Emil Cioran La Tentacion de Existir

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    E. M. CIORAN

    LA TENTACION DE EXISTIR

    (La tentation d'exister - 1972)

    Pensar contra s mismo

    Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a laexacerbacin de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es enlo ms ntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo en el lmite exterior denuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al afrontar nuestro furor al suyo, resulta unchoque, un encuentro tan ruinoso para El como para nosotros. Alcanzado por la maldicinque los actos conllevan, el violento no fuerza su naturaleza, no va ms all de s mismo,ms que para volver de nuevo a s enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas,que vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra suautor: el poema aplastar al poeta, el sistema al filsofo, el acontecimiento al hombre deaccin. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocacin y cumplindola, se agitaen el interior de la historia; slo se salva quien sacrifica dones y talentos para que,liberado de su condicin de hombre, pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrerametafsica, no puedo a ningn precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menorresiduo que me quede de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel

    histrico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle conellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar unmodo exacto de hundimiento.Fiel a sus apariencias, el violento no se desanima, vuelve a empezar y se obstina, ya queno puede dispensarse de sufrir. Que se encarniza en la perdicin de los otros? Es elrodeo que toma para llegar a su propia perdicin. Bajo su aire seguro de s, bajo susfanfarronadas, se esconde un apasionado de la desdicha. De este modo, es tambin entrelos violentos donde se encuentran los enemigos de s mismos. Y todos nosotros somosviolentos, rabiosos que, por haber perdido la llave de la quietud, no tienen ya acceso masque a los secretos del desgarramiento.En lugar de dejar al tiempo triturarnos lentamente, hemos credo oportuno sobreabundaren l, aadir a sus instantes los nuestros. Ese tiempo reciente, injertado en el antiguo,ese tiempo elaborado y proyectado deba pronto revelar su virulencia; objetivndose, ibaa convertirse en historia, monstruo urdido por nosotros contra nosotros mismos, fatalidada la que no podramos escapar, ni aun recurriendo a las frmulas dc la pasividad, a lasrecetas de la sabidura.Intentar una cura de ineficacia; meditar sobre los padres taostas, su doctrina delabandono, del dejarse llevar, de la soberana de la ausencia; seguir, segn su ejemplo, elrecorrido de la conciencia cuando deja de tenrselas con el mundo y se moldea sobretodas las cosas, como el agua, elemento al que son afectos, eso ya podemos esforzarnosen lograrlo, que no lo conseguiremos jams. Ellos condenan juntamente nuestracuriosidad y nuestra sed de dolores; y en esto se diferencian de los msticos, ysingularmente de los de la edad media, hbiles en recomendarnos las virtudes de lacamisa de cerdas, de la piel de erizo, del insomnio, de la inanicin y del gemido.

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    La vida intensa es contraria al Tao, ensea Lao-Tse, el hombre ms normal quehubiere. Pero el virus cristiano nos recome: legatarios de los flagelantes slo refinandonuestros suplicios tomamos conciencia de nosotros mismos. Qu la religin declina?

    Perpetuaremos sus extravagancias, como perpetuamos las maceraciones y los gritos delas celdas de antao, ya que nuestra voluntad de sufrir iguala a la de los conventos en lapoca de su florecimiento. Si bien la Iglesia no goza ya del monopolio del infierno, no poreso nos tendr menos anclados a una cadena de suspiros, al culto del padecimiento, de laalegra fulminada y de la tristeza jubilosa.El espritu, tanto como el cuerpo, paga los gastos de la vida intensa. Maestros en elarte de pensar contra s mismos, Nietzsche, Baudelaire y Dostoievski nos han enseado aapostar por nuestros peligros, a ampliar la esfera de nuestros males, a adquirir existenciapor la divisin de nuestro ser. Y lo que a los ojos del gran chino era smbolo dedecadencia, ejercicio de imperfeccin, constituye para nosotros la nica modalidad deposeernos, de entrar en contacto con nosotros mismos.Que el hombre no ame nada y ser invulnerable. (Chuang-tz). Mxima profundacomo inoperante. Cmo alcanzar el apogeo de la indiferencia, cuando nuestra misma

    apata es tensin, conflicto, agresividad? No hay ningn sabio entre nuestros antecesores,sino insatisfechos, veleidosos, frenticos, cuyas decepciones y desbordamientos nos serpreciso prolongar.Siempre segn nuestros chinos, slo el espritu desapegado penetra en la esencia delTao; el apasionado no percibe ms que los efectos: el descenso a las profundidades exigeel silencio, la suspensin de nuestras vibraciones, lase de nuestras facultades. Pero noes ya revelador que nuestra aspiracin a lo absoluto se exprese en trminos de actividad,de combate, que un Kierkegaard se titule caballero de la fe, y que Pascal. no sea nadams que un panfletario? Atacamos y nos debatimos; no conocemos, pues, ms que losefectos del Tao. Por lo dems, la quiebra del quietismo, equivalente europeo del taosmo,dice mucho sobre nuestras posibilidades y nuestras perspectivas.No veo nada ms contrario a nuestras costumbres que el aprendizaje de la pasividad.

    (La poca moderna comienza con dos histricos: Don Quijote y Lutero.) Si elaboramostiempo, si lo producimos, es por repugnancia a la hegemona de la esencia y a lasumisin contemplativa que supone. El taosmo me parece la primera y ltima palabra dela sabidura: soy; sin embargo, refractario a l, mis instintos lo rechazan, como rechazandoblegarse a lo que sea, hasta tal punto pesa sobre nosotros la herencia de la rebelin.Nuestro mal? Siglos de atencin al tiempo, de idolatra del futuro. Nos libraremos de lpor algn recurso de la China o de la india?Hay formas de sabidura y liberacin que no podemos ni aprehender desde dentro, nitransformarlas en nuestra sustancia cotidiana, ni siquiera encerrarlas en una teora. Laliberacin, si efectivamente uno se empea en ella, debe proceder de nosotros: no hayque buscarla en otra parte, en un sistema completamente acabado o en alguna doctrinaoriental. Empero esto es lo que ocurre en numerosos espritus vidos, como sueledecirse, de absoluto. Pero su sabidura es un plagio, su liberacin un engao. No

    incrimino aqu solamente a la teosofa y sus adeptos, sino a todos los que se equipan converdades incompatibles con su naturaleza. Ms de uno tiene la India fcil, se imaginahaber desenmaraado sus secretos, cuando nada le dispone a ello ni su carcter, ni suformacin, ni sus inquietudes. Qu pulular de falsos liberados que nos miran desde loalto de su salvacin! Tienen buena conciencia; acaso no pretenden situarsepor encimade sus actos? Superchera intolerable. Apuntan, adems, tan alto que toda religinconvencional les parece un prejuicio de familia, con la que su espritu metafsico nosabra contentarse. Reclamarse de la India suena indudablemente mejor. Pero olvidanque sta postula acuerdo entre la idea y el acto, identidad de la salvacin y de larenuncia. Cuando se posee el espritu metafsico, esas son bagatelas de las que unono se preocupa.

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    Tras tanta impostura y tanto fraude, es reconfortante contemplar a un mendigo. El, almenos, ni miente ni se miente: su doctrina, si la tiene, la encarna l mismo; no le gustael trabajo y lo prueba; como no desea poseer nada, cultiva su desprendimiento, condicin

    de su libertad. Su pensamiento se resuelve en su ser y su ser en su pensamiento. Estfalto de todo, es l mismo, dura. Estar a la altura de la eternidad es tambin vivir al da.De este modo, para l, los otros estn encerrados en la ilusin. Cierto que depende deellos, pero se venga estudindolos, especializado como est en los trasfondos de lossentimientos nobles. Su pereza, de una rara calidad, hace de l un autnticoliberado, perdido en un mundo de bobos y engaados. Sobre la renuncia, sabe muchoms que numerosas de vuestras obras esotricas. Para convenceros, no tenis ms queecharos a la calle... Pero no! Prefers los textos que preconizan la mendicidad. Ya queninguna consecuencia prctica acompaa vuestras meditaciones, no es de extraar queel ltimo de los pordioseros valga ms que vosotros. Es concebible el Buda fiel a susverdades y a su palacio? No se es liberado-vivo y propietario. Me rebelo contra lageneralizacin de la mentira, contra los que exhiben su pretendida salvacin y laapuntalan con una doctrina que no emana de sus profundidades. Desenmascararlos,

    hacerlos descender del pedestal en el que se han izado, ponerlos en la picota, es unacampaa a la que nadie debera permanecer indiferente. Pues a todo precio, es precisoimpedir a los que tienen demasiado buena conciencia vivir y morir en paz.

    Cuando hace un momento nos oponais lo absoluto, afectabais un airecillo profundo,inaccesible, como si os debatieseis en un mundo lejano, con una luz, con unas tinieblasque os pertenecen, dueos de un reino al que nadie fuera de vosotros podra abordar.Nos dispensis, a nosotros los mortales, unas pocas briznas de los grandesdescubrimientos que acabis de efectuar, algunos restos de vuestras prospecciones. Perotodas nuestras penas slo logran haceros soltar ese pobre vocablo fruto de vuestraslecturas, de vuestra docta frivolidad, dc vuestra nada libresca y de vuestras angustias deprestado.

    Lo absoluto: todos nuestros esfuerzos se reducen a minar la sensibilidad que conduce aello. Nuestra sabidura -o, ms bien, nuestra no-sabidura- lo repudia; relativista, nospropone un equilibrio, no en la eternidad, sino en el tiempo. El absoluto que evoluciona,esa hereja de Hegel, se ha convertido en nuestro dogma, nuestra trgica ortodoxia, lafilosofa de nuestros reflejos. Quien cree poder hurtarse a ella, da prueba de fanfarronerao ceguera. Arrinconados en la apariencia, a veces nos ocurre que abrazamos unasabidura incompleta, mezcla de sueo e imitacin. Si la India, para citar de nuevo aHegel, representa el sueo del espritu infinito, el sesgo de nuestro intelecto, as comoel de nuestra sensibilidad, nos obliga a concebir el espritu encarnado, limitado aencaminamientos histricos, el espritu sin ms, que no abarca el mundo, sino losmomentos del mundo, tiempo despedazado al que no escapamos ms que a tirones, ycuando traicionamos nuestras apariencias.Como la esfera de la conciencia se encoge en la accin, nadie que acte puede aspirar a

    lo universal, pues actuar es aferrarse a las propiedades del ser en detrimento del ser, auna forma de realidad en perjuicio de la realidad. El grado de nuestra liberacin se midepor la cantidad de empresas de las que nos hemos emancipado, tanto como por nuestracapacidad de convertir todo objeto en un no-objeto. Pero nada significa hablar deliberacin a partir de una humanidad apresurada que ha olvidado que no se podrareconquistar la vida ni gozar de ella sin haberla antes abolido.Respiramos demasiado pronto para poder aprehender las cosas en s mismas o paradenunciar su fragilidad. Nuestro jadeo las postula y las deforma, las crea y las desfigura,y nos encadena a ellas. Me agito, emito un mundo tan sospechoso como esa especulacinma que lo justifica, me desposo con el movimiento que me transforma en generador deser, en artesano de ficciones, mientras que mi verbo cosmognico me hace olvidar que

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    arrastrado por el torbellino de los actos no soy ms que un aclito del tiempo, un agentede universos caducos.Ahtos de sensaciones y de su corolario, el devenir, somos no-liberados por inclinacin y

    por principio, condenados selectos, presa de la fiebre de lo risible, husmeadores en esosenigmas superficiales a la medida de nuestro agobio y nuestra trepidacin.Si queremos recobrar nuestra libertad, lo que nos cuadra es deponer el fardo de lasensacin no reaccionar ya al mundo por medio de los sentidos, romper nuestros lazos.Empero, toda sensacin es lazo, el placer tanto como el dolor, la alegra como la tristeza.Slo se libera el espritu que, puro de todo contubernio con seres u objetos, se ejerce ensu vacuidad.Resistirse a la felicidad es algo que la mayora logra; la desdicha, en cambio, es insidiosade otro modo. La habis probado alguna vez? Nunca os saciaris de ella, la buscariscon avidez y, preferentemente, all dnde no est, y la proyectaris ah pues, sin ella,todo os parecera intil y sin brillo. Se encuentre donde se encuentre, expulsa el misterioy lo torna luminoso. Sabor y llave de las cosas, accidente y obsesin, capricho ynecesidad, os har amar la apariencia en lo que tiene de ms potente, de ms duradero y

    de ms cierto, y os atar a ella para siempre pues, intensa por naturaleza, es, comotoda intensidad, servidumbre, sujecin. Cmo alzarse hasta el alma indiferente ynula, hasta el alma desligada? Y cmo conquistar la ausencia, la libertad de la ausencia?Nunca figurar esta libertad entre nuestras costumbres, como tampoco el sueo delespritu infinito.Para identificarse con una doctrina venida de lejos, habra que adoptarla sinrestricciones: Cmo se compagina consentir en las verdades del budismo y rechazar latrasmigracin, base misma de la idea de renunciamiento? Y suscribir a los Vedas,aceptar la concepcin de la irrealidad de las cosas y comportarse como si existieran?Inconsecuencia inevitable para todo espritu educado en el culto de los fenmenos.Porque debemos confesarlo: tenemos el fenmeno en la sangre. Podemos despreciarlo oaborrecerlo, no por ello dejar de ser nuestro patrimonio, nuestro capital de muecas, el

    smbolo de nuestra crispacin en este mundo. Raza de convulsivos, en el centro mismode una broma de proporciones csmicas, hemos impreso en el universo los estigmas denuestra historia, y de esa iluminacin que invita a perecer tranquilamente nunca seremoscapaces. Hemos elegido desaparecer por nuestras obras, no por nuestros silencios:nuestro futuro se lee en la risotada de nuestros rostros, en nuestros rasgos de profetasmortecinos y afanosos. La sonrisa de Buda, esa sonrisa que flota sobre el mundo, noilumina nuestros rostros. A lo mximo, concebimos la dicha; nunca la felicidad, privilegiode las civilizaciones fundadas sobre la idea de salvacin, sobre la negativa a saborear susmales, a deleitarse en ellos; pero, sibaritas del dolor, retoos de una tradicinmasoquista, quin nos columpiar entre el Sermn de Benars y elHeautontimoroumenos? Soy la herida y el pual1: tal es nuestro absoluto, nuestraeternidad.En cuanto a nuestros redentores, venidos entre nosotros para nuestro mayor oprobio,

    amamos la nocividad de sus esperanzas y de sus remedios, la diligencia que ponen enfavorecer y exaltar nuestros males, el veneno que nos inoculan sus palabras de vida. Lesdebemos el ser expertos en el sufrimiento sin remedio. A qu tentacin, a qu extremosnos conduce la lucidez! Vamos a desertar de ella para refugiarnos en la inconsciencia?Cualquiera puede salvarse por medio del sueo, cualquiera tiene genio mientras duerme:no hay diferencias entre los sueos de un carnicero y los de un poeta. Pero nuestraclarividencia no podra tolerar que tal maravilla durase, ni que la inspiracin fuese puestaal alcance de todos; el da nos quita los dones que la noche nos dispensa. Slo el locoposee el privilegio de pasar sin roces de la existencia nocturna a la diurna: no hay

    1Verso del poema de Baudelaire Heautontimoroumenos (N. del T.).

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    distincin alguna entre sus sueos y sus vigilias. Ha renunciado a nuestra razn como elpordiosero a nuestros bienes. Los dos han encontrado la va que lleva fuera delsufrimiento y han resuelto todos nuestros problemas; y de este modo permanecen como

    modelos que no podemos seguir, como salvadores sin adeptos.Mientras hurgamos en nuestros males los de los otros no nos requieren menos. En lapoca de las biografas, nadie oculta sus llagas sin que intentemos destaparlas a la luzpblica; si no lo logramos, nos apartamos de ellos plenamente decepcionados. E inclusoaquel que acab en la cruz, no cuenta an ante nuestros ojos en modo alguno por habersufrido por nosotros, sino por haber sufrido sin ms y lanzado unos cuantos gritos tanprofundos como gratuitos. Pues lo que veneramos en nuestros dioses son nuestrasderrotas en hermoso.

    Abocados a formas degradadas de sabidura, enfermos de duracin (dure, T.), en luchacon esa tara que nos repele tanto como nos seduce, en lucha con el tiempo, estamosconstituidos de elementos todos los cuales concurren en hacer de nosotros rebeldesdivididos entre una mstica llamada que no tiene ningn lazo con la historia y un sueo

    sanguinario que es su smbolo y su nimbo. Si tuviramos un mundo nuestro, pocoimportara que fuese el de la piedad o el de la risotada! nunca lo tendremos, ya quenuestra posicin en la existencia se sita en el cruce de nuestras splicas y de nuestrossarcasmos, zona de impureza en la que se mezclan suspiros y provocaciones. Quien esdemasiado lcido para adorar lo ser igualmente para demoler, o no demoler ms quesus... rebeliones; pues de qu sirve rebelarse para encontrar de inmediato el universointacto? Monlogo irrisorio. Se subleva uno contra la justicia y contra la injusticia, contrala paz y la guerra, contra sus semejantes y contra los dioses. Despus, se llega a pensarque el ltimo viejo chocho es quiz ms sabio que Prometeo. Sin embargo, no se llega aahogar en uno mismo un grito de insurreccin, y se contina tronando a propsito detodo y de nada: automatismo lastimoso que explica por qu somos todos Luciferes deestadstica.

    Contaminados por la supersticin dcl acto, creemos que nuestras ideas deben realizarse.Qu hay ms contrario a la consideracin pasiva del mundo? Pero tal es nuestro destino:ser incurables queprotestan, panfletarios en un camastro.Nuestros conocimientos, como nuestras experiencias, deberan paralizarnos y hacernosindulgentes incluso para con la tirana, desde el momento en que representa unaconstante. Somos lo suficientemente clarividentes como para sentirnos tentados dedeponer las armas; el reflejo de la rebelin triunfa empero sobre nuestras dudas; yaunque podramos ser unos perfectos estoicos, el anarquista vela en nosotros y se oponea nuestras resignaciones.Jams aceptaremos la Historia: tal me parece ser el adagio de nuestra impotenciapara ser verdaderos sabios o verdaderos locos. Seremos figurones de la sabidura y dela locura? Hagamos lo que hagamos, respecto a nuestros actos estamos obligados a unaprofunda insinceridad.

    Evidentemente, un creyente se identifica hasta un cierto punto con lo que hace y con loque cree; no hay en l una divergencia importante entre su lucidez, por una parte, y susacciones y pensamientos por otra. Tal divergencia se ensancha desmesuradamente en elfalso creyente, en quien manifiesta convicciones sin adherirse a ellas. El objeto de su fees un sucedneo. Digmoslo sin ambages: mi rebelin es una fe que suscribo sin creer enella. Pero no puedo dejar de suscribirla. Nunca se meditar bastante la frase de Kirilovsobre Stavroguin: Cuando cree no cree que cree, y cuando no cree no cree que nocree.Ms an que el estilo, el ritmo mismo de nuestra vida est fundado sobre lahonorabilidadde la rebelin. Como nos repugna admitir la identidad universal, ponemosla individuacin, la heterogeneidad, como un fenmeno primordial. Pues bien, rebelarsees postular esa heterogeneidad, es concebirla de algn modo como anterior origen de los

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    seres y de los objetos. Si opongo la Unidad, la nica verdica, a la multiplicidad,necesariamente engaosa, si, en otros trminos, asimilo lo otro a un fantasma, mirebelin se vaca de sentido, ya que, para existir, debe partir de la irreductibilidad de los

    individuos, de su condicin de mnadas, de esencias circunscritas. Todo acto instituye yrehabilita la pluralidad, y, confiriendo a la persona realidad y autonoma, reconoceimplcitamente la degradacin, el despedazamiento de lo absoluto. Y es de ste, del acto,y del culto que le es anejo, de donde procede la tensin de nuestro espritu, y esanecesidad de estallar y de destruirnos en el corazn de la duracin (dure, T.). La filosofamoderna, instaurando la supersticin del yo., ha hecho de ella el resorte de nuestrosdramas y el pivote de nuestras inquietudes. Aorar el reposo en la indistincin, el sueoneutro de la existencia sin cualidades, no sirve de nada; nos hemos querido sujetos, ytodo sujeto es ruptura con la quietud de la Unidad. Quien se ataree en atenuar nuestrasoledad o nuestros desgarramientos va contra nuestros intereses y nuestra vocacin.Medimos el valor del individuo por la suma de sus desacuerdos con las cosas, por suincapacidad para ser indiferente, por su negativa a tender hacia el objeto. Y de aqu ladescalificacin de la idea de Bien, de aqu la boga del Diablo.

    Mientras vivamos rodeados dc terrores elegantes, nos acomodbamos muy bien a Dios.Cuando otros, ms srdidos, porque ms profundos, se apoderaron de nosotros,precisamos de otro sistema de referencias, de otro patrn. El Diablo era la figurapintiparada. Todo en l concuerda con la naturaleza de los acontecimientos de los que esagente y principio regulador: sus atributos coinciden con los del tiempo. Implormosle,pues, ya que, lejos de ser un producto de nuestra subjetividad, una creacin de nuestranecesidad de blasfemia o soledad, es el maestro de nuestras interrogaciones y denuestros pnicos, el instigador de nuestros desvaros. Sus protestas, sus violencias, nocarecen de equvocos: ese gran Triste es un rebelde que duda. Si fuera simple, de unasola pieza, no nos ataera; pero sus paradojas, sus contradicciones, son nuestras:acumula nuestras imposibilidades, sirve de modelo a nuestras rebeliones contra nosotrosmismos, al odio de nosotros mismos. La frmula del infierno? Es en esa forma de

    rebelin y de odio donde hay que buscarla, en el suplicio del orgullo derribado, en esasensacin dc ser una terrible cantidad desdeable, en los tormentos del yo, de eseyo por el que comienza nuestro fin...De todas las ficciones, la de la Edad de Oro es la que ms nos pasma: cmo ha podidorozar las imaginaciones? Y es para denunciarla y por hostilidad contra ella por lo que lahistoria, agresin del hombre contra s mismo, ha cobrado empuje y forma; de tal suerteque entregarse a la historia es aprender a sublevarse, a imitar al Diablo. Nunca loimitamos tan bien como cuando, a expensas de nuestro ser, emitimos tiempo, loproyectamos fuera y lo dejamos convertirse en sucesos. A partir de ahora, ya no habrtiempo: ese metafsico improvisado que es el ngel del Apocalipsis anuncia de estemodo el fin del Diablo, el fin de la Historia. De este modo, los msticos tienen razn debuscar a Dios en s mismos o en otra parte, salvo en este mundo del que hacen tablarasa, sin por ello rebajarse a la rebelin. Saltan fuera del siglo: locura de la que nosotros,

    cautivos de la duracin, somos raramente capaces. Si al menos fusemos tan dignos delDiablo como ellos lo son de Dios!

    Para persuadirse de que la rebelin goza de una honorabilidad indebida basta reflexionarsobre la manera en que se califica a los espritus ineptos para ella. Se les llamablandengues. Es casi cierto que estamos cerrados a toda forma de sabidura porque novemos en ella mas que una blandenguera transfigurada. Por injusta que sea unareaccin semejante, no puedo impedir sentirla para con el mismo taosmo. Aun sabiendoque recomienda el alejamiento y el abandono en nombre del absoluto y no de lacobarda, lo rechazo en el momento mismo en que creo haberlo adoptado; y si doy milveces razn a Lao-ts, sin embargo, comprendo mejor a un asesino. Entre la serenidad yla sangre, lo natural es inclinarse hacia la sangre. El asesinato supone y corona la

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    rebelin: quien ignora el deseo de matar, por mucho que profese opiniones subversivas,siempre ser un conformista.Sabidura y rebelin: dos venenos. Incapaces de asimilarlos ingenuamente, no

    encontramos en ninguno de los dos una frmula de salvacin. Sigue siendo cierto que enla aventura luciferina hemos adquirido una maestra que nunca poseemos en la sabidura.Para nosotros, la misma percepcin es sublevacin, comienzo de trance o de apopleja.Perdida de energa, voluntad de gastar nuestras disponibilidades. Rebelarse con cualquiermotivo comporta una irreverencia contra uno mismo, contra nuestras fuerzas. De dndesacaramos para la contemplacin ese derroche esttico, esa concentracin en lainmovilidad? Dejar las cosas tal como estn, mirarlas sin querer morderlas, percibir suesencia, nada ms hostil a la direccin de nuestro pensamiento; aspiramos, por elcontrario, a zarandearlas, a torturarlas, a prestarles nuestros furores. As debe ser:idlatras del gesto del juego y del delirio, gustamos de los que arriesgan el todo por eltodo, tanto en poesa como en filosofa. El Tao-te-kin va ms lejos que Une saison enenfero Ecce Homo. Pero Lao-ts no nos propone ningn vrtigo, en tanto que Rimbaud yNietzsche, acrbatas que se contorsionan en el punto extremo de s mismos, nos invitan

    a sus peligros. Slo nos seducen los espritus que se han destruido por haber querido darun sentido a sus vidas.

    No hay salida para quien juntamente rebasa el tiempo y se hunde en el para quienaccede sobresaltadamente a su ltima soledad y se ahnca, sin embargo, en laapariencia. Indeciso, tironeado, se arrastrar como un enfermo de la duracin, expuesto

    juntamente a la atraccin del futuro y de lo intemporal. Si creyendo al Maestro Eckhart,el tiempo tiene un olor, con mayor razn an debe tener uno la historia. Cmopermanecer insensible a l? En un plano ms inmediato, distingo la ilusin, la nulidad, lapodredumbre de la civilizacin; empero, me siento solidario de esa podredumbre: soyel fantico de una carroa. Guardo rencor a nuestro siglo por habernos subyugado hastael punto de acosarnos incluso en el momento en que nos separamos de l. Nada viable

    puede salir de una meditacin de circunstancias, de una reflexin sobre elacontecimiento. En otras edades ms felices, los espritus podan desvariar libremente,como si no perteneciesen a ninguna poca, emancipados como estaban del terror de lacronologa, abismados en un momento del mundo el cual, para ellos, se confunda con elmundo mismo. Sin inquietarse por la relatividad de su obra, se consagraban a ellaenteramente. Estupidez genial irremisiblemente pasada, exaltacin fecunda, en nadacomprometida por la conciencia descoyuntada. Adivinar todava lo intemporal y saber, sinembargo, que nosotros somos tiempo, que producimos tiempo, concebir la idea deeternidad y mimar nuestra nada; irrisin de la que emergen no slo nuestras rebeliones,sino tambin las dudas que tenemos a su respecto.Buscar el sufrimiento para evitar el rescate, seguir en direccin contraria el camino de laliberacin, tal es nuestra aportacin en materia de religin: iluminados biliosos, Budas yCristos hostiles a la salvacin, predicando a los miserables el encanto de su desdicha.

    Raza superficial, si se quiere. No por ello es menos indudable que nuestro primerantepasado nos ha dejado, por toda herencia, el horror al paraso. Dando un nombre alas cosas, preparaba su decadencia y la nuestra. Si quisiramos remediarla, nos harafalta comenzar por desbautizar el universo, por quitar la etiqueta que, superpuesta sobrecada apariencia, la realza y le presta un simulacro de sentido. Mientras, hasta nuestrasclulas nerviosas, todo en nosotros aborrece el paraso. Sufrir: nica modalidad deadquirir la sensacin de existir; existir: nica forma de salvaguardar nuestra perdicin.As ser en tanto que una cura de eternidad no nos haya desintoxicado del futuro, entanto que no nos hayamos acercado a ese estado en el que, segn un budista chino, elinstante vale diez mil aos.

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    Puesto que el absoluto corresponde a un sentido que no hemos sabido cultivar,entregumonos a todas las rebeliones: acabarn indudablemente por volverse contra smismas, contra nosotros mismos... Quiz entonces reconquistaremos nuestra supremaca

    sobre el tiempo; a menos que, muy por el contrario, queriendo escapar a la calamidad dela conciencia, no nos reunamos con las bestias, las plantas y los objetos, con esaestupidez primordial de la que, por culpa de la historia, hemos perdido hasta el recuerdo.

    Sobre una civilizacin exhausta

    El que pertenece orgnicamente a una civilizacin no sabra identificar la naturaleza delmal que la mina. Su diagnstico apenas cuenta; el juicio que formula sobre ella leconcierne; la trata con miramientos por egosmo.Ms despegado, ms libre, el recin llegado la examina sin clculo y capta mejor susdesfallecimientos. Si est perdida, l aceptar la necesidad de perderse tambin, deconstatar sobre ella y sobre s mismo los afectos del fatum. En cuanto a remedios, niposee ni propone ninguno. Como sabe que no se puede curarel destino, no se erige

    como saludador de nadie. Su nica ambicin: estar a la altura de lo Incurable...

    Ante la acumulacin de sus xitos, los pases de Occidente no necesitaron mucho trabajopara exaltar la historia, para atribuirle una significacin y una finalidad. Les perteneca,eran sus agentes: deba pues seguir una marcha racional... De este modo, la colocaronalternativamente bajo el patronazgo de la Providencia, de la Razn y del Progreso. Elsentido de la fatalidad les faltaba; comenzaron finalmente a adquirirlo, aterrados por laausencia que les acecha, por la perspectiva de su eclipse. De ser sujetos han pasado aobjetos, desposedos para siempre de esa irradiacin, de esa admirable megalomana,que hasta ahora los haba cerrado a lo irreparable. Son hoy tan conscientes de esto, quemiden la estupidez de un espritu por su grado de apego a los acontecimientos. Qu hayde ms normal, dado que los acontecimientos pasan en otra parte? Uno no se sacrifica

    ms que si conserva la iniciativa. Pero por poco que se guarde el recuerdo de una antiguasupremaca, an se suea con sobresalir, aunque no sea no ms que en el azoro.Francia, Inglaterra, Alemania, tienen su perodo de expansin y de locura tras ellas. Es elfin de lo insensato, el comienzo de las guerras defensivas. Ya no ms aventurascolectivas, no ms ciudadanos, sino individuos lvidos y desengaados, capaces todavade responder a una utopa, a condicin, sin embargo, de que venga de fuera, y de que nodeba tomarse la molestia de concebirla. Si antao moran por el sinsentido de la gloria,ahora se abandonan a un frenes reivindicador; la felicidad les tienta; es su ltimoprejuicio, del cual ese pecado de optimismo que es el marxismo toma su energa.Cegarse, servir, entregarse al ridculo o a la estupidez de una causa, otras tantasextravagancias de las que ya no son capaces. Cuando una nacin comienza a deslucirse,se orienta hacia la condicin de masa. Aunque dispusiese de mil Napoleones seguirarehusndose a comprometer su reposo o el de los otros. Con reflejos claudicantes, a

    quin aterrorizar y cmo? Si todos los pueblos estuviesen en el mismo grada defosilizacin o de cobarda se entenderan fcilmente: sucedera a la inseguridad lapermanencia de un pacto de cobardes... Apostar a la desaparicin de los instintosguerreros, creer en la generalizacin de la decrepitud o del idilio, el ver lejos, demasiadolejos: la utopa es presbicia de los pueblos viejos. Los pueblos jvenes, a los que repugnabuscarse la escapatoria de una ilusin, ven las cosas bajo el prisma de la accin: superspectiva es proporcionada a sus empresas. Sacrifican la comodidad a la aventura, ladicha a la eficacia, y no admiten la legitimidad de ideas contradictorias, la coexistencia dcposiciones antinmicas: qu otra cosa quieren sino disminuir nuestras inquietudes pormedio de... el terror y revigorizarnos triturndonos? Todos sus xitos les vienen de susalvajismo, pues lo que cuenta en ellos no son sus sueos, sino sus impulsos. Que seinclinan a una ideologa? Aviva su furor, hace valer su trasfondo brbaro y les mantiene

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    despiertos. Cuando los pueblos viejos adoptan una, les embota, mientras les dispensaesa pizca de fiebre que les permite creerse vivos de algn modo: ligero empujn de loilusorio...

    Una civilizacin no existe ni se afirma ms que por actos de provocacin. Que comienzaa sentar cabeza? Entonces, se pulveriza. Sus momentos son momentos temibles, durantelos cuales, lejos de almacenar sus fuerzas, las prodiga. vida de extenuarse, Francia seatare en derrochar las suyas; lo consigui, ayudada por su orgullo, su celo agresivo(acaso no ha hecho, en mil aos ms guerras que ningn otro pas?). Pese a su sentidodel equilibrio -incluso sus excesos fueron felices- no poda acceder a la supremaca msque con detrimento de su sustancia. Agotarse: hizo de ello cuestin de honor. Enamoradade la frmula, de la idea explosiva, del estrpito ideolgico, puso su genio y su vanidad alservicio de todos los acontecimientos ocurridos en estos diez ltimos siglos. Y, tras habersido la vedette, hela aqu resignada, temerosa, rumiando pesares y aprehensiones ydescansando de su esplendor, de su pasado. Huye de su rostro, tiembla delante delespejo... Las arrugas de una nacin son tan visibles como las de un individuo.Cuando se ha hecho una gran revolucin, ya no se hace estallar otra de la misma

    importancia. Si se ha sido durante largo tiempo rbitro del gusto, una vez perdido elpuesto ni siquiera se trata de reconquistarlo. Cuando se desea el anonimato, se harta unode servir de modelo, de ser seguido e imitado: de qu sirve mantener todava la fachadapara entregarse al universo?Francia conoce demasiado bien estas perogrulladas como para repetrselas. Nacin delgesto, nacin teatral, gustaba tanto de su papel como su pblico. Pero ya est harta,quiere retirarse del escenario, y no aspira ms que a los decorados del olvido.De que ha gastado su inspiracin y sus dones no cabe duda, pero sera injustoreprochrselo: tanto dara acusarla de haberse realizado cumplidamente. Las virtudesque hacan de ella una nacin privilegiada las ha embotado, a fuerza de cultivarlas, dehacerlas valer, y no es por falta de ejercicio por lo que sus talentos palidecen hoy y seborran. Si el ideal del bien-vivir (mana de las pocas declinantes) la acapara, la

    obsesiona, la solicita nicamente, es que ya no es ms que un hombre para una totalidadde individuos, una sociedad ms bien que una voluntad histrica. Su asco por susantiguas ambiciones de universalidad y de omnipresencia alcanza tales proporciones queslo un milagro puede salvarla de un destino provinciano.Desde que ha abandonado sus designios de dominio y conquista, la murria, hastogeneralizado, la mina. Azote de las naciones en franca defensiva, devasta su vitalidad;mejor que precaverse de ella, la sufren y se habitan hasta el punto de no poder pasarsesin ella. Entre la vida y la muerte, encontrarn siempre suficiente espacio paraescamotear una y otra, para evitar vivir y para evitar morir. Cadas en una catalepsia,soando con un statu quo eterno, cmo reaccionarn contra la oscuridad que las asedia,contra el avance de las civilizaciones opacas?

    Si queremos saber lo que ha sido un pueblo y por qu es indigno de su pasado, no

    tenemos ms que examinar las figuras que ms lo marcaron. Lo que fue Inglaterra, losretratos de sus grandes hombres lo dicen suficientemente. Qu arrobo contemplar, en laNational Gallery, esas cabezas viriles, a veces delicadas, la ms a menudo monstruosas,la energa que se desprende de ellas, la originalidad de los rasgos, la arrogancia y lasolidez de la mirada! Despus, al pensar en la timidez en el buen sentido, en la correccinde los ingleses de hoy, comprendemos porqu no saben ya interpretar a Shakespeare,porqu lo vuelven soso y lo emasculan. Estn tan alejados de l como deberan estarlo deEsquilo los griegos tardos. Ya no hay nada de isabelismo en ellos: emplean lo que lesqueda de carcter en salvar las apariencias, en cuidar la fachada. Siempre se pagacaro haber tomado la civilizacin en serio, haberla asimilado excesivamente.Quin ayuda a la formacin de un imperio? Los aventureros, los brutos los bribones,todos los que carecen del prejuicio del hombre. Al salir de la Edad Media, Inglaterra,

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    desbordante de vida, era feroz y triste; ninguna preocupacin de honorabilidad vena aturbar su afn de expansin. Emanaba de ella esa melancola de la fuerza tancaracterstica de los personajes shakesperianos. Pensemos en Hamlet, ese pirata

    soador: sus dudas no alteran su fogosidad: nada hay en l de la debilidad de unrazonador. Sus escrpulos? Los crea por derroche de energa, por gusto del xito, por latensin de una voluntad inagotablemente enferma. Nadie fue ms liberal, ms generosocon sus propios tormentos, ni los prodig tanto. Lujuriantes ansiedades! cmo losingleses actuales se alzaran hasta ellas? Por lo dems, tampoco lo pretenden. Su ideal esel hombre como es debido: se acercan a l peligrosamente. Aqu tenemos a la nicanacin, poco ms o menos, que en un universo desmelenado se obstina todava en tenerestilo. La ausencia de vulgaridad toma all dimensiones alarmantes: ser impersonalconstituye un imperativo, hacer bostezar al otro, una ley. A fuerza de distincin y desosera. El ingls se hace ms y ms impenetrable y desconcierta por el misterio que sele supone a despecho de la evidencia.Reaccionando contra su propio fundamento, contra sus maneras de antao, minado porla prudencia y la modestia, se ha forjado un comportamiento, una regla de conducta que

    deba apartarla de su genio. Dnde estn sus manifestaciones de descaro y de soberbia,sus desafos, sus arrogancias de antao? El romanticismo fue el ltimo sobresalto de suorgullo. Despus, circunspecto y virtuoso, permite que se desperdigue la herencia decinismo y de insolencia de la que se le supona tan orgulloso. En vano se buscaran lashuellas del brbaro que fue: todos sus instintos estn yugulados por su decencia. Enlugar de azotarle, de estimular sus locuras, sus filsofos le han empujado hacia el callejnsin salida de la felicidad. Decidido a ser feliz, acaba por serlo. Y de su felicidad, exenta deplenitud, de riesgo, de toda sugestin trgica, ha hecho esa mediocridad envolvente de laque gozar para siempre. Hay que asombrarse de que se haya convertido en elpersonaje que imit el norte, un modelo, un ideal para vikingos marchitos? Mientras erapoderoso, se le detestaba y se le tema; ahora, se le comprende; pronto se le amar... Yano es una pesadilla para nadie. Se prohbe el exceso y el delirio, se ve en ellos una

    aberracin o una descortesa. Qu contraste entre sus antiguos desbordamientos y lasabidura que hoy frecuenta! Slo a precio de grandes abdicaciones llega un pueblo a sernormal.

    Si el sol y la luna se pusiesen a dudar, se apagaran de inmediato (Blake). Europaduda desde hace mucho..., si su eclipse nos turba Americanos y Rusos lo contemplan, oracon serenidad, ora con alegra.Amrica se yergue ante el mundo como una nada impetuosa, como una fatalidad sinsustancia. Nada la preparaba para la hegemona; tiende, sin embargo, hacia ella, no sinalguna vacilacin. Al revs que otras naciones, que tuvieron que pasar por toda una seriede humillaciones y derrotas, no ha conocido hasta ahora ms que la esterilidad de unasuerte ininterrumpida. Si, en lo futuro, todo le sale igual de bien su aparicin habr sidoun accidente sin trascendencia. Los que presiden sus destinos, los que se toman a pecho

    sus intereses, deberan prepararla malos das; para dejar de ser monstruo superficial,una prueba de envergadura le es necesaria. Quiz no est ya lejos. Tras haber vividohasta ahora fuera del infierno, se dispone a descender a l. Si se busca un destino, loencontrar ms que en la ruina de todo lo que fue su razn de ser.En lo que respecta a Rusia no se puede examinar su pasado sin experimentar unestremecimiento un espanto de calidad. Pasado sordo, lleno de espera, de ansiedadsubterrnea, pasado de topos iluminados. La irrupcin de los rusos har temblar a lasnaciones; por el momento, han introducido ya el absoluto en poltica. Es el desafo quearrojan a una humanidad recomida de dudas y a la que no dejarn de dar el golpe dcgracia. Si nosotros ya no tenemos alma, ellos tienen para dar y tomar. Cerca de susorgenes, de ese universo afectivo en el que el espritu se adhiere an al suelo, a lasangre, a la carne, ellos sienten lo que piensan; sus verdades, como sus errores, son

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    sensaciones, estimulantes, actos. De hecho, no piensan: estallan. Todava en el estadioen que la inteligencia no atena ni disuelve las obsesiones, ignoran los efectos nocivos dela reflexin, como son puntos extremos de la conciencia en que sta se convierte en

    factor de desarraigamiento y de anemia. Pueden, pues, arrancar tranquilamente. Conqu tienen que enfrentarse, ms que con un mundo linftico? Nada ante ellos, nada vivocon lo que puedan chocar, ningn obstculo: acaso no fue uno de ellos quien fue elprimero en emplear, en pleno siglo XIX, la palabra cementerio, a propsito deOccidente? Pronto llegarn en masa para visitar su carroa. Sus pasos son yaperceptibles para los odos delicados. Quin podra oponer, a sus supersticiones enmarcha, aunque no fuera ms que un simulacro de certeza?Desde el siglo de las Luces, Europa no ha dejado de zapar sus dolos en nombre de laidea de tolerancia; al menos, mientras era poderosa, crea en esa idea y peleaba en sudefensa. Sus mismas dudas no eran sino convicciones disfrazadas; como atestiguaban sufuerza, tena el derecho de reclamarse de ellas y el medio de infligirlas; ahora ya no sonms que sntomas de enervamiento, vagos sobresaltos de instinto atrofiado.La destruccin de los dolos arrastra la de los prejuicios. Pues bien, los prejuicios

    -aficiones orgnicas de una civilizacin- aseguran su duracin y conservan su fisonoma.Debe respetarlos, si no todos, por lo menos los que le son propios y los cuales, en elpasado, tenan para ella la importancia de una supersticin o un rito. Si los tiene porpuras convenciones, se desprender de ellos ms y ms, sin poder reemplazarlos por suspropios medios, Que dedic un culto al capricho, a la libertad, al individuo? Conformismode buena ley. Que cese de plegarse a l y capricho, libertad e individuo se convertirn enletra muerta.Un mnimo de inconsciencia es indispensable si quiere uno mantenerse en la historia.Actuar es una cosa; saber que se acta, otra. Cuando la clarividencia informa el acto sedeshace y, con l, el prejuicio, cuya funcin consiste precisamente en subordinar, ensometer la conciencia al acto. Quien desenmascara sus ficciones, renuncia a sus resortesy como a s mismo. Tambin aceptar otros que le negarn, porque no habrn surgido de

    su propio fondo. Ninguna persona preocupada por su equilibrio debera ir ms all de uncierto grado de lucidez y anlisis. Cunto ms cierto es esto de una civilizacin, que setambalea a poco que denuncie los errores que permitieron su crecimiento y su brillo, porpoco que ponga en cuestin sus verdades!No se abusa sin riesgo de la facultad de dudar. Cuando cl escptico no extrae de susproblemas y sus interrogaciones ninguna virtud activa, se aproxima a su desenlace, qudigo? lo busca, corre hacia l: que otro zanje sus incertidumbres, que otro le ayude asucumbir! No sabiendo qu uso hacer de sus inquietudes y de su libertad, piensa connostalgia en el verdugo, incluso le llama. Los que no han encontrado respuesta a nadasoportan mejor los efectos de la tirana que los que han encontrado respuesta a todo. Yas sucede que, para morir, los diletantes arman menos jaleo que los fanticos. Durantela Revolucin, ms de uno de los primeros afront el cadalso con la sonrisa en los labios;cuando lleg el turno de los jacobinos subieron a l preocupados y sombros: moran en

    nombre de una verdad, de un prejuicio. Hoy, miremos hacia donde miremos, no vemosms que sucedneos de verdad, de prejuicio; aquellos a los que falta hasta esesucedneo, parecen ms serenos, pero su sonrisa es maquinal: un pobre, un ltimoreflejo de elegancia...

    Ni rusos ni americanos estaban lo bastante maduros, ni intelectualmente lo bastantecorrompidos para salvar a Europa o rehabilitar su decadencia. Los alemanes,contaminados de otro modo, hubieran podido prestarle un simulacro de duracin, un tintede porvenir. Pero, imperialistas en nombre de un sueo obtuso y de una ideologa hostil atodos los valores surgidos en el Renacimiento, deban cumplir su misin al revs yecharlo a perder todo para siempre. Llamados a regir el continente, a darle unaapariencia de mpetu, aunque no fuera ms que por unas cuantas generaciones (el siglo

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    XX hubiera debido ser alemn, en el sentido en que el XVIII fue francs), se le arreglarontan torpemente que apresuraron su desastre. No contentos de haberlo zarandeado ypuesto patas arriba, se lo regalaron, adems, a Rusia y Amrica, pues es para stas para

    quien supieron tan bien guerrear y hundirse. De este modo, hroes por cuenta de otros,autores de un trgico zafarrancho, han fracasado en su tarea, en su verdadero papel.Despus de haber meditado y elaborado los temas del mundo moderno, y producido aHegel y Marx, hubiera sido su deber ponerse al servicio de una idea universal, no de unavisin de tribu. Y, sin embargo, esta misma visin, por grotesca que fuese, testimoniabaa su favor acaso no revelaba que slo ellos, en Occidente, conservaban algunos restosde barbarie, y que eran todava capaces de un gran designio o de una vigorosa insana?Pero ahora sabemos que no tienen ya el deseo ni la capacidad de precipitarse hacianuevas aventuras, que su orgullo, al haber perdido su lozana, se debilita como ellos, yque, ganados a su vez por el encanto del abandono, aportarn su modesta contribucinal fracaso general.Tal cual es, Occidente no subsistir indefinidamente: se prepara para su fin, no sinconocer un perodo de sorpresas ... Pensemos en lo que ocurri entre los siglos V y X.

    Una crisis mucho ms grave le espera; otro estilo se dibujar, se formarn pueblosnuevos. Por el momento, afrontemos el caos. La mayora ya se resigna a l. Invocando lahistoria con la idea de sucumbir a ella, abdicando en nombre del futuro, suean, pornecesidad de esperar contra s mismos, con verse remozados, pisoteados, salvados...Un sentimiento semejante haba llevado a la antigedad a ese suicidio que era lapromesa cristiana.El intelectual fatigado resume las deformidades y los vicios de un mundo a la deriva. Noacta: padece; si se vuelve hacia la idea de tolerancia, no encuentra en ella el excitanteque necesita. Es el terror quien se lo proporciona, lo mismo que las doctrinas de las quees desenlace. Que l es la primera vctima? No se quejar. Slo le sucede la fuerza quele tritura. Querer ser libre es querer ser uno mismo; pero l ya est harto de ser lmismo, de caminar en lo incierto, de errar a travs de las verdades. Ponedme las

    cadenas de la Ilusin, suspira, mientras dice adis a las peregrinaciones delConocimiento. As se lanzar de cabeza en cualquier mitologa que le asegure laproteccin y la paz del yugo. Declinando el honor de asumir sus propias ansiedades, secomprometer en empresas de las que obtendr sensaciones que no sabra conseguir des mismo, de suerte que los excesos de su cansancio reforzarn las tiranas. Iglesias,ideologas, policas, buscad su origen en el horror que alimenta por su propia lucidezmejor que en la estupidez de las masas. Este aborto se transforma, en nombre de unautopa de pacotilla, en enterrador del intelecto y, persuadido de hacer un trabajo til,prostituye el estupidizaos2, divisa trgica de un solitario.Iconoclasta despechado, de vuelta de la paradoja y de la provocacin, en busca de laimpersonalidad y de la rutina, semi-prosternado, maduro para el tpico, abdica de susingularidad y se une de nuevo a la turba. Ya no tiene nada que derribar, ms que a smismo: ltimo dolo para combatir... Sus propios restos le atraen. Mientras los

    contempla, modela la figura de nuevos dioses o yergue de nuevo los antiguos,bautizndolos con un nuevo nombre. A falta de poder mantener todava la dignidad deser difcil, cada vez menos inclinado a sopesar las verdades, se contenta con las que se leofrecen. Subproducto de su yo, va demoledor reblandecido- a reptar ante los altares o loque ocupe su lugar. En el templo o en el mitin, su sitio est donde se canta, donde setapa la voz, ya no se oye. Parodia de creencia? Poco le importa, ya que l tampocoaspira a nada ms que a desistir de s mismo. Su filosofa desemboca en un estribillo, suorgullo se hunde en un Hosanna!

    2Abtissez vous, frase de Blas Pascal. (N. del T.).

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    Seamos justos: en el punto en que estn las cosas qu otra cosa podra hacer? Elencanto y la Originalidad de Europa residen en la acuidad de su espritu crtico, en suescepticismo militante, agresivo; este escepticismo ha concluido su poca. De este modo

    el intelectual, frustrado de sus dudas, se busca las compensaciones del dogma. Llegado alos confines del anlisis, aterrado de la nada que all descubre, vuelve sobre sus pasos eintenta agarrarse a la primera certidumbre que pasa; pero le falta ingenuidad paraadherirse a ella plenamente; a partir de entonces, fantico sin convicciones, ya no es msque un idelogo, un pensador hbrido, como se encuentran en todos los perodos detransicin. Participando de dos estilos diferentes es, por la forma de su inteligencia,tributario de lo que desaparece, y, por las ideas que defiende, de lo que se perfila. A finde comprenderle mejor, imaginmonos un San Agustn convertido a medias, flotando yzigzagueando, y que no hubiera tomado del cristianismo ms que el odio al mundoantiguo. Acaso no estamos en una poca simtrica de la que vio nacer La Ciudad deDios? Difcilmente puede concebirse libro ms actual. Hoy como entonces, los espritusnecesitan una verdad sencilla, una respuesta que los libre de sus interrogantes, unevangelio, una tumba.

    Los momentos de refinamiento recelan un principio de muerte: nada ms frgil que lasutileza. El abuso de ella lleva a los catecismos, conclusin de los juegos dialcticos,debilitamiento de un intelecto al que el instinto ya no asiste. La filosofa antigua,enmaraada en sus escrpulos, haba pese a ella misma abierto el camino a lossimplismos barriobajeros; las sectas religiosas proliferaban; a las escuelas sucedieron loscultos. Una derrota anloga nos amenaza: ya hacen estragos las ideologas, mitologasdegradadas que van a reducirnos, a anularnos. El fasto de nuestras contradicciones nonos ser posible mantenerlo ya largo tiempo. Son numerosos los que se disponen avenerar cualquier dolo y a servir a cualquier verdad, siempre que una y otra les seaninfligidas y que no deban aportar el esfuerzo de elegir su vergenza o su desastre.Sea cual sea el mundo futuro, los occidentales desempearn en l el papel de losgraeculien el imperio romano. Buscados y despreciados por el nuevo conquistador, no

    tendrn, para imponerse a l, ms que los malabarismos de su inteligencia y elmaquillaje de su pasado. Ya se distinguen en el arte de sobrevivir. Sntomas deacabamiento por doquiera: Alemania ha dado su medida en la msica: cmo creer quedescollar en ella todava? Ha gastado los recursos de su profundidad, como Francia losde su elegancia. Una y otra -y, con ellas, toda esa parte del mundo- estn en quiebra, lams prestigiosa desde la antigedad. Vendr despus la liquidacin: perspectiva nodesdeable, respiro cuya duracin no se deja evaluar fcilmente, perodo de facilidad enel que cada uno, ante la liberacin finalmente llegada, estar feliz de tener tras de s lastorturas de la esperanza y de la espera.

    En medio de sus perplejidades y sus apatas, Europa guarda, sin embargo, unaconviccin, slo una, de la que por nada del mundo consentira separarse la de tener unporvenir de vctima, de sacrificada. Firme e intratable por una vez, se cree perdida,

    quiere estarlo y lo est. Por otra parte acaso no le han enseado desde hace mucho quenuevas razas vendran a reducirla y humillarla? En el momento en que pareca en plenoauge, en el siglo XVIII, el abate Galiani constataba ya que estaba en su declive y se loanunciaba. Rousseau, por su parte, vaticinaba: Los trtaros se convertirn en nuestrosamos: esta revolucin me parece infalible. Deca la verdad. Por lo que respecta al siglosiguiente, es conocida la clebre frase de Napolen sobre los cosacos y las angustiasprofticas de Tocqueville, de Michelet o de Renn. Estos presentimientos han tomadocuerpo, estas intuiciones pertenecen ahora a las pertenencias de lo vulgar. No se abdicade un da para otro: es precisa una atmsfera de retroceso cuidadosamente fomentada,una leyenda de derrota. Esta atmsfera est creada, como la leyenda. Y lo mismo que losprecolombinos, preparados y resignados a sufrir la invasin de los conquistadoreslejanos, deban resquebrajarse cuando estos llegaron, igualmente los occidentales,

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    demasiado instruidos, demasiado penetrados de su servidumbre futura, no emprendern,sin duda, nada para conjurarla. No tendran, por otra parte, ni los medios ni el deseo, nila audacia. Los cruzados, convertidos en jardineros, se han desvanecido de esa

    posteridad casera en la que ya no queda ninguna huella de nomadismo. Pero la historiaes nostlgica del espacio y horror del hogar, sueo vagabundo y necesidad de morirlejos..., por la historia es precisamente lo que ya no vemos en torno nuestro.Existe una saciedad que instiga al descubrimiento, a la invencin de mitos, mentirasinstigadoras dc acciones: es ardor insatisfecho, entusiasmo mrbido que se transformaen sano en cuanto se fija en un objetivo existe otra que disociando al espritu de suspoderes y a la vida de sus resurtes, empobrece y reseca. Hipstasis caricaturesca delhasto, deshace los mitos o falsea su empleo. Una enfermedad, en resumen. Quien quieraconocer sus sntomas y su gravedad, se equivocara en ir a buscarlos lejos: que seobserve a s mismo, que descubra hasta qu punto de Oeste le ha marcado ...

    Si la fuerza es contagiosa, la debilidad no lo es menos: tiene sus atractivos; no es fcilresistrsele. Cuando los dbiles son legin, os encantan os aplastan: cmo luchar contra

    un continente de ablicos? Dado que el mal de la voluntad es adems agradable, uno seentrega a l gustoso. Nada ms dulce que arrastrarse al margen de los acontecimientos;y nada ms razonable. Pero sin una fuerte dosis de demencia, no hay iniciativa alguna, niempresa, ni gesto. La razn: herrumbre de nuestra vitalidad. Es el loco que hay ennosotros el que nos obliga a la aventura; si nos abandona, estamos perdidos: todo deende de l, incluso nuestra vida vegetativa; es l quien nos invita a respirar, quien nosfuerza a ello, y es tambin l quien empuja a la sangre a pasearse por nuestras venas.Si se retira, nos quedamos solos! No se puede ser normal y vivo a la vez. Si memantengo en posicin vertical y me dispongo a ocupar el instante venidero, si, en suma,concibo un futuro, es a causa de un afortunado desarreglo de mi espritu. Subsisto yacto en la medida en que desvaro, en que llevo a bien mis divagaciones. En cuanto mevuelvo sensato, todo me intimida: me deslizo hacia la ausencia, hacia manantiales que no

    se dignan afluir, hacia esa postracin que la vida debi conocer antes de concebir elmovimiento, accedo a fuerza de cobarda al fondo de las cosas, completamentearrinconado hacia un abismo en el que nada puedo hacer, ya que me asla del futuro. Unindividuo, tal como un pueblo o un continente, se extingue cuando le repugnan losdesignios y los actos irreflexivos, cuando, en lugar de arriesgarse, y precipitarse hacia elser, se refugia en l, retrocede a l: metafsica de la regresin, del ms ac, retrocesohacia lo primordial! En su terrible ponderacin, Europa se rechaza a s misma, el recuerdode sus impertinencias y sus bravatas, y hasta esapasin de lo inevitable ltimo honor dela derrota. Refractaria a toda forma de exceso, a toda forma de vida, deliberar siempre,incluso despus de haber dejado de existir: acaso no hace ya el efecto de un concilibulode espectros?Recuerdo a un pobre diablo que, todava acostado a una hora avanzada de la maana,se diriga a si mismo, en un tono imperativo: Quiere! Quiere!. La comedia se repeta

    todos los das: se impona una tarea que no poda cumplir. Por lo menos, actuando contrael fantasma que era, despreciaba las delicias de su letargia. No podra decirse otro tantode Europa: habiendo descubierto, en el lmite de sus esfuerzos, el reino del no-querer, sellena de jbilo, porque ahora sabe que su prdida encubre un principio de voluptuosidad yse propone aprovecharse de l. El abandono la embriaga y la colma. Que el tiempocontina fluyendo? Ella no se alarma; que se ocupen los otros; es asunto suyo: noadivinan qu alivio puede hallarse en arrellanarse en un presente que no conduce aninguna parte ...Vivir aqu es la muerte; en otra parte el suicidio. A dnde ir? La nica parte del planetaen que la existencia pareca tener alguna justificacin ha sido alcanzada por la gangrena.Estos pueblos archicivilizados son nuestros proveedores de desesperacin. Paradesesperarse basta, en efecto, mirarles, observar los procesos de su espritu y la

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    indigencia de sus apetencias menguadas y casi apagadas. Despus de haber pecadodurante tan largo tiempo contra su origen y desdeado al salvaje y la horda -su punto departida-, forzoso le es constatar que ya no hay en ellos una sola gota de sangre huna.

    El historiador antiguo que deca de Roma que no poda soportar ni sus vicios ni losremedios para stos, ms que definir su poca, anticipaba la nuestra. Grande era, sinduda, la fatiga del Imperio, pero, desordenada e inventiva, saba todava, comocontrapartida, cultivar el Cinismo, el fasto y la ferocidad, mientras que la que ahoracontemplamos no posee, en su rigurosa mediocridad, ninguno de los prestigios queilusionan. Demasiado flagrante, demasiado cierta, evoca un mal cuyo ineluctableautomatismo tranquilizase paradjicamente al paciente y al mdico: agona en la formacorrecta y debida, exacta como un contrato, agona estipulada, sin caprichos nidesgarramientos, a la medida de pueblos que, no contentos con haber rechazado losperjuicios que estimulan la vida, rechazan adems el que la justifica y la funda: elprejuicio del porvenir.Entrada colectiva en la vacuidad! Pero no nos engaemos: esta vacuidad,completamente diferente de la que el budismo califica de sede de la verdad, no es ni

    realizamiento ni liberacin, ni positividad expresada en trminos negativos, ni tampocoesfuerzo de meditacin, voluntad de despojamiento y de desnudez, conquista desalvacin, sino deslizamiento sin nobleza y sin pasin. Originada por una metafsicaanmica, no sabra ser la recompensa de una investigacin o el coronamiento de unainquietud. El Oriente avanza hacia la suya florece en ella y triunfa, mientras que nosotrosnos enfangamos en la nuestra y perdemos, en ella, nuestros ltimos recursos.Decididamente, todo se degrada y se corrompe en nuestras conciencias: incluso el vacoes en ellas impuro.

    Tantas conquistas, adquisiciones, ideas, dnde se perpetuarn? En Rusia? En Amricadel Norte? Una y otra han sacado ya las consecuencias de lo peor de Europa... AmricaLatina? frica del Sur? Australia? Parece que es por este lado por donde debe esperarse

    el relevo. Relevo caricaturesco.El futuro pertenece a las barriadas perifricas del globo.

    Si, en el orden del espritu, queremos ponderar los xitos desde el Renacimiento hastanosotros, los de la filosofa no nos entretendrn, pues la filosofa occidental en nadaprevalece sobre la griega, la hind o la china. Todo lo ms vale tanto como ellas enalgunos puntos. Como no representa mas que una variedad del esfuerzo filosfico engeneral podra uno en rigor, pasarse sin ella y oponerle las meditaciones de un Sankara,de un Lao-ts, de un Platn. No sucede lo mismo con la msica, esa gran excusa delmundo moderno, fenmeno sin paralelo en ninguna otra tradicin: dnde encontrar enotra parte el equivalente de un Monteverdi, de un Bach, de un Mozart? Gracias a ella,Occidente revela su fisonoma y alcanza su profundidad. Si bien no ha creado ni unasabidura ni una metafsica que le fueran absolutamente propias, ni siquiera una poesa

    de la que pueda decirse que es incomparable, ha proyectado como contrapartida, en susproducciones musicales, toda su fuerza de originalidad, su sutileza, su misterio y sucapacidad de lo inefable. Ha podido amar la razn hasta la perversidad; su verdaderogenio fue, sin embargo, un genio afectivo. El mal que ms le honra? La hipertrofia delalma.Sin la msica no hubiera producido ms que un estilo vulgar de civilizacin, previsto...Cuando presente su balance, slo ella testimoniar que no se ha derrochado en vano,que haba verdaderamente algo que perder.

    A veces, le sucede al hombre el escaparse de las persecuciones del deseo, de la tiranadel instinto de conservacin. Halagado por la perspectiva de decaer, zapa su voluntad, seejerce en la apata, se yergue contra s mismo y llama en su auxilio a su genio malo.

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    Atareado, presa de mil actividades que lo daan, descubre un dinamismo cuyo atractivono haba sospechado, el dinamismo de la descomposicin. Se siente muy orgulloso: porfin va a poder renovarse a sus expensas.

    En lo ms ntimo de los individuos, como de las colectividades, habita una energadestructora que les permite desplomarse con cierto bro: exaltacin cida, euforia delaniquilamiento! Entregndose a l, esperan, sin duda, curarse de esa enfermedad que esla conciencia. De hecho, todo estado consciente nos desazona, nos extena, conspira ennuestro desgaste; cuanto ms dominio adquiere sobre nosotros, ms nos gustarareintegrarnos a la noche que preceda nuestras vigilias, hundirnos en la modorra quepreceda a las maquinaciones, al atentado del Yo. Aspiracin de espritus exhaustos y queexplica por qu, en ciertas pocas, el individuo, exasperado de tropezar siempre consigomismo, de remachar su diferencia, se vuelve hacia esos tiempos en los que, unido con elmundo, no haba abandonado todava a los restantes seres ni degenerado en hombre.Avidez y horror de la conciencia, la historia traduce juntamente el deseo de un animallisiado de cumplir su vocacin y el temor de lograrlo. Temor justificado: qu desgracia leespera al final de su aventura! Acaso no vivimos en uno de esos momentos en los que,

    sobre un espacio dado, nos hace asistir a su ltima metamorfosis?

    Cuando paso revista a los mritos de Europa, me enternezco con ella y me reprochohablar mal de ella; si, por el contrario, enumero sus desfallecimientos, la rabia meestremece. Me gustara entonces que se dislocase lo antes posible y que su recuerdodesapareciese. Pero, otras veces, evocando sus ttulos y sus vergenzas, no s de qulado inclinarme: la amo con pesar, la amo con ferocidad, y no le perdono habermeforzado a sentimientos entre los que no me est permitido elegir. Si al menos pudieracontemplar con indiferencia la delicadeza, los prestigios de sus llagas! Como un juego, heaspirado a hundirme con ella y he sido atrapado por el juego. Ningn esfuerzo me parecedemasiado grande para apropiarme esa gracia que fue suya y de la que an conservaalgunos vestigios, para revivirla, para perpetuar su secreto.

    Vano intento! -Un hombre de las cavernas embarazado por los encajes...El espritu es un vampiro. Que ataca a una civilizacin? La deja postrada, deshecha, sinaliento, sin el equivalente espiritual de la sangre, la despoja de su sustancia, as como deese impulso que la arrastraba a actos y escndalos de envergadura. Comprometida en unproceso de deterioro del que nada la distrae, nos ofrece la imagen de nuestros peligros yla mueca de nuestro futuro: es nuestro vaco, es nosotros; y encontramos en ellanuestras insuficiencias y nuestros vicios, nuestra voluntad insegura y nuestros instintospulverizados. El miedo que nos inspira es miedo de nosotros mismos! Y si, al igual queella, yacemos postrados, deshechos, sin aliento, es porque hemos conocido y sufrido,nosotros tambin, el vampirismo del espritu.

    Aunque nunca hubiera adivinado lo irreparable, una ojeada sobre Europa hubiera

    bastado para darme su escalofro. Preservndome de lo vago, justifica, atiza y halaga misterrores, y cumple para m la funcin asignada al cadver en la meditacin del monje.En su lecho de muerte, Felipe II hizo venir a su hijo y le dijo: He aqu dnde acabatodo, incluso la monarqua. En la cabecera de esta Europa, no se qu voz me advierte:He aqu dnde acaba todo, incluso la civilizacin.

    De qu sirve polemizar con la nada? Ya es hora de serenarnos, de triunfar sobre lafascinacin de lo peor. No todo est perdido: quedan los brbaros. De dnde surgirn?No importa. Por el momento, bstenos saber que su arrancada no se har esperar, quemientras se preparan para festejar nuestra ruina meditan sobre los medios para volver aerguirnos, para poner punto final a nuestros raciocinios y a nuestras frases. Alhumillarnos, al pisotearnos, nos prestarn la suficiente energa para ayudarnos a morir o

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    a renacer. Que vengan a azotar nuestra palidez, a revigorizar nuestras sombras que nostraigan de nuevo la savia que nos ha abandonado. Marchitos, exanges, no podemosreaccionar contra la fatalidad: los agonizantes no se agremian ni se amotinan. Cmo

    contar, pues, con el despertar, con las cleras de Europa? Su suerte, y hasta susrebeliones, se decretan en otra parte. Cansada de durar, de dialogar consigo misma, esun vaco hacia el que se movilizarn pronto las estepas... otro vaco, un vaco nuevo.

    Pequea teora del destino

    Ciertos pueblos, como el ruso y el espaol, estn tan obsesionados por s mismos que seerigen en nico problema: su desarrollo, en todo punto singular, les obliga replegarsesobre su serie de anomalas, sobre el milagro o insignificancia de su suerte.Los comienzos literarios de Rusia fueron, en el siglo pasado, una especie de apogeo, dexito fulgurante que no poda dejar de turbarla: es natural que fuera una sorpresa para smisma y que exagerase su importancia. Los personajes de Dostoyewski la ponen en elmismo plano que a Dios, puesto que el modo de interrogacin aplicado a Este lo aplican

    tambin a aqulla: hay que creer en Rusia?, hay que negarla?, existe realmente o noes ms que un pretexto? Interrogarse de tal modo es plantear, en trminos teolgicos,un problema local. Pero, justamente para Dostoyewski, Rusia, lejos de ser un problemalocal, es un problema universal, del mismo modo que la existencia de Dios. Tal proceso,abusivo y exorbitado, no era posible ms que en un pas cuya evolucin anormal tuvieramateria para maravillar o desconcertar a los espritus. No se imagina fcilmente a uningls preguntndose si Inglaterra tiene sentido o no, o asignndole, con fuerza, unaretrica, una misin: sabe que es ingls y eso le basta. La evolucin de su pas nocomporta ninguna interrogacin esencial.Entre los rusos, el mesianismo deriva de una incertidumbre interior, agravada por elorgullo, por una voluntad de afirmar sus taras, de imponrselas a otros, de descargarsesobre ellos de un exceso sospechoso. La aspiracin de salvar el mundo es el fenmeno

    morboso de la juventud de un pueblo.Espaa se inclina sobre s misma por razones opuestas. Tuvo tambin comienzosfulgurantes, pero estn muy lejanos. Llegada demasiado pronto, trastorn el mundo y sedej caer: esta cada se me revel un da. Fue en Valladolid, en la Casa de Cervantes.Una vieja de apariencia vulgar, contemplaba el retrato de Felipe III; Un loco, le dije.Ella se volvi hacia m: Con l comenz nuestra decadencia. Yo estaba en el corazndel problema. Nuestra decadencia!. As que, pens, la decadencia es, en Espaa, unconcepto corriente, nacional, un clich, una divisa oficial. La nacin que, en el siglo XVI,ofreca al mundo un espectculo de magnificencia y de locura, hela ah reducida acodificar su abotargamiento. Si hubieran tenido tiempo, sin duda los ltimos romanos nohubieran actuado de otra forma; no pudieron remachar su fin: los brbaros se cernan yasobre ellos. Ms afortunados, los espaoles tuvieron plazo suficiente (tres siglos!) parapensar en sus miserias y empaparse de ellas. Charlatanes por desesperacin,

    improvisadores de ilusiones, viven en una especie de acritud cantante, de trgica falta deseriedad, que les salva de la vulgaridad de la felicidad y del xito. Aunque cambiasen unda sus antiguas manas por otras ms modernas, seguiran, empero, marcados por unaausencia tan larga. Incapaces de acoplarse al ritmo de la civilizacin, clericoidales oanarquistas, no podran renunciar a su inactualidad. Cmo van a alcanzar a las otrasnaciones, como se van a poner al da, si han agotado lo mejor de s mismos en rumiarsobre la muerte, en embadurnarse con ella, en convertirla en experiencia visceral?Retrocediendo sin cesar hacia lo esencial, se han perdido por exceso de profundidad. Laidea de decadencia no les preocupara tanto si no tradujese en trminos de historia sugran debilidad por la nada, su obsesin por el esqueleto. No es nada asombroso que paracada uno de ellos el pas sea su problema. Leyendo a Ganivet, Unamuno u Ortega, unoadvierte que para ellos, Espaa es una paradoja que les atae ntimamente y que no

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    logran reducir a una frmula racional. Vuelven siempre sobre ella, fascinados por laatraccin de lo insoluble que representa. No pudiendo resolverla por el anlisis, meditansobre Don Quijote, en el que la paradoja es todava ms insoluble, porque es smbolo...

    Uno no se imagina a un Valry o a un Proust meditando sobre Francia para descubrirse as mismos: pas realizado, sin rupturas graves que soliciten inquietud, pas no-trgico, noes un caso: al haber triunfado, al haber cumplido su suerte, cmo podra ser aninteresante?El mrito de Espaa es proponer un tipo de evolucin inslita, un destino genial einacabado. (Se dira que se trata de un Rimbaud encarnado en una colectividad.) Pensaden el frenes que despleg en su bsqueda del oro, en su desplome en el anonimato,pensad despus en los conquistadores, en su bandidismo y en su piedad, en la forma enla que asociaron el evangelio al crimen, el crucifijo al pual. En sus buenos momentos, elcatolicismo fue sanguinario, como corresponde a toda religin verdaderamente inspirada.La Conquista y la Inquisicin, -fenmenos paralelos surgidos de vicios grandiosos deEspaa-. Mientras fue fuerte, destac en la matanza, a la que aport no slo su gusto porlo aparatoso, sino tambin lo ms ntimo de su sensibilidad. Slo los pueblos crueles

    tienen ocasin de aproximarse a las fuentes mismas de la vida a sus palpitaciones, a susarcanos que calientan: la vida no revela su esencia ms que a ojos inyectados ensangre... Cmo creer en las filosofas cuando se sabe de qu miradas plidas son elreflejo? La costumbre del razonamiento y de la especulacin es ndice de una insuficienciavital y de un deterioro de la afectividad. Slo piensan con mtodo aquellos que, a favorde sus deficiencias, llegan a olvidarse de s mismos, a no formar cuerpo con sus ideas: lafilosofa, privilegio de individuos y de pueblos biolgicamente superficiales.Es casi imposible hablar con un espaol de otra cosa que de su pas, universo cerrado,tema de su lirismo y de sus reflexiones, provincia absoluta, fuera del mundo.Alternativamente exaltado y abatido, lanza miradas deslumbradoras y morosas; eldescoyuntamiento es su forma de rigor. Si se concede un futuro, no cree en l realmente.Su descubrimiento: la ilusin sombra, el orgullo de desesperar; su genio: el genio del

    pesar.Sea cual fuere su orientacin poltica, el espaol o el ruso que se interroga sobre su pasaborda la nica cuestin que cuenta ante sus ojos. Se entiende por qu ni Rusia niEspaa han producido ningn filsofo de envergadura. Es que el filsofo debe atarearseen las ideas como espectador; antes de asimilarlas de hacerlas suyas, necesitaconsiderarlas desde fuera, disociarse de ellas, pesarlas y, si es preciso, jugarcon ellas;despus ayudado por la madurez, elabora un sistema con el que nunca se confunde deltodo. Es esa superioridad respecto a su propia filosofa lo que admiramos en los griegos.Lo mismo ocurre con todos los que se centran en el problema del conocimiento y hacende l el problema esencial de su meditacin. Tal problema no perturba ni a los rusos ni alos espaoles. Inaptos para la contemplacin intelectual, mantienen relaciones bastantechocantes con la idea. Qu combaten con ella? Siempre llevan la peor parte; se apoderade ellos, les subyuga les oprime; mrtires voluntarios, no piden ms que sufrir por ella.

    Con ellos, estamos lejos del dominio en que el espritu juega consigo y con las cosas,lejos de toda perplejidad metdica.La evolucin anormal de Rusia y de Espaa les ha llevado, pues, a interrogarse sobre supropio destino. Pero son dos grandes naciones, pese a sus lagunas y sus accidentes decrecimiento. Cunto ms trgico es el problema nacional para los pueblos pequeos! Nohay irrupcin sbita en ellos, ni decadencia lenta. Sin apoyo en el porvenir ni en elpasado, se apoyan graciosamente sobre s mismos: de ello resulta una larga meditacinestril. Su evolucin no puede ser anormal, porque no evolucionan. Qu les queda?Resignarse a s mismos, ya que, fuera de ellos, est toda la Historia de la queprecisamente estn excluidos.Su nacionalismo, que suele ser tomado a broma es ms bien una mscara, gracias a lacual intentan ocultar su propio drama y olvidar en un furor de reivindicaciones, su

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    ineptitud para insertarse en los acontecimientos: mentiras dolorosas, reaccinexasperada frente al desprecio que creen merecer, una manera de escamotear laobsesin secreta por s mismos. En trminos ms sencillos: un pueblo que es un

    tormento para s mismo es un pueblo enfermo. Pero mientras que Espaa sufre por habersalido de la Historia y Rusia por querer a toda costa establecerse en ella, los pueblospequeos se debaten por no tener ninguna de esas razones para desesperar oimpacientarse. Afectados por una tara original, no pueden remediarla por la decepcin nipor el sueo. De este modo no tienen otro recurso que estar obsesionados consigomismos. Obsesin que no est desprovista de belleza, ya que no les lleva a nada y nointeresa a nadie.

    Hay pases que gozan de una especie de bendicin, de gracia: todo les sale bien, inclusosus desdichas, incluso sus catstrofes; hay otros que nunca logran tener xito y cuyostriunfos equivalen a fracasos. Cuando quieren afirmarse y dan un salto hacia adelante,una fatalidad exterior interviene para romper su empuje y para retrotraerles a su puntode partida. Carecen de todas las oportunidades, incluso la dcl ridculo.

    Ser francs es una evidencia: no se sufre ni se alegra uno por ello; se dispone de unacerteza que justifica el viejo interrogante: Cmo se puede ser persa?.La paradoja de ser persa (en este caso, rumano) es un tormento que hay que saberexplotar, un defecto del que hay que sacar provecho. Confieso haber mirado en otrotiempo como una vergenza el pertenecer a una nacin vulgar, a una colectividad devencidos, sobre cuyo origen me caban pocas esperanzas. Crea, y quiz no meengaaba, que habamos surgido de la hez de los brbaros, del desecho de las grandesinvasiones, de esas hordas que, incapaces de seguir su marcha hacia el Oeste, sedesplomaron a lo largo de los Crpatos y del Danubio, para acurrucarse ah, paradormitar, masa de desertores en los confines del Imperio, chusma maquillada con unapizca de latinidad. De tal pasado, tal presente. Y tal porvenir. Dura prueba para mi jovenarrogancia! Cmo puede serse rumano?, era una pregunta a la que yo no poda

    responder ms que por una mortificacin de cada instante. Como odiaba a los mos, a mipas, a sus campesinos intemporales, encantados con su torpor y se dira quedeslumbrantes de embrutecimiento, yo me avergonzaba de ser su descendiente,renegaba de ellos, me rehusaba a su infra-eternidad, a sus certidumbres de larvaspetrificadas, a su soarrera geolgica. Era intil que buscase bajo sus rasgos elazogamiento las muecas de la rebelin: el mono, ay, se mora en ellos. A decir verdad,acaso no propendan ms bien a lo mineral? No sabiendo cmo zarandearlos, cmoanimarlos, comenc a soar con su exterminacin. Pero no se puede hacer una matanzade piedras. El espectculo que me ofrecan justificaba y desviaba, alimentaba ydesanimaba mi histeria. Y no dejaba de maldecir el accidente que me hizo nacer entreellos.Una gran idea les posea: la de destino; yo la repudiaba con todas mis fuerzas, no veaen ella ms que un subterfugio de poltrones una excusa para todas las abdicaciones, una

    expresin del sentido comn y su filosofa fnebre. Mi pas, cuya existencia, visiblementeno vena a cuento, se me apareca como un resumen de la nada o una materializacin delo inconcebible, como una especie de Espaa sin siglo de oro, sin conquistas ni locuras, ysin un Don Quijote de nuestras amarguras. Formar parte de l, qu leccin dehumillacin y de sarcasmo, qu calamidad, qu lepra!Yo era demasiado impertinente, demasiado fatuo, para percibir el origen de la gran ideaque reinaba en l, su profundidad o las experiencias, el sistema de desastres quesupona. No deba comprenderla hasta mucho ms tarde. Cmo se insinu en m, es algoque ignoro. Cuando llegu a experimentarla lcidamente me reconcili con mi pas que,de inmediato, dej de obsesionarme.Para dispensarse de actuar, los pueblos oprimidos se entregan al destino, salvacinnegativa, al mismo tiempo que medio de interpretar los acontecimientos: su filosofa de

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    la historia de uso casero, visin determinista con base afectiva, metafsica decircunstancias...Si bien los alemanes son tambin sensibles al destino, no ven en l, empero, un principio

    que intervenga desde el exterior, sino un poder que, emanado de su voluntad, acaba porescapar a esta y por volverse contra ellos para destrozarles. Unido a su apetito dedemiurgia, el Schicksalsupone no tanto un juego de fatalidades en el exterior del mundocomo en el interior del yo. Tanto da decir que hasta un cierto punto, depende de ellos.Para concebir lo exterior a nosotros, omnipotente y soberano, se requiere un muy ampliociclo de quiebras. Condicin que mi pas cumple plenamente. Sera indecente que creyeseen el esfuerzo, en la utilidad del acto. De este modo, no cree en ellos y, por correccin, seresigna a lo inevitable. Le estoy agradecido por haberme legado, junto con el cdigo de ladesesperacin, ese saber vivir, esa soltura frente a la Necesidad, as como numerososcallejones sin salida y el arte de plegarme a ellos. Siempre lista para apoyar misdecepciones y revelar a mi indolencia el secreto de conservarlas, me ha prescrito,adems, en su celo por hacer de m un bribn preocupado por las apariencias, los mediospara degradarme sin comprometerme demasiado. No slo le debo mis ms hermosos y

    seguros fracasos, sino tambin esa aptitud para maquillar mis cobardas y atesorar misremordimientos. De cuntas otras ventajas no le ser deudor! Sus ttulos para migratitud son, en verdad, tan mltiples, que sera fastidioso enumerarlos.Por mucha buena voluntad que hubiera puesto en ello, acaso habra podido, sin l,echar a perder mis das de una manera tan ejemplar? El me ha ayudado, empujado,animado. Fracasar en la vida, esto se olvida a veces demasiado pronto, no es tan fcil: seprecisa una larga tradicin, un largo entrenamiento, el trabajo de varias generaciones.Una vez realizado ese trabajo, todo va de maravilla. La certidumbre de la Inutilidad oscorresponde entonces en herencia: es un bien que tus mayores han adquirido para ti conel sudor de su frente y al precio de innumerables humillaciones. Te aprovechas de ello,suertudo, y lo exhibes. En lo tocante a tus propias humillaciones, siempre te ser posibleembellecerlas o escamotearlas, afectar un aire de aborto elegante, ser, honrosamente, el

    ltimo de los hombres. La cortesa, uso de la desdicha, privilegio de los que habiendonacido perdidos, han comenzado por su fin. Saberse de una laya que nunca ha sido esuna amargura en la que interviene cierta dulzura e incluso algn placer.La exasperacin que me embargaba antao cuando oa a alguien decir, a cualquierpropsito: destino, ahora me parece pueril. Ignoraba entonces que llegara a hacerotro tanto, que, amparndome yo tambin tras ese vocablo, referira a l la buena y malasuerte y todos los detalles de la dicha y la desdicha, que, adems, me agarrara a laFatalidad con el xtasis de un nufrago y le dirigira mis primeros pensamientos antes deprecipitarme en el horror de cada da. Desaparecers en el espacio, oh Rusia ma,exclam Tiutchef en el pasado siglo. Apliqu su exclamacin con mayor propiedad a mipas, constituido de modo diverso para desaparecer, maravillosamente organizado paraser devorado, provisto de todas las cualidades de una vctima ideal y annima. Lacostumbre. del sufrimiento inacabable y sin razones, la plenitud del desastre: qu

    aprendizaje en la escuela de las tribus aplastada! El ms antiguo historiador rumanocomienza as sus crnicas: No es el hombre quien gobierna los tiempos, sino los tiemposlos que gobiernan al hombre. Frmula desgastada, programa y epitafio de un rincn deEuropa. Para captar el tono de la sensibilidad popular en los pases del Sudeste, bastacon recordar las lamentaciones del coro en la tragedia griega. Por una tradicininconsciente, todo un espacio tnico fue marcado por ella. Rutina del suspiro y delinfortunio jeremiadas de pueblos menores ante la bestialidad de los grandes!Guardmonos, empero, de quejarnos excesivamente: acaso no es reconfortante poderoponer a los desrdenes del mundo la coherencia de nuestras miserias y nuestrasderrotas? Y acaso no tenemos, frente al diletantismo universal, la consolacin de poseer,en materia de dolores, una competencia de despellejados y eruditos?

  • 7/29/2019 Emil Cioran La Tentacion de Existir

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    Ventajas del exilio

    Es equivocado hacerse del exilado la imagen del que abdica, se retira y se oculta,

    resignado a sus miserias, a su condicin de desecho. Al observarlo, se descubre en l unambicioso, un decepcionado agresivo, un amargado que, adems, es un conquistador.Cuanto ms desposedos estamos, ms se exacerban nuestros apetitos y nuestrasilusiones. Incluso discierno alguna relacin entre la desdicha y la megalomana. El que loha perdido todo conserva, como ltimo recurso, la esperanza dc la gloria o del escndaloliterario. Consiente en abandonarlo todo, salvo su nombre. Pero cmo impondr sunombre, si escribe en una lengua que los civilizados ignoran o desprecian?Intentar otro idioma? No le ser fcil renunciar a las palabras en las que perdura supasado. Quien reniega de su lengua para adoptar otra, cambia de identidad, lase dedecepciones. Heroicamente traidor, rompe con sus recuerdos y, hasta un cierto punto,consigo mismo.

    Fulano escribe una novela que, de un da para otro, lo hace clebre. Cuenta en ella sus

    sufrimientos. Sus compatriotas, en el extranjero, sienten celos de l: ellos tambin hansufrido, y quiz, ms. Y el aptrida se convierte -o aspira a convertirse- en novelista.Resulta una acumulacin de zozobras, una inflacin de horrores, estremecimientos queaviejan. No se puede renovar el indefinidamente infierno, cuya caracterstica propia es lamonotona, ni tampoco el rostro del exilio. Nada exaspera tanto en literatura como loterrible; en la vida, es demasiado evidente como para que se repare en l. Pero nuestroautor persiste; por el momento, oculta su novela en el fondo dc un cajn y espera suhora. La ilusin de una sorpresa, de un renombre que se resiste pero que da pordescontado, le sostiene; vive de la irrealidad. Tal es, sin embargo, la fuerza de estailusin que, si trabaja en una fbrica, lo hace con la idea de ser arrancado de ella un dapor una celebridad tan sbita como inconcebible.

    Igualmente trgico es el caso del poeta. Encerrado en su propia lengua, escribe para susamigos, para diez, para veinte personas a lo sumo. Su deseo de ser ledo no es menosimperioso que el del novelista improvisado. Por lo menos tiene sobre ste la ventaja depoder colocar sus versos en las pequeas revistas de la emigracin que aparecen alprecio de sacrificios y renuncias casi indecentes. Fulano se transforma en director de larevista; para hacerla durar, se arriesga al hambre, se aparta de las mujeres, se entierraen una habitacin sin ventanas, se impone privaciones que confunden y espantan. Lamasturbacin y la tuberculosis son su ganancia.Por poco numerosos que sean los emigrados, se constituyen en grupos, no paradefender sus intereses, sino para cotizar, sangrarse, a fin de publicar sus pesares, susgritos, sus llamadas sin eco. En vano buscaramos una forma ms desgarradora degratuidad.Que sean tan buenos poetas como malos prosistas depende de razones bastante

    sencillas. Examinad la produccin literaria dc cualquier pequeo pueblo que no cometa lapuerilidad de forjarse un pasado: la abundancia de poesa es el dato ms chocante. Laprosa exige, para desarrollarse, un cierto rigor, un estado social diferenciado y unatradicin: es deliberada, construida; la poesa brota, es directa, o completamentefabricada; privilegio de los trogloditas y de los refinados, slo florece ms all o ms ac,pero siempre al margen de la civilizacin. En tanto que la prosa exige un genio reflexivo yuna lengua cristalizada, la poesa es perfectamente compatible con un genio brbaro yuna lengua informe. Crear una literatura es crear una prosa.Qu hay de ms natural que el que tantos no dispongan de ningn otro modo deexpresin ms que la poesa? Incluso los que no estn particularmente dotados obtienen,en su desarraigamiento, en el automatismo de su excepcin, ese suplemento de talentoque no habran encontrado en una existencia normal.

  • 7/29/2019 Emil Cioran La Tentacion de Existir

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    Bajo cualquier forma que se presente, y sea cual sea su causa, el exilio, en suscomienzos, es una escuela de vrtigo. Y el vrtigo no es cosa a la que a cualquiera le seadada la suerte de llegar. Es una situacin-lmite y algo as como el extremo del estado

    potico. Acaso no es un favor ser transportado a l de golpe, sin los rodeos de unadisciplina, por la sola benevolencia de la fatalidad? Pensad en ese aptrida de lujo, Rilke,en el nmero de soledades que le fue preciso acumular para liquidar sus ataduras, paratomar tierra en lo invisible. No es fcil no ser de ninguna parte, cuando ninguna condicinexterior os obliga a ello. El mismo mstico no alcanza el desapego ms que al precio deesfuerzos monstruosos. Arrancarse del mundo, qu trabajo de abolicin! El aptrida lolleva a cabo sin sufragar los gastos, por el concurso -por la hostilidad- de la historia. Nadade tormentos ni vigilias para que se desprenda de todo; los acontecimientos le obligan aello. En cierto sentido, se parece al enfermo, quien, como l, se instala en la metafsica oen la poesa sin mrito personal, por la fuerza de las cosas, por los buenos oficios de laenfermedad. Absoluto de pacotilla? Quiz, pero no est probado que los resultadosadquiridos por el esfuerzo superen en valor a los que derivan del reposo en lo ineluctable.

    Un peligro amenaza al poeta desarraigado: adaptarse a su suerte, no sufrir ms por sucausa, complacerse en ella. Nadie puede salvar a la juventud de sus zozobras pero sedesgastan. Lo mismo sucede con la aoranza del terruo, con toda nostalgia. Los pesarespierden su lustre, se marchitan y, a pesar de la elega, caen pronto en el abandono. Quhay entonces de ms normal que instalarse en el exilio, Ciudad de Nada, patria invertida?En la medida en que se deleita en l, el poeta dilapida la materia de sus emociones, losrecursos de su desdicha, como su sueo de gloria. Como la maldicin de la que sacabaorgullo y provecho ya no le abruma, pierde, con ella, la energa de su excepcin y lasrazones de su soledad. Expulsado del infierno, intentar en vano volver a instalarse en l,sumergirse en l de nuevo: sus sufrimientos excesivamente amortiguados le volvernindigno de ello para siempre. Los gritos de los que antao estaba tan orgulloso se hanvuelto amargura, y la amargura no se transforma en versos: ella le llevar fuera de la

    poesa. No ms cantos ni ms excesos. Una vez cerradas sus llagas, en vano hurgar enellas para extraer algunos acentos: en el mejor de los casos, ser el epgono de susdolores. Le espera una decadencia honrosa. Falta de diversidad, de inquietudesoriginales, su inspiracin se seca. Pronto, resignado al anonimato y como intrigado por sumediocridad, adquirir la mscara de un burgus de ninguna parte. Helo ah en eltrmino de su carrera lrica, en el punto ms estable de su desclasamiento.

    Integrado, asentado en el bienestar de su cada, qu le queda por hacer? Deberelegir entre dos formas de salvacin: la fe y el humor. Si arrastra todava algunosvestigios de ansiedad, los liquidar poquito a poco por medio de mil oraciones; a menosque no se complazca en una metafsica amable, pasatiempo de versificadores agotados.Si, por el contrario est inclinado a la burla, minimizar sus derrotas hasta el punto dealegrarse de ellas. Segn su temperamento, pues, har ofrendas a la piedad o al

    sar