Emilio Eduardo Massera

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Emilio Eduardo Massera

  EL INFIERNO ES POCO > MASSERA FUE UNA MAQUINA DE MATAR DENTRO DE OTRA MAQUINA DE MATAR

Murió el Mengele de la última dictadura

Los resultados del régimen tiránico que gobernó entre 1976 y 1983 también le pertenecen: fragmentación social, destrucción productiva y masacre. Pero Massera, además, quiso trascender. Aquí se cuenta cómo.

 Por Martín Granovsky

Dijo que solo estaba seguro de una cosa: “De que cuando la crónica se vaya desvaneciendo porque la historia se vaya haciendo más nítida, mis hijos y mis nietos pronunciarán con orgullo el apellido que les he dejado”. Así quiso defenderse hace 25 años Emilio Eduardo Massera en el Juicio a las Juntas. Terminó condenado a cadena perpetua y destituido por homicidio agravado, privación ilegítima de la libertad, tormentos y robos. Nacido en Entre Ríos hace 85 años, el ex almirante murió ayer en Buenos Aires mientras aún era procesado por nuevos cargos. La historia, contra lo que quería, fue haciéndose más nítida.

El indulto de Carlos Saúl Menem lo dejó sin la perpetua en 1990. Recobró la libertad y volvió a quedar privado de ella cuando en 1998 fue procesado por robo de bebés. Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida impulsadas por Raúl Alfonsín –el mismo presidente que terminó en la Argentina con el ciclo de amnistías al anular la autoamnistía militar y pedir el procesamiento de las juntas– no beneficiaron a los ex

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comandantes pero sí a los jefes intermedios como Jorge Acosta, Alfredo Astiz, Juan Carlos Rolón, Jorge Perrén y Antonio Pernías.

Massera podría haber muerto ayer sin condena alguna, pero el 31 de agosto último la Corte Suprema de Justicia confirmó sentencias de tribunales inferiores que habían fallado sobre la inconstitucionalidad del perdón de Menem. Si el indulto no se ajustaba a la Constitución, entonces quedaba en pie la condena original del 9 de diciembre de 1985.

Dijo la Corte que según el Derecho Internacional debe computarse “la obligación del Estado Argentino no sólo de investigar sino también de castigar los delitos aberrantes, deber que no podía estar sujeto a excepciones”. El indulto a procesados no se ajusta a Derecho porque quitaría el deber internacional de investigar. En cuanto al indulto a condenados, como el caso de Massera, según la Corte implicaría escapar de la obligación de castigar cuando los órganos judiciales de un Estado hallaron las pruebas suficientes como para fallar.

La máquina de matar

Impetuoso, seductor, mujeriego, capaz de imaginar alianzas con el socialismo europeo o de buscar la cooptación de dirigentes montoneros, Massera fue una máquina de matar y hacer política dentro de otra máquina de matar y hacer política como fue el Proceso de Reorganización Nacional que tomó el poder el 24 de marzo de 1976.

Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre si la máquina mayor, la del Proceso, se propuso intencionalmente los resultados que alcanzó: masacre, fragmentación social, desindustrialización y perjuicio para la agricultura, financierización, caída de la participación de los trabajadores en la renta nacional y de su poder de negociación en la puja por la distribución de esa renta.

En un estudio escrito en caliente, en 1979, el economista Adolfo Canitrot habló de un gigantesco proceso de disciplinamiento social.

Más allá de las intenciones o de un plan escrito, la transformación social de la Argentina habla por sí misma.

¿Cuál es el fenómeno que representa Massera? Quizás que, en su caso, no hay dudas de que, en paralelo a la marcha de la dictadura, él sí era parte de un plan político explícito e intencional.

Tan burócrata de la muerte como Jorge Videla u Orlando Ramón Agosti, sus compañeros de la primera junta de la dictadura, el entonces Almirante Cero, como lo llamaban las patotas de la Escuela de Mecánica de la Armada y lo subrayó el periodista Claudio Uriarte, que tituló de ese modo la biografía de Massera, el entonces jefe de la Marina quiso añadir un valor extra. Procuró su proyección como dirigente político a partir de la dictadura y, además, en medio de ella.

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Venía haciendo méritos para ello. Joven oficial antiperonista antes del golpe de 1955, veinte años después llegó a hacerse un interlocutor confiable de Isabel Martínez de Perón, presidenta por muerte de su marido Juan Domingo Perón el 1ª de julio de 1974. A esa altura ya había anudado el centro de su pertenencia en un circuito clave del poder a escala mundial: la organización fascista Propaganda Dos, que buscó infiltrarse en la masonería italiana, y terminó repudiada por ella, y consiguió el manejo de porciones importantes de decisión en el Vaticano, la Justicia italiana, los servicios de inteligencia y las finanzas negras. Los dos puntos de apoyo de Propaganda Dos fuera de Italia estaban en Brasil y en la Argentina.

Ayer a la tarde, recién enterado de la noticia, el sobreviviente de la ESMA Víctor Basterra repitió otra vez su increíble relato que prueba que nada de lo anterior es una fábula. Basterra, sometido a tormentos y trabajo esclavo en la ESMA, contó que fue forzado a realizar cuatro pasaportes falsos para Licio Gelli. Gelli era uno de los jefes de la P-Due. Condecorado por Perón en la Argentina a pedido del entonces canciller Alberto Vignes, en 1973, Gelli fue la garantía de continuidad para que estructuras de poder mafioso edificadas a fines del gobierno de Isabel pudieran seguir vigentes en el régimen que comenzó en 1976. Y el garante del garante se llamó, en la Argentina, Emilio Eduardo Massera.

Basterra contó ayer su dolor por el hecho de que Massera no muriera en prisión común y que hubiese muerto sin una sola condena por robo de bebés, entre otros cargos que aún afrontaba. También relató por qué en un momento de su esclavitud decidió juntar pruebas. “A mí ya me dejaban salir y yo sabía cómo violarles algunos encriptados, así que me fue llevando elementos valiosos”, dijo. Contó Basterra que lo decidió porque en un momento sus compañeros le dijeron: “Estos tipos no se la van a llevar de arriba”.

La ESMA fue uno de los tres grandes campos de concentración de la Argentina y el más grande controlado por la Armada. Los otros dos estaban bajo el mando directo del Ejército: La Perla en Córdoba y la sede de Institutos Militares en Campo de Mayo.

Las tres fuerzas construyeron sus formas propias de relación con sectores civiles, y tanto investigadores como militantes políticos y dirigentes de derechos humanos hablan cada vez más de “gobierno cívico-militar” para referirse al régimen que gobernó entre 1976 y 1983. La historia de ese régimen no se ajustaría a los hechos si el supuesto pintoresquismo de Massera y su personalidad opacaran la urdidumbre de poder que incluyó desde relaciones con grandes empresarios a dirigentes del peronismo, el radicalismo, el socialismo democrático y el comunismo, en este caso por decisión propia e impulso de la propia Unión Soviética.

El proyecto

La peculiaridad de la construcción de Massera se apoyó en algunos rasgos específicos.

Intentó la edificación de un masserismo que, obviamente, lo contara como líder.

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Igual que los demás comandantes, se acercó a dirigentes sindicales mientras el aparato represivo terminaba con los delegados de fábrica, los dirigentes intermedios y escarmentaba en la desaparición de Oscar Smith el primer desafío de los trabajadores a la dictadura. Pero en su caso no fue sólo un cálculo de contención de protestas obreras sino además el intento de una articulación para el futuro.

Buscó consolidar una fuerza propia, el Partido para la Democracia Social.

Como un Josef Mengele de la política, trató de erigir un laboratorio. Quería que mediante el terror, la negociación, la perversión y el aprovechamiento del humanísimo instinto de supervivencia fuese posible, primero, la absorción de conocimientos sobre qué pensaba la guerrilla montonera y, luego, la conversión de algunos de sus cuadros en cuadros propios. Sin embargo, no lo consiguió. Salvo dos o tres casos, los cautivos de la ESMA sometidos a servidumbre no se convirtieron en miembros de la inteligencia de la patota y, cuando cada uno vio llegado el momento, cada sobreviviente se transformó en un testimonio que contribuyó a que la sociedad conociera qué había ocurrido, quiénes habían sido los lugartenientes del Almirante Cero y cómo funcionaba por dentro la máquina de matar.

En la distribución militar de roles la Armada de Massera no obtuvo el ansiado Ministerio de Economía, que el Ejército se reservó hasta garantizar un tándem entre Videla y Martínez de Hoz. Massera consiguió, en cambio, entre otros resortes de poder, el control del Ministerio de Bienestar Social y la Cancillería. Asesinato del general Omar Actis mediante, Bienestar Social quedó articulado con el Ente Autárquico Mundial ’78, a cargo del almirante Alberto Lacoste. La Cancillería funcionó como una prolongación internacional de la ESMA.

Los marinos Oscar Montes y César Guzzetti estuvieron a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando se desplegó el Operativo Cóndor, de colaboración entre las dictaduras de Sudamérica en materia de intercambio de información, de prisioneros y hasta de bebés robados. El número dos, el capitán de navío Gualter Allara, sería contraalmirante de Operaciones Anfibias en el desembarco que llevó a la guerra de Malvinas de 1982. Llegado a la Cancillería con la Revolución Libertadora de 1955, Federico Barttfeld fue el alfil de Massera entre un grupo de diplomáticos de carrera. Fallecido en 2009, Barttfeld pertenecía a la P-Due como Massera, Gelli y el entonces jefe de la represión en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, el general Carlos Guillermo Suárez Mason. Cuando el primer embajador de la Junta en Caracas, el radical balbinista Héctor Hidalgo Solá, fue llamado a Buenos Aires y asesinado, Barttfeld ocupó su lugar en Caracas. Allí funcionaba un Centro Piloto como el de París.

Aquella construcción que sumaba política más inteligencia militar es la que explica que vestigios de masserismo aparezcan en la política actual. Terminado el ciclo masserista en la Armada –donde, al revés de su colega de Ejército Roberto Bendini con el retrato de Videla, el almirante Jorge Godoy hizo descolgar el cuadro de Massera sin que Néstor Kirchner tuviera que ordenarle que procediera– cada tanto reaparecen muestras del poder de Massera en órganos del Estado democrático. Sucedió durante el

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menemismo nada menos que con la Dirección de Migraciones, dirigida por el capitán de navío retirado Aurelio Za Za Martínez. Con el Ministerio de Educación de Mauricio Macri, ocupado por el masserista Abel Parentini Posse. Y con la embajada en Venezuela, que ocupó por designación de Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Esteban Caselli y Martín Redrado el embajador de carrera Eduardo Sadous. Como joven diplomático Sadous había sido colaborador de Vignes y después, ya en dictadura, de Gelli cuando éste operaba en Italia desde la embajada argentina en Roma.

Otros cuadros del masserismo terminaron en negocios privados. Fue el caso de Jorge Radice, socio de Rodolfo Galimberti hasta que éste se murió, y el de Ricardo Cavallo, que desarrolló emprendimientos tecnológicos en México hasta que fue extraditado primero a España y finalmente a la Argentina.

Una parte de esos oficiales participó en otra parte del proyecto masserista (aunque, otra vez, no fue privativo de la Marina sino un método compartido por otras fuerzas y jefes) que fue el apoderamiento de bienes de secuestrados. Uno de los casos más resonantes fue Chacras de Coria, propiedad de Victorio Cerutti, obligado a vender sus bienes igual que su abogado, Conrado Gómez. Los dos fueron secuestrados en 1977. En lugar de desvanecerse, la historia cada vez es más nítida.

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EL PAIS › EL INFIERNO ES POCO > OPINION

El Negro no pudo

 Por Mario Wainfeld

Hace varios años, el maestro Osvaldo Bayer escribió: “Roberto Arlt lo hubiera calificado como ‘un turrito’. (...) Pero la Historia siempre es mucho más justa y precisa en su devenir que esos calificativos: sin ninguna duda, Eduardo Emilio Massera pasará

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a ser en la galería de los argentinos el más grande de los asesinos de la vida de la República, hasta el presente”. El cronista no puede ni pretende superar esa síntesis, apenas agregarle unas líneas.

Massera, comandante en Jefe de la Armada, fue el más ambicioso de los comandantes que gobernaron el país, el único que amasó un proyecto político propio. Leopoldo Fortunato Galtieri fue ovacionado en actos de masas, soñó con perpetuarse. Se despertó en pocas semanas, con la resaca a cuestas. Massera, aunque jamás convocó multitudes, había intentado mucho más. Como detalló el periodista Claudio Uriarte en su notable biografía del marino, se había propuesto una hazaña paradójica: proveniente del arma ancestralmente gorila, imaginó llegar a ser el sucesor de Juan Domingo Perón. Una parte de las perversiones de la ESMA tenía que ver con ese proyecto. También su oratoria, que incluía diatribas más o menos explícitas al “liberalismo” de José Alfredo Martínez de Hoz y recuperaba tópicos del desarrollismo.

Se reunía con dirigentes empresarios y algunos sindicalistas canallas, viajaba al exterior, articulaba con la Logia P-2, hablaba con políticos europeos que lo detestaban, por usar un eufemismo.

Creó el diario Convicción y hasta fundó el Partido de la Democracia Social. Los perros de la guerra eran cínicos y psicóticos aun cuando querían ser convocantes.

Jorge Rafael Videla divagaba sobre “la cría del Proceso”, una inmarcesible fuerza que se haría mayoría democrática. Su proyecto era confuso, seguramente pensaba en los jóvenes que acudían al programa de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona: gente linda, de universidades privadas, que predicaba la necesidad de hacer más y decir menos.

El Negro Massera, mimado por la farándula y la crema de la sociedad argentina, tenía objetivos más precisos. Se miraba al espejo y veía al nuevo Perón. Liderar la represión, ensangrentarse las manos, ganarse así el respeto de sus compañeros de armas formaba parte de la construcción de esa fantasía funambulesca. Tal era su delirio.

* * *Con el tiempo se fue sabiendo. Los centuriones no luchaban sólo por purificar a la Patria. A menudo privatizaban el aparato terrorista estatal en beneficio propio. El Almirante fue pionero en eso de secuestrar empresarios, hacerse de sus bienes de fortuna: los inmuebles y los caballos de carrera fueron algunos de sus berretines.

También fue notoria la desaparición de Fernando Branca, el esposo de su amante Martha McCormack. El comandante mezclaba la vida pública con la privada, cuando lo público estatal tenía como vigas fundantes el crimen y el miedo.

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* * *La política económica era la del establishment, que escribía la obra y la interpretaba. El plan sistemático de exterminio, tanto como la ocupación del Estado y el territorio nacional, requerían el concurso de las Fuerzas Armadas. La jerarquía de la Iglesia Católica bendecía. Las corporaciones dividieron tareas.

A los centuriones (por tener fierros y estructura) les cupo la conducción del Estado.

Ese tramado explica por qué se le permitía a Massera licencias tales como diferenciarse del credo de “Joe”. Y aún brutales desbordes de violencia, mejicaneadas y crímenes que, amén de Branca, terminaron con la vida de algunos hombres y mujeres de las clases dominantes. Esos fueron, en rigor, los únicos “excesos” de la dictadura, producto de cierta forma tolerada (o soportada) de descontrol.

El “botín de guerra”, en cambio, jamás fue un exceso, sino un incentivo.

* * *Massera era, seguramente, un criminal, un sádico y un corrupto. Videla, un falso santurrón con una estructura familiar perversa. Roberto Viola, una perfecta nulidad que surgió como segundo presidente del Ejército, cerrándole el paso a Massera. Galtieri, un alcohólico con un par de jugadores menos. Un cronista que ahora dicta clases de democracia desde una tribuna de doctrina se cansó de elogiarlos a todos. El ascetismo de Videla, la verba de Massera, “los elocuentes silencios” de Viola. Mariano Grondona, años antes, se había arrobado con la parquedad de Juan Carlos Onganía. En verdad, esos elocuentes silencios sólo probaban que el represor Viola era un supino pelotudo.

Que personajes tan mediocres hayan conducido una etapa tan fundacional remite, sin duda, a la clásica “banalidad del mal” descripta por Hannah Arendt. En un contexto determinado cualquiera puede dirigir un campo de concentración o presidir un país que también lo es.

Pero, sobre todo, las limitaciones de las cúpulas militares corroboran un dato que se va haciendo sentido común. Las Fuerzas Armadas, desde su cúpula hasta los Grupos de Tareas, duraron y tuvieron poder porque eran engranajes de un régimen con cabezas más pensantes, intereses más precisos, cuadros con ideas menos embotadas.

Hubo internas, claro: empresarias y uniformadas. A veces se mestizaron, como sucedió en Papel Prensa: Videla era sponsoreado por sus actuales dueños, Massera pensaba en otro diseño.

* * *

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Quizá la última aparición pública recordable de Massera fue su arenga final en el Juicio a las Juntas. Vituperó a la veleidosa opinión pública. Auguró una reivindicación futura. Soñaba con un regreso personal. Se equivocaba, por partida doble.

El cronista cree percibir o intuye que con el tiempo, para las nuevas generaciones, las características personales de los genocidas se irán diluyendo. Devendrán arquetípicos, perderán individualidad, quedarán subsumidos en lo que hicieron: el terrorismo de Estado, la destrucción de las conquistas sociales, una regresión cultural feroz.

La democracia, la lucha por los derechos humanos, la superación de la memoria colectiva confinaron a los represores a un lugar ominoso. Fueron criminales, traicionaron a su Patria, la llevaron a la quiebra, perdieron vergonzosamente una guerra internacional. Después de demasiadas peripecias están siendo juzgados, con la ley en la mano, por tribunales comunes.

* * *Además de una condena judicial, Massera tiene, claro, la de la sociedad, convalidada por la autocrítica de comandantes en Jefe de gobiernos democráticos. También es un logro colectivo que el señor de la ESMA falleciera sin que nadie haya ejercitado violencia contra él. Un ejemplo inmenso que se debe a las Madres, las Abuelas, los sobrevivientes y los familiares de las víctimas.

Hace años que yacía como un vegetal, sólo era noticia a través del humor negro de la revista Barcelona. Ayer, dejó de existir, por decirlo de algún modo. Bien muerto estás, turrito.

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Veredicto final

Por Luis Bruschtein

El asesino que murió ayer debe ser una de las personas que ha hecho sufrir a más argentinos. Y mientras se dedicaba a esa tarea con dedicación, era designado miembro

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académico del Instituto de Ciencias Políticas de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA; Doctor Honoris Causa de la Universidad John F. Kennedy; Periodista Honoris Causa del Instituto Latinoamericano de Intercambio Periodístico y Profesor Honorario de la Universidad de El Salvador.

Los que le hacían homenajes a Massera en aquella época eran los chupamedias de siempre que pensaban que era el hombre del futuro y no les importaba que estaban adorando a un gangster. Ahora, ellos o las instituciones que representaron aparecen en una lista como esta que los pone tan en evidencia.

Hace pocos días murió Néstor Kirchner, un exponente de la generación de jóvenes que masacró Massera. En la época en que convertían a Massera en un sabio académico y en periodista honoris causa, los entonces jóvenes como Kirchner andaban a salto de mata y eran despreciables para ese establishment eterno que, entre otras cosas, maneja las academias.

Pasó tanta sangre bajo el puente y pasaron los años y aquel supuesto hombre del futuro que se lanzó a la política con una entrevista de Bernardo Neustadt se convirtió en un asesino condenado por la Justicia y despreciable para la sociedad. En cambio, un exponente de aquella juventud vilipendiada se convirtió en el dirigente más popular de la democracia, odiado por Neustadt y por los que adoraron a Massera.

Ese establishment blindado que rindió pleitesía al poder criminal de Massera hoy prefiere olvidar que alguna vez fue su referente dorado, su carta fuerte para la democracia de papel maché que preparaban para después de un ilusorio triunfo en Malvinas. Ni siquiera son capaces de acompañarlo en el momento de su muerte porque quieren borrar de la memoria que alguna vez se arrodillaron ante semejante mafioso.

Pero la carga simbólica de la presidencia de Kirchner impidió ese olvido. Esa especie de enroque histórico de una simetría casi perfecta los puso en evidencia, resaltó aquellas viejas mezquindades. Y por eso lo odiaron. Con su oscura coherencia, Neustadt odiaba a Kirchner porque el ex presidente representaba su fracaso y sacaba a la luz del sol los trapos sucios de su vida. No hacía falta que Kirchner dijera nada ni moviera un dedo, solamente por el contraste.

Massera murió solo y despreciado. Antes arrastró a sus seres cercanos, incluyendo a su mujer y a sus hijos, por historias de traiciones, cuernos, estafas y crímenes. No hubo una sola voz que se levantara en su defensa. O para recordar algún hecho bueno de su vida. Nadie recordó el motivo de su título de Profesor Honoris Causa en El Salvador, y nadie de la Academia de Ciencias Políticas repasó los méritos que determinaron su inclusión como miembro académico. Y ni hablar del chiste tenebroso del título de Periodista Honoris Causa al hombre que mandó matar a Rodolfo Walsh.

En contraste, Néstor Kirchner, un sobreviviente de la generación que concentró lo que para ese establishment era todo lo despreciable y odiado, murió acompañado por miles. Fue llorado por cientos de miles. Y sobre todo, entre esos cientos de miles

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estaban las madres de los que asesinó Massera. Siempre el contraste. En apenas pocas semanas, la historia también dio su veredicto.

EL PAIS › EL INFIERNO ES POCO > EL DICTADOR EMILIO MASSERA MURIO A LOS 85 AñOS, VICTIMA DE UN ACCIDENTE CEREBROVASCULAR, MIENTRAS ESTABA INTERNADO EN EL HOSPITAL NAVAL

El genocida que añoraba convertirse en presidente

Había sido condenado a cadena perpetua en el Juicio a las Juntas, pero todavía pesaban en su contra decenas de procesos.

Las autoridades del Hospital Naval informaron que Emilio Eduardo Massera murió ayer a las 16.

 Por Adriana Meyer

Ya no mandaba hacía tiempo, y su salud dañada lo había alejado de los juzgados, donde debía seguir rindiendo cuentas por su condición de genocida. Ayer a la tarde, Emilio Eduardo Massera murió en el Hospital Naval por causa de un accidente cerebrovascular. Había sido condenado a cadena perpetua en el Juicio a las Juntas de 1985 por delitos de lesa humanidad, pero ayer consiguió la extinción de las causas por los crímenes por los que aún no había sido llevado al banquillo. Sus exequias no tendrán ninguno de los rituales castrenses porque había sido despojado de su rango militar. Hacía tiempo que estaba inconsciente, con sus facultades mentales alteradas, según determinó el Cuerpo Médico Forense, pero aún pesaban en su contra decenas de procesos y estaba siendo juzgado en ausencia en Italia. Quien supo tener ambiciones políticas más allá del poder que detentó como ideólogo del plan genocida, ya no

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controlaba siquiera su propio cuerpo. Massera murió a los 85 años, deja un legado que aún pesa en la Armada, y con él será sepultada invalorable información sobre el destino de los desaparecidos y de los niños apropiados que nacieron en forma clandestina en la ESMA.

Las autoridades del Hospital Naval informaron que el dictador falleció por un “paro cardiorrespiratorio no traumático como consecuencia de sus secuelas neurológicas”. En el parte médico dado a conocer frente a las puertas del hospital de Parque Centenario se informó que Massera falleció a las 16 y que su última internación data del 19 de abril. Massera sufrió varias complicaciones de salud luego del primer episodio de ACV que tuvo en 2002. Junto a sus familiares, estaba en una sala común y sin custodia judicial ni policial.

Massera encabezó el golpe de Estado que derrocó a Isabel Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 e integró la primera Junta de Comandantes, junto a Jorge Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti. Tras haber dirigido el centro de exterminio que funcionó en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) durante toda la dictadura, en 1983 buscó una postulación para la presidencia, para lo cual creó el Partido para la Democracia Social, que no prosperó porque fue detenido por la desaparición del empresario Fernando Branca.

En la llamada Causa 13 de 1983, más conocida como Juicio a las Juntas Militares, fue condenado por asesinato, tortura y privación de libertad a cadena perpetua por tres casos de homicidio con alevosía, 12 de tormentos, 69 privaciones ilegales de la libertad y siete robos. En diciembre de 1986, cuando ya había sido apartado de la Armada, la Corte Suprema confirmó su condena. Fue el ex presidente Carlos Menem quien le devolvió la liberad al indultarlo en 1990, luego de haber pasado cinco años preso.

Massera no se hacía cargo de haber sido parte de un plan de exterminio, prefería hablar de “guerra justa” contra el “terrorismo subversivo”, como expresó en una de las audiencias del histórico Juicio. E incluso llegó a jactarse de haberla llevado adelante con el “aval de políticos, empresarios y curas”, tal como aseguró en 1995 en una entrevista de este diario.

Tres años más tarde volvió a ser detenido por la apropiación de un bebé nacido en la ESMA, un crimen que había sido excluido de las leyes de impunidad. Estuvo preso en Campo de Mayo, pero desde octubre de 2000 gozó del arresto domiciliario en su quinta de El Talar de Pacheco: un refugio de unos 9 mil metros arbolados, con pileta, dos canchas de tenis y una cómoda casa que Massera compró en 1977 con los mismos intermediarios, testaferros y escribanos que usó para quedarse con otras propiedades de empresarios que fueron secuestrados y asesinados en la ESMA. (De hecho, por la apropiación de los bienes de los desaparecidos hay una causa abierta que lo tenía como imputado, y en la que aún deberán declarar sus hijos Carlos y Eduardo Enrique.) Tan cómodo estaba el Almirante Cero que se permitía dar paseos por el perímetro exterior de la quinta, hasta que un grupo de hijos de desaparecidos lo descubrió. No era la primera vez que Massera burlaba un arresto, ya lo había hecho cuando un fotógrafo lo

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encontró caminando por Barrio Norte cuando debía estar preso en el penal de Magdalena, en la primera detención.

Así, en diciembre de 2002, el ex comandante perdió su beneficio y fue remitido al sector VIP de la cárcel de Gendarmería Nacional, en Campo de Mayo. Pero al poco tiempo tuvo que ser llevado al Hospital Naval, donde quedó internado, primero por un derrame cerebral y más tarde por sufrir un infarto. Las agrupaciones de derechos humanos pusieron en duda la veracidad de los informes médicos que lo tenían preso en el centro de salud de los marinos. En marzo de 2005, la jueza María Servini de Cubría suspendió los procesos en su contra, luego de que médicos forenses le informaran que presentaba una “involución mental” por daños cerebrales. Las evaluaciones médicas informaban que Massera tenía un marcapasos, que “no controla esfínteres”, “se babea por momentos” y “emite quejidos”, en el marco de un “trastorno psicoorgánico que trae aparejado un deterioro cognitivo global, crónico e irreversible”.

En abril de 2007, la Justicia anuló su indulto y el tiempo que transcurrió hasta la ratificación de su condición de insania –en mayo de 2009 por parte del Cuerpo Médico Forense y en noviembre de ese año por parte del procurador general Luis González Warcalde– no fue suficiente para obtener ninguna nueva condena en su contra. Por eso quedará un banquillo de los acusados vacío en la megacausa ESMA, y sus conexas sobre la desaparición de Rodolfo Walsh, las monjas francesas y Dagmar Hagelin; en el juicio por la apropiación sistemática de menores durante la dictadura y en el referido al Plan Cóndor. De acuerdo a las normas procesales, cuando el certificado de defunción llegue a cada uno de los juzgados en los que estaba imputado, los magistrados deberán dictar la extinción de la acción penal por muerte y el consiguiente sobreseimiento del dictador. Sin embargo, con la ratificación el 31 de agosto de la anulación de su indulto por parte de la Corte Suprema, vuelve a tener vigencia aquella condena a perpetua del Juicio a las Juntas. Y queda en pie el embargo de sus bienes para pagar la indemnización a Daniel Tarnopolsky por la desaparición de toda su familia, por la que fue condenado el genocida fallecido ayer. Fue en 2004, el mismo año que había corrido una falsa versión sobre su muerte. El juez español Baltasar Garzón decretó en octubre de 1997 una orden de detención internacional en su contra por el delito de genocidio, y también fue requerido por la Justicia de Alemania, Francia y Suiza. Pero el único proceso en marcha en el exterior contra el dictador es el que se realiza en Roma, por la desaparición de tres ciudadanos italianos: Juan Pegoraro y su hija Susana, que estaba embarazada y dio a luz en la ESMA, y Angela Aietta de Gullo. Los peritos italianos que visitaron a Massera advirtieron “posibles intentos manipulatorios, más o menos conscientes, actuados por medio de exageraciones de síntomas psíquicos ficticios”, pero finalmente determinaron que “no se encontraba en condiciones de afrontar un proceso”, y por lo tanto comenzaron a juzgarlo en rebeldía.

Alias Negro, Coara y Cero, Massera estableció la ley de la omertà marina por la cual todos los rangos debían involucrarse en las aberrantes prácticas represivas del terrorismo de Estado, y serían premiados con parte del “botín de guerra” robado a las víctimas. “Acá todos ponen los dedos, todos se comprometen, así nadie habla”, predicaba. Por eso ayer algunas de sus víctimas lamentaban el definitivo silencio sobre

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los datos de los desaparecidos y de sus hijos nacidos en las mazmorras de la ESMA, y se quejaban de su legado: centenares de marinos en actividad formados en esa omertà.

El amor vence

 Por José Pablo Feinmann

Hizo pintar –en paredes de Mar del Plata, por ejemplo– leyendas de un cinismo memorable: Ganar la paz, decía una. La otra era peor: El amor vence. Galimberti, que lo conocía bien, decía: “Cuando Massera quiere hablar con alguien, lo secuestra”. Desde la picana pensaba llegar al poder absoluto. Tenía pinta y sonrisa como para imaginarse un nuevo Perón. Era un megalómano delirante. Durante el Juicio a las Juntas, desafiante, dijo a la audiencia, a los jueces, a los periodistas, a todos: “A ustedes les queda la crónica, a mí la Historia”. Tenía razón. Por desgracia, Massera pertenece a la historia de nuestro país, a su historia más profunda, a su lógica más perversa. Y más todavía. Pertenece, Massera, al gran Museo de Horrores de la Humanidad. Como el genocidio argentino, del que fue uno de sus más señalados protagonistas.

En Los hundidos y los salvados, Primo Levi marca a los asesinos de este país como imitadores de los criminales alemanes. Dice: “Sus imitadores en Argentina y Chile”. Eso fueron Massera y todos los restantes capitostes de la masacre: imitadores de Himmler, de Goering, de Hess, de Eichmann. Tenía razón Massera esa tarde ante el tribunal que lo juzgaba: no tanto en el primer sentido de su afirmación (“A ustedes les queda la crónica”), pero sí en el segundo: “A mí la Historia”. Sí, le queda la Historia. Ingresó, con pleno derecho, a la historias de las grandes masacres del siglo XX. Y del lado de los masacradores.

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Pero hay algo más en el Almirante: a la masacre le añade la crueldad. La ESMA –de la que era jefe absoluto, amo y señor de la vida y de la muerte–- era un campo de concentración y exterminio. Pero, al ser un campo de recabamiento de información, era un campo de torturas. La tortura le fue más esencial a la ESMA que a Auschwitz. El detenido que ingresaba en Auschwitz, el que cruzaba ese portón en que había un cartel que decía El trabajo os hará libres, iba, sin duda, a morir, tarde o temprano habría de morir, pero muchos no fueron torturados, porque Auschwitz no era un centro de acumulación de información. La información, su búsqueda, su urgente necesidad de posesión para atrapar a los otros, a los ligados al detenido antes de que pudieran escapar, era propia de la ESMA. La ESMA era, en primera instancia, un centro de búsqueda de información, es decir, un centro de torturas. Además, la tortura era parte de un esquema prefijado que se proponía quebrar al detenido. Y era tan terrible que muchos, luego de pasar por ella, preferían morir antes que volver. Fue, como Drácula, un empalador. Llenó de cadáveres el Río de la Plata. Gritó (junto a Videla y Agosti y todos los enfervorizados hinchas que desbordaban el estadio de River Plate) los goles de la Selección Argentina, los goles de Kempes, el matador. Con cada gol argentino, más poder para Massera. Más poder para que secuestrara, torturara, violara, prohibiera, le dijera al mundo que éste era el país de las maravillas y que, aquí, se vivía en medio de la alegría y el respeto por los derechos humanos.

Que ahora se muera no sirve para nada. Todos, alguna vez, nos vamos a morir. Massera ya hizo en nuestra historia todo el daño que podía hacer. Lo pidió un pueblo que quería orden y él le dio ese orden. Una de las primeras publicidades televisivas de la Junta decía: Orden, orden, orden, cuando hay orden el país se construye de arriba abajo. En esa búsqueda de orden, siempre exigida por los argentinos, hay que encontrar la explicación de la existencia de monstruos como Massera. Si alguien, hoy, le desea el Infierno, se equivoca. Si Massera va al Infierno lo van a recibir como a un héroe. Al cabo, él es uno de sus creadores. El creador de una de las figuras más perfectas del Infierno, la ESMA. ¿Podríamos entonces desearle el Cielo, ese lugar donde un Dios justo le señalaría sus culpas? Ocurre, sin embargo, que el Cielo y ese Dios justo no existen. ¿Cómo habrían de existir si existió Massera?

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El almirante que mostró la hilacha

 Por Osvaldo Bayer

Un personaje tan completo como el muerto no vamos a encontrar en toda la historia argentina. Completo en su total decadencia moral, crueldad, ambición fuera de toda medida. Almirante de la Marina de Guerra de la Nación. Massera, a secas.

Traicionó, como otros tantos uniformados en nuestra historia desde 1930, a su juramento pronunciado al recibirse de guardiamarina de ser fiel a la Constitución Nacional. Pero, claro, ante tantos otros ejemplos desde Uriburu, en ese ’30, ya casi sólo sería un delito argentino. No, lo feroz de su conducta se puede sintetizar en una sola palabra: la ESMA. Para qué más. Basta ver la celda mínima donde estuvieron tiradas en el piso durante seis meses las tres primeras Madres de Plaza de Mayo. Arrojadas luego desde un avión, vivas, al río. Almirante Massera, esa fue su máxima acción de guerra como almirante. Almirante argentino.

La ESMA: una fábrica del máximo horror a lo Massera. Sí, esa expresión va a quedar para siempre en la historia: Torturar a lo Massera, hacer desaparecer a lo Massera, robar niños a lo Massera.

Y su ambición, sus negocios, su afán de figuración, su ansia de poder: quería ser presidente, millonario, estanciero, empresario, propietario de todo lo que tenía a su alcance. Y llegó sólo a ser un infame y corrupto traidor a todo principio de ética, de humanismo, de grandeza. Eso sí, cuando entraba en una iglesia era el primero que se arrodillaba y santiguaba. Completo. ¿Dónde aprendió todo eso? ¿De sus padres, en la Escuela Naval, en los cursos de oficiales, en su conocido fervor católico?

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Massera. Un vocablo que quedará para siempre entre los próceres de la picana eléctrica, invento argentino. Una galería interminable que empieza con el comisario Polo Lugones, el coronel Falcón, el teniente coronel Varela... y la lista sería interminable en esta historia argentina que comenzó con aquellos increíbles hombres de Mayo. Los nombro: Belgrano, Moreno, Castelli, Monteagudo. Y nace la pregunta desesperada: ¿qué nos pasó a los argentinos? Desde aquel Mayo a ese marzo del ’76 en que iba a empezar la marcha hacia la desaparición del respeto a la vida. Comienza la “desaparición” llamada ya la “muerte argentina” en los diccionarios de ideas afines. Para siempre. Videla, Massera, Agosti, Viola, Galtieri, y cien, mil más, todos los que obedecieron, y sus civiles: Martínez de Hoz y los ministros que juraron por “Dios y por la Patria” y sus embajadores y sus soplones y rufianes.

¿Qué más podemos escribir de este ser que acaba de morir: de sus negociados, sus veleidades, sus calenturas, su sonrisa siempre cínica? ¿Para qué? Si basta con nombrar lo que ya nombramos: la ESMA. Está todo dicho. El templo de la infamia más perversa de la historia humana. Un sinónimo de Auschwitz. Los argentinos, sí, tenemos nuestro Auschwitz. Y nuestro Himmler. Uno, silencioso, de mirada con el dejo de desprecio a la vida; el nuestro, ruidoso, de carcajada sonora, de darte el golpecito amigo en la espalda, del abrazo. Aquel, sombrío como un cuervo sin sotana; el nuestro siempre sonriente, amistoso, un galán con espada al cinto y gorra cargada de perversidades.

Sí, ya sé, me van a decir que me están faltando los adjetivos. No, me sobra el dolor, pensando en los últimos minutos de Rodolfo Walsh en la ESMA, y en todos los Rodolfo Walsh y las Azucena Villaflor que cayeron en las manos de ese verdugo sucio y voraz.

Permítaseme este escrito donde trato de hacer un resumen de los sentimientos que me provoca esa figura y la de todos los serviles que le hicieron la venia y le dijeron: “Ordene, mi almirante”.

Nos quedará para siempre el dolor. Rodolfo, Azucena. En nombre de los miles.

Ojalá exista el infierno para el almirante de la muerte, los negociados y la corrupción.

Lo merece. Allí con Roca, Falcón, el Polo... y tantos otros. Una galería argentina. En contraposición con la otra galería argentina. La de los Héroes del Pueblo, los Hijos del Pueblo, como les cantaba la gente humilde de principios del siglo pasado a quienes daban todo por una vida mejor. Los que creían en un mundo de la mano abierta contra los que siempre propiciaron la ESMA.

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Imagen: Pablo Piovano

NORA CORTIñAS, MADRE DE PLAZA DE MAYO

“Se lleva muchos secretos”

“Massera no fue loco nunca, fue un genocida siempre”, aseguró Nora Cortiñas, integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, apenas enterada de la muerte del dictador. Lamentándose por la protección que recibió por parte de las

Fuerzas Armadas, Cortiñas aseguró que el represor no deja tras de sí más que haber sido “un asesino y un cobarde”. “Se lleva a la tumba muchos secretos”, apuntó la

integrante de Madres, en referencia a los archivos con el paradero de miles de desaparecidos y de la identidad de los bebés apropiados en la ESMA.

–¿Cómo recibieron la noticia de la muerte de Massera?

–La recibimos con sorpresa por tanto silencio que hubo hasta ahora alrededor de este dictador. Este personaje fue un genocida y vivió oculto y protegido. Hubo un operativo del silencio total, que les habrá costado mucho a quienes lo ocultaron. Buscó siempre evadir la Justicia haciéndose el loco. Ese no fue loco nunca, fue un genocida siempre. Las Madres nunca les hemos deseado la muerte a estos personajes, sino, por el contrario, hemos deseado que la Justicia cayera sobre ellos y fueran a la cárcel común, por todos los delitos de lesa humanidad que cometieron.

–Fue uno de los principales responsables del terrorismo de Estado.

–Fue uno de los dictadores que primero dieron el golpe y que luego comenzaron con la matanza. Todos conocemos la historia de la ESMA y el terror que se vivió allí. Toda la gente que pasó por esa situación terrible, en el marco del terrorismo de Estado.

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Massera tuvo una participación muy intensa en todos los operativos que se hicieron. Además, la ESMA fue el lugar donde más bebés se apropiaron y donde hicieron que miles de personas pasaron por las mazmorras. Un personaje con una gran responsabilidad, con crímenes horrendos, protegido por todos lados.

–¿Por quién fue protegido?

–Por las Fuerzas Armadas, especialmente por la Marina. Se hizo pasar por enfermo y por loco. Cuando se declaró la inconstitucionalidad de los indultos, él no se prestó a los juicios a los que era convocado. Fue muy protegido para llegar a esa situación, salvándose de tener que presentarse en los juicios en Italia, por ejemplo. Han venido los médicos de allá a constatar que estaba en condiciones. La Justicia italiana reconoció que podía afrontarlos, mientras que los médicos de acá decían que no estaba en condiciones psicológicas.

–¿Qué deja tras de sí esta muerte?

–Quedará uno menos. Es la muerte de un asesino y un cobarde, que no enfrentó a la Justicia. No deja ninguna gloria para la carrera que siguió. Deja la cobardía, lo sucio, lo siniestro. El no enfrentar un juicio muestra la catadura de persona que era. Dentro de la historia de los militares, sólo deja la imagen de la basura que fue. Además, muere y se lleva a la tumba muchos secretos. Ese archivo que las Madres pedimos todos los días para que se conozcan los expedientes que contienen el destino de nuestros hijos e hijas. Eso es lo que se lleva a la tumba. Las Madres nunca quisimos venganza, sino que buscamos verdad y justicia. Igual las seguiremos buscando y exigiendo. Seguiremos tratando de saber qué pasó, seguiremos esperando que algún día se abran las gavetas de los jueces para saber a quiénes les dieron los bebés en falsas adopciones. Este es el final que dejan estos que tuvieron que sentarse en el banquillo de los acusados. No tienen otra historia más que la de haber sido genocidas.

Entrevista: Gabriel Morini.

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Imagen: Gonzalo Martínez

Una sensación de alivio

Por Eduardo Jozami *

Me enteré de la noticia cuando estaba reunido con los coordinadores de nuestro Centro Cultural, en el mismo lugar en que el difunto erigió su obra más importante. Emilio Massera no quedará en la historia por su degradado proyecto político que desafiaba la inteligencia de los argentinos, tampoco por su forzada figura de centurión romano, forjada quizás en la lectura de Jean Larteguy, menos aún por su imagen de varón triunfante dispuesto siempre a exhibir nuevos trofeos. Massera será por siempre el creador del centro clandestino de la ESMA, el lugar emblemático del exterminio y la tortura, en el mismo predio en que hoy nos encuentra la noticia de su muerte.

La ex ESMA no perderá nunca esa connotación siniestra, porque en ese reconocimiento se funda precisamente nuestro trabajo de Memoria. Pero hoy es también un espacio de vida y de cultura. Centenares de jóvenes debatían hace pocos días en homenaje a Walter Benjamin, son muchos los visitantes que recorren muestras que, como la de Gustavo Germano, simbolizan la magnitud de la pérdida. A pocos metros, avanza la refacción del espacio de Abuelas, la Casa de la Identidad. Un poco más allá, el Espacio Cultural Nuestros Hijos desarrolla una variada e intensa actividad. Delegaciones de escolares visitan a diario el Centro de Detención. De a poco, el Espacio para la Memoria va tomando forma.

Para Massera, la ESMA debía servir para encumbrar dentro de la Junta Militar a la Marina, que ya no aceptaba el lugar subordinado que tuvo en anteriores golpes

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militares. En la competencia de las fuerzas por mostrar más éxitos en la represión ilegal, la Armada podía jactarse, gracias al trabajo tenaz del Tigre Acosta y sus sicarios, de los éxitos logrados. Pero el proyecto masserista exigía algo más que represión. Fundó un diario y un partido político. Hizo un guiño a la socialdemocracia, pero no se atrevió a usar ese nombre e invirtió los términos: democracia social. Planteó sus reparos con la política de Martínez de Hoz para facilitar el diálogo con sindicalistas y dirigentes peronistas. Pero la Marina soportaba mal esos arrestos populistas, lo prueba lo ocurrido con su diario: Convicción debía servir para acercar a algunos peronistas, pero tuvo que poner como director a un hombre de la Revolución Libertadora, el más reconocidamente antiperonista de los periodistas.

Creyó que su estampa varonil abonaría sus proyectos de liderazgo. Pero su figura gardeliana venía acompañada de las marcas de la muerte, como para que pocos se animaran a acercarse. Aunque nos duela reconocerlo tenía algo de argentino, de lo peor del machismo vernáculo. Pero lo que en cualquier compadrito de barrio parece más que nada un resabio costumbrista era, en el poderoso Almirante Cero, expresión consumada de prepotencia y desprecio por la mujer.

Se equivocó en toda la línea. Ignoró que nunca podría superar la subordinación impuesta por el Ejército, sobreestimó su propia influencia en un arma donde seguía siendo fuerte una tradición de antiperonismo aristocrático que se avenía mal con el proyecto masserista. Pero nada de esto hubiera sido definitivo si él, como los demás dirigentes golpistas, no se hubiera equivocado en lo más importante. Aunque sus propios errores –como el de Malvinas– aseguraron el desenlace, lo cierto es que terminó por ser inviable el proyecto concebido para iniciar una nueva era de la política argentina.

Se dice que en otros casos el crimen aparecía cubierto por una mística contrarrevolucionaria que adquiría forma de religión. En el supuesto más que dudoso de que realmente existieran estos austeros gladiadores, no fue uno de ellos Massera, que calculó pragmáticamente cada paso, llegando a liquidar a todo aquel que incomodara sus proyectos políticos, comerciales o amorosos. Que era fundamentalmente un asesino quedó claro cuando queriendo añadir a su figura un matiz de héroe de tragedia, terminó una ceremonia militar vivando a la muerte, remedando al fanático franquista que enfrentara de ese modo a don Miguel de Unamuno.

Quizás esta muerte provoque el examen de conciencia de quienes no fueron inmunes a su seducción, pero la mayoría de los argentinos no sentirá más que una sensación de alivio, la misma que se siente cada vez que un criminal deja la Tierra. Diez días atrás despedimos con dolor a un gran presidente argentino, no sólo porque era uno de los nuestros, sino porque advertíamos cuánto podía aún aportar a la obra inconclusa. La muerte de Emilio Massera, de quien se hizo acreedor como pocos al odio de los argentinos, nos parece tardía, demorada, como la de Videla y algunos otros que ya no significan nada en el país de hoy. Massera es un pasado que la sociedad ha condenado y que no habrá de volver. Así pensamos a diario, trabajando en este lugar que él cubrió de sangre treinta años atrás.

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* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.