Emilio salgari lostigres

200
LOS TIGRES DE LA MALASIA EMILIO SALGARI Ediciones elaleph.com

Transcript of Emilio salgari lostigres

Page 1: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L AM A L A S I A

E M I L I O S A L G A R I

Ediciones elaleph.com

Page 2: Emilio salgari lostigres

Editado porelaleph.com

2000 – Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

Page 3: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

3

CAPÍTULO PRIMERO

EL ASALTO DEL “MARIANA”

-¿Vamos avante? ¿Sí o no? ¡Voto a Júpiter! ¡Esimposible que hayamos varado en un banco comounos estúpidos!

-No se puede, señor Yáñez.-Pero, ¿qué es lo que nos detiene?-Todavía no lo sabemos.-¡Por Júpiter! ¡Ese piloto estaba borracho! ¡Va-

liente fama la que así se conquistan los malayos! ¡Yoque hasta esta mañana los había tenido por los me-jores marinos de los mundos! Sambigliong, mandadesplegar otra vela. Hay buen viento, y quizás lo-gremos pasar.

Page 4: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

4

-¡Que el diablo se lleve a ese piloto imbécil!Quien así hablaba se había vuelto hacia la popa

con el ceño fruncido y el rostro alterado por vio-lenta cólera.

Aun cuando ya tenía edad (cincuenta años), eratodavía un hombre arrogante, robusto, con grandesbigotes grises cuidadosamente levantados y rizados,piel un poco bronceada, largos cabellos que le salíanabundantes por debajo del sombrero de paja deManila, de forma parecida a los mejicanos y ador-nado con una cinta de terciopelo azul.

Vestía elegantemente un traje de franela blancacon botones de oro, y le rodeaba la cintura una fajade terciopelo rojo, en la cual se veían dos pistolas delargo cañón, con las culatas incrustadas en plata ynácar- armas, sin duda alguna, de fabricación india-;calzaba botas de agua de piel amarilla y un poco le-vantadas de punta.

-¡Piloto!- gritó.Un malayo de epidermis de color hollín con re-

flejos verdosos, los ojos algo oblicuos y de luz ama-rillenta que causaba una expresión extraña, al oíraquella llamada abandonó el timón y se acercó aYáñez con un andar sospechoso que acusaba unaconciencia poco tranquila.

Page 5: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

5

-Podada- dijo el europeo con voz seca, apoyandola diestra sobre la culata de una pistola-. ¿Cómo vaeste negocio? Me parece que había dicho usted queconocía todos estos parajes de la costa de Borneo, ypor eso lo he embarcado.

-Pero señor...- balbució el malayo con aire cohi-bido.

-¿Qué es lo que quiere usted decir?- preguntóYáñez, que parecía haber perdido por primera vezen su vida su calma habitual.

-Antes no existía este banco.-¡Bribón! ¿Ha salido acaso del fondo del mar esta

mañana? ¡Es usted un imbécil! Ha dado un falsogolpe de barra para detener el “Mariana”.

-¿Para qué, señor?-¿Qué sé yo? Pudiera suceder que estuviese de

acuerdo con esos enemigos misteriosos que han su-blevado a los dayakos.

-Yo nunca he tenido relaciones más que con miscompatriotas. señor.

-¿Cree usted que podemos desencallar?-Sí, señor; en la marea alta.-¿Hay muchos dayakos en el río?-No lo creo.-¿Sabe si tienen buenas armas?

Page 6: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

6

-No les he visto más que algunos fusiles.-¿Qué será lo que les habrá hecho sublevarse?-

murmuró Yáñez-. Aquí hay un misterio que noacierto a desentrañar, aun cuando el Tigre de laMalasia se obstine en ver en todo esto la mano delos ingleses. Esperemos a ver si llegamos a tiempode conducir a Mompracem a Tremal-Naik y a Dam-na antes de que los rebeldes invadan sus plantacio-nes y destruyan sus factorías. Veamos si podemosdejar este banco sin que la marea alcance el máxi-mum de su altura.

Volvió la espalda al malayo, se fue a la proa, y seinclinó en la amura del castillo.

El barco que había encallado, probablemente porefecto de una falsa maniobra, era un espléndido ve-lero de dos palos, de reciente construcción, a juzgarpor sus líneas todavía limpias, impecables, y condos enormes velas, las de los grandes paraos mala-yos.

Debía desplazar por lo menos doscientas tonela-das, e iba tan bien armado, que podía hacerse temerde cualquier mediano crucero.

Sobre la toldilla se veían dos piezas de buen cali-bre protegidas por una plataforma movible formadapor dos gruesas planchas de acero dispuestas en án-

Page 7: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

7

gulo, y en el castillo de proa cuatro bombardas oenormes espingardas, armas excelentes para ametra-llar al enemigo, aun cuando de poco alcance.

Además llevaba una tripulación, demasiado nu-merosa para un barco tan pequeño, compuesta decuarenta malayos y dayakos, ya de cierta edad, perotodavía fuertes, de rostro altivo y con no pocas ci-catrices, lo cual indicaba que eran gente de mar y deguerra a un mismo tiempo.

La embarcación estaba detenida en la boca deuna bahía extensa, en la cual desaguaba un río queparecía caudaloso.

Multitud de islas, entre ellas una muy grande, ladefendían de los vientos de Poniente. La bahía ha-llábase rodeada de escolleras coralíferas y de bancoscubiertos de vegetación muy espesa y de color verdeintenso.

El “Mariana” había encallado en uno de aquellosbancos ocultos por las aguas, que entonces comen-zaba a verse por efecto de la baja marea.

La rueda de proa se había encajado profunda-mente, haciendo imposible ponerlo a flote con sóloel medio de lanzar el ancla a popa y halar la cuerda.

-¡Perro de piloto! exclamó Yáñez después de ha-ber observado con atención el bajo-. ¡No saldremos

Page 8: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

8

de aquí antes de medianoche! ¿Qué me dice usted,Sambigliong?

Un malayo de cara arrugada y cabellos encaneci-dos, pero que, sin embargo, parecía muy robusto, sehabía acercado al europeo.

-Digo, señor Yáñez, que sin la ayuda de la plea-mar, son inútiles todas las maniobras.

-¿Tienes confianza en ese piloto?-No sé qué decirle, capitán- respondió el mala-

yo-, pues no lo he visto nunca. Pero...-Continúa- dijo Yáñez.-Eso de haberlo encontrado solo, tan lejos de

Gaya, metido en una canoa que no podría resistiruna ola, y enseguida ofrecerse a guiarnos... ¡Va-mos!... Me parece que todo eso no está muy claro.

-¿Se habrá cometido una imprudencia al con-fiarle el timón?- se preguntó Yáñez, que se habíaquedado pensativo.

Después, sacudiendo la cabeza como si hubiesequerido arrojar lejos de sí un pensamiento importu-no, añadió:

-¿Por qué razón ese hombre, que pertenece avuestra raza, habrá querido perder el mejor y máspoderoso parao del Tigre de la Malasia? ¿No hemosprotegido siempre a los borneses contra las vejacio-

Page 9: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

9

nes de Inglaterra? ¿No hemos derrotado a JamesBroak para dar la independencia a los dayakos deSarawak?

-¿Y por qué, señor Yáñez- dijo Sambigliong-, sehan levantado en armas tan de improviso contranuestros amigos los dayakos de la costa? Porquetambién Tremal-Naik, al crear factorías en estos li-torales antes desiertos, les ha proporcionado el me-dio de ganarse la vida cómodamente sin correr elriesgo de caer en manos de los piratas que los diez-maban.

-Esto es un misterio, mi querido Sambigliong,que ni Sandokán ni yo hemos logrado aclarar hastaahora. Ese imprevisto estado de ira contra Tre-mal-Naik debe tener un motivo que ignoramos; pe-ro seguramente alguien ha procurado darle aire paraque el incendio sea mayor.

-¿Correrán verdadero peligro Tremal-Naik y suhija Damna?

-El mensajero que ha enviado a Mompracem hadicho que se hallan en armas todos los dayakos ycomo poseídos de locura, que han saqueado e in-cendiado tres factorías, y que hablaban de matar aTremal-Naik.

Page 10: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

10

-Y sin embargo no hay en toda la isla mejorhombre que él- dijo Sambigliong-. No comprendocómo esos bribones arruinan y saquean sus propie-dades.

-Algo sabremos cuando lleguemos al “kampong”de Pangutarang. La aparición del “Mariana” calmaráun poco a los dayakos, y si no deponen las armas,los ametrallaremos como merecen.

-Y conoceremos el motivo del levantamiento.-¡Oh!- exclamó de pronto Yáñez, que había

vuelto la cabeza hacia la boca del río-. Allí hay al-guien que, al parecer, quiere dirigirse hacia nosotros.

Una pequeña canoa con una vela había desem-bocado por detrás de los islotes que obstruían la de-sembocadura del río, y dirigía la proa hacia el “Ma-riana”.

Sólo un hombre la tripulaba; pero estaba aún tanlejos, que no se podía distinguir si era un malayo oun dayaco.

-¿Quién podrá ser?- se preguntó Yáñez, que nolo perdía de vista-. Mira, Sambigliong: ¿no te pareceque está indeciso respecto de cómo debe manio-brar? Ahora se dirige hacia los islotes, ahora se alejapara echarse sobre las escolleras de coral.

Page 11: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

11

-Se diría que trata de engañar a alguien respectode su rumbo; ¿verdad, señor Yáñez?- respondióSambigliong-. ¿Lo vigilarán acaso, y tratará, enefecto, de engañar a alguien?

-Eso mismo me parece- contestó el europeo-. Vea buscar mi anteojo, y manda que carguen con balauna bombarda. Trataremos de ayudar en la manio-bra a ese hombre, que, evidentemente, trata de unir-se con nosotros.

Un momento después dirigía el anteojo hacia lacanoa, que aun se encontraba a unas dos millas dedistancia, y que concluyó por alejarse de los islotes,dirigiéndose resueltamente hacia el “Mariana”.

De pronto Yáñez lanzó un grito:-¡Tangusa!-¿El que Tremal-Naik había llevado consigo a

Mompracem y a quien había hecho factor?-Sí, Sambigliong.-Pues ahora sabremos algo de esa insurrección, si

es él- dijo el dayako.-¡Oh, sí; es él! ¡No me equivoco; lo veo bien!...

¡Oh!-¿Qué es, señor?

Page 12: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

12

-Que veo una chalupa tripulada por una docenade dayakos, y me parece como que quiere dar caza aTangusa. ¡Mira hacia la última isleta! ¿Ves?

Sambigliong aguzó la mirada y vio que, efectiva-mente, una embarcación muy estrecha y muy largadejaba la embocadura del río y se lanzaba a todavelocidad hacia el mar bajo el impulso de ocho re-mos manejados con gran brío.

-Sí, señor Yánez; dan caza al factor de Tre-mal-Naik.

-¿Has mandado cargar una bombarda?-Las cuatro.-¡Muy bien! Esperemos un momento.La canoa, que tenía el viento de popa, bogaba de-

recha hacia el “Mariana” con bastante velocidad; sinembargo, no podía correr tanto como la chalupa. Elhombre que la montaba se hizo cargo de que lo se-guían, y dejando la caña del timón, tomó los dosremos para acelerar la carrera.

De pronto una nube de humo se elevó de la proade la chalupa, y a los pocos instantes se oyó en el“Mariana” el estampido de un tiro.

-Hacen fuego sobre Tangusa, señor Yáñez!- dijoSambigliong.

Page 13: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

13

-¡Bueno, querido yo enseñaré a esos bribonescómo tiran los portugueses!- repuso el europeo consu calma habitual.

Tiró el cigarrillo que estaba fumando, se hizo si-tio entre los marineros que habían invadido el casti-llo de proa atraídos por el disparo, y se acercó a laprimera bombarda de babor, apuntándola contra lachalupa.

La caza continuaba con furia, y la canoa, noobstante los desesperados esfuerzos del hombreque la montaba, perdía terreno.

Otro tiro de fusil partió de la chalupa, pero sindaño alguno, pues es sabido que los dayakos mane-jan mejor sus cerbatanas que las armas de fuego.

Yáñez seguía mirando impasible.-Está en la línea- murmuró al cabo de dos mi-

nutos.Hizo fuego. Se inflamó el largo cañón, produ-

ciendo un estampido que repercutió incluso bajo losárboles que cubrían la lejana costa de la bahía.

A estribor de la chalupa se vio alzarse un chorrode agua: enseguida se oyeron en lontananza gritosde rabia

-¡Tocada, señor Yáñez!- gritó también Sambi-gliong.

Page 14: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

14

-Y se irá a pique muy pronto- repuso el portu-gués.

Los dayakos interrumpieron la carrera y virarondesesperadamente, con la esperanza de saltar enuno de los islotes antes de que se hundiese la em-barcación.

La avería que le produjo el proyectil de la bom-barda, una bala de libra y media por mitad de plomoy cobre, era demasiado grande para que pudiese co-rrer mucho tiempo.

En efecto, los dayakos estaban todavía a más detrescientos pasos del islote más cercano, cuando lachalupa, que se llenaba rápidamente de agua, faltóbajo sus pies y se fue a fondo.

Como los dayakos de la costa son todos hábilesnadadores, pues pasan la mayor parte de su vida enel agua, lo mismo que los malayos y los polinesios,no había peligro de que se ahogasen.

-¡Salvaos- dijo Yáñez-; pero, si volvieseis a la car-ga, os abrasaríamos las costillas con una buena me-tralla de clavos!

La pequeña canoa, viéndose libre de sus perse-guidores gracias a tan afortunado tiro, había vuelto aemprender su ruta hacia el “Mariana” empujado por

Page 15: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

15

la brisa, que aumentaba con la puesta del sol; así esque muy pronto se encontró en aguas del velero.

El hombre que la guiaba era un joven de treintaaños de piel amarillenta, perfil casi europeo, como sifuese hijo del cruce de las razas caucásicas y malaya;su estatura era más bien pequeña, pero parecía muyfornido; llevaba el cuerpo liado en tiras de tela blan-ca, que le sujetaban fuertemente los brazos y laspiernas, y en las ligaduras se veían manchas de san-gre.

-¿Lo habrán herido?- se preguntó Yáñez-. Esemestizo me parece que sufre mucho. ¡Ohé! ¡Echaduna escala y preparad algunos cordiales!

Mientras los marineros ejecutaban aquellas órde-nes, la pequeña canoa dio la última bordada, pegán-dose al costado de estribor del velero.

-¡Sube pronto!- gritó Yáñez.El factor de Tremal-Naik ató la canoa a una

cuerda que le habían arrojado, amainó la vela, subiócon algún trabajo la escala y apareció sobre la toldi-lla.

Un grito de sorpresa y horror se le escapó alportugués.

El cuerpo de aquel desdichado aparecía acribilla-do como por una descarga de innumerables perdi-

Page 16: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

16

gones, y de algunas de aquellas heridas todavía sa-lían gotas de sangre.

-¡Por Júpiter!- exclamó Yáñez estremeciéndose-.¿Quién te ha puesto de ese modo, mi pobre Tangu-sa!

-Las hormigas blancas, señor Yáñez- contestó elmalayo con voz apagada y haciendo un horriblegesto de dolor.

-¡Las hormigas blancas!- exclamó el portugués-.¿Quién te ha cubierto el cuerpo con tales insectos,siempre ávidos de comer!

-Los dayakos, señor Yáñez.-¡Ah, miserables! Vete a la enfermería y que te cu-

ren; después hablaremos. Ahora dime tan sólo siTremal-Naik y su hija Damna corren peligro inmi-nente.

-El amo ha formado un pequeño cuerpo de ma-layos, e intenta hacer frente a los dayakos.

-Está bien; ponte en manos de Kibatang, que en-tiende de heridas, y después envía a buscarme, mipobre Tangusa. Por el momento, tengo que hacerotra cosa.

Mientras el malayo, ayudado por dos marineros,descendía a la cámara, Yáñez había puesto de nuevosu atención en la desembocadura del río, en la cual

Page 17: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

17

habían aparecido tres grandes chalupas montadaspor tripulaciones numerosas, y una con puente do-ble, en la cual se veía uno de esos pequeños cañonesde cobre amarillo llamados lilas por los malayos,fundidos con una parte de plomo.

-¡Oh, diablo!- murmuró el portugués-. ¿Tendránintención esos dayakos de venir a medirse con lostigres de Mompracem? ¡No será con esa fuerza conla que habéis de poder con nosotros! ¡Tenemosbuenas armas, y os haremos saltar como cabras sal-vajes!

-Tendrán otras chalupas escondidas detrás de lasislas, señor Yáñez- dijo Sambigliong-. Somos dema-siado fuertes para que vayamos a tenerles miedo,aun cuando conozcamos la audacia y el empuje delos hijos de piratas y cortacabezas.

-¿No tenemos aún dos cajas de aquellas?...-¿Balas de acero con punta? Sí, capitán.-Manda traerlas sobre cubierta, y da orden a to-

dos nuestros hombres para que se pongan botas demar, si no quieren estropearse los pies. ¿Se han em-barcado los haces de espinos?

-También, señor Yáñez

Page 18: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

18

-Manda ponerlos alrededor de la borda. Si quie-ren subir el asalto, los veremos gritar como fierassalvajes. ¡Piloto!

Podada, que se había subido hasta la cofa deltrinquete para observar el movimiento sospechosode las cuatro chalupas, descendió, y se acercó alportugués mirando oblicuamente.

-¿Sabes si esos dayakos tienen muchas barcas?-No he visto apenas ninguna en el río- contestó

el malayo.-¿Crees que tratarán de abordarnos aprovechán-

dose de nuestra inmovilidad?-No lo creo, mi amo.-¿Hablas sinceramente? ¡Ten cuidado, porque

comienzo a sospechar de ti, pues esta encalladurano me parece accidental!

El malayo hizo un gesto para esconder la feasonrisa que le apuntaba en los labios, y enseguidadijo con tono de resentimiento:

-No he dado motivo ninguno para que dude demi lealtad mi amo.

-¡Pronto lo veremos!- contestó Yáñez-. Ahoravamos a buscar a ese pobre Tangusa mientras Sam-bigliong prepara la defensa.

Page 19: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

19

CAPÍTULO II

EL PEREGRINO DE LA MECA

Si por fuera era bellísimo el velero, que podíacompetir con los yachts mejores de la época, el inte-rior, especialmente la cámara de popa, era realmentefastuoso.

Sobre todo la sala central, que servía de comedory de salón, estaba alhajada con librerías, mesa y si-llas talladas e incrustadas de nácar y oro; en el suelose veían alfombras persas, tapices indios en las pa-redes, y cortinillas de seda color de rosa con franjasde plata velaban la luz de las ventanillas.

Page 20: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

20

Del techo pendía una gran lámpara que parecíade Venecia, y entre tapices y tapices se veían sober-bias colecciones de armas de todos los países.

Tendido en un diván de terciopelo negro, ven-dado desde la cabeza hasta la planta de los pies yenvuelto en una manta de lana, estaba el Intendentede Tremal-Naik, ya curado, y más animado con elcordial que tomara.

-¿Han cesado los dolores, mi valiente Tangusa?-le preguntó Yáñez.

-Kibatang posee ungüentos milagrosos- contestóel herido-. Me ha frotado todo el cuerpo, y ya mesiento mucho mejor.

-Pues cuéntame cómo ha sucedido todo eso.Antes de nada, ¿sigue el amigo Tremal-Naik en el“kampong” de Pangutarang?

-Sí, señor Yáñez; y cuando lo he dejado estabafortificándose para poder resistir a los dayakoshasta que llegase usted. ¿Cuándo llegó a Mompra-cem el mensajero que le hemos enviado a usted?

-Hoy hace tres días, y, como ves, no hemos per-dido el tiempo para acudir en socorro de nuestroamigo con el mejor barco.

-¿Qué es lo que piensa el Tigre de la Malasia detan imprevista insurrección, cuando aun no hace

Page 21: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

21

tres semanas miraban los dayakos a mi señor comoa su genio tutelar.

-A pesar de las conjeturas que hemos hecho, nohemos adivinado el motivo por el cual los dayakoshan tomado las armas y destruido las factorías quetantas fatigas le costaron a Tremal-Naik. ¡Seis añosde trabajo, y más de cien mil rupias tiradas quizásinútilmente! ¿Tienes alguna sospecha?

-Voy a contarle lo que hemos podido saber. Ha-ce un mes, o antes acaso, desembarcó en estas cos-tas un hombre que no debe pertenecer a la razamalaya ni a la bornesa, diciendo que era un musul-mán ferviente, y llevaba el turbante verde de los quehan hecho la peregrinación a la Meca. Ya sabe us-ted, señor, que los dayakos de esta parte de la isla noadoran a los genios de los bosques, ni a los buenosni a los malos espíritus, como sus hermanos del Sur,pues son musulmanes, a su modo, naturalmente, pe-ro no menos fanáticos que los de la India Central.¿Qué es lo que dijo aquel hombre a esos salvajes?Eso ni mi señor ni yo hemos llegado a saberlo. Elhecho es que logró fanatizarlos, induciéndolos adestruir las factorías y a rebelarse contra la autori-dad del señor Tremal-Naik.

Page 22: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

22

-Pero, ¿qué historia es la que me cuentas?- ex-clamó Yáñez en el colmo de la sorpresa.

-Una historia tan verdadera, señor Yáñez, que miamo corre el peligro de morir abrasado en su “kam-pong” juntamente con su hija la señorita Damna, siusted no acude en su socorro. Ese hombre del tur-bante verde no solamente ha levantado a los salva-jes contra la factoría, sino también contra mi amo,pues quieren a todo trance su cabeza, señor Yáñez.

El portugués se había puesto pálido.-¿Quién podrá ser ese peregrino? ¿Qué misterio-

so deseo lo empuja en contra de Tremal-Naik? ¿Túlo has visto?

-Sí-, al escapar de entre las manos de los dayakos.-¿Es joven o viejo?-Es viejo, señor; de elevada estatura y flaquísimo;

un verdadero tipo de peregrino que tiene hambre ysed. Y aun hay algo más grave en el misterio- añadióel mestizo-. Me han dicho que hace dos semanasllegó un barco de vapor con bandera inglesa, y queel peregrino estuvo conversando largo rato con elcomandante.

-¿Y marchó pronto esa nave?-A la mañana siguiente; y sospecho que durante

la noche desembarcó armas, porque ahora muchos

Page 23: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

23

dayakos tienen fusiles y pistolas, siendo así que an-tes no tenían más que cerbatanas y cuchillos.

-¿De modo que los ingleses se mezclan en esteasunto?- preguntó Yáñez que parecía muy preocu-pado.

-Es posible, señor. ¿Sabe las voces que correnpor Labuán? Que el Gobierno inglés tiene intenciónde ocupar nuestra isla de Mompracem con el pre-texto de que constituimos un constante peligro parasus colonias, y que nos enviarán a otra tierra máslejana. ¡Los ingleses, que deben estaros reconocidospor haberlos desembarazado de los tigres que in-festaban la India!

-Querido mío, ¿tú crees que el leopardo puedeguardar gratitud al mono por haberlo librado de losinsectos que le molestaban?

-No, señor; porque esos animales carnívoros notienen ese sentimiento.

-Pues tampoco lo tiene el Gobierno inglés llama-do el leopardo de Europa.

-¿Y dejará usted que se apoderen de Mompra-cem?

Una sonrisa dilató los labios de Yáñez. Encendióun cigarrillo, aspiró dos o tres bocanadas de humo,y dijo con voz tranquila:

Page 24: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

24

-No sería ésta la primera vez que los tigres deMompracem se ponen enfrente del leopardo inglés.Le hemos hecho temblar un día en Labuán, y corrióel peligro de ver a sus colonos devorados por no-sotros y arrojados al agua. ¡No nos dejaremos sor-prender ni vencer!

-¿Y Sandokán? ¿Ha enviado a Tija sus paraos pa-ra inmolar hombres?

-Sí; y que no serán menos animosos que los últi-mos tigres de Mompracem- contestó Yáñez-. ¿Quie-re Inglaterra arrojarnos de una isla que venimosocupando hace treinta años? ¡Que se atreva y entre-garemos a las llamas la Malasia entera, y batallare-mos sin cuartel contra el insaciable leopardo! ¡Ve-remos si ha de ser el Tigre de la Malasia el que su-cumba en la lucha!

En aquel momento se oyó la voz de Sambigliong,el contramaestre del “Mariana” que gritaba:

-¡A la cubierta, capitán!-¡Llegas a tiempo!- respondió Yáñez-. Acabo de

terminar mi coloquio con Tangusa. ¿Qué hay denuevo?

-¡Que avanzan!-¿Quiénes? ¿Los dayakos?-Sí, capitán.

Page 25: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

25

-¡Está bien!El portugués salió de la cámara, tomó la escalera

y apareció en la cubierta.El sol iba a ocultarse rodeado por una nube de

oro, y teñía de rojo el mar, ligeramente rizado poruna brisa suave.

El “Mariana” seguía inmóvil, y cómo eran aque-llos momentos los del máximum de la baja mar, sehabía inclinado un poco sobre el costado de estri-bor, de modo que la cubierta aparecía sin banda enaquella parte.

Hacia los islotes que obstruían el río se veíaavanzar lentamente una docena de grandes canoas,entre ellas cuatro dobles, precedidas por un peque-ño parao armado con un mirin, pieza de artilleríaalgo mayor que el “lila”, fundido como éste, conplomo, cobre y latón.

-¡Ah!- dijo Yánez con su flema habitual-. ¿Quie-ren medirse con nosotros? ¡Muy bien! Tenemospólvora bastante con que obsequiarlos: ¿verdad,Sambigliong?

-La provisión es buena, capitán- contestó el ma-layo.

-Observo que avanzan muy despacio. No pareceque tengan mucha prisa, querido Sambigliong.

Page 26: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

26

-Esperan a que se haga de noche. Antes de quedesaparezca la luz es preciso ver qué trazas tienen.

Tomó el anteojo, y lo asestó al pequeño paraoque iba precediendo a la flotilla de chalupas. Iban enél quince o veinte hombres vestidos de guerra: pan-talones estrechos abotonados en las caderas y en lagarganta del pie; “sarong” muy corto, y en la cabeza,una especie de birrete muy curioso, de larga visera ycon muchas plumas, llamado “tadung”. Algunosestaban armados de fusiles; los más, en lugar del“kampilang”, pesadas armas blancas de un aceromuy fino, llevaban los “pijan-rant”- especie de pu-ñal de hoja larga, y no ondulante como los krissmalayos-, y sostenían grandes escudos cuadrados depiel de búfalo.

-¡Hermosos tipos!- dijo Yáñez-¿Son muchos, señor?-¡Uf! Centenar y medio, mi querido Sambigliong.Dicho esto se volvió, mirando a la toldilla del

“Mariana”. Sus cuarenta hombres estaban todos ensus puestos de combate: los artilleros, detrás de losdos cañones y de las cuatro bombardas; los fusile-ros, detrás de la amura cuyos bordes estaban cu-biertos con haces de agudos espinos, y los hombresde maniobras, que por el momento nada tenían que

Page 27: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

27

hacer, en lo alto de las cofas bombas de mano y ca-rabinas indias de cañón largo.

-¡Vaya; pues que vengan a buscarnos!- murmuróvisiblemente satisfecho de las órdenes dadas porSambigliong.

El sol desaparecía, lanzando sus últimos rayos,tiñendo de una luz áurea y rosada las costas de lainmensa isla y las escolleras contra las cuales sedeshacían las olas que venían del mar. El astro deldía se sumergía majestuosamente en el agua, infla-mando un gran abanico de nubes que había encimade él, y de las cuales partían grandes zonas de oro yráfagas de púrpura que esmaltaban el claro azul delcielo. Casi bruscamente desapareció el sol, tiñendode color rojo encendido por breves instantes el ho-rizonte todo; enseguida fue atenuándose aprisaaquella oleada de luz, y, como no hay crepúsculo enaquellas latitudes, la gran fantasmagoría se extinguióy las tinieblas envolvieron la bahía, las islas y lascostas

-¡Buena noche para otros, y mala para nosotros!-dijo Yáñez, que no había podido menos de contem-plar extasiado aquella espléndida puesta de sol.

Page 28: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

28

Miró a la flotilla enemiga. El pequeño parao, laschalupas dobles y las sencillas apresuraron la mar-cha.

-¿Estamos dispuestos?-Sí- contestó por todos Sambigliong.-Entonces, ya no os detengo más, mis buenos ti-

gres de Mompracem.-El pequeño parao se hallaba a tiro, y cubría las

chalupas que lo seguían en fila una detrás de otra,para evitar los fuegos de la artillería del “Mariana”.

Sambigliong se inclinó sobre una de las piezasemplazadas en la toldilla, que estaban montadas so-bre pernos para poder hacer fuego en todas direc-ciones y después de haber mirado durante algunosinstantes hizo fuego, despedazando el árbol de trin-quete del parao, el cual cayó sobre el puente, arras-trando la enorme vela.

Aquel tiro, verdaderamente maravilloso, arrancófuriosos gritos a los que iban en las chalupas; a suvez llameó la proa del barco inutilizado.

El cañoncito del pequeño velero había respondi-do al disparo del “Mariana”; pero la bala, mal diri-gida, no había hecho más que agujerear el con-tra-foque, que Yáñez no había mandado amainar.

Page 29: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

29

¡Esos bribones tiran como los reclutas de mi pa-ís!- dijo Yáñez, que continuaba fumando plácida-mente apoyado en la amura de proa.

Al disparo siguió una serie de detonaciones se-cas. Eran los “lilas” de las chalupas dobles, que se-cundaban el fuego del parao.

Afortunadamente, aquellos cañoncitos no esta-ban todavía a tiro y todo se redujo a mucho ruido ymucho humo, sin daño del “Mariana”.

-Ante todo, deshaced el parao, Sambigliong- dijoYáñez- y procurad desmontar el cañoncito, que eslo único que puede hacernos daño. Seis hombres alas dos piezas y menudead el fuego, mi...

Se interrumpió bruscamente lanzando una mira-da hacia la popa. Hizo un gesto de sorpresa.

-¡Sambiglion!- exclamó palideciendo.-No tema, señor Yáñez: el parao estará deshecho

o arrasado como un pontón antes de dos minutos.-¿Y el piloto, que no he vuelto a verlo?-¡El piloto!- exclamó el malayo dejando la pieza,

que ya había apuntado-. ¿Dónde está ese bribón?Yáñez, presa de una agitación vivísima, había

atravesado rápidamente la toldilla.-¡Busca al piloto!- gritó.

Page 30: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

30

-Capitán- dijo un malayo que estaba al serviciode las dos piezas de popa-, acabo de verlo bajar a lacámara.

Sambigliong, que había sospechado lo mismo, seprecipitó por la escalera empuñando una pistola.

Yáñez lo siguió, mientras los dos cañones trona-ban contra la flotilla con horrísono fragor.

-¡Ah, perro!- se oyó gritar.Sambigliong había sujetado fuertemente por la

espalda al piloto, que iba a salir de un camarote, yque tenía en la mano un pedazo de cuerda embreaday encendida.

-¿Qué es lo que hacías, miserable?- gritó Yáñez,arrojándose a su vez sobre el malayo, que intentabaresistir al contramaestre.

Al ver al comandante, que tenía también unapistola en la mano, y que parecía dispuesto a saltarlelos sesos, el piloto se había vuelto amarillo, es decir,pálido; pero respondió con cierta calma:

-Señor, he bajado para tomar una mecha para lasbombardas.

-¿A este sitio por las mechas?- gritó Yáñez.-. ¡Bri-bón, lo que pretendías era incendiar el barco!

-¡Yo!

Page 31: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

31

-¡Sambigliong, ata a este hombre!- mandó elportugués-. ¡Así que hayamos batido a las dayakosnos veremos!

-No hacen falta cuerdas, señor Yáñez- repuso elcontramaestre-. Le haremos dormir durante docehoras, y no nos molestará en ese tiempo.

Agarró brutalmente por los hombros, al piloto,que ya no trataba de resistir, le comprimió con lospulgares la nuca, y después le hundió en el cuello,un poco más abajo de los ángulos de las mandíbu-las, los índices y los dedos del corazón, estrujándolelas carótidas contra la. columna vertebral. Con estaoperación se produjo una cosa extraña. Podadaabrió desmesuradamente los ojos y la boca como sisufriese un principio de asfixia, se le hizo anhelosala respiración, echó atrás la cabeza y cayó en brazosdel contramaestre cual si estuviese muerto.

-¡Lo has matado! exclamó Yáñez.-No, señor- repuso Sambigliong-; lo he adorme-

cido, Y hasta dentro de doce o quince horas no po-drá despertar.

-¿Hablas en serio?-Más tarde lo veréis.-Échalo en una hamaca, y subamos corriendo. El

cañoneo se hace muy vivo.

Page 32: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

32

Sambigliong levantó al piloto, que no daba seña-les de vida, y lo tendió sobre una alfombra: ensegui-da subieron ambos rápidamente a la cubierta, en elmomento mismo en que los dos cañones de cazavolvían a tronar, haciendo retemblar el velero.

El combate entre el “Mariana” y la flotilla se ha-bía empeñado con ardimiento.

Las dobles chalupas que, como ya hemos dicho,iban armadas con “lilas” se habían colocado en unfrente bastante largo a diestra y siniestra del paraopara dividir el fuego del velero, empeñándose enproteger resueltamente a las otras embarcaciones,que a pesar de su pequeñez llevaban a bordo tripu-laciones muy numerosas reservadas para el ataquefinal.

Los disparos se sucedían con rapidez, y las balas,aunque todas eran de muy poco calibre, pasabansilbando en gran cantidad sobre el “Mariana”, in-crustándose en los penoles, horadando las lonas,maltratando el cordaje y astillando las amuras. Va-rios hombres estaban heridos, y alguno muerto: sinembargo, de esto, los artilleros de Mompracem se-guían cumpliendo su deber con fría serenidad ycalma maravillosa.

Page 33: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

33

Como había disminuido la distancia, comenza-ron a tronar las bombardas, lanzando sobre la floti-lla descargas de metralla, compuesta en su mayorparte de clavos que herían cruelmente a los dayakos,haciéndolos gritar y saltar como monos rojos.

A pesar de aquellas descargas formidables no ce-saba de avanzar la flotilla. Los dayakos que por logeneral eran muy valientes, casi tanto como los ma-layos, y que no temen a la muerte, remaban con fu-ria, mientras los que iban armados con fusiles sos-tenían un fuego vivísimo, si bien muy poco eficaz,pues apenas tenían práctica de aquellas armas.

Ya se habían acercado las chalupas a unos qui-nientos pasos, cuando el parao, sobre el cual seconcentraba el fuego de los cañones del “Mariana”,se tumbó sobre un costado.

Había perdido sus dos mástiles, el balancín lohabía hecho pedazos un tiro de Yáñez, y su obramuerta casi no existía.

-¡Desmonta el cañoncito, Sambigliong!- gritó Yá-ñez al ver que se acercaba al parao una doble chalu-pa con la intención de recoger la pieza de artilleríaantes de que se fuese a pique el barco.

-¡Sí, comandante!- respondió el malayo, que ser-vía en la pieza de babor.

Page 34: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

34

-¡Y vosotros ametrallad a la tripulación antes deque lo recojan!- añadió el portugués, que desde loalto de la toldilla seguía atentamente los movimien-tos de la flotilla, sin dejar por eso el cigarro.

Una andanada de los cañones y de las bombar-das cayó sobre el parao desmontando el cañoncito,cuya cureña hecha añicos se fue abajo de golpe,mientras un huracán de metralla barría la embarca-ción desde la proa hasta la popa, hiriendo a la ma-yoría de los tripulantes.

-¡Buen golpe!- exclamó el portugués con su ha-bitual tranquilidad-. ¡Uno que ya no nos producirámás molestias!

El pequeño velero era tan sólo una cáscara denuez que se hundía con toda rapidez en el agua. Loshombres que habían escapado de tan tremenda an-danada se arrojaron al mar, y nadaban hacia laschalupas, mientras los pontones disparaban furiososlos “lilas” con no mucha fortuna, a pesar de ofre-cerles el “Mariana” un buen blanco con su inmovi-lidad y su mole.

De pronto el parao se puso quilla arriba, volcan-do en las aguas muertos y heridos. Gritos ferocessalieron de las chalupas al ver que el parao se iba ala deriva con la quilla al aire.

Page 35: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

35

-¡Chilláis como ocas!- dijo Yáñez-. ¡Se necesita al-go más para vencer a los tigres de Mompracem,queridos míos! ¡Fuego a las chalupas! ¡Adelante, fu-sileros! ¡Esto va entrando en calor!

Aun cuando privados del parao, que con su piezapodía contestar a los cañones de caza, la flotilla ha-bía vuelto a emprender el avance, acercándose rápi-damente al “Mariana”.

Los tigres de Mompracem no economizabanpólvora ni balas. Los cañones de las piezas de cazay de las bombardas alternaban con las nutridas des-cargas de fusilería, que abrían grandes huecos en latripulación de los pontones y de las chalupas.

Aquellos viejos guerreros, que hicieron temblar alos ingleses de Labuán, que habían vencido y deshe-cho a James Brook, el rajá de Sarawak, y que destru-yeron después de combates formidables a los terri-bles “thugs” indios, se defendían de un modo admi-rable, sin cuidarse de buscar amparo detrás de laobra muerta.

Despreciando todo peligro, a pesar de los con-sejos del portugués, que procuraba conservar sushombres, habían saltado todos sobre las amuras pa-ra ver mejor, y desde allí, como desde las cofas, ha-

Page 36: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

36

cían un fuego infernal sobre las chalupas, diezman-do cruelmente a las tripulaciones.

Pero los asaltantes eran tantos en número, que apesar de tan graves pérdidas no se desanimaban.

Otras chalupas salidas del río se habían unido ala flotilla. Por lo menos eran trescientos salvajes su-ficientemente armados los que se dirigían al abor-daje del “Mariana”, resueltos a expugnarlo y a matarhasta el último de sus defensores. No podía esperar-se cuartel de aquellos bárbaros sanguinarios, que notienen más que un solo deseo: hacer cosecha de crá-neos humanos.

-¡El negocio se va a poner serio!- murmuró Yá-ñez al ver las nuevas chalupas-. ¡Tigrecitos míos,dad de firme cuanto podáis, o concluiremos pordejar aquí nuestras cabezas! ¡Ese perro peregrino losha fanatizado de tal modo, que se han vuelto rabio-sos!

Se acercó a la pieza de caza de estribor, que aca-baba de cargarse en aquel momento, y apartó aSambigliong, que estaba apuntando con ella.

-¡Deja que me caliente también un poco!- dijo-. Sino deshacemos los pontones y no echamos al aguasus “lilas”, antes de tres minutos estarán aquí.

-Los espinos los detendrán, comandante.

Page 37: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

37

-No lo sé, querido. Pondrán en juego sus “kam-pilangs”.

-Y nuestros gavieros no harán menos fuego consus granadas.

-Sea; pero prefiero que no lleguen hasta aquí.Puso fuego a la pieza, y como siempre, no falló el

tiro. Uno de los pontones compuesto de dos chalu-pas reunidas por medio de un puente, se fue a pique.

Las proas, tocadas a flor de agua, se inundaron, yla masa flotante se hundió.

Un segundo pontón quedó también mediodeshecho; al tercer cañonazo que disparó Yáñez, yalas chalupas alcanzaron al “Mariana”.

-¡Empuñad los parangs, y llevad a popa las bom-bardas!- gritó abandonando la pieza, que ya era inú-til-. ¡Obstruid la proa!

En un abrir y cerrar de ojos se ejecutaron las ór-denes. Los fusileros se pusieron en masa en la toldi-lla, dejando solos a los gavieros de las cofas, mien-tras que Sambigliong con algunos hombres desfon-daba a hachazos dos cajas, sembrando por la cu-bierta una infinidad de bolitas de acero, erizadas depuntas finísimas.

Los dayakos, furiosos por las graves pérdidas su-fridas, habían rodeado al “Mariana” gritando de un

Page 38: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

38

modo atronador y tratando de trepar, agarrándosedonde podían.

Yáñez empuñó una cimitarra y se colocó en me-dio de sus hombres.

-¡Apretad las filas en derredor de las bombas!gritó.

Los fusileros que estaban cerca de las bordas nocesaron de hacer fuego, hiriendo a quemarropa a losdayakos de los pontones y a cuantos pretendían su-bir al abordaje.

Los cañones de los fusiles y de las carabinas in-dias se habían calentado de tal modo, que abrasabanlas manos de los tiradores.

Los dayakos llegaban encaramándose como mo-nos. De pronto estallaron grandes gritos de dolorentre los asaltantes.

Habían puesto las manos sobre los haces de es-pinos que cubría las bordas, y cuyas ramas se habíandisimulado con el empalletado.

Al sentirse desgarrados los dedos, y no pudiendosoportar dolor tan agudo, se dejaron caer encima desus compañeros, arrastrándolos en su caída.

Si los que trataron de asaltar el barco por babor yestribor no pudieron conseguirlo; en cambio los que

Page 39: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

39

se izaron por el bauprés, habían sido más afortuna-dos, pues encontraron un apoyo en el mismo palo.

A golpes de “kampilang” desataron los haces deaquel sitio, los arrojaron al agua, y diez o doce hicie-ron irrupción en el castillo de proa dando gritos devictoria.

-¡Adentro con las bombardas!- gritó Yáñez, quelos había dejado hacer.

Las cuatro bocas de fuego lanzaron una andana-da de clavos, limpiando todo el castillo.

Fue una descarga terrible. Ninguno de los asal-tantes quedó en pie, aun cuando tampoco cayeronmuertos.

Aquellos desgraciados, que recibieron de llenolos tiros, rodaban por el castillo dando alaridos dedolor y debatiéndose desesperadamente.

Sus cuerpos, horadados en cien sitios por losclavos, parecían cribas goteando sangre.

Sin embargo, la victoria estaba lejana todavía.Otros dayakos subieron por todas partes, disper-

sando primero los espinos con los “kampilangs”, ysaltaron sobre cubierta a pesar del fuego vivísimode los tigres de Mompracem.

Pero allí esperaba a los asaltantes otro obstáculono menos duro que los espinos; eran las bolitas de

Page 40: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

40

acero que llenaban toda la cubierta, y cuyas puntasno era posible esquivar ni con las pesadas botas deagua.

Además, los gavieros desde las cofas comenza-ron a arrojar granadas que estallaban con estruendo,lanzando en derredor fragmentos de metal.

Pillados entre dos fuegos e imposibilitados deavanzar, los dayakos se habían detenido; enseguidaun terror súbito se apoderó de ellos al verse ametra-llados de nuevo; allí cayeron varios y los restantes seprecipitaron en montón sobre las bordas, arroján-dose al agua y nadando como desesperados hacialos pontones y las chalupas.

-Por lo visto, parece que ya tienen bastante- dijoYáñez, que no había perdido su flema durante la lu-cha-. ¡Esto os enseñará a temer a los viejos tigres deMompracem!

La derrota de los isleños era completa. Pontonesy chalupas huían a fuerza de remos hacia los islotesque se extendían delante del río; y sin responder alfuego del velero, fuego que hizo cesar muy pronto elportugués, al cual repugnaba matar personas que yano podían defenderse.

Diez minutos después la flotilla, cuyas chalupashacían agua la mayor parte, desaparecía en el río.

Page 41: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

41

-Se han marchado- dijo Yáñez-. Supongo quenos dejarán tranquilos.

-Nos esperarán en el río, señor- dijo Sambi-gliong.

-Nos darán de nuevo la batalla- añadió Tangusa,que a los primeros cañonazos había subido a cu-bierta para tomar parte en la defensa, aun hallándo-se, como se hallaba, sin fuerzas.

-Les daremos otra lección que les quitará parasiempre las ganas de importunarnos. ¿Habrá aguabastante para ir hasta la escala del “kampong” ?

-Durante largo trecho el río es muy profundo, ycon viento favorable no habrá dificultad en subirlo.

-¿Cuántos hombres hemos perdido?- preguntóYáñez a Kibatang, un malayo que hacía de médicode a bordo.

-Hay ocho en la enfermería, señor; entre ellosdos graves, y cuatro han muerto.

-¡Que el demonio se lleve a esos malditos salva-jes y a su peregrino!- exclamó Yáñez-. ¡En fin, estoes la guerra!- añadió dando un suspiro.

Enseguida, volviéndose hacia Sambigliong, queparecía esperar alguna orden, añadió:

-La marea está a punto de alcanzar su mayor al-tura. ¡Tratemos de salir de este banco maldito!

Page 42: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

42

CAPÍTULO III

EN EL RÍO KABATAUN

Hacía ya cuatro o cinco horas que el agua seguíacreciendo en la bahía, cubriendo poco a poco elbanco en que había encallado el “Mariana”.

Era, pues, aquel el momento para intentar ponera flote la embarcación, lo cual no parecía cosa muydifícil pues los marineros ya observaron un movi-miento de la rueda de proa. Todavía no flotaba elvelero; pero nadie dudaba de llegar a sacarlo deaquel mal paso ayudándolo con alguna maniobra.

Desembarazada la cubierta de los cadáveres quela llenaban, especialmente en el castillo de proa,donde cayeron muchos dayakos bajo las descargas

Page 43: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

43

de metralla hechas a quemarropa, y recogidos y co-locados en las cajas los peligrosos balines de puntaque habían detenido tan a tiempo el asalto de losbelicosos isleños, los tigres de Mompracem se pu-sieron enseguida a la faena bajo la dirección de Yá-ñez y de Sambigliong.

A sesenta pasos de la popa se tiraron dos peque-ñas anclas, se haló a la cuerda para echar hacia atrásla nave, ayudando el empuje de la marea, y se pusie-ron las velas de modo que el viento no resultara afavor de proa.

-¡A la cuerda, muchachos!- gritó Yáñez cuandotodo estuvo dispuesto-. ¡Saldremos pronto de aquí!

Ya se habían oído ciertos golpeteos del agua bajola proa, señal evidente de que la crecida de la mareatendía a suspender la embarcación.

Doce hombres se precipitaron a la cuerda, mien-tras otros tantos se echaron a los cables que sujeta-ban las anclas para que el esfuerzo fuese mayor: losprimeros habían comenzado ya a hacer girar las as-pas de los molinetes.

Al cabo de cuatro o cinco vueltas de las aspas delcabrestante, el “Mariana” vaciló sobre el banco enque se apoyaba, virando lentamente hacia estribor a

Page 44: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

44

impulsos del viento que henchía con fuerza las dosinmensas velas.

-¡Ya estamos libres!- gritó Yáñez con voz alegre-.Probablemente, hubiera bastado la marea para sa-carnos de aquí. ¡Qué sorpresa tan agradable va a te-ner el piloto cuando despierte! ¡Recoged las anclas,izad las velas, y en marcha hacia adelante en direc-ción del río!

-¿Embocamos el río, sin esperar al día?- pre-guntó Sambigliong.

-Me ha dicho Tangusa que es ancho y profundoy que no tiene bancos- respondió Yáñez-. Prefieroatravesar ahora sin luz y sorprender a los dayakos,que seguramente no nos esperarán tan pronto.

Los marineros, haciendo un poderoso esfuerzocon el cabrestante, arrancaron las anclas del fondo,y los gavieros orientaron las velas y los foques delbauprés. Tangusa, que no había dejado la toldilla, sepuso al timón, por ser el único que conocía la em-bocadura del Kabataun.

-Condúcenos tan sólo hasta dentro del río, mivaliente muchacho- le había dicho Yáñez-; despuésregiremos nosotros el “Mariana” y te irás a descan-sar.

Page 45: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

45

-¡Oh! Ya no soy un niño, señor- contestó el mes-tizo-, para tener necesidad inmediata de descanso.El bálsamo prodigioso con que Kibatang untó misheridas me ha calmado las dolores.

-¡Ah!- exclamó Yáñez, mientras que el “Mariana”,rodeando prudentemente el banco, avanzaba haciael río-. No me has dicho todavía cómo has caído enmanos de los dayakos ni por qué te han martirizado.

-No me dejaron tiempo esos bribones para con-cluir de contarle a usted mi triste aventura- respon-dió el mestizo haciendo un esfuerzo para sonreír.

-¿Venías del “kampong” de Tremal-Naik cuandote pillaron?

-Sí, señor Yáñez. Mi amo me había encargadoque me llegase hasta la orilla de la bahía para con-ducirlo por el río.

-Estaba seguro de que no dudaríamos en correren su socorro; ¿verdad?

- No lo dudaba, señor.-¿Dónde te sorprendieron?-En los islotes.-¿Cuándo?-Hace dos días. Unos hombres que habían tra-

bajado en las plantaciones me reconocieron ense-guida y me asaltaron en mi canoa, haciéndome pri-

Page 46: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

46

sionero. Debieron pensar que Tremal-Naik me en-viaba a la costa en espera de algún socorro, porqueme interrogaron largamente, amenazándome concortarme la cabeza si no les revelaba el motivo demi estancia en aquellos lugares. Como me negué acontestar, aquellos miserables me arrojaron en unpozo que estaba próximo a un hormiguero, me ata-ron bien, y me hicieron varias incisiones para quesaliese sangre.

-¡Ladrones!-Ya sabe usted, señor Yáñez, qué voraces son las

hormigas blancas. Atraídas por el olor de la sangre,no tardaron en venir sobre mí por batallones, y co-menzaron a devorarme vivo poquito a poco.

-¡Un suplicio digno de salvajes!-Y que duró un buen cuarto de hora, haciéndome

sufrir tormentos espantosos. Afortunadamente,aquellos insectos se habían arrojado también sobrelas cuerdas que me sujetaban brazos y piernas, y notardaron en roerlas, pues estaban empapadas enaceite de coco para que al secarse me apretasen más.

-¿Y tú apenas te viste libre escapaste?- dijo Yá-ñez.

-¡Puede usted imaginárselo!- respondió el mesti-zo-. Como se habían alejado los dayakos, me metí

Page 47: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

47

entre la espesura de la floresta vecina, cercana al río;y como vi atracada una canoa con vela, me hice a lamar, pues ya había divisado en lontananza al velero.

-¡Has sido bien vengado!-Señor Yáñez, esos salvajes no merecen compa-

sión. ¡Oh!Aquella exclamación se le escapó al descubrir al-

gunas luces que brillaban en las costas de los islotesque componían la barra del río.

-Los dayakos vigilan, señor Yáñez.-Ya lo creo- repuso el portugués-. ¿Podremos pa-

sar de largo sin que nos vean?-Tomaremos por el último canal- contestó el

mestizo, observando atentamente la superficie delrío-. En aquella dirección no veo brillar luz alguna.

-¿Habrá bastante calado?-Sí; pero hay bancos.-¡Ah, diablo!-No tema por eso, señor Yáñez. Conozco muy

bien la cuenca, y espero que entraremos en Kaba-taun sin ningún tropiezo.

-Mientras tanto, nosotros tomaremos nuestrasprecauciones para rechazar cualquier ataque- con-testó el portugués, dirigiéndose al castillo de proa.

Page 48: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

48

El “Mariana” impulsado por una ligera brisa dePoniente, se deslizaba dulcemente, acercándose ca-da vez más a la cuenca del río.

La marca, que aun seguía subiendo, facilitaría lamarcha rechazando un buen trozo las aguas del Ka-bataun.

La tripulación, excepto dos o tres hombres en-cargados de la cura de los heridos, estaba sobre cu-bierta en los puestos de combate, pues no sería difí-cil que, a pesar de la terrible derrota sufrida, intenta-sen los dayakos un nuevo abordaje, o rompiesen elfuego ocultos en los bosquecillos de los islotes.

Tangusa guió el “Mariana” de modo que estuvie-ra siempre lejos de las luces que ardían cerca de lasescolleras, y que debían dominar el campamento delos enemigos; enseguida, con una hábil maniobra,metió el barco dentro de un canal bastante estrechoque se abría entre la costa y un islote, sin que se oye-se grito alguno de alarma en una orilla ni en la otra.

-Ya estamos en el río, señor- dijo a Yáñez, quehabía vuelto a reunirse con él.

-¿No te parece un poco extraño que no hayanvisto nuestra entrada los dayakos?

Page 49: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

49

-Quizás estén durmiendo, no sospechando quepudiésemos salir del banco con tanta facilidad y tanfelizmente.

-¡Hum!- hizo el portugués moviendo la cabeza.-¿Duda usted?-Creo que nos han dejado pasar para darnos la

batalla al remontar el río.-Pudiera ser, señor Yáñez.-¿Cuándo llegaremos?-Al mediodía.-¿Cuánto dista del río el” kampong” ?-Dos millas.-De bosque, probablemente.-Y espeso, señor.-Ha sido un error de Tremal-Naik no haber fun-

dado junto al río la principal factoría. Nos veremosprecisados a dividirnos. Y aunque es cierto que mistigres se baten tan bien en el puente de los paraoscomo en tierra..., sin embargo...

-¿Vamos atrás, señor? El viento es favorable, y lamarea nos empujará todavía durante algunas horas.

-¡Adelante, y cuidado con dar en seco con el“Mariana”!

-Conozco muy bien el río.

Page 50: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

50

El velero dobló una lengua de tierra que formabala barra del río, y remontó la corriente empujadopor la brisa de la noche, que henchía las velas.

Aquella corriente de agua, que aun hoy es pocotransitada a causa de la hostilidad continua de losdayakos que no respetan ni siquiera la cabeza de losexploradores europeos, tenía una anchura de uncentenar de metros, corría por entre dos orillasbastante altas, cubiertas de duriones, mangos y ár-boles gomíferos.

No se veía brillar ninguna luz entre los árboles,ni se escuchaba rumor que indicase la presencia deaquellos formidables cazadores de cabezas.

Solamente de cuando en cuando se oía el chapuzen las aguas, que debían ser muy profundas, de al-gún caimán dormido a flor de agua, y al que espan-taba la masa del velero. Tanto silencio no inspirabaconfianza a Yáñez que redoblaba la vigilancia, pro-curando descubrir algo bajo la densa oscuridad delos árboles.

-¡No- murmuraba-; es imposible que hayamospodido pasar inadvertidos! Alguna cosa debe suce-der: Afortunadamente conocemos al enemigo y nonos tomará de sorpresa.

Page 51: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

51

Había transcurrido una media hora, sin que hu-biese acaecido nada de extraordinario, y ya comen-zaba a confiar el portugués, cuando hacia la partebaja de la corriente del río se vio alzarse por encimade las copas de los grandes árboles una línea de fue-go.

-¡Ta! ¡Un cohete!- exclamó Sambigliong, que lohabía visto primero.

La frente de Yáñez se nubló.-¿Cómo es que estos salvajes poseen cohetes de

señales?- se preguntó.-Capitán- dijo Sambigliong-, eso es prueba de

que en este negocio andan mezclados los ingleses.Estos salvajes no han visto cohetes hasta este mo-mento.

-Los habrá traído el misterioso peregrino.-¡Mire hacia allí: contestan!Yáñez se volvió hacia la proa, y vio a una gran

distancia y hacia la otra parte de la corriente del ríoextinguirse en el cielo un nuevo rastro de luz.

-Tangusa- dijo volviéndose hacia el mestizo, queno abandonaba la barra del timón- parece que sepreparan a hacernos pasar una mala noche los excultivadores de tu señor.

Page 52: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

52

-Lo sospecho, señor Yáñez- respondió el mesti-zo.

En aquel momento se oyeron voces en la proa,exclamando:

-¡Hogueras!-¡O incendio!-¡Mira hacia allá!-¡Arde el río!-¡Señor Yáñez! ¡Señor Yáñez!De unos cuantos saltos se puso en el castillo de

proa, donde se habían reunido algunos hombres dela tripulación.

Toda la parte alta del curso del río, que descendíacasi en línea recta con sólo un ligero serpenteo, apa-recía cubierta por infinidad de puntos luminosos,que ya se agrupaban, ya se dispersaban, para reunir-se poco después en líneas y masas espesísimas.

Yáñez había quedado tan sorprendido, que estu-vo silencioso algunos minutos.

-¿Algún fenómeno capitán?- preguntó concisa-mente Sambigliong.

-No lo creo- repuso por fin Yáñez, cuya frente seoscurecía cada vez más.

Page 53: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

53

Tangusa, que había confiado momentáneamentela barra a uno de los timoneles, había ido corriendo,alarmado por aquellas exclamaciones.

-¿Puedes decirme qué es esto?- preguntó Yáñezal verlo.

-Eso son luces que descienden por el río, señor-contestó el mestizo.

-¡Es imposible! Si cada uno de esos puntos lumi-nosos señalase una barca, serían miles de ellas, y nocreo que los dayakos posean tantas, ni aun reunien-do todas las que hay en los ríos borneses.

-Sin embargo, son luces- replicó Tangusa.-Pero, ¿dónde las han encendido?-No lo sé, señor.-¿Sobre aquellos troncos de árboles?-No sé decirle. El hecho es que esas luces se

acercan, capitán, y que el “Mariana” corre el peligrode incendiarse.

Yáñez lanzó un ¡por Júpiter!, tan tremendo, quedejó estupefacto a Sambigliong.

-¿Qué es lo que han preparado esos canallas?-exclamó el valiente portugués.

-Capitán, preparemos las bombas por precau-ción.

Page 54: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

54

-¡Y arma a nuestros hombres de botafuegos ymanivelas para separar esas hogueras! ¡Esos maldi-tos salvajes tratan de abrasar nuestro barco! ¡Andadpronto, tigrecitos míos: no hay tiempo que perder!

Aquellos centenares y centenares de puntos lu-minosos se agrandaban a ojos vistas, conducidospor la corriente, y cubrían un trozo enorme del río.

Descendían por grupos, produciendo un efectomaravilloso para visto en otra ocasión; hubieranadmirado al propio Yáñez; pero en aquel momentono se paraba en efectos estéticos. Los haces encen-didos giraban sobre sí mismos formando líneas cir-culares y espirales que se rompían enseguida, o yatrazando una recta que al cabo se transformaba enuna serpentina.

Un gran número filaba por las orillas; en cambio,otros danzaban en medio, donde la corriente eramás rápida.

No se podía saber sobre qué ardían a causa de laespesa sombra que proyectaban los altísimos árbo-les que cubrían las orillas; pero se suponía que so-portase tales hogueras alguna masa flotante.

Toda la tripulación se había armado rápidamentede botafuegos, barras de penoles, aspas y manivelas,y se había colocado a lo largo de los costados del

Page 55: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

55

“Mariana” para apartar aquellos peligrosísimos ha-ces inflamados. Algunos hombres habían descendi-do a las redes de la delfinera del bauprés y a las bar-cazas para poder maniobrar mejor.

-¡Siempre por el centro del río!- gritó Yáñez aTangusa, que había vuelto a manejar la barra del ti-món-. ¡Si nos sorprendiese el fuego, pronto recala-ríamos a una de las orillas!

La flotilla ígnea llegaba empujada por las oleadasdel agua e iba al encuentro del “Mariana” que avan-zaba con lentitud por lo débil de la brisa.

-¡Tomad una de esas hogueras!- dijo Yáñez a losmalayos que se hallaban en las redes de la delfinera,cuya extremidad inferior casi tocaba la superficie delrío.

Todos los marineros se habían puesto a la faena,descargando furiosos golpes de botafuegos y demanivelas sobre aquellos fuegos flotadores que ro-deaban el “Mariana”.

Un malayo recogió una de las minúsculas hogue-ras, y se la llevó a Yáñez. Era una nuez de coco llenade algodón empapado en una materia resinosa quearde mejor que el aceite vegetal, y que usan de ordi-nario los borneses y los siameses.

Page 56: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

56

-¡Ah, bribones!- exclamó el portugués-. ¡He aquíun maravilloso hallazgo y una cosa que yo no habíaimaginado! ¡Qué zorros y qué pillos se han vueltoestos dayakos! ¡Tigrecitos míos, sacudid con prisa: sieste algodón se adhiere a la madera, nos asan comoa patos en asador!

Tiró el coco y se lanzó a la proa, donde era ma-yor el peligro, pues al embestir contra el tajamaraquellas llamas se volcaban en gran número, y lamateria viscosa y resinosa de que estaba empapadoel algodón, podía adherirse a los costados, en loscuales prendería enseguida favorecido por la brea,que los cubría.

Los tigres, que comprendieron el gravísimo peli-gro que corría el velero, no escatimaban los golpes.Especialmente los que se encontraban en las redesde la delfinera y a caballo de los troncos no cesabanun instante, hundiendo los minúsculos flotadoresígneos, que llevaban a centenares deslizándose yvolcándose a lo largo de los costados del “Maria-na”. Sin embargo de esto, aun se escapaban algunosalgodones ardientes que de cuando en cuando seadherían al barco, prendiéndose enseguida al alqui-trán que despedía un humo acre y denso.

Page 57: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

57

¡Ay del barco que hubiese tenido una tripulaciónmenos numerosa! Afortunadamente, los tigres deMompracem eran suficientes para vigilar toda laborda, y cuando el fuego comenzaba a manifestarse,las bombas lo apagaban en el acto, con un potentechorro de agua.

Más de media hora duró tan extraña lucha. Lospeligrosos flotadores comenzaron a hacerse másraros, y por último concluyeron de desfilar, desapa-reciendo río abajo.

-¿Nos prepararán todavía otra sorpresa- dijo Yá-ñez que se había acercado al mestizo- al ver que sucriminal tentativa les ha salido mal? ¿Escogerán otromedio? ¿Qué opinas, Tangusa?

-Creo que no llegaremos al embarcadero del“kampong” sin que los dayakos nos den una batalla,señor, Yáñez- contestó el mestizo.

-Lo prefiero a cualquier otra sorpresa, queridomío. Hasta ahora no veo ninguna chalupa.

-Todavía no hemos llegado. La brisa es tan débil,que, si no aumenta, llegaremos mañana por la no-che, en vez de llegar al mediodía.

-Eso me contraría. ¡Ohé, tigretes: abrid los ojos ytened las armas sobre cubierta! ¡Los cortacabezasnos espían!

Page 58: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

58

Encendió un cigarrillo, y se sentó en la borda depopa para poder vigilar mejor las dos orillas.

El “Mariana”, que escapó por milagro de aquelsegundo peligro, seguía avanzando con lentitud,pues la brisa casi se extinguía.

No se oía rumor alguno en las orillas, cubiertaspor inmensos árboles que extendían sobre el río susramas monstruosas haciendo la oscuridad mayor,por lo cual no dudaba nadie que ojos ocultos se-guían la marcha del velero.

Era imposible que después de aquella tentativaque tan poco faltó para que les saliera bien, los da-yakos hubiesen renunciado a la idea de destruiraquella tan pequeña como poderosa nave que loshabía rechazado de modo tan sangriento.

Habían dejado atrás cinco o seis millas sin quehubiera sucedido nada, cuando Yáñez descubrióbajo las sombras de la floresta unos puntos lumino-sos que aparecían y desaparecían con gran rapidez.

Parecía como si hombres con antorchas corrie-sen desesperadamente por entre los árboles, ocul-tándose de pronto entre la maleza. Enseguida seoyeron en varias direcciones silbidos, que no pro-cedían de las serpientes.

Page 59: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

59

-Son señales- dijo el mestizo, previendo la pre-gunta que Yáñez iba a hacerle.

-No lo he dudado- respondió el portugués, quecomenzaba a inquietarse otra vez.

-¿Qué nueva sorpresa nos preparan?-No será mejor que la otra, señor. Quieren a toda

costa impedirnos llegar al embarcadero.-Comienzo a perder la paciencia- dijo Yáñez-. ¡Si

al menos se mostrasen y atacasen de un modo re-suelto!

-Saben que somos fuertes y que no nos falta bue-na artillería, señor, y por eso no intentarán asaltar-nos.

-Instintivamente siento algo que me dice queesos bribones preparan algo malo contra nosotros.

-No digo que no, y le aconsejaría que no manda-se desarmar las bombas.

-¿Temes que nos envíen otra flotilla de nueces decoco?

En vez de contestar, el mestizo se levantó rápi-damente dando un golpe de barra al timón.

-Estamos en el paso más estrecho del río, señorYáñez- dijo al cabo-. ¡Prudencia, o damos contracualquier banco!

Page 60: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

60

El río, que hasta entonces había sido suficiente-mente ancho para permitir maniobrar al “Mariana”con libertad, se había estrechado casi de prontohasta el punto de cruzarse las ramas de los árbolesde un lado a otro.

La oscuridad era tan profunda, que Yáñez noacertaba a ver las orillas.

-¡Hermoso sitio para intentar un abordaje!- mur-muró.

-¡Apunta las lombardas hacia las dos riberas,Sambigliong!- gritó Yáñez.

Los hombres al servicio de aquellas gruesas bo-cas de fuego ejecutaron las órdenes; pero apenas lohabían hecho, cuando el “Mariana”, que había ace-lerado la marcha hacía algunos minutos, pues labrisa refrescaba, chocó bruscamente contra unobstáculo que lo hizo desviarse hacia babor.

-¿Qué ha sucedido?- gritó Yáñez-. ¿Hemos enca-llado?

-No, mi capitán- contestó Sambigliong, que sehabía lanzado hacia la proa-: el “Mariana” flota.

Con un golpe de barra el mestizo puso en ruta elbarco; pero de nuevo chocó, y el “Mariana” volvió adesviarse, retrocediendo algunos metros.

Page 61: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

61

-¿Qué es esto?- gritó Yáñez acercándose a Sam-bigliong-. ¿Hay una línea de escollos delante?

-No veo, capitán.-Pues no podemos pasar. ¡Mandad bajar a alguno

al agua!Un malayo ató una cuerda y se deslizó por ella,

mientras el velero volvía a enderezar el rumbo.Yáñez y Sambigliong, inclinados sobre la amura

de proa, miraban con ansiedad al malayo que se ha-bía echado a nadar para descubrir el obstáculo queimpedía la marcha del barco.

-¿Es una escollera?- preguntó Yáñez.-No, capitán- respondió el marinero, que conti-

nuaba buceando de cuando en cuando, sin cuidarsede los caimanes que podían merendársele las pier-nas.

-Entonces, ¿qué es?-¡Ah, señor! Han tendido una cadena bajo el

agua, y no podemos avanzar si no se corta.En el mismo instante una voz poderosa se oyó

entre los árboles de la orilla izquierda, gritando enun inglés muy gutural:

-¡Rendíos tigres de Mompracem: si no, os exter-minaremos a todos!

Page 62: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

62

CAPÍTULO IV

EN MEDIO DEL FUEGO

Otro cualquiera se hubiese impresionado al oíraquella amenaza lanzada por un hombre que perte-necía a raza tan sanguinaria y animosa, sabiendo alpropio tiempo que el camino de huída estaba corta-do.

Yáñez, que había oído a un tiempo al malayo y alamenazador enemigo, no dio señal alguna de cólerani de desfallecimiento.

Otras ocasiones había tenido en su vida no me-nos terribles, y no había perdido su gran calma.

Page 63: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

63

-¡Ah!- exclamó sencillamente-. ¡Quieren extermi-narnos! ¡Menos mal que han tenido la galantería deadvertírnoslo! ¡Y aún los llamamos salvajes!

Después de estas palabras, que demostraban suserenidad de ánimo, se volvió al malayo, que estabatodavía en el agua, y le preguntó:

-¿Es muy sólida la cadena?-Es de ancla gruesa, capitán- contestó el marine-

ro.-¿Dónde la habrán encontrado estos salvajes?

Porque no creo que hayan aprendido a fabricarlas.¡Ese peregrino les ha enseñado a hacer maravillas!

-Capitán Yáñez- dijo Sambigliong-, el “Mariana”da de través. ¿Mando echar un anclote?

El portugués se volvió a mirar al velero, que nopudiendo avanzar, no obedecía al timón y comen-zaba a virar sobre estribor, yéndose hacia atrás conlentitud.

-Cala un anclote de pincel, y prepara la chalupa.Es preciso cortar esa cadena.

El ancla cayó con rapidez, hundiéndose pocosmetros, pues en aquel sitio el río no era muy pro-fundo, y el “Mariana” se detuvo, enderezándose en-seguida con la proa a la corriente.

Page 64: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

64

La misma voz de antes, pero más amenazadora,salió de entre la espesura repitiendo la intimación:

-¡Rendíos, u os exterminaremos a todos!-¡Por Júpiter!- exclamó Yáñez-. ¡Me había olvi-

dado de contestar a ese amigo!Hizo con las manos portavoz, y gritó:-¡Si quieres mi barco, ven a tomarlo; pero te ad-

vierto que tenemos pólvora y plomo en abundancia!¡Y no me des más la tabarra, porque tengo quehaceren este momento!

-¡El peregrino de la Meca te castigará!.-¡Ve a que te ahorquen con tu Mahoma! ¡Te en-

contrarás muy bien en su compañía!Sambigliong hizo calar la chalupa, y mandó seis

hombres a cortar la cadena.-¡Atención, artilleros de babor, y proteged el des-

censo!La más pequeña de las embarcaciones flotó, y

seis malayos armados de pesadas hachas y de fusilessaltaron dentro.

-¡Picad firme y, sobre todo, pronto!- les gritó elportugués.

Enseguida se subió en la amura de popa aga-rrándose a una cuerda, y miró con atención hacia la

Page 65: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

65

orilla desde la cual había salido la voz del peregrinomisterioso.

A través de la espesura vio pasar todavía puntosluminosos, los cuales se alejaban con velocidadfantástica.

-¿Qué será lo que esos tunantes estarán prepa-rando?- se preguntó, no sin alguna preocupación.

-Señor Yáñez- dijo Tangusa, que había dejado eltimón inútil entonces-, en la orilla derecha he vistoluces.

-¿Serán los dayakos que estarán reuniendo nue-vamente nueces de coco? Hace ya un buen rato queestamos viendo pasar luces.

Al poco rato soltó una imprecación. Había vistoelevarse de entre la maleza de las dos orillas treintao cuarenta cohetes que rompieron la oscuridad den-sísima que reinaba bajo los árboles.

-¡Ponen fuego a la floresta esos miserables!- gritó.-¡Y eso sí que es peor!- añadió el mestizo con voz

alterada, por el espanto-. Todos esos árboles estánrodeados de “giunta wan”, saturados de caucho.

-¡Podada!- gritó el portugués, dirigiéndose alhombre que mandaba la chalupa-. ¿Podréis resistirvosotros solos?

-Tenemos nuestras carabinas, señor Yáñez.

Page 66: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

66

-¡Apresuraos cuanto podáis, y enseguida venid areuniros con nosotros! ¡Sambigliong, manda levar elanclote!

-¿Volvemos a bajar el río, capitán?- preguntó elcontramaestre.

-¡Y a escape, querido mío! ¡No tengo ganas deque me asen vivo! ¡A la banda todo el timón, Tan-gusa!

En un abrir y cerrar de ojos fue levada el ancla yel “Mariana”, que tenía el viento de bolina, viró conrapidez de bordo dejándose llevar por la corriente.

Una docena de hombres con grandes remosayudaban a la acción del timón, que no era muy efi-caz, pues tenía a favor el agua.

Los seis marineros de la chalupa, aun cuando de-samparados por sus compañeros, no abandonaronla cadena, que golpeaban fuertemente con golpesfuriosos, pues los gruesos anillos no cedían con fa-cilidad.

Entretanto, el incendio se propagaba con rapidezespantosa, y nuevos puntos de luz se alzaban de va-rios sitios para extenderlo en un gran espacio.

Las llamas encontraban un soberbio elemento enlos “giunta wan” (urceola elástica), gruesas plantastrepadoras de las cuales extraen los malayos una

Page 67: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

67

sustancia viscosa de que se sirven para cazar pája-ros; en los “gambires”, en los colosales árboles delalcanfor y en las plantas gomíferas, tan abundantesen todos los bosques de Borneo.

Aquella masa vegetal crepitaba cual si sus fibrasestuviesen llenas de cartuchos de fusil, y al producirla detonación lanzaban por las grietas una linfa máso menos saturada de resina, la cual a su vez comuni-caba fuego fomentando el incendio cada vez más.

Una luz intensísima sucedió a las tinieblas y mi-ríadas de chispas se elevaron a gran altura volteandoentre torbellinos de humo.

El “Mariana” descendía precipitadamente con laayuda de los remos para librarse de tal incendio, queya se propagaba a los árboles próximos a las dosorillas; pero, apenas había recorrido unos quinien-tos pasos, cuando la proa chocó, repercutiendo elgolpe en todas las partes de la carena.

Gritos furiosos estallaron en el castillo de mala-yos, temerosos de que apareciesen en un momentodado las chalupas de los dayakos.

-¡Estamos presos!-¡Nos han cortado la retirada!Yáñez fue corriendo, imaginándose lo que había

sucedido.

Page 68: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

68

-¿Otra cadena?- preguntó abriéndose paso entresus hombres.

-Sí, capitán.-Entonces, la habrán tendido hace pocos minu-

tos.-Eso debe ser- dijo Tangusa, que parecía altera-

do-. Señor Yáñez, no nos queda otro recurso quetomar tierra antes de que el incendio llegue hastaaquí.

-¡Dejar el “Mariana”!- exclamó el portugués-.¡Eso nunca! ¡Sería el fin de todos nosotros, inclusode Tremal-Naik y de Damna!

-¿Mando echar al agua la otra chalupa?- preguntóSambigliong.

Yáñez no contestó. Erguido sobre la proa, conlas manos en la escolta del pequeño trinquete, el ci-garrillo apagado y apretado entre los labios, mirabael incendio, que se extendía más cada vez.

También hacia la parte baja del río comenzabana elevarse las llamas. Dentro de muy poco el “Ma-riana” se encontraría en medio de un mar de fuego:y como los árboles casi cruzaban su ramaje sobre elrío, la tripulación corría el peligro de ver caer enci-ma de ella una lluvia de tizones ardiendo y de cáli-das cenizas.

Page 69: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

69

-Capitán- repitió Sambigliong-, ¿mando echar alagua la segunda chalupa? Corremos el peligro deperder el “Mariana” si no escapamos.

-¡Escapar! ¿Y hacia dónde?- preguntó Yáñez convoz tranquila-. Tenemos el fuego delante y detrás, yaunque rompamos la cadena, no por eso mejorará lasituación.

-¿Nos dejaremos freír entonces, señor Yáñez?-¡Todavía no nos han guisado!- respondió el

portugués con su maravillosa calma-. ¡Los tigres deMompracem son chuletas un poco duras!

Enseguida, cambiando bruscamente de tono,gritó:

-¡Extended la lona sobre el puente, y arriad lasvelas sobre los hierros de sostenimiento! ¡Al agualas mangas de las bombas, y calad las anclas! ¡Losartilleros, a su puesto!.

La tripulación, que esperaba llena de angustiauna decisión, izó en pocos instantes los hierros desostenimiento, y arrió las dos inmensas velas.

El “Mariana”, como todos los “yachts” que ha-cen viajes a las regiones extremadamente cálidas,tenía una lona para resguardar el puente de los abra-sadores rayos solares.

Page 70: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

70

Con toda celeridad se extendió la tela, y las dosvelas se echaron encima, dejando caer los extremosa lo largo de las bordas de modo que quedase cu-bierta toda la nave.

-¡Haced funcionar las bombas y mojad las telas!mandó Yáñez.

Encendió el cigarrillo y se fue hacia la proa,mientras tanto se lanzaban torrentes de agua contralas telas, empapándolas por completo.

Los hombres encargados de cortar la cadenavolvían en aquel momento bogando a la desespera-da. Sobre ellos ardían las ramas de los árboles, cu-briéndolos de chispas.

-Llegan a tiempo- murmuró el portugués.-¡Qué magnífico espectáculo! ¡Lástima no poder

verlo desde un poco más lejos! ¡Lo admiraría mejor!Una verdadera tromba de fuego caía sobre el río.

Los árboles de las dos orillas, la mayor parte gomí-feros, ardían lanzando monstruosas llamaradas ytorbellinos de humo pesado y denso.

Los troncos carbonizados se tumbaban en elsuelo haciendo crujir las plantas vecinas, a las cualesse enlazaban otras parásitas, y los “gambires” espar-cían chorros de caucho inflamado.

Page 71: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

71

Enormes árboles de alcanfor, causarino, sagús,arenghas sacaríferas, dammares saturados de resina,plátanos, cocoteros y duriones llameaban como co-losales antorchas, retorciéndose y estallando; des-pués se desplomaban, cayendo en el río y silbandode un modo ensordecedor.

El aire se hacía irrespirable, y las velas y la telaque cubrían el “Mariana” humeaban y se contraían,no obstante los continuos chorros de agua que losmojaban.

El calor era tan intenso, que los tigres de Mom-pracem a pesar de la protección de las velas, se sen-tían desfallecer.

Inmensas nubes de humo y nimbos de chispasque el viento impulsaba se introducían en el espaciocomprendido entre el piso de la cubierta y las telas,envolviendo a los hombres aterrorizados, mientrasque de lo alto caían sin interrupción ramas lla-meantes que las bombas apagaban con trabajo, a pe-sar de que maniobraban enérgicamente.

Una bóveda de fuego lo envolvía todo; barco, ríoy orillas.

Los dayakos y los malayos que componían la tri-pulación miraban con espanto aquella cortina dellamas que no se apagaba nunca, y se preguntaban

Page 72: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

72

con angustia si había llegado para ellos la última ho-ra.

Tan sólo Yáñez, el hombre eternamente impasi-ble, parecía que no se preocupaba con el tremendopeligro que corría el “Mariana”.

Sentado en la cureña de una de las piezas de po-pa, fumaba con placidez un cigarrillo cual si fuerainsensible al calor espantoso que los rodeaba.

-¡Señor- gritó el mestizo, corriendo hacia él conla cara desencajada y los ojos dilatados por el te-rror-, nos achicharramos!

Yáñez se encogió de hombros.-Yo nada puedo hacer- respondió con su calma

habitual.-¡El aire se hace irrespirable!-Conténtate con el poquito que entre en tus pul-

mones.-¡Escapemos, señor! ¡Nuestros hombres han roto

la cadena que nos cerraba el paso hacia la parte altadel río!

-Querido mío, ten por seguro que allá no ha dehacer más fresco que aquí.

-Entonces, ¿debemos perecer así?-Sí, si así está escrito- respondió Yáñez sin qui-

tarse el cigarrillo de los labios.

Page 73: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

73

Se recostó sobre la cureña como si fuera sobreuna poltrona, añadiendo después de algunos ins-tantes:

-¡Bah! ¡Esperemos!De pronto algunas descargas de fusilería resona-

ron en el río acompañadas de grandes gritos.-¡Qué fastidiosos se han vuelto estos dayakos!-

dijo.Atravesó el puente sin cuidarse de los torrentes

de agua que le caían encima, y alzando un pedazo dela inmensa tienda, miró hacia la orilla.

A través de la cortina de fuego vio a varios hom-bres que parecían demonios corriendo por entre lasoleadas de fuego y disparando contra el velero. Noparecía sino que aquellos salvajes terribles eran co-mo las salamandras, porque, a pesar de hallarsedesnudos, se atrevían a meterse por entre las llamas,para disparar desde más cerca.

A Yáñez se le había contraído el rostro. Una có-lera furiosa se manifestó en aquel hombre que pare-cía tener agua en las venas y podía aportárselas conel más flemático de los anglosajones.

-¡Ah, miserables!- gritó-. ¡Ni aun en medio del in-cendio queréis concederme una tregua! ¡Sambi-

Page 74: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

74

gliong, tigres de Mompracem, una andanada sin mi-sericordia sobre esos demonios!

Se levantó un poco de tela, reuniéronse las cuatrobombardas sobre estribor, y mientras el incendiodevoraba con más ímpetu que nunca los enormesárboles que festoneaban el río, la metralla comenzóa silbar a través de la cortina de fuego, hiriendo alos salvajes con un huracán de clavos y fragmentosde hierro.

Bastaron siete u ocho descargas para decidir aaquellos bribones a retirarse. Algunos habían caídoheridos, y se asarían entonces en medio de las hier-bas y de la maleza crepitante.

-¡Si hubiese caído también el peregrino!- murmu-ró Yáñez-. ¡Pero ese tunante se habrá guardado muybien de exponerse a nuestros tiros!

Llamó al malayo que había guiado la chalupa, yque volvió a bordo en el momento mismo en quecomenzaban a arder los árboles que crecían en lasmárgenes del río.

-¿Habéis cortado la cadena?- le preguntó.-Sí, capitán Yáñez.-¿Es decir, que el paso está libre?-Completamente.

Page 75: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

75

-El fuego se apaga hacia lo alto del río, tendiendoa aumentar hacia la parte baja- murmuró Yáñez-.Será mejor ponernos en marcha antes de que esoscanallas tiendan otra cadena o que sus chalupasvengan hasta aquí. Suceda lo que quiera, marche-mos.

La bóveda de verdor que cubría el río en aquelsitio quedó destruida por el huracán de fuego que laabrasaba, y en ambas orillas ya no quedaban en piemás que algunos enormes troncos de durión y deárboles de alcanfor medio carbonizados que lla-meaban todavía como inmensas antorchas.

Hacia Poniente, en cambio, donde la floresta es-taba intacta todavía, avanzaba el incendio de unmodo terrible.

El peligro de que ardiese el velero se había evita-do.

-Aprovechémonos- dijo Yáñez-. El aire comien-za a hacerse un poco más respirable, y la brisa siguesoplando de popa.

Hizo recoger la inmensa tela, cuyos bordes esta-ban sumergidos en el agua, y mandó colocar las ve-las en los penoles. Las maniobras se realizaron conrapidez, entre una verdadera lluvia de cenizas que

Page 76: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

76

aventaba el aire contra el velero, cegando a loshombres y haciéndolos toser.

Todavía era irrespirable la atmósfera que flotabasobre el río, a causa de los altísimos carbones ar-dientes de las riberas, pero ya no se corría el peligrode morir asfixiados.

A las cuatro de la mañana se izaron las anclas, yel “Mariana” volvió a emprender la navegación connotable velocidad.

Los dayakos, que debían haber sufrido cruelespérdidas, no volvieron a dejarse ver. Probablemen-te, el incendio, que iba en aumento hacia Poniente,los había obligado a retirarse a toda prisa.

-No se les ve- dijo Yáñez al mestizo, que obser-vaba las dos orillas, en las cuales todavía ondulabandensas columnas de humo y haces de chispas-. Sinos dejasen tranquilos por lo menos hasta llegar alembarcadero... ¿No habrán comprendido que esta-mos resueltos a defender hasta el último extremonuestra piel? Después de las lecciones recibidas, de-bían persuadirse de que no somos galletas a propó-sito para sus dientes.

-Han sabido, señor Yáñez, que corremos en so-corro de mi patrón.

-Pues no creo que se lo haya dicho nadie.

Page 77: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

77

-Sospecho que lo sabían antes de que usted llega-se. Algún criado ha debido hacer traición, o ha oídolas órdenes dadas por Tremal- Naik al mensajeroque le envió a usted.

-¿Quién habrá sido?-Aquel malayo que usted recogió porque se le

ofreció como piloto, deben haberlo enviado al en-cuentro del “Mariana”.

-¡Por Júpiter! ¡Ya no me acordaba de ese tunan-te!- exclamó Yáñez-. Ya que los dayakos nos dan unpoco de tregua, y el incendio se apaga por sí mismo,nos cuidaremos de él. Quizás consigamos que nosde algunos informes que puedan sernos preciososacerca de ese misterioso peregrino.

-¡No hablará!-Si se obstina en seguir mudo, me encargo de ha-

cerle pasar un mal cuarto de hora. ¡Tangusa, ven!Recomendó a Sambigliong que mantuviera siem-

pre a la gente en sus puestos de combate, temiendoalguna nueva sorpresa por parte de los enemigos, ydescendió a la cámara, donde todavía ardía la lám-para.

En un camarote contiguo al saloncito yacía sobreuna litera el piloto, presa del profundo sueño que le

Page 78: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

78

produjo Sambigliong con sus enérgicas compresio-nes.

No era aquel un sueño regular. La respiración nose le oía apenas; tan poco, que se podría creermuerto al malayo: además, estaba amarillo, que es lapalidez de la raza.

Yáñez, a quien Sambigliong había dicho lo quedebía hacer para despertar al piloto, frotó vigoro-samente las sienes y el pecho del dormido; despuésle levantó los brazos, replegándoselos violenta-mente hacia atrás para dilatarle los pulmones, eje-cutando esta operación varias veces.

Al cabo de nueve o diez sacudidas abrió los ojosel malayo y los fijó llenos de terror en el portugués.

-¿Cómo te encuentras, amigo?- le preguntó Yá-ñez con acento ligeramente irónico.

El piloto seguía mirándolo sin decir palabra, ypasándose y repasándose una mano por la frentesudorosa. Parecía que hacía esfuerzos para coordi-nar las ideas, y, a medida que la memoria adquiría suimperio, su rostro se tornaba más pálido y una ex-presión de angustia se retrataba en sus facciones.

-¡Vamos!- dijo Yáñez-. ¿Podremos saber cuándovas a contestarnos?

Page 79: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

79

-¿Qué es lo que ha sucedido, señor?- preguntópor fin Podada-. No acierto a explicarme cómo mehe dormido tan repentinamente después del apretónque me dio el contramaestre.

-La cosa es tan poco interesante, que no vale lapena que te la explique- respondió Yáñez-. Tú, encambio, eres el que debes darme ciertas explicacio-nes que me has prometido.

-¿Qué explicaciones?-Saber, por ejemplo, quién te ha mandado que

embarrancases el barco en el banco de arena.-¡Le juro, señor!...-¡Déjate de juramentos! Es inútil que te obstines

en negar: eres un traidor y te tengo en mis manos.¿Quién te ha pagado para que destruyeras mi nave?Porque tú ibas a incendiarla.

-¡Esa es una suposición de usted!- balbució elmalayo.

-¡Basta!- dijo Yáñez-. ¿Quieres hacerme perder lapaciencia? Quiero saber quién es ese maldito pere-grino que ha puesto en armas a los dayakos y quepide la cabeza de Tremal-Naik.

-¡Señor, usted puede matarme, pero no obligarmea decir cosas que ignoro!

-¿Estás seguro?

Page 80: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

80

-¡Yo no he visto nunca ningún peregrino!-¿Y tampoco has tenido tratos con los dayakos

que me han asaltado?-¡Nunca me he cuidado de ellos, señor; se lo juro

por “Vairang Kidul”! (La reina del Sur). Yo me de-dicaba a recorrer la costa para registrar las cavernasdonde las golondrinas de mar hacen sus nidos, porencargo de un chino que comercia en eso, cuandode pronto vino un golpe de viento que me arrastrócon la canoa hacia Poniente. El encontrar su barcoha sido una cosa puramente casual.

-¿Por qué, entonces, estás tan pálido?-Señor, me han sometido a una compresión tan

grande, que creí que querían hacerme pedazos, y to-davía no me he repuesto de la impresión- respondióel piloto.

-¡Mientes!- dijo Yáñez-. ¿No quieres confesar?¡Está bien; ya veremos si hablas o no!

-¿Qué es lo que quiere usted hacer, señor?- pre-guntó con voz temblorosa el miserable.

-Tangusa- dijo Yáñez volviéndose hacia el mesti-zo-, ata las manos a este traidor, y enseguida súbelesobre cubierta. Si trata de resistirse, le pegas un tiro.

-Tengo cargadas mis pistolas- contestó el inten-dente de Tremal-Naik.

Page 81: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

81

Yáñez salió de la cámara y subió al puente,mientras que el mestizo ejecutaba la orden recibida,sin que por su parte el malayo se atreviera a resistir-se.

Page 82: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

82

CAPÍTULO V

LAS CONFESIONES DEL PILOTO

El “Mariana” había rebasado ya la zona del in-cendio, y en aquel momento navegaba entre dosorillas llenas de verdor, en las cuales los duriones,los árboles de alcanfor, los sagús, los plátanos dehojas gigantescas y las espléndidas arenghas sacarí-feras entrelazaban sus ramas.

Había servido de barrera al fuego por aquel ladoun riachuelo que desaguaba en el Kabataun.

Calma absoluta reinaba en ambas riberas, por lomenos en aquellos instantes. No debían haber llega-do hasta allí los dayakos, porque se veían una por-

Page 83: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

83

ción de aves acuáticas bañarse tranquilamente, señalevidente de que se creían seguras.

Grandes y gruesos pelargopsis, cuyo enorme pi-co es del color del coral, nadaban a lo largo de loscañaverales, pescando los bellos peces llamados al-cedos, y saludaban al velero lanzando un largo sil-bido; meciéndose en sus nidos, de la forma de unabolsa, piaban blandamente, mientras que dormita-ban sobre los bancos de arena buen número de co-codrilos de cinco o seis metros de longitud, cuyosrugosos lomos estaban cubiertos por una espesa ca-pa de fango.

-Ahí están los encargados de hacerle soltar lalengua a ese condenado malayo- murmuró Yáñez,mirando fijamente a los formidables reptiles-. ¡Quéocasión tan hermosa! ¡Sambigliong!

El contramaestre acudió enseguida.-Manda echar al agua un anclote.-Nos detenemos aquí, capitán Yáñez?-Solamente algunos minutos. Y además, acérca-

nos cuanto puedas a uno de esos bancos.-¿Quiere usted pescar algún cocodrilo?-Ya lo verás; pero entretanto prepara una cuerda

sólida.

Page 84: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

84

En aquel momento apareció el piloto en la cu-bierta, con las manos atadas atrás y marchando de-lante del mestizo, que le gritaba y le amenazaba.

El desgraciado parecía presa de un terror muygrande; pero a pesar de eso no parecía dispuesto aconfesar.

-Sambigliong- dijo Yáñez tan pronto como cala-ron el anclote, echa unos trozos de carne salada aesos monstruos, a ver si se les despierta el apetito.

El “Mariana” se había detenido a muy corta dis-tancia de uno de aquellos bancos de fango, en el cu-al es habían reunido cinco o seis cocodrilos: entreellos había uno al que le faltaba la cola, perdida, se-gún todas las probabilidades, en alguna de sus inve-rosímiles luchas.

Calentábanse al sol tranquilamente, y seguíanmedio adormilados, sin cuidarse de la cercanía delvelero, pues dichos reptiles son por naturaleza pocodesconfiados.

-¡Despertaos, “boyos”!- gritó Sambigliong, arro-jando al banco varios pedazos de carne salada.

-Al ver caer aquel maná los cocodrilos se levan-taron; en seguida se lanzaron sobre las presas, dis-putándoselas ferozmente. Durante un momento nose vio más que una masa de escamas y de colas agi-

Page 85: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

85

tándose con poderosa furia, que se movían en todasdirecciones; después se co- locaron en la orilla delbanco abriendo las enormes mandíbulas, armadasde agudos dientes, en dirección del velero, en esperade otra distribución de comida, pues se les habíadespertado el apetito.

-Señor Yáñez- dijo el piloto mirando al portu-gués, como si hubiese comprendido que el hombredestinado a los cocodrilos era él, contemplandomedio muerto de miedo las fauces abiertas de losmonstruos-. ¡Señor!- balbució acercándose a Yáñez.

-¡Calla!- le contestó secamente.El contramaestre ató una sólida cuerda en derre-

dor del cuerpo del desgraciado malayo, y enseguida,suspendiéndole con sus poderosos brazos, lo arrojófuera de la borda antes de que hubiera pensado enoponer resistencia alguna.

Podada dio un grito horrible, creyendo que iba acaer entre las mandíbulas de aquellos reptiles formi-dables; pero quedó suspenso entre el agua y la bor-da.

Al ver aquella presa humana los cocodrilos seprecipitaron en el agua, poniéndose a nadar con to-da velocidad hacia el “Mariana”.

Page 86: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

86

El piloto, loco de terror, se debatía como un de-sesperado, dando vueltas sobre sí mismo y lanzan-do gritos espantosos. En su rostro, cuyas faccionesse contrajeron horriblemente, se retrataba una an-gustia indescriptible.

-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Perdón! ¡Salvadme!- gritabahaciendo sobrehumanos esfuerzos para romper lascuerdas que le sujetaban las manos.

Yáñez, de pie sobre la borda, agarrado a la esca-lera de alambre de babor del trinquete, lo mirabaimpasible, mientras que los cocodrilos procurabanagarrar la presa lanzándose hasta la mitad del cuer-po fuera del agua, ayudados con enérgicos coletazosdados en ella.

-Si no muere de miedo Podada- dijo Tangusa-será un milagro.

-Los malayos tienen dura la piel- contestó Yá-ñez-. ¡Dejémosle gritar un poco!

El pobre hombre seguía gritando y diciendosiempre:

-¡Socorro! ¡Perdón...! ¡Que me alcanzan!... ¡Per-dón, señor!

Yáñez hizo una seña a Sambigliong para que tira-se un poco de la cuerda, pues un cocodrilo habíarozado la presa con la extremidad del hocico; ense-

Page 87: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

87

guida, volviéndose hacia el piloto, que seguía gol-peándose y encogiendo cuanto podía las piernas.

-¿Quieres que te deje caer en la boca de los “bo-yos”, o que mande izarte?- dijo-. Tu vida la tienes enlas manos.

-¡No... señor... me tocan...; me alcanzan...; nopuedo más!

-¿Hablarás?-¡Sí; hablaré... lo diré todo...; todo!...-Júralo por “Vatrang Kidul”, ya que es la pro-

tectora de los cazadores de nidos de golondrinas demar.

-¡Lo juro..., lo juro!...-Pero antes te advierto que si te niegas a confe-

sarlo todo te mando arrojar entre las fauces de loscocodrilos más grandes que haya.

-¡No; no tengo ganas de eso, y!...-Continúa- dijo Yáñez.-Pero, ¿me matarán después de haberlo confesa-

do todo?-No sé qué haré con tu pellejo. Seguirás prisione-

ro hasta nuestra vuelta; después podrás ir a que teahorquen donde quieras. Seguidme a la cámara; y tútambién, Tangusa.

Page 88: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

88

El malayo, a quien no le parecía verdad verse vi-vo todavía y que castañeteaba con terror los dientes,siguió al portugués y al mestizo sin hacerse rogar.

-Ahora escuchemos tu interesante confesión-dijo Yáñez medio tendiéndolo en un pequeño divány volviendo a encender el cigarrillo, que había deja-do apagar para ver mejor el asalto de los cocodrilosy las contorsiones del piloto-. Acuérdate de que lohas jurado y de que no soy hombre para dejar quejueguen impunemente conmigo.

-¡Lo diré todo, patrón!-Bueno. Los dayakos te han enviado al encuentro

del “Mariana”.-No puedo negarlo- contestó el malayo.-¿Fue el peregrino?-No, señor. Yo no he hablado nunca con ese

hombre.-¿Quién es?-Me sería un poco difícil decirlo; no sé siquiera

de dónde ha venido. Ha llegado hace algunas sema-nas, trayendo consigo muchas cajas llenas de armasy mucho dinero en guineas y florines holandeses.

-¿Solo?-Eso creo.-¿Y qué es lo que ha hecho?

Page 89: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

89

-Se presentó a los jefes de tribu, que lo recibieroncon gran deferencia al ver que llevaba puesto el tur-bante verde de los peregrinos que han ido a visitarel sepulcro del Profeta. Lo que les haya contado yofrecido, lo ignoro: sé únicamente que pocos díasdespués los dayakos se levantaron en armas y pe-dían la cabeza de Tremal-Naik, que hasta el presentehabía sido su protector.

-¿Les regaló las armas a esos imbéciles fanáticos?-Y mucho dinero.-¿Es verdad que un día un barco inglés llegó a la

boca del Kabataun y que ese peregrino habló con elcomandante?- preguntó Yáñez.

-Sí, señor; y además le diré que la tripulación des-embarcó durante la noche otras cajas con armas.

-¿No sabes a qué raza pertenece ese hombre?-No, señor; lo que puedo decir es que su epider-

mis es muy oscura y que habla con dificultad el bor-neo.

-¡Qué misterio tan impenetrable!- murmuró Yá-ñez-. ¡Aunque me quiebre la cabeza, no acertaré adescifrarlo! Quedó silencioso un instante, como sibuscase en las profundidades de un pensamiento sinfin; después, volvió a preguntar:

Page 90: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

90

-¿Cómo han podido saber que el “Mariana” ve-nía en socorro de Tremal-Naik?

-Creo que ha sido un criado del indio el que diola noticia a los jefes dayakos y al peregrino.

-¿Qué encargo te dieron a ti?El malayo tuvo un momento de indecisión, pero

enseguida contestó:-Ante todo, el de embarrancar el “Mariana”.-¡No me había engañado al dudar de ti! ¿Y qué

más?-Déjeme, señor, que no confiese el resto.-Habla sin temor: te he prometido conservarte la

vida, y yo no falto nunca a mi palabra.-Pues... aprovechar el asalto de los dayakos para

incendiar el velero.-¡Gracias por tu franqueza!- dijo Yáñez riendo-.

¿Es decir, que habían decidido matarnos?-Sí, señor. Según creo, el peregrino tenía algún

motivo para quejarse de los tigres de Mompracem-¡También de nosotros!- exclamó Yáñez, que iba

de sorpresa en sorpresa-. ¿Quién podrá ser? Pornuestra parte, nunca hemos tenido nada con los fa-náticos musulmanes.

-No sé qué decirle, señor.

Page 91: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

91

-Si es cierto lo que acabas de contar, ese misera-ble seguirá persiguiéndonos.

-No los dejará tranquilos, creedme, y pondrá enpráctica todos los medios a su alcance para matarosa todos- dijo el piloto-. Me consta que ha hecho ju-rar a los jefes dayakos que no os respetarán.

-Y nosotros haremos lo que podamos para matarcuantos nos sea posible; ¿verdad, Tangusa?

-Sí, señor Yáñez- contestó el mestizo.-Podada- dijo el portugués-. ¿Sabes si la factoría

de Pangutarang se halla cercada?-No lo creo, señor, pues el peregrino ha reunido

casi todas sus fuerzas para deshacerse de usted.-Entonces, ¿estará libre el camino que va del em-

barcadero al “kampong” de Tremal-Naik?-Por lo menos, estará mal guardado.-¿Cuánto te ha dado el Peregrino para que emba-

rrancases mi barco y lo incendiases?-Cincuenta florines y dos carabinas.-Te doy doscientos, si me guías hasta el “kam-

pong”-Acepto, señor- respondió el malayo-; hubiera

aceptado también sin recompensa alguna, pues ledebo la vida.

-¿Estamos todavía muy lejos del embarcadero?

Page 92: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

92

-Llegaremos dentro de un par de horas; ¿ver-dad?- dijo Tangusa mirando al malayo.

-Quizás antes.Yáñez desató las cuerdas que sujetaban las ma-

nos del prisionero, y salió diciendo:-Subamos a cubierta.Reinaba todavía sobre el río una gran calma, y las

ligeras ondas que desplazaba la embarcación iban amorir en las orillas cubiertas de soberbias hierbasarborescentes, de hermosas cycas, de pandamus yde palmas que desplegaban sus abanicos de hojasgigantescas.

Entre los “rotangs” que pendían cual largos fes-tones de los altísimos troncos de los árboles, seveían los horribles “kilmang”, monos negros quetienen la frente estrechísima, los ojos hundidos enlas órbitas, enorme boca, aplastada la nariz, y bajo elcuello un gran bocio que les cuelga cual si fuese unavejiga inflada. Aquellos animales saltaban de ramaen rama sin mostrar temor alguno. Algunas veces seveían nadar entre las hierbas multitud de “bewah”,gigantescos lagartos semiacuáticos que alcanzan atener dos metros de largo.

Page 93: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

93

No se veía indicio alguno de los dayakos. Si es-tuviesen cerca, no mostrarían tanta tranquilidad losmonos, en general muy recelosos.

El “Mariana” que avanzaba con lentitud, auncuando le ayudaban los remos, pues el viento pene-traba apenas por entre aquellas dos enormes mura-llas de floresta, continuó su ruta, sin que nada se leopusiera, hasta el mediodía, que se detuvo delantede una especie de plataforma que avanzaba dentrodel agua sostenida por varios pilotes.

-¡El embarcadero del “kampong” de Panguta-rang!- exclamaron simultáneamente Tangusa y elpiloto.

-¡Cala el ancla y arrima!- mandó el portugués-.¡Los artilleros a las bombardas!

Dos anclotes cayeron al fondo, y el velero, em-pujado por la corriente, se apoyó en el embarcadero,a cuyos pilotes se ataron unos cables.

Yáñez había subido sobre la obra muerta paraasegurarse de que no había dayakos emboscados enaquella orilla.

No había duda de que los crueles salvajes habíanpasado por allí, pues se veían varias cabañas des-truidas por el fuego, y un gran cobertizo medio de-

Page 94: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

94

rruido y con los pilares ennegrecidos por el humo ylas llamas.

-Parece que no hay ninguno- dijo Yáñez vol-viéndose hacia el mestizo, que también se había su-bido en la obra muerta.

-No esperaban que pudiésemos llegar hasta aquí-respondió Tangusa-. Estaban demasiado seguros deque podrían detenernos en la hoz del río, y allí con-cluir con todos nosotros.

-¿Qué distancia hay de aquí al “kampong”?-Un par de horas, señor Yáñez.-Disparando los cañones de caza, ¿Podrá oírlos

Tremal-Naik?-Es probable. ¿Piensa usted ponerse enseguida

en camino?-Sería una imprudencia. Esperaremos a la noche;

pasaremos con más facilidad, y acaso sin que nosvean.

-¿Cuántos hombres vamos a llevar?-No llevaremos más de veinte. Es preciso que no

quede sin gente el “Mariana”. Si perdiésemos el bar-co, se perdería para todos, incluso para Tre-mal-Naik y para Damna. Mientras tanto, haremosuna ligera exploración por los alrededores para que

Page 95: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

95

no nos tiendan un lazo. Esta tranquilidad es muysospechosa.

Hizo poner en batería las bombardas y los caño-nes con la boca hacia el embarcadero, levantar unabarricada con barriles llenos de hierros de modoque sirviesen para resguardar mejor a los servidoresde la artillería, y mandó amainar las velas, sin qui-tarlas de los penoles, para que el buque pudiera zar-par en pocos minutos.

Terminados aquellos preparativos, Yáñez, elmestizo y el piloto, escoltados por cuatro malayosde la tripulación y armados hasta los dientes, des-cendieron al embarcadero para reconocer los alre-dedores antes de aventurarse con el grueso de lagente bajo los espesos bosques que se extendíanentre la orilla del río y el “kampong” de Panguta-rang.

Page 96: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

96

CAPITULO VI

LA CARGA DE LOS ELEFANTES

Ante el embarcadero se extendía un pequeñodescampado malamente roturado, pues surgían enmuchas partes los troncos de los árboles cortados:detrás veíanse restos de cabañas y de cobertizosdestruidos por el incendio.

Allí comenzaba una espesísima floresta formadaen su mayor parte por helechos arbóreos, cycas, du-riones, etc., entrelazados con “rotangs” de extraor-dinaria longitud, los cuales formaban verdaderas einextricables redes.

No turbaba rumor alguno el silencio reinanteentonces bajo aquellos árboles majestuosos. Única-

Page 97: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

97

mente de cuando en cuando se oía entre el follaje ungrito débil lanzado por algún “gerkó”, lagarto can-tador, o el gorjeo de brillantes colores con reflejosmetálicos.

Yáñez y sus hombres, después de haber perma-necido escuchando durante algún tiempo, para ase-gurarse de que aquella calma era real, y de concluirde afianzarse en esta creencia, viendo la tranquilidadde una pareja de monos subidos en un plátano, die-ron una vuelta por detrás de las destruidas cabañasy se internaron en el bosque, explorando cerca demedia milla, sin que encontrasen rastro alguno desus implacables enemigos.

-¡Parece imposible que hayan desaparecido!- dijoYáñez, a quien le parecía inexplicable aquella impre-vista tregua después del encarnizamiento demostra-do-. ¿Habrán renunciado a atormentarnos en vistade la batida que han llevado?

-¡Hum!- hizo el piloto-. Si el peregrino ha juradola perdición de todos ustedes, me parece que hará loposible por conseguirlo y por cortarles la cabeza.

-Pon la tuya también en el número- dijo el portu-gués-. Volvámonos a bordo y esperemos a la noche.

El retorno lo realizaron sin incidente de ningunaespecie, afirmándose cada vez más en la suposición

Page 98: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

98

de que los dayakos todavía no habían podido reu-nirse en aquellos lugares.

Apenas se ocultó el sol, dispuso Yáñez rápida-mente los preparativos para la marcha. A bordo ha-bía aún treinta y seis hombres, incluyendo a los he-ridos.

Escogió quince tan sólo, pues no quería mermardemasiado la tripulación, que podría verse acometi-da durante su ausencia, y cerca de las nueve de lanoche, después de haber recomendado a Sambi-gliong que ejerciese la más activa vigilancia para queno lo tomasen de sorpresa, volvió a saltar en tierracon Tangusa, el piloto y la escolta.

Todos iban armados de un modo formidable,con carabinas indias de largo alcance y con “pa-rangs”, terribles cimitarras que de un solo golpe de-capitan a un hombre; además llevaban gran provi-sión de municiones, pues ignoraban si Tremal-Naiktendría suficiente para poder resistir un asedio.

-¡Adelante, y, sobre todo, haced el menor ruidoposible!- dijo Yáñez en el momento en que se inter-naban en el bosque-. Todavía no tenemos la seguri-dad de encontrar libre el camino.

Page 99: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

99

Miró hacia atrás para echar la última ojeada al ve-lero, cuya masa se destacaba en el agua del río, y, sinsaber por qué, sintió que se le oprimía el corazón.

Tuvo como un presentimiento desagradable.-¿Lo perderé?- murmuró con inquietud.Desechó aquel importuno pensamiento y se puso

a la cabeza de la escolta, precedido por el mestizo yel piloto, que marchaban a pocos pasos de distancia,y que eran los únicos capaces de orientarse en me-dio de aquella enorme confusión de vegetales y porentre las redes de las colosales plantas trepadoras.

Como por la mañana seguía imperando un pro-fundo silencio bajo aquella bóveda de verdura sinfin, cual si la floresta estuviese libre por completo defieras y de toda clase de animales salvajes. Ni siquie-ra se veían las aves nocturnas que, como los enor-mes murciélagos pelados, tan comunes son en lasislas de la Malasia. Tan sólo los lagartos cantoreshacían oír su ligero y estridente chillido.

El cielo estaba cubierto de nubes, y la atmósferaera pesada bajo las enormes hojas que se entrelaza-ban estrechamente a treinta o cuarenta metros delsuelo.

-Cualquiera diría que nos amenaza un huracán-dijo Yáñez, que respiraba fatigosamente.

Page 100: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

100

-Y no tardará en estallar, señor- contestó el mes-tizo-. He visto que se ponía el sol tras una nube ne-gruzca. Apenas tendremos tiempo de llegar al“kampong”.

-Si es que no nos detiene nadie.-Hasta ahora, señor, no se han hecho presentes

los dayakos.-Supongo que nos los encontraremos cerca del

“kampong”-Si los hay, no serán tantos que puedan oponer-

nos una resistencia seria; al menos, por el momento.-Los que han ido a esperarnos en la hoz del río

es casi seguro que no hayan vuelto todavía.-Si se detuviesen, aunque no fuese más que du-

rante veinticuatro horas, no los temería- contestóYáñez-. Con la tripulación reforzada, es inexpugna-ble el “Mariana”. ¿Tendrá muchos defensores Tre-mal-Naik?

-Supongo que habrá podido reunir una veintenade malayos.

-Siendo así, tendremos un pequeño ejército quedará quehacer a ese maldito peregrino. ¡Apretemosel paso para llegar al “kampong” antes del alba!

La floresta no permitía avanzar con la rapidezque hubieran deseado, pues se encontraban en me-

Page 101: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

101

dio de una plantación antigua de pimienta que en-volvía los árboles en una red por completa inextri-cable.

Las gigantescas plantas no lograron ahogar losaltísimos sarmientos de la pimienta, los cuales, re-plegándose por el suelo, ciñéndose a los “rotangs” ya los “canalons” y rodeando las monstruosas raícesque emergían de la tierra por falta de espacio, for-maban un colosal enrejado de resistencia enorme.

-¡Mano a los “parangs”!- dijo Yáñez al ver queno podían pasar los dos guías.

-Haremos ruido- replicó el piloto.-Pues yo no tengo ganas de volver atrás.-Pueden oírnos los dayakos, señor.-Si nos acometen, los recibiremos como se mere-

cen. ¡Adelante!A fuerza de tajos lograron abrirse paso, y siem-

pre manejando los machetes a derecha e izquierda,continuaron penetrando en la interminable espesu-ra.

Hacía una hora que avanzaban luchando obsti-nadamente con las plantas, cuando el piloto se de-tuvo de repente, diciendo:

-¡Quietos todos!

Page 102: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

102

-¿Los dayakos?- preguntó en voz baja Yáñez, quese le había reunido en el acto.

-No sé, señor.-¿Has oído algo?-He oído crujir ramas delante de nosotros.-Vamos a ver, Tangusa; y vosotros, esperad aquí

sin hacer fuego hasta que yo dé la señal.Se echó en tierra, encontrándose ante una mara-

ña de raíces y sarmientos, y comenzó a deslizarsehacia el sitio donde aseguraba el malayo que habíaoído crujir las ramas.

El mestizo lo seguía, procurando no hacer ruido.Así recorrieron unos cincuenta metros, y se de-

tuvieron bajo la corola de una flor monstruosa; eraun “crebul”, cuya circunferencia medía tres metrosaproximadamente y exhalaba un olor desagradable.

En derredor de aquella flor había un pequeñoespacio libre, desde el cual podían verse fácilmentelos hombres que avanzasen a través de la floresta.

-No se ha equivocado Podada- dijo Yáñez al ca-bo de un momento que escuchó con gran atención.

-En efecto: alguien se acerca afirmó el mestizo.-Pero eso, ¿qué es?- preguntó de pronto Yáñez.

Page 103: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

103

En aquel momento se oyó en lontananza un ru-mor extraño, que se parecía al que producen los va-gones de un tren en marcha.

-No es un trueno- dijo el portugués.-Todavía no relampaguea- dijo Tangusa.-Cualquiera creería que es un río que ha roto los

diques.-Hasta ahora no ha caído ni una gota de agua, y

el Kabataun está lejos.-¿Qué será?-Lo que sea se aproxima rápidamente, señor.-¿Hacia nosotros?-Sí.-¡Calla! Aplicó el oído al suelo, y escuchó otra

vez conteniendo la respiración.La tierra transmitía con claridad aquel rumor

inexplicable, que parecía producido por el rápidoavance de enormes masas.

-No comprendo, en absoluto, lo que pueda ser-dijo al cabo Yáñez levantándose-. Lo mejor será quenos repleguemos hacia la escolta; quizás el pilotonos explique este misterio.

Volvieron a desandar a rastras lo recorrido escu-rriéndose por entre los infinitos sarmientos que ha-bía.

Page 104: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

104

Cuando llegaron adonde estaban sus hombres,vieron que éstos también parecían poseídos de unaviva agitación, pues hasta allí llegaba el rumor. SóloPodada estaba tranquilo.

-¿De qué proviene ese ruido?- le preguntó Yáñez.-Es una columna de elefantes que vienen huyen-

do de algún peligro, señor- respondió el piloto-.Deben ser muchísimos.

-¡Elefantes! ¿Y quién puede haber espantado aesos colosos?

-Yo creo que los habrán espantado los hombres.-¿Es decir, que los dayakos avanzan por Po-

niente? Porque de ese lado viene el ruido.-Eso mismo estaba pensando.-¿Qué me aconsejas que haga?-Que nos alejemos lo más pronto posible.-¿No encontraremos a los elefantes en el cami-

no?-Es probable; pero bastará con una descarga para

obligarlos a desviarse. Esos colosos tienen un mie-do increíble a los disparos de las armas de fuego,porque no están habituados a oírlos.

-¡Entonces, adelante!- mandó el portugués conresolución-. Debemos llegar al “kampong” antes deque se acerquen los dayakos.

Page 105: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

105

Se pusieron de nuevo y con gran prisa en cami-no, tajando los “rotangs” y los cálamus. El fragoraumentaba en intensidad rápidamente.

El piloto debía haber acertado cuál era la causaque lo ocasionaba. Entre el ruido producido por elincesante crujir de las plantas arrolladas por las irre-sistibles patas de aquellas masas enormes, lanzadasa un desenfrenado galope, comenzaban a oírse losresoplidos peculiares de los elefantes.

A los paquidermos debían venir espantándolosmuchos hombres, pues de ordinario no huyen anteun grupo de cazadores.

Por fuerza, era la banda de los dayakos la que loshostigaba.

Yáñez y sus hombres forzaban el paso, temiendoverse envueltos y atropellados por los paquidermosen su loca carrera.

Hallaron algunos espacios libres, y echaron a co-rrer mirando con espanto a sus espaldas, pues a ca-da instante se creían alcanzados y hechos añicos porlos monstruosos animales. El mismo Yáñez parecíapreocupado.

Llegaban en aquel momento a una espesura for-mada casi en su totalidad por enormes árboles dealcanfor y que ninguna fuerza podría derribar, pues

Page 106: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

106

los troncos eran gigantescos, cuando el piloto sedetuvo por segunda vez, diciendo precipitadamente:

-¡Escondeos detrás de esos árboles, que bastanpara protegeros! ¡Que llegan!

Apenas tuvieron tiempo para resguardarse detrásde los enormes troncos, cuando aparecieron losprimeros elefantes.

Desembocaron a todo correr de una espesura de“sunda-matune”, llamados árboles de la noche, por-que sus flores no se abren hasta después de habersepuesto el sol.

Aquellos monstruosos animales, que pasaban lo-cos de terror, cayeron de golpe en un bosquecillo depalmas jóvenes que les cerraba el camino y lo arra-saron de tal modo, que parecía como si una hozenorme manejada por un titán lo hubiese segado.Aquellos elefantes no eran más que la vanguardia dela manada, pues a los pocos instantes apareció elgrueso de la columna lanzando bramidos espanto-sos.

Eran unos cuarenta o cincuenta elefantes entremachos y hembras, que se empujaban procurandoadelantarse unos a otros. Sus trompas formidablesdesgajaban con irresistible ímpetu, abatiéndolo to-do, árboles y maleza.

Page 107: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

107

Viendo Yáñez que algunos parecía como que sedirigían hacia los árboles del alcanfor, iba a mandarhacerles una descarga, cuando divisó varios puntosluminosos que detrás de los paquidermos describíanígneas parábolas.

-¡Silencio! ¡Que nadie se mueva! ¡Los dayakos!-exclamó Podada.

En efecto; algunos hombres casi desnudos porcompleto corrían detrás de los elefantes, lanzandosobre los lomos de los animales ramas resinosas en-cendidas, que tan pronto como caían volvían a re-coger rápidamente para volver a arrojárselas.

Los dayakos no eran más de veinte; pero los pa-quidermos, aterrados por aquella lluvia de fuego quesin cesar les caía encima, no se atrevían a resolverse,por efecto del terror de que eran presa, pues, conque hubiesen dado una sola carga, hubieran tritura-do a tan pequeño grupo de enemigos.

-¡No os mováis, y, sobre todo, no hagáis fuego!-repitió precipitadamente Podada.

¡Habían pasado los elefantes, golpeando los pri-meros troncos del grupo de los árboles de alcanforsin que las colosales plantas hubiesen cedido, desa-pareciendo en lo más espeso de la floresta, perse-guidos siempre por los dayakos.

Page 108: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

108

-¿Serán cazadores?- preguntó Yáñez, así que elfragor se perdió a lo lejos.

-Que nos cazaban- repuso el malayo-. Algunoque vigilaba el embarcadero ha debido vernos saltara tierra; y como probablemente no serían bastantesen número los dayakos que hubiese por estos alre-dedores, procuraron echarnos encima los elefantes.Ya verá usted cómo los obligan a correr toda la flo-resta, con la esperanza de que nos encuentren en lacarrera y nos aplasten.

-¿Qué, podríamos volver a encontrarlos todavía?-Es probable, señor, si no nos apresuramos a sa-

lir de esta espesura y a refugiarnos en el “kampong”de Pangutarang.

-¿Estamos aún muy lejos?-No lo sé, pues esta parte de la floresta es tan in-

trincada, que no podemos orientarnos ni correr mu-cho Sin embargo, supongo que llegaremos antes delamanecer

-Marchemos antes de que vuelvan los elefantes.Además, no siempre se encuentran árboles de alcan-for para guarecerse. Pero una cosa me asombra.

-¿Qué cosa es, señor?-¿Cómo han podido reunir tantos animales esos

salvajes?

Page 109: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

109

-No siendo domadores como los “mauht” deSiam o como los “cornac” indios, los habrán en-contrado por casualidad- dijo Tangusa, que asistía alcoloquio.

-En estas florestas no es raro encontrar manadasde cincuenta, y aun de cien cabezas.

-¿Y los animales se prestarán a este juego?-Seguirán huyendo hasta que los dayakos dejen

de hostigarlos.-No creía que esos tunantes fuesen tan astutos.

¡Amigos, al trote!Salieron de la espesura que tan oportunamente

los salvó de la espantosa carga, y se internaron enotros boscajes formados en su gran mayoría por ár-boles gomíferos, sandarcas, etcétera, procurandoorientarse, y sin poder ver ni una estrella a causa dela tupida bóveda de hojas que los cubría.

Afortunadamente, ya no estaban tan espesos losárboles y las plantas trepadoras se hacían cada vezmás raras; por lo tanto, marchaban con más celeri-dad, y aun podían correr algunos ratos, siendo me-nor también el peligro de caer en una emboscada.

Todavía se oía a lo lejos, ora con más intensidad,ora más débilmente, el fragor que producían los ele-fantes lanzados en loca carrera.

Page 110: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

110

Los pobres animales, unas veces arrojados haciauna parte, otras empujados hacia atrás, hacían eljuego a los dayakos, quienes los guiaban con granhabilidad por donde deseaban, con la esperanza desorprender a aquel puñado de hombres en cualquierparte de la inmensa floresta.

Podada y el mestizo, sabiendo, como sabían, dequé se trataba, se arreglaban de modo que siempreestuviesen lejos del peligro, conduciendo a su genteen sentido opuesto al seguido por los paquidermos.Después de más de media hora los dayakos, quizásconvencidos de que los tigres de Mompracem no seencontraban en aquella parte de la selva, empujarona los elefantes hacia el río, pues poco a poco el fra-gor de aquella furibunda carga fue alejándose haciael Sur, hasta que dejó de oírse.

-Creen que todavía estamos lejos del “kam-pong”- dijo el piloto después de haber escuchadodurante un momento-. Van a buscarnos hacia elKabataun.

-¡Qué tenaces son esos bribones!- dijo Yáñez-.Realmente, nos han declarado guerra a muerte.

-Señor- contestó Podada-, saben que si logramosunirnos a Tremal-Naik, se les hará muy difícil elasalto del “kampong”.

Page 111: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

111

-Por mi parte, yo les dejo el “kampong”: no ten-go intención ninguna de establecerme aquí. Tengoorden de conducir a Tremal-Naik y a su hija Damnaa Mompracem: eso es todo. Ni siquiera hacer la gue-rra al peregrino, al menos por ahora. Más adelanteveremos.

¿Renuncia usted a saber quién es ese hombremisterioso que ha jurado el exterminio de todos us-tedes?

-Todavía no he dicho la última palabra- contestóYáñez sonriendo-. ¡Ya llegará el día en que ajuste-mos las cuentas a ese señor! Por ahora pongamos ensalvo al indio y a su graciosa hija. ¿Dónde estamos?Me parece que comienza a clarear la espesura.

-¡Buena señal! El “kampong” de Pangutarang nodebe estar muy lejos.

-Dentro de muy poco encontraremos las prime-ras plantaciones- dijo el mestizo, que hacía algunosminutos iba observando la floresta-. Si no me enga-ño, estamos junto al Morapohe.

-¿Qué es eso?- preguntó Yáñez.-Un afluente del Kabataun, que sirve de límite a

la factoría. ¡Alto, señores!-¿Qué es?

Page 112: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

112

-Que veo brillar luces allá lejos- exclamó Tangu-sa.

Yáñez aguzó la mirada, y a través de un claro deárboles y a una distancia considerable vio brillarentre las tinieblas una gran luz, que no debía ser unsimple farol.

-¿El “kampong”?- preguntó.-O una luz de los sitiadores- dijo Tangusa.-¿Tendremos que dar una batalla antes de entrar

en la factoría?-Pillaremos por la espalda al enemigo, señor.-¡Callad!- dijo en aquel momento el piloto, que se

había adelantado algunos pasos.-¿Qué es lo que hay todavía?- preguntó Yáñez

después de algunos minutos de silencio.-Oigo chocar el río contra ambas orillas. El

“kampong” se encuentra delante de nosotros, señor.-¡Pues atravesémoslo!- contestó Yáñez resuelta-

mente-, y caigamos a paso de carga sobre los sitia-dores. Tremal-Naik, por su parte, nos ayudará comomejor pueda.

Page 113: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

113

CAPITULO VII

EL “KAMPONG” DE PANGUTARANG

Cinco minutos después, y en medio del más ab-soluto silencio, atravesaban el riachuelo, que apenastenía agua, y se reunían en la orilla opuesta, casidesprovista de árboles.

Una vasta llanura, en la cual se veían algunosgrupos de palmeras, se extendía en un gran espacio,elevándose en el lugar que ocupaba una maciza edi-ficación, sobre la cual se erguía una torrecilla a mo-do de observatorio.

Apenas comenzaba a clarear el día, y no era po-sible distinguir lo que era aquello en realidad; pero

Page 114: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

114

el piloto y el mestizo no tenían necesidad de la luzpara saber dónde se encontraban.

-¡El “kampong” de Pangutarang!- exclamaron aun tiempo.

-¡Y rodeado por los dayakos!- añadió Yáñezarrugando el entrecejo-. ¿Se habrá reunido ya elgrueso de sus fuerzas?

Multitud de hogueras dispuestas en semicírculoardían ante la factoría, cual si los terribles cortaca-bezas hubiesen establecido un gran campamento.

Yáñez y sus hombres se detuvieron mirando conansiedad aquellas lumbres, tratando de darse cuentade las fuerzas de los sitiadores.

¡Esto sí que es un inconveniente de importancia!-murmuraba Yáñez-. Sería una imprudencia aventu-rarse a ciegas contra fuerzas que pueden ser veinteveces superiores; y, por otro lado, sería también unalocura esperar a que amanezca. Faltaría la ventaja dela sorpresa, y podrían rechazarnos.

-Señor- dijo el piloto-, ¿qué decide usted?-¿Crees que son muchos los sitiadores?-A juzgar por el número de hogueras, podría

creerse que sí. ¿Quiere usted que vaya a cerciorarmede las fuerzas que componen?

Yáñez lo miró con desconfianza.

Page 115: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

115

-Sospecha usted de mí, ¿verdad?- dijo sonriendoel malayo-. Tiene usted razón: Hasta ayer era suenemigo. Sin embargo, está usted equivocado: heroto con esos hombres, y prefiero que me cuenteentre los suyos, que son malayos como yo.

-¿Podrás regresar antes de que salga el sol?-Todavía tardará media hora en salir, y le pro-

meto que estaré de vuelta dentro de diez minutos.-¡Vaya; entonces me dará una prueba de fideli-

dad!- dijo Yáñez.-La tendrá usted.El malayo tomó un “parang” hizo un gesto de

despedida, y se alejó, metiéndose por medio de unaplantación de jengibre, que los sitiadores no habíandestruido todavía.

Yáñez, reloj en mano, contaba los minutos. Te-mía mucho que tardase el piloto y que clarease antesde su regreso, haciendo imposible la sorpresa.

No había contado seis minutos, cuando aparecióPodada corriendo a todo correr.

-¿Qué hay?- le preguntó Yáñez adelantándose asu encuentro.

-El grueso de las fuerzas que nos atacó en la bo-ca del río no ha llegado todavía. Los sitiadores no

Page 116: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

116

son más de ciento, y sus filas son tan débiles, que nopueden resistir un empuje repentino.

-¿Tienen armas de fuego?-Sí, señor.-¡Bah! ¡Ya sabemos cómo se sirven de ellas!Se volvió hacia sus hombres, que se le habían re-

unido, y que solamente esperaban sus órdenes paracaer sobre el enemigo.

-¡Tirad a matar!- les dijo-. ¡Es preciso que de-muestren los tigres de Mompracem que no temen aesos cortacabezas!

-En cuanto lo ordene usted, lo echaremos a pi-que todo, señor Yáñez- contestó el más viejo-. Ya leconsta que nunca hemos tenido miedo.

-Acerquémonos en silencio para atraparlos por laespalda. No hagáis fuego si yo no lo mando. ¡For-memos en columna de asalto!

Formaron en doble fila, y el pelotón desaparecióen los jengibres, que eran bastante altos para ocul-tarlos.

Yáñez se había puesto una carabina en bandole-ra; desenvainó el machete, y empuñó una magníficapistola india de dos cañones.

Page 117: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

117

Atravesaron con tal rapidez la plantación, que notardaron cuatro minutos en colocarse a ochenta pa-sos de los sitiadores.

Estos, seguros de que nadie los sorprendería, vi-vaqueaban en grupos de cuatro y cinco hombres enderredor de las hogueras.

A trescientos metros más allá se alzaba el “kam-pong”.

Era una especie de “kotta”, o sea una fortalezabornesa, formada por un cuerpo de fábrica y cir-cundada por anchos tablones de durísima maderade tek, suficientemente sólidos para resistir las balasde los cañoncitos llamados “lilas”, y aun las de un“mirim”; además, la rodeaba por completo un espe-so bosque de arbustos espinosos que hacían impo-sible que pudiesen tomar por asalto la fortificaciónhombres casi desnudos y privados de escarpias.

Sobre la parte de fábrica alzábase una casa dehermosa apariencia que recordaba los “bungalows”indios, con una torrecilla de madera semejante a unalminar árabe, en el cual ardía una gran linterna amanera de faro.

-Tangusa- dijo Yáñez, que había mandado a sushombres que se echasen a tierra... pues quería queno pudieran divisarlo antes de que él se diese cuenta

Page 118: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

118

exacta de la situación en que se hallaba la factoría-,¿dónde está el paso de entrada?

-Frente a nosotros, señor.-¿No iremos a caer en medio de los espinos?-Yo guiaré.-¿Estáis prontos?- preguntó Yáñez volviéndose

hacia los suyos.-Todos estamos prontos, capitán.-Cargad al grito de ¡Viva Mompracem!, para que

no corramos el peligro de que nos fusilen los defen-sores del “kampong”. ¡Adelante!

Hicieron una descarga, y tumbaron a cinco o seisdayakos que habían abandonado precipitadamentela lumbre en derredor de la cual vivaqueaban; ense-guida atravesaron como el rayo la débil línea del si-tio, haciendo fuego y gritando a todo gritar:

-¡Viva Mompracem!Los cortacabezas, sorprendidos por aquel asalto

inesperado con el cual ni soñaban, no intentaronsiquiera oponer resistencia; así que el animoso gru-po pudo alcanzar el bosque espinoso y ponerse bajosu amparo.

Varios hombres de los que defendían el interiorde la fortaleza aparecieron armados con fusiles, y se

Page 119: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

119

disponían a hacer fuego, cuando se oyó una voz quegritaba con ímpetu:

-¡Quietos! ¡Son amigos! ¡Abrid la puerta!-¡Ohé; amigo Tremal-Naik!- exclamó Yáñez lleno

de alegría, ¡No tenemos ganas de que nos fusilen lostuyos! ¡Ya tenemos bastante con el plomo de los da-yakos!

-¡Yáñez!- gritó el indio con una verdadera explo-sión de entusiasmo.

Un tablón enorme de madera de tek, tan pesadocomo si fuese de hierro, y que levantaron varioshombres sirviéndose de fuertes cables suspendidosde grandes garruchas, dejó libre el paso, por el cualse lanzaron los tigres de Mompracem con el mesti-zo y el piloto, penetrando en el “kampong”, mien-tras que los defensores del reducto exterior saluda-ban a los sitiadores con dos disparos de bombarday un violento fuego de fusilería.

Un hombre de estatura más bien alta, de medianaedad, y con el bigote y el pelo entrecanos, pero to-davía esbelto y vigoroso, de finas facciones, con lapiel un poco bronceada y ojos muy negros, abrió losbrazos para estrechar al portugués.

No vestía como los borneses ricos, sino a la mo-da india, un poco modernizada, pues ya no están en

Page 120: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

120

uso el “doote” ni el “dugbah” siendo el traje in-do-inglés más sencillo y cómodo, pues consta deuna chaqueta de tela blanca con alamares de sedaroja, ancha faja recamada de oro, estrechos calzonesblancos y turbante pequeño.

-¡Aquí; sobre mi pecho, amigo Yánez!- exclamó,abrazándolo estrechamente-. ¡Está escrito que tengoque recurrir siempre a la generosidad y al valor delos invencibles tigres de Mompracem! ¿Cómo está elTigre de la Malasia?

-Reventado de salud.-¿Y tú, Surama?-Queriéndote siempre muchísimo. ¿Y Damna?

¿Dónde está que no la veo?-¿El tigre o mi hija?-Uno y otra. ¡Ya me olvidaba de tu valiente fiera!-Mi hija está durmiendo, y el tigre va camino de

la costa con Kammamuri.-¡Cómo! ¿El maharatto no está aquí?- exclamó

Yáñez.-Ante el temor de que Tangusa no hubiera podi-

do reunirse con vosotros para guiaros, partió, a pe-sar de mis consejos, con una pequeña escolta, y aestas horas, si ha logrado escapar de los dayakos, sehabrá embarcado para Mompracem.

Page 121: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

121

-Ya lo encontraremos más tarde.-Ven, amigo mío- dijo Tremal-Naik-. Este sitio

no es a propósito para que hablemos. ¡Hola, Tangu-sa! Haz los honores de casa, y prepara comida y be-bida a los tigres de Mompracem.

Se dirigió hacia el “bungalow” que se alzaba en-tre algunos techados de enormes dimensiones, lle-nos de productos agrícolas y de una doble línea dedefensa, e introdujo a su amigo en una habitacióndel piso bajo, iluminada todavía por una hermosalámpara india, cuyos vidrios azulados atenuaban laluz.

Tremal-Naik no había renunciado a sus costum-bres de hijo de Bengala. La habitación estaba amue-blada a la moda india, con muebles ligeros, peroelegantísimos; en derredor se veían esos bajos ycómodos divanes que no faltan en las casas ricas delos adoradores de Brahma Siva y Visnú.

-Ante todo- tomad una buena copa de “bram” –dijo el indio llenando dos copas con ese delicioso yexcelente licor, compuesto con arroz fermentado,azúcar y el jugo de varias palmas que lo perfuman.

-Estoy tan sudoroso como un caballo que ha co-rrido doce leguas sin tomar aliento. ¡Ya no soy jo-

Page 122: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

122

ven, amigo mío!- dijo Yáñez vaciando de un trago lacopa-. Ahora explícame este misterio.

-Si me lo permites, una pregunta antes de nada.¿Cómo habéis llegado?

-Con el “Mariana” y después de haber forzado laboca del río. Luego te contaré los pormenores de lalucha.

-¿Dónde has dejado el “Mariana”?-En el “embarcadero”.-¿Es muy numerosa la tripulación?-Es igual en fuerza a la que he traído.Tremal-Naik se quedó pensativo.-Son hombres capaces de defender mi velero-

dijo Yáñez.-Es que también son muchos los dayakos, más

de los que crees; sobre todo, bien armados y ejerci-tados.

-¿Por el peregrino?-Sí.-Habrás visto a ese bribón.-¿Yo?¡Nunca!-¿Tampoco tú sabes quién es?- preguntó Yáñez

en el colmo del asombro.-No- respondió Tremal-Naik-. Le envié un men-

sajero hace dos semanas rogándole que se viese

Page 123: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

123

conmigo donde quisiera para que me explicase losmotivos de su odio, y prometiéndole que nadieatentaría a su vida.

-Y él se habrá guardado muy bien de obedecer.-Me contestó en cambio que fuese yo a entregarle

mi cabeza juntamente con la de mi hija.-¿Ha tenido tanta audacia ese miserable?- excla-

mó indignado Yáñez-. Veamos; ¿has ofendido a al-gún jefe de los dayakos? Porque estos cortacabezasson ferozmente vengativos.

-Yo no he hecho nunca mal a ninguno: además,ese hombre no es dayako- contestó el indio.

-Entonces, ¿qué es?-Algunos dicen que es un árabe viejo y fanático;

otros dicen que es un negro; y otros, que es un in-dio.

-Debe tener algún motivo muy grande paraodiarte de ese modo.

-Ciertamente que sí; pero, cuanto más pienso enello, menos acierto a descubrir la causa; en vano medevano los sesos para acertar. Sin embargo, he teni-do una sospecha.

-¿Cuál?-Pero es tan absurda, que te reirías si te la dijese

dijo Tremal-Naik.

Page 124: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

124

-Dila.-¿Será algún “thug”?En vez de acoger con una sonrisa esta sospecha,

como esperaba el indio, Yáñez palideció ligera-mente.

-¿Estás bien seguro, Tremal-Naik- dijo al cabo,gravemente-, de que a los lugartenientes del jefe delos estranguladores, de Suyodhana, en fin, los ha-yamos matado a todos en la caverna de Raymangal,o los ingleses en las hecatombes de Delhi? ¿Quiénpodrá asegurarlo?

-¿Y crees que después de once años haya pensa-do alguien en vengar a Suyodhana?

-Has podido probar por ti mismo su tenacidad yel implacable odio de aquellos asesinos. Tú has sidola causa de su fin.

Tremal-Naik volvió a quedar pensativo, y en surostro se dibujaba una angustia grande. De prontohizo un gesto como para arrojar de él aquella visión,y dijo:

¡No! ¡Es imposible; es absurdo! Admito que aunhaya “thugs” en la India; pero no se habrían atrevi-do a tanto. Ese peregrino debe ser un miserablecharlatán que trata de imponerse a los dayakos parafundar alguna sultanía, y finge odiarme. Habrá es-

Page 125: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

125

parcido la voz de que no soy mahometano, de quesoy un enemigo de los dayakos, una hechura de losingleses encargado de sojuzgarlos, o cualquiera otracosa por el estilo, para lanzarme de aquí. Será todolo que quieras, incluso un verdadero fanático; perono un “thug”.

-Bueno: lo que te parezca; pero no creo que teencuentres en muy buenas condiciones al presente.¿Has perdido todas tus factorías?

-Las han saqueado y quemado.-Hubiera sido mejor que te hubieses quedado

con nosotros en Mompracem.-Intentaba colonizar estas costas y civilizar a es-

tos bárbaros.-Y, ¡claro!, has escrito en la arena- dijo Yáñez

riendo.-Ya lo ves.-Además, este asunto te costará, probablemente,

algunos centenares de miles de rupias. Menos malque pueden pagar los gastos tus factorías de Benga-la. ¿Cuándo vamos a desalojar esto?

-Te pido de plazo tan solo veinticuatro horas-contestó Tremal-Naik-, para poder recoger lo mejorde cuanto poseo; después prenderemos fuego a to-do, y nos iremos en busca de tu barco.

Page 126: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

126

-Y nos iremos a escape hacia Mompracem- dijoYáñez-. También es necesaria allá nuestra presencia.

Pronunció tan gravemente estas palabras, que elindio se sorprendió.

-¿Qué? ¿Sucede algo?- preguntó-¡Qué sé yo! No sé nada todavía. Corren rumores

inquietantes para el Tigre de la Malasia.-¿Cuáles?-Parece ser que los ingleses tienen intención de

hacernos desalojar a Mompracem. Desde hace algúntiempo vienen achacándonos todos los actos de pi-ratería que se realizan a lo largo de las costas de laisla, siendo así que hace ya muchos años que nues-tros paraos dormitan sobre sus anclas. Dicen quenuestra presencia anima a los piratas costeros, y que,ya directa, ya indirectamente, los azuzamos contralos barcos que van a Labuán. ¡Mentiras! Pero tú yaconoces la doblez del leopardo británico.

-Y su ingratitud también- dijo el indio-. ¡Así escomo quiere recompensarnos el haberles limpiadola India de la secta de los “thugs”

-¿Cederá Sandokán?-¡Él!... Es capaz de arrojar el guante de desafío a

toda Inglaterra, y...Un cañonazo lejano le cortó la palabra.

Page 127: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

127

-¿Has oído?- exclamó poniéndose en pie de unsalto, presa de vivísima agitación.

-Sí; se oyen cañonazos hacia el Sur.-¡Son los dayakos que atacan al “Mariana”!-Sígueme al observatorio, Yáñez- dijo Tremal-

Naik-. Desde allí podemos oír mejor hacia que ladosuenan los disparos.

Page 128: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

128

CAPÍTULO VIII

LA EXPLOSIÓN DEL “MARIANA”

Los dos hombres, visiblemente impresionados,salieron de la habitación, ascendieron por una esca-lerita y se encontraron en una terraza del “bunga-low”, sobre la que se elevaba la torrecilla o alminar,que era elevadísima, y a la cual se subía por otra es-calera exterior.

En pocos momentos se hallaron en lo más altode aquel observatorio, que terminaba en una reduci-da plataforma circular, donde había una gran bom-barda de largo cañón que podía batir desde tal alturatodos los puntos del horizonte.

Page 129: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

129

El sol había salido ya, iluminando la llanura, ysus rayos parecían de fuego, pues en aquellas regio-nes no hay hora ninguna de fresco, ni siquiera aldespuntar el astro diurno.

Al aparecer la luz de los dayakos que sitaban el“kampong” se alejaron a una distancia de seiscien-tos o setecientos metros, resguardándose detrás degruesos troncos de árboles cortados a propósito pa-ra que les sirviesen como de trincheras movibles,haciéndolos rodar hacia adelante o hacia atrás, se-gún les pareciera.

Durante la noche debía haber aumentado el nú-mero de los sitiadores, porque Tremal-Naik, apenashubo lanzado en derredor la mirada, no pudo con-tenerse y exclamó:

-Ayer tarde no nos rodeaban tantos.Iba Yáñez a hacerle una pregunta, cuando se oyó

retumbar en lontananza un segundo cañonazo, querepercutió en el recinto del “kampong”.

-¡Ese ruido viene del Sur!- exclamó el portugués-.Son los cañones del “Mariana” que disparan. ¡Losdayakos han acometido a mi gente!

-Sí- confirmó el indio-. Viene del lado de Kaba-taun. ¿Crees que con la artillería que tienen podránrechazar al enemigo?

Page 130: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

130

-Sería necesario conocer el número de los asal-tantes. ¿De qué fuerzas dispone ese peregrino mal-dito?

-Ha fanatizado a cuatro tribus, y cada una debehaberle proporcionado, por lo menos, cincuentacombatientes.

-¿Armados de fusiles?-Sí, amigo Yáñez. Ese hombre misterioso ha

traído consigo un verdadero arsenal, incluso “lilas”y “mirimes” ¡Otro cañonazo!

-¿Y éste es de las bombardas!- exclamó Yáñezhaciendo un movimiento de ira.

Del lado de la inmensa floresta que se extendíahacia el Sur llegaban hasta el “kampong” los ecos dedetonaciones más ligeras y secas, producidas, sinduda, por las piezas de cañón largo.

Los disparos aumentaron rápidamente en inten-sidad, produciendo un rumor incesante cual si dis-parasen a un tiempo muchas piezas de artillería ymuchas bombardas.

Yáñez había palidecido y estaba muy nervioso.Paseaba dando vueltas por la plataforma como unleón enjaulado, interrogando ansiosamente con lamirada a todos los puntos del horizonte. También elindio era presa de una viva sobreexcitación.

Page 131: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

131

Los disparos se sucedían a intervalos cortos.Debía haberse empeñado una batalla furiosa, terri-ble, en el río, entre los escasos defensores del “Ma-riana” y el grueso de las fuerzas del peregrino miste-rioso.

-¡Y no cesa!- exclamaba Yáñez, que ya no podíacontenerse-. ¡Si estuviese yo allí!

-Sambigliong es un valiente que no se rendiráestoy seguro- contestó Tremal-Naik-. Es un tigreviejo de fuertes garras y que sabe defenderse.

-Pero a bordo no hay más que dieciséis hombresútiles, mientras que los de los dayakos pueden sertrescientos o cuatrocientos, y disponen también deartillería.

-¿Dudas entonces de que pueda resistir el “Ma-riana”?- preguntó Tremal-Naik-. Si lo tomasen-continuó con angustia-, se habría concluido todopara nosotros. ¿Y mi hija?

-¡Calma, amigo mío!- repuso Yáñez-. Los daya-kos tendrán aquí un hueso muy duro de roer. Heestudiado atentamente tu “kampong” y me parecebastante fuerte. Ya sabes que los salvajes, general-mente, encuentran obstáculos para sus acometidascon cualquier cosa que se les oponga. ¡Por Júpiter!

Page 132: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

132

¡No cesa el cañón! ¡Por lo visto, se hacen pedazosallá abajo! ¿Cuántos hombres tenemos?

-Una veintena.-¿Malayos todos?-Malayos y javaneses- contestó Tremal-Naik.-Cuarenta hombres encerrados en un recinto tan

sólido, pueden dar a torcer bastante hilo a esos bri-bones. ¿Estás bien provisto?

-Tengo víveres y municiones en abundancia.-¡Señor Yáñez, buenos días!- dijo en aquel mo-

mento una joven apareciendo en la plataforma.El portugués dio un grito.-¡Damna!Una bellísima muchacha de unos quince años, de

cuerpo tan flexible como una palmera, con largoscabellos negros ligeramente ensortijados, con la pieldel rostro un poco bronceada, como la de las muje-res indias, pero más clara y de correctas facciones,que más parecían de la raza caucásica que de la in-diana, se detuvo delante del portugués, mirándolecon sus ojos negros y brillantes como carbones en-cendidos.

Realzaba sus gracias el traje que vestía, medio eu-ropeo y medio indio, compuesto de una chaquetillao justillo de brocatel recamado de oro, de una am-

Page 133: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

133

plia faja de cachemira que le pendía sobre una desus bien redondeadas caderas y una falda un pococorta que dejaba ver unos pantalones de seda blan-ca, los cuales bajaban hasta los zapatos de piel roja ypunta retorcida.

-Soy muy feliz volviendo a verlo- prosiguió laniña, tendiéndole una manita de hada-. Hace dosaños que no lo hemos visto.

-Siempre tenemos que hacer allá, en Mompra-cem.

-¿Medita expediciones el Tigre de la Malasia?¡Qué hombre tan terrible!- dijo Damna sonriendo-.¡Ah!... ¡el cañón! ¿No lo oís?

-Hace ya más de media hora que retumba, hijamía- dijo Tremal-Naik-, y, probablemente, anunciaalguna desgracia.

-¿Quién hace fuego, padre?-Los tigres de Mompracem.-Que defienden mi barco- añadió Yáñez-. ¡Ca-

llad! Me parece que los tiros disminuyen. ¡Y yo sinpoder ver nada!

Se inclinaron todos sobre el parapeto de la plata-forma y escucharon con ansiedad.

Page 134: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

134

Ya no se oían sino de vez en cuando y a largosintervalos las detonaciones secas de las espingardasy la profunda voz de las piezas de caza.

De pronto se hizo un gran silencio, como si labatalla hubiera cesado de improviso.

-¿Han vencido, o han sido destrozados?- se pre-guntó Yáñez, que sentía la frente bañada de sudor.

Repentinamente atravesó las capas atmosféricasuna detonación formidable, repercutiendo con talintensidad, que retembló la torre desde la base hastala cúspide. Yáñez dio un grito, y Tremal-Naik yDamna palidecieron.

-¡Dios mío! ¿Qué habrá sucedido?- preguntó laniña.

-Yáñez- dijo Tremal-Naik con voz afectuosa-, notenemos la certeza de que haya volado tu barco.

-Debe haber volado el “Mariana”- contestó Yá-ñez con voz ronca-. ¡Pobres, de mis hombres!

En el rostro del portugués se reflejó un dolorintenso, mientras que sus ojos se humedecían.

-Ese espantoso estampido no puede haberloproducido más que la voladura de la santabárbara-contestó el portugués-. He visto volar tantas naves,que no puedo equivocarme. No me importa que elbuque se haya ido a fondo, teniendo, como tenemos

Page 135: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

135

en Mompracem, gran número de veleros. Mis hom-bres son los que lamento.

-Puede ser que hayan abandonado la nave antesde que volase. ¿Quién sabe si habrán sido ellosmismos los que hayan puesto fuego a la pólvora pa-ra que no cayese en manos de los dayakos?

-Puede ser- contestó Yáñez, que había vuelto aserenarse, recobrando su calma habitual.

-¿Había a bordo alguno que supiese dónde seencuentra mi “kampong”?

-Sí; el correo que te hemos enviado hace seis me-ses.

-Pues, entonces, si ese hombre ha escapado de lamuerte, podrá conducir hasta aquí a los supervi-vientes.

-¿Y pasar a través de las filas de los dayakos? Esuna empresa muy difícil para tan pocos hombres.Además, aun cuando llegasen hasta aquí, no por esomejoraría nuestra situación.

-¡Es verdad!- contestó el indio-. ¿Cómo vamos aarreglarnos sin tu barco para descender el río?

-Padre, buscaremos canoas- dijo Damna.-¿Para ir expuestos a un fuego incesante, sin pro-

tección ninguna? ¿Quién llegaría vivo a la boca delrío?

Page 136: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

136

-¡Mira los dayakos!- dijo Yáñez en aquel instante.Los sitiadores, que también debían haber oído

aquel estampido formidable, lo mismo que el caño-neo, abandonaron sus trincheras movibles, retirán-dose hacia los bosques que circundaban la llanura,como si tuviesen intención de levantar el bloqueo.

-¡Se van, padre!- dijo Damna-. ¿Habrán com-prendido que es inútil obstinarse en atacar este“kampong”?

-Yáñez- dijo Tremal-Naik-, ¿habrá sido derrota-do el peregrino, y habrá enviado algún correo man-dando retirarse a los sitiadores?

-¿O que traten de llevarnos a alguna embosca-da?- preguntó a su vez el portugués.

-¿De qué modo?-Con la esperanza de que nos aprovechemos de

su retirada para abandonar el “kampong”, y aco-meternos en plena selva con todas sus fuerzas. No,querido Tremal-Naik; no estoy tan loco que vaya ameterme en la boca del lobo. Hasta que sepamos lasuerte que ha corrido el “Mariana”, no dejaremosesta factoría donde podremos defendemos bastantetiempo, en el caso de que haya sido deshecha mi tri-pulación. Pongamos un centinela aquí, y no nos

Page 137: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

137

preocupemos por el momento de las maniobras deesos bribones.

-Señor Yáñez- dijo Damna-, entretanto, venga adescansar un poco y a desayunarse.

Aun cuando angustiados por la suerte que hubie-sen corrido los tripulantes del “Mariana”, no oyen-do ya ningún cañonazo, bajaron a la sala de laplanta baja donde los criados del “kampong” ha-bían preparado un abundante lunch a la inglesa concarne fría, manteca y té con bizcochos.

Terminada la refacción y mandado al mestizo aque vigilase desde la torrecilla los movimientos delos dayakos hicieron una visita minuciosa por el re-cinto y a las obras de defensa con objeto de estardispuestos a sostener un largo sitio.

Habían transcurrido tres horas desde que se oyóla voladura, cuando gritó Tangusa desde lo alto delalminar:

-¡A las armas!Y de pronto resonaron algunos disparos.Yáñez y Tremal-Naik se precipitaron en la plata-

forma más alta del recinto, desde la cual se podíadominar un buen espacio de llanura.

Apenas llegaron, cuando vieron que un pequeñogrupo de hombres salía de la selva corriendo a todo

Page 138: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

138

correr y disparando sobre los dayakos, que acudíande todas partes procurando cerrarles el paso.

El indio y el portugués lanzaron un grito:-¡Los tigres de Mompracem! ¡Sambigliong!

Enseguida mandaron con voz tonante:-¡Las bombardas; fuego!-¡Alzad la contrapuerta a nuestros amigos!Los tigres, que habían oído a Yáñez, al ver a sus

compañeros batallando con los sitiadores, se arroja-ron sobre las tres bombardas que defendían el re-cinto de la parte meridional, haciendo fuego a untiempo.

Al oír los dayakos los disparos y al ver que caíanvarios de los suyos, abrieron las filas y se refugiarona escape en la espesura.

Sambigliong y su grupo, hallando libre el paso, selanzaron hacia el “kampong” a la carrera, sin cesarde disparar.

La contrapuerta estaba levantada, y parte de laguarnición se había dirigido hacia ellos para soste-nerlos en el caso de que los dayakos volviesen a ata-carlos, y para guiarlos a través del bosque de espi-nos.

Los supervivientes del “Mariana” no eran más demedia docena. Iban negros de la pólvora, bañados

Page 139: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

139

en sudor, con las ropas deshechas y ensangrentadasy con los labios espumantes por la carrera, que de-bía haber durado tres horas lo menos. Por fortuna,el correo que conocía el camino estaba entre ellos.

-¿Mi barco?- gritó Yáñez corriendo al encuentrode Sambigliong.

-¡Volado, capitán!- respondió el contramaestrecon voz sofocada.

-¿Por quién?-¡Por nosotros! No podíamos resistir más. Eran

centenares y centenares de salvajes que nos caíanencima. Todos nuestros compañeros han sidomuertos, incluso los heridos, y he preferido ponerfuego a la pólvora...

-¡Eres un valiente!- le dijo Yáñez con voz pro-fundamente conmovida.

-¡Capitán..., vienen! ¡Son muchos! ¡Preparaos a laresistencia!

-¡Ah! ¡Vienen!- exclamó Yáñez de un modo terri-ble.

-¡Vengaremos a nuestros muertos!

Page 140: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

140

CAPITULO IX

LA PRUEBA DEL FUEGO

Las hordas de los dayakos desembocaban enaquel momento en la floresta, lanzados a una carreradesenfrenada en grupos grandes y pequeños, sin or-den alguno.

Aullaban como bestias feroces agitando de unmodo insensato sus pesados “kampilongs” de lu-ciente acero, y disparando al aire algunos tiros defusil.

Parecían furiosos, y probablemente lo estaban,por no haber logrado decapitar a los últimos defen-sores del “Mariana” que, más listos que ellos, habían

Page 141: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

141

podido refugiarse en la factoría antes que pudieranprenderlos.

-¡Por Júpiter!- exclamó Yáñez, que los observabaatentamente desde lo alto del recinto-. Son muchosesos bribones, y, aun cuando su instrucción militardeja mucho que desear, van a darnos que hacer.

-No son menos de cuatrocientos- dijo Tre-mal-Naik.

-¡Ta! ¡Ta! Disponen de un parque de sitio- añadióel portugués, viendo salir de la espesura un granpelotón que conducía una docena de “lilas” y un“mirim”-. ¡Ese canalla de peregrino! Parece que en-tiende de cosas de guerra, pues dedica todos suscuidados a la artillería.

-¡No marchan muy mal los artilleros¡ ¡Maniobrancomo soldados de tres meses!

Le aseguro, capitán, que no tiran mal del todo-dijo Sambigliong-. Barrían muy bien el “Mariana”enfilándolo de popa a proa.

-¿Habrá sido soldado antes ese condenado pere-grino?- se preguntó Yáñez-. ¿Quién demonios pue-de ser ese hombre misterioso?

-Yáñez- dijo Tremal-Naik mirándolo de un mo-do expresivo-, ¿crees que podamos resistir muchotiempo?

Page 142: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

142

-Comparados con ellos, estamos un poco débilesde artillería- respondió el portugués-, porque no te-nemos nuestras piezas de caza; pero antes de quelos sitiadores suban al asalto, tendremos tiempobastante y diezmaremos lo suficiente sus columnassi quieren intentarlo a viva fuerza. Basta con que nolleguen a faltar los víveres y las municiones.

-Ya te he dicho que estamos bien provistos, es-pecialmente de lo primero. Todos los cobertizos sehallan abarrotados.

-Entonces, nos sostendremos bien hasta que re-grese Kammamuri. Sandokán no dudará de enviartemás socorros, sabiendo que estás en peligro. ¿Quétiempo habrá empleado en llegar a la costa?

-Por lo menos, una semana.-Entonces, a estas horas debe estar en Mompra-

cem.-Eso creo, si es que no lo han matado los daya-

kos- contestó Tremal-Naik.¡Hum! ¡Acometer a un hombre que va escoltado

por un tigre! Nadie se habrá atrevido a tanto. Deaquí a quince días, poco más o menos, podrá estarde vuelta. Nos sostendremos firmes hasta entonces,y mientras tanto procuraremos divertir a los daya-kos haciéndoles bailar a metrallazos.

Page 143: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

143

-¿Y si Sandokán no nos mandase socorros?-En tal caso, amigo mío, nos marcharemos-

contestó Yáñez con su calma acostumbrada.-¿Con todos esos sitiadores?-Ya veremos si son tantos dentro de quince días.

Porque supongo que no cargaremos las bombardascon patatas ni los fusiles con huevos de paloma.Terminaremos nuestra inspección, querido Tre-mal-Naik, y procuraremos fortificar los puntos másdébiles. Debemos resistir, y resistiremos.

Mientras proseguían su visita, los dayakos acam-paron en derredor de la factoría lejos del alcance delos tiros de las bombardas, construyendo rápida-mente con ramas y hojas de plátanos pequeñas ca-bañas para resguardarse de los rayos solares, y susartilleros algunas trincheras de tierra y piedra em-plazando las piezas de modo que pudiesen batir lafactoría por todos lados.

Aquellos cañones no eran de calibre para produ-cir daños en la maciza empalizada de tejo que cerra-ba el recinto, pues es madera durísima y ofrece unaresistencia enorme. Sin embargo, cuando Yáñez,terminada la visita, subió a la torrecilla con Tre-mal-Naik y Sambigliong para ver mejor la llanura,no pudo contener un gesto de cólera.

Page 144: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

144

-¡Ese peregrino ha debido ser soldado!- repitió- -A los dayakos jamás se les hubiese ocurrido levantartrincheras ni hacer fosos para ponerse a cubierto delos tiros del adversario.

-¿Lo ves?- dijo en aquel momento Tremal-Naik?-¿A quién?-Al peregrino.-¡Cómo! ¿Se atreve a mostrarse?-Míralo allí, de pié, sobre aquel tronco de árbol

que han hecho rodar los artilleros hasta colocarlodelante del “mirim” con objeto de reforzar la trin-chera.

Yáñez miró atentamente en la dirección indicada,y sacó del bolsillo unos anteojos de marina, apun-tándolos hacia allí.

Encima del tronco había un hombre muy alto ymuy seco, vestido completamente de blanco, conalamares de oro, zapatos rojos de punta retorcida,como los que usan los borneses ricos, y la cabezacubierta con un amplio turbante de seda verde, quele bajaba hasta los ojos.

Su edad parecía fluctuar entre los cincuenta y lossesenta años. Era de color muy bronceado, pero notan oscuro ni opaco como el de los malayos y de losdayakos, y sus facciones, que Yáñez distinguía per-

Page 145: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

145

fectamente, tenían una regularidad y una perfecciónque no era la de las dos razas dominantes de las is-las malayas.

-Parece un árabe o un birmano- dijo Yáñez des-pués de haberlo observado atentamente.

-No es dayako, ni menos malayo. ¿De dónde ha-brá salido ese hombre?

-¿No lo has visto nunca?- preguntó Tremal-Naik.-Mientras más registro en mi memoria, más me

convenzo de no haber tenido jamás que ver con esehombre- contestó el portugués.

Y, sin embargo, debemos haberlo visto en algunaparte. Su odio contra mí, y también contra vosotros,pues según tengo entendido, en cuanto concluyaconmigo se ocupará de los tigres de Mompracem, lohabrá motivado algo.

-¡Ah! ¿También quiere tomarla con Mompra-cem?- dijo Yáñez sonriendo-. ¡Se conoce que no sa-be todavía lo que valen nuestros tigrecitos! ¡Quepruebe a lanzar sus hordas sobre las costas denuestra isla! ¡Ya verá cuántos dayakos vuelven! ¡Ta!¡La danza guerrera! ¡Mal indicio!

-¿Qué quieres decir, Yáñez?-Que los dayakos se preparan para la pelea. An-

tes de poner mano en los “kampilangs” se excitan

Page 146: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

146

con la danza. Sambigliong, ve a decir a nuestra genteque esté dispuesta, y haz llevar las bombardas a loscuatro ángulos del edificio para poder batir todoslos puntos del horizonte. Cuando se pongan enmovimiento los dayakos, iremos nosotros a dirigirla defensa.

Unos ciento cincuenta guerreros con un “kam-pilang” en cada mano se destacaron formando cua-tro columnas con el grueso de la gente, y avanzaronhacia el “kampong” para proseguir bailando.

Así que llegaron a unos quinientos pasos del re-cinto, dieron un grito feroz: era un grito de desafío.Después formaron cuatro círculos y se pusieron adanzar desordenadamente.

Depositaron en el centro las armas, cruzandounas con otras; enseguida algunos de aquellos sal-vajes sacaron de una especie de morrales que lleva-ban colgados varias cabezas humanas que parecíancortadas recientemente, y las colocaron entre losgrupos formados con los “kampilangs”.

Al ver aquellas cabezas, Yáñez apenas pudo re-primir un gesto de ira.

-¡Miserables!- exclamó.-Pertenecían a tus hombres; ¿verdad, mi pobre

amigo?- dijo Tremal-Naik.

Page 147: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

147

-¡Sí!- contestó el portugués-. Deben haber pesca-do los cadáveres lanzados por la explosión al ríopara apoderarse de sus cabezas. No haremos noso-tros eso, no; pero, ¡vive Dios!, las cambiaremos porplomo.

-¿Quieres que ya que están a nuestro alcance leshagamos una descarga de metralla?

-Todavía no. Dejémoslos que disparen ellos elprimer tiro.

Mientras tanto, los dayakos continuaban saltandocomo monos o como borrachos en la plena excita-ción de una borrachera bailando de un modo es-pantoso, moviendo los brazos y haciendo contor-siones al son de los golpes que varios tamborilerosdaban con unas mazas en un tronco hueco cubiertocon piel de tapiro.

Los danzarines bailaban primero con una ciertacadencia tranquila, y enseguida daban saltos como siante ellos hubiese una hoguera, y por último em-prendían una carrera loca empuñando unos peque-ños “kriss”, cual si persiguiesen a un imaginarioenemigo que huye.

Aquella danza duró más de media hora; al cabode ella los guerreros, exhaustos, anhelantes, volvie-ron a sus respectivos campamentos.

Page 148: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

148

Reinó un silencio profundo durante algunos mi-nutos, y de pronto resonó en la llanura un gritoformidable lanzado por todos los combatientes.

-¿Se disponen para atacarnos?- preguntó Tremal-Naik a Yáñez, que de nuevo se puso a mirar con losgemelos.

-No; veo a un hombre que acaba de salir del co-bertizo donde se resguarda el peregrino, y que traeuna banderola verde en lo alto de una lanza.

-¿Qué? ¿Nos envían algún parlamentario?-Eso parece- contestó el portugués.-¿A intimarnos la rendición?-La paz de seguro que no.Un dayako, probablemente algún guerrero famo-

so, a juzgar por las grandes plumas con que seadornaba la cabeza y por la extraordinaria cantidadde brazaletes de cobre que le cubrían los brazos ypiernas, había salido del campamento, seguido deotro que llevaba uno de aquellos grandes tamboresde madera de que se sirvieron para marcar el com-pás a los bailarines.

-¡Caracoles!- exclamó el Portugués-. ¡Un parla-mentario en toda la regla! Únicamente que en vez deun trompetero, trae un tamborilero, o, mejor dicho,un tamborilerazo. Ese peregrino debe ser un hom-

Page 149: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

149

bre muy civilizado. Bajemos, Tremal-Naik. Vamos aver qué es lo que nos envía a decir el general de losdayakos.

Apenas habían dejado la torrecilla y entrado en laterraza que se extendía sobre la contrapuerta, cuan-do llegó el parlamentario diciendo que quería hablarcon el dueño blanco.

-Yo no soy el dueño del “kampong”- dijo elportugués inclinándose sobre el parapeto y mirandocon curiosidad al guerrero y al tamborilero.

-No importa- respondió el parlamentario-. El Pe-regrino de la Meca, el descendiente del gran Profeta,desea que no hable sino con el hombre blanco, elhermano del Tigre de la Malasia.

-¡Por Júpiter!- exclamó riendo Yáñez-. ¡Dos her-manos de distintos colores! ¡Ese peregrino debe serun necio!

Y alzando la voz prosiguió:-Entonces, decidme qué es lo que me quiere el

descendiente del Profeta.-Me envía a decirte que por ahora os concede la

vida a ti y a tus hombres, con la condición de que leentregues a Tremal-Naik y a su hija.

-¿Y qué quiere hacer con ellos?

Page 150: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

150

-Cortarles la cabeza- contestó cándidamente elguerrero.

-Pero por lo menos me dirás por qué motivoquiere decapitarlos.

-Porque así lo quiere Alá.-Pues dile que, a su vez, mi Alá no lo quiere; que

yo he venido aquí para hacer respetar su deseo, yque estoy dispuesto a defender a mis amigos.

-Te repito que Alá y el Profeta han decretado lamuerte de ese hombre y de esa muchacha.

-¡Pues yo envío al diablo a todos ellos y a ese pe-regrino embrollón, que os ha embaucado dándoos abeber alguna mixtura!

-El peregrino es un hombre que ha hecho mila-gros delante de nosotros.

-Pero no delante de mí; y así, le dirá que lo desa-fío a que me haga alguno. Mientras tanto no mepruebe lo contrario, seguiré creyéndolo un intri-gante que abusa de vuestra credulidad y de vuestrosinstintos sanguinarios.

-Le diré cuanto me ha dicho el hombre blanco.-No te apresures, porque nosotros no tenemos

prisa- dijo Yáñez con ironía.El tamborilero redobló por tres veces en el pesa-

do instrumento, cuyo sonido se parecía al de un

Page 151: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

151

trueno lejano; hecho esto, los dos salvajes volvieronal campamento donde los guerreros esperaban conimpaciencia.

-¡Ese peregrino debe ser el mayor tunante quehaya bajo la capa del cielo!- dijo Yáñez a Tre-mal-Naik así que se alejaron los dos parlamenta-rios-. ¿Qué milagros habrá hecho ese hombre paraque los dayakos hayan llegado a creerle un semi-diós? ¡Quisiera saberlo!

-Evidentemente, algo ha debido hacer- contestóel indio-. Nadie se impone tan de repente a esos sal-vajes que son desconfiados por naturaleza.

-¡Armas, dinero y milagros!- exclamó Yáñez-.¡Con todo eso se doma hasta a los antropófagos! ¡Yno saber por qué ese hombre la ha tomado con no-sotros!

-Conmigo y con mi hija- rectificó Tremal-Naik.-Eso por ahora; pero, ¿y después? Además, no

sería yo el que se fiase de las promesas de ese im-postor. ¡Ta! ¡Vuelve el parlamentario! ¡Ya comienzana serme importunos él y su tamborilero! ¡Si vuelveotra vez, mando que le tiren a las piernas un metra-llazo de clavos y balines!

-Hombre blanco- dijo el parlamentario cuandollegó debajo de la terraza-, el peregrino me envía a

Page 152: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

152

decirte que realizará delante de ti un milagro tangrande, que ningún otro hombre pueda realizarlo,demostrándote a ti y a tus gentes que es invulnera-ble.

-¿Quiere que yo haga la prueba de la penetracióndisparando sobre él una bala de mi carabina?- pre-guntó Yáñez burlonamente.

-Se propone ejecutar ante tus ojos la prueba defuego, y demostrarte que saldrá ileso por la protec-ción celestial de que goza. Tan solamente pide quele concedas una zona de terreno próxima al “kam-pong” para que puedas observarlo.

-¿Y después?-¿No te hasta?-Pregunto qué es lo que hará después.-Esperar tu resolución.-¿Que debe ser?...-Entregarle en sus propias manos el indio y su

hija, porque, efectuada la prueba, no dudarás ya deque es un semidiós contra quien nadie puede luchar;ni tú, ni tus hombres, y menos el Tigre de la Malasia,aun cuando diga que es invencible.

-Ya que el peregrino es tan galante que nos ofre-ce un espectáculo, dile que, por nuestra parte, no

Page 153: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

153

nos oponemos. Por lo menos, nos servirá de dis-tracción.

-¿No crees, hombre blanco, que pueda realizar elperegrino esa prueba?

-Te lo diré cuando haya visto el milagro.-Y entonces, ¿te rendirás?-Eso, por ahora, no puedo decírtelo.-Tus hombres dejarán en el acto las armas y te

abandonarán.-Muy bien; esperaré a que os entreguen los fusi-

les- contestó Yáñez con sonrisa irónica.No había transcurrido un cuarto de hora del re-

greso de los dos parlamentarios al campamento,cuando Yáñez y Tremal-Naik, que permanecieronen la terraza, deseando regodearse con el milagro,vieron dos grupos de dayakos, compuesto cada unode una quincena de hombres desarmados, que seacercaban al “kampong” llevando grandes cestosllenos de piedras, planas la mayor parte, que debíanhaber sido recogidas en el lecho de algún riachuelo.

Se detuvieron a cincuenta pasos de la terraza, ylas colocaron formando una especie de ara de seismetros de largo por otros tantos de ancho.

-Preparan el brasero- dijo Yáñez a Tremal-Naik,que lo interrogaba.

Page 154: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

154

Distribuidos los dos grupos, avanzaron otrosdos cargados de leña resinosa, que acumularon so-bre las piedras, prendiéndole fuego y dejándola ar-der durante par de horas.

Yáñez, Tremal-Naik y toda la guarnición, excep-tuando a los centinelas, asistieron pacientemente alos preparativos colocándose debajo de los árboles,cuyas frondosas ramas proyectaban una sombramuy fresca en la terraza construida sobre el recinto,desde donde los defensores podían hacer fuego concomodidad.

Los dayakos, que, por lo que podía colegirse,querían demostrar al hombre blanco- para ellos unser superior- los milagros del peregrino, habían idoreuniendo poco a poco en derredor de la hoguera,sin que los defensores del “kampong” se tomasen eltrabajo de protestar pues todos habían ido sin ar-mas.

-He aquí una diversión que no hemos gozadonunca- había dicho Yáñez-, y que no producirá nin-gún efecto, por lo menos sobre mis tigrecitos.

-Y mucho menos sobre mis malayos y javanesesañadió. Ya no creen en Alá como esos imbéciles.¿Quién habrá dado a conocer a esos salvajes la reli-gión mahometana?

Page 155: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

155

-Los árabes antiguos, querido- respondió elportugués-. ¿No sabes que aquellos intrépidos nave-gantes conocieron y recorrieron estas regionescuando todavía europeos ignoraban que existiesenen esta parte del globo las grandes islas malayas? Túno sabes que existió un hombre llamado Tolomeo, yque vivía en el año 166 del nacimiento de Jesucristo;pero puedo decirte que ya en aquella época los ára-bes conocían perfectamente a los malayos; el Quer-soneso Aurea, donde colocaban el monte Ofir, queno era sino el Sumatra; Glabadiva, que es la Javaactual; los sátiros, que son los batias; mejor dicholos antropófagos. ¡Eh! ¡Mira el peregrino que seadelanta! Ese bribón se dejará abrasar las plantas delos pies para hacer creer a sus fanáticos que es unsemidiós, ser superior, un verdadero descendientedel gran Profeta. ¡Admiro su fuerza de voluntad y supresencia de ánimo!

-¡Yo lo mataré de un tiro de fusil o de bombarda!Repuso

-No cometeremos tal asesinato, amigo mío. De-bemos ser los últimos en contestar a las provoca-ciones. Somos personas civilizadas.

Un grito enorme les advirtió que el peregrino ibaa salir del campamento para demostrar al hombre

Page 156: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

156

blanco y a sus guerreros su invulnerabilidad y supoder de ente superior.

Damna, la gentil y graciosa anglo-india, se habíareunido con su padre y con Yáñez. También los ti-gres de Mompracem estaban en la terraza, con lascarabinas apoyadas en el parapeto, por temor de al-guna sorpresa por parte de aquellos salvajes, en loscuales no tenían confianza alguna.

El peregrino avanzaba hacia el ara de piedras,convertidas en ascuas después de dos horas de fue-go continuo.

Levaba puesto el turbante verde, y la cara cu-bierta con un pedazo de seda del mismo color. Ves-tía una especie de camisa muy ajustada, de “nan-quín” amarillo, que le llegaba hasta las rodillas, y te-nía los pies desnudos.

-O ese hombre es un gran embustero, o es unaverdadera salamandra- dijo Yáñez.

-¿No pasean también los faquires indios sobre ti-zones ardientes, en lugar de hacerlo sobre piedrascalentadas?- dijo Tremal-Naik-. ¿No te acuerdas dela fiesta de Damna Ragiae, donde conociste a laadorable Surama, la sobrina del rajá de Gualpara?

-¡Por Júpiter! ¡Es verdad; me acuerdo!- contestóYáñez.

Page 157: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

157

-También en aquella fiesta los fanáticos corríansobre las brasas.

-Pero salían tostados de aquel infierno, mientrasque este demonio de peregrino promete que pasearásobre esas piedras, puestas al rojo blanco, sin que lesuceda nada.

-Ya lo veremos, Yáñez, a menos que sea un granfaquir.

-¡Abre los ojos, Damna!- dijo Yáñez viendo quela muchacha se inclinaba sobre el parapeto-. ¡No mefío de esos bribones!

-¿Qué teme usted, señor Yáñez?-¡Eh! Un tiro de fusil dispara pronto.-A la vista no. ¡Adelante, señor descendiente de

Mahoma! ¡Mostradnos vuestro milagro!El misterioso adversario de Tremal-Naik había

llegado al ara de piedras, que debían despedir uncalor intolerable.

Se recogió un instante en sí mismo con las ma-nos levantadas y fija la mirada hacia Oriente, o seaen dirección del lejano sepulcro del profeta; moviólos labios como si rezase, y enseguida se lanzó re-sueltamente, gritando tres veces de un modo esten-tóreo:

-¡Alá! ¡Alá! ¡Alá!

Page 158: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

158

Con paso seguro, insensible al horrible calor quesalía de las piedras, desnudas las piernas y los pies,avanzó sobre el ara a paso lento, sin proferir ungesto que revelase el menor dolor.

Los dayakos, estupefactos, atontados ante aquellaprueba, alzaban los brazos mirándolo con admira-ción profunda.

Para ellos, aquel hombre debía de ser, sin dudaalguna, un semidiós, un verdadero descendiente delgran Profeta.

Realizando el recorrido, el peregrino se detuvoun instante; enseguida volvió sobre sus propios pa-sos, siempre tranquilo, siempre impasible, como sien vez de pasear sobre aquellas piedras donde sepodía cocer pan, paseara sobre la hierba de un pra-do.

-¡Ese debe ser un hijo del compadre Belcebú!-exclamó Yáñez, que no podía menos de admirar elestoicismo de aquel hombre-. ¿Cómo puede resistirese calor? Tiene los pies desnudos: aquí no puedehaber trampa.

-¡Ese hombre debe ser insensible como las sala-mandras!- contestó Tremal-Naik.

Terminada la segunda prueba, el peregrino vol-vió el rostro enmascarado con el trapo hacia Yáñez

Page 159: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

159

y lo miró durante algunos instantes; después se alejólentamente, dirigiéndose hacia su cobertizo, mien-tras que los dayakos, presa de una verdadera exalta-ción, gritaban hasta enronquecer.

-¡Alá! ¡Alá! ¡Alá!Algunos minutos más tarde, en tanto que los

guerreros volvían a sus campamentos precipitándo-se hacia el peregrino, se presentó por tercera vezbajo la terraza.

-¿Qué es lo que quieres todavía, pesado?- le pre-guntó Yáñez.

-Vengo a preguntarte si después de tan granprueba como la que te ha dado el descendiente delProfeta te decides a rendirte- dijo el guerrero.

-¡Ah, es verdad; debía darte una contestación!-dijo Yáñez. Puedes decirle al hijo, sobrino o primode Mahoma, que le doy las gracias por el interesanteespectáculo que se ha dignado ofrecernos a noso-tros, pobres incrédulos.

Enseguida, quitándose con un gesto soberano unmagnífico anillo que llevaba en un dedo se lo tiró alparlamentario, añadiendo:

-¡Y ésta es su recompensa!

Page 160: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

160

CAPÍTULO X

EL ASALTO AL “KAMPONG”

En las islas malayas, y también en algunas de laPolinesia, todavía está en uso la prueba del fuego;pero no sirve, como entre nosotros sirvió en tiem-pos pasados, para probar la inocencia de aquel aquien se culpaba de homicidio o de hurto: en laMalasia y en la Polinesia es tan sólo una ceremoniareligiosa.

Únicamente los sacerdotes son los que en ciertasépocas del año, y con objeto de tener propicias a lasdivinidades más o menos celestiales, realizan esepaseo, no sobre carbones encendidos, como los fa-

Page 161: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

161

náticos de la India, sino sobre piedras puestas alrojo blanco.

Dicha ceremonia se celebra casi siempre en unapequeña calzada formada con pedruscos, y que mi-de generalmente tres metros de largo por medio deancho.

Los sacerdotes encienden el fuego al despuntar laaurora, y lo mantienen vivo hasta el mediodía; des-pués, acompañados de algunos discípulos, quitan lascenizas y los tizones, pronuncian algunas frases deritual que, según ellos, son indispensables, sacudencon una rama los bordes del brasero, y andan len-tamente sobre las piedras con los pies desnudos.

No está marcada la longitud de los pasos; pero sesupone que deben pisar, por lo menos tres vecescada vuelta.

¿Cómo se arreglan para resistir y, lo que es másasombroso, para salir indemnes de la prueba? ¡Mis-terio!

Atribuyen su invulnerabilidad al “maná”, podermisterioso que hace que los iniciados puedan andarsobre las piedras ardientes sin que se produzcanninguna quemadura. Dicho poder no está repre-sentado por símbolo alguno, y puede transmitirse deunos a otros tan sólo por medio de la palabra.

Page 162: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

162

Como quiera que sea, el hecho es que dichos sa-cerdotes salen absolutamente indemnes de la terri-ble prueba.

Un viajero europeo, el coronel inglés Gudgeon,hace algunos años que, juntamente con varios com-pañeros suyos, quiso hacer por sí mismo la pruebahallándose en una isla del Océano Pacífico en oca-sión de celebrarse una ceremonia religiosa. El coro-nel tenía por seguro que su empeño iba a costarlesufrir quemaduras dolorosas. Pues bien, (¿lo cree-réis?); el animoso inglés salió de la prueba tan ilesocomo los sacerdotes. Tan sólo uno de sus com-pañeros, a pesar de haber recibido el maná, o sea elpoder misterioso, que como hemos dicho se trans-mite con la palabra, sufrió quemaduras bastantegrandes; pero, según los sacerdotes, fue suya la cul-pa.

Cometió la imprudencia de mirar atrás, cosa se-veramente prohibida a los que han recibido el maná;una excusa dada por los sacerdotes, seguramente,para salvar la dignidad del rito.

¿Cómo pudo realizar la prueba el coronel, si to-davía una hora después de terminada la ceremoniaestaban tan calientes las piedras, que ardieron en elacto varias raíces de una madera muy dura que echa-

Page 163: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

163

ron sobre aquel ara? El inglés no ha sabido expli-cárselo.

Contó que había experimentado en todo el cuer-po gran calor, y en los pies, algo parecido a ligerassacudidas eléctricas, pero nada más, y que esas sa-cudidas le duraron unas siete u ocho horas conse-cutivas. En cambio, la piel de los pies no tenía señalalguna de la más pequeña quemadura.

En Nueva Zelanda son más terribles las pruebasde fuego, y se dice que tan sólo los individuos deciertas familias pertenecientes a ciertas castas tienenel privilegio de poder resistirlas.

En esa región no se reduce la cosa a pasear porencima de unas cuantas piedras, sino que el paseo serealiza dentro de un horno de forma redonda, dediez metros de diámetro, y en el cual hay que per-manecer de veinte a treinta segundos.

Es tan elevada la temperatura dentro de dichoshornos, que una vez a cierto viajero que quiso me-dirla se le fundió el recipiente de metal del termó-metro, vertiéndosele todo el mercurio. ¡El instru-mento señalaba 200 grados!

¿Cómo pueden resistir esos hom-bres-salamandras? También esto es un misterio. Sin

Page 164: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

164

embargo, resisten, y salen incólumes de prueba tanespantosa.

Teniendo esto en cuenta, no es para admirarse sitambién el peregrino de la Meca, que no por esodejaba de ser un hombre extraordinario, había po-dido realizar su prueba, con objeto más bien de fa-natizar a sus guerreros que de producir impresiónen Yáñez y en los defensores del “kampong”, de-masiado escépticos y burlones para caer estúpida-mente en la emboscada y ofrecer su cabeza a los“kampilangs” de aquellos salvajes sanguinarios.

El desprecio que hizo el portugués pagando alperegrino como si se tratase de un histrión o de unclown, tenía que desencadenar la cólera, a duras pe-nas reprimida, de aquellos cortacabezas y redoblarla furia del despreciado.

Efectivamente; apenas hubo regresado al cam-pamento el parlamentario, cuando se alzó un es-pantoso clamoreo en derredor del “kampong”; cla-mor que parecía producido más bien por un cente-nar de fieras que por seres humanos.

-¡Ya se han puesto a rabiar como si fueran mo-nos rojos después de haber comido una guindilla!-dijo Yáñez riendo-. Tendremos guerra sin cuartel.

Page 165: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

165

¡Bah! Nos defenderemos mientras tengamos cartu-chos o hasta que no quede vivo un dayako.

Después, alzando la voz, gritó:-¡Muchachos, a vuestros puestos, y matad cuan-

tos más podáis! ¡No olvidéis que si caéis en manosde esos brutos, lo menos malo que puede pasaros esque os corten la cabeza de un solo golpe de “kam-pilang”!

Los tigres de Mompracem, malayos y javaneses,se precipitaron hacia sus puestos de combate, re-sueltos a oponer la más encarnizada resistencia y aquemar hasta el último cartucho, pues el milagro delperegrino no había hecho mella alguna en su fideli-dad.

Además, estaban seguros de que iban a dar unalección tremenda a tan desordenadas hordas. Res-guardados como estaban por la muralla de maderosde tek, que podía desafiar los fuegos de los “lilas” yaun los de los “mirim”, y siendo todos tiradores es-cogidos, no temían el ataque, especialmente con ladirección de Yáñez, que gozaba de fama de invenci-ble, como el mismo Tigre de la Malasia.

Sin contar a los tigres de Mompracem, todos ha-bían sido piratas, única profesión posible, por lo

Page 166: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

166

menos entonces, en aquellos países que, siendo ri-quísimos, no tenían comercio alguno.

Con tales hombres resueltos a vender cara la piely sabiendo, como sabían, que no había de haberpiedad para ellos, los dayakos iban a encontrarsecon un hueso durísimo de roer.

Al ver a los asaltantes que se reunían en derredorde la cabaña del peregrino, tigres, malayos y javane-ses se apresuraron a ocupar los ángulos del recinto,desde donde podían barrer la llanura con las bom-bardas.

Yáñez y Tremal-Naik a su vez se quedaron en laterraza por la parte de la compuerta, pues estabanseguros de que los dayakos habían de dirigir sobreaquel punto sus principales ataques.

Pusieron en batería la bombarda más gruesa del“kampong” y a su servicio seis piratas de Mompra-cem, enviando a Sambigliong a la torrecilla, que erael mejor punto para poder batir el llano.

-Damna- dijo el portugués, viendo que los daya-kos formaban ya la columna de asalto-, éste no es tusitio, aun cuando sé que manejas una carabina comocualquier fusilero de a bordo. Dentro de pocos mi-nutos los “lilas” y los “mirim” de esos bribones en-

Page 167: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

167

viarán abundantes balas al recinto, y no quiero quete expongas a tal peligro.

-¿Creéis que el peregrino lanzará sus gentes alataque?- preguntó la niña.

-Sí, porque en este mundo hay hombres que nosaben ser agradecidos.

-Señor Yáñez, no le entiendo.-He pagado a ese hombre el espectáculo que nos

ha ofrecido dándole un anillo que en manos de unjudío vale seguramente mil florines, y ve lo que sonlas cosas: ese bergante me recompensa con un asaltoal arma blanca. ¿Vale la pena ser generoso con eseperro inmundo? Si hubiese hecho tal regalo a unclown o a un histrión de mi país, estoy seguro deque me hubiese llevado a cuestas hasta España,atravesando, si fuera preciso, la sierra, del Guada-rrama. ¡Qué mundo tan bribón!

-¡Ah, señor Yáñez!- exclamó Damna riendo-.¡Aun cuando esté usted a las puertas de la muerte,no dejará de decir chistes!

-¿Te ríes?- dijo el portugués-. ¡No desmientes turaza, niña mía!

-Con usted y con sus tigrecillos, no tengo miedoa los dayakos.

Page 168: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

168

Un cañonazo interrumpió el diálogo. Los asal-tantes habían disparado un “mirim”.

La bala pasó silbando sobre el recinto, y fue a ca-er al otro lado del “kampong” sin causar ningúndaño.

-Es preciso rectificar la mira, queridos míos, o noharéis nada- dijo Yáñez.

-¡Pronto, Damna; retírate!- dijo Tremal-Naik-.¡Las balas no respetan a nadie!

-Ni siquiera a las niñas bonitas- añadió Yáñez.-¿Voy a estar sin hacer nada mientras vosotros

necesitáis gente?- preguntó Damna.-Si tenemos necesidad de una tiradora más, te lla-

maremos- respondió Tremal-Naik-. Vete a la habita-ción baja del bungalow: allí no correrás peligro al-guno.

En aquel momento resonaron cuatro tiros, unodetrás de otro. Los “lilas”, al disparar el “mirim”,habían enviado sus balas contra los tablones del re-cinto.

-¡Vete!- repitió Tremal-Naik-. ¡No voy a poderbatirme a gusto si te veo aquí expuesta a los tiros dela artillería! Cuida de que no dejen apagar los hor-nos de las cocinas.

Page 169: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

169

-¿Los hornos?- preguntó Yáñez, mientras queDamna, después de haber dado un beso a su padre,descendía corriendo la escalera-. ¿Vas a ofrecer al-gún banquete a los sitiadores?

-Sí; pero ya verás de qué clase- contestó el indio-.Un verdadero plato infernal, que los hará gritar co-mo condenados. ¡Míralos; ya se mueven! ¡Tú, a labombarda, Yáñez, que eres un maravilloso artillero!

-Y los ametrallaré perfectamente- respondió elportugués, tirando el cigarro y acercándose al cañón,cuya boca amenazaba a la llanura.

Los dayakos, instruidos por el peregrino, habíanformado cuatro columnas de asalto, cada una com-puesta de sesenta u ochenta hombres que se dirigíanhacia el “kampong”, cubriéndose con sus inmensosescudos, cuadrados hechos de piel de tapir o de bú-falo, y armados únicamente con los “kampilangs”.Una quinta columna, exclusivamente compuesta defusileros, se había distribuido por la llanura, for-mando una cadena para apoyar el ataque juntamentecon las “lilas” y los “mirim”.

-El peregrino debe haber sido soldado- dijo unavez más Yáñez-; pero todavía dudo que le resultebien su táctica. Así que los dayakos se lancen alasalto, romperán las filas. En estos guerreros no

Page 170: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

170

puede haber entrado la disciplina militar. ¡Adelantecon la música!

Los sitiadores comenzaban a disparar con granviolencia. Los cañonazos alternaban con nutridasdescargas de carabina; pero sin obtener apenas re-sultado, porque los gruesos tablones de tek del re-cinto no cedían tan fácilmente: además, los defenso-res del “kampong” se hallaban bien resguardadospor los parapetos.

Por otra parte, los árboles espinosos que se ex-tendían en derredor eran espesísimos, impidiendo alos fusileros de los sitiadores hacer puntería.

La espingarda colocada en la plataforma del al-minar disparó el primer tiro contra la columna quese dirigía hacia el sitio donde estaba la contrapuerta,y la bala, de buen calibre, lanzada por Sambigliong,que era un magnífico artillero, no se había perdido.

-¡Ya se ha derramado la primera gota de sangre!dijo Yáñez-. ¡Esperemos a que se convierta en unrío!

Los tigres de Mompracem, que eran los que ser-vían las bombardas, disparaban desde los ángulosdel “kampong”, produciendo un ruido ensordece-dor.

Page 171: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

171

Como aquellas pequeñas bocas de fuego no po-dían contrarrestar los tiros de los “lilas” y sobre to-do de los del “mirim”, disparaban balas de una libracontra las columnas de asalto, abriendo grandes cla-ros.

Las carabinas indias, de gran alcance, manejadaspor los malayos y los javaneses, apoyaban vigoro-samente el fuego de las espingardas, poniendo a du-ra prueba el rendimiento de los asaltantes.

Yáñez no perdía el tiempo. Cada tiro de carabinaque hacía era un hombre a tierra: enseguida iba a labombarda tan pronto como ésta se hallaba cargada,y enfilando la columna que se dirigía hacia la con-trapuerta, disparaba haciendo tiros tan verdadera-mente admirables que dejaban estupefacto al mismoTremal-Naik, y que arrancaban gritos de entusiasmoa los malayos y a los javaneses del “kampong”.

Los dayakos, que no se veían muy bien sosteni-dos que digamos, ni por los artilleros, que eran pé-simos tiradores, ni por sus fusileros, más hábilesdisparando flechas que balas, procuraban apretar elpaso, animándose con gritos feroces y cubriéndoselo mejor que podían con sus escudos, cual si éstospudiesen librarlos de los proyectiles de las carabinasindias. El fuego del “kampong” los diezmaba. Las

Page 172: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

172

columnas experimentaban pérdidas enormes, perono por eso se descomponían.

Sin embargo, cuando las bombardas comenzarona descargarles encima torrentes de metralla, cu-briéndolos de clavos y de fragmentos de hierro, selos vio vacilar, y las líneas se abrieron por variaspartes.

-¡Adelante!- gritaba Yáñez, que ni siquiera se to-maba el trabajo de cubrirse con el parapeto-. ¡Tiradde firme, y concluiremos por echarlos a rodar!¡Ametralladles las piernas!

Y el fuego iba siempre en aumento, cubriendo lasbandas con una verdadera lluvia de plomo, de hie-rro y de clavos.

Tigres de Mompracem, malayos y javaneses riva-lizaban en bravura y en audacia, resueltos a no per-mitir que los dayakos llegasen debajo del recinto nise lanzaran al asalto.

Sobre todo, las bombardas hacían verdaderosestragos, tumbando un buen número de hombres acada descarga de metralla que disparaban. No pro-ducían heridas mortales, es verdad; pero, al destro-zarles las piernas, ponían fuera de combate a losguerreros.

Page 173: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

173

A pesar de esto y de las enormes pérdidas sufri-das, los obstinados salvajes no cejaban. Por el con-trario, hicieron un esfuerzo supremo, y llegaron rá-pidamente a la zona de los árboles, arrojándoseanimosamente entre los espinos, donde se detuvie-ron para reposar un momento antes de intentar elúltimo avance.

-¡Es verdadera carne de cañón!- dijo Yáñez, cuyafrente se había nublado-. ¡No creía que pudiesen lle-gar tan cerca! Es verdad que aun no están en el re-cinto, y que, si las bombardas resultan inútiles por elmomento, todavía pueden dar fuego las carabinas ylas pistolas.

-No te inquietes, amigo mío- dijo Tremal-Naik-.Les tengo preparada una sorpresa que les produciráen el pellejo más efecto que los clavos.

-Pero, mientras tanto, están ahí abajo.-¡Déjalos venir! Los recintos son altos, y los ta-

blones de tek lo bastante gruesos para que sus“kampilangs” se mellen sin arrancar ni una astilla.

-Me inquieta el fuego de sus cañones.-¡Tiran tan mal!-Pero, ¿qué hacen? Yo no los oigo.-Avanzaban arrastrándose bajo los espinos.-¿Está bien asegurada la contrapuerta?

Page 174: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

174

-He mandado poner las clavijas de hierro, y na-die podrá alzarla. ¡Míralos allí!

Mientras los “lilas” y el “mirim” continuabandisparando, abriendo a todo lo largo de los recintosalgún que otro agujero por los cuales apenas cabíauna mano, y los fusileros avanzaban, siempre dis-puestos en cadena, tirándose al suelo y ocultándosedetrás de los pequeños repliegues del terreno y delos troncos cortados para hurtarse a las descargas dela bombarda colocada en el alminar, el cual no habíacesado de hacer fuego, los asaltantes se abrían pasocon grandes precauciones a través de las plantas es-pinosas.

Como iban casi desnudos y la maleza y los ar-bustos estaban armados de formidables puntas agu-dísimas, la empresa no era fácil, como lo probabanlos gritos de dolor que daban los sitiadores, y queno podían refrenar.

-Se hacen tiras las carnes- dijo Yáñez, que incli-nado sobre el parapeto los espiaba por entre laabertura que formaban dos sacos de arena coloca-dos delante de la bombarda. Las espinas muerden;¿verdad, queridos míos?

-¡Y, sin embargo, pasan esos demonios! ¡Allí saleel primero, que se escurre a lo largo del recinto!

Page 175: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

175

-¡Y que no irá a decir a sus compañeros si es ono sólido!- añadió el portugués.

Apuntó la carabina y disparó casi sin mirar. Eldayako, que había salido, a costa, probablemente, dealgunos desgarrones al atravesar aquella terrible ba-rrera, se incorporó de golpe sobre las rodillas, largóambos brazos a un tiempo, y volvió a caer dando ungrito ronco, con la cabeza deshecha por el proyectil.

-¡Fuego al medio de la espesura!- gritó Yáñez-.¡Están debajo de ella!

Enseguida hizo girar sobre el perno la bombar-da, y bajando el cañón cuanto pudo, lanzó de travésuna andanada de metralla, mientras que los tigres deMompracem, los malayos y los javaneses reanuda-ban el fuego, destrozando a un tiempo arbustos yhombres. Voces espantosas se elevaron de debajode la espesura; señal clara de que no habían sidoperdidos todos los tiros; enseguida un aluvión dehombres se lanzó hacia la contrapuerta, atacándolaa golpes de “kampilang” en tanto que los “lilas” y el“mirim” redoblaban sus tiros, tratando de enviar lasbalas a la terraza para alejar a los defensores.

Tremal-Naik dio un silbido. De repente salieronde la cocina ocho hombres con enormes calderos,que despedían un humo acre y denso.

Page 176: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

176

Subieron las escaleras rápidamente y colocaronlos calderos en la parte de la terraza que daba sobrela contrapuerta.

-¡Por Júpiter!- exclamó Yáñez al verse envueltopor aquel humo, que le producía una tos violenta-.¿Qué es lo que traéis ahí?

-¡Mira, Yáñez!- gritó Tremal-Naik-; deja el puestoa estos hombres!

-¡Pero ésos comienzan a subir!-¡El caucho hirviendo los hará bajar!Los ocho hombres armados de cacerolas y cu-

charones de largo mango, comenzaron a volcar ellíquido humeante que contenían los calderos.

Gritos espantosos, horribles, desgarradores, seoyeron enseguida en la parte baja del recinto. Losdayakos, brutalmente abrasados por el caucho hir-viendo que les arrojaban, sin economizarlo nada,desde lo alto del parapeto se lanzaron como locosen medio de los espinos, huyendo a la desesperada.

Una media docena de ellos, que había recibidolas primeras paletadas del terrible líquido, quedaronallí, delante de la compuerta, retorciéndose y aullan-do de un modo lúgubre, cual lobos hidrófobos.

Page 177: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

177

-¡Por Júpiter!- exclamó Yáñez haciendo un gestode horror-. ¡Este indio ha tenido una idea feliz! ¡Asavivos a esos pobres diablos!

Los dayakos huían de todas partes, pues tambiéndesde las otras terrazas comenzaron a rociar acuantos habían intentado escalar el recinto.

El intenso fuego de las espindargas y de las cara-binas completaba la derrota de los sitiadores, que yano pensaban más que en ponerse fuera del alcancede las armas de fuego de los defensores del “kam-pong”, yendo a refugiarse en sus campamentos.

En vano habían tratado los fusileros de correr enayuda de las columnas de asalto, que se replegabanatropelladamente. Una andanada de metralla lanza-da por todas las bombardas los obligó a seguir a losfugitivos.

Dos minutos después no quedaban en derredordel “Kampong” más que los muertos y algún heridopróximo a lanzar el último suspiro.

Page 178: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

178

CAPÍTULO XI

EL REGRESO DE KAMMAMURI

Convencidos los dayakos de que no era fácil to-mar el “kampong” al asalto, sobre todo después dela desastrosa prueba que habían realizado y que leshabía causado pérdidas gravísimas, decidieron esta-blecer el sitio en toda regla, en espera de que los de-fensores tuviesen que capitular, acosados por elhambre.

Construyeron en derredor de la llanura cuatrocampos atrincherados para precaverse contra unaposible salida de los sitiados, reforzándolos contrincheras, elevadas seguramente bajo la dirección

Page 179: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

179

del peregrino, que cada día se revelaba más comohombre de guerra.

Además, llevaron la artillería mucho más ade-lante, socavando para ello dos trincheras paralelas, ymolestando no poco a los sitiados con un continuocañoneo, que, si no causaba daños graves obligaba aYáñez y a Tremal-Naik, lo mismo que a su gente, aestar siempre en guardia, por temor a que fuese elpreludio de un nuevo asalto.

Ya habían transcurrido cinco días desde la pri-mera tentativa de ataque, sin que en realidad hubieseocurrido otra cosa que un gasto enorme de muni-ciones por parte de los dayakos y mucho ruido. Loúnico que consiguieron había sido la demolición dela torrecilla, que como estaba demasiado expuesta,fue desmoronándose por pedazos, lo que obligó alos defensores a retirar la bombarda y a abandonaraquel puesto.

Yáñez comenzaba a aburrirse. Hombre de accióne inquieto, no obstante su aparente calma, veía quela cosa iba para largo, y no bastaban a distraerle loscigarros que consumía en cantidad prodigiosa.

No se carecía de nada en el “kampong”. Los al-macenes estaban abarrotados, y los cobertizos, lle-

Page 180: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

180

nos de “gabá”, el magnífico arroz que cultivan losjavaneses y que supera en mucho al del Ramgoon.

En los recintos o corrales del interior picoteabanmuchas gallinas selváticas, prontas a dejarse dego-llar sin la menor protesta para satisfacer el hambrede los asediados; las frutas abundaban, y las bode-gas estaban repletas de enormes vasijas de tierracolmadas de “bram”, fuerte licor obtenido por lafermentación del arroz mezclado con azúcar y conel jugo de varias palmas. ¿Qué más? Durante las ho-ras más cálidas del día la guarnición podía apagar lased con magnífico “kalapa”, bebida refrescante quecontienen las nueces de coco, pues había multitudde cocoteros en el compartimiento de la granja, yfumar sin escasez los deliciosos “cortados”, esosperfumados cigarros de Manila, y los “rorok” java-neses, cigarritos enrollados en una hoja seca de “ni-pa” de sabor muy agradable.

-¿Qué es lo que te hace falta, que te aburres tanto,amigo mío?- preguntó el indio a Yáñez al caer de latarde del quinto día, viéndole más contrariado quenunca-. No creo que haya guarnición alguna sitiadaque goce de tanta abundancia.

-¡Esta calma me aplana!- respondió el portugués.

Page 181: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

181

-¡La llamas calma! ¡Pero si la artillería enemiga nodeja de zumbar desde la mañana hasta la noche!

-Para no hacer más que agujeros en los tablonesque no han hecho nunca daño a nadie y que noprotestan.

-¿Querrías mejor que las balas agujereasen anuestros hombres?

-Tienes siempre razones que ofrecer, mi queridoTremal-Naik; pero, sin, embargo, yo quisiera mar-charme de aquí.

-No hay más que alzar la contrapuerta. Pero yoen tu lugar preferiría pasear en derredor del “bun-galow”- contestó riendo el indio-. Tu inquietud de-pende de la absoluta falta de noticias de Sandokán.

-También eso es cierto. Deseo saber cómo vanlas cosas en Mompracem, y suspiro porque regreseKammamuri.

-Déjalo el tiempo necesario.-Ya debía estar aquí.-No son muy seguras que digamos las regiones

que tiene que atravesar para llegar a la costa, amigoYáñez, y no tendría nada de extraño que hubieseencontrado bastantes obstáculos en su camino. Vá-monos a la terraza de la contrapuerta a ver de unaojeada a los sitiadores antes de que se ponga el sol.

Page 182: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

182

Salieron del saloncito donde acababan de cenaren compañía de Damna, y se fueron hacia el recinto.

Los hombres de guardia, que eran los javaneses,pues a ellos les tocaba velar aquella noche, devora-ron con apetito envidiable, puestos a horcajadas enlos parapetos, sus extravagantes platos.

Unos engullían, sin dárseles un pepino de lasbalas enemigas que de cuando en cuando se clava-ban en los pancones el “panciang”, condumio maloliente compuesto con cangrejitos y pescados pe-queños conservados en vasijas de barro, donde selos deja fermentar hasta que se corrompen; otros seregodeaban con el “udang”, pasta hecha con crustá-ceos secados al sol y reducidos después a polvo, yotros comían el “laron”, que también es una pastaamasada con larvas de ciertos gusanos acuáticos,plato escogido y gustosísimo para los paladares ja-vaneses y malayos.

No parecía que el asedio hubiese menguado elapetito a aquellos valientes, ni tampoco el rudo tra-bajo a que estaban sometidos, dejándolos sin deseosde masticar el “siri” y el “batel” por cuyo abuso te-nían los dientes tan negros como semillas de girasol.

Page 183: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

183

Apenas llegaron al parapeto, Yáñez y Tre-mal-Naik notaron que había algún movimiento en elcampo de los dayakos.

Los jefes reunieron en derredor suyo a sus mu-chos guerreros, y parecía que les dirigían discursosentusiásticos, a juzgar por los furiosos movimientosde brazos, mientras que en otros sitios ejecutabanlas danzas guerreras del “kampilang” y del “kriss”.El sol se ponía en aquel momento tras un denso ynegro nubarrón que parecía saturado de electrici-dad, y cuyas márgenes eran cárdenas.

-¿Un ataque y un huracán?- se preguntó Yáñez;que aspiraba el aire, entonces muy seco-. ¿Qué es loque me dices, Tremal-Naik?

-Esta noche tendremos tempestad- contestó elindio, mirando también el nubarrón que se extendíaa ojos vistas.

-Con acompañamiento de fuego celeste y terres-tre. Porque tengo la seguridad de que los dayakosdeben estar cansados de cañonear inútilmentenuestros recintos, y aprovecharán la tromba de aguapara emprender el ataque.

-Y no estaría mal escogido el momento. Se dispa-ra mal cuando el agua da en la cara.

Page 184: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

184

-Cubramos las terrazas, Tremal-Naik. Nuestroshombres pueden alzar en media hora los cobertizosnecesarios para poner a cubierto del agua por lomenos a los artilleros. ¡Por Júpiter! ¿La tomarán deveras esta noche?

-No lo creo, mientras tengamos caucho.-Manda llenar todas las cacerolas que tengas.-Voy a dar órdenes- contestó el indio, descen-

diendo precipitadamente.Iba a dirigirse Yáñez hacia el ángulo del recinto

en el cual se hallaba la bombarda, cuando de prontopasó silbando por delante de él una flecha, lanzadaprobablemente por un “sumpitan” o sea una cerba-tana, y fue a clavarse en uno de los postes que sos-tenían la terraza.

-¡Ah, traidores!- exclamó Yáñez lanzándose haciael parapeto con una pistola en la mano.

Miró hacia debajo de los árboles espinosos,mientras que Sambigliong, que estaba poniendo labombarda en batería, haciéndose cargo del peligroque había amenazado al portugués, corría armadocon una carabina. No se movía ni una rama, ni ru-mor alguno turbaba el silencio que había bajo losarbustos que flanqueaban el recinto.

Page 185: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

185

-¿Ha visto usted a ese bribón, capitán?- preguntóel nostramo.

-Debe haber desaparecido enseguida –contestóYáñez.

-Quizás estuviese envenenada la flecha con el ju-go de “upas”.

-¡Veamos!- dijo el inglés, dirigiéndose hacia elposte.

-¡Una flecha mensajera!- exclamó.En la extremidad del dardo, cuya caña o asta era

muy fuerte, había distinguido una cosa blanca, comosi fuese un pedazo de papel arrollado al poste.

-¡Vamos; entonces no se trata de una tentativa deasesinato contra mi respetable persona!- dijo.

Arrancó la flecha, cuya punta, hecha con unaagudísima espina, se clavó profundamente en elmadero, y rompió el hilo que sujetaba la carta al as-ta.

-Señor Yáñez- dijo Sambigliong-, ¿se sirven aho-ra de las flechas los dayakos para enviar las cartas asu destino? Pues es un servicio postal de nuevo gé-nero.

-¿Qué es lo que hay?- preguntó en aquel mo-mento Tremal-Naik, que ya había dado las órdenesy volvía con Damna.

Page 186: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

186

-Un cartero desconocido que me ha entregadoesta carta en la punta de una flecha- contestó Yá-ñez-. ¿Será una intimación de rendición?

Desenvolvió con cuidado el papel, que estabacubierto de gruesos caracteres, le echó un vistazo ydio un grito de alegría.

-¡Kammamuri!-¡Mi maharatto!-exclamó Tremal-Naik.-¡Lee, Yáñez, lee!“ Desde esta mañana estoy en los alrededores del

campo- escribía en inglés el maharatto-, y esta nocheprocuraré introducirme en la factoría con la ayudade un ex criado que ahora está entre los rebeldes.Dejad colgando una cuerda en el ángulo que mirahacia el Sur y preparaos a la defensa, los dayakos sedisponen para asaltaros.- “Kammamuri”.

-¡Ya está aquí ese valiente maharatto!- exclamóTremal-Naik-. Debe haberse tragado el camino parahaber regresado tan pronto.

-¿Estará solo?- preguntó Damna.-Si tuviese tigres de Mompracem en su compañía,

lo hubiera escrito- contestó Yáñez.-Por lo menos, tendrá el tigre- dijo Tremal-Naik.-Si es que no lo han matado- dijo Yáñez-¿Quién será ese ex criado que lo ayuda?

Page 187: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

187

-Debe haber varios entre los rebeldes- contestóTremal-Naik-. Yo tenía unos veinte dayakos a miservicio, y tan pronto como apareció el peregrino sefueron todos.

-Señor Yáñez- dijo Sambigliong-, esta noche es-taré en el ángulo que mira al Sur.

-Tú eres más necesario aquí que allá- respondióel portugués-. ¿No has oído que los dayakos se dis-ponen a asaltarnos? Enviaremos a Tangusa con elpiloto. Y ahora, amigos, preparémonos a sostener elsegundo ataque, que, probablemente, será más for-midable que el primero, y no olvides que, si entranaquí los dayakos, irán nuestras cabezas a aumentarsus colecciones.

Ya había llegado la noche: era muy oscura, y noprometía nada de bueno. El negro nubarrón habíainvadido todo el cielo, ocultando rápidamente losastros: hacia el Sur relampagueaba.

Reinaba una calma pesadísima en la llanura y enla floresta. El aire era tan sofocante, que hacía difícilla respiración; y tan cargada estaba de electricidad laatmósfera, que todos los hombres del “kampong”experimentaban gran inquietud y malestar.

En los campamentos de los dayakos la oscuridadera absoluta, y tampoco se percibía rumor alguno

Page 188: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

188

por aquel lado. Los “lilas” y el “mirim” hacía ya al-gunas horas que no disparaban.

Los defensores del “kampong”, así que termina-ron de construir los cobertizos para resguardar lasespindargas, se habían tendido en el parapeto de laterraza, escuchando ansiosamente y con las carabi-nas al alcance de la mano.

Yáñez, Tremal-Naik y una media docena de ti-gres, vigilaban desde la compuerta donde se habíaemplazado la bombarda que se retiró de la torrecilla.Ambos estaban, algo nerviosos y preocupados.Aquel silencio de los campamentos de los dayakosejercía sobre ellos mayor impresión que un tiroteode los más violentos.

-Prefiero un ataque furioso a esta calma- dijo Yá-ñez, que fumaba rabiosamente mordiendo al propiotiempo la punta del cigarro-. ¿Avanzarán arrastrán-dose como las serpientes?

-Es probable- contestó Tremal-Naik-. No los ve-remos alzarse hasta que hayan atravesado la llanuray se encuentren reunidos bajo los espinos.

-Quizás esperen que estalle el huracán para queno sea tan eficaz el fuego de nuestras carabinas.Cuando aquí llueve, es el diluvio.

Page 189: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

189

-El caucho los calmará y sustituirá a las balas.Todos los recipientes disponibles están al fuego.

Entretanto se condensaba el huracán. Algunasrachas de viento llegaban ya, doblando las copas delos árboles espinosos; hacia el Sur, tronaba y relam-pagueaba. La gran voz de la tempestad daba la or-den de ataque.

De repente, un atroz relámpago, semejante a unaenorme cimitarra, cortó en dos la enorme nube re-bosante de agua; enseguida se oyó un pavoroso fra-gor. Parecía que allá en la bóveda celeste se habíaempeñado un duelo con enormes cañones de mari-na o de costa y que carros cargados con planchas obarras de hierro corrían como locos sobre puentesmetálicos.

Aquel ruido duró dos o tres minutos con granacompañamiento de relámpagos; enseguida se abrie-ron las cataratas del cielo y una verdadera tromba deagua se volcó sobre la llanura.

Casi en aquel mismo instante se oyó gritar a loscentinelas colocados en los ángulos de los recintos:

-¡A las armas! ¡Aquí está el enemigo!Yáñez y Tremal-Naik, que se habían recostado

bajo el parapeto, se pusieron en pie de un salto.

Page 190: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

190

-¡A las bombardas!- había gritado con voz to-nante el portugués.

A la luz de los relámpagos, luz vivísima porqueera un relampagueo continuo, con incesante acom-pañamiento de truenos formidables, se veía a losdayakos lanzados a una carrera desenfrenada atra-vesar el llano en grupos mayores o menores con susgigantescos escudos en alto para protegerse contralos torrentes de agua.

Parecían demonios vomitados por el infierno. Lailusión era completa al verlos al resplandor rojizo,lívido o violado de los relámpagos.

Las espingardas, previsoramente resguardadascon los cobertizos, habían comenzado a disparar deun modo violento, segando la copa de los arbustosespinosos antes de que la metralla cayese sobre lallanura.

También los malayos, los javaneses y los piratasque no estaban al servicio de las bocas de fuegodisparaban como mejor podían, adosados por com-pleto a los parapetos; pero el agua que caía era tantaque la mayor parte de las veces las carabinas falla-ban.

La tempestad hacía muy difícil la defensa con lasarmas de fuego, y no había señales de que comenza-

Page 191: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

191

ra a calmarse. Cierto que no podía durar muchotiempo: los huracanes que estallan en aquellas re-giones adquieren una intensidad espantosa de la cu-al no podemos formarnos idea; pero, generalmente,no duran más allá de media hora.

Algunos huracanes se desarrollan y cesan enunos minutos. ¡Pero qué furia la suya en tan breví-simo tiempo! Parece que se hunde el Universo ente-ro o que lo devora un incendio inmenso, no obs-tante el agua que cae del cielo.

La nube negra parecía que se había convertido enuna masa de fuego y que todos los vientos se con-cretaban sobre la llanura extendiéndose en derredordel kampong de Tremal-Naik.

Los árboles se retorcían como si fueran simpleshierbecillas; los gigantescos “duriones”, que pare-cían poder desafiar las más tremendas convulsionesterrestres, caían al suelo arrancados de cuajo poraquellas ráfagas irresistibles; a los poderosos “pom-bos” los despojaba vertiginosamente de sus ramas;las enormes hojas de las palmas y de los plátanosvolaban por el aire cual pájaros monstruosos.

Agua, viento y fuego se mezclaban rivalizando enviolencia, mientras allá arriba, en lo alto de la cúpulallameante, los truenos hacían oír la robusta voz de la

Page 192: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

192

tempestad, ahogando por completo los estampidosde los “mirim” de los “lilas” y de las bombardas.Aun cuando cegados por los relámpagos y medioasfixiados por los colosales chorros de agua, que lescaía encima, los defensores del “kampong” no sedesanimaban y mantenían siempre un fuego vivísi-mo, ametrallando a las hordas salvajes que avanza-ban mezclando sus gritos con los truenos.

-¡No os paréis; fuego siempre!- gritaban sin cesarYáñez, Tremal-Naik y Sambigliong, que estabanbajo el cobertizo que defendía la bombarda de lacontrapuerta.

Los dayakos, que no sufrían grandes pérdidas,pues no marchaban en columna, llegaron pronto areunirse bajo las plantas espinosas, que se pusierona cortar como locos con sus pesados machetes, conobjeto de abrirse un paso que les permitiera ir li-bremente al asalto del recinto.

Todos sus esfuerzos se dirigieron hacia la com-puerta. Era aquel el sitio más sólido del “kampong”pero también el que ofrecía mayores probabilidadespara poder llegar a invadir la factoría.

Algunos grupos se habían armado de pesadospilotes para servirse de ellos como de arietes y hun-dir los pancones del recinto.

Page 193: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

193

Comprendiendo Yáñez y Tremal-Naik que iban ajugar la última carta, hicieron venir corriendo a to-dos los criados del kampong con los calderos llenosde caucho. Una vez más, aquel líquido horrible po-día rendir mayores servicios que las armas de fuego.

Los dayakos, que cortaban rápidamente los ar-bustos espinosos, llegaban ya. Un grupo, después dehaber abierto un ancho sendero, desembocó bajo elrecinto y asaltó resueltamente la compuerta, gol-peándola de un modo terrible con un tronco de ár-bol enarbolado por treinta o cuarenta brazos.

Una lluvia de caucho hirviendo les cayó sobre lacabeza, quemándoles a un tiempo los cabellos y elcuero cabelludo, y obligándolos a retirarse precipi-tadamente y a abandonar la empresa.

No tuvo mejor fortuna otro grupo que intentósustituir al primero; pero llegaba el grueso de lasfuerzas, que ni la metralla lograba detener. Dos-cientos o trescientos hombres, furiosos ante la obs-tinada resistencia que oponían los asediados, se pre-cipitaron contra el recinto, apoyando en los para-petos gruesas cañas de bambú para escalar las terra-zas. A los gritos de Yáñez y de Tremal-Naik, todoslos hombres del kampong corrieron hacia aquellaparte, no quedando más que unos cuantos artilleros

Page 194: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

194

con las bombardas. Habían tirado las carabinas, queeran casi inútiles con aquel aguacero que no cesaba,y empuñaron los “parangs”, armas no menos pesa-das y cortantes que los “kampilangs” de los daya-kos. A pesar de las abundantes rociadas del líquidoinfernal, los asaltantes subían intrépidamente conuna desesperación terrible y dando gritos espanto-sos.

Los primeros que llegaron a los parapetos roda-ron instantáneamente al foso, con las manos corta-das y abierta la cabeza; pero otros sobrevinieron ydaban formidables golpes de “kampilang” para ale-jar a los defensores.

Trepaban como monos por los bambúes, o sal-tando unos sobre otros formaban pirámides huma-nas que ni el caucho hirviente con que los rociabanpodían deshacer.

Al sentirse abrasados daban gritos horrorosos;les caía a pedazos la piel humeando, y, sin embargo,aquellos fanáticos animados por las voces del pere-grino, que resonaban desde las plantas espinosas,resistían con una tenacidad que hizo palidecer a Yá-ñez, el cual comenzaba a perder la fe en el triunfo.Los defensores del “kampong” sobre todo los tigresde la Malasia, no mostraban menos tenacidad ni

Page 195: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

195

menos coraje que los asaltantes. Con los “parangs”,manejados por brazos sólidos, cortaban y mutilabande un modo horrible a cuantos llegaban a erguirsesobre los parapetos.

En tanto, gritaban los dayakos:-¡Alá! ¡Alá! ¡Alá!- ni más ni menos que los fa-

náticos musulmanes de la arenosa Arabia, y los pi-ratas de Yáñez contestaban con no menos entu-siasmo:

-¡Viva Mompracem! ¡Plaza de los tigres del Ar-chipiélago!

La sangre corría a torrentes. La empalizada delrecinto chorreaba, y las terrazas se ponían rojas. Deuna a otra parte combatían con igual furor, mientrasque el huracán, rugiendo siempre, alumbraba consus relámpagos a los combatientes para que pudie-ran acometerse mejor.

La tenacidad y el ardimiento de los dayakos noobtenían gran resultado. Por tres veces los guerrerosdel peregrino, desafiándolo todo; el fuego de lasbombardas que los tomaba de costado y los diez-maba, las rociadas de caucho ardiendo, y los “pa-rangs” que los mutilaban, intentaron el asalto, lo-grando ponerse a horcajadas en los parapetos, y las

Page 196: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

196

tres veces se vieron obligados a dejarse caer en losfosos, ya llenos de muertos y de heridos.

-¡Todavía otro esfuerzo!- gritó Yáñez, que veíavacilar a los asaltantes-. ¡Un esfuerzo más, y dare-mos cuenta de estos testarudos!

Las espingardas redoblaban sus descargas, y losmalayos y los javaneses, que tuvieron un momentode descanso, volvieron a cortar carne viva mientrasque los criados volcaban los últimos recipientes decaucho.

El ataque ya no era tan enérgico. Los dayakosasaltaron por cuarta vez, pero sin el empuje y el fa-natismo de antes.

El terror comenzaba a apoderarse de ellos. Ni si-quiera invocaban a Alá.

Sin embargo, su último esfuerzo no fue menospeligroso que los anteriores. Todavía eran muchos,mientras que la guarnición había disminuido bas-tante, expuesta como estaba al fuego de alumnos ti-radores ocultos bajo los arbustos.

Además, comenzaba a dejarse sentir el cansan-cio. Las anchas hojas de acero pesaban en las ma-nos de los malayos y de los javaneses y hasta en lasde los tigres de Mompracem.

Page 197: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

197

Los cortacabezas volvieron a trepar, en tanto queen el foso, sus compañeros, haciendo un supremoesfuerzo, intentaban abrir una brecha en la contra-puerta golpeando los pancones con un tronco. ¡Ay,si los defensores pierden ánimo! ¡Todo concluiríapara ellos, incluso para la graciosa Damna!

Yáñez, con la bombarda vuelta de modo que ba-rriera el parapeto, gritó a sus hombres, a punto delanzarse sobre los asaltantes que se disponían a sal-tar a la terraza:

-¡Atrás por un momento!Salió el tiro, y la metralla barrió desde un ángulo

al otro del recinto todo el parapeto, matando e hi-riendo a cuantos enemigos se encontraban allí.

Al mismo tiempo los criados volcaban todos losrecipientes que aun quedaban llenos, sobre los quegolpeaban la contrapuerta.

Apenas se había disipado el humo, cuando unsoberbio tigre cayó sobre el parapeto, lanzando unbramido feroz, y revolviéndose contra un dayakoque milagrosamente había quedado en pie, le clavólos dientes en el cráneo.

Page 198: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

198

Al ver al terrible carnívoro, que los incesantesrelámpagos hacían destacarse como si fuera plenodía, un terror invencible invadió a los asaltantes.

Si también las fieras del bosque corrían en ayudadel hombre blanco y del indio, era que aquelloshombres tenían mayor poder que el peregrino de laMeca.

A los pocos instantes la retirada se convirtió enfuga precipitada, desordenada. Los salvajes arroja-ron sus escudos y sus “kampilangs” para correr máslibremente.

Ninguno obedecía a los jefes ni a los gritos delperegrino, que en vano se deshacía gritando:

-¡Adelante por Alá! ¡Mahoma os protege!Después de todo, no eran tan imbéciles que olvi-

dasen que ni Alá ni el Profeta los habían protegidoen nada.

Mientras que huían los dayakos, perseguidos porla metralla de las bombardas, un hombre se habíalanzado sobre la terraza, dirigiéndose rápidamentehacia Yáñez y Tremal-Naik.

Era un hermoso tipo indio, de cerca de cuarentaaños, no tan alto como Tremal-Naik, pero en cam-bio más membrudo: su piel bronceada tenía ciertosreflejos cobrizos, destacándose netamente sobre su

Page 199: Emilio salgari lostigres

L O S T I G R E S D E L A M A L A S I A

199

traje blanco; sus ojos eran muy negros y de miradaenérgica, y sus facciones de finas líneas eran a untiempo arrogantes y dulces.

Yáñez, al verlo, había gritado lleno de alegría:-¡Kammamuri!-¡Mi valiente maharatto!- exclamó a su vez Tre-

mal-Naik.-Llego demasiado tarde- contestó el indio-. ¿Ver-

dad, patrón?-¡A tiempo para ver los talones a los dayakos!-

contestó Tremal-Naik.-¿Acabas de saltar en este momento?- preguntó

el portugués.-Sí, señor Yáñez; y ha sido un verdadero milagro

que no me hayan matado vuestros hombres. Trepa-ba por la cuerda en el mismo instante en que hacíanuna descarga de metralla.

-¿Has estado en Mompracem?-Sí, señor Yáñez.-Entonces, habrás visto al Tigre de la Malasia.Hace siete días hoy que lo dejé.-¿Has venido solo?-Solo, señor Yáñez-¿No has traído refuerzo alguno?-No.

Page 200: Emilio salgari lostigres

E M I L I O S A L G A R I

200

-Vete a descansar y a reponer tus fuerzas, porquedebes estar casi muerto por las privaciones. Dentrode poco tiempo iremos a reunirnos contigo- dijoTremal-Naik-. Yáñez, tiremos los últimos tiros a losfugitivos, y tú, Darma- gritó volviéndose hacia eltigre- deja a ese hombre y vete a la cocina.

FIN