Ella No Entendía Como Llegó a Esa Situación

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  • Ella no entenda como lleg a esa situacin, pero saba perfectamente por qu, sentada junto al umbral de la puerta, con las ventanas de madera completamente cerrada permitiendo nicamente el paso de delicados ases de luz que no alcanzaban a abrazar ni siquiera la delgada silueta de la mujer sentada en ese silln de mimbre que cruja como el llanto de un animal moribundo. Cada tanto los ojos profundos y cristalinos hurgaban entre las rendijas de las ventanas cerradas; su mirada escapaba revoloteando por los callejones reverberantes y solitarios; a veces las pronunciadas caderas se mecan cadenciosas he inquietas en su lugar como al son del llanto triste del mimbre trmulo bajo las nalgas que soportan un peso muerto de ansias; de cuando en cuando una mano delgada, la de dos uas rotas y el barniz craquelado a medio despintar, aflojaba la tensin, se reposaba en el Bur apenas acariciado por la luz, colocaba sin ruido y delicadamente el cuchillo, con mango de madera que su abuelo hace mucho tall y forj, la hoja brillante, limpia, tan afilada que cortaba la luz amarillenta que la baaba hirindola en mltiples estelas azuladas que absorba la profundidad de las penumbras de la habitacin, esa misma mano, la que sostena el cuchillo, tanteaba ciega en busca de un pauelo de algodn que llevaba a su monumental pecho, hmedo y escotado, donde recorran, unas rpidas otras lentas, las gotas de sudor que bajaban besando su cuello para detenerse en la pronunciada curva de sus senos, donde tambin manaban gotas que eran mutiladas por el pauelo de algodn amarillento manejado por la mano de las dos uas rotas; a veces se percataba de la quietud de su propio cuerpo, de su acompasada respiracin, mientras el aire clido y denso penetraba su cuerpo, primero por su ancha nariz que aspiraba constante y delicadamente, haciendo su viaje interno hinchando su torso, elevando sus hombros casi desnudos y curtidos por el sol, el aire era devuelto al mundo exterior por la rendija que se abra justo en mitad se sus anchos y bien delineados labios; era consciente de las clidas caricias del sudor; el movimiento continuo, nervioso, de sus ojos contrastante a su quietud; poda sentir hasta el ltimo de sus encrespados cabellos que se colaban a veces en su visin. Era consciente del instante en el que viva y todava ms del instante en que la muerte de su padre la asol, momento que ella atribua el inicio de todo, a sus 9 aos no saba lo mucho que

  • sufri su madre, el desamparo en el que qued su hermano que entonces tena 20 aos; eran los das en que la cancula asechaba inclemente la paciencia, cuando los famosos "climas" o aire acondicionado eran slo un rumor que las gentes pudientes presuman, recuerda cuando la calma del trpico se interrumpi en los gritos ahogados de su madre, que llevaba el mismo nombre que ella, o la intempestiva agresividad de su hermano en la noche, pero por sobr todo, evocara, incluso en su ltimo suspiro, la solidaridad de su pequeo pueblo, en 30 das de concurrencia su familia jams estuvo sola, tuvo pocos momentos de sosiego para lamentar realmente la prdida, sufrirla, expiarla con sangre y dolor; desfilaban por la casa vecinos que conoca por lo menos de vista, trayendo azcar los ms pobres, dinero y carne los ms ricos, una res fue sacrificada para alimentar a la interminable procesin que incluso cuando el cuerpo fue enterrado seguan llegando a ofrecer el tan famoso psame; un da lleg l, la persona que tanto am desde ese da y quien tanto se consagr a torturarla, asisti con su padre, dueo de la cadena de tres nicos autobuses que los podan sacar del pueblo junto con el cargamento de chicozapote, textiles y por supuesto amapola, los ojos profundos de Juan el Checo se clavaron inmediatamente en la pequea Mirna que yaca inmvil sentada en la hamaca, se acerc a la pequea infante, le palp las piernas y la cara, mientras se acercaba tanto que ella poda olerlo a tabaco, grasa y ese ftido aliento que siempre lo caracteriz, anonadada ante esa actitud la pequea apenas si contuvo el llanto, tan solo atin a salir presurosa de la habitacin corriendo, rogando por que no la siguiera, en los das posteriores la regordeta figura del Checo de presumira constantemente por esa casa siempre con regalos para la nia y botellas para compartir con su hermano mayor. Ella jams lo esper con tantas ansias como ese precis instante, sentada usando ese pequeo short banco de donde emerga sus piernas, gruesas, largas y bien tonificadas a fuerza de ejercicio diario "que porque al Checo no le gustaban gordas" y esa era su tendencia natural. El sol continuaba su camino, Mirna se alegr de que este se marchar llevndose tras de s un poco de ese denso y asfixiante aire, sus ojos inquietos miraran todo la madera despostillada de la ventana, la gente y los perros que de cuando en cuando pasaban por la calle, detectara

  • los jvenes amantes que en unos minutos fornicaran en el callejn lejos, amparados en la impotencia de la lmpara para penetrar en ese nicho que haba entre dos casas, sentira el asco por el aliento del joven, las manos speras y toscas que resbalaban por la piel sudada, el dolor primero de sus ahora desvirgados sueos, revivira la mancha de sangre en sus piernas que presagiaba ya la desdicha, con apenas 14 aos odiara ya tanto al Checo como lo est odiando sentada en la sillita de mimbre, lo detestara como haba detestado que l disfrutara su llanto, que no escuchar su peticin de respeto, pero qu poda hacer si ese desgraciado tena la bendicin de su familia, su madre que haba insistido que acompae al hombre a su casa por los vveres o ese hermano que no poda estar sobrio ni un da; all sentada donde estaba revivira la primera vez que el adusto joven reclamaba sus "derechos" en ese callejn, lo vera con la mirada un vouyer, sin saber cundo empez a disfrutarlo, pero entendiendo por que haba llegado a ese callejn y por que su madre la alentaba a continuar esa relacin que se vena gestado desde hace aos, muerta desde su concepcin, fra y mrbida como su firme intencin en ese cuarto donde todo pareca sagrado, un infausto templo con un ngel desplumado como sacerdotisa, los muros de adobe ocultan fieles la delicada calma que rezuma la expectante mujer, sudando copiosamente empapa el pauelo amarillento; su mirada atisba una silueta que viene a paso lento tambalendose, quiz dando arcadas que contengan el cido vmito, desde su silln de mimbre puede oler lo agrio de su aliento, la pesadez de la mirada lasciva en esos ojos bailarines, sentira el asco de su abundante saliva como de perro hambriento; no esperara verla ah, sentada, no sabra que alguien lo observa, igual que el da en que ella temerosa marchara en su pos a una de sus tan famosos y tpicos bacanales en que conmutaban la lujuria y los excesos, no le fue difcil entrar, tena copia de las llaves, sigilosamente subi al balcn por el jardn, desde ah, amparada por las cortinas , mientras la msica cubra el ruido de sus pasos, ella contempl al Checo con su amante, una visin aterradora que no quera recordar, ahog el impulso de gritar, de arremeter contra prometido y amante, a sus 16 aos sinti por primera vez la necesidad de despojar a alguien de su vida, soplar la vela de una existencia, tal como la senta en ese momento mientras la silueta

  • tambaleante caminaba hacia la pequea construccin, con la escasa luz le empezaban a picar las manos, como siempre que estaba nerviosa; la mano de uas craqueladas a medio despintar ya no buscaba ningn pauelo ni aflojaba el mango del cuchillo de su abuelo ni las ganas de marcharse despus de marcharlo; lo siente acercarse cada vez ms, puede escucharlo vituperando al perro de la calle o a la gata de la vecina que como toda hembra de su clase daba gritos lastimeros, casi dolorosos cuando algn macho la visita; ah vena Juan a paso lento con su tan acostumbrado escndalo , ahora s estaba segura que era l, con su estentrea voz que muerde como spid el palpable calor, viene maldiciendo el fragor de las copas, gritando envalentonado que tomar su machete para blandirlo en el infantil rostro del buen Julio, que la amaba con la locura infantil tan propia de panaderos, dndole a la sensual mujer una razn ms para consumar lo que haba ya cumplido y repasado mil veces en la soledad del silln de mimbre; Juan se acerca, puede escucharlo claramente como escuchaba la msica en su primer encuentro con Julio en el fandango de la Caita, cuando ella, sentada junto al Checo que beba como loco, como Baco, como siempre, asediaba con la mirada de un lince a la esbelta figura embotada que llenaba el vaco de su corazn al son su zapateo en la apenas elevada tarima, rtmico discurso con la jarana que el mismo taa acompaando a su atenorada voz, que deleite, que orga de talentos fornicaban ese cuerpo, quiso correr a l, abrazarlo, sentir su pecho hmedo de sudor, beber su aliento mientras se ahogaba en sus afinadas coplas, naturalmente no sera la nica que pensaba de tal forma, pero dicho prodigio rehua a la delicada compaa femenina que al paso se le ofreca, avanzada la noche y las copas, ese varn se acerc a su mesa, Mirna apenas poda creer que el joven tan apuesto que bailaba, cantaba y tocaba con la facilidad que un gato tiene al caminar, llegara a su mesa mas mayor fue su desconcierto cuando aquel prodigio de hombre pas corts frente a ella para prodigar unas palabras al Checo, acercarse a su odo, susurrarle algo que ella no alcanzaba a escuchar, acariciarlo entre sus piernas, lamer su lbulo, Mirna, asqueada, se pens ebria o loca, entonces y slo entonces, en esa lontananza, despus de romper la obnubilacin del rito musical y la extraa aberracin que hipnotizada contemplaba, se percat de la presencia de ese joven alto, de

  • brazos anchos y una cara delicada, casi infantil, la miraba con una extraa veneracin que la reconfort, llevaba un violn en sus manos petrificadas ante ella, sus brazos gruesos y descubiertos no se movan, como si ante un movimiento se fuera a romper aquel mgico encuentro, el checo se levant, le grit a Mirna que l se ira, ya haba llamado a su familia, ella deba esperar a que su hermano pasara a recogerla, sin ms se alej tambalendose, soportado por el brazo del joven bailarn, ella no saba qu hacer o decir, sin atinar a nada una lgrima de coraje, de impotencia, resbal por su rostro, en ese momento un pauelo amarillento le sec las lgrimas sutilmente, apenas tocndola, un pequesimo olor a guayaba le llen los pulmones, al levantar la mirada se encontr con los grandes ojos cafs que la vigilaban angustiados y la mano temblorosa de Julio ofrecindole su pauelo, el joven hijo del panadero con aspiraciones musicales, desde ese momento nacera un ciego despreci por s misma al no tener el valor de besarlo y abrir las puertas de su cuerpo que repetidas veces se lo peda, un placer incierto por haber conocido el mismo da al tan afamado amante de su prometido y al sujeto que ella en verdad podra amar, una rabia desesperada ante las infames insinuaciones del panadero y su inquebrantable respeto a la relacin que Mirna mantena con Juan, que desde ese momento le pareca ms podrida de lo que nunca haba estado, pero lo que ms lamentara es no haber huido con el panaderito cuando se lo propuso, su falta de determinacin tan distinta en este momento mientras una figura se acercaba con su pronunciada papada que temblaba, viene aferrndose a las paredes con esas toscas y speras manos rechonchas, velludas, dedos como salchichas botaneras, uas negras y palmas como pata de puerco, son las manos que hace apenas un da estaban moliendo las hierbas que debi comprar en el mercado, donde uno encontraba las ms frescas, y no tan frescas, verduras, frutas, condimentos, especias, carne de tucn, armadillo, serpiente, conejo, caballo o hierbas de todos los olores, con todas las funciones, debi comprarlas con doa Consuelo que sabra perfectamente para que las usara y de igual forma se las dio con instrucciones, cantidades perfectamente indicadas, las mezclara en la comida que ella misma haba preparado, Mirna a sus 18 aos con un nio en su vientre, nico paliativo de su tan miserable vida, degust el alimento que

  • haba hecho y su pareja puso en su delante, muestra de profundo deseo por la criatura que ellos esperaban, muy a su pesar el Checo era el nico hombre que ella conoca, sinti el caldo con un extrao y ligersimo sabor amargo, Juan, sentado frente a ella con un mutismo infranqueable, ese esbozo de sonrisa que a veces dejaba escapar una delgada lnea de saliva que era sorbida al instante con un pequeo y molesto ruidito, la miraba comer, le ofreca ms aliment con todas sus duras facciones enternecidas por la paternidad, vigilando que escanciara hasta el ltimo bocado, un fro extrao pobl su estmago, baj a su vientre, se instal en esa cuna de vida, sinti una pesada carga: los bailarines ojos del Checo babeando con una mirada de regocijo, no fue necesario ninguna explicacin, Mirna contrayndose de dolor le arroj la cuchara que se estrell contra su frente, luego el plato que no aterriz en su objetivo impactndose contra la pared; mientras el dolor se extenda por el cuerpo de la mujer que solo pudo gritar ttrica y fnebremente, mientras el hombre como posedo rea, primero sordnico, luego con una plena y libre carcajada diciendo palabras que Mirna ya no entenda, tan llena de dolor y miedo de que su idilio se desvaneciera tan brutalmente, cay sobre el piso con una mano en el vientre quiz ya sangrante, otra buscando a tientas donde aferrarse; la chica llorando, siempre llorando; el Checo se adelant a la salida librndola de un salto, Mirna, sin entender bien cmo, se abalanz sobre l, forcejearon, Juan abandon el lugar, dejando a su prometida tendida en el piso, sollozando, con dos uas, antes largas y delicadamente pintadas, rotas con el barniz craquelado; pero claro que nada eso le importaba, aunque ese haya sido el nico recuerdo de Julio, que siempre alab el cuidado que ella les pona sin saber que era una forma de honrar a su padre quien siempre le chuleaba las manos; ella a sus 8 aos se senta ya toda una seorita, un barniz rojo era recuerdo del da en que su padre, algo ebrio, sali a comprar, al atravesar la carretera un autobs, de esos que eran los nicos que los podan sacarlos del pueblo, le pas encima echndose a la fuga sin esperar nada, la pequea Mirna, que contempl, todo sali en pos de un mdico abrigando esperanza todava, 10 minutos despus el mdico lo declar muerto a las 18:06 horas con un rigor mortis en la mao izquierda que guardaba un barniz de uas intacto, era del mismo

  • color que cubre su mano, su vientre, parte de sus piernas mientras llora tendida en el piso de su casa y el sudor cubre su frente; cuando despert bast con ver las lgrimas de su madre para entender lo que haba sucedido; como poseda sali del cuarto y fue a esa pequea casita; saba que l llegara, esperara a su prometido; saba que cada la tarde ella podra consumar su sueo; ahora mientras Juan el Checo, despus de penetrar en el tibio lugar, con paso lento, arrastrando los pies, sin esperar a nadie como tantas veces penetr en Mirna, abri sbitamente sus ojos ante la certeza de lo que le esperaba; en la profundidad de los ojos de Mirna se reflej la luz de nonato, la furia en su mano mientras senta el clido hierro penetrando en el pecho.