Ensayo Contexto Sociohistórico

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EL LUGAR DE LA EDUCACIÓN EN EL PRESENTE CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO “ENSAYO” POR: JOAN MANUEL MADRID HINCAPIÉ SEMINARIO: CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO DE LA EDUCACIÓN DOCENTE: PATRICIA RAMÍREZ OTÁLVARO MAESTRÍA EN EDUCACIÓN ÁMBITO POBLACIONES VULNERABLES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, EDUCACIÓN Y CIENCIAS DE LA SALUD TECNOLÓGICO DE ANTIOQUIA MEDELLÍN 2012

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EL LUGAR DE LA EDUCACIÓN EN EL PRESENTE CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO

“ENSAYO”

POR:

JOAN MANUEL MADRID HINCAPIÉ

SEMINARIO:

CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO DE LA EDUCACIÓN

DOCENTE:

PATRICIA RAMÍREZ OTÁLVARO

MAESTRÍA EN EDUCACIÓN ÁMBITO POBLACIONES VULNERABLES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, EDUCACIÓN Y CIENCIAS DE LA SALUD

TECNOLÓGICO DE ANTIOQUIA

MEDELLÍN

2012

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EL LUGAR DE LA EDUCACIÓN EN EL PRESENTE CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO

Más de lo mismo…

Desde esta perspectiva, no cabe duda que la educación o mejor dicho, su estado, su alcance, sus

condiciones, se han vuelto un tema de constante debate en la agenda pública nacional e

internacional, puesto que al considerarla como el escenario para “asegurar el bienestar de sus

ciudadanos, el desarrollo económico y la cohesión social en un mundo que vive profundas y

aceleradas transformaciones” (Marchesi, 2011, p. 7), devela la intención de seguir consolidando

un sistema educativo que responda a los intereses de los medios de producción, si se tiene en

cuenta que el “bienestar” y la “cohesión social”, son entendidos desde una perspectiva

economicista (Ortega, 2011) y no en términos de resignificación de la persona, es decir, una

educación que aparte de lo económico, conciba al hombre como la síntesis de un conjunto de

procesos históricos, culturales, políticos, éticos y morales, los cuales determinan el sentido y/o

significado de la realidad en la cual se circunscribe.

Aunado a ello, el interés de seguir creyendo que las problemáticas de la educación, según

Blanco (2011, p. 88), requieren el desarrollo de “políticas intersectoriales que den respuesta

integral a sus necesidades”, aparte de desconocer que efectivamente han sido estas mismas

“políticas” un mecanismo que ha coadyuvado a su detrimento, cuando en realidad se denota que

en los países con “economías emergentes” (Clifton y Díaz-Fuentes, 2011), tradicionalmente viene

impartiéndose una compilación de directrices generalmente establecidas para otros contextos, las

cuales han convertido la educación en un sistema que debe administrarse de manera similar a las

fábricas y por tanto, sus planes curriculares corresponden privilegiar la instrucción para lo

productivo a partir de lo tecnológico y lo científico, enmarcándola dentro de un conjunto de

regulaciones que paulatinamente la han vuelto un óptimo organismo que responda

satisfactoriamente a tales requerimientos (Botero, 2004).

Situación que para el caso colombiano, el Plan Marshall representó el inicio de una serie de

transformaciones que implantaron determinadas exigencias con las cuales el país debía regir su

economía, su sistema político, sus modos de producción y de la misma manera su modelo

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educativo, su cultura, el comportamiento de sus medios masivos de comunicación, todo ello con

el fin de estructurar un orden social que efectivamente se ajustara a los intereses consignados en

dicho proyecto y para lograrlo, se requería de un sistema educativo que se ajustara a tales

preceptos (Ahumada, 1996; Botero, 2004; Escobar, 1996); por eso ciertos organismos financieros

internacionales, entre ellos el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la

UNESCO y la CEPAL, fueron quienes comenzaron a sugerirle al Gobierno Nacional, que era

pertinente desarrollar un planeamiento estratégico que concibiera la educación como una

totalidad orgánica, la cual debía comprender y articular todos los procesos y niveles de la

enseñanza, hasta el punto de perfeccionar su sistema, en el sentido que hilvanara los diferentes

factores, cualitativos, cuantitativos, administrativos y financieros para que pudiesen darle a la

educación otro tipo de direccionamiento, donde la administración y organización de la enseñanza

lograran afrontar situaciones como la cobertura, deserción, ausencias, producción de

conocimiento, entre otras, (Betancourt, 1959; Botero, 2004).

Esto demuestra que la educación a partir de “políticas” establecidas por entidades foráneas,

en vez de propender por la formación del espíritu, la naturaleza del hombre, la convivencia, el

sentido de las relaciones interpersonales con base al contexto histórico de la persona (Nussbaum,

2010; Payá, 2000; Rincón, 2008), desde este punto de vista es claro que ésta ha venido

consolidándose en un ámbito dirigido por particulares exigencias, generalmente relacionadas con

los estándares de calidad, índices de cobertura, generación de conocimiento ─o más bien valor

agregado─, que más allá de reconocer que pretende la reducción del impacto de las situaciones

mencionadas anteriormente, en realidad no puede desconocerse que al ubicar la educación como

la principal instancia para el desarrollo económico de los países, se requiere de un sistema

educativo que opte por la formación de sujetos capaces de insertarse competitivamente en el

mercado global, específicamente orientados “al aprendizaje del conocimiento aplicado, que sirve

para generar velozmente estrategias destinadas a la obtención de la renta” (Nussbaum, 2010, p.

21-22). Por esta razón no es en vano que a los estudiantes se le presente “una realidad que no es

la suya y luego les hacen creer que es posible acceder a un mundo lleno de felicidad, porque la

preparación técnica que están recibiendo, les ayudará a alcanzarla (Merani, 1980, p. 20).

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No obstante, si se tienen en cuenta otras políticas como la Ley General de Educación, que

más allá de sentar un precedente en la historia educativa del país, dado que no sólo pretende

regular el sistema educativo, sino de apostar por la formación de personas íntegras, autónomas,

capaces de generar conocimiento e igualmente asumir con responsabilidad y autonomía sus

derechos y deberes a partir del desarrollo y fomento de la investigación, la adquisición y

generación de los conocimientos científicos, técnicos y estéticos de vanguardia, orientados con

prioridad al mejoramiento de la calidad de la vida de la población, a la participación en la

búsqueda de alternativas de solución a los problemas y al progreso económico y social del país

(Ministerio de Educación Nacional [MEN], 1994), es menester resaltar que dicha reglamentación,

al buscar la reorganización del sistema educativo de acuerdo a las características del contexto

socioeconómico del momento, aparte de modificar el sentido de la educación, ya que la designa

como un servicio, lo que implica en términos de eficiencia, determinar ciertos alcances del

currículo, definir las funciones de su administración y establecer los roles, derechos,

características y beneficios de los educandos y educadores (Álvarez, 2003; León, 2004;

Rodríguez, 2002), consecuentemente le otorgó un lugar que en vez de contribuir a la formación

de “seres autónomos, con capacidad crítica, reflexiva y analítica” (Léon, 2004, p. 343), se ha

encargado de instruir para

competir en la economía del conocimiento del siglo XXI, ya que sin poblaciones con

altos niveles de educación, la región no podrá competir en la nueva era de la

economía del conocimiento, donde los productos de alta tecnología —desde

programas de software hasta patentes de industria farmacéutica— se cotizan mucho

más en los mercados mundiales que las materias primas, o las manufacturas con poco

valor agregado y cuya receta para crecer y reducir la pobreza ya no será solamente

abrir nuevos mercados sino inventar nuevos productos y eso sólo se logra con una

mejor calidad educativa. (Oppenheimer, 2010, p. 16)

Panorama que sustenta la intención de las “políticas” en el contexto educativo colombiano,

dado que aparte de robustecer la idea que ciencia y tecnología son fundamentales para la salud de

las naciones en el futuro, lo cual viene dejando de lado la idea del desarrollo personal basado en

la imaginación y en el pensamiento crítico (Nussbaum, 2010), consecuentemente ha constituido

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un modelo de educación enfocado hacia el fortalecimiento de un homo economicus (Alcoberro, s.

f.), de forma que se constituya un individuo capaz de establecer nuevas formas de convivir, pero

basadas en términos productivos (Torres, 2007), lo que ha propiciado un cierto énfasis por “los

logros individuales en pos de un nombre y por ende del reconocimiento público, y lo cual ha

conllevado a formar un sujeto individualista, egoísta, arrogante, ambicioso, inequitativo”

(Mojica, 1997, p. 76).

Por todo lo anterior, se arguye que el lugar que tiene la educación tal y como lo plantea

Marchesi en su preámbulo, en un contexto que precisamente evidencia que las políticas, tal y

como lo plantea Blanco, en vez de propender por la solución integral de las necesidades que

circundan el escenario educativo, ha implantado un sistema educativo que debe redefinir

constantemente sus programas curriculares con base a las exigencias de los medios de

producción, gracias a la creencia que para la obtención de capital, es imperante romper con la

tradición, la cultura, el carácter y la idiosincrasia premoderna que le impide a los países atrasados

superar el subdesarrollo económico (Ahumada, 1996). Y más aún, cuando lo intersectorial,

apoyado en una caricatura de Quino (1976) ─la cual se presenta en la página siguiente─, por lo

regular está constituido por aquellos entes expertos que definen el presente y futuro del país, y no

precisamente por quienes a diario lo construyen, lo resignifican, lo padecen. En suma, es un poco

más de lo mismo.

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