Eltit Diamela Aunque Me Lavase Con Agua de Nieve

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Diamela Eltit: Aunque me lavase con agua de nieve A Juan Balbontín Más allá se extiende y prolifera la estopa que atrae los peores presgios. Los pastores de cabras están desolados por la frágil resistencia de sus rebaños. Los hombres, las mujeres y los niños de las ciudades vecinas, realizan freceuntes peregrinaciones en las que se multiplican las ofrendas. Los soldados, acuartelados, preparan sus armas porque están a la espera de un levantamiento popular destinado a impugnar los tributos que, dicen, se han elevado hasta volverse inalcanzables. La conspiración ya se ha convertido en un ejercicio inofensivo y es frecuente ver reunidos a grupos de seres que murmuran, sin la menor cautela, en las esquinas de las dependencias públicas, pese a la presencia de reconocidos espías que no saben cómo memorizar las distintas sediciosa conversaciones. La sequía

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A Juan Balbontn

Ms all se extiende y prolifera la estopa que atrae los peores presgios. Los pastores de cabras estn desolados por la frgil resistencia de sus rebaos. Los hombres, las mujeres y los nios de las ciudades vecinas, realizan freceuntes peregrinaciones en las que se multiplican las ofrendas. Los soldados, acuartelados, preparan sus armas porque estn a la espera de un levantamiento popular destinado a impugnar los tributos que, dicen, se han elevado hasta volverse inalcanzables. La conspiracin ya se ha convertido en un ejercicio inofensivo y es frecuente ver reunidos a grupos de seres que murmuran, sin la menor cautela, en las esquinas de las dependencias pblicas, pese a la presencia de reconocidos espas que no saben cmo memorizar las distintas sediciosa conversaciones. La sequa agrava an ms el desnimo y arruina el advenimiento de las cosechas. Por la ausencia de lluvias, la tierra se levanta en polvo y los cuerpos de los peregrinos se ven como columnas o ocres fantasmas a los largo de los senderos. Se escuchan por dquier las voces de los predicadores que anuncian, precipitados, un futuro de muerte causado por las abyeccin de las costumbres. Se multiplican los nombres de los Dioses y ya no se sabe desde cul antigua venganza actan. Los nombres de los Dioses se multiplican y es posible ver cmo se acumulan multitudinarias las ofrendas en los altares. Y ms all, en una unin conmovedora y estril, la estopa se acopla desesperadamente.

Ma estremezco. Mi cuerpo se levanta en medio de una armona que conozco. (Acto en este lacerante y casi congelado tiempo que transcurre slo para el cumplimiento montono de un mito). Mis brazos, mis pies, mis manos, mis caderas, mi hombro. Lo rotundo de mis miembros se hace leve. La avidez en las miradas de los que me rodean origina la perfeccin de cada uno de mis gestos. Ah, hoy caer la cabeza de Juan, volver a rodar la cabeza de Juan. Han pasado ya ms de cincuenta aos desde el instante del encuentro y an seguimos encadenados a la misma escena infinita. Juan y yo. Pero Juan permanece ajeno, borracho en la taberna. Lo s. Pese a que todo haya terminado de escribirse, antes y ms all de mi presencia, cuando mi baile haya concluido la cabeza de Juan se precipitar decapitada.

Mi madre, mi madre, mi madre. Despus de ms de cincuenta aos, todava huelo a mi madre. Hoy veo y huelo el cuerpo de mi madre. Olfateo el contorno atormentado y bello de mi madre que se debate entre los tules para denostar la fuga intil de sus das. Mi madre llora abatida entre los tules. Su marido atraviesa veloz por todos los rincones y la busca, nos busca. Mi padrastro violenta las difciles puertas de las habitaciones presa de una furia indescriptible. Pero mi madre, obstinada, an no se decide a entregarme. Hace algunos das festej mis catorce aos. Tengo ya catorce aos y mi madre, enre sollozos, me indica que acuda hasta el saln principal donde la ctara me espera. Y Juan, sumergido en la taberna, an no comprende que ms all de su deseo era el mo, mi deseo.-Te reste -me dijo Juan.-No -le contest.