Enseñar Para La Vida

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Enseñar para la vida Sólo el trabajo decidido y protagónico de los maestros ayudará a que las intenciones de las políticas trazadas se vuelvan un hecho efectivo. No se pueden transformar las prácticas educativas y garantizar con ello que los niños sepan lo que deben saber, sin la consolidación de las instituciones escolares y sin la activa presencia de los maestros. ¿Por qué el énfasis en el maestro? No podemos desconocer que a lo largo de la historia de la pedagogía, él (ella) ha sido el sujeto que ha llevado a la práctica grandes premisas pedagógicas. Siempre ha jugado un papel esencial. Históricamente se ha ganado un lugar en el que ha sido facilitador de la construcción del conocimiento y mediador en la consolidación de relaciones. En la época actual, cuando nos encontramos frente a las exigencias de la globalización, preocuparse por generar una actitud frente al aprender implica, a su vez, propiciar la estructuración de unas competencias esenciales para desenvolverse en el mundo de la vida práctica. Dichas competencias están referidas al dominio del saber cientifico: saber cómo piensa la ciencia y cómo se pueda crear a partir de ella; a la apropiación de unas competencias laborales, para responder técnica y tecnológicamente a las nuevas exigencias de producción; y a la construcción de unas competencias ciudadanas que nos permitan vivir juntos en medio del respeto y la alteridad. Pero estas no son las únicas acciones que puede realizar un maestro: su presencia sirve de referente para la configuración de identidades. Todos éstos son propósitos esenciales de la política de la Revolución Educativa. La equidad, como principio rector de la actual política, está orientada a garantizar el acceso a las instituciones de todos los niños y niñas en las diferentes regiones del país. Pero ello no es suficiente. Se necesita, además, generar un mecanismo de retención que garantice la permanencia en el sistema escolar, propiciar experiencias significativas que faciliten mejorar los procesos de aprendizaje y asegurar el dominio de los mismos. Estos propósitos obligan a una gestión institucional eficiente y eficaz, en la que los directivos docentes y los maestros cumplen un papel fundamental. El maestro y la función social

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Enseñar para la vida

Sólo el trabajo decidido y protagónico de los maestros ayudará a que las intenciones de las políticas trazadas se vuelvan un hecho efectivo. No se pueden transformar las prácticas educativas y garantizar con ello que los niños sepan lo que deben saber, sin la consolidación de las instituciones escolares y sin la activa presencia de los maestros.

¿Por qué el énfasis en el maestro? No podemos desconocer que a lo largo de la historia de la pedagogía, él (ella) ha sido el sujeto que ha llevado a la práctica grandes premisas pedagógicas. Siempre ha jugado un papel esencial. Históricamente se ha ganado un lugar en el que ha sido facilitador de la construcción del conocimiento y mediador en la consolidación de relaciones.

En la época actual, cuando nos encontramos frente a las exigencias de la globalización, preocuparse por generar una actitud frente al aprender implica, a su vez, propiciar la estructuración de unas competencias esenciales para desenvolverse en el mundo de la vida práctica. Dichas competencias están referidas al dominio del saber cientifico: saber cómo piensa la ciencia y cómo se pueda crear a partir de ella; a la apropiación de unas competencias laborales, para responder técnica y tecnológicamente a las nuevas exigencias de producción; y a la construcción de unas competencias ciudadanas que nos permitan vivir juntos en medio del respeto y la alteridad. Pero estas no son las únicas acciones que puede realizar un maestro: su presencia sirve de referente para la configuración de identidades. Todos éstos son propósitos esenciales de la política de la Revolución Educativa.

La equidad, como principio rector de la actual política, está orientada a garantizar el acceso a las instituciones de todos los niños y niñas en las diferentes regiones del país. Pero ello no es suficiente. Se necesita, además, generar un mecanismo de retención que garantice la permanencia en el sistema escolar, propiciar experiencias significativas que faciliten mejorar los procesos de aprendizaje y asegurar el dominio de los mismos. Estos propósitos obligan a una gestión institucional eficiente y eficaz, en la que los directivos docentes y los maestros cumplen un papel fundamental.

El maestro y la función social

El lugar que actualmente tiene el maestro le asigna la labor definitiva de formar a las jóvenes generaciones, razón que pone al orden del día la función social de sus acciones. Sabemos que esta responsabilidad social se ha vuelto compleja, por cuanto requiere que se apropie de los conocimientos de un campo disciplinar y sea capaz de enfrentarse a los retos que exige una sociedad como la de hoy.

Cuando se piensa que un maestro es un formador de seres humanos y que muchas veces es el profesional que pasa más tiempo con los niños y jóvenes, se hace evidente la importancia social de su trabajo y las diversas responsabilidades de su profesión. El maestro contemporáneo se enfrenta a retos que le impone su disciplina, y a otros que le demanda la sociedad. Hoy en día, requiere de competencias diferentes para solucionar con creatividad los primeros, y participar así en la solución de los segundos.

El maestro y sus habilidades

Lo dicho hasta ahora se inscribe en unas demandas y exigencias generalizables; sin embargo, resulta necesario señalar un conjunto de acciones, a veces imperceptibles, fundamentales para la dinámica escolar.

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Además de conocer su disciplina y los medios para lograr su comprensión y aprendizaje, el maestro necesita saber comunicarse, oír de manera activa y respetuosa las diferentes posturas, incluir y valorar las diferencias, así como despertar curiosidad por el conocimiento, de acuerdo con las etapas de desarrollo de cada estudiante. El maestro identifica sus emociones y las de los estudiantes y las encauza de manera constructiva.

En su práctica cotidiana, el maestro se enfrenta a sus estudiantes y sus expectativas, tan disímiles como el número de aprendices en el aula, y se compromete con las particularidades de cada uno. No sólo el saber de cada estudiante es diverso sino sus modos y fuentes de motivación hacia el aprendizaje. Es importante, entonces, que conozca estas diferencias para procurar el aprendizaje de todos y cada uno. A partir de esas particularidades, los maestros diseñan sus clases y adaptan los materiales de acuerdo con las necesidades y los retos pedagógicos a los que se enfrentan. Todo ello para formar hombres y mujeres con las capacidades y conocimientos necesarios para participar activamente en su sociedad.

Es evidente que el maestro está en la obligación de actualizar sus conocimientos y desarrollar de forma constante habilidades y actitudes que le permitan responder efectivamente a los retos, por medio del desarrollo de lo que sus estudiantes deben saber, saber hacer y ser. Así, la formación en competencias (básicas, ciudadanas y laborales), en sus estudiantes, es a la vez un incentivo para su desarrollo personal. El maestro que ama la ciencia, el placer estético de sus explicaciones y la manera como se confrontan las hipótesis y las ideas para su fortalecimiento o refutación, desarrolla pensamiento científico en sus estudiantes. Pero también, promueve ambientes democráticos el maestro que permite el diálogo de saberes, en el que cada cual participa en la construcción de ellos mediante el reconocimiento de buenos argumentos y con capacidad de autocrítica.

Para los estudiantes, el maestro es un ejemplo de vida, imagen de autoridad y respeto. Es decir, es un referente en la consolidación de su propia identidad. En consecuencia, "debe tener disposición para entender sus estrategias, necesidades, valores y defectos, reflexionar sobre su propia enseñanza y los efectos en los estudiantes, desarrollar una filosofía propia frente a la educación, apreciar la responsabilidad de servir positivamente de modelo para los educandos, aceptar cambios, ambigüedades y desaciertos"1.

Asimismo, los maestros son fuente de inspiración para el desarrollo de valores sociales como la tolerancia, la honestidad, la justicia y la equidad, y motores para evidenciar y proteger el valor social de las diferencias culturales. Además, cuando el estudiante advierte la solidaridad y la cooperación entre los maestros de su institución -inclusive con los de otras instituciones-, se motiva a desarrollar esas prácticas para el logro de sus objetivos académicos.

Integración pedagógica

Cada institución educativa tiene su Proyecto Educativo institucional y en él se hallan los lineamientos pedagógicos, administrativos y comunitarios que sirven de mapa de navegación para todos los maestros. Con los estándares básicos en cada competencia, también se ha definido lo que un estudiante debe saber y saber hacer de acuerdo con el grado al que pertenece. Estos referentes son una guía que enriquece la práctica pedagógica de un maestro, quien está en capacidad de elevar esos niveles propuestos y tiene la creatividad y capacidad de adaptar diversas metodologías a las necesidades pedagógicas. Así, a partir de los resultados

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alcanzados por cada estudiante en las diferentes pruebas, el maestro contribuye a la definición de estrategias mediante las cuales toda la institución educativa se compromete con el mejoramiento de las competencias de los estudiantes, de manera sistemática y continua.

En este sentido, el maestro tiene la habilidad de usar estrategias basadas en la resolución de problemas que desarrollen la capacidad de análisis y el pensamiento crítico, matemático, científico, así como las capacidades de expresión oral y escrita de los estudiantes. Estratégicamente, "el maestro debe ser capaz de organizar equipos de trabajo orientados al logro de metas y aprendizajes más eficaces y placenteros; de fomentar mejores relaciones entre los estudiantes y entre éstos con los maestros; experimentar nuevos métodos y prácticas diseñadas por ellos mismos"2, a partir de lo que saben y han investigado; mezclar teoría y práctica de manera que el estudiante se sienta seducido por el aprendizaje; debe tener pasión, entrega y compromiso.

Sus conocimientos conceptuales deben estar basados en diversas teorías que le permitan jugar e intercambiar varios métodos y experiencias. Además, el maestro debe tener conocimientos acerca de "aspectos cognitivos, morales y de desarrollo psicológico, que le ayudarán a determinar los estilos y modelos de aprendizaje de los estudiantes"3. En este sentido, el maestro de la época actual debe estar en capacidad de hacer uso de los diferentes medios y tecnologías de información y comunicación con los que el niño interactúa a diario. Estos recursos hacen más atractiva y didáctica su clase y le permiten desarrollar y crear nuevos métodos y pedagogías acordes con las dinámicas del mundo contemporáneo.

Así, las prácticas pedagógicas, el diseño curricular, los objetivos institucionales, las necesidades de aprendizaje individual y colectivo deben estar acompasados entre sí, con el fin de lograr la eficacia escolar esperada. En consecuencia, la evaluación es una actividad fundamental del saber hacer del maestro, pues sólo a través de la aplicación de pruebas a sus estudiantes y un proceso de autoevaluación continuo, el maestro tiene la información necesaria para mejorar su práctica cotidiana. En este sentido, cuenta con "habilidades para monitorear y evaluar los aprendizajes de los estudiantes a través de varios métodos, valorar su propia conducta en relación con los cambios en desarrollo y modificar sus objetivos y planes de aprendizaje, de acuerdo con los resultados de la evaluación" 4.

Mejorar la formación docente

Este conjunto de dominios, conocimientos y habilidades que acompañan la labor de un maestro requiere un esfuerzo enorme por parte del Gobierno Nacional y Regional con el fin de asegurar las condiciones óptimas para su buen desempeño. En este sentido, la Revolución Educativa ha diseñado un programa de formación docente con tres líneas de trabajo.

En primer lugar, junto con las Cajas de Compensación Familiar se viene desarrollando un proceso para su crecimiento personal, autoestima y liderazgo. En segundo lugar, el programa se orienta a la formación inicial de maestros, a través del fortalecimiento de los procesos educativos en las Escuelas Normales Superiores y las Facultades de Educación de las universidades. Se han acreditado 138 Normales y se están diseñando los lineamientos de política para poder alcanzar una acreditación de alta calidad. Por último, el programa pretende consolidar el desarrollo profesional de los docentes en servicio: el fortalecimiento de la gestión directiva; la recopilación y publicación, en el Portal Colombia Aprende, de las experiencias más significativas; el desarrollo de proyectos específicos para enriquecer los conocimientos disciplinares y satisfacer las exigencias didácticas; el acercamiento de los docentes a los medios educativos como las nuevas tecnologías, la televisión

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y las bibliotecas públicas; la formación de los maestros en una segunda lengua, mediante un proceso sistemático y secuencial del inglés; y, por último, el mejoramiento de sus competencias para la aplicación de modelos flexibles y sostenibles en las poblaciones más vulnerables del país.

Construir país

Formar personas que participen activamente en la construcción de la sociedad colombiana es una meta que precisa de conocimientos, competencias y valores específicos. Se trata de "entender la organización social y las maneras en que ésta afecta a los sujetos sociales y cómo las personas influyen en dicha organización; este conocimiento les permitirá trabajar con las poblaciones más vulnerables y entender las causas y las consecuencias de su acontecer. Asimismo, el maestro debe conocer las culturas del mundo y tener la capacidad de examinar los temas, las tendencias y las proyecciones de cada una de ellas y la forma en que se relacionan unas con otras"5.

Desde las diferentes disciplinas, en las áreas obligatorias y optativas y por medio de los proyectos educativos, los maestros contribuyen al conocimiento de la realidad presente y pasada. Al situar a los estudiantes en esta realidad, aportan a la posibilidad de crear proyectos de vida política e individual, que dan capacidad de desempeño, esperanza y sentido de futuro a las nuevas generaciones. Por medio del desarrollo de competencias, contribuyen a la construcción de tejido social, al fomentar lo que los estudiantes son, saben y saben hacer para participar activamente y de forma constructiva en la sociedad, siempre propendiendo por el bien común. Los maestros hacen productiva la escuela, ante todo participando en los procesos de mejoramiento de la calidad de la educación y, específicamente, en el aprendizaje de niñas, niños y jóvenes.

Tres miradas a la formación docente

Una rectora de un colegio, una decana de Educación y un subsecretario académico reflexionan sobre las exigencias y los cambios en la formación de los profesionales de la enseñanza en el mundo de hoy.

Al Tablero: ¿Cuál es el sentido de formar maestros para el mundo de hoy?

Miryam Ochoa (M.O.): En la actualidad pesan sobre los maestros en ejercicio y en proceso de formación un sinfín de demandas y expectativas, la mayoría de ellas orientadas a responder en el corto plazo a los desafíos del mundo globalizado y a la sociedad del conocimiento, en un contexto que además se caracteriza por la diversidad de estudiantes producto de la masificación de la educación y de los grandes esfuerzos del Estado para ampliar el acceso, la cobertura y permanencia de los estudiantes. Si miramos el perfil del maestro del presente, del que está ejerciendo su profesión y se graduó ya sea de la universidad o de la Escuela Normal hace ya más de 10 años, bien podría afirmar que frente a estos grandes retos, los maestros tenemos una formación insuficiente.

Por otro lado, hay que pensar en cómo conciliar un requisito o necesidad educativa que emerge del país con el tiempo académico que se requiere para formar con calidad y pertinencia al profesional de la educación que pueda atender estas nuevas demandas. Y pienso que aquí se ubica uno de los grandes problemas, porque los retos que se le plantean a la educación no son sólo de naturaleza administrativa o financiera ni se resuelven en el corto plazo. Los aumentos en la cobertura se pueden contar numéricamente y mostrar incrementos importantes mes a mes y semestre a semestre; sin embargo, los cambios en las prácticas pedagógicas, en las competencias profesionales de los maestros condición sine qua non para la transformación del aprendizaje de

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los estudiantes son de mediano y largo aliento; requieren de un trabajo hombro a hombro entre el Ministerio de Educación, las secretarías de Educación, los centros de formación de maestros, los padres y madres de familia y los propios maestros.

Alejandro Álvarez (A.A.): El mundo de hoy requiere maestros con una gran capacidad de decidir autónomamente el contenido de lo que se enseña y, por supuesto, también del modo de enseñar. Dado que la ciencia y los valores humanos han perdido la rigidez y la homogeneidad que tuvieron en otras épocas, se requiere flexibilidad para interpretar las formas híbridas y cambiantes como se configuran los saberes y las verdades que se consideran válidas y legítimas para que los estudiantes aprendan. La relatividad de dichas verdades y la necesidad de que los estudiantes de hoy aprendan a respetar las diversas culturas y a juzgar e interpretar la complejidad del mundo moderno, hace que los maestros deban ser formados y tratados como profesionales, con la inteligencia suficiente para decidir y construir el saber pedagógico que exprese tal diversidad y complejidad.

Luisa Pizano (LP): Me gusta que se hable de formar, pues es una actividad permanente que no empieza al entrar a la universidad ni termina cuando se gradúan los maestros. Es la profesión más conocida por el estudiante universitario de pedagogía, que cuando comienza su carrera ya lleva 13 años interactuando con profesores; tiene mucho conocimiento de qué se trata esa profesión y de cómo se comportan los profesores, lo que no es necesariamente bueno. La universidad debe reconocer esta realidad, tratando de identificar concepciones erradas y de promover la reflexión, ya que esos conocimientos previos prevalecen por encima de lo que se aprende en este centro superior.

Lee Shulman, de Stanford Univeristy, presenta en siete categorías los conocimientos básicos que debe adquirir un profesor: disciplinar, pedagógico general, curricular, de los estudiantes y sus características, de los contextos educativos, de los fines, propósitos y valores de la educación, y el conocimiento pedagógico-disciplinar. Esta última, que tiene que ver con enseñarles a los profesores a convertir su conocimiento disciplinar en conocimiento enseñable, está probado, es lo más importante en la educación básica de los profesores.

Los programas de educación de profesores deben tratar de mantener un balance entre la atención al maestro con sus conocimientos previos, creencias y conocimiento disciplinar, el énfasis en "la centralidad del alumno" y las metodologías. Asimismo, la educación después de graduados también se ha vuelto muy relevante.

El colegio Los Nogales aplica un modelo de formación permanente, con talleres a largo plazo, que ha producido buenos resultados.

Se parte de dos elementos: las necesidades del colegio dado su PEI en este caso las habilidades lingüísticas y el aprendizaje cooperativo-,

y el perfil del profesor, o sea, formación disciplinar para los no muy expertos en un área y formación pedagógica para los formados en la disciplina; por ejemplo, historiadores que nunca han enseñado. El modelo se caracteriza por: claridad en los propósitos para los profesores (hacerlos conscientes de sus debilidades); metodologías activas consistentes con lo que se quiere que el profesor use con sus alumnos; aplicabilidad inmediata y, ojalá, evaluación de su impacto; y, por último, favorecer la investigación docente en el aula, atada a un programa de formación superior (estilo tesis de maestría) o a un proyecto de interés del colegio.

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En cualquier modalidad escolar de formación de profesores hay que facilitar procesos de reflexión profundos, de manera que los maestros verdaderamente renueven su práctica docente.

A.T.: Al pensar en la formación de maestros también hay que plantearse la pregunta sobre el papel del educador. Entonces el énfasis debería estar en el maestro como facilitador de la construcción de conocimiento, de tal forma que se promuevan en el alumno su autonomía y su habilidad para desempeñarse en un contexto.

A.A.: El maestro debe ser un facilitador de la construcción de conocimiento para promover la autonomía y la habilidad para desempeñarse

en un contexto. Por eso, la formación de maestros tiene que apuntar a su creatividad, a su flexibilidad, a su capacidad de elegir y de seleccionar lo que es pertinente. Esto exige un maestro mucho más estructurado en relación con el conocimiento del área que maneja, más culto, universal, profundo y riguroso, que debe actualizarse permanentemente, investigar y documentarse lo más exhaustivamente posible. Por eso se necesita un nivel profesional muy alto y hay que avanzar en la formación de posgrado y como investigador.

L.P.: El término facilitador ha sido muy cuestionado. Algunos consideran que denota cierta pasividad en el profesor, que no hace mucho y deja que los estudiantes aprendan mientras él o ella hace observaciones. El maestro es guía, en el sentido constructivista sobre todo de Vygostky, pero es más: es quien sabe hacer preguntas y plantear retos que jalonen a los alumnos todo el tiempo; es un excelente comunicador, y debe conocer muy bien a sus alumnos y su materia. La autonomía no nace sola, hay que enseñarla con herramientas de búsqueda de información y solución de problemas.

M.O.: Calificativos como facilitador o acompañante del estudiante son desafortunadamente coyunturales. Creo que no se ha realizado una reflexión en sentido estricto para establecer el perfil del docente que se requiere formar; las características que se manejan en el discurso cotidiano de la educación son más fruto del deseo intuitivo del momento y de la incertidumbre propia de la globalización. Si bien las facultades de Educación del país, a través de Ascofade, han realizado esfuerzos importantes para definir las competencias básicas del maestro y éstas se están empezando a utilizar como referentes para los exámenes de calidad de la educación superior y para los cursos de pedagogía de los profesionales no licenciados, aún falta camino por recorrer para concretar el perfil. Definirlo nos permitiría, sin duda alguna, avanzar en precisar lo que se requiere para su profesionalización y para desarrollar acciones pertinentes y conducentes a cambios reales en las prácticas de aula de los maestros en ejercicio y en formación.

AT: ¿Cuál es la relación entre formación docente y el aprendizaje efectivo del alumno?

L.P.: Hay dos caras en este asunto: la formación disciplinar y cómo enseñar. Obviamente, si el profesor experto en física no sabe enseñar física a nivel escolar, entonces no sirve de nada lo que sabe. Es por eso que medir al profesor solamente por sus grados, no es suficiente. Hay que asegurarse que tiene recursos pedagógicos para enseñar su materia de manera adecuada a la edad y al nivel de los alumnos. Los mejores profesores son los que tienen conciencia de la importancia del llamado conocimiento sobre cómo enseñar los contenidos disciplinares (pedagocialcontentknowledge (pck)). Y esto es más relevante que ser un experto en tal o cual metodología. El que sabe aplicar el pck lo hace con metodologías que reconocen los conocimientos previos en

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el área, los posibles malentendidos o conceptos erróneos, las conexiones con otras disciplinas y la aplicabilidad al mundo real.

M.O.: La labor fundamental de todo maestro radica en la creación de condiciones que contribuyan al aprendizaje real y efectivo de los alumnos. Soy consciente de que sin el compromiso del maestro es imposible lograr cualquier cambio o innovación en la educación, pero creo que los cursos o programas de capacitación y actualización de corto o mediano aliento, deben orientarse de manera específica a cuestiones relacionadas con los contenidos y las didácticas, para que con ello tanto los maestros en ejercicio como las entidades o grupos que ofrecemos este servicio, nos acerquemos efectivamente a los problemas reales que tienen los estudiantes en sus procesos de aprendizaje.

A.A.: Para mí, la relación debe ser directa. El aprendizaje efectivo es el propósito de la enseñanza, y lo es cuando el maestro se ha formado para leer lo que es más pertinente en cada grupo de estudiantes, según su cultura y el debate universal en torno a la ciencia y los valores. Esto supone una gran inteligencia para captar las necesidades y conocer el universo de posibilidades que deben ponerse a disposición de los estudiantes.

A.T.: ¿Por qué es importante atar la formación a las necesidades concretas, locales y particulares?

L.P.: Hay que mantener un balance entre las prioridades del PEI y la realidad del mundo. Debo estar al día en tecnología, pero no puedo aplicarla sin saber cómo buscar información o entender el modelo de ciencias que estoy aplicando. Por eso, los mejores programas miran ante todo la necesidad de la comunidad colegio.

A.A.: La formación debe ligarse a las necesidades concretas, locales y particulares porque de eso depende el éxito de la enseñanza. En eso radica la complejidad de su papel. Pensar globalmente y actuar localmente es el esfuerzo más importante que un maestro debe hacer para que su labor resulte pertinente. Pero esto no lo puede lograr si no ha sido formado en la investigación pedagógica. La pedagogía es el campo del saber que le permite adaptar y aplicar el conocimiento universal y específico a las circunstancias de cada contexto. El nivel de profesionalismo con el que enfrente este reto dependerá de su capacidad de leer la realidad específica en la que se mueve y de su inteligencia para reconocer las particularidades de cada grupo, a la luz de los debates más universales.

M.O.: A veces me da la sensación de que hay una confusión entre los programas de formación inicial y permanente, y los de la educación continua o capacitación. Los primeros conducen a título profesional o de posgrado y, por tanto, son de largo alcance; en ellos se abordan a profundidad los núcleos del saber pedagógico y el desarrollo de las competencias básicas e indelegables del maestro. Los segundos son un recurso a corto o mediano plazo, en los cuales se realizan actividades específicas de actualización o para abordar problemas particulares relacionados con la práctica y el aprendizaje de los alumnos. Y aquí también se traslada el problema de la profesionalización del maestro, pues en muchos casos se piensa más en una oferta que atienda los intereses particulares del maestro, y no en propuestas de profesionalización cuyos propósitos fundamentales sean los de mejorar el aprendizaje de los alumnos y el desempeño de las instituciones educativas.

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A.T.: ¿Es la formación una tendencia entre docentes y directivos docentes colombianos? ¿Cómo estimular o crear en los maestros la cultura de la formación continua?

M.O.: Si se considera que el conocimiento en las diversas áreas se renueva cada cinco años, la educación permanente o para toda la vida es una condición necesaria en todas las profesiones y en la educativa no puede ser una excepción. Pienso que el Ministerio, las secretarías de Educación y las directivas de las instituciones educativas deben incluir como parte de su gestión el desarrollo de acciones de actualización permanente, no exclusivamente en términos de renovación de contenidos sino, en especial, en lo que atañe al saber indelegable del maestro: la pedagogía y la didáctica. Es decir, acciones de formación permanente que aborden los problemas de la práctica y del aprendizaje de los alumnos.

A.A.: La formación continua es un imperativo en el ejercicio de la docencia, como lo es para cualquier profesión. La velocidad de los cambios culturales y científicos así lo exige. Por esa razón, las políticas educativas deben permitir que los maestros se organicen en grupos académicos que estén permanentemente investigando, trabajando en equipo e intercambiando experiencias, saberes y prácticas cotidianas. Sin esta posibilidad, el ejercicio de la docencia tiende a descontextualizarse y anquilosarse. Las políticas deben prever tiempos para la investigación de los colectivos de maestros, para la reflexión pedagógica y para la producción teórica que alimente sus prácticas. La formación permanente debe propender hoy, no sólo a la apropiación de los saberes sino a la producción de los mismos; ellos deben ser intelectuales, en todo el sentido de la palabra.

L.P.: Todos los colegios que conozco dedican energías y recursos a la formación de sus profesores. En mi experiencia con maestros, siempre he visto que estamos ávidos de formación y reconocemos que es un tema de la mayor importancia e impacto, y que cambia con la investigación. Sin embargo, en nuestro medio, en la formación se recurre a cursos rápidos que más bien son actualizaciones y no permiten una verdadera reflexión. La verdadera formación es seria, a largo plazo, y se conecta con las necesidades personales y del colegio. Los profesores quieren recetas inmediatas y eso no funciona. Deben empezar por mejorar el hábito de la lectura y, ojalá, escribir con rigor sobre lo que sucede en su aula de clase. La estimulación o motivación viene cuando se valora la oportunidad de formación, y eso se ve en los resultados.

A.T.: Cuando se considera la relación calidad-estándares-competencias, ¿en qué áreas es prioritario formar?

M.O.: Al igual que con la evaluación como recurso para la promoción de la equidad e igualdad de oportunidades para acceder a una educación de calidad, sea esta oficial o privada, dicha relación apenas se está incorporando al quehacer educativo. El propósito al formular estándares básicos o línea base de calidad es fijar exigencias claras y públicas sobre lo que todo niño, niña o joven debe saber y saber hacer como resultado del proceso educativo; con ello se busca, además, informar a estudiantes, familias, maestros, directivas, autoridades y centros de formación de maestros sobre los niveles de calidad alcanzados o no alcanzados, para que unos y otros podamos exigir nuestro derecho fundamental a una educación de calidad. La definición de qué enseñar y el nivel básico de calidad del servicio educativo no puede dejarse al voluntarismo de los profesores o directivas de las instituciones educativas.

Ahora bien, los estándares son de reciente formulación y socialización, y es un hecho la tensión que siempre se presenta entre lo tradicional con lo innovador o el cambio. A veces, por simple desconocimiento, se reacciona en contra de la innovación. Si se revisan con detenimiento los estándares hasta ahora formulados por el Ministerio de Educación, con la participación de 180 profesores e investigadores de 49 instituciones de

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Educación Superior y 30 instituciones de Educación Básica y Media del país, se puede observar que éstos definen el qué, considerado como lo básico y fundamental de cada área, pero en ningún momento plantean o definen el cómo se enseña, con lo cual se respeta la autonomía del maestro y se permite que cada institución pueda adecuarlos a las particularidades de su PEI y su contexto.

A.A.: Los estándares limitan la creatividad y la inteligencia de los maestros, porque impiden adecuar los contenidos y los métodos de enseñanza a la diversidad de los contextos y a la complejidad de los saberes modernos, que relativizan y desdibujan las fronteras de las ciencias y de los valores absolutos. Las competencias son apenas una dimensión del conocimiento y de los valores que se consideran pertinentes. Hoy en día no basta ser competente en un campo del saber o en una actividad humana; es necesario, además, ser crítico, creativo y flexible. Las competencias también son relativas, según sea el contexto sociocultural. Por eso la calidad de la educación no puede ser medida por estándares y competencias. Las áreas prioritarias en que se deben formar los maestros dependen de dicho contexto. La formación debe entonces orientarse hacia el desarrollo de la inteligencia pedagógica, que les permita a los docentes interpretar lo que es pertinente en un entorno diverso y seleccionar e interpretar lo que resulta más apropiado en cada comunidad de estudiantes.

L.P.: Sin descuidar lo demás, en las disciplinas. Eso es lo que mayor impacto tiene en una educación de alto nivel. También se pueden mencionar las competencias necesarias para este siglo, como son el uso de la tecnología, el trabajo en grupo, la solución de problemas, la fortaleza en habilidades lingüísticas, los idiomas (inglés en el caso colombiano) y la investigación como búsqueda de recursos e información.

A.T.: ¿Cómo estimular la autoevaluación de los maestros?

M.O.: La evaluación y la autoevaluación son de reciente reconocimiento en Colombia como indicadores de calidad en sentido estricto. Tanto la una como la otra son reconocidas como recursos del aprendizaje y de la enseñanza en la educación, pero la visibilidad que se les ha dado a sus resultados y, desafortunadamente, su utilización para calificar o descalificar a maestros, maestras, niños, niñas e instituciones educativas ha cambiado su valor pedagógico.

A.A.: La autoevaluación es inherente a la práctica profesional. Sin ella, no sería posible avanzar en la renovación permanente del saber y de sus prácticas. Pensar en evaluaciones estandarizadas y externas es un riesgo que podría homogenizar el modo de ser maestros y les negaría la posibilidad de ser diversos, flexibles y versátiles. La autoevaluación permite la lectura de los contextos y la adecuación de sus prácticas a las particularidades de los grupos de estudiantes.

L.P.: Más que autoevaluación, debemos hablar de reflexión pedagógica constante, un ejercicio académico continuo, atado a la planeación de lo que se enseña y a los resultados de los alumnos.

AT: Hablemos de la relación entre formación y Planes de Mejoramiento.

M.O.: Un Plan de Mejoramiento no se puede reducir al problema de la formación. Al proponer la Revolución Educativa, los Planes de Mejoramiento como uno de sus ejes, se han sentado las bases para que cada institución asuma unos referentes de calidad y determine el mejor camino para alcanzarlos, dentro de sus

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condiciones y posibilidades, teniendo en cuenta los resultados de la evaluación externa y de la propia autoevaluación institucional.

A.A.: Los Planes de Mejoramiento son un asunto de los maestros, y uno exitoso es aquel que los mismos maestros construyen según las particularidades del contexto. Su formulación es en sí misma un ejercicio de auto-formación o de formación en la práctica, que debe ser colectivamente construido en la institución con un referente explícito al contexto en el que se trabaja. Por eso es tan importante la formulación de proyectos educativos en los que participen otros actores de la comunidad, a fin de que la educación sea pertinente y lea las necesidades sociales más sentidas, del entorno inmediato y del debate más universal. Los maestros son los más indicados para orientar la participación de la comunidad, de manera que ésta se cualifique y se enriquezca con los aportes que ellos hagan, a propósito del saber que pongan a disposición de los diversos actores que intervienen en la definición de un Plan de Mejoramiento.

L.P.: La formación del profesor en el colegio Los Nogales es parte integral del quehacer de los maestros y se ve reflejada en la evaluación como docentes. Se apoya la permanente formación, y se espera que los resultados sean evidencia de mejoramiento en la calidad educativa. Hay una clara relación entre un grupo de maestros lectores, inquietos intelectualmente, actualizados, contentos de crecer profesionalmente, y la mejora en la calidad de la educación que reciben sus alumnos. Finalmente, produce mucha satisfacción el que alguien que estudia y aprende durante toda la vida sea un modelo para sus propios alumnos.