ENSAYOS DE LUIS GONZALEZ Y GONZALEZ, REVISTA NEXOS. HISTÓRICOS.

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01/09/2009 El incendio de los curas (septiembre, 2002) Luis González y González. La independencia fue en sus inicios una insurrección muy sangrienta conducida por los señores curas y, en menor escala, por los abogados y militares. En un abrir y cerrar de ojos, los pastores y sus rebaños, con palos, piedras, machetes y pocas armas de fuego, pusieron a la Nueva España, a punto de convertirse en México, en una situación lamentable, de desastre, pero con olor a incienso. Los mexicanos, especialmente los que llevan el título de historiadores, tienen la obligación de recordar, año con año, por el mes de septiembre, a los protagonistas y los sucesos heroicos de las guerras de Independencia o, en otras palabras, del periodo que va de 1808 a 1821. Entonces se puso fin a la obra negra de la construcción de México y a partir de aquel decenio se puso manos a la obra de hacer de la patria una república con tres poderes, de los cuales dos debían ser elegidos por la mayoría de los mexicanos. A través de casi trescientos años que van de las hazañas del caballero Hernán Cortés a las desdichas del cura de Dolores, don Miguel Hidalgo, se construyó a ciencia y paciencia una patria con cinco elementos constitutivos: territorio vasto, rugoso y biodiverso; población mestiza producto del chacoteo amoroso entre indios, españoles y negros; religión católica impartida por frailes y jesuítas; idioma español suavizado, y conciencia nacional o patriotismo vigoroso que va a infundir en la cúpula de los novohispanos el anhelo de separar su patria de la monarquía española y de ponerle el nombre de México.

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01/09/2009

El incendio de los curas (septiembre, 2002)

Luis González y González.

La independencia fue en sus inicios una insurrección muy sangrienta conducida por los señores curas y, en menor escala, por los abogados y militares. En un abrir y cerrar de ojos, los pastores y sus rebaños, con palos, piedras, machetes y pocas armas de fuego, pusieron a la Nueva España, a punto de convertirse en México, en una situación lamentable, de desastre, pero con olor a incienso.

Los mexicanos, especialmente los que llevan el título de historiadores, tienen la obligación de recordar, año con año, por el mes de septiembre, a los protagonistas y los sucesos heroicos de las guerras de Independencia o, en otras palabras, del periodo que va de 1808 a 1821. Entonces se puso fin a la obra negra de la construcción de México y a partir de aquel decenio se puso manos a la obra de hacer de la patria una república con tres poderes, de los cuales dos debían ser elegidos por la mayoría de los mexicanos.

A través de casi trescientos años que van de las hazañas del caballero Hernán Cortés a las desdichas del cura de Dolores, don Miguel Hidalgo, se construyó a ciencia y paciencia una patria con cinco elementos constitutivos: territorio vasto, rugoso y biodiverso; población mestiza producto del chacoteo amoroso entre indios, españoles y negros; religión católica impartida por frailes y jesuítas; idioma español suavizado, y conciencia nacional o patriotismo vigoroso que va a infundir en la cúpula de los novohispanos el anhelo de separar su patria de la monarquía española y de ponerle el nombre de México.

En la segunda mitad del siglo XVIII. nobles, mineros, comerciantes, eclesiásticos, milites de alcurnia, juristas y otros notables dieron en pensar que la Nueva España no sólo era distinta a la vieja, sino superior. La nueva poseía un territorio varias veces más extenso que el español, una enorme producción de oro y plata, una variedad de vegetales y bestiasnunca antes vista, una situación geográfica crucial, unos habitantes plenos de virtud e inteligencia y, como si todo fuera poco, el especial favor divino, como lo demostraba el hecho de que México

tuviera como embajadora celestial a la Virgen de Guadalupe, la madre de Dios.

Naturalmente la idea exagerada de la riqueza del territorio, de las aptitudes de los mexicanos y de la preferencia divina por la Nueva España o México, hacía de este país "el mejor de todos" los del mundo y apoyaba el ideal de la Independencia. El ahora tan odiado virrey Calleja llegó a decir en cana a sus superiores: "Aun los europeos (que viven en la Nueva España) están convencidos de las ventajas que les resultarán (a los mexicanos) de un gobierno independiente".

En cuanto se presentó la oportunidad de sacudirse la tutela española, a la que hoy se le dice yugo español, se produjeron las explosiones o sacudidas económicas, sociales, políticas y religiosas a las que la historiografía actual les ha puesto el nombre de Revolución Mexicana de Independencia.

De la enmarañada lucha de trece años por la independencia, los oradores del orden político se desgañitan hablando del grito de Dolores, del recorrido belicoso por el centro del país del cura Miguel Hidalgo, de la hazaña del Pipila, de las proezas del cura José María Morelos y de aquel guerrillero de los breñales del sur que abrazó Iturbide y que alguna vez dijo: "la patria es primero". Los historiadores con título analizan minuciosamente el movimiento precursor de la lucha independentista, los personajes y los hechos más ruidosos de la rebelión de los curas y los frailes y el acuerdo final de todos los contendientes que culminó en la entrada triunfal del ejército trigarante a México el 27 de septiembre de 1821. Todavía falta mucho por averiguar de la vida cotidiana, del desplome económico, de los desajustes sociales y de otros sucesos de aquellos turbulentos años.

Como lo enseñan en las dos escuelas, la privada y la pública, los deseos de hacer vida independiente de España y de mantener incólumes las costumbres católicas afloraron o tuvieron oportunidad de manifestarse con motivo de la entrada al territorio español del mandamás de Francia, del chaparro Napoleón Bonaparte, que puso en lugar del rey de España a su hermanito Pepe Botella, afecto, como lo indica su apodo, a los refrescos embriagantes.

Tanto a los españoles residentes en la Nueva España como a los nativos de ésta les sobresaltó la metichez de las tropas napoleónicas en el imperio español, a unos porque les quitaba el palo y el mando y a otros porque les daba la causa para sustraerse del gobierno de la península.

Después de muchos dimes y diretes y algunos jaloneos entre gachupines y criollos, aquéllos se quedaban con la torta, lo que condujo a una insurrección muy sangrienta conducida por los señores curas y, en menor escala, por los abogados y militares.

Los relatos históricos en boga suelen olvidar las insurrecciones de Juan Bustamante, cura de Tianguistengo, José Pablo Calvillo, cura de Huajúcar. Hipólito, cura de Coalcomán, y Marcos Castellanos, cura de La Palma, el que puso en pie de lucha a mis antepasados en el occidente de Michoacán. También suelen olvidarse de otros jefes rebeldes de sotana como José María Cos, cura de San Martín Texmelucan, Sabino Crespo, cura de Río Hondo, Manuel Correa, cura de \opala, el padre Chinguirito, cura de no sé dónde. José María Fernández del Campo, cura de Huatusco, Mariano de Fuentes, cura de Maltrata. José García Carrasquedo, cura de Undameo ycanónigo de Valladolid, Remigio González, cura de San Miguel el Grande, Joaquín Gutiérrez, cura de Huayacocotla, Manuel de Herrero, cura de Huamostitlán, Santiago Herrera, cura de Uruapan, Antonio Labarrieta, cura de Guanajuato, Antonio Marías, cura de La Piedad, Francisco Severo Maldonado, cura de Mascota, José Martínez, cura de Actopan, Mariano Matamoros, cura de Songolica.

Se recuerda mucho y con cariño a José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro y Nocupétaro, valiente entre los valientes. Siguen en la sombra el padre Chocolate, Manuel

Muñoz, Nicolás de Nava, domiciliario de la diócesis de Guadalajara, el mercedario Luciano Navarrete, José de Ocio, cura de Sahuayo, José Manuel Ordoño. Cura de San Mateo de Pinas, José Mariano Ortega, cura de San Andrés Huitlapan, Antonio Pérez Alamillo, cura de Otumba, Antonio Joaquín Pérez Martínez, catedrático de teología en la ciudad de Puebla, José María Sánchez de la Vega, cura de Tlacotepec. el sabelotodo de Manuel Sánchez de Tagle, José María Semper, cura del mineral de Catorce, José Rafael Tárelo, cura de San Salvador, el mal

afamado cura José Antonio Torres, José Antonio Valdivieso, cura de Ocuituco y, para terminar, Lorenzo Velasco de la Vara.

A la lista anterior deben agregarse un centenar de frailes, en su mayoría franciscanos, que en forma personal emprendieron sus guerrillas. Durante cinco años que van del 10 al 15, una buena parte de la superficie social de la Nueva España o México estuvo cubierta de volcanes atizados por hombres de sotana y zayal, por curas y frailes.

Todavía no se apagaban todas las lumbres prendidas en su mayor parte por clérigos cuando apareció el sol de la Independencia encendido por todos los sectores cupulares de aquella sociedad mexicana: jefes del ejército, caudillos insurgentes aún en pie de lucha, altos funcionarios del gobierno colonial, jerarcas eclesiásticos, mineros y mercaderes poderosos, doctores en derecho y algún otro personaje.

El feroz general Agustín de Iturbide concibió el Plan de las Tres Garantías (religión, unión e independencia) más conocido con el nombre de Plan de Iguala. Iturbide, el antiguo terror de los insurgentes, convenció a Guerrero, Bravo, Rayón, Victoria y otros, mediante intermediarios, cartas y abrazos como el de Acatempan que aceptaran su Plan de Iguala. También obtuvo la colaboración del virrey y de los milites españoles Negrete y Filisola.

Engatusada la élite, el general Agustín de Iturbide, al frente del ejército de las tres garantías, hizo una vistosa entrada a la capital el 27 de septiembre de 1821. En todo el país, los poetas, oradores y periodistas entraron en júbilo. Iturbide reunió a todos los partidos políticos en una Junta Provisional Gubernativa. Allí todos entraron en pugna. Allí empezó de nuevo la pugna. Allí se inició el desbarajuste de la vida mexicana independiente y la intromisión, mediante consejos y palos, del país que se había adelantado a México en el modo de vivir sin los caprichos de los reyes, sin la tutela de los europeos. Unos optaban por una monarquía criolla y otros por la república, unos por las pompas regias y otros por la sencillez republicana, unos por zutanito y otros por fulanito en la cumbre del poder.

01/09/2002

El incendio de los curas

Luis González y González.

EL INCENDIO DE LOS CURAS

POR LUIS GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ

La independencia fue en sus inicios una insurrección muy sangrienta conducida por los señores curas y, en menor escala, por los abogados y militares. En un abrir y cerrar de ojos, los pastores y sus rebaños, con palos, piedras, machetes y pocas armas de fuego, pusieron a la Nueva España, a punto de convertirse en México, en una situación lamentable, de desastre, pero con olor a incienso.

Los mexicanos, especialmente los que llevan el título de historiadores, tienen la obligación de recordar, año con año, por el mes de septiembre, a los protagonistas y los sucesos heroicos de las guerras de Independencia o, en otras palabras, del periodo que va de 1808 a 1821. Entonces se puso fin a la obra negra de la construcción de México y a partir de aquel decenio se puso manos a la obra de hacer de la patria una república con tres poderes, de los cuales dos debían ser elegidos por la mayoría de los mexicanos.

A través de casi trescientos años que van de las hazañas del caballero Hernán Cortés a las desdichas del cura de Dolores, don Miguel Hidalgo, se construyó a ciencia y paciencia una patria con cinco elementos constitutivos: territorio vasto, rugoso y biodiverso; población mestiza producto del chacoteo amoroso entre indios, españoles y negros: religión católica impartida por frailes y jesuítas; idioma español suavizado, y conciencia nacional o patriotismo vigoroso que va a infundir en la cúpula de los novohispanos el anhelo de separar su patria de la monarquía española y de ponerle el nombre de México.

En la segunda mitad del siglo XVIII, nobles, mineros, comerciantes, eclesiásticos, milites de alcurnia, juristas y otros notables dieron en pensar que la Nueva España no sólo era distinta a la vieja, sino superior. La nueva poseía un territorio varias veces más extenso que el español, una enorme producción de oro y plata, una variedad de vegetales y bestias nunca antes vista, una situación geográfica crucial, unos habitantes plenos de virtud e inteligencia y, como si todo fuera poco, el especial favor divino, como lo demostraba el hecho de que México

tuviera como embajadora celestial a la Virgen de Guadalupe, la madre de Dios.

Naturalmente la idea exagerada de la riqueza del territorio, de las aptitudes de los mexicanos y de la preferencia divina por la Nueva España o México, hacía de este país "el mejor de todos" los del mundo y apoyaba el ideal de la Independencia. El ahora tan odiado virrey Calleja llegó a decir en carta a sus superiores: "Aun los europeos (que viven en la Nueva España) están convencidos de las ventajas que les resultarán (a los mexicanos) de un gobierno independiente".

En cuanto se presentó la oportunidad de sacudirse la tutela española, a la que hoy se le dice yugo español, se produjeron las explosiones o sacudidas económicas, sociales, políticas y religiosas a las que la historiografía actual les ha puesto el nombre de Revolución Mexicana de Independencia.

De la enmarañada lucha de trece años por la independencia, los oradores del orden político se desgañitan hablando del grito de Dolores, del recorrido belicoso por el centro del país del cura Miguel Hidalgo, de la hazaña del Pipila, de las proezas del cura José María Morelos y de aquel guerrillero de los breñales del sur que abrazó Iturbide y que alguna vez dijo: "la patria es primero". Los historiadores con título analizan minuciosamente el movimiento precursor de la lucha independentista, los personajes y los hechos más ruidosos de la rebelión de los curas y los frailes y el acuerdo final de todos los contendientes que culminó en la entrada triunfal del ejército trigarante a México el 27 de septiembre de 1821. Todavía falta mucho por averiguar de la vida cotidiana, del desplome económico, de los desajustes sociales y de otros sucesos de aquellos turbulentos años.

Como lo enseñan en las dos escuelas, la privada y la pública, los deseos de hacer vida independiente de España y de mantener incólumes las costumbres católicas afloraron o tuvieron oportunidad de manifestarse con motivo de la entrada al territorio español del mandamás de Francia, del chaparro Napoleón Bonaparte, que puso en lugar del rey de España a su hermanito Pepe Botella, afecto, como lo indica su apodo, a los refrescos embriagantes.

Tanto a los españoles residentes en la Nueva España como a los nativos de ésta les sobresaltó la metichez de las tropas napoleónicas en el imperio español, a unos porque les quitaba el palo y el mando y a otros porque les daba la causa para sustraerse del gobierno de la península. Después de muchos dimes y diretes y algunos jaloneos entre gachupines y criollos, aquéllos se quedaban con la torta, lo que condujo a una insurrección muy sangrienta conducida por los señores curas y, en menor escala, por los abogados y militares.

Como sabemos los mexicanos desde la más tierna infancia, Miguel Hidalgo y Costilla, cura de Dolores, dio el grito de Independencia el 16 de septiembre de 1810 y obtuvo de inmediato dos frutos: el levantamiento de sus ovejas y las insurrecciones de muchos párrocos en distintas partes del país. En un abrir y cerrar de ojos, los pastores y sus rebaños, con palos, piedras, machetes y pocas armas de fuego, pusieron a la Nueva España, a punto de convertirse en México, en una situación lamentable, de desastre, pero con olor a incienso.

Los relatos históricos en boga suelen olvidar las insurrecciones de Juan Bustamante, cura de Tianguistengo, José Pablo Calvillo, cura de Huajúcar, Hipólito, cura de Coalcomán, y Marcos Castellanos, cura de La Palma, el que puso en pie de lucha a mis antepasados en el occidente de Michoacán. También suelen olvidarse de otros jefes rebeldes de sotana como José María Cos, cura de San Martín Texmelucan, Sabino Crespo, cura de Río Hondo, Manuel Correa, cura de Nopala, el padre Chinguirito, cura de no sé dónde, José María Fernández del Campo, cura de Huatusco, Mariano de Fuentes, cura de Maltrata, José García Carrasquedo, cura de Undameo y canónigo de Valladolid, Remigio González, cura de San Miguel el Grande, Joaquín Gutiérrez, cura de Huayacocotla, Manuel de Herrero, cura de Huamostitlán, Santiago Herrera, cura de Uruapan. Antonio Labarrieta, cura de Guanajuato, Antonio Marías, cura de La Piedad, Francisco Severo Maldonado, cura de Mascota, José Martínez, cura de Actopan, Mariano Matamoros, cura de Songolica.

Se recuerda mucho y con cariño a José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro y Nocupétaro, valiente entre los valientes. Siguen en la sombra el padre Chocolate, Manuel Muñoz, Nicolás de Nava, domiciliario de la diócesis de Guadalajara, el mercedario Luciano Navarrete, José de Ocio, cura de Sahuayo, José Manuel Ordoño, cura de San Mateo de Piñas, José Mariano Ortega, cura de San Andrés Huitlapan, Antonio Pérez Alamillo, cura de Otumba, Antonio Joaquín Pérez Martínez, catedrático

de teología en la ciudad de Puebla. José María Sánchez de la Vega, cura de Tlacotepec, el sabelotodo de Manuel Sánchez de Tagle, José María Semper, cura del mineral de Catorce, José Rafael Tárelo, cura de San Salvador, el mal afamado cura José Antonio Torres, José Antonio Valdivieso, cura de Ocuituco y, para terminar, Lorenzo Velasco de la Vara.

A la lista anterior deben agregarse un centenar de frailes, en su mayoría franciscanos, que en forma personal emprendieron sus guerrillas. Durante cinco años que van del 10 al 15, una buena parte de la superficie social de la Nueva España o México estuvo cubierta de volcanes atizados por hombres de sotana y zayal, por curas y frailes.

Todavía no se apagaban todas las lumbres prendidas en su mayor parte por clérigos cuando apareció el sol de la Independencia encendido por todos los sectores cupulares de aquella sociedad mexicana: jefes del ejército, caudillos insurgentes aún en pie de lucha, altos funcionarios del gobierno colonial, jerarcas eclesiásticos, mineros y mercaderes poderosos, doctores en derecho y algún otro personaje.

El feroz general Agustín de Iturbide concibió el Plan de las Tres Garantías (religión, unión e independencia) más conocido con el nombre de Plan de Iguala. Iturbide, el antiguo terror de los insurgentes, convenció a Guerrero. Bravo, Rayón, Victoria y otros, mediante intermediarios, cartas y abrazos como el de Acatempan que aceptaran su Plan de Iguala. También obtuvo la colaboración del virrey y de los milites españoles Negrete y Filisola.

Engatusada la elite, el general Agustín de Iturbide, al frente del ejército de las tres garantías, hizo una vistosa entrada a la capital el 27 de septiembre de 1821. En todo el país, los poetas, oradores y periodistas entraron en júbilo. Iturbide reunió a todos los partidos políticos en una Junta Provisional Gubernativa. Allí todos entraron en pugna. Allí empezó de nuevo la pugna. Allí se inició el desbarajuste de la vida mexicana independiente y la intromisión, mediante consejos y palos, del país que se había adelantado a México en el modo de vivir sin los caprichos de los reyes, sin la tutela de los europeos. Unos optaban por una monarquía criolla y otros por la república, unos por las pompas regias y otros por la sencillez republicana, unos por zutanito y otros por fulanito en la cumbre del poder n

01/09/2001

Lázaro Cárdenas

Luis González y González, Adolfo Gilly, Soledad Loaeza.

LÁZARO CÁRDENAS.

MIRAR HACIA LA GENTE Desde su juventud, desde sus cuadernos a los 16 años, Lázaro Cárdenas pensaba y soñaba con la historia mexicana, vivía en la historia mexicana y ya escribía: cuando sea grande, algo grande voy a hacer. Mucho de lo que fue Cárdenas o el pueblo mexicano en los años treinta, en los años fulgurantes y oscuros de este siglo, mucho de eso ha moldeado lo que sigue siendo hoy el pueblo mexicano. El gobierno de Lázaro Cárdenas no fue una dictadura, fue un gobierno que repartió la tierra, que hizo ejidos y escuelas, que miró hacia la gente, como dijo Don Daniel Cosío Villegas Fue una época en la que se condensó el gran desorden de la revolución y una época extremadamente creadora, no digo del alma mexicana, el alma mexicana viene de muy lejos, condensadora de grandes constantes del alma de los mexicanos.

Cárdenas fue uno de los grandes hombres del siglo XX y lo digo como puedo decir quién fue De Gaulle en la Francia de su tiempo. Los mexicanos y las mexicanas que cambiaron al México de los años treinta fueron heroicos, todos estaban allí, en el corazón de una efervescencia increíble. Lo que me duele es que eso que pasó y se organizó quedara subordinado al Estado convertido en corporativismo.

Adolfo Gilly�

CÁRDENAS Y LAS DECISIONES

El presidente Cárdenas fue un presidente de rupturas, un presidente que no buscó reconciliarse con los callistas, por ejemplo. Algunas de sus decisiones fueron muy divisorias. Tengo la visión de un presidente Cárdenas con una idea muy clara de hacia dónde va y a partir de esa idea clara toma ciertas decisiones, a pesar de que sabe que esas decisiones pueden dividir las opiniones. Además. Cárdenas sabía jugar con el silencio. No era un presidente muy platicador, era un hombre de

gestos que sopesaba las implicaciones de cada uno de ellos con mucho cuidado.

Lo importante del presidente Cárdenas son las decisiones que tomó. Fueron decisiones difíciles pero que tuvieron consecuencias de muy largo alcance. Cárdenas es uno de los grandes constructores del México moderno. La expropiación petrolera fue una decisión histórica con consecuencias de largo plazo muy importantes, que contribuyó a la industrialización del país y a entender el futuro de México.

Lo único que quisiera subrayar es que lo que me parece un error, y lo que ha sido un error de varios políticos, es querer emular al presidente Cárdenas. Cada vez que lo han intentado han provocado un desastre espantoso, lo cual quiere decir que Cárdenas era un hombre de su tiempo, un hombre que medía el contexto, que hacía un diagnóstico y tomaba decisiones adecuadas.

Quizá lo extraordinario, que no es exclusivo de Cárdenas, porque ocurre con otros líderes, es que las figuras de ruptura se vuelven figuras de unidad nacional. ¿Cómo ocurre este proceso de conversión? Estoy convencida de que no es únicamente un proceso de oficialización de la historia. Creo que tiene que ver con el efecto de las decisiones.

Soledad Loaeza�

UN HOMBRE DE IDEAS

Cárdenas no tenía ideología pero era un hombre de ideas, un hombre de convicciones. Su preocupación era humanista, y sin cierto respeto por las ideas era imposible haber pensado en la reforma agraria y el ejido como lo pensó, contrario a otro hombre de ideas como Calles. Haber pensado la expropiación petrolera desde mucho antes está en sus apuntes. Y qué dicen de haberla conducido del modo en que no hubiera choque y en dividir a los ingleses de los americanos, en saberse entender con un hombre muy parecido a él: el embajador americano que también venía del campo, de Carolina del Norte. Y qué dicen de la tenacidad en las escuelas, en la tenacidad en la enseñanza, en la

tenacidad en que la gente se organizara. Hay un diseño en lo que hace, en apurar, en darse cuenta de que la expropiación debía ocurrir el 18 de marzo del 38 o no se hacía más, porque se pasaba la ocasión. Era el momento de la división de sus oponentes, y a Cárdenas se le había acabado la fuerza interna, una fuerza que le dio la gran reforma agraria. Sin ideas nadie expropia la tierra como lo hizo. Lo dijo: expropio la tierra no sólo porque es justo, sino porque de otro modo habrá guerra, y no queremos otra guerra, no queremos otra revolución.

Cárdenas apoyo a la España republicana y no ganaba nada con eso. Mandó armas, recibió refugiados, y el hecho totalmente gratuito de recibir a Troski, por lo cual se echó encima a los comunistas, a la Unión Soviética, ¿qué es sino respeto a ciertas ideas? Algunos les llamarán creencias, el caso es que se mantuvo fiel hasta el final de sus días y por eso se puso a escribir un testamento que era un programa político, correcto o no. Lo último que hizo Cárdenas fue escribir sus ideas.

Adolfo Gilly�

CARDENAS Y LA DEMOCRACIA

Cárdenas y la democracia pluralista, electoral, como la entendemos ahora, no hacían una buena pareja, y ahí están las elecciones de 194tO. Esa si es una zona de oscuridad en la trayectoria del presidente Cárdenas. En la historiografía panista la famosa casilla de Juan Escutia era en donde debía votar el presidente Cárdenas. Cuando llegó a votar, los instaladores y quienes estaban en la mesa (portaban el moño verde de los almazanistas) le dijeron: señor presidente, no puede usted votar porque no nos entregaron la papelería. No respondió. En sus memorias, Gonzalo N. Santos cuenta cómo fue a limpiar de almazanistas las casillas y le avisó al presidente Cárdenas que podía ir a votar. El fraude de 1940, o por lo menos la violencia en las elecciones de 1940, arroja una sombra de fraude que siempre está presente en la conciencia panista. Quizá los rancheros de La Laguna también hablaron del autoritarismo de Cárdenas: fueron expropiados para que La Laguna fuera distribuida, a pesar de que no había grandes propietarios.

Me gustaría que recuperáramos el sentido de dirección que entonces era mucho mas claro y que en cierta forma impulsaba la creatividad. Fueron

años de una extraordinaria creatividad y de mucho entusiasmo aun entre aquellos que estaban enojados con el presidente Cárdenas y con sus políticas.

Soledad Loaeza n�

UN HOMBRE PRAGMÁTICO

Dentro de la historia de bronce, el general Cárdenas es un hombre que tiene, se supone, una ideología de izquierda. Dentro de la historia de bronce, el general Cárdenas es un hombre muy preocupado por los pobres, por los indígenas y por otra parte, muy nacionalista. No creo que haya sido esto lo que más lo caracterizara. En primer lugar, el general Cárdenas no tenía ideología, no era ni de derecha ni de izquierda, fue un hombre pragmático a más no poder. En segundo lugar, el general Cárdenas tenía la misma facilidad de solidaridad, no sólo con los pobres, los indios, etcétera, sino un verdadero afecto por todos los seres humanos, era humanista nato. Por otra parte, si ustedes preguntan por él en los pueblos de México, sobre todo en los que visitó muy seguido, dirán: sí, era un gran amigo, y un hombre muy platicador. En público rara vez hablaba, pero con sus amigos hablaba a más no poder de caballos, de muchas cosas de la vida cotidiana.

En una ocasión el general Cárdenas le jaló las orejas a los industriales de Monterrey, pues se consideraba un hombre que iba contra la política de que el país se industrializara. Poco después se presenta la Segunda Guerra mundial y entonces propone a los industriales que es el momento oportuno para que México se industrialice.

Yo no le reprocho nada al general Cárdenas, lo conocí bastante bien y llegué a estimarlo.

Luis González y González n

01/01/1998

El quehacer histórico en México.

Luis González y González.

El Quehacer Histórico en México.

Por Luis González y González.

Desde el siglo XVI la nación mexicana ha cultivado la investigación histórica con verdadera pasión v excéntrico placer. ¿Pero qué caminos toma la historiografía en nuestros días? Veamos lo que Luis González y González dice al respecto.

DON José Fuentes Mares, el historiador más al tanto y más leído del México reciente, muerto en 1986. solía decir: de las naciones del mundo ninguna supera a la mexicana en el amor a la historia. En el siglo XVI, la historiografía sobresalió entre las diversas tareas intelectuales de la recién construida Nueva España. En aquel siglo, llamado de la conquista, algunos conquistadores, misioneros, agentes del rey. criollos e indios de la cúpula escriben historias.

Mientras unos relatan las proezas de las huestes de Cortés. Guzmán y los Montejo. otros informan sobre la evangelización de los aborígenes y los terceros descubren globalmente, como se estila hoy en todas partes, la vida prehispánica de los pueblos vencidos. En la etapa de consolidación del mundo novohispano entre 1620 y 1750. la investigación histórica, reducida a la placidez de los conventos, desciende a un segundo plano en el mundillo intelectual del país. En el siglo de las luces, los historiadores nacionalistas vuelven a ocupar un sitio de primera fila, junto a teólogos, filósofos y hombres de ciencia. Otra vez es muy variado el repertorio de temas: se enriquecen los métodos de investigación y se diversifican los móviles y motivos para escribir historia. Como en los países europeos, en la República Mexicana, independiente desde 1821. se dio la centuria de la historia en la que los historiadores alcanzaron poder, fama y bienestar y le dieron el título de ciencia prima al producto de su oficio, entonces limitado a la narración de vidas de héroes, mudanzas políticas y prodigios militares, salvo pocas excepciones.

En el primer tercio del siglo XX se exacerba el carácter político militarista de la historiografía mexicana. En el segundo tercio, las

prédicas de los científicos sociales españoles transterrados a México y la traducción y la lectura de los teorizadores de la historia en Alemania. Francia. Inglaterra e Italia producen algunas docenas de historiadores profesionales y especializados que parcialmente desplazan a los amateurs que combatían entre sí bajo las opuestas banderas de conservadores y liberales. En los dos últimos decenios del presente siglo, millar de mexicanos, en sus tres cuartas partes provistos de una patente universitaria de historiador, de abogado o de sociólogo escriben libros de historia. Ochenta de cada cien viven en la capital de la República, dieciocho en doce o quince ciudades de provincia y dos, fuera de México. La mayoría de los apilados en la metrópoli son investigadores de tiempo completo en tres de las universidades capitalinas, en el Instituto Nacional de Antropología o en El Colegio de México. Los de la provincia empiezan a formar sus propios colegios: en Michoacán. Jalisco. Sonora, la Frontera Norte, el Estado de México y San Luis Potosí. De los seiscientos historiadores mexicanos vivos, y no ágrafos. cosa de cuarenta tienen más de 80 años de edad y pertenecen a la llamada generación neocientífica: casi un centenar, con edades de 64 a 79 años de edad, es de la cohorte del medio siglo: quizá llegan a doscientos los que se autonombran generación del 68. y a una cifra superior los jóvenes entre los 35 y los 50 años de edad que ya han escrito novelas verídicas. es decir, historias. El gremio de los historiadores ha tenido que ceder los primeros lugares de la fama intelectual a economistas y sociólogos: está cada vez más alejado de los puestos públicos, pero tiene asegurada la pitanza y un modo digno de vida, aunque en franco deterioro por la crisis económica recurrente que se ha abatido sobre México desde 1982.

En lo tocante a tramas o temas, el quehacer histórico en México sigue sin salir de las fronteras nacionales, salvo pocas excepciones. Tres grandes figuras O'Gorman, Zavala y Zea se mueven en el espacio de� � Hispanoamérica y no falta quien incursione en la vida histórica de algún otro país. Lo común es oír decirles a los colegas de casa: historiador mexicano a tu historia prehispánica o de México. Al mecenazgo oficial le disgusta el patrocinio de investigaciones históricas ajenas a la República Mexicana o que sólo se ocupen de partes disímbolas de ella. Nuestro mecenazgo a regañadientes ha comenzado a ceder fondos para la hechura de historias de una región o una ciudad o un pueblo de la pluralísima nación que lleva el nombre de Estados Unidos Mexicanos. Quienes procuran extraer sus argumentos de la época prehispánica o del México independiente consiguen fondos con mayor facilidad que los colonialistas. Casi nadie se escapa de la obligación de escribir acerca de las tres grandes revoluciones de México: la de independencia, la liberal y la mexicana. Para no caer en el pecado de traición a la patria conviene celebrar, con discursos, conferencias, y textos laudatorios, los

aniversarios de proceres y hazañas que terminan en cero. Nuestra historiografía tiene un aspecto litúrgico muy frondoso, altisonante y colorido. Por lo demás, los historiadores domésticos no suelen rebelarse contra esa liturgia, quizá por llamativa y por grata a la muchedumbre. Todos contribuimos de buena gana a la historia de bronce, aunque no sólo a ello.

A la hora de escoger temas, algunos compañeros aceptan el suave empuje oficial en favor de los asuntos patrióticos. Las vidas del Padre de la Patria, el Siervo de la Nación, el Benemérito de las Américas y el Apóstol de la Democracia siguen inspirando biografías laudatorias. Tampoco los momentos estelares de la mexicanidad han sido abandonados por los autores de monografías históricas. Como quiera, la selección de asuntos en la hora actual se deja conducir, además de por las presiones oficiales, por las prácticas de los historiadores de los países que dictan la moda. Como dice Muriá. "Hobsbawm ha desatado numerosos estudios sobre bandidos". Sin duda, los historiadores franceses contemporáneos son los más influyentes en la temática de la historiografía mexicana actual. Muchos de los nuestros escogen asuntos similares a los que han hecho famosos a Philippe Ariès, Fernand Braudel. Pierre Chaunu, François Chevalier, Georges Duby, François Furet. Michel Foucault. Jacques Le Goff, Jean Meyer. Emmanuel Le Roy Ladurie. Pierre Vilar y Michel Vovelle. Aparte de los historiadores que les siguen las pisadas a sus colegas célebres de los países del primer mundo, hay los que escogen asuntos que se presten de manera particular para hacer ciencia, pues producen conocimientos acumulativos, no heterogéneos como los de la historiografía tradicional y particularizante. Son cada vez más los temas extraídos del conjunto o masa humilde que no de la vida de encopetados y gobernantes. La historia de la población, los temas que tienen que ver con nacimientos. defunciones, cataclismos y transtierros de muchedumbres han dado lugar a una historia demográfica repleta de números. Se indaga cada vez más acerca de los campesinos, los artesanos, los obreros y otros grupos, que según la historiografía de ayer, no tenían cosas dignas de cuento. También crece el número de los afectos a los temas histórico- económicos. La influencia del marxismo se ha hecho notar en la tendencia al estudio de configuraciones socioeconómicas. Aparte se mantiene el gusto por historiar las parcelas de la cultura mexicana: las letras, las artes plásticas, las ideas filosóficas, las creencias religiosas.

Ultimamente se han puesto de moda, con el nombre de historia de las mentalidades, las relaciones extraídas de la vida cotidiana y las creencias del pueblo, las historias de la cocina o del haber mantenencia.

de la sexualidad o del ayuntamiento con fembra pl rentera y de la muerte o hay nos veremos. También se privilegian las microhistorias que permiten la resurrección global de bienes materiales, grupos de hombres y diversos modos de cultura de las pequeñas comunidades.

Los colegas de las generaciones neocientífica y del medio siglo gustan de las fuentes manuscritas y las notas de pie de página. Hasta hace poco se dolían constantemente porque los principales surtidores de notas al pie, los repositorios de papeles viejos eran coto exclusivo de archiveros que cuidaban como el perro del hortelano, de ladrones de documentos, de fabricantes de cartón y de ratas, comejenes y polilla. Eran muy pocos los archivos utilizables por los historiadores obsesionados con las fuentes primarias. Ahora son muchos y cada vez más accesibles los archivos y las bibliotecas que apoyan la investigación histórica. Nuestra archivística y nuestra biblioteconomía están en pleno arranque. También es notoria la mejoría de museos y sitios arqueológicos, así como la hechura de archivos de la palabra, fototecas, fonotecas y cinematecas. Es clara la preferencia de las generaciones últimas por las fuentes estadísticas y seriadas. Se atiende a documentos gubernamentales calzados con firmas prestigiosas y más a los censos; los archivos parroquiales que registran natalicios, bodas y defunciones; las actas de los notarios que dan cuenta de contratos mercantiles, mudanzas de la propiedad de los inmuebles, testamentos y cosas por el estilo: los archivos de hospitales, reclusorios, claustros y familias, los mamotretos de contabilidad de almacenes y fábricas y los pocos papeles no entregados al fuego o a la barbarie de la gran propiedad satanizada. El Sistema Nacional de Archivos, el de Bibliotecas, el encargado de sitios arqueológicos y museos y otras instancias oficiales les han sustraído a muchos, que figuran y cobran como historiadores, el pretexto para no investigar y escribir y les han dado a los que verdaderamente gustan de la indagación histórica una vastedad de fuentes, cuyo uso no es todavía satisfactorio.

Algunos de los historiadores neocientíficos o viejos siguen muy preocupados por fundar sus obras en un gran número de fichas, en largos y rebosantes tarjeteros, y por someter las fuentes a las operaciones críticas recomendadas por Langlois y Seignobos. Otros historiadores de la misma generación se desvelan en los procesos hermenéuticos. A los de las siguientes carnadas no parecen quitarles el sueño ni la integridad de los testimonios, ni su procedencia ni hasta donde son fidedignos. La tendencia a explotar masivamente los documentos hace imposible la crítica de cada uno por separado. De los historiadores de la hornada neocientífica cabe decir que pecan de

incredulidad y de los de la generación del 68 que tienden a ser demasiado crédulos. Los nuevos amantes de Clío no les gusta perder el tiempo en erudiciones. Han hecho de la heurística y de la crítica tareas de las ciencias auxiliares de la historia que no de la ciencia histórica misma. También descargan en la computadora la tarea de descubrir errores.

Si no me equivoco, la mayoría de los historiadores de la generación mexicana del medio siglo y las dos que le siguen y combaten rehuyen la tarea de juntar en orden temático y cronológico hechos bien comprobados. Son minoría los practicantes de la historia narrativa. Los interesados más en los hechos o las ideas que en sus conexiones causales. La mayoría de los cultos no quiere saber el qué de los acaeceres históricos y el cómo se pasó de aquello a esto. Muchos jóvenes aspiran a saber el por qué sucedieron los fenómenos de una determinada manera. y otros trabajan, a la manera de los científicos sociales, en el descubrimiento de estructuras, son amantes de la cuantificación y se autodefinen como historiadores nomotéticos en contraposición a los ideográficos. Los rótulos más usuales no son, sin embargo, esos. Se acostumbra repartir a los estudiosos del pasado en cuatro capillas, según el modo de exponer la materia histórica. En una de las capillas, donde quizá quepa el 20% de los seiscientos, entran los historiadores chapados a la antigua, los anticuarios que no distinguen claramente entre sucesos reales e imaginarios y los pragmatistas que sólo juntan acaeceres dignos de celebración, orgullo patrio y ejemplo para la juventud. Con el rubro de neopositivistas se suelen enlistar a quienes gustan de la exhumación de hechos económicos y sociales y creen que a fuerza de sumar sucedidos importantes y bien comprobados se llegará a reconstruir la historia total de México. Nuestros positivistas se consideran parientes y aliados de la antigua escuela de Les Anuales. Sus enemigos acérrimos, hasta hace poco muy combativos, se autonombran historicistas y tienden a la baja, en número que no en calidad. Parten de las teorías de Dilthey, Ortega. Croce, Collingwood y Heidegger y gustan escandalizar con el aforismo de que toda historia es historia de las ideas. Sin embargo, hay muchas diferencias entre sus miembros. Gloria Villegas escribe: "Su enfoque, de raíz individualista, desautoriza la proposición de procesos y metas predeterminadas. Abandera el perspectivismo... y define la selección de los hechos históricos en función de su intencionalidad". José Gaos, el gran propulsor del culto historicista. no aceptaba que se le considerase como una de las sectas de la iglesia de Clío. pero sus opositores, y en especial los del grupo marxista los llaman ideólogos del capitalismo. El materialismo histórico de casa, en el que milita la mayoría de la generación del 68. se siente más afín al neopositivismo que las escuelas historicistas. Unos y otros buscan el acercamiento con las ciencias sistemáticas del hombre.

Ambos hacen referencia constante al enfoque interdisciplinario. Las dos corrientes aseguran la bondad del trabajo en equipo. Según Andrea Sánchez Quintanar "el acercamiento a la historia de México desde una perspectiva marxista lo han realizado en mayor medida científicos sociales. .. El materialismo histórico constituye un cuerpo teórico fundamental... que de ninguna manera puede, por sí mismo, sustituir el trabajo concreto que implica el quehacer histórico: revisión de fuentes, crítica... contrastación de hipótesis... vinculación del trabajo interdisciplinario y sobre todo, contrastación con la realidad". Cuando hace investigaciones históricas basadas en fuentes, da frutos bastante parecidos a los de las otras escuelas. De los historiadores mexicanos que investigan nuestro pasado nacional salen abundantes monografías con figura de volumen y numerosos artículos en revistas especializadas y de divulgación. Cada vez menos editoriales privadas y más de tipo oficial imprimen y divulgan los libros de nuestros historiadores. Se distinguen entre las primeras el Fondo de Cultura Económica. Porrúa. Siglo XXI. Océano. Era. Grijalbo. Mortiz. Cal y arena y Clío. Son notables entre las otras la Secretaría de Educación Pública y las editoriales anexas a los institutos de alta cultura: UNAM. UAM, UAP, UAS,UV, Colmex, Colmich, etcétera. Los tirajes de los libros de historia suelen ser cortos, pero no mucho más cortos que los de las novelas. Por otro lado, la mayoría de las "contribuciones" breves de carácter histórico aparecen en revistas especializadas como sin duda lo son Historias. Siglo XIX. Relaciones. Historia Mexicana. Historia y Grafía y algunas más con tiraje inferior a los tres mil ejemplares. Sin embargo, un buen número de artículos serios de contenido histórico se difunden al través de Nexos. Vuelta, Contenido y otras revistas de alta divulgación. A veces se publican en los periódicos diarios, pero no se puede afirmar que los historiadores de hoy lleguen a todo el público lector. También comienzan a ponerse en uso los canales de la televisión para difundir telenovelas verídicas o telehistorias.

En 1982 dije algo que todavía tiene validez: "Los historiadores que ahora escriben, con mayor seriedad, acerca del pasado de México se intercambian sus saberes al través de impresos y sobre todo en reuniones académicas, pero se mantienen por regla general ignorados e ignorantes del púbico" que no escribe. A un público sediento de historias le han levantado la canasta los historiadores de corte universitario. Quizá alguien crea que la historia es Unicamente bocado de delfines. No falta quien diga que por su elevación a ciencia, ya no es apta para las mayorías, del mismo modo que no lo son las ciencias físico-matemáticas y biomédica. Muchos compatriotas coinciden en que "el saber histórico interesa a cualquier persona" y debe ser difundido con la misma intensidad como se difunden la ficción y el ensayo. Muchos historiadores mexicanos de hoy en día rara vez usan lenguajes de uso común; rara

vez escriben como habla la tribu y más rara vez aún se arriesgan a la oportunidad de comunicación masiva que ofrecen la radio, las salas de cine y los televisores. El miedo al tono vulgar aplaza la conquista de la calle, deja a la gente sin un saber histórico liberador, y en el peor de los casos, sabroso. ¿Volverá la élite culta a escribir para un público general? ¿Volverá a ser la historia la rama más popular de la literatura?

En términos generales, el afán manifiesto de la historiografía mexicana actual parece ser el de elevarse al rango de ciencia en toda la extensión de la palabra al través del desplazamiento del autor amateur y el lector curioso, la hechura de numerosas monografías muy profesionales, el trabajo en equipo, la construcción y el equipamiento de archivos y bibliotecas, la junta de datos seriados, la actitud ancilar frente a las ciencias sistemáticas del hombre, el marco teórico, el manejo masivo de los testimonios sobrevivientes, la comprensión a las volandas de textos y de ideas, el establecimiento de leyes causales, el lenguaje inequívoco y árido del hombre de ciencia, y de poco acá. el uso de la computadora. Sin embargo, la historia, pese al deseo de ser como la física y la biología, no ha dejado fuera del ring al amateur culto, permite aún la tarea individual, la búsqueda de hechos particulares, la actitud emotiva, el nacionalismo, el deseo de meter con calzador una moral patriótica, la vestidura de héroes. el gusto por el buen decir y la voluntad de no confundirse con los científicos sociales. La reiteración de las prácticas extracientíficas es todavía muy frecuente, quizá imposible de abolir, porque después de todo es deseable y deseada la historiografía pecaminosa, la Clío polifacética. En el reino de esta musa no sólo hay lugar para los pedantes. La historia narrativa vuelve por sus fueros y para las multitudes y la intolerancia de unos pocos, mientras no se vuelva gobierno, no logrará meterla. Quizá lo más saludable sea la aceptación de que hay y debe haber de todo en la viña de Clío. tan fervorosamente cultivada por los mexicanos en su propia parcela nacional desde el siglo XVI. n

Luis González y González. Historiador. Es autor del libro clásico Pueblo en vilo.

01/02/1994

Un sí para una nueva historia

Luis González y González.

Luis González y González. Historiador. Es autor del libro clásico Pueblo en vilo.

Carlos Tello Díaz. El exilio: un relato de familia. Cal y arena. México, 1993 457 pp.

La vida privada y la vida secreta de personajes y gente común del pasado constituye un filón generoso que logra rescatar al lector de las ingratas pretensiones cientificistas de los estudios históricos que irrumpieron hace medio siglo. "El ejemplo hasta ahora mayor de una nueva historia es El exilio: un relato de familia, de Carlos Tello Díaz", escribe el autor de estas páginas.

En México en los años cuarentas de este siglo se produjo una revolución en el quehacer histórico. Con la ayuda de los transterrados españoles, se quiso desterrar para siempre a la historia edificante de tema político. Se propuso sustituir la narración de las acciones ejemplares de héroes y próceres con estudios bien documentados de las economías, la organización social y los valores culturales de la vida mexicana. Se entró de lleno a una historia que se decía global, monográfica, interpretativa, de instituciones en vez de personas y de cariz científico que no literario. El cambio de postura apapacho las historias llamadas documental y científica. Muchos colegas se entregaron alegremente a la compilación de documentos y a la hechura de la historia de tijera y engrudo. otros, aliados con las ciencias sistemáticas del hombre, fueron en busca de los denominadores comunes que no de los aspectos particularizantes de la conducta humana. Se aceptaron, después de conferirles el carácter de científicas, algunas filosofías de la historia. El materialismo histórico inundo muchísimas conciencias. Los asuntos económicos fueron los preferidos por la nueva historiografía y el método cuantitativo se erigió como el camino a seguir por los nuevos historiadores. La historiometría en boga hizo incomibles a los textos históricos. El lector común y corriente dio la espalda a los monógrafos de corte científico.

Como quiera, la historia "científica" no ha conseguido apartar el gusto por el saber histórico en la mayoría de los mexicanos. Muchos se mantienen adheridos a la historia edificante que difunde el sistema escolar; otros se refugian en la novela histórica. Seguramente está en mengua el interés por la vida pública de los grandes hombres, pero aumenta el deseo de descubrir la vida privada y aun la secreta de nuestros ilustres antepasados. También atrae la atención de los lectores normales la vida de la gente normal de otras épocas. Aquí y ahora la

semilla de la historia privada de la gente de todos los grupos sociales cae en tierra fértil.

En la generación de historiadores en alza, en la que viene detrás de la que se autonombra del 68, se dan síntomas de acercamiento de los autores de libros históricos con los lectores tradicionales de historias. Sin abjurar del profesionalismo y la especialidad, sin apartarse de los rigores del método científico, la nueva historia aspira a la reconciliación con el público, quiere volver a su condición de arte sin perder el prestigio de ciencia. Pueden aducirse muchos ejemplos de la nueva revolución historiográfica que viene a superar la que se produjo en los años cuarenta. El ejemplo hasta ahora mayor de una nueva historia es El exilio: un relato de familia, de Carlos Tello Díaz.

Se trata de un autor en plena juventud, nacido en 1962. Según lo dice la solapa de su recién publicado libro, estudió filosofía y letras en la Universidad de Oxford y antes de éste publicó Apuntes de un brigadista, "basado en sus experiencias durante la campaña de alfabetización en Nicaragua". El que ahora ofrece, más que en vividuras, se basa en fuentes documentales.

El exilio... es un relato histórico muy innovador. Se ocupa del hasta ahora más desdeñado tema de la historia de México: la familia. Algunos antropólogos del último medio siglo se han ocupado de las haciendas y otros bienes materiales de algunas familias ricas, que no de la vida y el pensamiento de esas familias. Este Relato de familia que hace con todo lujo de detalles Carlos Tello Díaz, no olvida las fortunas de los dos troncos familiares de que trata, pero se refiere con amplitud a la vida social, labor política, gustos y sentimientos de dos familias expulsadas de su patria por una revolución que fue destructiva y rencorosa durante treinta años. Carlos Tello Díaz sigue a las familias Díaz y Casasús, a cada uno de los miembros de dos apellidos ilustres y poderosos durante el porfiriato, en su vida diaria de paseos, cometungas, labores lucrativas, enfermedades en los Estados Unidos y en Europa. Como lo dice la cuarta de forros, "es una historia íntima dentro de la historia de México en la que lo humano, con sus debilidades y su grandeza, se sitúa por encima de la vida pública de los personajes históricos para revelar los secretos que guardan sus mausoleos".

He de confesar que el buen relato de Tello Díaz sobre las andanzas de sus abuelos y bisabuelos en París, Madrid, Nueva York y Roma es tan novedoso que aún no me acostumbro a su sabor. Es un relato de la vida en el exilio de seres queridos que elude la cursilería, que exhibe llanamente los ires y venires, las actitudes y las expresiones de dos ancianos famosos (Porfirio Díaz y Joaquín Casasús) y de unos adultos y jóvenes de estatura normal. Todos los seres esculpidos aquí, grandes y chicos, están muy lejos de parecer esculturas trepadas en sus zócalos; son gente de carne y hueso que va y viene y se comporta según las modalidades personales.

01/08/1993

Una enciclopedia del cine mexicano

Luis González y González.

Luis González y González. Historiador. En este 1993 se cumplen veinticinco años de la publicación de su clásico Pueblo en vilo.

Emilio García Riera

Historia documental

del cine mexicano

Universidad de Guadalajara

1993

La Historia documental del cine mexicano ve al fin su reedición: 18 volúmenes (de los cuales tres ya están en circulación) con información y comentarios sobre las 3 500 películas que integran la casi totalidad de la producción cinematográfica nacional entre los años de 1929 y 1976, una obra de consulta indispensable, tal y como lo celebra Luis González y González en este texto leído durante la presentación del libro.

Agradezco la invitación a tomar parte en esta ceremonia de bienvenida a un libro que se la merece como pocos. Para no apartarme de una costumbre de los veteranos aprovecho la ocasión para introducir en mi discurso una cápsula egohistórica. No he podido aguantarme las ganas de decirles que vi por primera vez una película a los catorce años de edad. En mi pueblo no había sala de cine y en mi casa eran mal vistas las obras de ficción, incluso los cuentos para niños. Hambriento de historias fingidas, en cuanto salí de mi tierra y me instalé como estudiante de secundaria en una ciudad donde se exhibían unas seis o siete películas a la semana, adquirí la cine-adicción, la apetencia insaciable de películas de toda índole, aunque de manera especial las habladas en español que entonces eran, casi todas, hechas en México. Vi prácticamente todo lo producido en casa entre 1938 y 1947. Anotaba en libretas la ficha de cada film visto y leía un buen número de comentarios sobre cine. Ya metido en la carrera de historia, soñaba en llegar a ser historiador del cine mexicano, pero cuando dispuse de tiempo para cumplir gustos juveniles ya un titán ocupaba el lote cinematográfico.

Emilio García, sólo por haber nacido en Ibiza en 1932, traído a México en 1939, economista por la UNAM, empezó a sobresalir como crítico de cine en un famoso suplemento de Novedades, México en la cultura, en 1957. Un lustro después perteneció a la banda de Nuevo Cine, la revista que reorientó el análisis fílmico, que propuso nuevas formas de ver y producir filmes buenos y justos. También ejerció la crítica desde el lado izquierdo en los diarios Unomásuno y La Jornada y la revista semanal Proceso. Fue coguionista y asistente del director Jomi García. Hizo el libreto de un par de películas memorables: En este pueblo no hay ladrones y Los días del amor. Ha sido jurado en los festivales de San Sebastián y de Cartagena. Fueron muy bien recibidos aquel par de volúmenes, uno dedicado a la industria fílmica y burguesa de México y el otro sobre El cine checoslovaco. Escribió una obra en seis volúmenes que lleva el título de México visto por el cine extranjero, pero la fama de gigante la adquirió con la Historia documental del cine mexicano. Los que saben de esfuerzos mayúsculos lo comparan con Corominas. Sus comentarios en televisión son la parte visible del iceberg.

Contra la opinión de algunos pesimistas, la tele no ha mandado a la basura al cine, ha contribuido a darle mayor difusión. Emilio García Riera introduce la nueva versión de su famosa Historia documental del cine mexicano con estas palabras: "La televisión por cable exhibe a la semana veinte y pico cintas mexicanas; en Guadalajara pueden verse por televisión más de quince... En los Estados Unidos, la gran población

de lengua castellana dispone de unas 200 películas mexicanas", transmitidas por tele al mes. "En 1948, la película Nosotros los pobres atiborró durante cinco semanas... el cine Colonial. Sin embargo, el público que la vio en la época fue incomparablemente menor en número al que la vería después en la televisión". Los televisores de que disponemos en nuestras casas nos han alejado de los salones de cine, pero nos acercan cada vez más a las películas mexicanas.

Contra lo que se dice, la televisión tampoco ha matado a los libros ni ha hecho desaparecer a los lectores. Son cada vez menos los que se dan a la lectura de novelas, poemarios y mamotretos metafísicos y más los televidentes de telenovelas y de las emisiones mínimas de poesía de los cantantes contorsionistas. Como quiera, quienes acuden a libros científicos, periódicos, historias y obras de consulta siguen en alza. Quizás algunos libros de asunto histórico producen alergia, no por culpa de la televisión que sí de los asuntos que tocan y de la manera supercientífica o torpe de exponerlos. Las historias de héroes y traidores han dado por repugnarle al público lector. Tampoco tiene numerosos adictos la historia erudita de tijera y engrudo ni la ilegible historiometría, pero sí gozan de muy buena salud la historia tradicional, conformada por el trío de la biografía, el reportaje y la crónica; la historia académica sin demasiados humos filosóficos o de simple erudición. La autobiografía de García Riera, El cine es mejor que la vida, las biografías de Emilio Fernández y Julio Bracho, El cine y su público y Filmografía mexicana no tienen el riesgo de quedarse sin lectores.

Al club de los libros que han dejado con vida y saludables los medios de comunicación hoy en boga pertenecen los escritos por García Riera, y en especial el que en este momento se ofrece renovado, pese a no ser de bolsillo, ni chismoso ni de poco peso. Se trata de una historia en 18 tomos de 25 por 19 centímetros y con más de trescientas páginas cada uno. Es una historia que aspira a ofrecer la información en breve de las tres mil quinientas películas mexicanas que ha producido el cine doméstico de 1929 a 1976. De cada film recoge el título y los nombres de quienes asumieron la responsabilidad de su producción, dirección, argumento, fotografía, música, sonido e interpretación. Es admirable la sinopsis que hace de los argumentos y son valiosísimos los comentarios y las notas que cierran cada una de las fichas.

El libro que tengo el placer de presentar aquí y ahora pertenece a la especie documental; aporta un material básico para hacer la crónica, para definir cada uno de los periodos y para ubicar en el mundo fingido

de más nota en nuestra centuria: la cinematografía mexicana. Emilio García Riera es muy consciente de las diversas estaciones por las que ha de pasar una historia verídica, académica, respetable de nuestro principal recreo en el siglo XX: el cine. Primero hay que entender lo que conviene y cabe seleccionar de la vida tumultuosa de los cineastas con frecuencia metidos en deportes y dramas de alcoba. García Riera sabe separar el grano del chisme. En segundo término, es necesario soplarse todas las películas de corto y largo metraje que ha producido la industria cinematográfica de México en el periodo escogido por el historiador. García Riera tiene la visión casi cabal de las tres mil quinientas películas del periodo 29-76. Sólo le faltó ver y analizar directamente algunos filmes por la avaricia de sus dueños o por haberse perdido o chamuscado. ¿Quién no recuerda el incendio de la Cineteca Nacional en 1982? En tercer lugar, había que reunir en un solo cuerpo la documentación pertinente al tema y el periodo de estudio. Esta etapa de las historias, por ser la más penosa del camino se deja a grupos de investigadores novatos. García Riera, aunque ha recibido diversas ayudas de gambusinos y capturistas, lo ha hecho casi todo, tanto en la primera como en la segunda edición de esta obra monumental.

Las diferencias entre la primera edición de esta obra y la actual son grandes y no puramente cuantitativas. Esta se ocupa de mayor número de películas y con información más confiable que aquella que gozó de la fama de ser poco menos que exhaustiva y de un alto grado de credibilidad. En la nueva edición, según nos dice, le "ha ayudado a documentarlo por fuerza no visto una reciente abundancia de testimonios... sobre el cine mexicano". También afirma que ahora "el propósito documentador ha sido en [él] mucho más fuerte que la manía opinadora... El lector encontrará ahora mucho menos denuncias indignadas de incompetencia o ilegitimidad, menos sarcasmos con tufo de pedantería...". También, en esta segunda edición, don Emilio elude lo por él llamado "el vicio ideológico que tendía en la primera edición a afligir a la burguesía... con culpas sólo atribuibles, en muchos casos, a la mera falta de talento...".

A las muchas novedades aportadas por esta segunda edición de una obra colosal deben añadirse las prometidas que irán en los tomos subsiguientes. En "un décimoctavo tomo incluirá correcciones que quepa hacer, índices acumulativos que permitan saber en qué volumen se ha dado noticia de películas y personas, y en qué páginas cabe encontrarlas. En el caso de las personas que han tenido que ver con el cine mexicano, el índice del tomo 18 ofrecerá, además, en la medida de lo posible, las fechas y lugares de sus nacimientos" y muertes. Si la

primera versión ya fue tenida como una obra de referencia, a esta segunda nadie le negará tal carácter. El presente y multivoluminoso libro está condenado a convertirse en obra de consulta. En muy poco tiempo lo encontraremos, en las salas de consulta de las bibliotecas, sucio y maltratado, víctima del manoseo de las muchas personas que acudirán a él del mismo modo que acuden a las pilas de agua bendita las beatas.

Al aceptar como obra de consulta este libro hecho con tanto rigor y grandes dosis de objetividad, sin prédicas y exaltaciones inútiles, le deseamos una vida luenga y manoseada en los depósitos públicos de libros y en las colecciones particulares. La pobreza proverbial de casi todos los estudiantes impedirá la compra por ellos de esta vastísima obra, pero su consulta en las tres mil bibliotecas públicas de este país donde debe estar presente y a la mano. Por lo que toca a todos los que hemos pasado por la adicción al cine tan rico y frondoso de este país y ya hemos trascendido la edad de la extrema brujería, debemos adquirir para el estante de los libros o para nuestra biblioteca privada una obra de la que hemos venido hablando pero que ya dejaremos de comentar. El libro comentado, por su carácter documental y de consulta puede disponer de los 18 tomos que lo componen sin que nadie proteste, pero el comentarista sería muy criticado si usa para el elogio de esta obra de dimensiones colosales más de dieciocho minutos.

01/05/1992

Historia de la nueva historia de México

Luis González y González.

Luis González y González

El nuevo pasado mexicano

Cal y Arena

México, 1991

228 pp.

El nuevo pasado mexicano, la más reciente aventura historiográfica de Enrique Florescano, evalúa, reúne, explica los cambios de los temas, metodologías y enfoques teóricos que han enriquecido el análisis del desarrollo de la historia en México. Pero este nuevo libro de Florescano es algo más: se trata de un capítulo nuevo en una trayectoria ejemplar en la que la reunión de la academia y el talento no es el menor de sus logros. Acaso nadie más indicado que Luis González y González para leer a fondo este libro, revisarlo, desmenuzarlo: "Al llegar al medio siglo de su vida, Enrique Florescano se preocupa por comprender a sus colegas, más que explicarlos. Se coloca frecuentemente en el punto de vista de sus personajes; repiensa a veces lo pensado por los historiadores que estudia y ve lo positivo de la obra ajena (...) Los que ignoran la capacidad de lectura y desvelos de Florescano ponen en duda la posibilidad de análisis de tanta documentación. Quienes le conocemos sus prisas y dotes asimiladoras simplemente admiramos su hazaña".

Muchos observadores de la vida moderna de México le ven al año de 1940 figura de esquina, de mudanza de dirección, de vuelta a la sensatez. Por el tiempo en que los países poderosos de Europa se masacraban entre si, en la República Mexicana hubo cambio fraudulento pero pacífico de poderes, se puso la primera piedra de la industrialización del país e ingresaron, en centenares de negocios y ocios, miles de iberos sobrevivientes de la chamusca española, entre los que fulguraban algunos científicos, humanistas y maestros de bien merecida reputación. Con los sabios de la parte moderna de España, se puso en obra la remuda de las ciencias y las artes en México.

Y quizá la disciplina más beneficiada con el río español de sangre nueva fue la historia.

Enrique Florescano abre su nuevo libro, que lanza la editorial Cal y Arena, con un recordatorio "al gran cambio que modifica la producción, la orientación" y la marcha de los estudios sobre la historia de México. Entonces, según se lee en El nuevo pasado mexicano que se reseña aquí, se hizo la apertura, con gente venida de España, de "los institutos, los centros de investigación y las escuelas que convertirían el estudio, la enseñanza y la difusión de la historia en tareas profesionales". La biografía, la anecdótica y demás especies del grupo histórico narrativo fueron ninguneadas por la academia. Tampoco se modificó notablemente la historia edificante que venía enseñándose en dos

versiones enemigas en los planteles educativos del gobierno y de la iglesia. Siguió trepada en su mula una filosofía de la historia de reciente importación y vino a convertirse en la máxima novedad la historia científica que se propuso como meta la verdad pura y que aceptaba como métodos el de la comprensión y el de la explicación, el de Dilthey o el de Ranke.

Simultáneamente, la antigüedad prehispánica y la trayectoria de la Revolución Mexicana se vuelven temas simpáticos en los rediles cultos de Estados Unidos y de Europa. Arranca con brío el auge de la atracción de las ruinas de Mesoamérica, patrocinada por países deseosos, y en especial por EU, de que los habitantes de México fortalecieran su indigenismo. Por otra parte, en aquel momento en que estaban tan de moda las revoluciones, la mexicana, sin propósitos de expansión, fue pronto la preferida en los sectores bonitos del primer mundo. Al descubrimiento de su ser, y en general a la averiguación científica del ser histórico de México se consagran centenares de estudiosos estadunidenses y europeos, productores, en muchos casos, de obesas monografías doctorales. Un buen número en el que sobresalen David Brading y Jean Meyer, han publicado, aparte de la tesis, otros libros esclarecedores de la historia de México.

Generalmente, la publicación de cada una de las narraciones académicas de asunto mexicano ha producido varias reseñas periodísticas de otros historiadores. Parte de la novedad de 1940 fue el impulso a la investigación historiográfica. Ramón Iglesia solía decir que "sólo combinando el estudio de la historiografía con el de los procedimientos de investigación podrá salir la historia del atolladero". El joven maestro español impulsaba entre sus discípulos el gusto por las historias de la historia. El fue el primer animador de los estudios historiográficos que han hecho sus colegas don Edmundo O'Gorman, don José Luis Martínez, don Silvio Zavala, don Juan Ortega y Medina y muchos discípulos de este cuarteto. Es ya robusta la tradición entre nosotros de la historia que escoge como tema la historia, aunque rara vez conjuntos de historiadores. Lo más común ha sido la monografía sobre un autor y su obra. Antes de la ola economicista de los últimos años, los más de los titulantes ganaban el placet de los jueces examinadores con el análisis de una tarea historiográfica individual.

Sigue sin hacerse la historia del conjunto de la historia mexicana. También escasean las síntesis relativas a la brillante época de la aurora, pues los buenos tratados de Iglesia y Baudot no cubren todo el

panorama. Lo mismo cabe decir de las ricas historiografías de los siglos XVII y XVIII. Para el conjunto de la época novohispana, la síntesis de Muriá es brevísima y la extensa de Esteve abarca todo Iberoamérica y aprieta poco en México. Alvaro Matute dice que la "historiografía del siglo XIX aún no encuentra ningún exégeta de su conjunto" con excepción de Lucha Parcero. En cambio, acerca del siglo XX se han publicado algunos balances dignos de nota. En 1966, Historia Mexicana dedicó dos números de la revista y un obeso volumen a dar cuenta de Veinticinco años de investigación histórica en México. Cinco años después apareció un librote de 750 páginas que analiza al través de las plumas de dos docenas de expertos de casa y de los Estados Unidos las Investigaciones contemporáneas sobre historia de México. En 1990 se publicaron las Memorias del simposio de historiografía mexicanista que hace lo mismo que el volumen anterior para fechas posteriores, que se ocupa de lo producido en el periodo que va de 1968 a 1988. Y aparte de los tres voluminosos balances multitudinarios se han publicado alrededor de nueve esbeltos panoramas esculpidos por David C. Bailey, Enrique Florescano, Adolfo Gilly, Luis González, Charles Hale, Alvaro Matute, Carmen Nava, Robert Potash y Gloria Villegas.

El auge de las historias de asunto económico y social consiguió reducir, que no sacar del mercado académico, la historia de las historias. Todavía más, el máximo apóstol de la historización de la vida material se ha convertido en el supremo juez de los historiadores mexicanistas de la segunda mitad del siglo XX. Enrique Florescano en 1962 subió de Veracruz a la capital con el prestigio de joven inteligente, laborioso, de izquierda, resuelto a poner en el altar mayor a la historia económica. En la Universidad Veracruzana y en El Colegio de México contrajo la profesión de estudioso del pasado y en la universidad de París, se especializó en historia económica cuantitativa. Su primer libro importante fue sobre Precios del maíz y crisis agrícolas en México y el segundo sobre Origen y desarrollo de los problemas agrarios. Ya en el tiempo en que estuvo al frente de Historia Mexicana como en el que jefaturó el Instituto Nacional de Antropología e Historia, puso a sus numerosos seguidores a escribir sobre la vida material de otras épocas; publicó descripciones y ensayos sobre desarrollo económico, y tomó como pasatiempo, el hacer catálogos de libros: Bibliografía del maíz y muchos otros.

Desde la bibliografía histórico-económica salta alegremente y sin mayores tropiezos a los estudios historiográficos, a la investigación de la Memoria mexicana. Desde el congreso de Chicago de 1981, donde habló de los historiadores y el poder en el México de ahora, ha recibido

aplausos en muchos foros como presentador e intérprete de la nueva Clío mexicanista. El nuevo pasado mexicano llega hoy como el primer gran balance de lo conseguido en el conocimiento de la historia mexicana en los últimos cincuenta años.

El autor se propuso reunir y evaluar las mudanzas temáticas, metodológicas y teóricas que han enriquecido el análisis del desarrollo histórico de México. Pasa sin ver a la poco cambiante historia narrativa y a las historias pragmático-éticas que se imparten a millones de alumnos de la educación básica y del nivel intermedio. Tampoco le atraen las últimas síntesis, dirigidas al gran público. Enrique Florescano enfoca su análisis sobre las historias académicas, los centenares de monografías fanáticas del rigor documental, las que arrancan de modelos teóricos, las historias cuantitativas, y en menor escala, las filosofías de la historia. Además de lo hecho por los paisanos, resume "las teorías, los métodos y las interpretaciones" que los estudiosos de los países del primer mundo aplican a la historia mexicana y que sin duda constituyen un "aporte significativo en el conjunto de la producción histórica nacional". Aunque parezca imposible, el libro de Florescano se ocupa de centenares de monografías enriquecedoras de la imagen dinámica de México.

Conforme a la versión más cotizada considera las trayectorias de los pueblos precortesianos como parte fundamental de la nación mexicana, y por lo mismo, pasa revista a los estudios, que solemos llamar arqueológicos, y que hacen una docena de compatriotas y cien o más extranjeros, en su gran mayoría norteamericanos. En el segundo capítulo, casi tan extenso como el inicial, emprende el estudio de los relativamente pocos compatriotas y extranjeros metidos en la "revalorización y recuperación del virreinato". En la tercera jornada, tan corta como los anteriores, llama a juicio a los pocos mexicanos y extranjeros que han reinterpretado a la centuria decimonónica de los cuarenta para acá.

El capítulo cuarto llena casi la mitad del libro. En "La Revolución Mexicana bajo la mira del revisionismo histórico" comparecen algunos senectos historiadores que fueron coetáneos de la revolufia, los analistas profesionales de la revolución que le echaron porras al suceso entre 1950 y 1970 y los autores de una juventud libre e irrespetuosa que son jueces rigurosos de lo que algunos consideraban epopeya popular y primer gran vuelco del siglo XX. También se refiere a los filósofos de la historia que discuten entre sí el rótulo que debe llevar la gesta revolucionaria de acá, que no se ponen de acuerdo en llamarle rebelión

o revolución y menos aún en apellidarla socialista o democrático-burguesa.

En el último capítulo se tocan autores y libros que no tuvieron cabida en la división por periodos; se exponen cuatro logros de la reciente historiografía (el encuentro de los testimonios del pasado con los métodos y enfoques de las ciencias sociales, el profesionalismo creciente de los clionautas, la pluralidad del ejercicio de la historia y la participación de otras naciones en la historia mexicana) y cuatro retrocesos: ausencia de liderazgo en las instituciones encargadas del cultivo de la historia, divorcio creciente entre investigación y enseñanza, pérdida de los antiguos niveles de rigor académico, y su progresiva sustitución "por prácticas populistas, ideológicas y gremiales". Dedica algunos párrafos a los desafíos económicos, políticos y culturales del presente y el futuro, para concluir: "Las necesidades y las demandas de la investigación y la enseñanza histórica están claramente establecidas por la realidad. Lo que no está claro es si... hay la voluntad para asumirlas y la capacidad para hacerlas efectivas".

En la construcción de esta magnífica obra se hizo muy poco uso de los exámenes historiográficos y de los repertorios de historiadores e historias elaboradas con anterioridad. Es una síntesis construida sobre fuentes primarias, sobre las obras de los historiadores profesionales de la economía, la sociedad y la cultura, excepto la historiográfica. Los que hemos escrito sobre tema similar al Nuevo pasado de México en vez de ofendernos por la omisión de lo dicho por nosotros, debiéramos aceptar que gracias al viaje directo a las fuentes Florescano consigue una lectura y una visión novedosa de los estudios mexicanistas de los últimos cincuenta años. Ciertamente le faltan por revisar libros cercanos a la crónica, biografías, textos escolares, artículos y otros muchos ensayos históricos, pero lo visto, que consta en una bibliografía final de cincuenta páginas, es enorme. Los que ignoran la capacidad de lectura y desvelos de Florescano ponen en duda la posibilidad de análisis de tanta documentación. Quienes le conocemos sus prisas y dotes asimiladoras simplemente admiramos su hazaña.

El nuevo pasado mexicano está muy lejos de ser una bibliografía comentada como México en quinientos libros o una guía de cultos que cultivan la historia nacional. Algo notable en este texto de Florescano es el uso sobrio de nombres de personas, institutos y libros. Los que gustan de los directorios deben acudir a la bibliografía. En el cuerpo de la obra se manejan pocos nombres de los que se escriben con mayúscula inicial

y esto permite recorrer sus páginas sin agobio. Florescano reconoce el valor que tienen las bibliografías, los diccionarios y los directorios. En estos y en otros escritos aboga por la hechura de libros sistematizadores del saber histórico asimilado en y sobre México, pero en esta ocasión se aparta del corte de las obras de referencia tan queridas por los historiadores casados con el positivismo. Aunque comparte con los positivistas la idea del progreso, aunque proclama la superioridad de la nueva historia frente a la antigua, aunque asume sin dudas los nuevos puntos de vista, en esta obra se aparta un tanto de la historia ascética. Pese a su recomendación de publicar a raudales documentos al uso antiguo; pese a sus aportaciones a la erudición, ahora se muestra inclinado a comprender a sus colegas según lo mandan Dilthey, Croce y Collingwood en Europa y O'Gorman en México.

Al llegar al medio siglo de su vida, Enrique Florescano se preocupa por comprender a sus colegas más que por explicarlos. Se coloca frecuentemente en el punto de vista de sus personajes; repiensa a veces lo pensado por los historiadores que estudia y ve lo positivo de la obra ajena. El que antes desenvainaba el machete a la menor provocación ahora escucha con serenidad las razones que le asisten al enemigo. Sin apartarse de la justicia, tiende a la conciliación. Sin abandono de la actitud digna, llega incluso al reconocimiento reverencial del prójimo. Sin mácula para su patriotismo, acepta y agradece los dones historiográficos de los extranjeros. Es optimista frente a "la diversidad, calidad y profundidad de los estudios dedicados a la historia mexicana", pero no agachón. Aunque sus maestros le pedimos que se abstuviera de juzgar a los hombres del pasado, no son infrecuentes en él los juicios de valor.

En plan de estudioso de Florescano cabría exhibir muchas más aportaciones de este libro, pero en plan de maestro de ceremonias, de puro presentador periodístico de una obra sin duda ejemplar, sólo me resta decir que se deja leer más o menos con el mismo gusto con que se come el pan caliente. No obstante su oficio de propulsor de la indigesta historia cuantitativa, Florescano maneja un lenguaje muy digerible por claro, por fluido y por cordial.

El pluralísimo Florescano al que unos lo tenían por perdido en la selva de la administración pública y otros lo consideraban esclavo sin retorno de las más somníferas corrientes históricas, está de regreso en la república de las ciencias, el arte y la literatura con su libro número once, con un libro esclarecedor de dónde está hoy el gremio de los mexicanistas y de

la senda a seguir en el futuro inmediato, con un volumen útil, y por añadidura, bien construido, inteligente, inteligible, archidocumentado, veraz, generoso y rebosante de mesura y de palabras amistosas. Es un texto sin "norte" arrasador como el que suele invadir las obras de muchos escritores veracruzanos.

01/12/1991

Rumbo a 1492

Guillermo Bonfil, Rolando Cordera Campos, Enrique Florescano, Luis González y González, Arturo Warman.

Este texto es la transcripción, editada, de la mesa redonda de nexos TV el 31 de diciembre de 1989 y también un homenaje a Guillermo Bonfil, que fue colaborador y miembro del consejo editorial de nexos y director de Culturas Populares. Rolando Cordera es economista, director del programa nexos TV. Enrique Florescano es historiador, presidente de la Fundación nexos. Luis González y González es historiador y profesor de El Colegio de Zamora. Arturo Warman es antropólogo y director del Instituto Nacional Indigenista.

ROLANDO CORDERA

Queremos reflexionar y discutir sobre la historia y sobre nuestra historia; la historia larga y compleja que, se nos dice, comenzó hace quinientos años y que los pueblos de América y de Europa se aprestan a recordar, a conmemorar y a pensar de diferentes maneras.

Silvio Zavala dice que el Quinto Centenario debería servirnos para buscar la concordia interior del país, para pensar en la historia y en la comunidad de pueblos y países hispanoamericanos pero se lamenta de que esto no se haya logrado y de que esta época esté dominada por la discordia. ¿Qué valor tiene la precisión de Silvio Zavala?

LUIS GONZÁLEZ

Es muy acertada. Sin duda el Quinto Centenario es un acontecimiento importante. Ya López de Gómara decía en el siglo XVI que después de la aparición del hombre sobre la tierra, el acontecimiento más importante

era el Descubrimiento de América. Quizás esa fue una apreciación exagerada, pero desde el punto de vista europeo este fenómeno significó el paso de lo que llamamos la Edad Media a los Tiempos Modernos. Para América fue el momento de fundación de las sociedades americanas tal y como ahora las conocemos.

ROLANDO CORDERA

¿El término celebración es el término adecuado para designar este acontecimiento?

LUIS GONZÁLEZ

Se le puede llamar conmemoración para evitar pleitos semánticos. Enrique Florescano lo ha dicho en alguna parte: la época que va del Descubrimiento hasta la Independencia de México siempre ha sido una época tabú para los historiadores. Hay que aprovechar el Quinto Centenario para estudiar por primera vez, y en bloque, esa etapa tan importante para la vida del país.

ROLANDO CORDERA

El Descubrimiento y su secuela merecen estudio, pero parece que hay un consenso de que luego de esto vino un aplastamiento de la población indígena, algo que incluso ha sido calificado de genocidio. ¿Cómo ubicar el efecto de una historia válida e incontrovertible?

ENRIQUE FLORESCANO

El descubrimiento y luego la conquista, la colonización y el poblamiento de los territorios americanos generaron diversas interpretaciones. La de López de Gómara traducía el sentido imperial del Estado español. Los cronistas y los cosmógrafos de Indias y los propios españoles transmitieron una idea del Descubrimiento y de la obra española en América favorable a sus intereses políticos e imperiales.

Con la independencia vino una revalorización de la obra conquistadora y colonizadora de España, y eso dio lugar a una visión mexicana y tremendamente crítica de la actuación española. A partir de entonces se ha generado una intensa polémica que da lugar a distintas interpretaciones.

Para volver a lo que decía Silvio Zavala: las interpretaciones que surgieron con el nacionalismo mexicano amputaron el periodo colonial de nuestra historia. El resultado: que no hemos podido incorporar su gran efecto político, religioso, cultural y técnico a nuestra propia historia, lo que también ha creado una crisis de identidad. Por eso hay que aprovechar el Quinto Centenario para revalorizar esa historia.

GUILLERMO BONFIL

En el 92 se inicia un proceso de gran importancia para el mundo, pero con signos muy distintos. Yo planteo el inicio de una sociedad colonial que no ha sido superada. Hablo de la sociedad mexicana y su relación con la población india del país. De manera que es una fecha simbólica.

Debemos estudiar las historias ocultas, las historias de los vencidos y a partir de eso plantear una verdadera construcción de la historia de aquí en adelante.

ARTURO WARMAN

El contacto fue un acontecimiento de enorme magnitud. Pensar en el descubrimiento de un continente que quizá tenía 150 millones de habitantes es un poco presuntuoso. Los pobladores de estas tierras no fueron descubiertos; se encontraron con los europeos y por eso hablo de contacto.

La conquista también coloca la fecha en una órbita imperial y en eso también subrayo el contacto. A partir de entonces cambió la historia del mundo; me refiero a la increíble expansión del capitalismo.

ROLANDO CORDERA

¿Un contacto que implica emulsión o historias paralelas, cruzadas, pero nunca integradas?

ARTURO WARMAN

Implica las dos cosas. Hay emulsiones, hay historias cruzadas, hay historias liquidadas, pueblos y civilizaciones enteras que desaparecen. Es ingenuo enfatizar sólo uno de los aspectos; enfatizar el genocidio es derrotista y autodestructivo; celebrar la hispanidad es pretencioso y arrogante, pero ignorar el componente hispánico del mundo que viene después resulta completamente ilusorio. Todas las perspectivas están presentes.

Sobre lo que planteaba Silvio Zavala: en esta ocasión hay voces que no habían estado en el debate. Eso por un lado cambia los modales; son voces no académicas, voces indígenas que tienen amargura y rencor y eso crea la impresión de que el debate es destructivo. Yo no lo creo. Si admitimos la amargura como algo legítimo y actuamos con tolerancia, el debate puede enriquecerse.

GUILLERMO BONFIL

Por lo menos se han mencionado tres términos para referirse al acontecimiento. Pero esas nuevas voces de las que hablaba Arturo Warman, es decir las voces de las organizaciones indígenas, de ciertos intelectuales y dirigentes indios, usan un término diferente: hablan de 500 años de invasión.

ROLANDO CORDERA

¿Pero eso de invasión no será una invención?

GUILLERMO BONFIL

Hubo una invasión. Esto es evidente. Al menos así se designa al hecho de que unas gentes que lleguen de fuera, se metan; esto da lugar a un proceso que ya no podríamos designar como invasión, pero ahí se inicia. Esto arroja una connotación distinta: el descubrimiento o incluso el término encuentro se refieren a una cosa un poco neutra; prefiero el término encontronazo, porque me parece más descriptivo. No es una convergencia, no es una confluencia tranquila; es un choque. Visto desde la perspectiva indígena, representa la invasión de su territorio, la supresión de sus religiones, etcétera. Esta perspectiva se manifiesta a través de las organizaciones indígenas que más reflexionan y se expresan sobre estos asuntos.

Por otro lado, hay un indigenismo que por fortuna ha cambiado en los últimos años: la política del Estado o en todo caso la actitud de la sociedad frente a la población indígena. Las propias organizaciones plantean una política india, es decir, la perspectiva de participación de los indios en los asuntos jurídicos del país.

ROLANDO CORDERA

¿La invasión y luego el reclamo de una política india son parte de la memoria mexicana?

ENRIQUE FLORESCANO

Eso obedece a una reacción por recuperar partes oscuras o rechazadas de nuestra historia. Es un reclamo que viene de las organizaciones políticas, las comunidades y los sectores indígenas, y también de la sociedad. Y eso se refleja en la investigación y en la manera en que los investigadores se aproximan a la historia. Si la sociedad se democratiza

en ese sentido, debemos decir que también se democratiza la visión de la historia. Por eso creo que estamos haciendo una historia más plural. En Memoria Mexicana intenté recoger esas voces para darles presencia en este gran teatro de la interpretación de la memoria mexicana y de la identidad de los mexicanos con su pasado.

LUIS GONZÁLEZ

Yo soy ferozmente optimista. Lo que hemos denominado la conquista -la fundación de esta sociedad mexicana que sigue siendo plural-, en general fue aceptada por los llamados pueblos conquistados; una vasta población sufrió un verdadero lavado de cerebro. No comparto la tesis del genocidio; tampoco la idea de que las nuevas formas de sociedad, las nuevas técnicas de cultivo de la tierra, las nuevas economías, los nuevos valores culturales fueron impuestos por la fuerza. La mayoría de las cosas que vinieron con los españoles fue aceptada por el mayor número de las comunidades indígenas. Sobreviven muchas etnias, y sin duda en algunas todavía hay resistencia a ese tipo de valores culturales, de organización social y a las técnicas introducidas. Pero gran parte de la población indígena asimiló esos valores.

ROLANDO CORDERA

¿Entonces no hubo un choque civilizatorio?

LUIS GONZÁLEZ

La contienda fue francamente débil. Estamos acostumbrados a ver la conquista sólo como la toma de Tenochtitlan, pero de hecho hay muchas conquistas. Se trata de una serie de empresas particulares que se dirigieron hacia diversas partes del país y que tuvieron características muy diferentes. A veces ni siquiera ocurrieron encuentros armados entre los llamados conquistadores y los conquistados.

GUILLERMO BONFIL

Lamento no estar de acuerdo en algunos puntos con Luis González. Sí hubo una política, incluso explícita, de introducir a cualquier precio una serie de cambios en las culturas pre-existentes. Creo que hubo -y hay- una resistencia de parte de los pueblos indios a esa imposición. Un ejemplo: las formas de religiosidad actual, que aun incorporando elementos formales del cristianismo obedecen a una visión religiosa que no corresponde a la visión cristiana.

Desde el punto de vista biológico somos mestizos, pero desde el punto de vista cultural somos indios que no sabemos que somos indios. Hay una desindianización, una pérdida de la identidad india. En muchos aspectos, las formas de conducta y de pensamiento, las aspiraciones obedecen más a una cultura o civilización mesoamericana que a una visión occidental.

ENRIQUE FLORESCANO

Sin embargo, se han creado símbolos, contextos culturales, sociales y políticos que para una gran parte de nosotros configuran al ser mexicano.

La resistencia es un elemento importante dentro del choque entre la cultura hispánica y las civilizaciones autóctonas. Más que en la idea del cambio, las civilizaciones antiguas se basan en la idea de la unidad de sus intereses e ideas comunitarias y su deseo de perdurar. La intromisión del otro viene a violentar esa idea de permanencia, de unidad y de comunidad. Entonces viene la resistencia. Este es un hecho universal. La historia muestra que después de 500 años, con todos los procesos de afectación, de cambio, de hispanización y occidentalización, nuestras sociedades indígenas luchan por mantener sus valores comunitarios ancestrales, y se oponen a los cambios. Cuando no están en condiciones de resistirlos, a veces adaptan o convierten algunos de los elementos de la cultura dominante pero sólo para mantener los propios.

ARTURO WARMAN

Estoy en desacuerdo con Guillermo Bonfil y Enrique Florescano. Asistimos al derrumbe de las historias maniqueas de dos bandos enfrentados y al despunte de que hay una identidad que se sustenta en la pluralidad y la diferencia y no en la unidad. Los procesos de integración conviven con los procesos de resistencia y esto no constituye una anormalidad o un riesgo, sino un síntoma de salud en la vida de una sociedad. Tenemos una identidad muy poderosa, la que nos da la solidaridad, el pacto de soberanía que mantenemos frente al exterior. Ahí hay una identidad muy profunda y muy arraigada en la historia. Dentro de esa identidad las muchas diferencias son no sólo bienvenidas, sino que son indispensables para fortalecerla. Sería muy lamentable que cayéramos en el análisis del Quinto Centenario,-que es el análisis de la historia mexicana, como un pleito entre dos bandos.

LUIS GONZÁLEZ

Es cierto, esto no debe dar lugar a que otra vez se enfrenten dos viejas corrientes que vienen desde el siglo XVI: la llamada corriente indigenista y la llamada corriente hispanista. En el siglo XVI los países que no recibieron tajadas muy grandes de América se resintieron frente a España. Así nació una corriente antihispanista y supuestamente indigenista y junto a esto, por supuesto, surgió la corriente hispanista auspiciada por la misma España. Desde la emigración española de 1940, este pleito ya parecía agotado. Entendimos que no existía esa dicotomía, esa enorme diferencia entre el indigenismo y el hispanismo y que más que nada debíamos estudiar lo que sucedió en realidad. México es un país altamente plural. La pluralidad ahora, estamos convencidos, no nos perjudica. En el siglo pasado se consideraba que esto restaba fuerzas al nacionalismo. Ahora sabemos que el amor al terruño no se contrapone para nada con el amor a la patria; que se puede ser simultáneamente patriota y matriota.

ROLANDO CORDERA

¿El agregado a la Constitución para inscribir en ella el pleno reconocimiento de los derechos de las etnias, recoge el afán de definir al Estado como una entidad multiétnica y pluricultural?

ENRIQUE FLORESCANO

Una de las consecuencias de la recuperación de pasados antes suprimidos, conculcados o rechazados, es el reconocimiento de la pluralidad étnica y cultural del país. Eso se debió en gran parte a la presencia y a la demanda de los sectores indígenas que constituyen una parte importante de la nación, y a que un grupo muy importante de antropólogos mexicanos recogieron esas demandas y las transformaron en un reconocimiento legal de la riqueza cultural, social, étnica y política de esos pueblos. El futuro de la reforma constitucional dependerá de una correlación de fuerzas a distintos niveles. El Estado mexicano debe reconocer la existencia y los derechos de los pueblos indios, que forman parte de la sociedad mexicana. El reconocimiento de la pluralidad supone un proyecto hacia el futuro: por primera vez la sociedad mexicana, a través de sus instancias superiores, reconoce la pluralidad del país no como un obstáculo sino como un potencial. Pero temo que haya más buenos deseos que realidad concreta. Es decir, hay un clima de reconocimiento al pluralismo en ciertos sectores, pero junto con eso, frente a eso y en contra de eso hay prácticas sociales, decisiones económicas, etcétera, que de ninguna manera están fundadas en el reconocimiento del pluralismo. Hay que luchar por esos buenos deseos, pero también hay que reconocer que en la realidad actual todavía enfrentamos una relación de discriminación, de opresión, de rechazo hacia la población indígena del país.

ARTURO WARMAN

Guillermo Bonfil tiene razón. Es inútil y destructivo buscar a los culpables de ese complejo proceso que se inició hace quinientos años; tenemos que reconocer que hubo y hay víctimas, gente excluida a partir de entonces. La intención de la propuesta constitucional es provocar la acción positiva del Estado para terminar con esta exclusión. No se trata de expresar buenos deseos sino de que los grupos excluidos por la desigualdad sean objeto de una acción compensatoria y de que estén en condiciones de participar con más apoyo en un esfuerzo por recuperar su posición igualitaria en un marco plural. Si no reconocemos la desigualdad, es inútil pensar en la pluralidad.

LUIS GONZÁLEZ

Es necesario reconocer la pluralidad, pero en forma total, no sólo reconocer que las etnias indígenas son distintas sino que también lo son las distintas comunidades que están en las doscientas regiones de México y que también presentan problemas de desigualdad. Como miembro de una comunidad ranchera sé hasta dónde, por ejemplo, en el ambiente de la ciudad de México o en el de Guadalajara, a los de mi región les llaman cheros, con un gran desprecio. Las etnias y todas las otras comunidades regionales de México deben de ser reconocidas en su peculiaridad y en sus derechos. A eso me refería cuando hablé de un reconocimiento total de la pluralidad, que no sólo incluya a las sociedades indígenas.

GUILLERMO BONFIL

El problema básico es que por un lado tenemos la desigualdad y por otro lado la falta de democracia o una democracia incompleta. Cuando se habla del reconocimiento de las doscientas regiones, hacemos referencia a que esas regiones, como cada comunidad, como cada etnia, deben tener un margen mucho mayor de capacidad de decisión sobre los asuntos que les competen. Eso es democracia.

ENRIQUE FLORESCANO

El descubrimiento de América trajo consigo un replanteamiento de las distintas culturas y una formulación de proyectos para la convivencia. El presente nos plantea lo mismo, nada más que en un contexto diferente: la pluralidad, el reconocimiento del otro dentro de acuerdos y consensos básicos que nos permitan, primero, replantear el problema de la formación histórica con distintas culturas y distintos proyectos y, segundo, nuestra definición política hacia el futuro con esta diversidad cultural y étnica.

ARTURO WARMAN

La propuesta constitucional incluye la declaración de que México es una nación multiétnica y pluricultural, pero asimismo tiende a generar una acción más positiva e intensa hacia la gente más excluida y desposeída.

El trato de chero es muy violento, pero no se compara al hecho de que un mexicano sea juzgado y condenado en un idioma que no entiende, como sucede con los indígenas.

LUIS GONZÁLEZ

Hay que aprovechar el momento de los 500 años para estudiar nuestra compleja y plural realidad nacional. Es la hora de vernos tal y como somos.

01/12/1989

La índole de los mexicanos vista por ellos mismos

Luis González y González.

En busca de México y lo mexicano.

en su conjunto, han seguido muchas pistas. Con morbosa frecuencia, los intelectuales de mayor caletre de las seis últimas generaciones mexicanas. Caso, Henríquez, Reyes y Vasconcelos esbozan imágenes pequeñas, pero de cuerpo entero, de una sociedad en ascuas. Ramos, uno de los dioses mayores de la generación de 1915, dibuja El perfil del hombre y la cultura en México al terminar la tormenta revolucionaria. Cinco grandes del tramo de desarrollo estabilizador (Carrión, Gómez Robledo, Iturriaga, Paz y Zea) han dicho su verdad, poco optimista, sobre el pueblo que los engloba. El archiinteligente Emilio Uranga inicia un Análisis del ser del mexicano que continúan, con particular entusiasmo, siete apóstoles de la generación del medio siglo: Aramoni, Fuentes, Peñaloza, Portilla, Villegas, Villoro y Zaíd. También algunos que ahora tienen la gerencia de los destinos de México (Aguilar Camín, Bartra, Béjar, Careaga, Krauze, Meyer, Monsiváis y otros) han dado a conocer la idea que se han hecho de su orbe nacional, y según rumores, los más lúcidos de la generación de la crisis, que aún no cumplen los cuarenta años de edad, ya buscan empeñosamente una visión totalizadora de México, que no sólo de algunas de sus reconditeces.

Se cuentan por millares los investigadores especializados en algunos de los aspectos o en algunas zonas de la vasta geografía, del cuerpo económico, de la organización social o de los valores culturales de lo

mexicano. Numerosos economistas, sociólogos y demás científicos del hombre de fabricación universitaria han dado a luz decenas de miles de escritos que iluminan parcelas del quehacer material, de la convivencia y de la cultura de un México en marcha que quizá porque se mueve nunca ha salido bien en ninguna foto parcial ni panorámica. También cabe atribuir la impureza de la mayoría de las imágenes de México a que han sido tomadas desde la capital de la República, donde se amontonan, como ustedes lo saben muy bien, los estudiosos de ochenta millones de seres humanos repartidos en doscientos millones de hectáreas, o en otros términos, en ocho zonas, treinta y dos estados, doscientos paisajes y más de dos mil municipios. A lo anterior se juntan otros elementos que oscurecen las fotografías de lo mexicano. No pocas fotos reproducen imágenes anteriores de dudosa vigencia. Muchas monografías y síntesis se basan en estadísticas endebles, y en los mejores casos, en censos de población y económicos, hijos de la desconfianza nacional. A los elementos anteriores debe agregarse uno de clara deshonestidad: abundan los plumíferos que desfiguran los retratos de México con fines de propaganda política o simplemente para saciar rencores personales.

La mayoría de las imágenes de nuestro país pecan de poco realismo, son borrosas, mal hechas o alteradas y dirigen la lente indiscreta hacia las partes menos atractivas del cuerpo nacional. Se escribe mucho y con creciente placer de las anomalías estomacales de México, de una vida material en crisis. También se enfoca la cámara, con mucha frecuencia, hacia aspectos dolorosos, granos y chipotes de la sociedad y la política nacionales. De la cara, de la república, de las ideas, sentimientos y voliciones de la mayoría de los mexicanos se escribe relativamente poco. México muestra una cara graciosa y un buen corazón que son, por lo menos, tan merecedores de fotos como el vientre repleto de lombrices y de amibas y las extremidades cascorvas y llenas de nudos. Conviene hacer una foto de México con la suma de las sacadas por ese fotógrafo que los de habla francesa denominan Lui Meme y los hispanohablantes El mismo, en la que resalte el rostro y la cabeza del país, que no únicamente su crisis estomacal.

De hecho, la nueva imagen del mexicano ya está en hechura. Una de las pistas frecuentadas en este decenio de los ochenta para conocer a México ha consistido en dejar que México hable, que el paciente diga los síntomas de su malestar y de su salud. Raúl Béjar y un vasto equipo de colaboradores trabajan Sobre la identidad y el carácter nacionales. Hace unos meses que comenzó a circular el folleto priísta México habló que resume los frutos de la campaña de "consulta popular" hecha en 1988. Un año antes apareció Cómo somos los mexicanos, obra coordinada por

Alberto Hernández Medina y Luis Narro Rodríguez y escrita por los coordinadores y Alberto Alvarez, Iván Zavala, Carlos Muñoz, Sylvia Schmelkes, Pablo Latapí y Luis Leñero, sobre la base de una encuesta nacional en la que 1837 personas desembucharon su idea de México y de su gente. De modo semejante al anterior Enrique Alduncin Abitia pudo hacer Los valores de los mexicanos con ayuda de Banamex y sobre todo de los miles de compatriotas que respondieron al interrogatorio de Alduncin y su equipo ya en plena crisis, que no cuando se suponía una riqueza del país la que debíamos aprender a manejar. Con las confesiones contenidas en los libros citados, con algunas notas sacadas de mi buzón y con mucho de lo oído aquí, esbozo esta miniatura del México en vigilia en este penúltimo decenio del siglo XX. Aunque algunos mexicanos son proverbialmente insinceros y casi ninguno sigue al pie de la letra el consejo de "conócete a ti mismo", es posible hacer, con sus confesiones, una imagen más realista del mexicano que las basadas en vislumbres, deseos y malos ratos de intelectuales famosos. Cabe empezar el dibujo en donde duele aquí y ahora, en el triángulo que la voz del pueblo denomina

Salud, dinero y amor,

en los tres territorios constitutivos de la vida material, en las partes que según Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y sus pósteros Carlos Marx y Segismundo Freud consideran fundamentales. Si se pregunta a demógrafos, economistas, antropólogos, ecologistas y médicos sobre el estado actual del edificio "República Mexicana" y la salud, economía y comercio sexual de sus moradores casi todos se refieren al desastre nacional, pues los estudiosos del mexicano padecen de pesimismo incurable. En los libros profundos se habla de una población pobre, enfermiza, acurrucada junto a un nopal, con pocos deseos y poca fuerza reproductiva, con muchísimas carencias materiales que el mexicano ignora y no las sufre. Sólo uno de cada diez se sabe enfermo o alcohólico. Aún la población rural que cuenta con un 80% de pobres en el centro y un 94% en el sureste y un 86% en el conjunto del país no se cree ni pobre ni achacosa.

Las encuestas indican que la mayoría de los mexicanos se sienten saludables, felices, con buen nivel de bienestar y muy aptos para la vida erótica. Pablo Latapí señala que las dos terceras partes de la población rústica está satisfecha con su vida. A los observadores distantes de la pobreza les parece absurdo que ocho de cada diez familias mexicanas se declaren felices con su situación económica, pero así es. Quizás el

espíritu de sobriedad, tan alabado por las órdenes mendicantes en el siglo XVI, sigue vigente, y no sólo en las etnias indígenas, también en los segmentos de la población que se llaman campesino, ranchero y laboral. El mayor número de quejumbrosos por falta de salud, dinero y amor se da en las clases menos desfavorecidas de las colmenas urbanas.

Lo anterior no quiere decir que nuestros compatriotas quieran permanecer en el grado de bienestar en que viven ahora. Ricos y riquillos aspiran con vehemencia a niveles más altos de salud, dinero y erotismo. La mayoría, sin desvivirse por ello, quiere, según Enrique Alduncin, "alcanzar niveles de confort equiparables a los de las naciones industrializadas". Un buen número ha ido, casi siempre como trabajador, al país más confortable del mundo, al que ofrece el máximo placer en casi todos los órdenes, que no en el de la cometunga, y ha llegado a envidiar, aunque sin ponerse amarillo, las comodidades gringas. Contra las creencias de algunos patronos, los obreros encuestados dicen que les gusta la talacha y pocas veces sueñan en la jubilación. Casi todos anhelan mejores empleos y mayor ganancia, pero no al punto de que esa ambición les quite el sueño. Se ambicionan los adelantos técnicos y los gozos que ofrecen. Durante la campaña electoral de don Carlos Salinas de Gortari se le pidió con insistencia un trío de cosas que tienen que ver con el orden material de la vida: viviendas confortables, agua suficiente y drenaje. En otros asuntos de la mayor importancia, en los de haber mantenencia y ayuntamiento, la mayoría de los mexicanos quiere continuar con la costumbre de la comida sabrosa y variada y los hábitos maritales que han regido hasta la fecha. Con todo, crece el número de los cuida kilos y salud, de los prófugos del tabaco y de los controladores de la natalidad. En el orden de los bienes materiales los mexicanos se encuentran entre su tradición casi cincocentenaria y la modernidad con que los tientan los países del primer mundo. Se mantienen adictos a la vida austera pero siguen encaminándose hacia la vida fácil y abundante rodeada de estufa, refrigerador, tele, radio y transporte con ruedas, ya no con patas. Siguen adictos al placer de la mesa, a la tortilla, al tamal y el mole, pero se someten con facilidad a dietas adelgazadoras. En los cuatro pecados capitales que tienen que ver con la existencia material, se observan las siguientes proclividades: la avaricia tira al alza lo mismo que la lujuria. En cambio disminuye la pereza y quizá también la gula.

En los asuntos relativos a la sociabilidad, el panorama de tradición y modernismo es muy diferente, así como el ejercicio de los pecados capitales relativos a la vida social como son la soberbia, la ira y la envidia. Según la propia confesión de los mexicanos su actividad societaria se centra en

El yo, la familia y la patria

aunque en dosis muy diferentes según la clase, el segmento sociocultural y la zona a que se pertenezca. Como quiera, en ningún sector coincide el punto de vista de sus miembros con la idea de cultos y gobernantes. Las cúpulas políticas e intelectuales perciben un hombre de escasa iniciativa individual, irresponsable con los suyos, patriota hasta las cachas y eternamente agradecido con un papá gobierno que le brinda tierra, trabajo remunerador, agua potable, luz nocturna, hospital y medicinas, caminos, escuelas, comisariado ejidal, asociaciones obreras, ayuntamiento, mítines, discursos y frecuentes visitas de funcionarios. Las encuestas revelan una mexicanidad con altas dosis de egoísmo, muy familista, patriota de dientes para fuera, apática en lo político y desagradecida con el gobierno. Quizá la parte menos armoniosa del cuerpo nacional sea la relativa a la vida en común. Es muy digna de atención la grieta que separa a los gobernantes y a los gobernados, una grieta capaz de producir sismos sociales.

El mexicano, por regla general, se siente, antes que nada, persona. El más fuerte de sus amores es el amor propio. Nunca ama a su prójimo como a sí mismo, salvo si es un familiar. Todas las encuestas coinciden en el familismo de los mexicanos. En Latapí se lee: "Prácticamente nadie contestó que nunca se siente feliz en su hogar y las proporciones de los que rara vez lo están son muy pocas... Paradójicamente a la luz de lo anterior, se consideran agresivos en su casa 'a menudo' o por lo menos, 'algunas veces' ". Como quiera, es muy alto el nivel de satisfacción en la casa. Ninguna de las normas del decálogo se cumple con tal gusto como la cuarta. El amor a la madre y a la novia son las principales fuentes de la cursilería mexicana. Los padres experimentan mucho placer en la crianza de los hijos. Por los suyos, se llega hasta el masoquismo. Muchos sienten sabroso sacrificarse por la familia. El más allá del círculo de la familia, en el que se comprenden también compadres y arrimados, es otra cosa.

Alrededor del mundo de los seres queridos se levantan amenazantes los del vecindario, los de la región y los de la patria. Al terruño se le adora, pero con ribetes de desconfianza. Aunque ocho de cada diez compatriotas se sientan muy patriotas y digan que están muy orgullosos de ser mexicanos, revelan escasa solidaridad nacional. El sentimiento de la desconfianza impide participar a gusto en organizaciones, crea

resistencia al pago de los impuestos, ve en las autoridades moros con tranchete, provoca varios tipos de apatía, entre ellos el que ahora está en la punta de todas las lenguas intelectuales, el tipo de la apatía política que retrae al ciudadano del deporte del voto y que incita al fraude a quienes manejan la votación pública.

Enrique Alduncin escribe: "La mayoría de los mexicanos tiene como principales objetivos los siguientes: educación a mis hijos y ayudar a la familia". Esto no quita que miren por su desarrollo individual, que deseen acrecer su cultura y ser mejor por los próximos. Quizá no tanto como a los japoneses, pero les gusta viajar. Les place la vida urbana y quizá no sean los rústicos los que prefieren vivir en el campo. Los oriundos de éste buscan la manera de ser pueblerinos. La mayor parte de los habitantes de México desean mantenerse mexicanos. Con todo, a muchos riquillos les gustaría exiliarse y obtener la naturalización norteamericana. Son minoría los aspirantes a mantener el orden nacional ahora vigente. Predomina el deseo de mudanza, pero la mayor parte de los anhelosos de cambio se inclinan por la reforma, por la cautela, por el paso que dure y no que madure. Ni siquiera uno de cada diez entrevistados prefiere la revolución violenta, las transformaciones bruscas y veloces. Cabe decir que la sociedad mexicana está como la yegua del rayo; no ha perdido la memoria de los sufrimientos que le produjo la Revolución, y recuerda las tunas rápidas, pero pobres y efímeras, que dio el nopal revolucionario. Por otra parte, ya se nota una creciente voluntad de participación política en un tercio de la ciudadanía, pero los dos tercios restantes siguen tan apolíticos que ni siquiera quieren cumplir con el mínimo quehacer de votar. Permanece en política el síndrome del importamadrismo, quizá porque hasta ahora se ha tomado muy poco en serio los votos de la ciudadanía. La misma gente que se preocupa tanto por el destino de su familia; de su rancho, su pueblo y su ciudad; de sus clubes y asociaciones, es muy desidiosa en los asuntos de orden nacional. Antepone a los intereses de la patria los relativos a

Dios, la costumbre y la tele,

a los valores culturales que actualmente le dan sentido y cohesión a su vida. Sin contar criaturas, noventa y nueve de cada cien súbditos del gobierno de los Estados Unidos Mexicanos creen Dios. La ya centenaria prédica anticatólica de las cúpulas política e intelectual de este país le han entrado al pueblo por un oído para salírsele a toda prisa por el otro. A ciento treinta años de distancia de haberse implantado el jacobinismo

como tarea nacional, el 90% de los catecúmenos de la educación antirreligiosa se confiesan católicos, aunque quizá no tan convencidos como los de la época de Pedro el Ermitaño. La tenaz adherencia a la religión católica del pueblo mexicano es quizá la causa principal de la poca cuatería entre gobernantes y gobernados y entre maestros y alumnos. Hablan distintas lenguas culturales la élite y la masa. El código ético de la cumbre tampoco es igual al del llano. Arriba se presume una ética dogmática, mientras abajo se cree en la flexibilidad de las normas. La creencia popular en lo bueno de la honradez, la dignidad, la iniciativa y el trabajo y en lo feo del robo, la lambisconería, la cerrazón y la pereza, se aviene con la idea de que lo bueno es lo que sirve para el caso.

Cabe atribuir los fuertes sentimientos religiosos de los mexicanos a la furibunda tradición religiosa de los pueblos mesoamericanos o al espíritu de cruzada que tuvo la conquista de los españoles o al hecho de haber escogido como culto central de México el de la Virgen de Guadalupe, el símbolo de una maternidad tan venerada en estas latitudes. Por angas o por mangas, la mayoría de los mexicanos goza aún con la recitación de plegarias, la asistencia al templo, las peregrinaciones a los santuarios de prestigio y otras golosinas del culto. Se trata de un sentimiento religioso que heredo la inclusividad del prehispánico, menos intolerante que el ibérico, que permite devaneos amorosos, que ha dejado lugar para los amores a la ciencia, el arte profano, la lectura de periódicos, y sobre todo al maravilloso mundo que depara la televisión.

En el terreno religioso, únicamente las minorías piden mudanzas. Algunos norteños se han encariñado con la moral de algunas sectas protestantes; entre católicos de aquí y allá ha cundido la liturgia carismática, y más de una gente del común ansía el derrame de la teología de la liberación, pero el gordo de la gente se muestra conservadora y aún no acaba de digerir las mudanzas introducidas por el Concilio Vaticano Segundo. Tampoco se percibe la voluntad mayoritaria de apearse de unos principios éticos susceptibles de adaptación a las circunstancias. La falta de fanatismo moral, la tolerancia frente a otros modos de ser y de sentir, facilita la entrada de México al club de los abanderados de la modernidad. La ciencia, la diosa de la vanguardia, ya es bien acogida en el país. Algunos se asustan por la facilidad con que los mexicanos aceptan las modas de otros países. El cenáculo de los cultos está francamente alarmado por la teleadicción de la muchedumbre placera. Ocho de cada diez mexicanos posee televisores y quiere seguir prendido a la televisión y al púlpito.

Lo dicho, si se le quita polvo y paja, se reduce al menú siguiente: la mayor parte de los mexicanos en uso de razón, aunque repartidos en un par de sexos, en las dos maneras generales de convivir como son la rústica y la urbana, en cuatro generaciones, en seis o siete segmentos socioculturales, en ocho zonas, treinta y dos estados, doscientas regiones y dos mil cuatrocientos municipios, coinciden hoy, según confesión propia, en una salud que va de regular a buena, en una austeridad económica bien llevada, en el modo liberal y a través del trabajo de ganarse la vida, en la dignidad del individuo, en el apego a la familia, en el amor al terruño, en sentirse y querer ser mexicanos, en la desconfianza hacia los poderosos y los forasteros, en la apatía política, en la preferencia por la reforma paulatina y firme, en el repudio al modelo bronco o revolucionario de renovarse, en la religiosidad de estilo católico, en el guadalupanismo, en la ética prudente o circunstancial, en el gusto por las artes visuales, y en la adicción a los noticieros, las humoradas, las revistas de luz y sonido y las telenovelas de la televisión.

01/08/1989

El rancho vindicado

Luis González y González.

Pierre Francois Baisnée: De vacas y rancheros. CEMCA, 1989, 186 pp. (A la venta en la librería Francesa, El Agora, El Juglar, El

Parnaso, El Colegio de México).

Pierre-François Baisnée puso todo lo que estaba de su parte para encerrar, en un profundo estudio de caso, las dos actividades características de San José de Gracia, el pueblo más ilustre del occidente de Michoacán y del oeste de México, según la acertada opinión de algunos de sus habitantes. Pedrito, "el francés", vivió el otoño de 1981 y el invierno, la primavera y el verano de 1982 en una casona de tipo tradicional, de las de techo de teja, corredores y pájaros. Todavía se le recuerda caminando por las rancherías del contorno municipal, sometiendo a difíciles interrogatorios a las autoridades del municipio y a los ganaderos del rumbo, leyendo libros y papeles acerca de San José y cantando dulces canciones mientras tañía su guitarra. Los sanjoseanos lo recuerdan con cariño, pero dicen que si vuelve ahora tendrá que rehacer su imagen de la tierra donde se producen los mejores quesos.

Algunos científicos de la sociedad humana se hacen la ilusión de que ciertos grupos de hombres son como las rocas, prácticamente

inmutables. La élite intelectual insiste en llamarlos pueblos sin historia. En esa categoría meten a las comunidades de indios y algunas veces, a toda la población rústica. Bernardo García Martínez descubre que los indios supuestamente inalterables de la región serrana del norte de Puebla son dinámicos sin más. Indígenas, campesinos y rancheros son tan corrientes de agua como los habitantes de las urbes, aquellos en forma de arroyos, y éstos de ríos. Unos y otros se estancan en algunas ocasiones y se precipitan en otras. En el último sexenio de la vida mexicana, como es público y notorio, ha habido saltos y deslizamientos veloces en las distintas corrientes fluviales de la geografía social.

La mínima comuna de San José de Gracia se ha vuelto un arroyo que corre con precipitación quizá por los aires que soplan del norte, o por la presencia en todos los hogares de los medios masivos de comunicación, o por la crisis económica, o porque era necesario correr para llegar presentable al primer cumplesiglos. Desde 1987 se desata una visible actividad en San José. Con motivo del centenario próximo, el alcalde José Partida y toda la gente del municipio deciden librar a la cabecera de cojeras y arrugas mortificantes. En abril de 1987 queda solucionada la angustiosa escasez de agua. En los meses siguientes se remodelan dos puntos reurálgicos de la comuna: el templo y la plaza; se erigen dos estatuas altamente simbólicas: la de don Gregorio González Pulido, fundador del pueblo, y la de don Apolinar Partida que lo defendió de los desmanes de la revolufia. La estatua del padre Federico González Cárdenas, caudillo de la restauración, ya estaba allí desde hacía veinte años; desde cuando aún no se iniciaba la fiebre de construcción de casas modernas con muros de tabique, cubierto de concreto, sin rejas ni patio central.

Saltan a la vista otras dos modernizaciones: la sustitución de la piedra bolita en el empedrado de las calles por el concreto parejamente duro y liso y la plantación de álamos en las banquetas. El pueblo que ha pedido a la Cámara de Diputados su elevación a la categoría de ciudad, se cerró definitivamente al paso de las bestias al poner sus calles al servicio exclusivo de los automóviles. Dándose aires de ciudad, San José de Gracia celebró su centenario con alboradas, cohetes tronantes y luminosos, juegos mecánicos, multitudes en las calles y el jardín central, comelitones de puertas adentro, charreadas, toda especie de música, misas y procesiones, muchos bailes y francachelas, espectáculos públicos de ballet, orquestas sinfónicas, niños y adultos cantores, árbol de pólvora o castillo de luces, coronación de reina, discursos vibrantes, carros alegóricos, exposiciones en la casa de don Gregorio y la Casa de la Cultura.

Los josefinos residentes en su terruño y los que viven en la ciudad de México, Guadalajara, Los Angeles, Chicago y otras ciudades del país y de Gringolandia, en número que no bajó de treinta mil ningún día de la fiesta, aparte del disfrute de alcoholes, comidas extraordinarias, antojitos, crudas, insomnios y todo lo que truena y brilla, se entregaron a dos quehaceres íntimos: el recuerdo de la historia matria y el balance de la situación actual del terruño. En muchos corrillos, los ancianos, tan abundantes en San José, referían hechos y dichos de los padres fundadores, crímenes de las tropas revolucionarias intrusas por acá en los años 10, proezas de los cristeros a fines de los 20, celebración de las bodas de oro en 1938, la emigración de muchas familias a la capital, los trabajos del padre Federico para sacar al pueblo de sus escombros, las aventuras de los braceros que iban al país de los grandotes y otros sucesos sentidos importantes por la gente de estos rumbos.

También se dejaron oír docenas de estimaciones sobre el progreso de la ciudad de San José y el municipio de Marcos Castellanos. La mayoría opinaba que la población residente en El Sabino, San Miguel, Paso Real, La Rosa, La Areña, Auchén, Estancia del Monte, Izote, Ojo de Rana y otros ranchos y rancherías de la jurisdicción de San José probablemente era igual a la de hace siete años, de sólo tres mil habitantes, pero la cabecera no podía bajar de quince, doce, nueve u ocho mil, según diversos pareceres. Según el censo de 1980 la población del pueblo era de 5 802 habitantes pero según vox populi la cifra de los censores fue deficiente y la población se ha doblado del 80 para acá no obstante el control de nacimientos. Dizque ya hay dos mil casas en la pura cabecera, de las cuales mil seiscientas tienen tomas de agua y de luz y televisión. Y por si fuera poco, ya se dispone de Eco, un periódico local.

Dibujos de José Hernández

Ahora dos sucursales bancarias prestan sus servicios en vez de la única que conoció Baisnée. El número de descremadoras y fábricas de queso no parece haber aumentado pero sí el de personas que trabajan en ellas. El número de pasturerías pasó de cinco a siete. Quizás el número de cabezas de ganado vacuno se mantiene igual. En 1983 y 1986 se exportaron más de seis mil reses a Quintana Roo y otros sitios. Algunos vendieron todas sus vacas y lo obtenido por las ventas fue a dar a depósitos bancarios que pagaban alrededor de cien por ciento de intereses. El número de personas inmersas en labores agropecuarias ha

disminuido, pero han aumentado notablemente los obreros, los choferes, los vendedores de comida y de diversos artículos para el hogar. Los talleres de adornos para novia pasaron de dos en 1982 a catorce en 1988, donde trabajan centenares de operarios. Los talleres de sarapes y vestidos subieron de cuatro a doce. El número de transportistas de carga y de personas pasa de doscientos. Los restaurantes y taquerías se han duplicado. Las máquinas, las refaccionarias de coches, los talleres mecánicos y eléctricos se han triplicado.

Según opinaban los balanceadores de la vida del San José centenario, lo único que permanece casi igual es la utilización de los suelos, la ganadería, las labores del campo y la estructura de la propiedad que son justamente los aspectos que examina con tanta minucia Pierre-François Baisnée; los análisis que él hizo de esos medios de producción que son los parvifundios, las tierras ejidales, la maquinaria agrícola, las bestias de tiro y los labriegos aún son válidos en gran medida. Las mudanzas en la producción de vegetales y bovinos, la ordeña de vacas, el mejoramiento genético, la alimentación, la salud y la mortalidad del ganado vacuno han sido mínimas en el último sexenio. Al parecer sólo en la transformación y la venta de productos agropecuarios ha habido mudanzas dignas de nota. La Agropecuaria Industrial se fue a pique. Según la opinión de los josefinos ninguna empresa colectiva ha funcionado ni funcionará en su tierra, opinión desmentida por el buen funcionamiento de las cooperativas escolares en el Centro de Bachillerato Técnico Agropecuario. El número de queserías no ha disminuido y por lo menos dos se han mudado a construcciones grandes, nuevas, ad hoc y lujosas. El número de obreros en las queserías es un treinta por ciento superior al de 1981. Ahora se fabrica una mayor variedad de quesos. También se han abierto otros mercados, de los cuales el más rendidor es el de la ciudades fronterizas de Estados Unidos. Los industriales siguen con la cantinela de que la industria de la leche "no es negocio" pero nadie ha visto el desplome de ningún fabricante de quesos y sí síntomas de mayor opulencia.

Se puede hablar de opulencia compartida porque en San José sobra la demanda de trabajo, a tal grado, que se importa la mano de obra. En este sentido, la investigación de Pierre-François Baisnée es muy importante porque pone en duda un mito que tienen muchos creyentes, el de la maldad esencial de la ganadería y de los ganaderos: nocividad económica, negatividad social, violencia política; los ganaderos, en esa versión mítica y mistificadora, talan los montes, erosionan la tierra, hacen desaparecer los cultivos básicos y los hombres. Así como Marx -con razón- pudo decir que en los Altos de Escocia, en el siglo XIX, el

ganado menor expulsó a los hombres, esos autores creen que el ganado mayor, en México, en el siglo XX se come al hombre. Eso puede ser cierto en el trópico húmedo del sureste, no es el caso de la regiones del altiplano, como los Altos de Jalisco, los Altos de JalMich, o regiones del norte árido, en las cuales la pequeña ganadería, la ganadería lechera es la única manera de utilizar, hoy en día, con el desarrollo del mercado urbano para los derivados de la leche, los escasos recursos naturales. En San José, el número de los hombres y la calidad de su vida han aumentado, de manera paralela, al número de cabezas de ganado vacuno.

El nivel de bienestar de los habitantes del municipio de Marcos Castellanos ha subido, pese a la crisis. Las fiestas del centenario dejaron muy gastada a mucha gente, pero no pobre. Ese festival mostró que los habitantes de las rancherías siguen siendo los coterráneos con menos recursos pero también que los josefinos transterrados a la metrópoli, Guadalajara y California ya no son mucho más opulentos que los residentes en San José. Como quiera, las desigualdades de fortuna son todavía muy notorias entre pueblerinos, rancheros y urbanos y, dentro de cada sector, entre unos grupos y otros. Con todo, las fiestas limaron lo que cabría llamar la lucha de clases. Quizás produjeron también algunas transformaciones en la mentalidad lugareña. El reiterado recuerdo de padres desaparecidos y la creencia desesperada de que nadie de los ahora celebrantes del primer cumplesiglos estará para el segundo, han abierto cancha a las ideas de lo efímero de la vida, lo inútil de afanarse en la junta de recursos económicos y los beneficios que rinde la alegría de las fiestas. El centenario de San José empuja al homo lundens al desplazamiento del homo faber y propicia que las labores agroganaderas, agroindustriales y mercantiles vuelvan al paso de tortuga de otros tiempos.

Quizás el pequeño mundo visto por Baisnée atenúe los negocios más que por factores de fuera, por los atractivos del ocio.

01/03/1989

Atajo de historiadores

Luis González y González.

Las razones y las obras. Crónica del sexenio 1982-1988. Presidencia de la República/Fondo de Cultura Económica, 7 tomos, México, 1988.

El arte de la crónica es, desde la época medieval, atajo de gobiernos e historiadores. Tanto a los gobernantes como a los estudiosos del pasado les abrevia el camino al servirles de ayuda de memoria a los primeros y de materia prima semielaborada a los segundos. En el peor de los casos, la crónica es compañera o secretaria eficiente del poder y anticipación de la historiografía. Pero los reyes de Castilla, los duques de Borgoña, los adalides de las cruzadas y otros grandes de la Edad Media pagaban cronistas no sólo para mantenerse al tanto del mundo en torno; también para perpetuar su fama. Los cronistas se convirtieron en una especie de notarios de las transacciones políticas y las proezas militares, y en condición necesaria para adquirir prestigio. Santo no visto dejaba de ser venerado. En algunas ocasiones la crónica se volvió difamatoria, insultante y vehículo de denuncia. En todos los casos, fue reconvertida y vuelta a usar por los historiadores, con excepción de los positivistas que únicamente vieron en las crónicas dolo, incompetencia, falta de información profunda, trivia y chisme.

Se conoce con detalle el nacimiento, la lactancia, los pininos y la recia formación de lo que ahora lleva el nombre de México, gracias a cuatro especies de cronistas. Los conquistadores de los dos imperios y los muchos señoríos de la antigua Mesoamérica, así como de las tribus nómadas del norte, para mantener informada a la dirigencia, dejar memoria de sus hazañas y conseguir prebendas, hicieron relaciones de sus méritos y servicios algunas muy minuciosas, como las Cartas de relación, de Hernán Cortés y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz. Los sembradores de las ideas y las costumbres que le dieron sentido y cohesión al estado colonial nacido de la conquista, para informar a sus superiores y proponer modelos de conducta a las siguientes camadas de misioneros y catecúmenos, escribieron muchas y extensas crónicas sobre la evangelización de los indios. Los humanistas que enseñaban en la Pontificia Universidad, como Francisco Cervantes de Salazar, y algunos viajeros, como Carreri, Gage, Morfi y Humboldt, también dieron testimonio, a través de crónicas y libros de viaje, de una Nueva España que mudaría aquel nombre por el de México.

Por su parte, el rey al que no se le ponía el sol en sus dominios dispuso el nombramiento de cronistas oficiales, "porque ninguna cosa puede ser entendida ni tratada como debe... sin averiguación cumplida y cierta", de lo recién acontecido en cada una de las provincias del vastísimo imperio español. A las crónicas semioficiales de Pedro Mártir, Fernández de Oviedo y López de Gómara, siguieron las oficiales de Antonio de

Herrera, Gil González Dávila y Antonio de Solís, que todavía hacen las delicias de los historiadores de la época colonial de México.

Las luchas por la independencia, las grandes hazañas de los patriotas insurgentes, y en definitiva, la constitución de los Estados Unidos Mexicanos, han venido en nuestro conocimiento y a nuestra estima gracias a dos tipos de crónica. Una es la ya conocida desde el siglo XVI que para las guerras de emancipación escribieron Bustamente, Zavala, Mora y Alamán para sólo citar a los cuatro mayores evangelistas de esa epopeya. La otra nació junto con los periódicos, con las gacetas del siglo de las luces; con el Diario de México que data de 1805, y con la prensa periódica insurgente. Para distinguirlos de los cronistas de la vieja onda, a los que escribían sobre sucedidos recientes, con brevedad y a las volandas, dio en llamárseles reporteros. En el siglo XIX una nube de reportajes periodísticos acabó por ocultar el sol de la crónica. Muchos reporteros se percataron bien pronto de que las buenas noticias eran las malas, de que sus lectores sólo querían oír sobre abusos de gobernantes, guerras entre naciones y crímenes callejeros y se olvidaron de la marcha normal de la administración pública, de los acuerdos entre Estados y de la paulatina mudanza de las costumbres.

Algunas de las autoridades decimonónicas pretendieron defenderse de los reportajes sobre anomalías políticas evitando su publicación en los periódicos. Otras prefirieron dar libre curso a la prensa independiente y tremendista e introducir, en esos periódicos, reporteros oficiales que contrarrestaran el amarillismo de los primeros. Lo más común fue la publicación de un diario noticioso que diera a conocer las buenas obras del gobierno y las horas felices de los gobernados como sucedió con El Imparcial, del que se tiraban unos cien mil ejemplares diarios, se vendía a precio irrisorio el ejemplar siempre bien impreso y con atractivas ilustraciones. También se ordenó la hechura de crónicas de más enjundia, con formato de libro pero restringidas a las actividades del dictador.

La siguiente jornada de la vida de México ha inspirado crónicas tan importantes, extensas y de buen leer similares a suscitadas por la conquista, la lucha independiente y la reforma liberal. Entre las crónicas revolucionarias sobresalen El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, los Ocho mil kilómetros en campaña, de Alvaro Obregón, el México insurgente, de John Reed, un buen número de libros de Artemio del Valle Arizpe, Renato Leduc y Salvador Novo; las Visiones mexicanas, de José Alvarado; Labor periodística, de Daniel Cosío Villegas; las Charlas

de sobremesa, de P. Lussa y muchas más compilaciones de reportajes periodísticos del acontecer mexicano de 1910 para acá y de los que sólo cito ahora unas pocas de autores ya difuntos. Como en la centuria anterior, la mayoría de los cronistas del presente siglo han navegado con la bandera de reporteros. Son muy pocos los cronistas al uso antiguo, numerosos los que escriben libros de viaje y muchísimos los cronistas de la onda audiovisual, del cine, la radio y la televisión.

Los reportajes de los periódicos por la crónica audiovisual, por los noticieros emitidos, en primer término, por el cine; en segundo, por las estaciones de radio, y de los cincuenta para acá, por los canales de la televisión. Día a día, los siete días de la semana, durante las veinticuatro horas de cada vuelta del mundo, se nos pone, a través de muchas noticias, al tanto de todo lo que pasa aquí y en el resto del planeta, máxime si son acaeceres en donde haya emisión de sangre o actividad de alcoba. Los periódicos, las revistas, el cine, la radio y la tele nos transmiten tal caudal de información, tan tremenda y con tanta frecuencia que no es posible ni deseable retenerla, que espontáneamente, por salud mental, nos entra por un oído y nos sale por el otro. La proliferación de crónicas entregadas al goce de la banalidad o de la quejumbre o de la menuda nostalgia o de la exaltación de vanidosos sin más, ha hecho necesaria la vuelta al antiguo arte de cronicar.

Sin reprimir reportajes y noticieros cotidianos, sin golpear a la crónica efímera y sus destellos amarillos y rojos, sin ofender a la prensa libre, era necesaria la vuelta a la selección de noticias, al diario de sucesos notables, a la crónica al uso antiguo. Así como ya lo tienen muchos centros urbanos, la República Mexicana requería cronistas, y dada la magnitud de su población y sus obras, un equipo de cronistas con las máximas facilidades de información, con la cordura necesaria para extraer de montones de paja los granos representativos e influyentes de la acción de los mexicanos y su gobierno, con el espíritu de verdad y con la soltura al escribir que les reconocemos a los cronistas de antaño.

A la vista de estos volúmenes sobre lo sobresaliente de Las razones y las obras del gobierno mexicano y la sociedad actuales, se siente la satisfacción del deber cumplido por Alejandra Lajous, coordinadora de la crónica del sexenio 1982-1988, por los cronistas Ulises Beltrán, Enrique Cárdenas, Santiago Portilla, Antonio Morfín, Graciela Orozco de Andapia, Lucía de Pablo, Dora Schael de Obregón y Roberto Villarreal Gonda, amén de quienes recogieron información y de los fotógrafos que dotaron

a los siete volúmenes de excelentes anzuelos visuales. Miguel de la Madrid ha retomado una tarea indispensable y de vieja estirpe, con un alto sentido de responsabilidad que seguramente sabrán apreciar los gobernantes de México en el futuro próximo y los historiadores de todos los futuros.

La crónica, ayer como hoy, cumple con la doble función de sistematizar la información dispersa y resumir el alud de noticias para facilitarle a la autoridad el conocimiento del entorno social y para servirles a los historiadores, en bandeja de plata, datos para sus novelas verídicas. Sin dárselas de profeta, cabe decir que esta crónica de un sexenio crucial de la vida de México, tiene visos de volverse clásica como ya lo son la del rey Alfonso III, las escritas por Villani, López de Ayala, Cortés, Bernal, Motolinia, Bustamante, Zarco, Micrós, Cuéllar, Gutiérrez Nájera, Guzmán, Novo y muchos más del distante y del próximo pasado. Una vez desempeñada la tarea de supersecretaría de la administración pública de México, la crónica de Miguel de la Madrid se convertirá en pasto de historiadores, aun de aquellos que desconfían de este tipo de testimonios. Los documentos que nunca se propusieron informar pueden servir para hacer la osatura de una historia, pero sólo los informativos, como reportajes, noticieros y principalmente crónicas, le permitirán dotarla de carne.

Por último, permítaseme manifestar el deseo de que una empresa como la celebrada ahora no resulte víctima de nuestro sistema métrico sexenal; el deseo de que perdure, por muchos sexenios y felices días, la costumbre de escribir y publicar la crónica sumaria de las razones y las obras del gobierno mexicano y sus efectos en la vida social.

01/12/1986

Suave matria

Luis González y González.

PATRIOTISMO Y MATRIOTISMO

"LA PATRIA” .

es primero" ha sido el lema más acatado por estudiosos y gobernantes de la República Mexicana de la independencia para acá. Unos y otros se

han saltado muy rara vez las bardas de la nación. La locura de los intelectuales mexicanos por el tema de su patria quizá jamás ha sido superado en ningún otro país. La gran mayoría de nuestras pesquisas intelectuales son de asunto patrio. Se averigua y se escribe en muy pequeñas dosis acerca de los demás países o de las partes disímiles de éste. Desde el robo de medio territorio nacional, perpetrado por tropas norteamericanas, los sucesivos grupos dominantes en México han hecho todo lo posible para crear la imagen de una patria epopéyica y uniforme; para infundir cariño a los héroes que nos dieron patria, odio al invasor y menosprecios a los particularismos nacionales, y para imponer como lema de la mexicanidad la tesis de "nada exótico ni nada disímbolo"; equivale decir: "ninguna tarea de mayor ni de menor tamaño que el de México". Muy pocas veces nuestras minorías rectoras han apoyado la vocación universalista, de cruce de todas las culturas, de la sociedad mexicana en su conjunto, así como la vocación localista, el apego a la tierruca de muchísimos mexicanos.

Para las minorías rectoras de México éste es uno e indivisible pese a sus dos millones de kilómetros cuadrados de territorio, sus tres pisos, sus tres madres, sus tres altiplanos, sus múltiples volcanes, la multitud de valles y antivalles, las muchas regiones asoleadas y desnudas y las pocas regiones vestidas de verde, las nubes artificiales y crecientes sobre media docena de anchas verrugas urbanas, las pocas nubes de verdad y la escasez de agua en la gran mayoría de los campos; en suma, una tierra hecha de retazos, un suelo multiforme. En la élite política, sólo a regañadientes se acepta la disparidad del país en su aspecto humano, aunque salta a la vista que los ochenta millones de compatriotas no comparten un modelo racial único; son de variada tesitura física. En el extenso y poblado México perviven todos los niveles de la historia universal desde la época de piedra pulida hasta la época de la computadora. Pese a todo, el pueblo llamado neoespañol durante tres centurias y mexicano en los dos últimos siglos tiene tres denominadores hasta cierto punto comunes: la religión católica y el idioma castellano, adquiridos durante la dominación ibérica, y el régimen republicano, uniforme político desde el derrumbe de Agustín I. Sin lugar a dudas existe una patria con características compartidas por casi todos los mexicanos, pero lo sobresaliente es un mosaico multiforme, una surtida variedad de paisajes, razas, estilos de cultura y niveles históricos que se agrupan en zonas, regiones y municipios.

Con fines puramente administrativos, los mandamases de la metrópoli han permitido la partición de México en sus nueve zonas originales: La pizarra yucateca de los Montejo, Veracruz, Anáhuac y los breñales del

Sur de Hernán Cortés, el Occidente de Nuño de Guzmán, el Norcentro de los gambusinos, el Norte de Francisco de Ibarra, el Noreste de Luis de Carvajal y el noroeste de los jesuitas. Las zonas de México tienen muy poca presencia en los pisos altos de la política, la economía y la cultura nacionales y no demasiada en el ánimo público. Nadie puede hablar en serio del separatismo de Yucatán o de solicitudes de autonomía del ancho Norte. Nadie avizora la posibilidad ni la gana de hacer de México ocho estados-naciones, ni siquiera ocho provincias autónomas. Por este lado no hay riesgo a la vista contra la sagrada unidad de la patria.

Tampoco existe riesgo de fractura por el rumbo del falso federalismo. La división del país en treintaiuna entidades federativas, que se dicen irónicamente libres y soberanas, es incapaz de producir disgregación. Las intendencias, precursoras de los estados, se establecieron para unir los poderes locales al poder central. Los estados del México independiente mantuvieron la vocación unificadora de las intendencias del poder. Si alguno de ellos toma decisiones propias se le aparta del mando sin miramientos. Con toda justicia, cada mandamás de un estado se ha hecho acreedor al título de virrey o intendente. Tampoco cabe aducir como ejemplos de particularismo estatal la pululación de historias de Aguascalientes, Campeche, Coahuila, Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Sonora, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y demás entidades federadas. La gran mayoría de las obras relativas a un estado de la república han sido escritas para mostrar lo que tiene de común con el conjunto de México, no para señalar otros climas, modos diferentes de haber mantenencia, hazañas propias, choques con el centro, afanes de autonomía, gustos distintos, maneras de sentir y de pensar exclusivas. Lo que el gobierno y la inteligencia han querido hacer pasar por el México disímbolo son cachos del común denominador de la patria, son partes de un todo y de ninguna manera todos aparte.

Lo mostrado por los mapas y las leyes como el México múltiple, formado por treinta y una provincias y un distrito federal, es el México único. La cantinela sobre la abundancia de pequeñas naciones, de identidades diferentes en el ancho territorio nacional alude a regiones y terruños. La configuración del territorio mexicano, tan lleno de sierras y otros obstáculos del relieve, ha sido desfavorable para la unidad nacional, ha ayudado a la formación de doscientas regiones con "características inconfundibles que se remontan a los tiempos prehispánicos o a los días de la colonia", según el poeta Homero Aridjis. La República Mexicana es un haz de regiones, algunas con nombres propios como el valle del Yaqui, los Altos de Jalisco, la Tierra Caliente de Michoacán, la Chontalpa,

Mapimí, Tarahumara, Costa Grande, el Bajío, la Huasteca, la Laguna, los Tuxtlas, y otras sin nombre, pero sí con peculiaridades. "Cada región -ha dicho Enrique González Pedrero- ha creado o recreado sus propias formas de relación y comercio con la naturaleza, una manera de trabar relaciones sociales y hasta un estilo de ejercitar el poder". La región mexicana es una unidad cambiante de índole ecológica, económica, histórica y cultural que suele producirse en una área promedio de diez mil kilómetros cuadrados, que reconoce como cabeza a una ciudad mercado. Generalmente no corresponde a una forma político-administrativa. Tampoco la gran mayoría de regiones mexicanas ha engendrado agudas conciencias regionales ni pretensiones de autonomía.

Los saberes científicos sobre esas áreas homogéneas de características físicas y culturales diferentes de las áreas vecinas, las regiones de México, son todavía pocos e insuficientes. Claudio Stern estableció la existencia de dos centenares de regiones y Gonzalo Aguirre Beltrán, David Barkin, Elinore Barret, Pedro Carrasco, Enrique Cárdenas de la Peña, Mario Cerutti, Claudio Dabdoub, Mario Gill, Robert Redfield, Hélene Riviere D'Arc, Bryan Roberts y Ramón Serrera han estudiado algunas de ellas. La región, a partir de 1979, fecha de arranque del Colegio de Michoacán, se ha vuelto tema de estudio obsesivo. En Colmich, la observan científicamente Patricia Arias, Brigitte Boehm, Juan Manuel Durán, Jaime Espín, José Lameiras y Gustavo Verduzco, en El Colegio de Jalisco, Carlos Alba y Guillermo de la Peña; y en los colegios de la Frontera Norte y Sonora, otros importantes investigadores. La región, vista con algún recelo por los poderes nacionalistas, ha comenzado a ser contemplada con interés por antropólogos e historiadores. Lo mismo cabe decir de la unidad mínima del mosaico mexicano, de los terruños, los pueblos, los pequeños orbes.

LAS MATRIAS,

los municipios, las parroquias o las patriecitas. Aunque el pequeño mundo municipal de Ramón López Velarde, Juan de la Cabada y Juan Rulfo no cesa de perder sus peculiaridades en los tiempos que corren, es aún una realidad muy notoria e influyente en la vida de México. Todavía una mitad de los mexicanos se insertan en minisociedades pueblerinas, municipios, terruños, tierrucas, parroquias, patrias chicas o matrias cuyas características objetivas vamos a esbozar una vez justificado el uso de la palabra matria. Como la palabra madre y sus derivados se usan frecuentemente en nuestro país en expresiones injuriosas, han

caído en desuso en expresiones llanas. Sin embargo, como en la busca de un término evocador de lo opuesto a patria no di con ninguno decente, me incliné por el uso de matria para referirme al pequeño mundo que nos nutre, nos envuelve y nos cuida de los exabruptos patrióticos, al orbe minúsculo que en alguna forma recuerda el seno de la madre cuyo amparo, como es bien sabido, se prolonga después del nacimiento.

Una matria o terruño de corte mexicano es difícil de encapsular en una definición por el enorme surtido de terruños y lo poco que se conoce de ellos. Aquí se parte, para establecer el denominador común de los aproximadamente dos mil mexicanos, del de su servidor (San José de Gracia de la punta occidental del Bajío de Zamora) y de otros doscientos ámbitos municipales que constan en libros. Los más son espacios cortos, en promedio diez veces más cortos que una región. El radio de cada una de estas minisociedades se puede abarcar de una sola mirada y recorrer a pie de punta a punta en un sólo día. En cuatro de las zonas del país, en el este, el oeste, el sur y centro, los nichos matrios suelen ser un valle estrecho o una meseta compartida, y en las zonas del norte remoto y del sureste o yucatania, parte de una llanura. Pocas matrias de México sufren frío, y sí muchos calores bochornosos. Pocas le piden a San Isidro que quite el agua y ponga el sol. La mayoría padece sed. Según los expertos en economía y salud, los microclimas del territorio mexicano dejan mucho que desear, pero si usted le pregunta a un lugareño por el clima de su tierra le dice que es el mejor del mundo.

Nuestras matrias han estado secularmente en contacto intimo con la tierra. Su gente rústica y semirrústica se ha repartido entre un corto caserío llamado pueblo y un número indeterminado de rancherías. Por regla general, los pueblos del Sureste, Sur, Oriente y Centro se fundaron con sus calles y plaza, conforme al patrón de retícula o tablero de ajedrez en la segunda mitad del siglo de la conquista, hace cuatrocientos años. Las cabeceras o pueblos del Occidente y de las zonas del norte fueron trazadas, en su mayor parte, en los siglos de las luces y de las luchas, en los siglos XVIII y XIX. Las poblaciones de modelo rejilla albergaban hasta hace poco entre dos mil y quince mil habitantes, pero ahora algunas doblan la última cantidad y siguen siendo pueblos. En la presente época de explosión demográfica, en que se reduce al mínimo el número de "angelitos" y la gente se multiplica al vapor, apenas ha crecido la cantidad de pueblos pero sí aprisa el número de habitantes de cada uno. La gente de las rancherías tiende a mudarse a su respectiva cabecera y así contribuye a su crecimiento, pero rara vez hasta el punto de convertirla en verdadera ciudad. La

mayoría sigue siendo poblado rústico que descarga sus excedentes de humanidad en las ciudades de México, Guadalajara y Monterrey, en algunos prósperos centros de región, en las capitales de los estados y en las plantaciones de Estados Unidos.

La gente de cada uno de los dos mil municipios mexicanos de dimensiones rústicas y semirrústicas suele estar emparentada y conocerse entre sí. Se llaman unos a otros por su nombre de pila, su apellido y su apodo. Los académicos dicen que en las pequeñas agrupaciones humanas se da el conocimiento interpersonal directo. Hay comunidades, como la mía, donde todos los vecinos somos parientes, donde va uno por la calle diciéndoles a los que encuentra: "¿Qué tal primo?"; "buenos días, tío"; "quiubo, compadre"... En ninguna matria se da el caso extremo de ser todos los vecinos "entre sí parientes y enemigos todos" pero no son raras las enemistades dentro de la parentalia y sobre todo los conflictos entre unas familias y otras. En las matrias, la estratificación social es un tanto confusa y débil. En la arena de las discordias, la lucha entre familias es mucho más ardua que la lucha de clases. En otros tiempos, los pleitos por tierras tan típicos de las poblaciones menudas, tenían como contendientes a los hacendados, los comuneros y los parvifundistas. Ahora siguen los conflictos entre éstos y los camaradas ejidatarios y entre unos ejidos y otros.

Como es bien sabido, la gran mayoría de los hombres de las matrias de México se ocupan en labores agrícolas, ganaderas y artesanales que son ejemplos de inseguridad económica. El común denominador de la agricultura es el cultivo del maíz, el crecimiento parejo de los maizales. Han aumentado las superficies regadas artificialmente, pero todavía la mayor parte de los campesinos hace crecer las milpas con el agua celestial del verano. La menos insegura ganadería suele ser distintivo de las comunidades criollas y mestizas. En las poblaciones de las zonas central, occidental y sureña, donde todavía se usan lenguas vernáculas, la actividad económica de los meses de secas es artesanal. Pese a que apenas adoran al dios de la economía, aunque son casi ateos en este campo los municipios rústicos arrean dos tipos de negocios o economías. El tipo, en decadencia, procura abastecer a la propia comunidad, es una economía de autoconsumo. El otro tipo, en crecimiento, tiene el propósito de abastecer a las urbes al través de las ciudades mercado. La siembra del maíz y el manejo de las vacas son generalmente actividades masculinas. En el notable nivel de artesanado conseguido por muchos pueblos, hombres y mujeres trabajan al alimón. En la hechura de comidas y la crianza de niños, sigue la primacía femenina. De hecho, las mujeres hacen el vestido, el sustento y la casa.

La vida doméstica en los terruños o matrias es tan valiosa como la vida pública, pero ésta llama más la atención por sus caciques, curas y ferias.

No en todos los terruños mexicanos existe o ha existido un mandamás o cacique, pero sí en la enorme mayoría. Desde el siglo XVI, los antiguos caciques se hicieron una con los españoles intrusos para mantener enhiesta la institución del cacicazgo. El cacique es el hombre poderoso y autocrático de una matria o terruño que antes era el jefe de una familia que lograba imponerse a las otras familias. Ahora también cuenta con el apoyo de las autoridades de la nación, temerosas de la democracia. Además de cacique, los pueblos de la República tienen un gobierno municipal. La mayoría de las matrias cuenta con un grupo de munícipes. Estos, según la ley, son elegidos libremente por la mayoría ciudadana del municipio; en la realidad los designa el supremo gobierno en connivencia con el cacique de cada matria. En torno a éste, pululan las fuerzas locales: los tenderos y demás riquillos, el presidente municipal, el todista, el doctor, el lambiscón y pico de oro, el chistoso, el listo y el leguleyo.

En cada uno de los dos mil municipios menos poblados de la República imperan matices culturales propios. Por regla general, el paquete de valores que da sentido y cohesión a cada una de las matrias lo administra un cura católico con la ayuda de las mujeres de la parroquia y a pesar de los retobos del maestro. La mano del señor cura anda especialmente metida en la salvaguarda de los valores éticos y religiosos y en la celebración de la fiesta patronal. ¿Quién no sabe que cada parroquia de México posee una liturgia específica y nueve días del calendario para mantener providente y amigo a su patrono celestial, a su santo patrono? La fiesta patronal exhibe en caricatura, a las claras, los aspectos económicos sociopolíticos y culturales de cada terruño, municipio, parroquia, o como ustedes decidan decirle a las matrias, hoy de moda como campos de estudio, aunque cercenadas de

LOS MATRIOTISMOS,

es decir, de sus dimensiones subjetivas. El gusto por la objetividad ha conducido a investigadores con patente de antropólogo o de historiador o de economista a la observación y el análisis de la ecología, los quehaceres económicos, la organización social, la forma de gobierno, la liturgia patronal y las notas pintorescas (cantos, danzas, antojitos y

modos de pronunciar) de algunas de las miles de minisociedades que componen la República Mexicana. En mi lista de estudiosos de las patrias chicas figuran 227 personas. En ese catálogo se excluyen eruditos de otras épocas. Son todos autores modernos, en su mayoría vivientes y saludables. Casi ninguno proviene de la matria estudiada. La mayoría son profesionales de las ciencias del hombre: antropólogos, sociólogos, historiadores, folcloristas y juristas. La mitad es de extranjeros, principalmente de norteamericanos. Estos acabarán por someter a rudas investigaciones a las dos mil matrias de México. Han empezado con las más oscuras y antiguas. Por otra parte, crecen en número y sabiduría los compatriotas estudiosos de la vida de pueblos y pequeñas ciudades. Todavía muchos son meros aficionados y dentro de los instruídos en la universidad, casi todos son flores urbanas que no saben cómo palpita el campo. Como quiera, ya comienzan a dar sus primeros frutos los pueblerinos estudiantes de los colegios de Michoacán, Jalisco, Sonora y la Frontera ocupados en la revelación de la vida y milagros de las sociedades pueblerinas o matrias. El Colegio de Michoacán ha frecuentado mucho el camino matriótico al través de su corta vida. Destacó gente para la hechura de las monografías municipales auspiciadas por el gobernador Torres Manzo. En los doce últimos meses ha añadido 30 estudios municipales a los casi quinientos, registrados para todo el país. Medio millar de aportaciones reveladoras del paisaje mexicano no son cualquier cosa. 227 autores y quinientos treinta estudios ya dan para una bibliografía matriótica obesa como la que tengo en mi telar.

Una cifra tan considerable de autores y ensayos que descubren matrias de México parecería sugerir que el examen de la multitud de ese tipo de congregaciones está muy adelantado. De hecho falta mucho por hacer. La mayor parte de lo existente se ocupa de pueblos de las áreas indígenas. Los municipios o congregaciones de mestizos y criollos, que superan en número a las comunidades indígenas, apenas atraen la atención de los estudiosos. De algunas matrias indias como Chilchota y su pelotón de pueblecitos, hay más de cuatro buenas investigaciones. De muy pocas matrias de gente moreno-clara hay buenos estudios antropológicos o históricos. De casi ninguna se ha dado cuenta de su dimensión subjetiva, de su matriotismo. La matria o conjunto de actividades económicas, intercambio social, manejo del poder, costumbres domésticas, creencias, prácticas religiosas y folclor y el matriotismo o conciencia del propio ser, amor propio y voluntad de diferencia y autodeterminación son cosas diferentes e igualmente importantes, una más o menos investigada y la otra apenas entrevista por falta de entrevistadores ad hoc.

La sabiduría practicada en el campo, los pueblos y las ciudades pequeñas, procura lo concreto y lo propio. Rehuye el saber abstracto. No le halla gusto ni sentido a las lucubraciones filosóficas. En las matrias falta la costumbre de la abstracción. La conciencia pueblerina es lo opuesto del saber universitario que anda en busca de semejanzas. Los lugareños suelen decir con Juan José Arreola: "somos muy distintos, y qué hermosamente distintos los habitantes de pueblos cercanos". La conciencia matriótica descubre en primer término la singularidad propia. Cada matria tiene su modo de entender y de vivir el valle o la meseta que la acoge, su río y arroyos, su bosque o chaparral, sus aguaceros y heladas, sus animales silvestres y domésticos y el conjunto de su economía. La mayoría de los lugareños son como los nobles de Europa, saben el apelativo de sus ancestros por lo menos hasta el nivel bisabuelar. Saben muchas cosas de cada uno de sus contemporáneos. Renuevan día a día el conocimiento de su tribu. La conciencia de la patria chica de cada uno de sus miembros suele ser minuciosa y lúcida, pero pocas veces se da en libros de geografía, historia o etnografía. El conocimiento pueblerino de cada pueblo se expresa frecuentemente en forma artística, en pastorelas, corridos, versos de humor, novelas narradas, mitos históricos y conversaciones donde andan mezclados el saber y la emoción.

Es muy importante la poética de los pueblos, las emociones que suscitan en sus hijos la iglesia donde se arrodillan los suplicantes, "el mercado lleno de legumbres y cestas", los árboles y las aves, "el santo olor de la panadería", el silencio que permite escuchar el paso de las ánimas, "el río que pasa cerca del pueblo", la cumbre que proporciona leña y divisadero, "el pantano en que se crían las ranas". En la gente de ciudades mayores predomina el miedo a las corrientes de agua que se despeñan, las abruptas montañas, la vegetación tupida y los animales del campo, pese a las modernas vías de transporte y a la propaganda bucólica de los escritores románticos, del cine y de la televisión. En los pueblos las cumbres no espantan, el paisaje se siente como regazo, se quiere a la tierra natal no obstante que parecen negarlo el uso cada vez mayor de la motosierra para derrumbar encinas y pinos, la cacería y otras modernidades que casi siempre se originan en negocios urbanos. Las particularidades históricas recordadas también suscitan fuertes emociones. En suma, la emotividad matriotica hace de la tierra natal un luminoso, dulce y bello regazo con el mejor clima del mundo, el agua más saludable, los rayos mejores del sol y la luna, las mujeres portadoras de las tres b, las casas como cobija, las comidas para chuparse los dedos, los crímenes más sonados, el santo más milagroso y los muertos más queridos. El sentimiento matriótico, aunque menos extrovertido y charangoso que el sentimiento de la patria, es quizá más fuerte, pero menos exclusivista.

El amor al terruño y sus valores propios, la adhesión de los lugareños a una comunidad corta no suele contraponerse ni al humanismo ni al matriotismo. Las emociones matrias no excluyen los sentimientos patrio y humanitario. Por ejemplo, es posible y nada desusado el ser fiel a las particularidades religiosas de Chalma o San Juan Parangaricutiro y mantenerse fiel a la Iglesia Católica. Con exclusión de muy pocos matriotismos mexicanos de corte indígena, la actitud matriótica se lleva muy bien con el catolicismo, con una religión de índole universal en la que sus guías constantemente insisten en las verdades eternas y el apego a un pasado larguísimo. Los pueblerinos aman y veneran, sin violentarse, a su santo patrono, figura universal, y a los héroes nacionales, invocados, entre gritos, cohetes y balazos, los días quince y dieciséis.

En términos generales, la voluntad de los pueblos mexicanos es conservadora; quieren mantener consigo, sin mayores mudanzas, algunas costumbres domésticas (comidas, casas y modales de cada lugar); la decoración con macetas, jaulas con pájaros, imágenes de santos, fotografías de parientes, y la lengua vernácula, si la hay. Los gustos y anhelos matrióticos, en los aspectos de organización social y de valores culturales, miran más hacia el pasado y menos hacia el futuro. No sé cómo decir que la gente de los pueblos es castiza y descastada.

Los antropólogos que se han ocupado del estudio de los quereres pueblerinos coinciden en que lo conservador en cultura no quita el deseo de cambio en otros órdenes de la vida. El paisanaje sustituye alegremente el caballo y el burro por el camión, el coche y la bicicleta. Cambia con gusto las cocinas de leña por las estufas de gas. Si le cae el chauistle, acude al médico, no al brujo. Se pega al televisor como la gente de ciudad. Las muchachas pueblerinas procuran vestirse según los dictados de los lanzadores de modas. Hay sed de progreso en el campo, según dictamen de los urbanitas. No llega a mayores lo que algunos antropólogos llaman: "conflicto entre la preservación de su propia identidad sociocultural y las ganas de acrecentar su acervo tecnológico". Cada vez se generaliza más la idea de que los pueblos de este país se mantienen adheridos a su pasado y con la mirada dirigida al futuro. Los pueblerinos de ahora comparten con los citadinos el anhelo de salir de pobres, el cariño a las máquinas, el gusto por los trabajos con un mínimo de fatiga, la busca de salud, el ímpetu democrático y el deseo de saberes. Contra lo que puedan decir las güeras Rodríguez de hoy, el matriotismo mexicano, los Cuauhtitlanes de México están ávidos

de tecnología moderna, no rehuyen el lucro, su individualismo los conduce con naturalidad a la democracia, gustan de saber novedades, oír radio y audiover televisión y estar a la moda, pero no han podido hacer buenas migas con

EL PATRIOTISMO IMPACIENTE

y autoritario de los hombres que manejan el volante de la nación mexicana, con un patriotismo o nacionalismo que ejerce con frecuencia acciones agresivas contra el matriotismo o conciencia de la patria chica, amor por el solar natal y anhelos de las dos mil minorías municipales. El patriotismo de los conductores de la República Mexicana casi siempre ha despreciado al matriotismo y todo lo que huela a rústico. El desprecio se manifiesta de mil formas en decires, actitudes y conductas. Se dice de los villanos, pueblerinos y rancheros que son villanos, pueblerinos y rancheros; esto es, gente de mala entraña, conducta torpe, perezosa, incivil, sin historia, igual en todas partes, sin educación, desorganizada, burda, lenta, instintiva, insensible, cursi, paya, pasguata, tonta, ignorante, sucia, inmóvil, desconfiada, socarrona, obtusa y pendeja. La gente ilustrada de las urbes está segura de que la otra gente no dispone de espíritu emprendedor, tira a la inmovilidad, está indotada y llena de prejuicios arcaicos. La minoría rectora de México, la que administra el patriotismo mexicano, no duda acerca del subdesarrollo de la población villana, pueblerina y ranchera. Aun los que se dicen simpatizadores de la vida en ciudades pequeñas, pueblos y ranchos expresan su ternura con palabras y actos desdeñosos. Ellos adjetivan a los pueblerinos llamándoles ingenuos, inditos y folclóricos. El metropolitano, máxime si pertenece al grupo dominante, está seguro de su superioridad frente al hombre de campo y pueblo. Arguye que ciudad y civilización son hijas de la misma raíz. Les resulta casi imposible deponer su orgullo ciudadano y ponerse al tú por tú con los patanes que ejercen el matriotismo.

El discurso patriótico de ninguna manera es de origen rural. Como dice Miguel de Unamuno, "el sentimiento de patria, de patria grande, de patria histórica, con una bandera y una historia común y una representación ante las demás patrias, siendo por ellas reconocida como tal, es un sentimiento de origen ciudadano". El patriotismo nuestro es cosa de metrópolis y lo manejan como cosa propia los habitantes de la ciudad que le impuso su nombre a todo su país de dos millones de kilómetros cuadrados. También los vecinos de las capitales de los treinta y uno estados y una docena más de urbes grandotas como León o

Tijuana sobreponen el patriotismo al matriotismo. La conciencia, la emoción y la voluntad patrióticas de México están muy ligadas a los hacinamientos de hombres, al despotismo, a la ilustración y al afán de modernización de los déspotas ilustrados y citadinos del siglo de las luces.

En los caudillos de la independencia de México se mantuvieron vigentes y en estrecha alianza los principios de la ciudadanía, el nacionalismo y la modernidad. El estado-nación, esculpido por los curas de Dolores y Nocupétaro y por el general Iturbide quería ser como los estados-naciones a la moda, de estilo moderno, caracterizados por su fuerte desarrollo económico, estruendosa revolución industrial, grandes urbes, vida parlamentaria, gobierno nacido de elecciones libres y universales, pueblo culto, salud, deportes, libertad, glorificación mitológica de algunos militares batalladores y de una bandera ensangrentada. El nacionalismo propugnado por todos los gobiernos de la República Mexicana, por los federalistas y los centralistas, los conservadores y los liberales, los porfíricos y los revolucionarios, se distingue por su afán modernizador. Aparte de eso, nuestro patriotismo reciente, ahora nacionalismo revolucionario, es también mandón, hispanófobo, indigenista, charro, receloso de la iglesia católica, con complejo de inferioridad, imitador a hurtadillas del arte y la literatura en boga en los países desarrollados, siempre a punto de inaugurar la democracia, maniático del uniforme, centralista y con poca disposición verdadera a que sus dos mil y pico de municipios hagan su vida. Se trata de un patriotismo venerador de mártires, envidioso de los triunfadores, triste, rebosante de miedos. Aunque no lo diga, cree que lo hecho en México está mal hecho y que los mexicanos, quizá por culpa de la dominación española, quizá por el oscurantismo clerical, quizá porque los gringos nos ven de arriba hacia abajo, acaso por mal comidos, somos incapaces de cosa alguna, máxime si nuestra oriundez es pueblerina. Es un patriotismo pesimista, que no desesperado. Cree a veces en la redención de la parte rústica del país si se le trata con modos de papá. El ánimo tutelar de nuestro patriotismo está fuera de toda duda.

Los administradores de la nación, los miembros del gobierno federal y de los gobiernos de los estados han tratado de conducir paternalmente a pueblerinos y rancheros, de meterles las fórmulas modernizadoras con mano suave y sin tomar en cuenta para nada sus saberes y experiencias, el amor lugareño a ciertas tradiciones y circunstancias, y lo poco que al pueblerino le importan algunos conocimientos metropolitanos. La actitud patriótica de nuestra élite gobernante no sólo padece de obsesión modernizadora; también le da por convertir la

unidad en uniformidad. En nombre de la patria una e indivisible se expulsan bellos y fecundos localismos y sobre todo se gobierna desde el centro, se cae en el mal que lleva el nombre de centralización administrativa.

La ciudad de México y sus sucursales dictaminan qué y cómo deben de aprender los niños del conjunto de pueblos de la República. Las diversas crianzas recibidas en los hogares suelen ser atropelladas en todo lo que se aparte de la consigna pedagógica nacional. Según esto, los niños, como lo dijo alguna vez el claridoso sonorense Elías Calles, son del estado-nación, de la patria grande y tragona, que no del hogar ni del municipio. Centenares de miles de maestros trabajan en muchísimas escuelas de rancherías y pueblos para convertir a los niños en adultos muy semejantes entre sí; procuran la nivelación; se oponen a transmitir el pasado cultural del terruño donde enseñan; son generalmente agentes inmisecordes, que no exitosos, de la política centralizadora.

No se comportan mas inteligentes y menos autoritarios quienes llevan a la multitud de cuauhtitlanes mexicanos los planes salvadores de la nación que se cocinan en las secretarías de Agricultura y Recursos Hidráulicos, Comunicaciones y Transportes, Educación, Reforma Agraria, Pesca y Turismo. En la ciudad de México, donde el único cultivo es el de los jardines y la única ganadería es la de gatos y perros domésticos, se elaboran los planes a que han de ceñirse las labores de ejidatarios y parvifundistas de un país de doscientas regiones ecológicas diferentes. En la Secretaría de Educación se reconocen las mil diferencias culturales de la patria, pero se olvidan a la hora de hacer el plan global de desarrollo educativo. SEDUE y Reforma Agraria no son menos centralistas. Ni siquiera Turismo, tan promotor de trajes, artesanías y antojitos regionales, sabe tratar con la matriotería mexicana y apropiarse de las muchas cosas que los pueblerinos saben y los urbanistas ignoran.

El patriotismo ansioso de modernización, la impaciencia modernizadora, manejada por los gobiernos federal y estatales al unísono, suscita problemas inútiles, se azota, se preocupa, se da topes contra las paredes de los matriotismos. Se corre un cierto peligro de que las duras cabezas de algunos urbanitas derrumben las paredes municipales a fuerza de levantar polvos, hacer olas y esparcir ruinas. Por lo mismo, se impone un cambio de rumbo en el nacionalismo machista y uniformador, un

PLAN SIN VÍCTIMAS

para resolver la oposición entre los déspotas ilustrados y el hombre practicante de las enérgicas virtudes de su tierra natal. Se necesita un patriotismo que no se desquite de sus malas pasadas internacionales con los débiles matriotismos interiores. Aboguemos por un amor patrio que no se encele con el amor de las personas a su tierruca y sus costumbres ancestrales. El mundillo oficial debe aprender a convivir con las personas que se preocupan más por el mundo o por su matria que por su patria, pues ni los humanistas ni los matriotas ponen en peligro la existencia nacional. Sobre todo los matriotas son incapaces de poner en riesgo de muerte a una nación enorme. Ni Juchitán ni ningún otro municipio por más David que se sienta puede vencer al Goliat mexicano. Ningún terruño tiene el deseo y la fuerza requeridas para noquear a la patria. En cambio, todos los terruños pueden ayudar a la realización de algunas metas patrióticas.

Por diversas razones es muy difícil meter en una ponencia los diversos modos de colaboración entre los matriotismos y el patriotismo mexicano, las muchas maneras de evitar roces entre los secuaces del ancho mundo del papá gobierno y los prendidos a las faldas maternas o municipales. Como quiera, es conveniente apuntar algunas colaboraciones posibles. El matriotismo puede devenir la escuela de la democracia. Es un lugar común la afirmación de que el municipio es el almácigo de la semilla democrática. En las minisociedades, el anhelo de elegir guías políticos suele ser muy espontáneo. Si la tutela de la patria se olvida de intervenir en las elecciones municipales, si se permiten los ayuntamientos elegidos sin consignas, sin recomendaciones, sin sugerencias y sin fraudes del partidazo hasta ahora monopolizador del patriotismo, puede surgir una democracia directa, fundada sobre la igualdad entre los hombres y con escasa ambición de poder. A partir de la democracia municipal y sin mayores contratiempos, la tan venerada señora escalaría todos los escalones de la vida nacional. ¿Acaso el estado paternalista pierde la adhesión de las células municipales por permitirles un autogobierno libremente elegido?

Si se les deja, los matriotismos son escuela de democracia directa, como en la pequeña ciudad antigua. Pero también pueden ser abastecedores de otras muchas carencias de la población superurbana de nuestros días. Los hombres que envía la urbe para acrecer el producto de las

labores agrícolas, ganaderas y agroindustriales suelen fracasar en sus propósitos por exceso de conocimientos generales y escasez de saberes concretos almacenados en los almarios de agricultores, ganaderos y agroindustriales al través de los siglos. Con un simple acto de humildad, el papá gobierno y sus agricultores chapingueros, ansiosos de hacer producir la tierra, pueden aprender las microgeografías elaboradas por la gente del campo. Lo mismo cabe decir de las técnicas y usos de labranza de cada lugar. Es muy fácil llegar a contratos de cooperación económica entre patriotas y matriotas, siempre y cuando los patriotas estén dispuestos a aprender de los matriotas. Estos, por regla general, se manifiestan dispuestos al uso de técnicas novedosas si demuestran ser superiores a las antiguas en un determinado terruño. El conocimiento que se tiene de cada uno de los vecinos, la sabiduría concreta del prójimo, quizá impida la formación de cooperativas en muchas comunidades, lo cual no es ninguna catástrofe económica. Esta se da cuando se impone la cooperativa sin tomar en cuenta el saber concreto de sus miembros. A la falta de consideración de lo que el paisanaje sabe del vecindario se debió el derrumbe del ejido colectivo.

Los profesionales de la patria, especialmente los políticos, no deben desoír las menudas sabidurías de los diferentes pueblos, las tradiciones de cada matria, el amor matrio, los localismos. La educación nacionalista puede dejar de tener líos con las crianzas matrióticas y conseguir mayor aprovechamiento de los educandos si incorpora profesores oriundos del lugar donde enseñen y sobre todo contenidos de la crianza lugareña. Se puede añadir a la aburrida geografía de la nación, la geografía municipal contada por alguien que la haya vivido bien. Las lecciones de historia patria que desnacionalizan a tantos niños podrían mejorarse si se les acuatan lecciones de historia matria o microhistoria. Sería muy provechoso el tener como profesor visitante de cada escuela rústica y semirrústica a uno o varios cronistas locales. Por otro lado, conviene estimular la historia recordada por los lugareños grabándola y estableciendo en cada cabecera municipal un archivo de la palabra que forme parte de una casa de la cultura que ya debiera ser como el otro templo de cada una de las parroquias mexicanas. Las casas de la cultura, dotadas de biblioteca, archivo, museo, fonoteca, discoteca y escaparate de artesanías de cada uno de los municipios de México, pueden devenir los sitios más adecuados para la reconciliación del patriotismo con el matriotismo, y en definitiva, para el rejuvenecimiento de México y lo mexicano.

Por otra parte, algunas de las medidas oficiales para la regeneración de los pueblos han sido tomadas de conformidad con los posibles

beneficiados. No pocos municipios han sido objeto de programas y aún de acciones gubernamentales inteligentes. Me gustaría evocar una política de nacionalismo revolucionario respetuosa de la sociedad rural. En el sexenio de Cárdenas, don Luis Chávez Orozco, encargado de asuntos indígenas, se opuso a la política de civilizar y mexicanizar a las numerosas comunidades indígenas aunque lloraran como niños bañados con agua fría. Entonces algunos se rieron de las famosas unidades patrióticas, de la unidad étnica, de la unidad lingüística, de la unida geográfica, de la unidad económica, de la unidad de ideas políticas y de la unidad de leyes; es decir, de la "unidad sagrada de la patria". Entonces estuvo a punto de ponerse en obra un nacionalismo revolucionario respetuoso de los localismos y a la vez impulsor de una patria unida y en orden.

Ahora se vuelve a hablar de nacionalismo revolucionario sin uniforme, de un patriotismo que acepta las infidelidades matrióticas, las costumbres diferentes de dos mil y más municipios. El nuevo patriotismo metropolitano abjura, según dice, de actitudes autoritarias y machistas. En 1982, juntó, entre otros muchos, a simpatizadores de disidencias locales, de matriotismo, para que propusieran formas de ayuda mutua entre el patriotismo modernizante y los matriotismos surtidores de vigorosa cohesión familiar, contacto estrecho con la naturaleza, labor sin prisas, multitud de ferias, inmensa variedad de cocinas o "antojitos", muchos saberes minúsculos y prácticos, numerosas y lúcidas artesanías, algunas formas de gobierno y diferentes tiples y andaditos. Poco después tuvo lugar la reforma del artículo 115 de la Constitución para abrirles brecha a las iniciativas locales y saciar los anhelos de autonomía de los municipios. Con todo, no parece ser el papá gobierno el que resuelva al final la vieja dicotomía, el que regule la

RECONCILIACIÓN ENTRE PATRIA Y MATRIA,

pues el inseguro, titubeante, receloso, machista y palabrero patriotismo oficial de México suele tardar mucho en los cambios de postura, le cuesta trabajo pasar del dicho al hecho. Quizá ha aceptado la lista de cosas buenas que provienen de las dos mil matrias de México. Quizá se acerca la hora en que va a tener más sentido la vida en los pueblos menudos. Está claro que de manera espontánea la dicotomía entre la ciudad y el campo, entre la matria y patria se atenúa, debido principalmente a la mejora del nivel de vida y sobre todo a los medios de transporte y comunicación. El labriego y el pueblerino a dado en ir a la ciudad, en romper su claustro. Sus frecuentes viajes, por carreteras

asfaltadas y en vehículos veloces que conducen a las urbes, de algún modo significan menoscabo en su repertorio de usos y adquisiciones de otras formas de vida. La facilidad con que ahora los matriotas que visitan las ciudades ha permitido un toma y daca entre las costumbres de la ciudad y las de los pueblos. Los pueblerinos acarrean chucherías y malas artes ciudadanas y colocan lentamente entre los citadinos algunas de sus exquisiteces de índole artesanal.

Otra manera de acercamiento entre el orden urbano y el rural lo produce el turismo o la visita de la población de la patria a pueblos de cierto tipo, así los situados a la orilla del mar, los próximos a pirámides, los de montaña mientras tengan árboles, los artífices de cerámica y ebanistería, los poseedores de aguas termales y los muy exóticos. Algunos sólo le conceden a los turistas la facultad de prostituir lo que tocan en sus recorridos. Otros hablan del amplio aprendizaje de los vacacionistas cuando se ponen en contacto con la gente buena y simple de las comunidades rústicas. No faltará quien diga que los metropolitanos en vacaciones han introducido a las matrias los blue jeans, el café con leche, las hamburguesas, las tortas y los refrescos embotellados. Sin duda todos concordamos en lo siguiente: hasta ahora los turistas mexicanos sólo sientan cátedra en cosa del 10 por ciento de los dos mil municipios pequeños de la República. Los repartidores de coca cola, las salas de cine, los radios de transistores y los aparatos de televisión sí llegan a la gran mayoría de las matrias.

En los años treinta y cuarenta las películas mexicanas repartieron las costumbres delictuosas y nocturnas de la gran ciudad y los hábitos ecuestres, las canciones y otras virtudes del paisanaje, con excepción de los latifundistas. Simultáneamente, la radio también contribuyó al toma y daca de canciones y modos de hablar de algunas matrias y la metrópoli. Enseguida aparece la televisión. Según Federico Silva, el televisor, un "instrumento satánico, tiende a borrar las diferencias regionales porque todo lo prostituye y estandariza". La satanización de la tele está de moda, máxime la de origen privado. Los intelectuales del patriotismo maldicen a Televisa y reconocen en Imevisión un buen instrumento de enseñanza. Otros no ven ninguna diferencia apreciable entre los programas informativos y de entretenimiento de las televisiones gubernamental y privada. Una y otra son escuelas seguras de patriotismo modernizador y unificador. Una y otra aplauden con el mismo entusiasmo las travesuras del PRI. Las emisoras de la televisión mexicana son del único grupo dominante de este país, aunque unas se manejen con la mano izquierda y otras con la derecha. Los canales de las dos versiones de la tele nacional lanzan un buen número de películas

y telenovelas de otros países y muchos filmes, videocartuchos, noticieros, comedias, comerciales, deportes, entrevistas, estampas de como México no hay dos, orquestas sinfónicas y vernáculas, chinas y charros cantores y cantantes bailarines unisex acuñados en el país. La televisión imivisiosa emite numerosos programas educativos, algunos destinados claramente a las comunidades rústicas, a las dichosas matrias, a dos mil municipios diferentes que sólo se igualan en la actitud sorda y desagradecida. Hay indicios de que los matriotas gustan más de los potpourrís prodigados siempre en domingo y para gente grande que de los consejos acerca de qué, cuándo y cómo sembrar.

Según los mexicanos superpatriotas, que en los tiempos que corren son también archipesimistas, la gente municipal y espesa, la mayoría de los matriotas de la República, los numerosos teleadictos de las comunidades pequeñas han tomado a pie juntillas las lecciones disolventes de la televisión y han perdido sus virtudes y características, se han vuelto plebe metropolitana, ya son iguales entre sí e iguales a los hombres urbanos de la casta humilde. Por lo mismo, ya es obsoleto o está a punto de serlo el hablar de ciudad y campo, de patria y matrias, de patriotismo y matriotismo. Como quiera, los optimistas no le conceden mucha capacidad de destrucción a los mensajes televisados. Dicen que las pequeñas comunas siguen lentas, socarronas, hogareñas, religiosas, instintivas y reacias a las abstracciones. Dizque la televisión les ha hecho lo que el aire a Juárez. Otros piensan que los pueblerinos adaptan las lecciones de los medios de comunicación "a su manera". Nadie habla con seguridad científica. El aspirante a conocer el influjo de los medios de comunicación, como la tele en las matrias, de México "se enfrenta -según Ramón Gil Olivo- al hecho mayor de la falta de investigaciones que sirvan de guía orientadora sobre el tema y, sobre todo, a requerimientos que provienen tanto de la teoría de la información, como de la etnografía, de la sociolingüística y de la antropología cultural". Mientras no se disponga de las noticias necesarias la prudencia dispone el cierre del pico.

Es inútil seguir estas disquisiciones mientras no se tenga en mano un mayor número de pelos de la burra. Lo muy poco visto por antropólogos, economistas e historiadores acerca del toma y daca entre urbe y pueblos no permite todavía extraer consecuencias de valor general y carácter científico. Por su parte, el ponente se resiste a encerrar las conductas de los hombres en casilleros; cree -pueblerino al fin- en un saber antropológico tendiente al conocimiento de personas y comunidades concretas. Por lo mismo, no les concede mayor importancia a las generalizaciones acabadas de hacer. También se

confiesa alérgico al uso de la terminología propia de los científicos sociales. Si hubiese blandido un vocabulario sociológico su ponencia habría dejado de tener el aspecto de una sarta de viejos lugares comunes. Como quedó, es informe insincero, sin ímpetu científico y sin apariencia de originalidad.