Emilio Morenatti

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Emilio Morenatti Biblioteca de Fotógrafos Españoles

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Luz, color, expresión, perspectiva, invisibilidad, naturalidad... son elementos que destacan en su fotografía y que constituyen condiciones casi imprescindibles para pasar el filtro autoimpuesto de la selección más rigurosa. No se trata de la estética por la estética, sino más bien de una voluntad de llegar al lector, de ponerle las cosas fáciles a la hora de ver la foto, de focalizar su atención donde conviene para luego recrearse en el resto.

Light, colour, expression, perspective, invisibility and naturalness are all elements that stand out in his photography and represent almost indispensable conditions for passing the self-imposed filter of the most rigorous selection. It is not a question of aesthetics for aesthetics sake, but of his desire to reach readers, make things easy for them when it comes time to see the photo, focus their attention where required to then enjoy the rest.

Marta Ramoneda

Este nuevo libro forma parte de la Colección PHotoBolsillo, que publica cuidadas monografías de los fotógrafos españoles más importantes, con un formato didáctico y asequible.

This book is part of the Colección PHotoBolsillo, which publishes monographs on the most important Spanish photographers in an instructive yet readable format.

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Con la colaboración de:

Biblioteca de Fotógrafos Españoles

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Portada: Violencia doméstica. Pakistán, 2008Derecha: Estudio de Emilio Morenatti

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Biblioteca PHotoBolsillo

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Emilio MorenattiUna forma de vivirPor Marta Ramoneda

Emilio Morenatti fotografiado en Jerusalén por Oded Balilty, 2006

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Corría mayo de 2009 y era una de tantas mañanas en las que Emilio Morenatti salía a la calle antes de que lo hiciera el sol. Quería aprovecharse de esas horas del día en las que la luz todavía no ha endurecido los rostros a base de sombras, en las que la actividad de la jornada marcha aún al ralentí y la gente se despereza de las horas de sueño. El escenario escogido era, una vez más, uno de los campos de refugiados cercanos a Peshawar (Pakistán) donde vivía parte de los más de dos millones de desplazados por el con-flicto del valle del Swat y las áreas tribales, en la frontera con Afganistán, donde el ejército pakistaní había lanzado varias ofensivas para acabar con los insurgentes talibán y sus aliados de Al Qaeda. Entre las tiendas aún silenciosas, Emilio descubrió a un niño durmiendo plácidamente debajo de una mosquitera. Le bastaron unos segundos y un rápido cálculo compositivo para capturar la escena antes de que el niño cambiara de postura y diera por acabado ese instante fotográfico.

Al día siguiente, a miles de kilómetros de distancia, la publicación de esa foto en el apartado digital Lens del New York Times originaba el debate. Dennis Stock, fotó-grafo de la agencia Magnum, calificaba la imagen como «puro arte», mientras que un lector le replicaba cuestionán-dose si era aceptable hacer arte del sufrimiento humano. Emilio, invitado a tomar parte en la discusión en la que in-tervinieron también otros profesionales de la fotografía, fue tajante. Huyendo de las etiquetas, formuló su declaración de principios sobre la profesión: «Las fotos que hacemos como fotoperiodistas no deberían ser vendidas como piezas de ediciones limitadas. De no ser así nuestro trabajo per-manecería limitado a la mirada exclusiva de aquellos que se

Refugiado. Peshawar, Pakistán, 2009

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lo pudieran permitir. Y esto –añadió– es algo remoto a mi idea sobre el fotoperiodismo, que es transmitir un mensaje lo más claro posible al máximo número de gente posible».

No es de extrañar, pues, que Emilio se sienta como pez en el agua como fotoperiodista de una agencia inter-nacional de noticias. Consciente de que su trabajo puede resonar alrededor del mundo entre las miles de publicacio-nes que reciben diariamente las imágenes de Associated Press, no se toma a la ligera tal responsabilidad. Cuando los hechos de actualidad pura y dura imponen su ritmo, Emilio se atribuye el reto de conseguir La Foto, así, en ma-yúsculas, esa imagen que encapsula la esencia de lo que está pasando sin que sean apenas necesarios pies de foto. Ahí es donde se pone de manifiesto el carácter informativo de una profesión para la que no vale una imagen pura-mente bonita. «Si la foto no se entiende, no vale», suele decir Emilio, fiel a su rol de comunicador. Sin embargo, siempre que se lo puede permitir da un giro a la realidad, evitando lo escabroso y huyendo de la foto previsible para incluir elementos que ayuden a ponerla en contexto. Al-guno de estos intentos le ha costado la incomprensión. Así ocurrió cuando los guardias del palacio del presidente afgano Hamid Karzai acudieron a su domicilio de Kabul acusándole de espía y reclamando ver las fotos que había tomado unas horas antes. Las cámaras de palacio lo habían captado tomando fotos en la dirección opuesta a la que lo hacía el resto de fotógrafos, que se agolpaba entorno a la acción supuestamente fotografiable. Esto, concluían, era razón suficiente para saber que algo estaba tramando ese fotógrafo extranjero. Emilio tuvo que convencerlos de que en realidad estaba intentando tomar la foto a través de un reflejo en la parte posterior de la sala.

Cuando las exigencias de la actualidad lo permiten, nuestro fotógrafo sigue utilizando la plataforma que es la agencia para mostrarnos escenarios más allá de la noti-cia, para insistir en aquellas historias que la corta fecha de caducidad de las informaciones ha condenado al olvido, o simplemente para contarnos, a través de una imagen de vida cotidiana, cómo respira una sociedad. Es lo que él llama «abrir ventanas a la realidad», una fotografía pausada, de lentes fijas y más pensar, que ha venido desarrollando so-bre todo en Afganistán y Pakistán, donde ha vivido en los últimos años como corresponsal. Su condición de extranjero en estos lugares le ha convertido sin duda en un intérprete privilegiado de la realidad, proporcionándole una mirada

Egipto, 2011

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fresca que le permite fijar la atención en unos códigos que de ser los suyos propios le pasarían quizás desapercibidos. Le fascinan especialmente lo que él llama «santuarios fo-tográficos», esos espacios donde la luz y los elementos se conjugan para dar lugar a una atmósfera que es el paraíso de todo fotógrafo. Para toparse con ellos, Emilio suele dar rienda suelta a un olfato privilegiado, callejeando y volviendo a escenarios que le han cautivado para recrearse en ellos, esperando el momento en que la luz ablande el paisaje o que cualquier transeúnte se cruce por el lugar previsto para lograr una composición esperada. Recién llegado a un sitio nuevo, Emilio necesita solo unos segundos para identificar un lugar estratégico y saber qué partido le quiere sacar, como si tuviera un sexto sentido que le impidera hacer otra cosa. Quizás gracias a él nunca se va sin conseguir la foto que quiere, confirmando una vez más que esto de la foto-grafía requiere, además, de una gran dosis de paciencia.

Luz, color, expresión, perspectiva, invisibilidad, na-turalidad... son elementos que destacan en su fotografía y que constituyen condiciones casi imprescindibles para pa-sar el filtro autoimpuesto de la selección más rigurosa. No se trata de la estética por la estética sino más bien de una voluntad de llegar al lector, de ponerle las cosas fáciles a la hora de ver la foto, de focalizar su atención donde conviene para luego recrearse en el resto. Cada imagen es fruto de un trabajo de cálculo y de espera del momento adecuado antes de apretar el disparador, de evitar aquellos elementos que despisten al observador, en definitiva, de trabajar para que las fotos sean «limpias». Así, el trabajo de edición se revela prácticamente tan innecesario como altamente res-tringido por la ética de la profesión.

Viendo la fotografía de Emilio Morenatti puede resul-tar redundante subrayar su grado de compromiso con una profesión que tiene el poder de llevarnos a rincones olvida-dos del planeta y que él califica como un privilegio poder ejercer. Ha llovido mucho desde los tiempos en que recorría su ciudad de Jerez en un Vespino en busca de ambulancias, bomberos o atracadores que pudieran darle una foto para la crónica de sucesos del periódico local para el que trabajaba. Por entonces había empezado a decidir que lo suyo era el fotoperiodismo entendido como forma de vida, como una excusa perfecta para mirar descaradamente, como hace él, y satisfacer su curiosidad indagando en historias ajenas. Eso es lo que siguió haciendo durante doce años en Sevi-lla al servicio de la agencia Efe hasta que un islote, el de

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Perejil, le ayudó a dar el salto a una agencia de noticias internacional. Una vez terminada la contienda entre España y Marruecos –con el acuerdo de retirada de las tropas espa-ñolas–, Emilio no dudó en remar la distancia que separaba Marruecos del islote a bordo de una barca hinchable que había comprado en una tienda de souvenirs, con el objetivo firme de ir a comprobar los hechos por sí mismo. Afirma entre risas que fue ese momento de gloria –sus fotos fue-ron publicadas a lo largo y ancho del país– el que captó la atención de sus futuros jefes. Fuera ese el detonante o no, ahí demostró hasta dónde estaba dispuesto a llegar para ejercer el fotoperiodismo, como haría tantas veces después. Lo cierto es que al cabo de poco tiempo recibió una oferta para trasladarse a Afganistán, un país devastado por más de tres décadas de guerra, a cubrir el período previo a las primeras elecciones presidenciales tras la caída del régimen talibán. Un gran reto para un amante de los retos.

A este le seguirían muchos más alrededor del mundo. La gran mayoría le ha brindado la oportunidad de seguir evolucionando como fotoperiodista. Otros, como la reciente pérdida de parte de su pierna izquierda a causa de la explosión de una mina durante un «empotramiento» con el ejército estadounidense en Afganistán, han puesto en riesgo su vida. Pero ninguno de ellos le ha quitado ni ese optimismo tan suyo ni un ápice de pasión por una activi-dad que sigue ejerciendo con la ilusión del primer día. Sus recientes trabajos sobre el cólera en Haití o la revolución en Egipto dan fe de que su compromiso con la profesión continúa inquebrantable.

Egipto, 2011

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Para Santi Lyon

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01. Huyendo de los gases lacrimógenos. Islamabad, Pakistán, 2008

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02. Explosión en Gaza con más de cuarenta palestinos muertos. Palestina, 2005

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03. Mujeres viajan en un taxi cerca de Mazar e Sharif. Afganistán, 2004

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04. Mendigando en una calle de Kabul. Afganistán, 2004

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05. Palestinos siguen por televisión la final de la copa del mundo de fútbol en el sur de Gaza. Palestina, 2006

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06. Refugiados en sus tiendas cerca de Peshawar. Pakistán, 2009