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    En la Fila y otras Duplicaciones

    Enrique Jaramillo Levi

    http://signoroto.blogspot.com/

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    ndice

    En la Fila 3La Fiesta del Stano(*) 5Suicidio(*) 7

    Agua de Mar(*) 9Como si nada(*) 10Oscilaciones(*) 14Paseo al Lago(*) 15Los Anteojos(*) 18

    (*)Tomados del libro Duplicaciones, primera edicin, Ed. Joaqun Mortiz, Mxico, 1973, con la

    cortesa del autor)

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    En la Fila

    Cada tanto tiempo, como quien no quiere la cosa, me le quedo mirando. Esperandoturno ms adelante en la fila, finge que no me ve pero despus de un rato volteacon disimulo la cabeza y s que su mirada adusta siente el fulgor de mis ojosescrutndolo. An as vuelve a hacerse el desentendido y mira a otra parte. Una yotra vez ocurre lo mismo. Hasta que al fin nos saludamos y nuevamente aparta lamirada. Es como un juego esto que nos sucede, que permitimos e incluso

    propiciamos. Sin duda l pensar que soy yo la que lo incita, y sin embargo estoysegura de que sin su presencia demasiado cercana mi corazn no estaradesbocndose ms y ms cada minuto que pasa. Si l no se acerca despus que loatienda el cajero lo har yo. No me importa ya cubrir las apariencias, ya nada meimporta. Slo l. Estar con l. Ser suya. Ese hombre me vuelve loca, y eso que nome ha puesto un dedo encima todava. Pero lo har, juro que lo har, la manoentera, ambas manos, y yo a l, y ya nada ser igual despus. Nunca ms volver aignorarme, nunca.

    Ya no aguanto esta situacin. Ella debera aceptar y respetar que soy un hombrefelizmente casado. Recin casado adems. Lo sabe muy bien. Ms de una vez, alencontrarnos e intercambiar palabras en el sper o en el elevador del edificio,como al azar lo he mencionado. Pero ella finge no saberlo, o no le importa. Esverdad que no conoce a Mariana, pero bueno, eso nada tiene que ver. Siempre seme queda mirando a los ojos. Y lo hace de una manera osada, insistente,irrechazable. Como ahora. Con intencin, como llamndome. Es como si me dijeraOlvdate de todo lo dems, aqu estoy yo, esperndote, manifistate de algunaforma. Las mujeres son terribles, coo. No, no voy a ceder a la tentacin. Su

    mirada es fuerte y me busca, pero no voy a darle el gusto. Apenas me despache elcajero me hago el desentendido y salgo del banco sin despedirme. Lo que menosquiero es verme obligado a hablar tonteras con ella frente a toda esta gente.Porque, qu puede uno platicar con una mujer como esa con medio mundooyendo? Incluso estando solos, aqu o en cualquier parte. Lo que provoca escomrsela a besos, entrar en ella como en un paraso perdido y sbitamenterecobrado para siempre.

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    Pero antes de que ella se acercara decidida al hombre o que ste lograra hacerse elloco y salir sin saludarla, el escritor, quien estaba ms atrs en la misma fila, alreconocer a una de las cajeras dej de imaginar la historia que desde haca ratocreaba y se distrajo recordando cmo meses atrs la hermosa muchacha, alumnasuya en la universidad, haba preferido salir con un chico de su edad tras haberaceptado antes su invitacin a cenar. Aparte de la diferencia de edad entre ambospretendientes, nunca supo por qu ella haba cambiado sbitamente de opinin ylo dej plantado. No la volvi a ver, hasta ahora. Entonces pens que tambin enesa aparente simpleza haba una historia agazapada, esperando ser descubierta ymaterializada en palabras. Era cuestin de proponrselo. Quiso retomar el hilo dela otra historia pero se dio cuenta de que, para su sorpresa, los modelos que habaescogido para sus personajes anteriores ya no se encontraban en el banco.

    Adems, el cajero le acaba de inquirir por segunda vez: Dgame, caballero?Lstima que no se puso, como otras veces, en la fila de los jubilados, se dijo. Ya meestara atendiendo mi preciosa ex alumna. Tal vez en esta ocasin s habra salidoconmigo. Y despus, quin sabe, por qu no? Y cuando el cajero le pregunt portercera vez qu servicio necesitaba, con la mente en blanco supo que habaolvidado por completo lo que haba ido a hacer ah.

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    La fiesta del stano

    Ni siquiera recuerdo quin me invit, pero Iowa City es una ciudad pequea yno me fue difcil encontrar el lugar. Se trataba de un stano al cual se bajabapor estrechas y dbilmente iluminadas escaleras en donde las parejas, de pie osentadas, impedan el paso con sus cuerpos abrazados. La msica estrepitosa y

    las luces sicodlicas que brotaban de abajo y alcanzaban la calle, ibanatrayendo cada vez a mayor nmero de curiosos.

    Algunos, sobre todo los no tan jvenes, seguan al poco rato su camino, unavez satisfecho el afn de novelera entre el parpadeo de las luces.

    Yo logr, con gran esfuerzo, romper los abrazos que se prodigaban las parejasy, metindome por entre aquellos cuerpos que ocupaban toda la longitud de laescalera, me encontr de pronto en medio de una reducida estancia. A un lado

    bailaban rock entre penumbras unas diez parejas. Un grupo musical formadopor varios melenudos se zarandeaba del otro lado, siguiendo con el cuerpo elritmo frentico de sus instrumentos. Atrs, una hilera vertical de luces de todoscolores lanzaba sobre m violentas intermitencias.

    Por un momento permanec de pie, sintiendo que las luces me partan enlargas estras calientes que, inexplicablemente, iban lacerando mi piel comoinnumerables serruchos. Las parejas formaron entonces un crculo a mialrededor, incluso las que haban estado en la escalera, pues cuando me di

    vuelta, confundido, sintiendo un grato dolor en la carne rota, vi que la salidaestaba despejada. No pude o no quise correr.

    La msica se hizo ms intensa y yo sent que me divida, que cada estratovertical de mi cuerpo iba adquiriendo independencia y que yo estabapresente en cada nueva parte que se desprenda de mi ser principal.

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    El centro de la rueda compacta que ahora formaban los presentes se fuepoblando de rplicas mas que a su vez empezaban a integrar otro crculomenor. Yo segua de pie frente a las luces que continuaban seccionndome ydolindome y deleitndome hasta la parlisis.

    Cerr los ojos para poder resistir mejor tanto dolor placentero, suponiendoque todo no era ms que un sueo y que, como tal, no tena por qu tenerprisa alguna en despertar. Al abrirlos, la pieza que tocaban los melenudos sehaba hecho lenta y las parejas bailaban muy juntas. Ya no vi lucesparpadeantes sino una acogedora penumbra en el stano.

    El hombre que nos observaba desde el centro de la estancia, donde yo habaestado segundos antes, tena estampada en su rostro, para m totalmente

    desconocido, la ms aguda incredulidad. Slo entend su asombro cuandologr ubicarme nuevamente. Y mi sorpresa no debi ser entonces menosintensa que la suya, pues me di cuenta de que todas las muchachas de la fiestabailaban pegadas a m. Yo las senta de muy diversas maneras junto a losmuchos cuerpos idnticos que haban sido engendrados a partir de aquel otroque poco antes fuera nico. Comprend de golpe que el resto de los hombresque haban estado bailando al llegar yo, se hallaban congregados en el cuerpodel que ahora lanzaba miradas de odio a las mltiples forms de mi ser.

    Despus de haber apartado a las muchachas, nos dirigimos hacia el intruso y,obedeciendo a una sola idea, sin decir palabra, lo echamos de la fiesta.

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    Suicidio

    Varios tragos es la vida yun solo trago es la muerte.

    MIGUEL HERNNDEZ

    No era cuestin ponerse a pensarlo ahora. Haba que hacerlo y ya. Sin perdertiempo. Ella poda llegar en cualquier momento y entonces no hallara el valor.

    Se mir nuevamente al espejo. Llev el arma a la sien derecha.

    Alguien tocaba a la puerta. Trat de apretar el gatillo. Seguan to,:ando. Eldedo como paralizado. La echaran abajo. No poda. Baj la pistola.

    El estruendo de la detonacin lo hizo saltar. Sus ojos recorrieron angustiados latrayectoria del brazo colgante. All abajo, demsiado lejos, en un mundoderrotado por la inercia, estaba la mano cerrada sobre el arma.

    Atnito, se busc en el espejo. Frente a l, su figura delgada caa en ese

    momento al suelo, desorbitados los ojos, destrozada la cabeza. Un cro ropuntiagudo lacer la carne asombrada hasta penetrar los huesos.

    A sus espaldas oy cmo ceda la puerta. Reconoci los gritos. Se volte paraconfirmar que salan de ella. Detrs de la estampa descolorida de la mujer lomiraban perplejos dos guardias.

    Quiso explicarles. Estaba a salvo. Haba sido slo una debilidad momentnea. Novolvera a asustarla as. Lo del espejo era un fenmeno ptico, una

    alucinacin colectiva. Cosas as pasaban a veces. Tquenme, dijo. Estoy bien.Pero tuvo la impresin de que las palabras haban permanecido presas en susganas de decirlas.

    Continu queriendo gritarles que l tampoco comprenda, que en realidad noimportaba. Lo esencial es que estoy vivo. Lo otro es slo un sombro anuncio

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    de lo que pudo haber sucedido si no llegas a tiempo. Te quiero, Andrea. Tienesque perdonarme. Empecemos otra vez, an podemos. Dame otraoportunidad. Ven, deja que te abrace. Pero los gritos de la mujer golpeabanahora la boca abierta de l a medida que la desesperacin llenaba el cuarto.Ella se haba quedado un poco atrs, las manos crispadas sobre el rostro. Losguardias se inclinaban sobre el cuerpo.

    La vio romper de pronto su estatismo, correr como una loca hasta meterse enaquel fondo natural que haba sido el amplio espejo. All abraz la cabeza quesoltaba sangre a borbotones sobre el suelo. Los guardias se levantaronrespetuosos.

    Supo entonces que a su alrededor no estaban ya los muebles conocidos, que

    las paredes donde haban colgado una noche los mejores cuadros de ambosslo existan en su lugar habitual al fondo, donde crey que estaba el espejo.Mir la mano donde an guardaba la sensacin metlica del arma. En seguidasupo que habra que buscarla lgicamente atrs; a pocos metros del cadver.

    Todava trat de entender racionalmente el proceso que poda darle sentido alos hechos. Los hombros convulsos de Andrea le comunicaron que sera intil.Entre la incertidumbre y los sollozos se instalaba cada vez ms unainfranqueable sensacin de finalidad. l podra resignarse. Lo senta por ella.

    Por ella!

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    Agua de mar

    El sueo se va apoderando de l. Al poco rato camina por una playa familiar,de arena muy blanca. Las olas lamen sus pies. Luego le llegan a las rodillas.Cuando las siento rodendole la cintura tengo la impresin de estar ceido porlos brazos tibios de mi amada. Quiero conservar esa ilusin y me entrego a la

    suave calma que propician mis ojos cerrados. De pronto se ahoga. Abrimos los ojoscreyendo despertar de la pesadilla. Pero el agua entra ya violentamente en suspulmones y en seguida no s ms.

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    Como si nada

    Un parque. Se acerca un globero. Se levanta del banco desde el cual contempladistradamente las palomas que picoteaban a sus pies. Ha odo el grato campanilleoque parece flotar hacia ella. Ve como el hombre es interceptado a pocos metros

    por tres muchachas desnudas que, radiantes de alegra, han salido corriendo deentre la tupida vereda. Sus cuerpos blanqusimos brillan como aceros bajo el sol, yde las largas cabelleras rubias se desprenden destellos, todo 10 cual produce elefecto de una hiriente claridad en tomo a ellas, obligndola a retirar la vista.Protegindose entonces los ojos con la mano, comprende que las muchachas lepiden globos al vendedor ambulante, pues este le entrega uno a cada joven. Enseguida se pierden saltando como nias por entre los arbustos. Todava alcanza aver por sobre las copas de los rboles el lento balanceo rojo, azul y blanco de losglobos que se alejan. Tambin ella desea tener un hermoso globo para pasearlo

    corriendo contra el viento. Le ofrece una moneda al globero. Sin lograr ver lacabeza oculta tras los globos, de hilos muy cortos, oye una voz que dice: "Los queme quedan ya estn reservados." Siente sbitas ganas de llorar. En el momento enque se dispone a arrancarle uno de la mano y salir corriendo, la otra mano seextiende de pronto ante ella mostrndole el nico que puede llevarse: un globitodesinflado, de un blanco lechoso. Le pide al hombre que 10 infle. Este le respondeque es imposible; est muy fatigado porque acaba de inflar todos los dems. Ellapiensa: "Para m nunca queda nada bueno", pero ilusionada con poseer el suyopropio, la joven deposita la moneda en la palma de aquella mana annima, toma el

    globito y se aleja. Sentada en el banco, aplica delicadamente los labios al cuello delcaucho y comienza a soplar. Nada. Su rostro se amorata y las venas del cuello se lemarcan. Presa de gran ansiedad, mueve la cabeza en espirales a medida quecontina soplando a todo pulmn. Percibe vagamente que se ha ido quedandodesnuda por el esfuerzo. No le presta atencin a las personas que se acumulan a sualrededor con ojos vidos. Cuando el globo empieza al fin a hincharse, siente queuna profunda alegra enrojece su piel, 10 cual hace que todos aplaudan

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    complacidos. Suda. Poco a poco el caucho se ha ido llenando, ponindose rgido.De pronto, sin causa aparente, el globo se desinfla. Cuelga flccido de sus labiosexhaustos. Tras un instante de frustracin, vuelve a soplar y a soplar, empeada enno ser plato de segunda mesa ahora que recuerda como se haban alejado feliceslas tres muchachas. Logra al fin darle el tamao anterior. El estallido quema surostro y los blancos pedazos le caen sobre las piernas como copos de nieve. Un frosbito toma posesin de sus sentidos y le taladra el alma hacindola caer de ladosobre su sombra. Los curios corren a manosearla dando alaridos. Al rato se aburreny cada cual se va por su lado. Un nio se acerca a ella. Separa con curiosidad suspiernas, pega un grito y sale corriendo. Tania despierta asustada, sintiendo queaquel estallido infame le quema aun el rostro. Enciende la lmpara. Las once. Peropor qu me arde realmente la cara? Corre al espejo. No hay marcas. Claro, nopuede haberlas. Aunque est muy plida. Como el globito blanco. El que no puede

    soplar ya. El que nunca ser suyo porque fue ajeno desde el principio. Tambin elcansancio conque llega a la casa su marido todas las noches le viene de gocesajenos. Y luego me da la espalda en la cama y se queda dormido. Una noche 10haba sorprendido masturbndose en sueos. "No te vayas, Susan!", balbuceaba. Yentonces ella percibi algo diferente en el cuerpo de su marido, como unaemanacin que sala de la espalda musculosa. El efluvio tomo forma a medida quese alejaba, forma elstica de mujer, fosforescente a ratos, opaca despus. Ydesapareci. Cuando horas ms tarde logr dormirse, so con un rostro amorfoenvuelto en largos cabellos rojizos. Unas manos huesudas brotaban de la oscuridad

    y le ofrecan un feto sanguinolento. Se abre la blusa de la pijama con rabia. Allestn sus senos, amplios y redondos, apetecibles para la boca ms exigente. Siguesiendo bella. Se deseara a si misma si no fuera mujer. Por qu me han hechoentonces tantas porqueras? "Es muy simple le haba dicho una noche sumarido, no te amo. Y sin amor el deseo acaba falsificndose tambin". Cuando lehabl as, recuerda abotonndose otra vez la blusa, sinti odio. Un odio intenso ypeligroso que hizo que mi mano se posara instintivamente sobre las tijeras queestaban sobre la cmoda. El fro del acero le permiti reaccionar a tiempo. Sevisti. Sali a la calle dispuesta a vengarse de alguna forma. Esa noche se hubiese

    ofrecido a cualquier hombre a cambio de un poco de ternura, aunque slo fueraverbal. Pero la calle estaba desierta. Llova. Camino sin rumbo fijo, cuntas horas?La humedad penetraba con regocijo la carne, se instalaba en los huesos. Comenza estornudar. Sigui andando. Ya haba parado de llover y sala dbilmente el solpor entre un gris opaco cuando volv a casa. El roncaba como de costumbre. Esamisma tarde empezaron a sacudirme los escalofros. Arda en fiebre. Despert en elhospital. "No es nada dijo mi marido al verme reaccionar. -Una simple pulmona.

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    Ya se te pasara". Ahora ronca una vez ms a su lado, de espaldas a ella. Eran lastres de la maana cuando, a punto de quedarse dormida, haba percibido un leveruido en la puerta de calle. Supo que era el cuando 10 oy toser. Se quedo quietaen la oscuridad, atisbndolo. Lo vio dirigirse al bao de puntillas, cerrarcuidadosamente la puerta. En seguida llego hasta ella el rumor prolongado delchorro en el excusado. Salio en calzoncillos y se meti bajo las sabanas. El olor aalcohol le produjo una rabia sorda, ms lacerante que la de otras noches. Pero sonsus ronquidos los que ahora irritan los nervios de Tania; la indiferencia reiterativade esa espalda ancha la ofende, la niega. Al ir a colgarle los pantalones en unperchero noches atrs, haba visto como caa de uno de los bolsillos una cajita raja.La recogi del suelo y confirmo su sospecha. La semana anterior haba encontradoun lpiz de cejas en el bolsillo interior del saco. No le dijo nada en aquella ocasin.Qu hubiera ganado con eso? Ms discusiones? Haca tiempo que no era ningn

    secreto el hecho de que su marido tena relaciones extramaritales. Pero conquien? Esa noche no aguant la clera y cuando estuvo frente a ella, a punto deinventar una nueva excusa para su tardanza, Tania le mostr la cajita. Se pusoplido. Dijo siempre los cargo por si acaso, no soy ningn maricn y si alguna se meofrece no voy a decir no gracias es que soy casado y respeto mucho a mi mujer. Ypara que exponerse en esos casos a una venrea?, arguy.

    -A pesar de todo te quiero, pero nunca he pretendido negar que me atraenfcilmente otras mujeres. -Bueno, y yo, qu?

    No respondi.

    -Contstame, por favor!

    -Qu quieres que te diga? T eres mi esposa. Todas las noches 1o hago contigo.Uno se aburre un poco a veces.

    -Ah, la variedad!

    -Es intil hablar de estas cosas con la mujer de uno. No podras comprender.-Comprendo perfectamente. Quin es tu amante?

    -No tengo ninguna amante.

    -Que te crea tu madre!

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    - Te he dicho ya que no menciones nunca a mi madre cuando discutimos, coo!

    -Pero por qu no? A ti te encantan las putas, no?

    -Cllate!

    -No me callo!

    -Que te calles la boca ya!

    Y me rompi1a boca de una bofetada, record Tania. Este cabrn marido mo merompi la boca! Y ahora duerme tan tranquilo, ronca como si nada, apesta el cuartocon su aliento, repone energas liberadas en otros brazos, metido en la novedad de

    otro sexo, excitado por otro perfume y por jadeos que tuvieron un ritmo diferente.Maldito! Pero 1o sigo amando!

    "...y no puedes dormir si no des tapas el frasco de pastillas y si no te tragas una enla que se condensa, qumicamente pura, la ordenacin del mundo", dice RosarioCastellanos en un poema que Tania ha ledo en alguna parte y que ahora recuerda,consciente de su insomnio. Busca el frasco en la oscuridad, que en el cuarto se hahecho ms clara pero que en su cabeza se intensifica a medida que una idea que sele acaba de ocurrir se hace cada vez menos remota, ms pujante. La mano palpa el

    vaso de agua despus que un gesto brusco ha empujado ya gran cantidad depastillas dentro de su boca. Se lleva el vaso a los labios y traga, traga seguido, hastaagotar el agua.

    Cierra los ojos y la oscuridad se hace perfecta, adecuada a la que ha de venir,congruente con la realidad que ci su matrimonio desde el principio. De todasmaneras el se ir a su trabajo en la maana sin darse cuenta de nada. Ser elcuerpo que contina durmiendo, buscando la evasin en el sueo. El maniqu de sumujer. Pero ya habr dejado de serlo. Quiz sea otra cosa, una variacin, una

    sombra. O nada.

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    Oscilaciones

    Tiene mucha hambre. El vaco que muerde sus entraas le obliga a encorvarse.Comienza a sentir fro. Es incapaz de controlar los estremecimientos de su cuerpo amedida que baja la temperatura. Para protegerse del fro adopta la posicin fetal.Se dice muchas veces que el calor es insoportable y que ha comido demsiado. Es

    tal la hartazn que ahora le distiende el vientre, que asume nuevamente lapostura vertical tratando de acomodar su nueva molestia. No soporta el fogaje quearranca gruesas gotas de sudor a la piel enrojecida, y lanza sus ropas al suelo. Perolas lgidas corrientes que llegan de improviso y se le incrustan en la mdula delos huesos le obligan a doblarse una vez ms hasta quedar hecho una bolacompacta y temblorosa. Entonces vuelve a trastornarlo el hambre. Primero semuerde los dedos de una mano y se los traga uno a uno. Luego devora la otramano. Siguen brazos, pies, haciendo abstraccin del dolor hasta que ste seconvierte en fruicin desmedida. Ahto de carne, siente un calor salvaje que

    recorre sus venas como infinidad de agujas. A dentelladas abre grietas en la pielrestante, tratando de refrescarse al contacto del aire. Entra un fro que convierte lasangre en tmpanos ms duros que los huesos.

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    Los anteojos

    Pepe grit aterrado que mi rostro se haba convertido en una inmensa cara debho. Supuse que, de alguna manera, mis anteojos nuevos, con sus cristalesgruesos y el color oscuro de los aros, le hacan verme as. Ni siquiera me reconocial abrirle la puerta. Se puso muy plido y comenz a gritar como un loco hasta que

    se desmayo. Jams haba visto a alguien tan asustado. Me dio risa su reaccin. Yono entenda el cambio que los anteojos provocaban a travs de la percepcin de losdems. Tuve que echarle encima un jarrn de agua fra para que despertase.Cuando al fin abri los ojos, estos casi se le salen de las orbitas al verme inclinadosobre su cuerpo tratando aun de controlar la risa. Me rog que corriera al espejo yme mirara. Lo hice, aunque vacilante, pues supuse que me estaba tomando el pelo.No poda creerlo. En lugar de mi cara, vi la enorme fealdad parda de un bho concara de susto. Los ojos muy gran des y solemnes estaban rodeados por una especiede discos hechos de plumas grises. Me miraban extraados, penetrantes. Sent que

    me llegaban casi hasta el fondo del cerebro. Pepe me encontr sentado frente alespejo, anonadado; la cabeza, que ya pareca terriblemente pesada, entre lasmanos.

    Cuanto ms lo pienso, ms creo que yo no era ese bho, o que l no era yo. Tieneque haber una explicacin lgica, un error de percepcin. Tal vez los lentessufrieron una distorsin momentnea o estaban sucios de polvo por haber estadolimpiando el stano esta maana. Quien sabe. No lo puedo entender. Pero dealgn modo logro ese maldito bho que su reflejo apareciera superpuesto sobre el

    mo primero en el espejo y despus en el plano real. Lo curioso es que estoy segurode que atrs de mi no haba ningn bho, en plena maana y dentro de mi cuarto,que pudiese estar proyectando su imagen. No, es ridculo tratar de explicarlo as,pues Pepe fue el primero que vio sobre mis hombros esa enorme cabeza parda.Tem confesarle que yo tambin vela lo mismo en ese espejo. Fue entonces cuandome quite los anteojos.

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    La transformacin fue radical, maravillosa. Ambos estuvimos de acuerdo en que micara se haba vuelto a normalizar. Yo era yo nuevamente, el mismo de siempre. Porlo tanto eran los anteojos los que creaban la distorsin, no solo al mirar a travs delos lentes sino tambin cuando otros me los vean puestos. Nos sentimos felices.Cremos haber descubierto unos anteojos mgicos. Solo hada un par de das queme los haban graduado en la ptica a y ah los sent normales. lncluso pude vermucho mejor. Como solo eran para ver de lejos, no me los volv a poner hasta estamaana.

    Por divertirnos, ya pasado el susto, me los puse otra vez. Yo hada toda clase depayasadas frente al espejo de la cmoda y Pepe se mora de la risa. La cabezotaimitaba grotescamente mis muecas, la forma como ladeaba la cabeza, la oscilacincaprichosa de mis ojos, la distensin babeante de la lengua. S6lo mi cuerpo

    continuaba siendo el mismo, como si lo otro se tratara simplemente de unamascara que no lo afectara. Creo que as lo entendamos ambos en ese momento.Entonces sucedi algo terrible. Ya nos habamos cansado de rer y a m, sobre todo,me dolan el cuello y la boca de tanto hacer contorsiones y muecas. Pepe se habatirado sobre la cama y yo estaba sentado en el suelo, jadeante. Se nos ocurripensar, y as lo comentamos, que por mas mgicos que fueran los anteojos no seexplicaba que otros vieran transformada mi cara por el solo hecho de tenerlospuestos. Podra, en todo caso, justificarse la distorsin de lo que se vea a travs delos lentes, aunque solo se produjera una imagen especfica, pero lo otro ya

    resultaba inslito. Tratando de encontrarle una explicaci6n al asunto me volv aquitar los anteojos. Pepe reconoci6 en seguida mi cara de siempre. Pero cuandoalee la vista hacia el espejo, slo vi en ella cama al fondo, con el cuerpo recostadode mi amigo.

    Me par de un salto y pegu mi rostro al cristal. No me reflejaba. Grit. Pepe llegjunto a m. Me pregunt qu me pasaba. "jNo estoy!", exclam sealando hacia elespejo. "Cmo que no ests?", respondi alarmado. "Te has vuelto loco? Mrateall, normal, eres el Ral de siempre".

    Volv a mirar. No vea nada. Es decir, vela todo lo que haba en el cuarto,incluyendo a Pepe de pie junto al vado donde debera estar parado yo. Pero mifigura definitivamente no se reflejaba. Pepe insista en que s, que me estabaviendo tan claro en el espejo como el se vea a mi lado. No supe que decir ni quehacer. Pens que estaba perdiendo la razn. Instintivamente me puse los anteojosy en seguida reapareci en el espejo la cabeza de bho trabada sobre mi cuerpo.

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    Pepe se dio cuenta de que estaba a punto de presenciar un colapso nervioso. Hizoque me acostara. Me quito los anteojos y se dirigi al telfono. Supongo quellamada a un medico. Luego se fue llevndose los anteojos. Le grite que no medejara solo, que al menos me los diera para no sentir esa horrible falta de realidad.No quiso. "Descansa un rato y no pienses en nada", dijo. "No demoro".

    La sangre que brota ahora de esta herida corre por mi mana y mancha la sabanacon la naturalidad que siempre imagin. El rojo es un color festivo, comn ahombres y aves. Uno puede desangrarse asido de una rama, vigilando con ojosprofundos la quietud de la noche. o puede hacerlo estirado sobre el lecho, sinidentidad ni recuerdos, confuso ante las paradojas del da, oyendo vagamente queabren la puerta de la calle y se acercan para diagnosticar, ya tarde, lo que se haceevidente.

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    Paseo al lago

    EI verano era ya un calor fatigoso en las noches sin sueno, una nueva excusa parano comunicarnos. Pero aquella maana yo estaba feliz porque nos haban invitadoal lago. Hacia mucho tiempo que no salamos a pasear juntos, casi tanto tiempocomo el que separaba el ultimo beso de Humberto del vaci que ahora nos

    converta en extraos. Supongo que el contacto diario con las alumnas habrinfluido en su distanciamiento. Deca estar siempre demasiado ocupado con suslecturas e investigaciones, y yo, encerrada en la casa o paseando sola por elparque, me aburra a muerte.

    A las tres en punto nos pasaron a buscar John y Magda. Formaban una parejaencantadora. Hacia un ao que se haban casado y me era difcil dejar de envidiaraquel halo de paz, amor y comprensi6n que pareca rodearlos cada vez que me losencontraba en el cine, en el supermercado o en plena calle. Todo lo hacan juntos y

    todo lo compartan. Magda me contaba que John la ayuda en los quehaceres de lacasa, al ir de compras. Me lo deca como si fuese lo ms natural del mundo, sinsaber que me estaba describiendo experiencias muy ajenas a mi relacin conHumberto. Este jams me ayud en nada. "Yo trabajo con el cerebro", exclamabacada vez que le peda ayuda. "No tengo por que perder el tiempo lavando platos niyendo de compras contigo. Para eso estas tu, no?"

    No me haba atrevido a pedirle nueva mente que saliramos juntos, quetratramos de disfrutar como antes las pequeas cosas de la vida. Pero ahora

    llegaba el verano y se terminaban las clases. Ya no podra inventar mas excusas. Sino me amaba, tendra que decrmelo claramente. Yen ese caso yo no tendra porque seguir con el. Por eso, en cierta forma, el paseo al lago determinara nuestrofuturo.

    Durante el viaje platicamos animadamente. Humberto le tena terror a loscomentarios y por lo tanto procuraba ocultar a toda costa nuestros problemas.

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    Cualquiera que nos viera riendo y cantando camino al lago, pensara que ramos lapareja mas feliz del mundo. Estoy segura de que eso pensaban John y Magda.

    Cuando llegamos al lago, el resto del grupo nos esperaba con la comida preparada.Pasamos un buen rato conversando, contando chistes. Luego alguien sugiri quenos furamos a baar. Los que traan traje de bao lo hicieron de inmediato y losdems permanecimos sentados escuchando la msica que sala del radio porttilde John. Al rato Magda se acord que tena una pelota en el bal del carro. Todosse levantaron dispuestos a jugar. Mire a Humberto. Sus ojos me indicaron que mipresencia le molestaba; que si yo jugaba, entonces ya el no podra dar rienda sueltaa sus emociones. Era la misma sensacin que tantas veces haba tenido yo al estarel con muchachas atractivas a quienes no poda dejar de mirar, pese a micompaa, con descarada lujuria.

    Dije que tena un tobillo lastimado y que francamente prefera quedarme sentada ala mesa, vindolos jugar. A medida que Humberto saltaba, rea o gritaba algoreferente al juego, comprend que todo su ser manifestaba un impostergable afnde libertad. Yo no era ms que un estorbo. Lo comprend con dolor, ya que desdeel principio yo haba sido la ficha perdedora y nuestro matrimonio un juego hechode reglas falsas o, al menos, validas solo para una de las partes.

    Humberto y yo habamos discutido violentamente cada vez que yo mencionaba la

    posibilidad de marcharme para siempre. En aquellas ocasiones se pona despuscomo un nio, me rogaba que siguiera a su lado. Deca quererme a su manera. Y yosiempre terminaba aceptando sus ruegos, creyendo a medias en ese amor pocomanifiesto que deca sentir por m. Supongo que en el fondo Humberto si menecesitaba, pero para cosas mas practicas que la ternura y la comprensin. Alguientena que cocinarle tres veces al da, limpiar la casa, hacer las compras. Un da medi cuenta de que no era yo la que excitaba sus sentidos las pocas veces que mehada el amor. Yo solo le servia como deposito permanentemente disponible endonde colocar el producto de una sensualidad activada quin sabe dnde ni con

    quin.

    Cada vez que Humberto saltaba para atrapar la pelota, yo me senta ms y mscomo una cosa, como la mesa donde apoyaba los codos. Tal vez si me hubiesemirado una sola vez mientras jugaba, no con ternura sino por saber simplemente siaun conservaba mi condicin de persona, las cosas hubieran sido diferentes esatarde junto al lago. Pero Humberto paso una hora y media metido en cuerpo y

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    alma en aquel juego, olvidado de mi existencia, libre de ataduras, sintindosesoltero nuevamente. Y yo no quise que al terminar el juego el pensara que las casaseran en realidad de otra manera.

    Me fui endureciendo al contacto de mis codos con la mesa rstica sobre la cualpermanecan an platos, vasos y cubiertos sucios. Tena que desvivir por el, eltiempo que haba perdido a mi lado, el que yo haba perdido al lado suyo; devolvercada una de esas horas a su comienzo. Los gritos y las risas se fuerondesvaneciendo. Del grupo solo quedaban borrosas siluetas. No pude ubicar ya elngulo desde el cual disminua mi capacidad de percepcin. Una nueva sensacinde libertad comenzaba a instalarse a pesar del endurecimiento ya casi absoluto.

    Al terminar el juego, todos se extraaron de no verme. Me buscaron por todas

    partes durante horas. La noche penetraba por el espeso enramaje cuandoHumberto se quedo absorto, mirando hacia el lago, como pesando una sospecha.Alguien se ofreci entonces a ir a la ciudad en busca de la polica. Los dems sesentaron a mi alrededor, sin hablar casi, mirndome sin verme. Humberto me pusoambos codos encima y en tono de reproche dijo: "Probablemente se meti al lago,la muy loca".

    Lleg la polica. Recorrieron palmo a palmo los mismos sitios que ya e! grupo habaregistrado. "Regresen ustedes a sus casas", ordeno una voz. "Maana traeremos

    buzos para fondear el lago". A Humberto le dijeron: "Usted tambin, seor Cullar.Lo tendremos al tanto. De nada sirve que se quede. En todo caso dejar aqu a unagente".

    Efectivamente, mi amor, si antes no supiste apreciarme como mujer, ahora que soyparte molecular de esta mesa tampoco podrs reconocerme. EI tiempo no hapasado. Vuelve a comenzar. S feliz.

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    Enrique Jaramillo Levi. Naci en Coln,Panam, el 11 de diciembre de 1944. Poeta,cuentista, ensayista, profesor universitario,investigador literario, promotor cultural yeditor independiente. Tiene Maestra en

    Literatura Hispanoamericana y Maestra enBellas Artes con especializacin en CreacinLiteraria, por la Universidad de Iowa (Iowa,Estados Unidos, 1967-1970), as comoestudios completos de Doctorado en LetrasIberoamericanas en la Universidad NacionalAutnoma de Mxico (Mxico, D.F., 1975).Fundador y primer Presidente de la Asociacin

    de Escritores de Panam, fue Coordinador de Difusin Cultural de la Universidad Tecnolgica dePanam (1996-2007); fundador y Director de la revista cu ltural panamea Maga; creador delDiplomado en Creacin Literaria que se imparte en la Universidad Tecnolgica de Panam desde

    2006; y fundador y actual Presidente de la empresa 9 Signos Grupo Editorial. En 2005 gana comocuentista el Concurso Nacional de Literatura Ricardo Mir.

    Autor de 12 poemarios, 20 libros de cuentos, 8 libros de ensayos, 2 libros de obras teatrales y 1libro de entrevistas a escritores panameos, as como de numerosas antologas sobre literaturamexicana, centroamericana y panamea; y de tres compilaciones de ensayos de especialistaspanameos en torno al tema del Canal de Panam prologadas por l. Obtuvo en 2009 la BecaCharles Phelps Taft de la Universidad de Cincinnati (Ohio, Estados Unidos), como Escritordistinguido y mereci el Premio nico de Cuento en los Juegos Florales Hispanoamericanos(Quetzaltenango, Guatemala). Libros ms recientes: Mirada interior (poesa; 2009); Escrito

    est (cuentos; 2010) ; Todo el tiempo del mundo (poesa; 2010); Con fondo de lluvia(cuentos; 2011) y Con calma y buena letra (ensayos; 2011).