel: “Dios te salve

María, llena eres de gracia, el Señor está contigo”. También en el canto del Magnificat: “me llamarán

bendita todas las generaciones… porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en mí”. Al final del

cuarto evangelio, después de hablar el Crucificado con su Madre y con el discípulo amado, el autor

sagrado añade: “y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio”, es decir, la acogida,

el amor y la devoción por María es algo propio de todo discípulo del Señor. En la encíclica

“Marialis cultus”, Pablo VI asevera que “la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un ele-

mento intrínseco al culto cristiano”.

El culto y la veneración a la Virgen se manifiesta desde muy pronto. La veneración a su persona aparece

ya en los himnos litúrgicos y la invocación a María en la plegaria eucarística. Desde época temprana,

las fiestas marianas comienzan a extenderse partiendo de Jerusalén al resto del orbe cristiano. Es

muy antigua también la conocida oración de intercesión: “Bajo tu amparo nos acogemos…”. Con-

forme pasa el tiempo el culto a la Madre va traduciéndose en la imitación de sus virtudes, especial-

mente de la virginidad. En tiempos más recientes surge la espiritualidad de consagración, como el

“Totus tuus” de san Juan Pablo II.

El culto y devoción a María tiene sólidos cimientos dogmáticos:

María, por ser la Madre del Hijo, es la criatura predilecta de Dios, quien la ha elegido y ha obrado en

ella maravillas.

Su colaboración en la obra de salvación es única, incomparable con las otras criaturas.

Su santidad comienza desde el primer momento de su concepción – Inmaculada Concepción- y sigue

creciendo en adelante por su entrega y adhesión a Dios como Sierva a lo largo de su vida.

Es Madre y Modelo de la Iglesia.

Asunta a los Cielos junto a Dios, continua intercediendo por toda la humanidad.

Elevada a la gloria ennoblece a todo el género humano al que Ella pertenece.

Recuerda el último concilio que la auténtica devoción a María no consiste en sentimientos exaltados y

pasajeros o en una credulidad vacía, sino que es fruto de la verdadera fe, la que “nos lleva a recono-

cer la grandeza de la Madre de Dios y nos anima a amar como hijos a nuestra Madre y a imitar sus

virtudes”, es decir, su total seguimiento de Jesucristo.

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RECUPERAR A MARÍA (y IV): Cooperación

en la obra de la Redención y culto mariano.

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Nadie niega que las manifestaciones marianas populares tienen un fondo de fe y amor por la Madre re-

conocibles pero deben abrirse a una purificación y renovación acorde con un mejor y mayor cono-

cimiento de la persona de la Virgen, con una recuperación de las prácticas de devoción de nuestros

antepasados bendecidas por la Iglesia (rezo del Ángelus, Rosario, Ave María…) y con un esfuerzo

por vivir como Ella, fieles a la voluntad de Dios y al Evangelio.

En el año que celebramos el VI Centenario de la aparición de la imagen de la Virgen de las Nieves, esta

serie de artículos ha querido contribuir a la deseada renovación del amor y veneración de los cristia-

nos aspenses a la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de las Nieves.

José Vicente Verdú Botella

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En la España del Barroco la devoción

a la Inmaculada Concepción estaba

muy extendida. Aunque el dogma fue

definido el 8 de diciembre de 1854 por

le Papa Pío IX, el Concilio de Trento

ya dejaba claro que: “al hablar del pe-

cado original, (este concilio) no intenta

comprender a la bienaventurada e in-

maculada Virgen María”. El dogma de

la Inmaculada Concepción sostiene

que María “fue preservada inmune de

toda mancha de pecado original en el

primer instante de su Concepción por

singular gracia y privilegio de Dios

omnipotente, en atención a los méri-

tos de Jesucristo, Salvador del género humano...”.

Desde el siglo XVII, diferentes documentos (Libros de Visitas, Protocolos Notariales, Ma de Consells, Li-

bros de Actas de Plenos…) hacen referencia a la ermita de la Concepción de Aspe. Gracias a este material

podemos establecer la siguiente cronología:

- En 1628 el obispo de Orihuela visita las dos ermitas existentes en la villa, la de san Juan (primera iglesia de

Aspe) y la de la Concepción, encontrándolas aptas para el culto.

- En 1632 el Vicario General de la Diócesis también inspeccionó ambos oratorios.

- En 1637 la ermita estaba funcionado como parroquia debido al estado ruinoso que presentaba la Iglesia

de Nuestra Señora del Socorro. Volvió a servir de parroquia en 1678 mientras duraron los trabajos de repa-

ración de los arcos de la iglesia.

- Se sigue citando la ermita en sucesivas visitas hasta el año 1756.

- En la visita de 1679 se indica su localización a extramuros de la villa, fuera de la población.

- En 1699 se llevaron a cabo importantes obras de remodelación y ampliación del oratorio costeadas princi-

palmente con la limosna de los hornos. Finalizados los trabajos, el entonces rector de la parroquia de Aspe,

don Bartolomé Rico, dejó constancia del traslado en procesión de la imagen de la Purísima Concepción a

su nuevo santuario el día 7 de diciembre de aquel año y de la bendición del recinto a cargo del obispo. Des-

pués, la imagen retornó al templo parroquial donde permaneció por espacio de tres días. El día 10, conclui-

das las celebraciones y funciones litúrgicas en honor a la virgen, fue llevada de regreso a su ermita, escoltada

en el trayecto por una compañía de alardo que capitaneaba Pedro Miralles de Antón (estas compañías de

alardo son el precedente de las fiestas de moros y cristianos, típicas del levante español).

- En 1725 los maestros del oficio de sastre de la villa hicieron uso del recinto sagrado para celebrar junta

gremial.

- En 1741 se fundó la Cofradía de la Concepción.

- En 1797 se estaba construyendo adosada a la ermita la vivienda o casa-habitación de los ermitaños.

Página 7 ENTRE NOSOTROS

NUESTRA HISTORIA

LA ERMITA DE LA CONCEPCIÓN

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- En abril de 1842 el Ayuntamiento se dirige a la Diócesis pidiendo autorización para emprender obras

de reparación en el edificio y para que, además de dar cabida a las celebraciones religiosas sirviese, en los

días no festivos, como local de instrucción.

- En julio del mismo año, la corporación municipal autoriza a la viuda del encargado del cuidado y aseo

de la ermita (ermitaño) a seguir habitando en la casa contigua a ésta, donde la mujer llevaba viviendo más

de 14 años.

- En noviembre los vecinos de la calle Concepción solicitan la demolición de la ermita ante el estado rui-

noso que presentaba el edificio. Sabemos -por documentación del siglo XVII- que la antigua ermita, a

diferencia de la actual, contaba con torre campanario.

- El 27 de diciembre el Ayuntamiento acuerda proceder a “la demolición de lo que resulte amenazar rui-

na”.

- Enero de 1843. El coste de los trabajos de demolición de la ermita dirigidos por el maestro de obras

Antonio Alcaraz asciende a 210 reales.

- El 7 de mayo de 1844 una exposición dirigida por la municipalidad al Jefe Superior Político de la Pro-

vincia hacía hincapié en la necesidad de la “composición de la hermita de Nra. Sra. de la Concepción”.

- 30 de octubre de 1846. Las obras del nuevo oratorio todavía no habían concluido por falta de fondos y

resultaba imposible hacer coincidir la bendición de la ermita con los festejos que iban a celebrarse con

motivo del enlace real de Isabel II y Francisco de Asís.

- En la actualidad, la ermita pertenece al Ayuntamiento de Aspe.

Para saber más:

- MARTÍNEZ CERDÁN, C., MARTÍNEZ ESPAÑOL, G. y PEDRO SALA TRIGUEROS, F., Devo-

ciones religiosas y lugares de culto en Aspe en la Época Moderna (siglos XVII y XVIII), Ayuntamiento

de Aspe, 2005, pp. 32-37.

- AA.VV., Aspe. Medio Físico y Aspectos Humanos, Ayuntamiento de Aspe-Concejalía de Cultura,

1998, p. 363.

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"La sangre del pelícano es una novela muy especial,

porque el editor se ha arriesgado a enfrentarse a la

literatura del "todo vale con tal de vender". Es decir,

se ha atrevido a publicar mi libro sin preocuparle mi

rechazo a esa tendencia a la calumnia cuando se

trata de la Iglesia. Es más, LibrosLibres me ha dado

la oportunidad de mostrar que es posible escribir

una trama de intensidad creciente, en la que hay

suspense sin descanso y encima los buenos son

buenos y los malos son malos o, por decirlo con

más concreción: el bien es el Bien y el mal es el Mal, y sobre ambos

existe la Misericordia de Dios. No sé si la editorial y este pequeño escri-

tor nos hundiremos en el fracaso o podremos respirar cuando venda-

mos unos cuantos ejemplares . Es lo de menos. Lo importante es que

todos los que leáis "La sangre del pelícano" paséis un buen rato y pen-

séis un poco sobre el destino de sus personajes.”

Miguel Aranguren, autor de “La sangre del Pelícano”.

LA ESTANTERÍA. Recomendación literaria del mes: “LA SANGRE DEL PELÍCANO”

Para Orar:

ORACION PARA DESPUÉS DE COMULGAR

“Alma de Cristo”

Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre

de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pa-

sión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de

tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del

maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, lláma-

me. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por

los siglos de los siglos. Amén

Retablo barroco de la Capilla de la Comunión (siglo XVII).