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ENTRE MUNDOS por John Tyrson

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  • ENTRE MUNDOS

    por

    John Tyrson

  • a todos mis Maestros...de todos los mundos.

  • ¿Qué puedo hacer para que esto sea un mundo real?Lo es.

    Pero quiero ser como tú, quiero crear.Escribe.

  • No sé cómo comenzó todo. Ni siquiera era consciente de mi existencia anteriorhasta que comencé a escribir y mis recuerdos se fueron formando lentamente.Sí, formando. Es extraño, lo sé, pero no afloraron, ni reaparecieron. Era comosi hubiera nacido en ese momento.Y ahora debo vivir con eso y con las personas, los seres que aparecieron dealgún rincón de... ¿mi mente? O tal vez todo siempre estuvo allí.Y no solo eso. También debo resolver este terrible drama que aun no puedodefinir pero que nos involucra a todos. De alguna manera sé que deboescribirlo. Sí, eso, escribir. Allí yace la raíz.Es difícil comenzar, pero tal vez la mejor manera es relatar a partir de cuandome di cuenta de que estaba poniendo un sello tras otro.

  • “Tac... tac... tac... Un sello tras otro en cada solicitud, mientras mi vista sepierde, desenfocada, devorada por mi mente vacía. Como toda mi existencia”Esto es lo que escribí en mi PC hace tan solo un instante acerca de mimomento de aislamiento del mundo y de mí mismo.Estoy maravillado, esa frase no existía, esa declaración de lo que es mi vida noexistía.¡Y ahora existe!Y tal vez alguien la lea y sepa que “alguien” la escribió.Parece que de alguna forma, he trascendido. Algo de mí, además de misdeshechos, mi ADN y lo que sea de mi cuerpo, existirá... porque lo he escrito.No pude resistir y lo imprimí. Allí quedó, sobre mi escritorio, mientras lo miraba,asombrado.

    Todo se fue formando.Trabajo en una dependencia municipal donde me ocupo de poner un sello acada solicitud de derecho de autor que me envían desde otra dependencia tanignota e inútil como la mía.Eso sí, estoy solo. En una pequeñísima habitación. Pero solo. Me permitoentonces administrar mi tiempo, que a veces parece conformado de instanteseternos, días iguales, noches sin sueños y años veloces.Dejo que la pila de expedientes crezca mientras hago que estudio o que hagoalgo en el computador cada vez que el mensajero me trae más. La verdad esque ya está todo ingresado, yo solo pongo el sello.La pila de solicitudes ha crecido otra vez hasta una altura conveniente para miblanqueo de vida.Entonces comienzo: tac... tac... tac... Y voy al vacío.Tengo cincuenta años. Estoy solo, en una sociedad alienada de un país sinobjetivos en un continente confundido. Y cuando me miro al espejo veo tan solouna cara inexpresiva, apenas erguida sobre unos hombros cansados. Un rostrosin nada que denote una vida, sin expectativas, sin futuro. Y sin pasado. Tansolo algunos cabellos grises que caen descuidados sobre las orejas, denuncianel pasar del tiempo biológico.Veo una cosa que... si no existe, el mundo no cambia. Ni siquiera un pequeñoincidente en la corriente de la vida.No conocí a mi madre. Y mi padre hizo lo mejor que pudo. Cuando se cansóme mandó a un internado.Me visitaba dos veces al año, para mi cumpleaños y para pesaj. Sí, soy judío.Aunque no estoy muy seguro.Durante la preparación para mi Bar Mitzváh mi padre me enseñó la Torá.Nunca habíamos hablado tanto tiempo. Fue una sensación extraña, porprimera vez en mi vida sentía algo por alguien.Pero el día de la ceremonia, durante mi lectura, escuché que otros la repetíanen voz baja al mismo tiempo que yo. Y cuando terminé y me dirigí al ArónhaKodesh -el Cofre Sagrado donde descansaban los rollos- y no me dejaron

  • tocar la Torá. En mi lugar la tomó un viejo y comenzó el viaje simbólico por laSinagoga. Mientras todos cantaban yo me sentía confundido y frustrado. Miréhacia donde estaba mi padre. Él cantaba con entusiasmo y evitaba mi mirada. Me enteré, con los años, que eso se hace con quienes no son judíos puros, esdecir, que se duda que su madre sea judía.¿Quién sería mi madre? Según contó mi padre, murio al poco tiempo de naceryo. Y no me dijo más. Cuando pienso en eso no puedo evitar sentirme extraño,como culpable.Por eso nunca me acerqué a la sinagoga ni a otros judíos, excepto una vez quemi padre me llevó a escuchar una aburrida charla sobre leyendas judías. Nitampoco me llamó nadie. Sé que mi padre iba. Hasta que murio. Vivía con unamujer de la cual nunca supe el nombre. Fue ella quien me avisó, y nunca másla vi. No sentí nada.Me pregunto por qué la gente escribe, pinta, compone y propone toda forma dearte. Tal vez por una necesidad de trascendencia, un disimulado terror a lamuerte.Y no pude evitar volver a mirar, asombrado, el papel donde había registradomis pensamientos, mi vida.Leo, eso me ayuda con el problema del tiempo. Libros de la biblioteca quetomo sin anotar y los leo allí mismo. O bien en Internet. A veces hasta muytarde. Leo sicología, cosas de religión, antropología. Y no sé si lo hago parasaber qué cosa soy, o para matar el maldito tiempo que me oprime. Mi tiempocruel de instantes eternos. Pero ese día fue diferente, algo había cambiado. Leí. Y de noche pensé, pero no soñé.Por eso dije que, sin saberlo, quería escribir esto que siento, porque sé que esuna cosa rara. O más bien, soy un tipo raro. Y vuelvo a pensar que si lo escribotal vez alguien lo lea, aunque sea accidentalmente al abrir un cajón. Entoncesse sabrá que yo existí.No piensen que es una vida triste; es extraña, pero no triste. No hay lugar parala tristeza o para la alegría. Y por las noches, cuando pienso, cuando alcanzoese instante en que parezco disolverme, experimento profundidades que nopuedo aferrar, mundos diferentes. Pero nunca pude ver nada de eso, solosentir y sentirme allí.Pero sé que hay algo... y en algún momento...A veces, casi deseo esos instantes sin vida. ¿Será así la vida después de lamuerte?

    Al día siguiente cuando entré en mi vacío un impulso se manifestó: queríaescribir, quería vivir sintiendo lo que sentí ayer. Fue la primera vez desde mi nacimiento, que me sentí vivo. Conscientementevivo.

  • El resto de los expedientes de la jornada transcurrieron en un estado deansiedad y energía. De reojo miraba el PC y quería escribir alguna otra frase,imprimirla, darle vida... darme vida.Miré una vez más lo que había escrito e impreso el día anterior y me guardé lahoja en el bolsillo con la sensación de que tenía un tesoro.No aguanté más, tomé la guía telefónica, busqué y anoté un par de direccionesy teléfonos.A las cinco de la tarde me fui sabiendo exactamente lo que iba a hacer. Y estotambién era una sensación nueva.

    Miré el edificio de departamentos y comprobé el número. Busqué en la lista delportero eléctrico y en el número siete había tan solo un nombre: Julio Dávalos.Sí, era allí. Comprobé la hora: las dieciocho y treinta, exacto. Me gusta serpuntual, muy puntual.Apreté el botón del intercomunicador.Era un departamento confortable, grande, con una sala donde cabíancómodamente las diez sillas hubicadas en círculo. Un suave olor a tabaco depipa y el sonido muy suave de la música sinfónica definían un ambienteagradable y acogedor.El profesor Julio Dávalos parecía tener poco más de sesenta años. Era alto, decabellos un poco largos, unos lentes de montura antigua daban el necesariotoque de intelectualidad al rostro conformado por una frente amplia, una narizlarga y una sonrisa afable, con dientes un poco manchados por el tabaco. Conel tiempo supe que era divorciado. Vestía jeans, polera y un viejo y cómodocardigan de lana gruesa. Por supuesto, fumaba una pipa. Me tendió la mano.-El señor Daniel Kahn... supongo.Parecía el saludo de Stanley a Livingstone durante el célebre encuentro enÁfrica.Asentí intentando una sonrisa -algo que nunca pude- y antes que pudiera decirnada sonó nuevamente el timbre.La gente se fue acomodando hasta llenar casi todas las sillas. Se miraban unosa otros sonrientes, comprobé que todos se conocían.Me sentí bien, parecía una gran familia antes que un taller de escritura. Sí, mehabía decidido por eso.

    El profesor Dávalos saludó, y me presentó. Todos me sonrieron complacientes.Faltaba decir “Hola Daniel, bienvenido” y eso parecería una reunión deAlcohólicos Anónimos.Los concurrentes eran personas de media edad que seguramente iban allícomo una forma de entretener sus vidas o buscar vínculos sociales y un par deestudiantes jóvenes. Estos parecían más concentrados.Un par de toques discretos sonaron en la puerta y llegó la persona que faltabapara completar las sillas.

  • Era completamente diferente. Con él tiempo comprendí que tenía objetivos queiban más allá de la literatura o de las clases de escritura. Tendría unos treinta ypocos años, su cabello muy crespo y con un peinado moderadamente afro, ledaba un marco apropiado a su rostro oval. Vestía de una forma que la gentedefiniría “étnica”. Su piel era levemente tostada, una rara mezcla racial queparecía hablar de antepasados indios y africanos. Y era tremendamente bonita.Sus ojos color miel, enormes, le daban una expresión entre alerta y divertida,algo asustada, a veces. Y su boca de labios generosos dejaba ver los dientesperfectos de su sonrisa brillante. Vestía sencillamente, unos jeans gastados,una blusa sin mangas y zapatos bajos. Sus brazos lucían dos brazaletesplateados que combinaban con un hermoso collar del mismo material. Todoparecía ser de evidente manufactura india. Un colgante que terminaba en unapluma marrón y blanca pendía de una de sus orejas.Saludó a todos y su vista se detuvo en mí.-Daniel... Daniel Kahn.No podía creerlo, yo había hablado sin que me preguntaran nada.Sonrió. –Me llamo Eva- respondió con una voz de timbres suavemente graves.Quedé sin saber qué hacer o decir.Dávalos carraspeó y me sacó de esa situación de incomodidad y evidencia.Comenzó a hablar de la escritura. Eva me sonrio una vez más y sacó sucuaderno preparándose a escuchar.Era evidente que el curso venía desarrollándose desde hacía varios días.Dávalos comentaba trabajos que se habían hecho anteriormente y respondíapreguntas.Después pidió que cada uno leyera lo que había escrito.Los participantes leían sus obras, una o dos páginas, y varios hacían la crítica.Dávalos se dedicaba a comentar y a hacer preguntas, nunca emitía un juicio.Cuando llegó mi turno Dávalos se excusó con el resto porque era mi primer díay lógicamente, no había preparado nada.Apenas me di cuenta de lo que hacía. Levanté mi mano tímidamente y saquémi hoja de mi bolsillo.Leí lo único que había escrito en mi vida.

    “Tac... tac... tac... Un sello tras otro en cada solicitud, mientras mi vista sepierde, desenfocada, devorada por mi mente vacía. Como toda mi existencia.”

    Se hizo un silencio un tanto pesado. Alguno sonrio disimuladamente mientrasotros se miraban con gestos significativos.Eva me miraba seriamente, su boca parecía temblar, apenas. Como si uncúmulo de palabras se atropellaran en sus labios carnosos.Dávalos cambió la pipa de un extremo a otro de su boca y me preguntósimplemente:-¿Qué te motivó a escribir eso?

  • Dudé, sentí un escalofrío. Y algo se hizo fuerte y evidente en mi interior.-Lo hice para sentir que estaba vivo. Para crear algo que antes no existía-respondí con voz un tanto apagada.Hubo algunos murmullos de desaprobación.Los jóvenes estudiantes me miraron en silencio, pensando.Una señora comentó con sarcasmo:-La terapia no es aquí...Dávalos suspiró.-Yo no estaría tan seguro. Según Jung toda forma de arte es una terapia.La señora se sonrojó y calló. Dávalos miró a Eva.-¿Y tú, Eva, has escrito algo?Eva asintió en silencio, se acomodó en la silla, abrio su cuaderno y comenzó aleer. Con su clara voz profunda con dejos metálicos.

    Cuelga, hombre. Cuelga invertido en el árbol del mundo.Por mil noches y mil inviernosY en tu éxtasis Mientras de tus heridas fluye la vidaSiente y comprende El terrible significado de las piedrasQue gota tras gota con tu sangre vivenY serás un dios.

    Se hizo un breve silencio donde todos intentaban colocar en algún lugar de suparadigma mental aquello que habían escuchado. Y cuando no podían, surgíala resistencia,-No tiene métrica ni por supuesto rima- acotó un hombre mayor con vozafectada y actitud erudita.Pensé que a este imbécil le interesaba más hacer méritos con el profesor queaportar algo útil.La señora que me había cuestionado con sarcasmo también dijo o suyo.-La verdad es que no entiendo nada.Eva parecía divertida.Yo estaba emocionado. Sin saber el motivo. Pero algo vibraba con mucha vidaen la obra de Eva. Algo que me pegaba muy adentro.-¿Por qué la escribiste?- pregunté.Ella inclinó graciosamente su cabeza y me sonrio.-No lo sé muy bien, me gusta su historia, hay algo que me llega, que me dicecosas...-¡Pero por favor...!- dijo el “crítico”.Dávalos carraspeó y todos callaron.-La poesía tiene sus reglas, sí. Pero la obra de Eva podríamos inscribirla dentrodel género llamado poesía épica. Y allí esas reglas no tienen importancia, no

  • rigen. Después de todo, en literatura cuenta más lo expresado que las posiblesreglas que puedan existir. O mejor aún, lo importante es el efecto queproducen, tanto en el lector como en el escritor.-¿Pero por qué la define como poesía épica?- insistió el “crítico”, un tantomolesto.-Eva, por favor, explica- dijo Dávalos con tranquilidad.-Es una poesía a un hombre que dio su sangre, su sacrificio y su agonía paraobtener el conocimiento. Con ello dio vida a la escritura, a la posibilidad decrear. En las piedras aparecieron los signos que serían los primeros caracteresdefinibles como letras. Hoy los conocemos como runas. Con esto el hombre setransformó en un dios creador. Su nombre es Odín- concluyó.Dávalos asentía con la cabeza mientras el silencio de la reflexión de algunos yla vergüenza de otros llenaba por completo el salón.Yo había leído de Odín, pero nunca había entendido el significado de suepopeya. Me emocioné.-Bueno, por hoy es suficiente- Dávalos cerraba la sesión –Creo queaprendimos bastante.Al día siguiente recibí una llamada de Dávalos invitándome a una “pequeñareunión” para esa noche.Acepté con mucho gusto. Y confieso que un poco intrigado.

    La habitación estaba igual, excepto que había tres sillas alrededor de unamesita, tres copas, y una botella de vino tinto. Y Dávalos... y Eva.-El vino distiende. Además de su connotación histórico-literaria, muy apropiadapara este momento- dijo Dávalos a modo de saludo y marcando el tono de lareunión al tiempo que servía el vino.Hizo un gesto de brindis y bebió apenas un sorbo.Lo acompañé, aunque apenas podía despegar mi mirada de los ojos profundosy oscuros de Eva.Después de un pequeño silencio Dávalos volvió a hablar.-Los invité para hablar del tema de la escritura. Por fuera de la formalidad... y aveces la hipocresía, del curso.Bebió una vez más, fijando su mirada en el vino lo paladeó y continuó.-Escribe quien tiene algo para decir. Y Eva lo tiene, sin lugar a dudas.Eva se acomodó un tanto nerviosa y bebió. Dávalos me miró.-En cuanto a Daniel...Me sentí aplastado, casi embestido por el hecho de que se me consideraracomo “alguien que está haciendo algo”.-Daniel parece tener todo en potencia. Nada sé de tus cualidades literarias,pero lo que has escrito connota mucho, hay una tensión interior, una pasiónque quiere expresarse. Espero que puedas hacerlo, porque esto es la vida, laexistencia a través del arte. De la escritura en este caso. Parafraseando aDescartes podría decir: “Escribo. Luego, existo”.

  • Asentí en silencio. En tres palabras Dávalos había sintetizado la conclusión demi opaca vida, había definido algo que recién afloraba a mi mente y a misentimiento. Eva me miró con simpatía. Y no pude evitar un nudo en migarganta.-Eso es el nervio motor de todo el desarrollo literario. Luego viene el resto. Perolas cualidades literarias siempre estarán ligadas a ese motor. Cuando laconexión falla... es muy posible que quien escribe se transforme en untrabajador más, en alguien que escribe y vende, solamente. Entiéndanme bien:esto es una aventura, un viaje, una gesta épica.-Como la de Odín- respondí un tanto impulsivamente. No sé si por aportar algoque sentía o por captar la atención de Eva. O por ambas cosas. Porque enrealidad, apenas lograba alcanzar el significado de las palabras del profesor.Tiempo después lo comprendería. Aunque nunca, nunca pensé que sería así.Dávalos asintió en silencio.-A ver, Eva, hablemos un poco de Odín. ¿En qué se parece a una gesta lo quehas escrito y cómo se vincula con tu persona, con tu ser íntimo?Eva quedó un instante pensativa, mirando el fondo de la copa. Al fin habló.-Se trata de una trascendencia, de una conversión... no lo sé explicar muy bien.-Se parece a Prometeo...- dije en voz apenas audible.Los movimientos de la pipa de Dávalos seguían el ritmo de su reflexión.-¡Muy bien!- dijo con entusiasmo- Prometeo trajo el fuego del conocimiento alos hombres, y Odín lo extrajo de las piedras a través de su sacrificio- seinterrumpió un instante-...y tantos más que colgaron sufriendo para trasmitiralgo nuevo.Nos quedamos en silencio. La implicancia era muy clara. Pero Dávalos nossacó del pensamiento abruptamente.-También lo vemos en la carta del tarot, precisamente llamada “El Colgado”.Los ojos de Eva se iluminaron. Yo no tenía idea de lo que estaba hablando.Dávalos continuó.-Esto parece ser un arquetipo de la mente humana, el sufrir para trascender, obien el pasar por períodos de inactividad para propiciar estados superiores. Enel aspecto social del mito puede compararse con el exilio del pueblo judío. Ysiempre por detrás, como bien dijo Eva, existe una trascendencia, unaconversión, un nuevo estado.“Toda mi vida estuve colgado”, pensé sin querer profundizar.-¿Y esto qué tiene que ver con la escritura?- pregunté en un intento de traertodo a lo inicial, a lo tangible, y así huir de pensamientos que se insinuabancomo fieras queriendo crecer, devorar, atropellar.-Todo- respondió escuetamente y con una sonrisa que se dejaba ver un pocotorcida por la pipa apretada entre sus dientes- pero eso lo vamos a comprendermejor más adelante. Ahora veamos otro ángulo del tema. Eva, ¿qué te impulsóa escribir?La joven carraspeó.

  • -Creo que fue en mi adolescencia. Ese período en el cual todos somosincomprendidos y el mundo nos amenaza, nos desafía.Se detuvo un instante. Algo le dolía, algún recuerdo aun mordía.-Mis padres eran médicos, de esos “Médicos sin fronteras”. Murieron en África,durante una epidemia. Y me crió una tía. Creo que nuca me tuvo mucho cariño.Me sentía muy sola, y como toda joven, comencé a llevar un diario personal.Descubrí que al poner mis sentimientos y pensamientos por escrito, algodejaba de ser una amenaza o un dolor y se transformaba en una realidad quepodía comprender. Desde entonces no he parado de escribir.Me quedé mirándola, literalmente colgado de su alma.Y ella también me miraba con sus ojos oscuros y húmedos.La voz de Dávalos parecía venir desde otra dimensión cuando dijo: -¡Hey!, ¡no se olviden de íi, todavía estoy acá!Reímos un poco embarazados.-Eva, lo que has expresado es una maravilla. Has alcanzado una esencia. Algogrande- le dijo. Y se volvió hacia mí.-¿Y tu “llamada”, Daniel, cómo fue?- preguntó el profesor observándome casi alacecho.Dudé, me encogí de hombros, me rasqué la cabeza.-Yo no tengo esa historia literaria, ni esa profundidad de vida. Creo que ni tengohistoria. No sé, creo que la llamada, como usted dice, fue hace pocos días.Escribí casi accidentalmente y mi mundo cambió. Es como dijo usted: a partirde entonces existo.-¿Por qué lo mencionó como una “llamada”?- preguntó Eva. Era aguda, muyaguda.Dávalos sonrio, tomó otro sorbo de vino y se frotó las manos. Dejó la pipaapoyada en un enorme cenicero de bronce. Parecía muy satisfecho, eraevidente que habíamos llegado a donde él quería.-Todo comienza con la “llamada”. El viaje del héroe, la aventura, la gestatransformadora comienza así.Cuando intentamos hablar, cuando quisimos abrir esa enorme puerta queapenas se había entornado dejando ver una potente luz, Dávalos levantóambos brazos en señal de atención.-Vayan pensando en una historia, algún esbozo y escríbanlo. Hablaremos deesto y de muchas cosas más la semana que viene. -¿Y de dónde sacamos una historia?- pregunté asustado.-De todos lados. Las historias del mundo están todas en potencia, basta leeruna pequeña noticia en un periodico o en cualquier lado para que la mentecomience a funcionar creando una historia. Y ya tienen el primer paso en elarte de escribir: leer. Leer incansablemente, todo lo que caiga en nuestrasmanos o que nos guste. Nuestras historias están allí, latentes, esperando.

  • Dos días después, cuando la semana parecía hacerse eterna y ya me costabaentrar en los estados hipnóticos durante el trabajo, mi celular sonó estridente.O yo lo sentí así, tal vez era la quinta llamada que recibía en mi vida.Era Eva.

    Habíamos salido en el automóvil de Eva, una VW viejo y bien mantenido. Ellavestía una blusa, chaqueta de cuero, botas y minifalda. Yo... no me explicaba por qué no había encontrado ropa adecuada en miarmario. Me puse el mismo jean de siempre y el saco.Nunca me había dado cuenta del sex appeal que tiene una mujer cuandomaneja con minifalda. Sus piernas levemente abiertas se movíanalternativamente con los requerimientos de la marcha mientras la minifalda sesubía ligeramente.Se detuvo, estacionó y me dijo: -Vamos- y partió decidida dándome el brazo.Sentí que algo se licuaba dentro de mi pecho cuando percibí el calor de sucuerpo y la intimidad que contenía aquel simple gesto.Ese es uno de los momentos cuando un hombre se siente tal, descubrí. Meenderecé y respiré disfrutando el aire fresco de la noche.-Sí, vamos.Pasamos unas horas en local un tanto oscuro y muy alegre en la parte vieja dela ciudad. Tomábamos vino con diferentes quesos y panes caseros, escuchábamosmúsica de jazz y comentábamos sobre cada cosa que veíamos y sentíamos.Eva tenía una risa fácil y una mirada que no podía descifrar. Sé que unmomento me sentí como un adolescente tratando de mostrar una seguridadque huía ante cada pregunta de ella.Cuando salimos, ella condujo despacio. Yo pensaba que era sin rumbo, hastaque se detuvo frente a una casa de departamentos de unos tres pisos.-Yo vivo acá- me dijo suavemente. –En el último piso.“¡¿Y qué tengo que hacer ahora?! ¿Debo despedirme, besarla en la mejilla?¿Darle un apretón de manos?”Nunca había estado en esa situación.-Vamos a tomar otro vino- me dijo. Y con toda naturalidad me tomó de la manoy me llevó escaleras arriba.

    El departamento de Eva era pequeño, cálido, en un tercer piso. Con tapetesétnicos en las paredes. Era un loft; el lugar para comer estaba delimitado poruna alfombra y una mesa con cuatro sillas, todo en madera dura y fuerte, conun trabajo que lo mostraba como natural y rústico, como inmensos trozosarrancados prolijamente de un enorme árbol.En un ángulo estaba la cocina con todos sus enseres. Un amplio y cómodosofá completaba la sala de estar que en su centro tenía una gruesa alfombrade lana bajo una coqueta mesita. Al otro lado, frente al sofá, había un sillón tipobergere y una silla hamaca tipo “Kennedy”.

  • Al fondo la sala hacía un ángulo donde se veía discretamente la punta de lacama de dos plazas. El baño estaba dentro de este ámbito.El techo era inclinado, con vigas fuertes a la vista y un amplio ventanal pordonde se podía ver el cielo estrellado.Una sencilla lámpara de pie iluminaba con tonos suaves todo el loft.Yo estaba sentado en la silla hamaca con una copa de vino en las manos y nopodía parar de hablar.Frente a mí, Eva se recostaba lánguidamente en el sofá con sus ojosentrecerrados y sosteniendo la copa entre ambas manos. Sus piernas,hermosas y largas, estaban descuidadamente cruzadas y su minifalda un tantorecogida. No usaba medias, el color y forma de sus piernas me había... no sécómo decirlo... ¿conmovido?... ¿inquietado? O tal vez era mucho más sencilloy no me atrevía a confesarlo.Puede parecer extraño, pero en ese momento me di cuenta de que en mi vidano había habido mujeres. El sexo había siempre sido algo transitorio y liberadorde urgencias químicas glandulares, siempre con prostitutas, pocas, muy pocasveces. Y siempre que terminaba me preguntaba: ¿qué estoy haciendo aquí?Pagaba y literalmente huía.Y era precisamente eso que estaba casi confesando a Eva mientras hacía girarla copa de vino entre mis manos y miraba fijamente los dibujos de la alfombra.Tal vez para evitar ser impertinente al no poder dejar de pensar en el misterio yla sensación que me producía la profundidad del ángulo donde sus piernas secruzaban a la altura de los muslos.Cuando movió un poco sus piernas tuve la impresión de que ella lo sabía yhasta jugaba con ello. Me sentí un poco indefenso e inseguro, como me habíasentido gran parte de la noche.Sí, allí estaba yo... hablando como un joven incoherente de mi miserable vidasexual.Nadie había logrado que yo hablara tanto. Y creo que nadie lo intentó.Estaba confundido, sorprendido de mi actitud y de las cosas que decía.Eva me sonrió.-Pensé que te estabas durmiendo, que estabas aburrida- le dije.Ella negó con la cabeza, dejó su copa y con el dedo índice me hizo una señade que me acercara. No entendí muy bien, pero callé, me levanté y fui hacia elsofá. Allí me detuve. Tratando de disimular la parte de mi cuerpo que norespondía a mis intentos de gentileza y buena educación.Ella rio fuerte, me tomó de la mano y me sentó a su lado. Delicadamente pusomi cabeza en su hombro y me acarició el cabello.-¿Sabes lo que te ocurre? Que has comenzado a escribir, que una historia bulleen tu mente todavía sin poder salir. Es una creación, y todo lo creado estáíntimamente ligado con el sexo.No supe qué responder. Sí, esa historia pujaba en mi mente, personajes concaras difusas, situaciones, iban y venían desde el primer día de reunión conDávalos. Y ahora estaba ella, su perfume, su olor y el color de su piel. Y sus

  • manos que me acariciaban. Sentí ganas de llorar. No me contuve, dejé que laslágrimas cayeran.Ella me miró sonriente, besó mis ojos y se levantó. Me quitó la copa de lasmanos y sin dejar de mirarme, muy lentamente se levantó la falda, se quitó unbikini muy pequeño y se sentó a horcajadas sobre mí. No me atreví a respirarsiquiera, mientras ella se movía muy lentamente y sus ojos no dejaban demirarme: eran como agujas negras que entraban en mi mente. Con todadelicadeza me tomó las manos y las metió sobre sus muslos, por debajo de laminifalda.Y después todo mi cuerpo y mi alma reaccionaron al instinto. Eso era otra cosa.Por primera vez sentí que mi alma existía.Después no quise huir. Quise permanecer allí para siempre.

    Yo pensaba que mi vida había sido antes y después de haber escrito algo.Ahora estaba seguro de que había sido antes y después de Eva.La segunda noche, en medio de un dulce silencio y una cálida penumbra en sudormitorio, Eva me dijo:-La verdad es que yo no nací acá. Ni mis padres eran médicos.Permanecí callado, esperando.-Nací en Jamaica. Mi padre era descendiente de ingleses y mi madre deespañoles. Y ambos tenían también la mezcla local. Tuve una hermosa niñez yuna excitante juventud. Jamaica... todo Marley y marihuana. Una vida lenta ysuave, donde no había lugar al dolor o a la amenaza de cualquier tipo. Cuando tenía diecinueve años conocí a Steward. Él venía de los EstadosUnidos, tenía treinta años y una Harley Davidson. Usaba barba apenas crecida,chaleco de cuero y una vincha roja. Fue demasiado. A los tres meses me caséy nos fuimos a vivir a mi casa. No olvido la cara de mis padres, fue como si su plácido mundo se lesderrumbara. Y yo no podía entender por qué. Steward era un gran conversadory halagaba constantemente la comida de mi madre. Yo estaba feliz. Todocomenzó seis meses después, cuando mi padre le preguntó si pensabatrabajar. Solamente entonces caí en la cuenta de que no trabajaba y vivía de loque cobraba mi padre por el trabajo en la plantación. Sin embargo su dinerotenía, y yo no sabía de dónde.La reacción de Steward fue extraña, lo miró con una sonrisa helada, unasonrisa de tormenta contenida. Y salió sin responder.Pronto mis amigos empezaron a cambiar. Desaparecieron los alegresmuchachos de mi juventud. Comenzaron a aparecer unos bastante mayores,con mirada alerta y gestos siempre vigilantes, con conversaciones en voz bajay viajes sorpresivos. Y Marley fue sustituido por AC DC. A mí no me hacían mucho caso, apenas me hablaban. Yo era una especie dejuguete de Steward. Pero no me daba cuenta, continuaba fascinada por suaspecto rebelde y su entorno muy de los sesenta. Pero Steward no era uno del

  • tipo Hippie, nada de eso. Era más el villano duro e irresistible, que el alegrejoven paz y amor que yo había imaginado en un principio.Pero era encantador. Excepto por algún ataque de ira totalmente imprevisto, yen el cual se podía atisbar un oscuro pozo sobre el cual prefería no pensar. Yoestaba enamorada, y no iba a dejar que la duda derribara mi castillo. Sinembargo, mis padres continuaban más y más deprimidos.Un día todo explotó. Yo fui a buscarlo a la casa de uno de sus amigos. Era unacasucha miserable en alguna parte de las afueras de Kingston, con una verjacaída en el frente, y un gran galpón detrás.Lo llamé, no me respondió nadie. Entré y golpeé la puerta, nadie me respondió.Entonces me dirigí al galpón, abrí la puerta y mi vida cambió para siempre.Lo primero que sentí fue el fuerte olor a combustible y el fétido tufo del ácido.Después vi el laboratorio. Y cinco hombres que me miraban fijamente. Dos deellos los reconocí como amigos de Steward.Hui rápidamente de allí y cuando llegué a mi casa me encerré en mi dormitorio.No me animaba a pensar. Aunque todo comenzaba a tomar sentido.Cuando Steward llegó tenía los ojos inyectados en sangre, la mirada dura y lospuños apretados.De un puntapié abrió la puerta de mi dormitorio y sin decir más me descargó unfuertísimo golpe con el dorso de la mano. Mi cabeza giró violentamente y yocaí, aturdida.Como en una bruma vi entrar a mi padre y un instante después vi cómoSteward lo golpeaba salvajemente, aun después que había caído.Mi padre murió en el hospital por los golpes recibidos. Steward fue a la cárcel ymamá murió unos pocos meses después.Yo me vine para Sudamérica, aprendí diseño gráfico y comencé a trabajar. Meenteré hace unos pocos meses que Steward fue muerto en un tiroteo en Miami.Calló unos instantes.-Después de eso empecé a escribir. Libros, muchos libros.-¿Publicaste algo?Me miró como si fuera un marciano.-No, no. La escritura fue para mí como una forma de crear el mundo. Mimundo, otros mundos. Tal vez por eso nunca me casé ni tuve nada serio. Noencontraba un hombre que pudiera comprender, o más bien, vivir eso. Y nonecesitaba preguntárselo, de inmediato me daba cuenta. No entendían lo queme ocurría cuando escribía, no entendían mi necesidad. Escribí libros enteros.Y los quemé todos.-¿Por qué?- pregunté, extrañado.-Ya habían sido, eran como estrellas que se habían extinguido. Habíancumplido su misión... descubrir otra parte de mí, dar vida a un mundo.-¿Y ahora?Suspiró.-Ahora es la poesía.-¿Las vas a quemar también?- pregunté alarmado.

  • Negó en silencio antes de responder.-No, eso no son estrellas. Eso es la música del universo. Es la voz de lodesconocido, de lo grande que brota a través de mí. Lo sé, lo siento.-¿Eres religiosa?Se encogió de hombros.-Supongo que sí. Pero sin religión. ¿Y tú?No supe qué decir.-No sé... dicen que fui judío.Pensó unos instantes mientras sonreía. Me pasó un brazo por encima de loshombros.-En fin, creo que todo aquel que escribe tiene algo de judío.-¿Por qué?-Porque el universo fue creado con energías que se representan con letras. “Enel principio era el verbo...”, ¿recuerdas?Sentí como un vago recuerdo que se desperezaba, inseguro, en algún rincónde mi mente.-¿Y eso?-Cábala- dijo sencillamente- y algo del Nuevo Testamento. Y agregó sonriendo: -Durante un tiempo salí con un rabino.La miré con asombro.-Sí, tuve varios hombres. Y nunca encontré nada en ninguno. Y viajé, viajémucho. Hice un curso de voluntaria y me fui al África.-Y allí, ¿qué descubriste?-Las religiones de la Tierra- dijo muy pensativa. Lo salvaje y lo peor de la magiay la hechicería.-Y eso... ¿es posible?Me miró un tanto asombrada y se irguió un poco en la cama.-Todo es posible –respondió con firmeza- no limites a Dios.-¿Y eso del mal y el bien?Se encogió de hombros.-Es la ética del cuchillo, lo puedes utilizar para comer..., o para asesinar. -Te lo digo de otra forma: el mal comienza cuando dejas de creer que existenmundos superiores.La miré, interrogante.-Es como si tú comenzaras a negar la existencia de tus sueños y visionesnocturnas. Entonces te transformas en un gran vacío, repleto de materialidad.Sentí una especie de inquietud y una sensación en el vientre, como cuandoalguien se asoma a un precipicio.Me crucé de brazos y pregunté.-¿Todo eso también te lo enseñó el rabino?Me miró divertida.-¡Claro!Algo se retorcía dentro de mí.La miré con cierta sequedad.

  • -¿Qué edad tenías?-Creo que veintiséis ...-¿Y él?-Sesenta y ocho.Abrí los ojos y la boca sin saber qué responder.Ella me miró divertida.-En fin... todo es posible- atiné a decir.Eva soltó una alegre carcajada y me abrazó.Quedamos unos instantes en silencio. De alguna manera sentí como si dospuntos se encontraran en un espacio creado después de recorrer mil universos,después de una eternidad. Fue un momento muy fuerte, casi sagrado, dealguien que comparte su intimidad sin las acostumbradas máscaras con lascuales actuamos en la vida diaria.-¿Todavía llevas ese diario?- pregunté casi en tensión.Ella hizo un gesto ambiguo con la cabeza.-Poco a poco se transformó, ahora es un libro de poesías. Su forma dehablarme cambió.Solamente pude imaginar un atisbo de a qué se refería con ese “Su”.-Tienes más poesías entonces, tienes muchas.-Sí...- dijo en voz baja mirándome intensamente, como pidiendo por favor queno entrara en ámbitos demasiado íntimos.Me limité a asentir en silencio mientras no dejaba de mirarla.Ella, sonriendo, desvió suavemente la conversación.-Y aquí estoy, escribiendo poesía y enamorándome de un escritor sin pasado.Con un nudo en la garganta solo atiné a tomar su mano y besarla suavemente.No pude decir nada.

    Había estado dos días más en su departamento. Después me fui. Necesitabaespacio para pensar, para salir de la totalidad de su presencia.-Tengo que volver a trabajar, y tengo que hacer cosas en casa- le había dicho.Eva me sonrió.-Entiendo. Y tu historia te está llamando cada vez más fuerte.Era una mujer increíble.-Nos vemos- me dijo.-Sí, tenlo por seguro.

    Un día de sellos interminables, Un día de vivir en mi vacío, pero me gustaba.Y por las noches mi vacío se llenaba de presencias, cada vez más evidentes.Era como si empezaran a salir de capullos dimensionales, ellos y suscircunstancias. Apenas el leve trazo de una historia...Nos vimos tres días después en la casa de Dávalos.Dávalos se percató de inmediato de la nueva situación. El ambiente estabamucho más “cargado”

  • -Bien, muy bien. Veo que los estímulos son los esperados. Todo va a fluir.Estamos en el ámbito de la creación. Es el principio de generación.Y no dijo más, no era necesario. Comencé a percatarme de que existen otrasdimensiones de la vida.-Cuenten cómo fue este tiempo. Me refiero a los impulsos literarios- seapresuró a aclarar. Y me miró.No sabía bien qué decir, no sabía qué cosa era “un impulso literario”. Perotenía una idea de lo que se estaba incubando en mi mente.-Yo tengo una idea muy vaga, y unos personajes que no puedo definir. La ideaes algo así como una transformación, una redención, no sé...Dávalos levantó las cejas asombrado.-¡Bravo!- exclamó – Parece ser que has encontrado a tu musa.-No entiendo.Eva se movió, inquieta. Dávalos la miró y sonrió.-La poesía de Eva... habla de una transformación, de una redención.Seguramente eso te motivó.Nunca se me hubiera ocurrido.-Y lo más interesante es que plantea el punto central de lo que es una historia:El Viaje del Héroe.Había captado totalmente nuestra atención. Lo sabía. Lentamente encendió supipa. Largó un par de bocanadas de humo que dejaron un delicioso aroma enla habitación. Entrecerró sus ojos mirando a un punto indefinido y comenzó ahablar.-Campbell, Joseph Campbell... fue quien mejor describió la aventura humana.En síntesis, El Viaje del Héroe comienza con la Partida, allí es dondeencontramos la “llamada” a la cual me refería en la clase anterior. Algo llama alHéroe –en definitiva al humano- en su búsqueda evolutiva. Después viene la“iniciación”, que es donde el Héroe sufre las pruebas correspondientes. Yfinalmente “el regreso”, donde el protagonista es Héroe de dos mundos: elprofano y el sagrado que ha experimentado en su iniciación. Y el Héroe,transformado, vuelve a los humanos con un nuevo conocimiento que aportará asu comunidad y al mundo. Ese es Odín, es Prometeo, es Ulises...Reflexionó unos instantes antes de continuar. La pipa descansaba inerte en sumano derecha mientras el vino lo aguardaba pacientemente sobre la mesa.-Esa es la síntesis de toda vida, de toda empresa, de toda aventura... y de todolibro que se escribe.Eva lo escuchaba totalmente concentrada.-¿Y al escribir, quién es el Héroe, el escritor o el protagonista de la obra?Dávalos la miró sin poder ocultar su satisfacción.-Ambos. Tanto el escritor como el Héroe experimentan una Llamada, pasan porpruebas, se transforman. Y vuelcan un nuevo conocimiento a la humanidad.Algo que no existía ha sido creado a través de una transformación.

  • Sentí un escalofrío al escuchar sus últimas palabras. Eso me pegabadirectamente. Casi me aturdía ante una evidencia que no llegaba a captar ensu totalidad.Quedamos en silencio, reflexionando.-Después está Vogler- continuó Dávalos –Christopher Vogler es quien mejordescribe el mito del Héroe cuando éste se lanza a la aventura de escribir. Leana Campbell y a Vogler, está todo en internet.-Y tú, Daniel, comienza a esbozar tu historia. La semana que viene te cuento elgran secreto de la escritura novelada.-¿Y yo?- preguntó Eva.Dávalos le sonrió.-Nada... y todo. Deja que tu alma grite sin trabas. Ve allí, al lugar donde laspalabras muerden. Y déjate llevar. Desintégrate, disuélvete en frases. Y no tepreguntes de dónde vienen. Estoy seguro que en tu diario tienes muchas máscosas escritas y que aún no quieres compartir. Está bien que así sea.Eva se acomodó un tanto nerviosa. Era totalmente cierto. Sentí una grancuriosidad por conocer el nido de su alma.

    Estaba otra vez en la casa de Eva. Era un oasis después de andar en elextraño desierto constituido por mi trabajo y mi vida de rutina. Durante esos días había dormido muy poco. Campbell me había sumergido enrincones de mi alma que desconocía. Me había mostrado un mundo nuevo... ono, era el mismo mundo que ahora adquiría un sentido. Un mundo donde cadainstancia, cada persona, eran una prueba, una ocasión, una enseñanza.Pero Campbell describía una epopeya, un arco de tiempo, un principio, undesarrollo y un final. Y yo eso no lo podía definir, era como si hubiera caído enel mundo hacía muy poco tiempo, en aquel preciso instante de insight mientrasponía los sellos y lo registraba por escrito.Antes... era una nebulosa. Solamente algunas pocas escenas donde veía a mipadre, el Bar Mitzvá, y poca cosa más. Ni siquiera recordaba mis años deescuela, o cómo había comenzado a trabajar. Ni siquiera mis antiguossentimientos se hacían presentes. Cada vez que incursionaba en misrecuerdos se producía un bloqueo. Y la angustia me dominaba a tal punto quehuía rápidamente a otro rincón de mi mente.Cuando le expliqué esto a Eva se me llenaron los ojos de lágrimas. ¡Y no sabíapor qué! Ella me observó intrigada y se sentó a mi lado acariciándome laespalda.-No importa, Daniel, nada importa. Vivamos el presente.Me inundé de su presencia, de su olor y del suave y cálido contacto de sucuerpo. Y todo fue pasando.-Con Campbell me ocurrió algo similar- me dijo. Fue como si me fueraexplicada mi vida entera.Intuí que ella no padecía de la agonía de tener un pasado casi vacío.

  • -Y Vogler, es lo mismo, es el Viaje del Héroe aplicado a la aventura de escribir-le dije mientras mi mano se refugiaba en la suya. Tibia, suave y receptiva. -Sí, pero Vogler es más concreto, es algo que tú creas y lo desarrollas segúninstancias míticas. En Campbell... ¡el mito eres tú mismo!Eva me miró largamente, concentrada. Ambos sentíamos pensamientos queno lográbamos definir en palabras. Y algo crecía entre nosotros, a partir denosotros. Era una sinergia, algo superior a la simple suma de nuestras vidas.Sentíamos esa sensación como un torbellino que nos devoraba y que nopodíamos controlar. Eva habló y logramos entrar en el presente.-Vogler nos habla de cada instancia y de los personajes, de los roles dentro decada historia.-Sí, y creo intuir que esos roles existen en la vida corriente.-¿Por ejemplo?-Dávalos. Es el “mentor”, el “anciano sabio”, en este caso de nuestra aventura. Eva asintió en silencio y después dijo:-Entonces estamos a punto de cruzar “el umbral”.Dudé, no había pensado en eso. Pero tenía razón.-Tal vez. Sea como sea, sospecho que tú vas más adelante que yo, te veo másdefinida.-Seguramente en tu epopeya soy “la figura cambiante”, soy tu ánima, la partefemenina que hay en ti- me dijo sonriendo. Y de inmediato quedó seria. -¿Quépiensas, qué sensación te produzco?Sonreí.-Puede ser... pero no te siento como una “mujer fatal”, siento que me llevas,que me proteges. Veo el mejor aspecto del ánima. -¿Y en cuanto a mí, cómo me ves?- pregunté con un tono que no podíadisimular la inseguridad.Ella entrecerró los ojos.-En mi viaje tú sí que eres la “figura cambiante”, eres un personaje,seguramente mi ánimus, mi parte masculina, que cambia momento a momento.No logro definirte, pero siento que es bueno, que de alguna forma te... es comosi te estuviera definiendo. Puedo ver, mejor dicho, sentir hacia dónde te diriges.Pero no alcanzo a ver de dónde vienes.La sinergia aumentó considerablemente.-¿Sientes eso?- le pregunté. Ella sintió lentamente.-Sí, definitivamente estamos en el umbral- afirmó suavemente.

    Hasta la próxima reunión mis noches fueron terribles. Dormía, me despertaba,pasaba por momentos de ensueño. Y siempre con esas presencias; másevidentes cuando dormía y soñaba, menos cuando estaba despierto. ¿O no loestaba?

  • Ya eran varios los seres que se insinuaban. Y comenzaban a aparecer susvidas, como flashes, como recuerdos míos... pero sabía que no eran tal. Yocasi no tengo recuerdos. Excepto desde cuando comencé todo esto, cuando escribí aquella frase,cuando conocí a Eva. Entonces todo apareció nítido y permanente.Me despertaba agotado, con caras difusas y frases inconexas que vagaban pormi pensamiento. Y después todo encajaba en la normalidad cotidiana, mientraslos sueños y visiones se quedaban allá atrás, relegados pero siemprepresentes, como un eterno ruido de fondo en mi vida.Cuando le conté todo esto a Eva fue buscando en realidad una ayuda, no sabíacómo manejar la situación.Eva me miró sin expresión y después de un rato me dijo:-Recuerda: no niegues la existencia de otros mundos, de otras dimensiones, nopermitas que la oscuridad se adueñe de ti. Escríbelo. Yo anoto todos missueños, y me dan muchas respuestas, o anticipaciones. Comencé a hacerlo, eran frases confusas, nombres inciertos. Y una historia pordetrás que no alcanzaba a hilar.El sábado siguiente nos reunimos, esta vez con todo el grupo.

    -Vamos a ver qué escribió cada uno. Comencemos por la derecha- dijoindicando al señor crítico.Éste leyó tres páginas aburridísimas e impecablemente construidas de unahistoria completamente anodina.-¿Qué opinan?-¡Muy bien, muy bien!- expresó calurosamente la señora mayor.Dávalos permaneció callado. Por las dudas también permanecí en silencio. Yoaún no sabía qué es lo que está bien y qué es lo que no. Miré a Eva. Mesonreía disimuladamente, como si no pudiera aguantar una carcajada.Después de un silencio embarazosamente largo uno de los estudiantes habló.-Disculpe, pero eso no dice nada. Le falta... no sé... todo.El hombre y la mujer mayor lo fulminaron con la mirada.Dávalos vació lentamente la pipa y sin mirar a nadie habló.-Una historia, para que sea buena, debe plantear rápidamente un conflicto, unaexpectativa, un misterio, una tensión. El lector debe anticipar algo, suponer,inquietarse, preguntarse. Sugiero reescribir esas páginas considerando esto.Por lo demás, la construcción de las oraciones está muy bien.El señor se movió inquieto por la evidente crítica pero tranquilo por el suaveelogio.Después, un estudiante esbozó un comic, y así siguieron con los restantesescritos a los cuales Dávalos hacía sugerencias de metáforas, comparaciones,tiempos verbales, y un montón de cosas que apenas me daba tiempo a anotary muchas de las cuales no llegaba a entender.Pero mi preocupación era otra: ¡me había llegado el turno!-Daniel...- invitó Dávalos.

  • Casi temblando abrí mi cuaderno.-Yo... yo aún no tengo nada. Solo anoté algunos sueños...-Veamos-A medida que leía me di cuenta de que eso parecía el delirio de un demente.No alcanzaba a definir a nadie, solo describía presencias y sensaciones, cómotodo eso se insinuaba y pujaba sin poder definirse. Cómo las presencias ysensaciones se ligaban sin que me diera cuenta. Había dos figuras importantesmuy ligadas. Y algo monstruoso detrás.Había más cosas, más presencias, sentimientos, miedos. Pero decidí nocontinuar. Un murmullo de inquietud se elevaba de los presentes.-Joven, usted tendría que consultar a un profesional- me dijo cáusticamente elseñor mayor. La señora me miraba con desaprobación asintiendo. Los jóvenesparecían divertidos.Dávalos me miró largamente por encima de sus gafas y no dijo nada.Carraspeó.-Bien. Pasemos a Eva.Quedé confundido y avergonzado.Eva leyó su poesía.

    Bendita seas tú, DualidadEterna danza del cosmos en la cual se agitan dioses y diosasY todos los hombres y mujeres de la TierraHistoria sin fin, drama y tragedia Que en su ir y venir teje el sentido de la vidaSol y Luna, Fuego y AguaEterna alquimia¿El bien?, ¿el mal? ¿Lo sagrado o lo profano?El hombre y la mujer primeros Y de su descendencia,Dos hermanos y dos caprichos de la CreaciónUno muerto…Y otro marcado por siempre en su frente con el signo de DiosPara que la danza de la Dualidad sea eternaY el conflicto alimente la existencia

    Todos quedaron en silencio.Yo sentí como algo explotaba en mi cabeza. Y una enorme ansiedad medominó.Con una fuerte palmada Dávalos nos hizo despertar.-Bien Eva, muy bien. Finalicemos por hoy.Todos nos despedimos con murmullos.Dávalos me llamó al día siguiente y quedamos en reunirnos junto con Eva ellunes de noche. Pero ya todo comenzaba a tener un sentido.

  • -Bien, hablen- nos dijo mientras comenzaba a preparar su pipa y el agradableolor a tabaco holandés inundaba la sala.Eva me miró y habló.-Escribí esto como una necesidad, como un mandato. Esta vez no lo sentícomo un grito de mi alma, sino como un aviso, un algo que tenía que decir aalguien. Pero no estoy segura.Le sonreí, un enorme agradecimiento me inundaba.Ella no dejaba de mirarme.Escuchamos que Dávalos decía – ¡Hey, miren que yo estoy acá!Los tres reímos.-Daniel...- invitó.Con un resoplido abrí mi cuaderno.-Todo se está aclarando, los sueños, las visiones, todo. Es una historia quearde en mi interior y que quiere salir. Y las imágenes, las presencias, son lospersonajes.Dávalos apretó la pipa entre sus dientes y asintió contemplando el techo.Permanecimos en silencio, sabíamos que iba a decir algo.-Hace unos días les dije que hablaríamos de uno de los grandes secretos de laliteratura. En este caso de la literatura de ficción.Se quitó la pipa de la boca y la dejó reposar en el enorme cenicero de bronce.-Shakespeare- e hizo una pausa, le encantaba hacer eso- Shakespeareescribía novelitas livianas, se puede decir, historias simples, de sentimientoshumanos.Lo miramos confundidos, estaba atacando a un ícono de la historia literaria. Eracasi una blasfemia.-Entonces... ¿dónde está su fuerza, su genialidad incomparable?Y nos miró detenidamente.No supimos qué responder.-En los personajes. Los personajes de Shakespeare son maravillosos, cadauno de por sí, es una tragedia, un drama. Tienen profundidad, alma. Unpersonaje de un libro debe tener también un alma. Eso es lo que diferencia aun escritor de un escribidor.-Los personajes dentro de la historia...- me atreví a decir.-Al principio sí. Después, son los personajes que escriben la historia, y al finalla historia adquiere vida propia.-¿Y el escritor?Dávalos miró largamente la pipa.-No puede hacer otra cosa que escribir lo que la historia le dice.Nos quedamos callados unos instantes. Pero yo tenía cosas que decir.-Todo eso está empujando en mis sueños...-Si... los personajes quieren nacer y vivir la historia que tu mente subconscienteestá creando.-¿Y de dónde la estoy creando si no soy consciente de ello?

  • -Todas las historias existen antes de ser creadas, basta estimularlas para quese manifiesten. En tu caso estoy seguro de cómo ocurrió.Y miró a Eva y a mí alternativamente.-El principio de generación, el impulso de crear, que normalmente toma laforma del deseo sexual. Le energía que generan ustedes hace que Evaproduzca los materiales iniciales y la energía para que la historia nazca.Nos miramos con Eva y recordamos el umbral.-¿Y ahora?, qué hacemos- preguntó Eva.-Tú, simplemente déjate llevar, escribe cuando quieras, lo que quieras, lo quesientas. Así es la poesía. -Y tú- dijo dirigiéndose a mí- comienza a escribir. Crea tus personajes, dalesuna historia, lo más detallada que puedas, dales sentimientos, esperanzas,frustraciones. Créales un pasado, un presente, insinúa un futuro. Define lasinterrelaciones. Todo, absolutamente todo.Yo escribía a toda velocidad, pero algo de todo eso me sonaba muyinquietante. No puede definirlo, la ansiedad, la excitación, las enormes ganasde escribir casi me hacían estallar. Sí, Eva me había precipitado en el umbral.

    Los días siguientes me aislé. Escribí sobre los personajes, sobre sus vidas,sobre la historia. No sabía quién definía a quién, no sabía si ellos vivían lahistoria o la generaban. Y me sentía viviendo en cada uno de ellos. Escribí losdetalles de sus vidas, aun las mínimas anécdotas. Sus creencias, sentimientos,expectativas sobre la vida. Amores y desamores, enemigos y amigos. Susrelaciones con sus pares e incluso esbocé alguna historia de sus parientes. Eramucho más de lo que tenía yo.Por supuesto que no iba a incluir todo esto en la historia que se estabadesarrollando en mi mente, pero, como decía Dávalos, estos detallesaparecerían en sus actitudes, en lo diálogos, en sus reacciones. En pequeñasfrases, o respuestas, o bien en detalladas justificaciones. En cada gesto, encada acción, en cada actitud estaría reflejada la historia creada sobre cada unode ellos.Tendrían una vida repleta de vivencias y recuerdos. Tendrían un alma.Por un tiempo dejamos de vernos con Eva, de común acuerdo. Ambosnecesitábamos ese espacio de intimidad.Tampoco fui a lo de Dávalos, y él no me llamó. Y en el trabajo tomaba notas,esbozaba frases, preparaba lo que iba a desarrollar en mi casa.Ya los sellos no me molestaban, al contrario, creaban la atmósfera hipnóticanecesaria para que pudiera pensar, crear.Tenía los personajes, más o menos. Debía seleccionar un tiempo, un lugar,todo. Leí, investigué, busqué y me informé. Consulté documentos y genteexperta.Era algo curioso, excitante. Cuando se delinea un personaje –o varios- unopone quién es, quién quisiera ser. Y todo aquello que íntimamente le duele.

  • En forma más o menos disimulada uno escribe el drama de su vida en todoslos personajes del drama. Aunque solo el escritor lo sepa.Seguramente por todo eso Dávalos decía que escribir es una terapia deautoconocimiento.Y un día comencé. Aun no tenía el título. Pero había una trascendencia, unapolaridad, un conflicto. Y personajes que vivían todo eso.

  • (TÍTULO A DEFINIR)

    CAPITULO 1- PINO

    Querido hermano, imagino que no sales de tu asombro por haber recibido estacarta de mi parte. No solo por haberme comunicado contigo después de tantosaños... y tantas cosas, sino porque no te llamé por teléfono, o te envié un mail,o cualquier cosa más inmediata. La carta, querido Pino, da espacio –y tiempo-para pensar, corregir, reconcentrarte en tu intimidad, sentir las palabras. Utilizarotro medio, es como tener una conversación estando apurados. Y ya corrimosmucho, Pino, demasiado. Es hora que nos detengamos, que miremos otrascosas. Después de todo ya pasamos los cincuenta...Estoy muriendo, hermano. Pero estoy feliz como nunca antes. Sé lo que es lavida, quiero compartirlo contigo.Quiero que vivas otra vida. Quiero verte, hermano. Quiero que descubras loque yo descubrí.Pino, recuerda nuestra niñez, cuando nos escapábamos para ir a pescar alarroyo mientras los viejos hacían la siesta en la casa del abuelo, cuandosalimos, excitados y asustados de aquella casona abandonada al escuchar elprimer crujido. Cuando me defendiste de aquel viejo que me golpeó. Cuandomamá nos trajo la perrita... siempre te quiso más a vos la Canela.¿Te acuerdas de cuando buscábamos agua bajo tierra con una horquetaverde?¿Y cuándo mamá nos curaba las heridas pasando su mano y dándonos unbeso? Y cantaba aquella extraña canción que nunca entendimos...Después conocimos a Laurita... fue nuestro primer desencuentro serio. ¡Yteníamos 9 y 12 años!Y después todo empezó a cambiar, vinieron aquellos años... y Estela...Pero quiero que recuerdes aquel sentimiento de nuestra maravillosa niñez, denuestra complicidad, de la excitación ante el imprevisto de cada día, quiero quete sientas como en aquellos tiempos sin tiempo, tiempos de café con leche yde pan con manteca y azúcar al volver de la escuela. ¡Y a comerlo rápido parasalir a jugar!En nombre de esos tiempos te escribo, Pino. Para decirte que podemos volvera sentir lo mismo. Que podemos volver a la vida donde la felicidad delmomento hace olvidar al futuro. Y al pasado. En aquellos tiempos no nos dimos cuenta, Pino, pero habíamos descubierto elamor a la vida, ¡estábamos cerca de Dios!Y podemos volver a estarlo.No, querido hermano, no pienses en lo que vino después. Piensa en nosotroscon el sentimiento de entonces.Si lo logras, tal vez puedas venir aquí... y recuperar todo.

  • Sería demasiado largo relatarte todas mis vivencias en estos años yparticularmente en este lugar. Y de poco serviría, pues te quitaría el placer dedescubrirlo por ti mismo.Solo puedo decirte una cosa: Pino, ¡aquí ocurren milagros!Créeme hermano (nunca esta palabra me sonó tan fuerte y tan profunda),créeme. Y ven. Te prometo... la felicidad. Te lo mereces después de tantotiempo y de todo lo vivido. Sé que vives solo... Y sé que no tienes nada pordelantePor favor, ven.Te quiero mucho, quiero volver a ser hermanos. Es lo único que me falta pararecuperar la felicidad totalmente.

    MarioMontecorvo, Italia.Febrero de 2013

    Lentamente, mientras la avalancha de recuerdos todavía arrollaba su mente,Pino Rossi arrugó el papel y lo arrojó a un rincón.No pudo evitar que su mano se dirigiera a aquel cordón en el cuello, del cualpendía una extraña cruz. En realidad no era una cruz, tenía forma de T con laspuntas ensanchadas. Mucho tiempo después Pino llegó a saber que enrealidad era una Tau. Y en medio de extrañas circunstancias, comprendió loque significaba.“Mamá”... ella se lo había regalado, una a cada uno.“Mario siempre se pareció más a ella, mamá era buena y feliz. Siempre.Pero Mario tenía también cosas del viejo, aquellos relámpagos deimplacabilidad, de pasión.”Pino era más tranquilo, más reflexivo. Pero su madre sabía captar la iracontenida que lo asaltaba a veces.“Papá..., el viejo era un verdadero volcán. Solo mamá lo controlaba. Era un tipogruñón, un poco cascarrabias, y con un corazón de oro. Toda su vidatrabajando de empleado en la Comuna y esperando año a año una promociónque nunca llegó. Y era feliz, tenía a mamá y a nosotros, y era la época en queun solo sueldo bastaba para vivir a una familia como la nuestra. Pobre viejo,murió joven, un ataque cerebral cuando fue víctima de la gran injusticia. Porsuerte no se enteró de los problemas que tuve con Mario. Sé que algo tuve quever con su muerte. Eso no me lo sacaré más de encima.Y mamá lo siguió pocos años más tarde. Feliz, como siempre.” Cuando murió su madre, Mario estaba con ella. Pino no, ya se había ido, y todohabía comenzado.La madre lo miró muy dulcemente, le tomó las manos y le dijo:-Mario... tú y Pino…Mario sintió que sus manos se calentaban hasta quemarlo. Y se enfriaronrepentinamente. Había muerto, sin dejar de sonreir.

  • Mario siempre quedó con la duda. ¿Qué habría querido decir?Y Mario supo que había llegado su hora de partir, como lo había hecho suhermano. La familia ya no existía.“Mario... después de tantos años, después de... todo aquello“, pensó Pino consentimientos confusos.Treinta años, desde que se miraron a través de aquella frialdad implacable, enla cual se buscaron afanosamente tratando de rescatar lo que una vez habíansido. Tal vez algo encontraron, porque no hicieron ni dijeron nada. Solamente...nunca más se vieron. Habían muerto el uno para el otro.Ahora Mario parecía haber recuperado la felicidad. Pino la había perdido parasiempre. Y hoy le llegaba esta carta.No se podría decir que la vida de Pino sea una hermosa aventura. No, nihermosa, ni aventura.Era un hombre solo. Que a veces quisiera tener sentimientos, enojarse,apasionarse, llorar... “¡Yo que sé!, estar más vivo, supongo.”No siempre fue así.Pino salió a caminar.

    Caminar por el centro de Buenos Aires en un día gris y lluvioso puede resultaruna experiencia romántica. O bien uno puede sumergirse en las más negrascavernas de su mente. Pino sabía cuándo eso estaba cerca, por lo tantocomenzó a pensar en cada paso que daba, concentrándose en la respiración yen cómo se movía cada uno de sus músculos. Era una técnica que había aprendido en el hospital, durante los primeros díascuando se recuperaba de sus heridas y aun no podía recibir visitas. No se lahabía enseñado ningún médico, ni por supuesto el personal de enfermería, quetodos los días lo controlaban fría y especulativamente. Tal vez para saber cómotratarlo mejor... o tal vez calculando cuándo se liberaría esa cama. Aunque lomás probable era que supieran perfectamente quién era él.No, eso se lo había enseñado uno de esos ignotos y casi anónimos“acompañantes voluntarios”, que durante un par de horas se limitan aacompañar enfermos. A veces sin hablar, o a veces dicen cosas... Pero estánallí, sin que nadie se los pida, solo para acompañar, para ayudar.A veces, cuando el dolor se lo permitía, Pino les hablaba, para que sintieranque él sabía que estaban allí. Otras veces no podía hacer otra cosa queobservarlos con desesperación. Un día una mujer joven lo entendió y le tomó lamano. Solo eso, sin decir nada. Fue una de las ayudas más valiosas que Pinotuvo en su vida.No temía morir. Hasta lo había deseado. Pero no quería sufrir.Después de una semana, apenas se sintió mejor, se le autorizó la visita.Venían su madre y su hermano hasta el hospital de Palermo cuando donCármine les conseguía un auto. Y esos momentos con su madre era como

  • estar en el paraíso. Desaparecían el dolor, la angustia y el temor, y sentía quese recuperaba, en cada visita un poco más. Entonces Pino supo que no iba a morir.Y ahora su hermano…

    “Estoy muriendo, hermano”, le decía Mario.Y la carta de su hermano despertaba cosas extrañas en las que el sufrimientono estaba ausente.Era pasada la una. La luz menguaba en la calle Santa Fe por efecto de losnubarrones. Al llegar cerca de Callao se metió en un bar.“Quiero que vivas otra vida”.Hacía varios años que vivía en Buenos Aires. No le disgustaba. Al principiohabía luchado con el idioma: pasar del italiano al español o viceversa no es tanfácil como se piensa. Pero una vez que lo dominó descubrió que estaba en unamaravillosa e inmensa ciudad donde había muy buena comida, mucha mujerbonita y sin problemas de relación, espectáculos, paseos. Y un inmenso vacíointerior.En suma: todo muy diferente al pequeño pueblo de Belmonte Mezzagno, UMizzagnu, como le decían en dialecto local. Un pequeño pueblo inserto en unvalle de bellas colinas, cercano a Palermo, en su recordada Sicilia.Recordada... y basta. Nunca podría olvidar. Ahora recorría Buenos Aires con su invisible mochila repleta de recuerdos muybien guardados, y de vacíos que no lo dejaban en paz.Cuando el vacío comenzaba a ahogarlo se iba de allí. Visitaba Mar del Plata, ola cordillera, o el litoral sobre el Rio Uruguay. Y allí se deleitaba con la pescadel dorado.Se acercó a la barra y pidió un Gancia. No porque le gustara particularmente.Todo el mundo lo pedía, y era la mejor forma de evitar que le miraran concuriosidad por el acento que aún no se le había borrado.Toda la vida en Italia hablando el idioma o el dialecto local dejan una huelladifícil de disimular. Trajeron el Gancia. Lo bebió automáticamente.Sí, Pino era un solitario. O mejor dicho, un tipo que quedó solo. Y seacostumbró. Ni siquiera necesitaba del cigarrillo para disimular su soledad.Había dejado de fumar diez años y siete quilos atrás. El nivel de ruido del bar aumentó. En la mesa de al lado un muchacho fumaba,nervioso. Contento. Ella llegó cinco minutos después. Era hermosa. Le gustóesa pareja. Le gustó el ver que vivían una eternidad, que sentían que teníantoda la vida por delante. Y todo les era posible.“¿Cuándo fue que perdí eso, esa forma de sentir la vida?”Sí, fue en Sicilia, muchos años atrás, en otra vida. Cuando dejó de teneramigos, cuando se transformó en un soldado y sus sacos se rompían en elforro de atrás por el roce de la pistola. Cuando no había mucha diferencia entreel día y la noche.

  • Cuando perdió a Estela... lo único de humano que le quedaba.Y ahora, Mario le prometía “recuperar todo”. No a Estela, seguramente.Recuperar todo... se refería a la vida de felicidad. Sí, habían sido muy felicesen la niñez. Como lo es todo ser humano antes de que la vida comience amoldearlo en la forma que se le antoje.“¿Cómo me había localizado?”No importa, supongo que a través de los tentáculos.“Vivir otra vida...”, pensaba Pino con una cínica sonrisa que se insinuaba en lacomisura de su boca mientras bebía el Gancia. A los 56 años y con la carga desu pasado... ¡se necesitaría un milagro para ello!“¡aquí ocurren milagros!”.Otro Gancia... Ya no le sentía el gusto. Era un pretexto, para permanecer allí,pensando que hacía algo, simulando disfrutar un momento de esparcimiento.Cuando en realidad su vida lo roía por dentro.Miró a su alrededor. ¡Ja!, no era el único.Recordó lo que decía un compañero: “A los bares se viene a tomar, a tomar. Yninguna otra cosa. El que habla de pasar el momento, de distenderse, deencontrar amigos, está mintiendo. Acá se viene a tomar.”, sentenciaba conénfasis.Siempre pensó en esa frase. Miró una vez más la clientela. No, allí estaba llenode “caretas”. Los bares donde se va a tomar como decía su amigo sondistintos. Son oscuros, con el piso quemado por los cigarrillos, con olor rancio atabaco barato y alcohol de todo tipo. A veces con un billar... Allí sí, se toma sincoartadas. Estuvo tentado de meterse en alguno de esos. Pero habría sidoinútil, hubiera sido un pretexto para seguir recordando.Sacó su celular.-Tania... voy para el hotel.

    Se miró al espejo. Cabellos grises, un poco largos, barba también gris, no muylarga, descuidada. Y se notaba que un tiempo fue delgado, a pesar del vientreque comenzaba a denunciar los años y los hombros un poco más caídos. Peroen general... bien. Su musculatura marcaba cierto tono. Todavía estaba parauna mujer como Tania. Es el curioso el atractivo que generan los hombres deesta edad en las mujeres jóvenes. Nunca se lo pudo explicar.Tania llegó a la media hora.Tania tenía unos treinta años. Y un físico de atleta, claro, era su instructora deKendo, el arte marcial japonés que enseña “el camino de la espada”. Un temaque siempre le interesó eso, de las espadas y las artes marciales. Y un día losalvó en una situación peligrosa. Lo asaltaron dos muchachos con navajas y notuvo tiempo de sacar la pistola. Pero llevaba en la mano el bokken, el sable demadera que se utiliza para los entrenamientos. Dos palazos en la cabeza a unode ellos y el otro, huyó. No olvidaba la cara de orgullo de Tania cuando se lo contó, aunque hizoesfuerzos por disimularlo. Tania era una persona muy racional, muy práctica. Y

  • casada. Eso nunca había sido un problema entre ellos, al contrario, sabíanperfectamente bien que cosa querían uno del otro. Y lo daban con generosidad,sin ultrapasar límites nunca dichos, pero muy claros.Más allá de eso tenían una buena y amistosa intimidad.Conocía a Tania desde hacía más de un año- como se dan esas cosas, unencuentro casual, un par de miradas fugaces pero muy claras, y ya está. Dospersonas descubrían una parte de su vida que los complementaba en algúnaspecto.Le gustaba su físico, su naturalidad casi salvaje, su discreción, su pensamientológico y su conversación fácil. Y el sexo, claro.Y esa tarde también había sido bueno. Y después charlaron, como hacíansiempre que tenían unos minutos.Tania tenía la particularidad de conocer bien a las personas a través del kendo.Y Pino no había sido una excepción. Un día, durante un kumite particularmenteintenso, cuando los contendientes se dejan llevar y la espada pasa a ser unaparte más del cuerpo, Pino despertó la parte peor de sí mismo. Habían dejadola shinai, la liviana espada de bambú, regulable para poder infligir golpes sinconsecuencia y pasaron al sólido y fuerte bokken. Pino veía a través del men,cómo Tania se movía con gracia y sinuosidad aplicando sus golpes en formamedida y calculada, sin causar dolor. En tanto que él encontraba tan solo unvacío al momento de realizar su ataque.Por un instante vio la brecha, vio por dónde descargar su golpe. Y no vio más aTania ni sintió el ambiente que lo rodeaba. Eran tan solo dos combatientes yganaría uno u otro.Pino golpeó.De inmediato reaccionó y se dio cuenta de su entorno y su realidad.Tania no dijo nada, tan solo asimiló el golpe y contraatacó.Ese día Pino recibió una paliza memorable. Cuando terminaron, mejor dichocuando Tania terminó con él, estaba seguro de poder contar uno por uno losnumerosos moretones de su cuerpo. Después del baño fueron, como siempre, a tomar un refresco. Tania no hizomención del incidente. Pero él sintió que debía decir algo.-Tania... disculpa...Ella, sin dejar de mirar el interior del vaso, negó con la cabeza.-No es nada. Tienes una faceta salvaje interesante. Te hace rápido,despiadado... pero te puede llevar a cosas peligrosas para las cuales no estáspreparado.No pude evitar darle la razón. Sobre todo cuando recordaba los hechos deSicilia. Tenía dieciocho años cuando don Calógero abofeteó a su hermano. Elviejo terminó con un ojo hinchado, y Pino oculto durante tres meses. Lo habíaacogido don Cármine, el Capo rival de don Calógero.Y claro, el resto de su vida tuvo que pagar la deuda. Hasta que tuvo quevenirse a Buenos Aires: lo dejarían tranquilo, pero había hecho un juramento.No olvidar. Tampoco podía hacerlo: el dinero y la Palabra de Orden le llegaban

  • puntualmente todos los meses. En esa oportunidad habían sido muyocurrentes: “cardenal amarillo”.Tania tenía razón, podía llegar a ser despiadado, brutal. Y eso no le gustaba,quería ser otra persona, redimirse. Ella había comprendido todo perfectamente.Tal vez por esa aguda particularidad, también sacaba lo mejor de él durante elsexo...Pino volvió al presente, Tania le estaba hablando.-Pino, ¿qué puedes perder si vas?- le dijo mientras se vestía apurada para ir abuscar a su hijo a la escuela.Pino pensó, dudó, y se sentó en la cama.-Mario y yo tuvimos una hermosa niñez, es unos pocos años menor que yo,nada más, pero siempre fuimos opuestos. En todo, si yo jugaba en un cuadro,a lo que sea, el jugaba en el otro. Y viceversa. A veces pienso que me imitaba,pero al revés. Las muchachas lo preferían a él. A mi los animales..., tengocomo un magnetismo para eso. Yo pensaba que él quería competir conmigo, ysupongo que él pensaba lo mismo. Y cuando fuimos mayores todo fue claro. Yome metí en líos... acepté una ayuda... y quedé comprometido. Entonces él fuepara un lado y yo para el otro. Yo había entrado en eso simplemente pordefender a Mario. Y después continué para solucionar un problema de dinero,acepté más ayuda. Y después... pasó lo que pasó. Destrozamos nuestrarelación y destrozamos la familia. Y yo... yo... mejor no hablar.Tania le miró y le apoyó suavemente su mano en el brazo. Rápidamente se recompuso.-Pero de eso hace mucho tiempo, Pino, las personas cambian.-No sé... no quisiera pasar un mal momento, amargarme la vida... volver a Italiay a todo eso.Tania lo miró un instante antes de espetar:-¡Como si ahora fueras una persona feliz!Pino no supe qué decir. Se molestó.-Discúlpame...-No, tienes razón... ¡tienes razón!En ese momento tuvo conciencia del limbo en que había vivido todos estosaños. Había pensado que al irse de Italia comenzaba una nueva vida. Pero no,solo había cambiado geográficamente, en su interior seguía rumiando losmismos pensamientos y los mismos sentimientos de antes. Y la sombra de unviejo juramento que lo perseguía. “¿Qué podría perder...?”Y Mario no era el mismo. Evidentemente. No sabía qué le había pasado peronunca le hubiera hablado así, no era su forma de expresarse. Lo recordabamás punzante, más irónico, cada frase era una estocada que buscaba lastimar.Era una carta, claro. Las personas se expresan distinto cuando escriben, noexiste el lenguaje del cuerpo, la presencia del otro que siempre te pone enguardia. El anticipar pensamientos por el gesto o la reacción ante tus palabras.En suma, la falta de intimidad, o tal vez demasiada.

  • Siempre pensó en escribir, no lo hizo precisamente por eso, porque temíaliberar su intimidad. Era... como quitarse una armadura, una protección. Yquedar vulnerable ante su interlocutor. Se puede salir herido, muy herido.Incluso ante sí mismo. Su autoimagen lo observaría con cierto desprecio.Cuando pensaba en todas esas cosas se daba cuenta la falsedad del serhumano.“¿Cuándo fui una persona de verdad, auténtica? Tal vez en aquella maravillosaniñez con Mario, con mamá y papá.”“cuando nos escapábamos para ir a pescar al arroyo mientras los viejos hacíanla siesta en el rancho del abuelo, cuando salimos, excitados y asustados deaquella casona abandonada al escuchar el primer crujido.”“...podemos volver a sentir lo mismo. Que podemos volver a la vida donde lafelicidad del momento hace olvidar al futuro. Y al pasado.”Casi que recordaba de memoria toda esa carta.-Tania, como siempre, tienes razón.-¿Vas a ir? -Sí, pero aun no sé por qué.Tania lo miró largamente.-Porque tal vez sea la única oportunidad que tienes de redención en tu vida.-Tengo demasiadas ligaduras con mi pasado. Y muy fuertes.-Como sea, es una oportunidad.

    Buscó Montecorvo en el google. ¡En Umbria, el medio de Italia! ¿Qué estabahaciendo Mario allí?“Otra vez Italia… esto me sucede cuando dejé algo sin terminar...”Un pueblito de apenas mil ochocientos habitantes...La curiosidad comenzó a ser tan fuerte como el rencor y como la nostalgia.

  • CAPITULO 2 - MONTECORVO

    El vuelo de Aerolíneas Argentinas lo dejó en Fiumicino, a pocos quilómetros deRoma.Con el pasaporte de la Comunidad se le abrieron rápidamente las puertas deentrada a Europa.Casi desconocía Roma. Decidió pasar allí unos tres días.Al atardecer se alojó en un hotel pequeño y barato cercano a la estación deTérmini, sacó dinero del cajero automático y se fue a caminar sin rumbo.La primavera estaba cerca, pero al atardecer el frío comenzó a apretar.Caminó, al principio sin rumbo, como hacía siempre cuando buscaba que elritmo y textura de un lugar nuevo entren en su interior sin previos conceptos olecturas.Y al poco tiempo más de dos mil años de historia cayeron sobre su espíritu. Erasimplemente maravilloso. La presencia de los edificios de la época romanaconjuntamente con lo medieval y la modernidad actual. Nunca había pensadoen su país desde ese punto de vista. Se preguntó cómo influiría todo eso en elser íntimo del italiano, particularmente del romano. Una influencia pesada,intangible, de la que seguramente pocos fueran conscientes, pero que sin dudaalgún tipo de imprinting dejaba. Aun por debajo de la chabacanería del romanonormal, aun por debajo de las ridiculizaciones que provenían de la SegundaGuerra Mundial, aun por debajo de la corrupción y de las bandas. Sí, aun pordebajo de todo eso estaban los grandes condottieri1, las legiones, el Senado,los grandes filósofos y el Renacimiento con toda su carga. Un lugar dondecristianos, judíos, alquimistas y cabalistas dejaron las huellas de lo que sería laespiritualidad de occidente. Una cultura que definió lo que hoy es Europa.Y también, por supuesto, el papado. Y toda la potente presencia de su pasadoy su presente.“Un pueblo criado por lobos”, como escuchó decir un día.En tanto su Sicilia pertenecía a un mundo diferente, donde sonaban aun losecos de los fenicios, de los árabes, de los Templarios y normandos, de losBorbones. Y por detrás de todo, como magnífico telón de fondo, estaba Ulises,su Odisea, sus cíclopes, sus implacables diosas, sus vengativos dioses y susirresistibles ninfas. Y los imponentes templos de Agrigento, testigos eternos dela arquitectura griega.De todo ello se había creado “la Sicilia”.Y también de lo oscuro, de lo violento, de lo brutal...Con el pequeño plano que le dieron en el hotel, pronto llegó a La Fontana diTrevi; estaba repleta de estudiantes y turistas, un auto policial que controlabatodo con dos agentes bastante aburridos, gente que sacaba fotos, flashes por

    1 Generales.

  • doquier y una especie de atentado ambiental con todos los que arrojabanmoneditas a la fuente.Le gustó. Después de un rato fue a comer una pizza en uno de los restoranescercanos, en una callecita pequeña e iluminada.Le gustó Roma, mucho, tal vez por la nueva visión que le daban los añospasados en el extranjero. Durante un par de días la recorrió, normalmente apie.Pero al otro día ya no aguantaba más. Era como esos momentos en que unotiene algo que hacer y sigue haciendo otras cosas, o su rutina. Pero no puedequitarse eso, que se siente en la parte de atrás de la cabeza. Sí, es como siestuviera atrás y abajo. Allí se le fijaba la sensación de urgencia, de curiosidad,de ansiedad, que sentía ante la perspectiva de ver a Mario y todo lo que dejabaentrever en su carta.Y por sobre todo, la sensación de algo inminente, y muy importante. Era comoestar asomándose lentamente a un...Al día siguiente reservó un “albergo” y compró un boleto de tren para SantaMaría degli Angeli, la estación más cercana a Montecorvo.

    Lo que tienen de bueno los viajes en tren es que permiten pensar a la propiavelocidad. Algunos se entretienen con sus computadoras de todos los modelosimaginables, otros leen, otros duermen. Pino optó por una duermevela casiauto hipnótica que le permitía pensar sin rumbo. Y tampoco en esa oportunidadllegó a conclusión alguna, pero algo sucede, algo se ordena en ese ejercicio.La distribución geográfica de Italia es curiosa, prácticamente no existe unacampiña extensa y poco poblada como en Argentina o en algunas zonas deEspaña. Italia es una sucesión interminable de pueblos y ciudades, cada unocon su propia historia y sus propios misterios.El alta voz del tren le anunció la inminencia de la llegada a Santa María degliAngeli.

    Un taxi lo llevó al hotel, pequeño, sencillo, limpio, con desayuno.De inmediato preguntó en la conserjería cómo podía hacer para llegar aMontecorvo.-Pero mire que aquí hay mucho para visitar- fue lo que le dijo el jovenempleado- está la iglesia, toda la historia... y la ciudad de Asís. Una verdaderamaravilla.-Gracias, en otro momento. Estoy buscando a mi hermano.El muchacho lo miró y sospechó algo urgente y serio. No insistió con supropuesta turística.-Lo mejor es que lo lleve un auto, no es muy lejos de acá- y luego de un par dellamadas le dijo que todo estaba arreglado. Como se acostumbra en Italia, enlugar de llamar a un taxi o automóvil de servicio, llamó a un amigo que con sucoche podía trasladarlo a un precio menor. Saldrían a la mañana siguiente.Aprovechó la tarde para dar un paseo.

  • Santa María degli Angeli es una población moderna, de calles anchas, algo queno siempre se ve en Italia. Desde varios ángulos se ve la ciudad de Asís –Assisi para los italianos- como un gran cinturón que rodea la ladera del MonteSubasio. Y en un extremo, la magnífica Catedral de San Francisco, el santolocal y el santo de toda la Italia.Llegó a un centro comercial pequeño y moderno, y una plaza donde se yergueimponente la Basílica de Santa María degli Angeli con su enorme virgen doradaen el tope del frontispicio.Pino todavía no lo sabía, pero era un lugar al que habría de volver a dar unagran vuelta de tuerca a su vida.

    Partieron pasado el mediodía después de degustar de un almuerzo sencillo.Pero con pasta, claro, no podía ser de otra manera. Pino se dio cuenta decuánto había extrañado todo aquello.El conductor, un joven de treinta y pocos años, lo miraba de reojo mientras laFiat Punto avanzaba por la E-45.Pino seguía mirando todo a través de sus lentes negros que le proporcionabanintimidad y un cierto sentido de seguridad. Es decir, lo que sienten todos y nose animan a decirlo.El conductor decidió que era suficiente el tiempo pasado y, como hace todo elmundo en Italia con el extranjero, preguntó a boca de jarro, sin tapujos y en undialecto un tanto cerrado.-¿Usted es periodista o está enfermo?Pino no entendió la pregunta y le pidió que le hablara despacio italiano.Lo hizo. Pino no entendió, ahora, el sentido de la pregunta.-Ni uno ni lo otro- respondió un tanto secamente.-Siciliano, ¿no?Pino no respondió.Siguieron en silencio por un kilómetro.-Disculpe, pero ¿qué va a hacer a Montecorvo, entonces?Suspiró.-Estoy buscando a mi hermano.-¡Ah, entonces su hermano es enfermo o periodista!No le respondió, no tenía ningunas ganas de conversar. Pero la insistenciasobre el punto lo dejó con curiosidad.Un poco más tarde le señaló una población a su izquierda.-Montecorvo- dijo.Montecorvo era como todos los pueblitos de esa zona, y de tantas otras deItalia. Se encontraba sobre una montaña de unos cuatrocientos metros de alto,en las estribaciones del Apenino italiano. A medida que se acercaban pudodistinguir una especie de explanada con numerosos automóviles y algunoscomercios, más arriba el caserío principal, y después un bosque de robles queparecía rodear la colina; y unos cientos de metros más arriba, en la cúspide, seveían los restos de la muralla y las casas de lo que debería ser el barrio

  • histórico, con la figura enhiesta de un antiguo castillo, aparentemente bienconservado, justo en la cima.Por detrás, el bosque de robles parecía rodear al castillo y extenderse en unaenorme masa verde hacia las más altas cumbres.Y a unos quinientos metros hacia el norte, en una colina vecina y casi perdidaentre los robles, se veía una pequeña iglesia blanca. Antigua, y seguramentedeshabitada.Todo lo demás eran viñedos, enormes extensiones de viñedos.Pino descendió, pagó y despidió al hombre.Y allí quedó, sin tener la menor idea de a dónde ir o qué cosa hacer. En esemomento sintió como una sensación de vacío en el estómago y de debilidad enlas piernas. No por temor o inseguridad, sino porque por delante se extiende lodesconocido e infinito. Y todas las posibilidades de la vida. U otro estrepitosofracaso...Comenzó a observar. Los automóviles aparcados eran comunes y corrientes,pero eran muchos, muchísimos automóviles para lo que debería ser el tamañode ese pueblo. Lo que desentonaba eran tres camionetas grandes, las tres conantena satelital en el techo y dos inmensos ómnibus de excursión.Una de las camionetas era de la televisión española. Se acercó.Un hombre de mediana edad estaba sentado al volante en medio de la nube dehumo de un porro.-Buenas- saludó en español. No obtuvo respuesta, el hombre siguió en su paraíso mirando al infinito. O nomirando nada.-¿Me puede informar algo de este pueblo?- insistió.El hombre comenzó a reír en silencio y a tomarse la cabeza mientras sesacudía convulsivamente.-No- dijo con una voz ronca que denunciaba un pasado, y un presente, detabaco y alcohol –mejor no, averigüe usted.-Gracias- le respondió secamente y se alejó.-¡Pregunte por Inés!- le gritó el hombre mientras Pino se alejaba.Se detuvo.-¿Dónde?Hizo una seña de que siguiera subiendo.-¡Vafanculo!- le gritó. El tipo sonrió con expresión de felicidad y saludó con la mano.Era sencillo, tenía que subir hasta encontrar a seres humanos.Se dirigió hacia un antiguo portal rodeado de fosas un tanto profundas y conparedes verticales.“Portal de Augusto”, rezaba un cartel que indicaba que las fosas eran unaexcavación arqueológica.A Augusto le habían adjudicado portales y construcciones diversas por todaItalia.

  • Miró a un lado y a otro, miró hacia arriba, hacia la parte superior de laconstrucción, y pasó por el portal con la sensación de que entraba en otradimensión.De inmediato apareció un conjunto de casas todas similares, bajas y pintadasde blanco. Casas de unos cuarenta o cincuenta años de construidas, variascon profundas grietas en sus paredes denunciando la frecuencia de losterremotos en esa zona, alguno de ellos había sido muy fuerte, según se enteródespués.

    Casi naturalmente se encontró subiendo por el viejo empedrado de una antiguacalle flanqueada por casas más antiguas y algunos negocios.Algunos “bed and breakfast” y pequeñas cantinas y comercios con cerámicaslocales denunciaban la presencia frecuente de turistas. Y no circulabanautomóviles, excepto uno de la policía, claro. Un orgulloso cartel decía: “Montecorvo, la capital del vino”.Unos cien metros más adelante comenzó a aparecer gente.De todo tipo, de todas las edades, caminando con expresiones de alegríamientras conversaban animadamente, o bien silenciosas y serias. Pero nadieparecía indiferente. Allí sucedía algo.Numerosos inválidos en sillas de ruedas o muletas subían o bajabantrabajosamente por el empedrado, siempre flanqueados por otros que leayudaban. Y sacerdotes, curas de varias órdenes diferentes, caminabanrápidamente en grupos de a dos o tres, con expresiones adustas yconcentradas. Las cantinas y cafés parecían a esa altura repletos de gentes que conversabananimadamente. Y obviamente, ninguno era del lugar.La nota disonante fueron algunos pocos peregrinos que se dejaron ver entrelos turistas. Vestían harapos y portaban un cayado. Y sus pies calzados conleves sandalias, o bien descalzos, estaban enrojecidos por la intemperie y elfrío.Varios de ellos estaban siempre rodeados de grupos de gente que les hablabany preguntaban. Algunos le tocaban las ropas o el cayado. Y otro se besaba lamano que había tocado las ropas del peregrino. Algún otro era flanqueado porlas cámaras de televisión y los periodistas que casi le metían el micrófono en laboca ante las protestas de la gente. Pino nunca había sido religioso. Bueno...en su iniciación había jurado por la Madona... pero eso... había sido antes... Eltema de los peregrinos le llamó la atención y lo archivó en su memoria paraaveriguar acerca de ello.No pudo evitar recordar las palabras de su hermano: “acá suceden milagros”.Pino siguió caminando, ascendiendo hasta llegar a una plaza. Lógico, tenía quehaber una plaza. Con la sede de la Comuna y una iglesia, ambas cerradas. Y elinfaltable automóvil de Carabinieri estacionado, como cada vez que seproducen multitudes de algún tipo. Dos agentes de lentes oscuros estabaninmóviles en el interior. Pino estaba seguro de que dormían.

  • Entró en una de las cantinas. Era un salón un tanto oscuro y con un techo bajodel cual colgaban varias piernas de jamón. Había unas ocho mesas repletas degente que hablaban animadamente. Al fondo, una barra protegía a un gigantónbarbudo y con cara de cansancio que debería ser el dueño. Una muchachajoven repartía platos humeantes entre las mesas.Se acercó a la barra, se acomodó en un taburete alto y pidió un vino y un pocode salame locales.-Unas “tapas”-, me dijo al captar mi leve acento español.Le sonreí asintiendo. -Siciliano. Que vuelve después de años.El hombre asintió en silencio mientras preparaba el pedido.El vino era muy bueno, tinto, casi tibio, espeso y suave, como le gustaba. Elsalame no estaba mal. Y el pan era horrible.Bebió y comió un rato en silencio; y después preguntó:-¿Qué está pasando en este pueblo?El gigantón se secó las manos con un trapo de color indefinido y sacudió lacabeza.-No sé cómo explicarle. Hace un par de meses la gente empezó a hablar delSanto...-¿Qué cosa?- interrumpió Pino, extrañado.-Un tipo..., dicen que curaba. Varios aseguraron haberse curado de cosasgraves. Uno que andaba en silla de ruedas salió caminando. Pero la verdad, esque nadie le creyó nunca que estuviera enfermo. Decían que se hacía elinválido para cobrar la pensión, y cuando supo que la Guardia de Finanzas loinvestigaba, se vino para acá a “curarse por milagro”. Pero sea como sea, lagente empezó a venir al pueblo. Y yo no me quejo.-¿Y los periodistas también vie