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EL VENDEDOR DE SUEÑOS
E
V D
S
CARMEN PEREZ
2
A medida que el tiempo pasaba, se obsesionaba cada vez más
con la imagen que el espejo le devolvía por mañana.
Había experimentado con cremas, geles, sueros o sofisticadas
mascarillas para impedir que las patas de gallo y las arrugas de
expresión, apareciesen en el rostro ovalado que había dejado atrás
la juventud.
Sentía como si el reflejo que flotaba entre el vaho del baño se
burlase de ella, acentuando su tez macilenta y las manchas oscuras
que recordaban las muchas horas de sol perdidas en exóticas
playas, bajo las palmeras mecidas por la suave brisa de la tarde.
Le parecía injusto y cruel que a pesar de haber cuidado su piel de
melocotón y su espigado cuerpo, los años le empezasen a pasar
factura.
Triste, nerviosa, obsesionada, practicaba todos los días el mismo
ritual; permanecía, en silencio varios minutos, con los ojos clavados
en el vidrio, como si fuese la madrastra de Blancanieves asaltada
por miles de dudas e inseguridades, planteando ante el espejo la
recurrente pregunta.
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¿Esto es normal? ¿Qué puedo hacer para seguir siendo Yo?
En su mundo interior se producía un misterioso juego; la belleza
equivalía a felicidad y las emociones negativas que a veces la
asaltaban tenían fecha de caducidad.
Su mente se poblaba de mujeres perfectas; largas piernas,
curvas infinitas, sonrisas pintadas en sus angelicales rostros… Le
transmitían que todo se podía comprar y en eso radicaba el éxito.
No hacía falta esfuerzo, sólo dinero.
Se había vuelto susceptible y analizaba cada palabra que sobre
Ella se pronunciaba.
El día que escuchó al entrar en la atiborrada cafetería donde solía
tomar el menú del día, -“Sólo monilla”-, decidió que había llegado el
momento de acudir a los vendedores de sueños.
Pidió cita con uno de los mejores. Su fama traspasaba fronteras
y a menudo las manifestaciones de sus clientas eran de
agradecimiento y admiración.
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El tiempo de espera para la entrevista se le hizo eterno.
El día concertado estaba nerviosa, pero decidida a dejarse
convencer sin poner objeciones, trasladando la responsabilidad de
su decisión a una persona que admiraba.
La cita era al mediodía. Cogió un taxi para llegar puntual mientras
repasaba mentalmente lo que quería trasmitir.
Se sentó en la sala observando el cuidado mobiliario mientras,
impaciente sentía el lento transcurrir del tiempo.
Había llegado quince minutos antes y la espera le parecía eterna. De
repente se relajó; un aroma dulce a lavanda y vanilla flotaba entre
las paredes formando parte de una cuidada puesta en escena que
combinaba técnica y fantasía.
Una pareja salió de la consulta. La mujer, llevaba el pelo tirante
recogido en una coleta, parecía enfadada. En un tono
recriminatorio, le echaba en cara a su compañero algo sobre dinero,
mientras él con la mirada perdida avanzaba hacia la salida.
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Por fin entró. Sintió una sensación de placidez y bienestar cuando
observó frente a ella a la persona de la que tantas veces había
escuchado elogios.
Le pareció más delgado y algo más joven de lo que aparentaba
en las múltiples entrevistas que con cierta periodicidad aparecían en
los medios.
Sus manos delgadas y ágiles le señalaban un sillón azul, de
diseño nórdico, que había visto en una revista de decoración.
Se sentó intentando aparentar una calma que no sentía. Notó
unos ojos castaños de mirada traviesa y divertida recorriendo su
cuerpo. Ella esbozó una sonrisa bobalicona y sus manos empezaron
a moverse como si tuviesen vida propia.
Los labios del vendedor de sueños se abrieron dejando ver una
dentadura blanca e impecable. Una voz modulada inició una
presentación repetida una y mil veces hasta el aburrimiento, pero
ella estaba tan absorta que sólo se fijaba en la carencia de arrugas
y en la piel cuidada y brillante de su interlocutor.
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-El primer mandamiento de mi Biblia, es la felicidad, el segundo
la sinceridad. Si conjugamos ambos conseguimos que las endorfinas
se trasladen por nuestro cuerpo alimentando la piel, el pelo, las
uñas.
Hizo una meditada pausa mientras sus ojos se llenaban de un
brillo intenso.
-Si una de mis clientas demuestra ansiedad, no la atiendo. No
conseguiría que su belleza interior saliese a la luz. Me interesa la
gente de menta abierta y flexible que puede ver más allá. No me
gustan los malentendidos. Tengo soluciones y también propuestas.
Se que me consideran un mago y eso me halaga. Observó que es
usted joven y guapa así que, no habrá problemas.-concluyó.
Ella sintió como si caminase en el vacío. La palabra guapa en
los labios del vendedor de sueños, le había sonado como una buena
melodía. Alguien lo había dicho “la vida sin música es un error” y
ella en ese momento sintió que formaba parte de la orquesta.
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Las dudas y emociones negativas, que la asaltaban cuando se
miraba al espejo, se diluyeron como un mal rollo y de repente se
sintió feliz.
De forma torpe le devolvió el cumplido.
-Gracias por su observación pero soy normalita, sólo quiero borrar
las marcas de expresión y parecer…, bueno un poco más joven.
Soy comercial de una empresa y el físico es, en mí trabajo,
importante. El rostro…ya sabe, lo primero que se ve.
Un gesto de asentimiento acompañó la respuesta del vendedor de
sueños.
-La vejez no existe. Con mis métodos el tiempo se puede parar.
El cuerpo es un reflejo de las energías positivas a través de las que
se manifiesta el alma. Es como un envoltorio que yo puedo cambiar,
siempre, claro está, que este dispuesta a seguir mis
recomendaciones.
En el rostro ovalado y pálido de Ella se reflejó una sonrisa.
Encogió los hombros y poco a poco se sinceró. Expuso con voz
queda, pausada; sus expectativas, sus sueños, sus miedos.
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En un plazo breve de tiempo se habían hecho confidentes .Ella
entregó su alma al vendedor de sueños.
Al principio, sólo actuaban sobre los llamados puntos ciegos;
unas microinyecciones de vitaminas, que daban luminosidad y
relajaban el rostro; después llegaron las infiltraciones en los labios
que aumentaron volumen, desdibujando los límites entre nariz y
barbilla. El cuello tampoco debía dejarse al azar y así avanzaron las
sesiones flagelando el cuerpo con láser, dietas, inyecciones de
mesoterapia, tratamientos con ondas magnéticas y especiales
soufflés para suavizar y retonificar la piel.
El vendedor de sueños concluyó su trabajo, se encontraba
satisfecho, había traspasado la difusa frontera entre lo correcto y lo
incorrecto, reconociéndose ganador.
Ella había percibido los cambios pero no se encontraba tan feliz
como esperaba. Se le escapa el porqué, pero atenta a las miradas o
palabras que escuchaba a su alrededor, no encontraba la respuesta.
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No quería parecer pusilánime pero el mal humor se había
instalado en su vida.
A pesar del esfuerzo por encontrar el gran equilibrio anímico que
el vendedor de sueños le había predicho sentiría, estaba inquieta,
insatisfecha.
Cuando, al anochecer se metía en la cama antes de conciliar el
sueño, evocaba imágenes de cuando no era perfecta, pero prefería
no recordar.
Un día, sin fecha, entró como era habitual en la cafetería
para comer. Un rumor llegó a sus oídos captando, entre susurros, la
descripción de su físico. Se puso alerta estirando disimuladamente el
cuello.
Hubiese querido no escuchar aquella conversación, pero las
palabras sonaron fuertes, rotundas, claras.
-Esa, a pesar de los arreglos camina hacia los cincuenta, aunque no
sé quien la habrá engañado haciéndola creer que tiene veinticinco.
Escuchó una risita cómplice, cruel y maliciosa.
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-Con todos esos potingues, parece la apergaminada momia de la
Reina Kiya.
- Si…es que hay mujeres que no saben envejecer.
Nunca hubiese imaginado que el esfuerzo, el tiempo y el
dinero invertido en los carísimos tratamientos, diesen lugar a ese
tipo de comentarios. Tras unos minutos de duda se sobrepuso, se
levantó con calma y abandonó el comedor.
Dirigió una mirada evasiva al pequeño espejo que colgaba en
una pared. La imagen era la de una desconocida.
No existía conexión alguna entre aquel físico estandarizado y el
alma que llevaba dentro.
Sintió miedo, una especie de abismo apareció ante ella. El sueño
que le habían vendido no era real.