Encartado juventud rebelde

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a 200 años de la batalla de la victoria

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La Batalla de La Victoria y su lección para la juventud

De las acciones militares de nuestra Independencia, la Batalla de La Victoria ha cobrado tanta importancia en los anales históricos, que por motivo de aquella triunfal jornada, obtenida por los patriotas el 12 de fe-brero de 1814, cada año conmemoramos el día de la juventud, pues cuando los enemigos crecían en fuerzas y golpeaban por todas partes el corazón de la patria, unos jóvenes heroicos se elevaron vencedores en medio de una guerra sin cuartel y a muerte, dando la mejor lección de lucha para la posteridad.

Era el año catorce. Pocos meses antes Simón Bolívar había establecido la Segunda República, luego de su fulgurante Campaña Admirable el año anterior. Pero ahora los enemigos de la Independencia acechan a los patriotas. La guerra se intensifica. Y los pronósticos para este año no parecen halagadores. Una Legión In-fernal se levanta en los llanos occidentales bajo el man-do de José Tomás Boves, jefe español temible e impla-cable, y amenazan los hermosos valles de Aragua. Los jefes criollos hacen enormes esfuerzos para contener el peligro inminente. Pero la derrota republicana en el combate de La Puerta, el 3 de febrero, abre el camino para que las huestes de Boves avancen hasta La Victo-ria, donde tendrá lugar la memorable batalla.

Ese doce de febrero, de hace 200 años, las tropas es-pañolas mandadas ahora por Francisco Tomás Morales —pues Boves había resultado herido en la batalla de La Puerta—, comenzaron el avance en dos columnas, la más numerosa intentaba entrar por la zona de Pantane-

ro, al sur de La Victoria, la otra columna, lo hacía por el camino de San Mateo. Las tropas atacantes contaban con cerca de 3.500 soldados, y 2.500 de ellos eran jine-tes. Los defensores de la ciudad, bajo el mando del ge-neral patriota José Félix Ribas, apenas alcanzaban 1.500 soldados, de los cuales, unos 800 formaban la división organizada en Caracas, llegada a La Victoria el 10 de febrero con Ribas. Los republicanos, contaban, además, con cinco piezas de artillería.

El fuego de los fusiles y la artillería resonaba desde las ocho de la mañana. Así lo dice Ribas en el parte de la batalla, publicado en el No. 40 de la Gaceta de Caracas. Y obstinado el enemigo en el avance, ganaba terreno a los defensores, tomando El Calvario y el Pantanero, cer-cando así a los jóvenes patriotas en la plaza mayor de la ciudad, transformada ahora en una trinchera resistente. Morales insistía en repetidas cargas de caballería contra los patriotas, esperando con cada choque abrir una bre-cha en la defensa. Las tropas de Ribas, cada vez más diezmadas, mantuvieron una actitud firme para dete-ner al enemigo.

Así se prolongó el combate hasta las cuatro y media de la tarde, cuando desde la torre de la iglesia, se obser-vó una polvareda por el camino de San Mateo, que a lo lejos anunciaba la llegada de refuerzos para los republi-canos. Sin dudar, Ribas supo que se trataba de una divi-sión enviada por Bolívar para su auxilio, que en número de 220 hombres, bajo el mando de Vicente Campo Elías, llegaban a La Victoria procedentes de La Cabrera.

Inmediatamente, Ribas hizo salir de la posición a ciento cincuenta hombres al mando de Mariano Montilla, de los cuales cien de ellos eran de caballería, que rompien-do la línea enemiga, protegieron la entrada de las tropas que llegaban con Campo Elías. Con este valioso auxilio, los patriotas emprendieron un duro contraataque que permitió retomar las posiciones que ocupaba el enemi-go. Y a las cinco y media de la tarde, las huestes de Mo-rales escapaban precipitadamente por las montañas en dirección hacia El Pao. El campo de batalla quedaba regado de cadáveres y pertrechos. Los patriotas inicia-ron la persecución de los derrotados, pero al caer la no-che, Ribas ordenó su regreso para reunir a todas las tropas en la ciudad. Así culminaba la gloriosa hazaña de La Victoria. Y así, aquellos jóvenes, sellarían para la his-toria su valiente sacrificio en defensa de la patria.

Los documentos de la época estiman que la mayor parte de los enemigos murieron en el enfrentamiento. Por su parte, los patriotas tuvieron unos cien comba-tientes muertos y más de trescientos heridos. Entre las bajas podemos contar al valiente coronel Luis María Rivas Dávila, quien, según aparece publicado el 21 de febrero de 1814, en el No. 43 de la Gaceta de Caracas, antes de morir dijo: “Tomad esta bala… (Dixo a un sol-dado a presencia del Cirujano que se la había extraído) llevadla a mi esposa y decidle la conserve y se acuerde que a ella debo el momento más glorioso de mi vida, aquel en que perecido defendiendo la causa de mi suelo (…) Muero contento ¡Viva la República!”.

Al día siguiente de la batalla, el 13 de febrero, en las alturas de Pantanero se presentaron algunos destaca-mentos realistas para seguir hostigando a los patriotas. Sin embargo, fueron desalojados del lugar por las tro-pas republicanas. En esta acción perdió la vida el capi-tán de cazadores Rudecindo Canelón.

En el Boletín del Ejército Libertador No. 35, fechado en el Cuartel General de Valencia el 16 de febrero de 1814, el general Ribas recomienda por su conducta dis-tinguida en la batalla de La Victoria al mayor general Mariano Montilla, a los tenientes coroneles Vicente Campo Elías, Antonio Flores, Ramón Ayala, Carlos Soublette y José Jugo; los capitanes Casimiro Esparra-gosa y Hermógenes Maza, así como a los soldados Ve-neno y Huesito. El Libertador, al tener conocimiento del brillante triunfo, envió desde Valencia una elogiosa proclama, dirigida el 13 de febrero a los “Soldados del Ejército Vencedor en La Victoria”, por la cual les dice haber sido escogidos por “…la Providencia para vengar la virtud sobre la tierra, dar libertad a vuestros herma-nos, y anonadar con ignominia esas numerosas tropas, acaudilladas por el más perverso de los tiranos”. En esta proclama, el Libertador confiere a Ribas el título de Vencedor de los Tiranos en La Victoria”.

La jornada de La Victoria ha dejado para las si-guientes generaciones una valiosa lección, una llena de coraje, entrega, sacrificio y fuerza moral. Y la ju-ventud presente y futura, debe encargarse de cultivar estos valores dignos de todo revolucionario. En el campo aleccionador de la historia, el triunfo obtenido por los jóvenes patriotas aquel 12 de febrero de 1814, ofrece el mejor ejemplo para alcanzar los ideales que nos enrumban hacia una gran nación.

Félix Alberto Ojeda Urbáez

PROCLAMA DEL LIBERTADOR DIRIGIDA A LOS HABITANTES DE LA PROVINCIA DE CARACAS, FECHADA EN VALENCIA EL 5 DE FEBRERO DE 1814

Habitantes de la Provincia de Caracas:

Un jefe de bandidos, conocido por su atrocidad, el perverso Boves ha podido penetrar hasta la Villa de Cura, reuniendo esas cuadrillas de salteadores esparcidos en los caminos de los Llanos. Ejércitos disciplinados no han podido avasallarnos, y sólo han combatido para su oprobio: ¿y una irrupción de viles asesinos podría, pueblos generosos, envilecer vuestro indómito brío? ¿Podrían ser alguna vez infamados esos venezolanos invencibles, terror de la España, honor de la América, admiración del mundo? No, vuestra indigna-ción exaltada vuela ya con una noble cólera, a castigar tantos ultrajes. Armaos en el instante, pueblos todos; que un ladrón no puede desolar ni deshonrar impu-nemente; corred a presentaros en La Victoria y Valencia, inflamados de ese valor sublime que os dio el imperio de Venezuela.

¡Republicanos impertérritos! Que en el terrible campo de batalla vengasteis con tanta gloria las vejaciones de la España. Hoy la libertad, el honor y la religión insultada por la más despreciable facción, os llaman con sus sagradas voces. Seguid a vuestro Jefe, que os ha conducido siempre a la victoria, y os ha dado la libertad.

Cuartel General de Valencia, febrero 5 de 1814.SIMÓN BOLÍVAR.

DOCUMENTO 677. Proclama del Libertador dirigida a los habitantes de la Provincia de Caracas, fechada en Valencia el 5 de febrero de 1814. Correspondencia Oficial. Periodo del 1 de enero al 7 de septiembre de 1814. www.archivodellibertador.gob.ve

DOCUMENTO 677. Proclama del Libertador dirigida alos habitantes de la Provincia de Caracas, fechada enValencia el 5 de febrero de 1814. Correspondencia Oficial.Periodo do do del 1 de enero al 7 de septiembre de 1814. www.archivodellibertador.gob.ve

El llamado al combateEntre los meses de octubre y diciembre de 1813, el Liberta-

dor organizó un plan de defensa que echaría las primeras ba-

ses del Ejército de la República. No sólo reglamentaría los

ascensos, los uniformes y los sueldos para la tropa, sino que

también crearía los “Cuerpos Cívicos”, “…para armarlos y for-

marlos inmediatamente”, destinados al combate.

Así, el 21 de diciembre de 1813, desde el Cuartel de Valen-

cia, escribe, como Ley Marcial del Estado: “Todo individuo

que no haya pasado la edad de quarenta años se presentará en

el momento ante el Comandante Militar del partido —se re-

fiere a los capitulares— a que pertenezca para alistarse en el

Cuerpo-cívico, llevando todas las armas, y caballería que po-

sea sin excepción alguna”.

En enero de 1814, con Boves agrupando fuerzas en los Va-

lles de Aragua, el Libertador ordena la construcción de una

ciudadela militar en Caracas para refugio de la población civil

y de los valores, para las provisiones y los materiales de guerra

y, sobre todo, para resistir ante el avance realista. Juan Bautis-

ta Arismendi, Coronel de los Ejércitos Nacionales, refleja lo

que se respiraba entonces: “Que a las doce de esta tarde debe-

rán hallarse en la Plaza de la Catedral todos los individuos,

desde la edad de doce años hasta la de sesenta, sin excepción

alguna, con las armas que cada uno tenga […] para formar

compañías, y establecer un plan de defensa en esta Capital,

con advertencia que el que no cumpliere esta orden, será tra-

tado como reo de Lesa-Patria, y por lo tanto en el mismo día

juzgado militarmente”.Carlos Alfredo Marín

José Félix Ribas y la imperiosa movilizaciónEl panorama era terrorífico: el 3 de febrero de 1814, el ge-

neral republicano Vicente Campo Elías era derrotado en La

Puerta por las tropas de Boves; en esta perspectiva, Caracas

se colocaba como presa fácil para los 12 mil hombres del

ávido asturiano. Boves organizaría sus huestes en Villa de

Cura disponiéndolas en tres columnas: una quedaría allí

como reserva; otra marcharía a Caracas por los Valles del

Tuy al mando de Francisco Rosete; la otra estaría bajo las

órdenes de Francisco Tomás Morales con un fin eminente:

cortar las comunicaciones entre Bolívar y Ribas, el primero

en Valencia y el segundo en Caracas. Frente a esto, la

labor de Ribas —ascendido a general de división de

los Ejércitos de Venezuela en octubre de 1813—

era, con orden expresa del Libertador, defender la

consolidación de la República en la región central.

Estratega incansable, veremos a Ribas, desde el 12 de ene-

ro hasta el 7 de febrero de 1814, reclutando, entrenando, ad-

ministrando y disciplinando a los nuevos combatientes, mo-

viéndose entre Caracas y La Guaira. Carteles y efusivos

bandos aparecían pegados en todas las esquinas; los toques

de corneta hacían temblar a mujeres y hombres; y en las pla-

zas públicas los pelotones de fusilamiento efectuaban la eje-

cución de los que se negaban a enlistarse. Ribas, ante la poca

afluencia de voluntarios, advirtió categóricamente: “Se repe-

tirá pues, el toque de alarma a las 4 de la tarde de este día, y

todo aquel que no se presente a la Plaza Mayor o el Cantón

de Capuchinos, y se le encontrase en la calle o en su casa sea

de la edad o condición que fuese será pasado por las armas

sin más que tres horas de capilla, ni otra justificación que la

bastante para ser constancia su inasistencia”.

Carlos Alfredo Marín

Fotografía tomada de http://lavictoria.victoriacomunal.com/Calle Real (hoy Rivas Dávila) de La Victoria, en 1906. La foto capta agasajos al general Cipriano Castro.

En esta calle se desarrolló la mayor parte de la batalla del 12 de febrero de 1812.

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A pesar de que el Rector de la Universidad de Cara-

cas, Gabriel Lindo, estuvo en contra de la decisión, 85

estudiantes universitarios respondieron al llamado

urgente del General Ribas. Para aquella época la po-

blación estudiantil no pasaba de 100 matriculados,

debido al pésimo estado de las instalaciones que deja-

ra el terremoto de 1812 y dada la escasez de docentes.

Entre los 12 y los 19 años oscilaba la edad del grupo

de adolescentes que cambiaban el libro por el fusil y la

lanza, y la apacibilidad del aula por la ferocidad del

campo de batalla. Ribas personalmente les enseñaría

a sujetar los rifles, sostener el machete, armar las ba-

rricadas y otras claves para el combate. “Todos mar-

chan contentos; diríase que están de vacaciones ¡Po-

bres niños! ¡Ligero bozo sombrea apenas la sangre

generosa de sus padres que sienten correr ardiente

por las venas, y ya van a derramarla! ¡La Patria lo re-

clama!”, comentará Eduardo Blanco muchos años

después en su Venezuela Heroica.

Dionisio Centeno Mejía, de 17 años de edad, sería

uno de estos valientes mozos. Estudiante del Semi-

nario al momento en que fue reclutado, Centeno

Mejía es tan sólo un caso luminoso de los tantos que

nutrían aquel grupo: combatiría en Vigirima, en El

Salado y en Maturín, y llegaría a obtener el rango de

Capitán de Milicia. Así, pues, el General Ribas, en la

mañana del 8 de febrero de 1814, partió con sus

1500 combatientes y cinco piezas de artillería hacia

la población aragüeña de La Victoria —localidad

donde confluyen el camino de Valencia hacia Cara-

cas y el sendero de los llanos—, sitio escogido por él

para frenar el avance de Boves. El Libertador, desde

el Cuartel General de Valencia, lanzó una fulgurante

proclama en apoyo a la tropa de Ribas, horas antes

de la batalla: “Hoy la Libertad, el Honor y la Religión

insultada por la más despreciable facción, os llaman

con sus sagradas voces. Seguid a vuestro Jefe, que os

ha conducido siempre a la Victoria, y os ha dado la

Libertad”. 12 de febrero de 1814: “Necesario es ven-

cer. ¡Viva la República!”

El 10 de febrero llega el ejército de Ribas a La Vic-

toria. La estrategia sería, sobre todo, defensiva: el

ejército realista lo triplicaba en número. Después de

algunas escaramuzas iniciales, en las poblaciones de

San Mateo y Pantanero, con la tropa enemiga dirigi-

da por Morales —Boves, herido, se había quedado

en Villa de Cura—, Ribas retrocede al casco interior

de la ciudad. Allí, en la plaza central, organiza una

táctica en cuadrícula: los hombres más experimen-

tados ocupan los sitios más visibles, mientras que

los jóvenes se atrincheran en improvisados muros y

paredones, entre las instalaciones de la iglesia y las

casas circunvecinas.

Paciente, la milicia heroica de Ribas sólo esperaba

la acometida salvaje, pero contando con algo a su fa-

vor: el atrincheramiento tenaz hacía dif ícil el ataque

de la caballería, y los escombros y las barricadas des-

esperarían al enemigo.

La tierra se estremeció al amanecer del 12 de febre-

ro. Justo al ver la cabalgata asesina que se aproximaba

a pocos kilómetros de distancia, Ribas eleva su espa-

da y grita: “Soldados: lo que tanto hemos deseado va

a realizarse hoy: he ahí a Boves. Cinco veces mayor es

el ejército que trae a combatirnos; pero aún me pare-

ce escaso para disputarnos la victoria. Defendéis del

furor de los tiranos la vida de vuestros hijos, el honor

de vuestras esposas, el suelo de la patria; mostradles

vuestra omnipotencia. En esta jornada que ha de ser

memorable, ni aun podemos optar entre vencer o

morir: necesario es vencer. ¡Viva la República!”. Todo

ardería: cañones, fusilería, bayonetas, lanzas y cuchi-

llos; los gritos pavorosos de los soldados caídos y el

resuello de los caballos espantados abundaron en

aquella escena sangrienta.

La táctica de Ribas estaba resultando efectiva: Mo-

rales, el jefe de la operación realista, imbuido en la

superioridad numérica de su tropa, mandaba a sus

jinetes y soldados ciegamente al callejón de la muerte.

Había que resistir. Y así lo hicieron: por cada cinco

realistas, moría un republicano.

A las cuatro de tarde, cuando ya las fuerzas atrin-

cheradas de los independentistas rayaban en la deses-

peración, apareció por entre la tormenta de humo y

tierra el refuerzo tan esperado de Vicente Campo

Elías y Antonio Ricaurte, con 400 hombres de caba-

llería, desde las afueras de San Mateo. Aprovechando

esto, Ribas, con sus 100 mejores hombres, procedió a

cubrir al refuerzo y a romper las líneas enemigas con

irrefutable bizarría: no había lugar para los prisione-

ros y todo el que caía en manos adversarias era ejecu-

tado sin compasión. A las siete de la noche, en medio

de aquel océano de sangre, los realistas huyeron des-

pavoridos en el desorden. Así cumplía el ejército de

Ribas con la Patria.

Carlos Alfredo Marín

Los estudiantes dan el paso decisivoC

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Iglesia matriz Nuestra Señora de Guadalupe. Entre las instalaciones de esta iglesia y las casas circundantes, los jóvenes estudiantes de las milicias cívicas de Ribas se atrincheraron

José Félix Ribas: el vencedor de los tiranosCorría el mes de septiembre del año 1775 y en la casa

de los Ribas, se afinaban los últimos detalles para re-cibir con gran júbilo la llegada del nuevo miembro del clan. Sus padres, don Marcos Ribas y doña Petronila de Herrera, felices con el nacimiento del último de sus once hijos, decidieron darle el nombre de José Félix.

Durante su juventud forjó una personalidad rebelde e impetuosa, dispuesta a luchar por la defensa de los Derechos del Hombre y el Ciudadano difundidos en territorio americano por los primeros rebeldes que al-zaron su voz en contra del monarca español. Seducido por estos ideales, se sumó al grupo de jóvenes que en reuniones clandestinas planificaba las estrategias para derrumbar las bases del sistema colonial.

Desde temprana edad el ilustre representante de los pardos tuvo una destacada participación en las cam-pañas militares lideradas por Francisco de Miranda y Simón Bolívar. En 1812, el general veterano demandó su presencia en la contraofensiva dispuesta para acabar con las tropas de Monteverde, sin embargo, triunfaron los realistas y cientos de criollos fueron condenados al destierro.

Tras la derrota, Ribas marchó al exilio con rumbo ha-cia Nueva Granada, tierra de reencuentros; allí volvería a reunirse con Simón Bolívar quien repuesto y decidido, tomó la determinación de marchar sobre territorio ve-nezolano en un esfuerzo titánico para liberarlo del yugo español. En 1813 se les ve juntos combatiendo al lado de destacados personajes como Atanasio Girardot, An-tonio Ricaurte, Rafael Urdaneta y Luciano D’Elhuyar.

En el mes de julio, el hijo de Caracas se alzó con el triunfo en la batalla de Niquitao (02/07/1813) y en la batalla de los Horcones (22/07/1813); en el mes de di-ciembre es condecorado con la recién creada Orden de los Libertadores y para comienzos del año 1814, está presto a continuar la lucha contra las fuerzas realistas ostentando el cargo de general de división, no obstante, el periodo que comienza está signado por la ferocidad de los ataques del temido José Tomás Boves y sus ague-rridas huestes. Los primeros enfrentamientos no se ha-cen esperar.

Entre triunfos y derrotasCorren los primeros meses del año 1814 y las fuer-

zas de Boves se recuperan con rapidez. Ante este pa-norama, en el mes de febrero Ribas toma la batuta y decide levantar “una columna en Caracas, arsenal de valientes, y se lanza a la Victoria para obstruir el paso de las bandas vencedoras [...] Acometida el día 12 de por 7.000 hombres, a las órdenes de Morales, la plaza de la Victoria, que apenas defendían 2.000 jóvenes, su-frió un ataque que hará época en los anales del furor.” En este episodio, cientos de estudiantes y seminaristas pintaron con su sangre el campo de batalla. En el parte oficial, Ribas afirmó: “La jornada ha sido larga y cruel, pero gloriosa.”

En los meses sucesivos, continúa sus acciones para frenar el avance de las tropas de Boves. Nombrado general en jefe, se une a Bolívar en la primera Batalla de Carabobo (28/05/1814) y junto a otros oficiales, vencen al mariscal de campo Juan Manuel Cajigal; sin embargo, los esfuerzos de los patriotas no logran fre-nar la arremetida del enemigo.

En el mes de julio, miles de caraqueños fijan su rum-bo hacia el oriente del país huyendo de las atrocidades cometidas por los realistas y una vez instalado en el punto de encuentro, Ribas reagrupa sus tropas con el objetivo de reducir las fuerzas leales al asturiano, pero

con la repentina marcha de Bolívar la situación se sale de control y comienzan a manifestarse los síntomas que anuncian la caída de la Segunda República.

Un trágico final El hombre que recibe el año de 1815, está enfermo y

agotado. Al retirarse del escenario bélico, es víctima de una emboscada en Tucupido. Su cuerpo fue vejado y mutilado. En la mañana del 14 de marzo, su cabeza fue colgada en la entrada de la ciudad de Caracas ante la mirada sorprendida de los habitantes que se reunieron alrededor de la plaza mayor para disfrutar del grotesco

espectáculo. Juan Vicente González, reproduce así la nota publicada en la Gaceta:

A las doce del mismo día, formados en la plaza mayor los

batallones del Rey y la Corona, dos escuadrones de Ca-

ballería y una brigada de Artillería, se colocó en la horca

la cabeza del llamado general José Félix Ribas, llegada la

noche antes de Barcelona, puesto en ella el mismo gorro

encarnado con que se hizo aquí distinguir en el tiempo de

su triunvirato.

Neruska Rojas

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José Tomás Boves: el terror de la república mantuana

La figura de este asturiano nacido en Oviedo el 18 de septiembre de 1782, será de vital importancia en el proceso independentista venezolano. La infancia de José Tomás Boves estuvo signada por muchas com-plicaciones económicas y familiares. Cuando apenas tenía cinco años falleció su padre Manuel Boves, de-jando sin protección a su madre y a sus dos herma-nas, que se dedicaron a trabajar como criadas, cosien-do para familias ricas. Este duro contexto le hizo ingresar en el Real Instituto Asturiano en 1794. Allí estudia arduamente durante 4 años, graduándose de piloto de segunda clase de la marina mercante hacia 1798. Inmediatamente, comienza sus andanzas por el Mediterráneo, para luego trabajar al servicio de los numerosos buques-correos que hacían viajes entre España y América.

Luego de obtener su licencia en 1803, recibe la confianza de la marca comercial Pla y Portal. Sus dueños, Lorenzo y Joaquín García Jove, fueron gran-des amigos de Manuel Boves y creyeron redimir su memoria, ofreciéndole una oportunidad a José To-más, quien ya mostraba grandes facultades para los acuerdos comerciales lícitos y también para los no tan lícitos, facultad que no le caía mal a ninguna casa mercante.

El contrabando sería una acusación perenne du-rante toda su vida, e inicialmente, las Bóvedas del

Castillo de Puerto Cabello se encargarían de mos-trarle su peligrosidad. Inicialmente, Boves no conta-ba con mayor apoyo, por lo tanto, su estadía en los pontones se avizoraba larga y profunda. Sólo la in-sistencia de los Jovés, corresponsales de Pla y Portal en Venezuela, hicieron desistir a las autoridades, luego de una defensa impecable de su abogado Juan Germán Roscio. Una mezcla de agradecimiento con los deseos de tener a un comerciante talentoso pres-to a ayudarles en cualquier momento, les hizo con-vencer a los tribunales de que sería mejor destinarlo al alejado pueblo de Calabozo, donde seguramente purgaría mejor sus penas.

Estalla la guerra y cualquier rumor es tenido como el peor de los delitos. Pese a las creencias, los linde-ros entre realistas y patriotas se hallaban todavía muy endebles, lo que potenciaba las denuncias so-bre espionaje, traición y deserción. En uno de sus numerosos viajes a través de llanura caraqueña, José Tomás Boves, quien en un principio se había decla-rado seguidor de la causa patriota, quiso fungir de mensajero, pero las cosas le salieron mal. Estaba en San Carlos por abril de 1812 cuando observó las ac-ciones del realista Domingo Monteverde, motivo por el cual fue aprehendido.

Luego de ser liberado regresó a Calabozo, entre

otras cosas, para hablar sobre todas sus experiencias.

Sin embargo, las noticias ofrecidas por Boves son to-madas como sediciosas y es encarcelado nuevamente. Las autoridades lo sentenciaron a pena de muerte. Sólo gracias a una nueva intervención de Juan Ger-mán Roscio y a las relaciones previas sostenidas con Juan Vicente Delgado, Teniente Justicia Mayor del pueblo, ahora sólo debía servir como soldado en las tropas dirigidas por Francisco de Miranda en los va-lles de Aragua. Boves obtiene su libertad a mediados de mayo de 1812, gracias a la entrada del capitán rea-lista Eusebio Antoñanzas, quien puso en libertad a los presos, instándoles a seguir la causa justa del Rey. In-mediatamente, José Tomás se alista, y como Oficial de Urbanos, maneja una pequeña partida. Logra cap-turar a Diego Alzuru y a Andrés Narvarte, también asesina a Diego García, todo sin haber transcurrido siquiera dos semanas de su liberación.

Su discurso radical tuvo una gran acogida entre la

población llanera. A decir de su capellán José de las Llamozas, Boves había prometido exterminar a todos los blancos, e inaugurar una nueva hegemonía entre los negros, pardos e indios que le seguían. El meca-nismo funcionó a la perfección, de sólo 700 efectivos en agosto de 1813, el Ejército Real de Barlovento pasa a 3000 combatientes en diciembre. Con un ejército bastante sólido, Boves vence a Tomás Montilla el 13 de septiembre de 1813 en Santa Catalina, pero segui-damente es derrotado en Mosquitero por Vicente Campo Elías (18 de octubre de 1813). Esta acción va a tener una gran importancia en el devenir de Boves. Luego de salir bastante debilitado, se dirige llano adentro con unos pocos sobrevivientes y se instala en el alejado pueblo de Guayabal, al que conocía muy bien por sus andanzas contrabandistas. Guayabal le presta una valiosa ayuda. Boves sale fortalecido con muchos soldados y pertrechos, no sin antes reavivar sus proclamas reivindicativas a través de un polémico bando, donde reafirmaba sus intenciones de hacer la guerra a muerte. De allí en adelante, el asturiano y sus tropas serían casi invencibles.

Hace estragos en San Marcos el 8 de diciembre de

1813, reafirmando sus intenciones de llegar a Cara-cas para acabar con la República. Aunque Vicente Campo Elías en la primera Batalla de La Puerta, y José Felix Ribas en La Victoria habían frenado mo-mentáneamente su avance para febrero de 1814, José Tomás seguiría cosechando triunfos, no sin an-tes dejar su fidelidad hacia la política de tierra arra-sada, tal como lo practicó en Ortiz y San Juan de los Morros hacia junio de 1814. Finalmente, obtiene su esperada venganza con la Segunda Batalla de la Puerta (15 de junio de 1814), donde destruye a las tropas republicanas que mandaba Simón Bolívar, para dejar libre el camino a la capital. Entra a Valen-cia a comienzos de julio y finalmente el 7 de ese mes a Caracas, donde una asustada multitud había ini-ciado un largo y peligroso recorrido que les llevaría a tierras orientales. Preferían morir en un camino incierto antes que ser víctimas de la furia de Boves.Pese a los triunfos, arrecian las rencillas con José Tomás Morales y Juan Manuel Cagigal. Boves en-contraría la muerte en la batalla de Urica, el 5 de diciembre de 1814, cuando quiso extinguir los focos insurgentes en el oriente venezolano.

Neller Ochoa

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Vicente Campo Elías Este militar español nacido en Castilla la Vieja ha-

cia 1759 pero radicado en América desde temprana edad, jugaría un papel fundamental durante el pro-ceso independentista venezolano. Se puede decir que su periplo revolucionario comenzó en 1810 cuando apoyó la Junta revolucionaria de Mérida. Sin embargo, luego del fracaso de la Primera República, se ve en la necesidad de refugiarse en las montañas andinas, lugar de donde saldría para incorporarse a la “Campaña Admirable” promovida por Simón Bo-lívar desde Nueva Granada. Ya con el grado de Capi-tán, se viste de gloria en Niquitao, Los Horcones, Bárbula, enfrentamientos importantes para la con-solidación de la Segunda República. Campo Elías es hijo de la “guerra a muerte”, dado que pese a su ori-gen español, no dudó en azuzar las tensiones étnicas y sociales. Le infringe una gran derrota a las tropas de Boves en la batalla de Mosquitero (14 de octubre de 1813), acción donde casi extermina a las tropas del intrépido asturiano.

Posteriormente, es derrotado por José Tomás Bo-ves en la primera Batalla de La Puerta desarrollada el 3 de febrero de 1814, acción que dejó muy debili-tadas a las tropas republicanas. No obstante, esto no le impidió luchar fervientemente durante la cruenta Batalla de San Mateo, lugar donde luego de casi un mes de lucha, muere el 17 de marzo de 1814.

Mariano Montilla Este notable caraqueño nacido el 8 de septiembre

de 1782 tuvo desde temprano una envidiable for-mación militar, pues hacia 1801 ya luchaba en la guerra entre España y Portugal. En 1810, imbuido del espíritu insurgente del nuevo gobierno, desem-peña importantes funciones políticas y diplomáti-cas. Se integra a la Campaña Admirable luego de haber pasado dos años en Filadelfia. A pesar de ser protagonista de varias acciones entre 1813 y 1814, tuvo que salir exiliado hacia Cartagena luego de la caída de la Segunda República, plaza que defendió de Pablo Morillo hasta 1815. Durante este período entabla una salvaje rivalidad con Simón Bolívar que se evidenció con mayor fuerza durante la Expedi-ción de Los Cayos. Vuelve a los Estados Unidos en 1817, y regresa en 1820 para hacerse cargo de la le-gión irlandesa. Durante los años de la República de Colombia, desempeña importantes cargos de alto gobierno.

Hacia 1832 es designado como “enemigo de la pa-tria” por apoyar un movimiento acaudillado por Ra-fael Urdaneta; sin embargo; se las arregla para salir a Europa sin menoscabo de sus intereses. Finalmente, muere en Caracas el 22 de noviembre de 1851.

Antonio Ricaurte Bizarro combatiente neogranadino que nació en

Villa de Leyva el 10 de julio de 1786 bajo el amparo de una influyente familia. No obstante, esto no le impe-diría participar en los movimientos revolucionarios de julio 1810 en Bogotá. Esa misma determinación lo llevó a apoyar a Antonio Nariño durante la guerra ci-vil neogranadina; experiencia que le serviría de mu-cho durante su actuación en tierras venezolanas. A Ricaurte se le recuerda por su participación en los

combates de La Grita, Niquitao, Taguanes. Pero su valía fue puesta a prueba durante el sitio que José To-más Boves hizo a San Mateo a partir de febrero de 1814. Encargado Ricaurte del parque de guerra exis-tente en el Ingenio de esa localidad que servía de base de operaciones patriota, decidió prenderle fuego e inmolarse un 25 de marzo de 1814 antes de que las fuerzas realistas lo tomaran.

Luis María Rivas Dávila El estudio del derecho no sería la principal activi-

dad de este merideño nacido un 19 de agosto 1778, pese a que en 1801 se traslada hacia Caracas con el objetivo de licenciarse en leyes. El empuje que puso en las jornadas de 1810 cuando todo era confusión, casi lo pierde gracias a una fiebre que estuvo a punto de matarlo en Barinas. Seguidamente, ayuda a Fran-cisco de Miranda con la sublevación de Valencia y funge como Secretario del Tribunal Revolucionario, todo en 1812. Su arrojo marcó la diferencia en la Ba-talla de Bárbula (30 de septiembre de 1813), así como en Araure (5 de diciembre de 1813). En la he-

roica pero adversa Batalla de La Victoria (12 de fe-brero de 1814) donde la inferioridad numérica de los patriotas, y la inexperiencia de los seminaristas hicieron más épica La victoria, encontró la muerte Rivas Dávila.

Rudecindo Canelón Nació un 2 de marzo de 1788 en El Tocuyo. Era

hijo de don Gerónimo Canelón y de doña Rosa Esca-lona. No es mucho lo que se sabe sobre este perso-naje, cuyos datos de mayor importancia se agolpan en 1814. Se dice que en la reunión del 2 de enero de ese año, donde Simón Bolívar realiza una asamblea ciudadana en el templo de San Francisco, se le enco-mienda a Canelón la ardua tarea de perseguir a José Tomás Boves. Su muerte ocurrida el 13 de febrero de 1814, durante la Batalla de Pantanero, es lamen-tada por el alto mando militar patriota, quienes el 28 de marzo de 1814 le dedican una nota necrológica en la Gaceta de Caracas. Cabe destacar que la ac-ción donde pereció Canelón, buscaba rechazar a los hombres de Boves, quienes se proponían contraata-car un día después de su derrota en La Victoria.

Francisco Tomás Morales Este canario que nació un 20 de diciembre de 1781

o 1783 -pues no se tiene muy claro- fue un persona-je destacado en la guerra independentista venezola-na. Su nombre empieza a resonar cuando en 1813 se incorpora como segundo al mando en el ejército de José Tomás Boves, aunque ya para 1812 se desempe-ñaba en el cargo de capitán. Francisco Tomás Mora-les también era pulpero, oficio que le permitió esta-blecer fructíferas relaciones sociales, políticas y comerciales. Durante 1814 estuvo muy activo en el campo de batalla, participando en la Primera Batalla de La Puerta, la batalla de La Victoria, la Batalla de San Mateo y la batalla de Bocachica.

Luego de la muerte de Boves en diciembre de 1814, Morales se hace cargo de sus tropas; pero este nom-bramiento no le duraría mucho, pues Pablo Morillo acabó con esta estructura, y Morales tuvo que ser-virle de lugarteniente. La resistencia de Francisco Tomás Morales le llevó a luchar hasta los últimos años de la independencia, así lo muestran sus accio-nes sobre Puerto Cabello en 1822, y su capitulación en Maracaibo en 1823. Morales muere un 5 de octu-bre de 1845 en Islas Canarias.

Francisco RoseteEl temible Rosete nació en las Islas Canarias en

1775. Poco se conoce de sus primeros años, pero se sabe que a partir de 1812 se desempeñaba como pul-pero del pueblo de Taguay (Edo. Aragua), oficio que le permitió mantener importantes relaciones con autoridades, contrabandistas y bandidos. Aunque su accionar adquiere mayor importancia a partir de 1814, ya en 1812 se le había conferido la autoridad del pueblo de Camatagua. Luego de la victoria que obtiene Boves el 3 de febrero de 1814 en La Puerta, éste comisiona a Rosete para actuar sobre los Valles del Tuy, sitio donde comete toda clase de tropelías y violaciones para hacerse más temible, y formar par-te del imaginario sangriento de la independencia. Luce imbatible y marcha hacia Caracas, pero es de-tenido por José Félix Ribas el 20 de febrero. Muere el 27 de septiembre de 1816 en la Batalla de El Juncal.

Neller Ochoa

Los Protagonistas

8 Juventud Rebelde

LA BATALLA

PARTE DE LA CAMPAÑABOLETÍN DEL EJÉRCITO LIBERTADOR DE VENEZUELA. N° 34.

Fechado en Valencia el 13 de febrero de 1814.

El 3 del corriente atacó el español Boves, con todos los bandidos de Venezuela, nuestra División del Lla-no apostada en San Juan de los Morros, el enemigo obtuvo la ventaja, debida a no estar reunida toda la División y al excesivo número de la caballería de Bo-ves; nuestros restos replegaron al Consejo. Los días desde el 4 hasta el 9 se reunieron y pusieron en mar-cha las tropas de Caracas y Valencia. El 10 llegaron las primeras a La Victoria a las órdenes del General Ri-bas, y desde el 7 se hallaban las de esta ciudad en la Cabrera al mando del Comandante Elías, e Inspector Aldao, ambos cuerpos con suficiente número de pie-zas de artillería.

El día 12 a las ocho de la mañana atacó Boves con todas sus fuerzas a La Victoria defendida por la Divi-sión de Caracas y cinco cañones al mando del Gene-

ral Ribas; el ataque se verificó por el Pantanero, cami-no principal, y Calvario, y los enemigos obstinados habían ocupado ya las calles. A las cuatro y media de la tarde, que aún se mantenía un fuego horroroso por ambas partes, se observó desde la plaza el polvo que levantaba la caballería de Elías, cuyo Jefe marchaba con toda su división desde la Cabrera a incorporarse con el General Ribas; no dudó este previsivo Jefe ser de los nuestros el cuerpo que se avistaba, y haciendo proteger su entrada con cincuenta cazadores y cien caballos, reforzó considerablemente su ejército y lo-gró derrotar al enemigo completamente, quedando el campo cubierto de cadáveres. Artillería, municiones, armamento, caballos, equipajes, y hasta los libros de órdenes de Boves cayeron en nuestro poder, no ha-biendo hecho ningún prisionero, porque la atroz con-ducta de este tirano, hizo que nuestras tropas no die-sen cuartel.

La mayor parte de los enemigos han sido muertos, y se horroriza la humanidad al leer los detalles de la acción; los restos han sido perseguidos hasta el exter-minio. Por nuestra parte tuvimos cerca de cien muer-tos, y más de trescientos heridos, siendo de los pri-meros el intrépido Coronel Comandante de Soberbios

Dragones Luis María Rivas Dávila, el Teniente de ca-ballería Ron, y Subteniente Picón; y de los segundos los Capitanes Pierret, Rouquets, Juan Salias, de Caza-dores, Francisco Mora, Vicente Malpica, edecán del Comandante General, Casimiro Esparragoza Félix Alvarez, José de la Plaza y José Acosta, Capitán que fue del Regimiento de Granada; los Tenientes Pedro Correa, y Basilio Alvarez, y los Subtenientes José Ruiz, Ulpiano Díaz. Manuel María España, Tomás Muñoz, José Alvarez, Ciríaco Carreño, y N. Ribón, igualmente que el guarda almacén Julián Ruyer. El General Ribas perdió dos caballos, pero afortunada-mente no padeció lesión alguna.

Toda la oficialidad y tropa han mostrado el mayor valor, dando a conocer cuan inútiles son los esfuerzos de los tiranos contra los defensores de la Libertad. Cuartel General de Valencia, febrero 13 de 1814. 4° y 2°. Por el Mayor General,

TOMÁS MONTILLA,Secretario de guerra.

DOCUMENTO 691. Parte de la campaña, fechado en Valencia el 13 de febrero de 1814. Correspondencia Oficial. Periodo del 1 de enero al 7 de septiembre de 1814. www.archivodellibertador.gob.ve

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