Ella Dijo Quesi
-
Upload
martin-alonso -
Category
Documents
-
view
56 -
download
11
Transcript of Ella Dijo Quesi
ella dijo que
el inverosímil martirio de cassie bernall
misty bernalltraducción por el rdo. jaime dueñas, mp
síprólogo
madeleine l’engle
Comparta este libro electrónico con sus amigos. Envíelo por e-mail
o haga una impresión parcial o completa, pero rogamos no introducir
modificación alguna. En el caso de que deseare obtener copias múltiples
o reimprimir partes del texto en un boletín o periódico, tenga a bien de
atenerse a las siguientes restricciones:
1. No se permite la reproducción de ningún material de www.bruderhof.com
con fines lucrativos.
2. Debe incluírse la siguiente advertencia: “Reprinted from www.bruderhof.
com. Copyright 2004 by The Bruderhof Foundation, Inc. Used with permis-
sion.”
Este libro electrónico es una publicación de The Bruderhof Foundation,
Inc., Farmington, PA 15437 USA y The Bruderhof Communities in the
UK, Robertsbridge, East Sussex, TN32 5DR, UK.
Copyright 2004 by The Bruderhof Foundation, Inc.
Farmington, PA 15437 USA
All rights reserved
Text Copyright © 1999 by Misty Bernall
All rights reserved
Fotografías por gentileza de Misty y Brad Bernall
Diseño de la portada: Michele Wetherbee / double-u-gee
A mi hija, Cassie, la niña pequeña que llenó mi corazón de alegría, la
joven valiente cuya vida conmovió una nación entera;
A los otros doce que perecieron con ella el día 20 de abril de 1999, a
manos de dos compañeros perturbados, en el colegio secundario Colum-
bine: Steven Curnow, Corey DePooter, Kelly Fleming, Matthew Kechter,
Daniel Mauser, Daniel Rohrbough, David Sanders, Rachel Scott, Isaiah
Shoels, John Tomlin, Lauren Townsend y Kyle Velásquez;
A las demás personas, incontables, que sufrieron perjuicio físico y
emocional ese día y que aún están atormentadas por
el trauma;
Y, finalmente, a mi esposo, Brad, y a nuestro hijo, Chris, a quienes
aprecio hoy más que nunca.
Cassie René Bernall, 6 de noviember de 1981 – 20 de abril de 1999
“P.D. En serio: quiero vivir totalmente para Dios.
Es difícil y da miedo, pero bien vale la pena”.
Parte de una nota que escribió Cassie la noche antes de ser asesinada y
dio a su amiga Amanda la mañana siguiente al llegar al colegio.
nota del editor
A pocas semanas del tiroteo que puso fin a la vida de su hija y de otras
catorce personas del colegio secundario Columbine, Brad y Misty Ber-
nall recurrieron a nuestra editorial, The Plough Publishing House, con el
propósito de dar más amplia difusión a la historia de Cassie. El libro que
resultó, Ella dijo que sí, está basado en las reminiscencias de la autora, en
cartas y notas encontradas posteriormente y en extensas entrevistas con
compañeros de clase, amigos y conocidos de Cassie.
Quizás nunca se conocerá la cronología precisa de la masacre perpetra-
da el día 20 de abril de 1999 en el colegio Columbine, ni los detalles exac-
tos de la muerte de Cassie. La narración que la autora presenta en este
libro se basa en las descripciones de varios sobrevivientes de la biblioteca
que fue escenario principal de la masacre, tomando en cuenta las diferen-
cias entre sus respectivos recuerdos.
índice
prólogo vi
1. martes 1
2. la nena de papá 12
3. escribió: “asesinar” 25
4. guerra –intramuros 40
5. vuelta total 53
6. desafíos del amor 59
7. morir –para vivir 76
8. reflexiones 85
prólogo
En un mundo donde a los adolescentes se les acusa constantemente
de ser haraganes, egocéntricos e indiferentes ante las necesidades de
los demás, es saludable pensar en alguien como Cassie. Cassie es única
porque todos somos únicos, pero no es única en su típico cuestionar de
adolescente: ¿Quién soy? ¿Dios me ama y se interesa por lo que me pasa a
mí? ¿Importa algo cualquier cosa que haga yo?
Sí, Cassie, tu corta vida importa muchísimo. Tú entendiste que cada
día hay decisiones que tomar y que esas decisiones son los componentes
básicos de quienes somos. Tu afirmación de fe en Dios no salió de la nada,
sino de cada decisión que tomaste a lo largo del camino.
—¿Tú crees en Dios?
—¡Sí!
De no haberse hecho esa misma pregunta muchas veces ya, respondi-
endo afirmativamente en cada caso, no habría podido contestarla aquel
día. Cada vez que lo pronunciaba, el sí brotaba, más firme, del fondo de
su corazón, mente y alma, cobrando profundidad hasta que pudo decir sí,
cueste lo que cueste. Y, al final, le costó la vida.
Dudo que Cassie quisiera ser recordada como mártir. Hoy día hay
otros adolescentes quienes contestarían en igual forma la pregunta que
se le hizo a ella, a pesar de tener “amigos” que tratan de disuadirlos de lo
que, en lo más profundo, saben que es verdad.
Pero por inverosímil que sea el martirio de Cassie, ni
los estudiantes del colegio Columbine ni otros lectores de esta historia de
su breve vida jamás olvidarán su vida o su muerte —y su ¡sí!
Y nosotros, ¿creemos en Dios?
Sí, Cassie. Gracias.
Madeleine l’Engle
Goshen, Connecticut, julio de 1999
mar
tes
a veces, relámpagos y truenos quebrantan el cielo
sereno; a veces, en medio de una familia armoniosa,
irrumpe un terrible suceso sin previo aviso de tor-
menta que se prepara desde arriba, ni suave temblor
de terremoto que amenaza desde abajo. En ese
instante todo ha cambiado. La atmósfera, cargada
de nubes, no sabe descargarse de sus lágrimas; con
todo, puede que el sol se ponga en medio de un radi-
ante crepúsculo.
george macdonald
1. martes
El día 20 de abril de 1999 amaneció como cualquier otro día de semana.
A las seis menos cuarto Brad, mi esposo, salió de casa para ir a trabajar.
Un poco más tarde me levanté yo y desperté a los chicos. Sacar a una
adolescente de su cama siempre es una lucha, pero ese martes fue espe-
cialmente difícil. La noche anterior, Cassie se pasó hasta muy tarde en la
cocina, terminando sus deberes; había dejado todos sus libros sobre la
mesa. Tenía que limpiar la caja de arena para el gato, y nos apresuramos
con el desayuno. Recuerdo que traté de no sermonearla por todo lo que
había que hacer antes de salir para el colegio…
A eso de las siete y media, Chris se despidió con un beso, o por lo me-
nos me acercó su mejilla (tiene quince años), bajó la escalera a traqueteos
y se fue. Cassie se detuvo en la puerta para ponerse los zapatos (sus que-
ridos “Doc Martens” de gamuza negra que llevaba día y noche, aun cu-
ando se vestía para salir), agarró su mochila y siguió tras su hermano. Al
verla salir, me incliné sobre la barandilla para decirle adiós, como lo hago
siempre: “Adiós, Cass. Te quiero”. “Yo también te quiero, Mamá”. Con eso
se fue, pasó por el patio de atrás, saltó sobre el cerco, cruzó la cancha de
fútbol, y se fue camino al colegio que está a unos cien metros. Me vestí,
preparé una taza de café, cerré la casa con llave y me fui para el trabajo.
A la hora del almuerzo me llamó Charlie, un amigo, para preguntarme
si había oído algo acerca de un tiroteo en el colegio. Le dije que no. No
quise asustarme: de entrada no me parecía que Cassie o Chris estuvieran
ella dijo que sí
4
espanol.bruderhof.org
martes
involucrados en esa clase de cosas. Con seguridad no era más que una
escaramuza entre algunos muchachos en el estacionamiento, o bien unos
balazos tirados desde un coche que pasaba por Pierce Street. Además, mi
amiga Val y yo acabábamos de comprar comida en un mercadito local y
estábamos a punto de almorzar. Y yo siempre pensaba que el Columbine
era un colegio seguro. ¿No lo era?… Decidí llamar a Brad, por si acaso
había oído algo.
Brad estaba en casa; no se sentía bien y había salido temprano del
trabajo. Cuando contestó el teléfono, le conté lo que había oído, y él
dijo que una compañera de trabajo acababa de contarle lo mismo. Brad
también había oído varias explosiones afuera, y una o dos detonaciones
más fuertes, pero no estaba muy preocupado. Era la hora del almuerzo, y
siempre había chicos que jugaban y correteaban por fuera. Seguramente
se trataba de algunos cohetes lanzados por travesura.
Después de haber colgado yo, Brad se puso los zapatos, salió al patio
de atrás y miró por encima del cerco; por todas partes había agentes
de policía. Entró en la casa, prendió el televisor y escuchó lo que deben
haber sido las primerísimas noticias. Poco después salieron al aire los
primeros boletines transmitidos directamente del colegio. De repente
todas las piezas encajaron, y Brad se dio cuenta de que era más que una
travesura:
Con los ojos pegados al televisor, me arrodillé frente a la poltrona y pedí a
Dios que protegiera a todos aquellos niños. Naturalmente, mis pensamientos
se enfocaron en nuestros hijos, Cassie y Chris, pero al mismo tiempo, en el
fondo no dudaba que ambos estaban bien. Parecería que, cuando algo le su-
cede a un ser querido, lo percibirías, sentirías algo. Eso no me pasó a mí.
Las siguientes treinta y seis horas eran un verdadero infierno. Cientos de
padres y parientes desesperados, agentes de policía, escuadrones de in-
spección para detectar bombas, reporteros y mirones, ya habían invadido
el área alrededor del colegio cuando llegué yo al colegio. Reinaba el pan-
demonio total.
ella dijo que sí
5
espanol.bruderhof.org
martes
Los hechos que habían surgido hasta ese momento eran suficientes
como para indicar la gravedad de la situación, pero los detalles eran
deshilvanados, contradictorios y confusos. Lo que se sabía con seguri-
dad era que dos pistoleros armados, no identificados, habían arrasado
el colegio; mataron a estudiantes y se jactaron de ello a medida que los
acribillaron. Desesperados, todos buscaban a alguien; lloraban, rezaban,
se abrazaban unos con otros, o simplemente permanecían ahí atontados,
con la mirada aturdida mientras en su alrededor se desataba una escena
caótica.
A la mayoría de las familias cuyos hijos asistían al colegio Columbine
se les condujo a la escuela primaria Leawood, cerca de ahí, para esperar
noticias de la policía. Los demás estábamos metidos en una biblioteca
pública, porque Leawood no podía aceptar más gente.
Parecía una zona de batalla. Rápidamente se imprimieron y distribuy-
eron listas de heridos e ilesos. Entre dar vistazos a las más actualizadas, yo
llamaba a gritos: “¡Cassie! ¡Chris!”, y corría de un grupo de estudiantes a
otro por si alguien los hubiera visto. Por supuesto, era imposible tratar de
buscarlos en la cercanía del colegio; el recinto entero estaba acordonado y
rodeado por equipos militares armados hasta los dientes.
Poco después del mediodía apareció Chris; había escapado a una casa
vecina y finalmente pudo comunicarse con Brad, que se había quedado al
lado del teléfono en casa. Brad me localizó en mi teléfono celular y respiré
más tranquila: ¡Gracias a Dios! Ahora sólo teníamos que hallar a uno de
ellos. Pero el alivio duró un momento no más; mis pensamientos volvi-
eron a Cassie. ¿Dónde estaba mi hija?
Cientos de estudiantes que pudieron huir después del tiroteo fueron
llevados en autobuses a lugares seguros. Otros, Chris entre ellos, escapa-
ron a pie, y en algunos casos pasaron horas antes de que se conociera su
paradero. Los heridos, muchos de ellos aún sin identificar, habían sido
evacuados en ambulancias. Y decenas de otros se escondieron en gabine-
tes y armarios y en salones de clase por todo el edificio. Algunos, según
nos enteramos más tarde, quedaron solos —desangrándose hasta morir.
ella dijo que sí
6
espanol.bruderhof.org
martes
Hacia las cinco de la tarde nos informaron, a quienes todavía espe-
rábamos noticias de nuestros hijos en la biblioteca pública, que un último
autobús había salido del colegio; que fuéramos a la escuela Leawood para
esperar a los estudiantes. Brad, Chris y yo nos habíamos encontrado en el
curso de la tarde. Subimos al coche y salimos para Leawood.
Se trataba de unas pocas cuadras, pero fue un trecho espantoso. La
mayoría de las calles cerca del colegio tenían barricadas, y las pocas que
quedaron abiertas al tráfico estaban congestionadas con camiones y ca-
mionetas de TV de todas las emisoras en Denver. Tuvimos el ruido de los
helicópteros de la TV de arriba, y las sirenas de las ambulancias por del-
ante y detrás. Mi corazón latía fuerte. La angustia fue insoportable.
Finalmente, llegamos a Leawood. Salté del coche y miré primero en
una dirección y luego en la otra, para ver si venía el autobús. Nada. Es-
peramos. Pasaron los minutos, y seguimos esperando y observando la
calle. Ni rastro del autobús. Al final nos dimos cuenta de que no existía
“un último autobús”. Yo estaba deshecha, destrozada. Hasta ese momento
todavía tuve esperanza, ¿pero ahora? Me sentí defraudada y amargada al
punto de sofocar.
Semanas después me enteré de que, a partir las ocho de la noche, ya no
le cabía duda a la policía: los que faltaban estaban muertos; se conocía el
paradero de todos los demás. Sin embargo, como no había confirmación
oficial, no lo habían divulgado, de modo que yo continuaba aferrada a
la esperanza. Traté de convencerme a mí misma: “Quizás Cassie se ha
escondido en algún lado; ella siempre ha sido muy ingeniosa. Sólo espero
que no esté herida.” O bien: “Mejor herida que muerta. Si está herida, por
lo menos se le puede ayudar. ¡Ojalá aguante hasta la madrugada, hasta
que alguien la encuentre!” Por tenue que sea, la esperanza es realmente lo
único que nos sostiene en una crisis así.
A las 9:30 de la noche no pude soportar más la tensión. La policía
no daba información nueva y Brad y yo decidimos volver a casa. No
significaba que nos diéramos por vencidos, todo lo contrario. Pero no
ganábamos nada con pasar el resto de la noche cerca de Leawood. De
ella dijo que sí
7
espanol.bruderhof.org
martes
vuelta en casa, Brad subió al techo del galpón; quería ver por sí mismo lo
que ocurría en el colegio:
Desde el techo del galpón alcanzaba ver todo el colegio. Con binoculares pude
distinguir las letras amarillas estampadas en las chaquetas de los bomberos;
caminaban con cabezas agachadas, como si buscasen algo. No pude ver lo que
hacían; supongo que pasaban por encima de los cadáveres en busca de explo-
sivos. Más tarde nos enteramos de que encontraron docenas de bombas…
A eso de las 10:30 u 11 de la noche hubo una explosión que provenía del
colegio. Subimos rápidamente la escalera para ver si desde el dormito-
rio de Cassie se veían llamas o humo o alguna otra cosa. Pero sólo había
oscuridad y los reflectores rojos y azules de los coches de policía y bomb-
eros en Pierce Street. Debe haber sido la detonación de una bomba. Yo
temblaba de miedo y espanto. ¿Y si Cassie todavía estaba viva?
Al final, vencida por el agotamiento, traté de dormir. Era imposible.
Cada vez que cerraba los ojos, una nueva pesadilla me hizo despertar con
un sobresalto. Una y otra vez veía a Cassie: Cassie acurrucada en algún
clóset oscuro, preguntándose si había pasado el peligro; Cassie yerta en el
piso de algún pasillo, muriendo desangrada; Cassie implorando auxilio,
sin que nadie la confortara. ¡Cómo anhelaba poder acariciar su cabeza,
arrebujarla, abrazarla y llorar y reír y estrecharla en mis brazos! La agonía
de su ausencia, el vacío de su cuarto, se me hacían casi insoportables.
Me había llevado la almohada de la cama de Cassie, y mientras bro-
taban mis lágrimas enterraba mi cara en ella, aspirando su fragancia. La
fragancia de Cassie. La fragancia de mi bebé. Nunca antes he llorado por
tanto tiempo ni derramado tantas lágrimas.
Finalmente, a eso de las 3:30 de la madrugada, me levanté y me vestí.
Brad fue conmigo hasta la esquina, donde estaba estacionado el coche del
sheriff (alguacil). Pensamos que el chofer pudiera tener alguna noticia y
le hicimos varias preguntas, pero él sólo farfulló. Finalmente Brad le dijo,
“Mire, díganos la verdad. Tenemos causa para creer que nuestra hija está
ella dijo que sí
8
espanol.bruderhof.org
martes
todavía en el colegio. ¿Hay alguien vivo allí?”. El chofer contestó: “Muy
bien, se lo voy a decir: adentro no queda nadie vivo”.
Por desesperada que era la situación, yo no estaba lista para darme por
vencida —todavía no. Puede ser que Cassie se encuentre encerrada en un
clóset en alguna parte, le dije a Brad, o que ella sea una de las estudiantes
heridas que no aparecieron en la lista del hospital. Nunca se sabe. Creen
que tienen toda la información correcta, pero a lo mejor se equivocan.
Fue veintidós horas más tarde, el jueves, alrededor de las dos de la
mañana, cuando mis defensas finalmente se derrumbaron. Sonó el telé-
fono: una mujer de la policía judicial nos dijo lo que temíamos, aunque lo
sospechábamos: tenían el cadáver de Cassie. Ahora no había más remedio
que admitir la cruel verdad: nuestra hija se había ido para siempre; ya no
regresaría a casa. Pero una madre, ¿cómo puede aceptar eso? Y lloré de
nuevo como nunca he llorado.
según me han contado desde entonces, eran como las once y cuarto de
la mañana cuando Cassie entró a la biblioteca del colegio, con su mochila
sobre los hombros, para hacer sus deberes para la clase de inglés; estaban
estudiando Macbeth. Crystal, una de sus mejores amigas, también estaba
en la biblioteca:
Sara, Seth y yo acabábamos de llegar a la biblioteca para estudiar, como todos
los días. Hacía aproximadamente cinco minutos que estábamos allí, cuando
una profesora entró corriendo, gritando que en el pasillo había unos mucha-
chos con armas. Al principio pensamos, es una broma, una gran travesura.
Seth dijo: “¡Tranquilos! Serán bolitas de pintura no más”. Entonces oímos los
tiros, primero a lo largo del pasillo, luego acercándose poco a poco. La señora
Nielsen nos gritó que nos metiéramos bajo las mesas pero nadie hizo caso. En
ese momento entró un chico y se cayó al suelo; tenía el hombro cubierto de
sangre. En seguida nos metimos debajo de las mesas. La señora Nielsen fue al
teléfono para llamar al 911. Seth me sostenía en sus brazos, con una mano en
mi cabeza, porque yo temblaba tanto; y Sara, que estaba debajo de la mesa con
nosotros, me tenía las piernas. Fue entonces que Eric y Dylan entraron, dis-
ella dijo que sí
9
espanol.bruderhof.org
martes
parando y diciendo cosas como: “Esto es lo que queríamos hacer toda la vida”,
con gritos triunfantes a cada balazo.
Yo no tenía idea de quiénes eran (me enteré de sus nombres mucho más
tarde) pero sus voces me daban miedo, sonaban malas. Al mismo tiempo ellos
estaban eufóricos, parecían niños que se divertían en sus juegos. Se acercaron
a nuestra mesa y tiraron una silla que me pegó en el brazo y después le pegó a
Sara en la cabeza. Estaban justo encima de nosotras, y yo apenas pude respirar
de asustada. De repente salieron del salón, probablemente para recargar sus
armas; quizás se les había acabado la munición. Aprovechamos para irnos
corriendo por una puerta lateral de la biblioteca, una salida de emergencia,
momentos antes de que regresaran ellos.
Crystal perdió de vista a Cassie una vez que los tiradores habían en-
trado al salón. Hay versiones contradictorias sobre lo que Cassie estaba
haciendo. Una estudiante recuerda haberla visto bajo una mesa, con las
manos juntas en oración; otra dice que Cassie permaneció sentada. Josh,
un estudiante de segundo año que me habló semanas más tarde, dice que
no la vio pero que nunca olvidará lo que oyó cuando él estaba agachado
debajo de un escritorio a unos ocho metros de distancia.
No pude ver nada cuando esos tipos se acercaron a Cassie, pero reconocí su
voz. Lo oí todo como si estuviera al lado mío. Uno de ellos le preguntó si ella
creía en Dios. Cassie tardó un momento en contestar, como si no sabía qué
responder, y luego dijo que sí. Debe haber tenido miedo, pero su voz no se
oyó temblorosa; era firme. Le preguntaron por qué, sin darle oportunidad de
contestar. La mataron a tiros.
Josh dijo que, por las preguntas que los muchachos hicieron a Cassie,
quizás era obvio que ella estaba orando.
No puedo imaginarme que le harían esa pregunta a alguien que no estuviera
en actitud de oración. Ella podría haber estado hablándoles —quién sabe. Yo
sé que hablaban continuamente mientras estaban en la biblioteca. Se acerca-
ron a Isaiah y se burlaron de él; le dijeron negro antes de matarlo, y comen-
zaron a reírse y aplaudir. Era como un gran juego para ellos. Después salieron
del salón. Yo me levanté, cogí de la mano a mi amiga Brittany y comenzamos
ella dijo que sí
10
espanol.bruderhof.org
martes
a correr. Lo único que recuerdo es que la empujé por la puerta y salí volando
tras ella…
Al día siguiente, uno de los primeros oficiales en la escena fue Gary, un
miembro de nuestra iglesia e investigador de la magistratura de Jefferson
County:
Cuando llegamos al colegio nos dividieron en siete equipos. Hasta la mañana
siguiente se había dejado a todas las víctimas en el lugar donde fueron asesi-
nadas, porque los investigadores querían estar seguros de tenerlo todo docu-
mentado antes de recoger la evidencia.
Al entrar en la biblioteca, vi a Cassie. De inmediato supe que era ella. Yacía
bajo una mesa cerca de otra niña. Cassie tenía un tiro en la cabeza disparado
desde muy cerca. En efecto, la herida de bala indicaba que la boca del fusil
tocó su piel. Es posible que levantó una mano para protegerse, porque el tiro
parecía haberle sacado la punta de un dedo, pero no habrá tenido tiempo de
hacer más. El disparo la mató instantáneamente.
la distancia entre el 20 de abril y el presente aumenta con cada día que
pasa, pero los detalles no pierden nada de su intensidad. Algunas veces las
imágenes me vienen con tanta claridad que parece como si todo hubiera
ocurrido ayer. Los médicos dicen que el cerebro olvida el dolor, y puede
que sea verdad; pero no creo que el corazón pueda olvidar. Si hay alguna
consolación en lo más recóndito de la mente, quizás consista en aquellas
cosas alegres y sencillas que nos unieron como familia durante la última
semana de la vida de Cassie. No había pasado nada de extraordinario,
pero el mismo recuerdo da una rara satisfacción, y hasta trae consuelo.
Pocas semanas atrás, Brad y yo habíamos ido con los chicos a Breck-
enridge, una estación de esquí cercana, donde pasamos las vacaciones
de primavera. Como todavía teníamos entradas sin usar, decidimos que
Cassie y Chris las aprovechen, aunque se pierdan un día de clases (algo
que “nunca” hacemos). Salieron para Breckenridge el jueves. Al verlos
salir de casa con su equipo de esquiar, se me ocurrió que mis hermanos y
ella dijo que sí
11
espanol.bruderhof.org
martes
yo nunca hicimos cosas así, y que era un don especial el que mis hijos se
llevaban tan bien, y que había actividades que ambos disfrutaban.
El viernes volvieron a clase, y el sábado era la noche del baile del co-
legio. Ni Cassie ni su mejor amiga, Amanda, tenían quién las llevara al
baile, pero estaban resueltas a divertirse contra viento y marea:
No podíamos ir al baile porque no teníamos compañeros que nos llevaran—
¡éramos perdedoras!—pero esa misma noche la empresa donde trabaja mi
mamá daba un gran banquete en el hotel Marriott. Cassie y yo decidimos ir-
nos al Marriott. Nos pusimos vestidos largos, nos hicimos peinados de moda,
y nos divertimos en gran forma.
Ese sábado por la noche, muy tarde, me llamó Cassie desde el Marriott
para contarme cuánto se estaba divirtiendo con Amanda y Jill, la mamá, y
para decirme que iban a pasar por casa en camino al colegio para el final
de la fiesta. La próxima vez que me desperté fue por el ruido que hacían
Cassie y Amanda, abriendo y cerrando cajones en busca de ropa para mu-
darse de vestido. Cassie me dijo que pensaban estar de vuelta temprano,
ya que no estaban seguras de cómo les iría. La verdad es que llegó a las
seis de la mañana.
El próximo día fue lunes. Cassie no había terminado los deberes y
tenía muchísimo que hacer, porque se había pasado todo el fin de semana
divirtiéndose. Normalmente cuidaría a los niños de amigos míos, pero
esta semana no la necesitaban, de modo que esa noche cenamos todos
juntos. Es algo que ocurre con cierta frecuencia, aunque no con regulari-
dad. Después de cenar, Cassie se quedó hasta tarde haciendo sus deberes.
Al mirar en retrospectiva esa última noche de la vida de Cassie, to-
davía la veo sentada ahí en la cocina. Todavía no había hecho sus tareas
domésticas, y con seguridad la regañé; duele admitirlo, ahora que ya no
está. También duele reconocer, por tarde que sea, que la relación entre
nosotras, aunque buena por lo general, no era ideal —ni aquella noche,
ni ninguna otra. Pero es demasiado tarde para atormentarse por lo que
pudiera haber sido.
ella dijo que sí
12
espanol.bruderhof.org
martes
Quizá la ironía más cruel de perder a Cassie de esta manera es que ella
no hubiera estado en el colegio Columbine aquel día fatal, si no habría-
mos tratado de salvarla mediante un cambio de colegio. Sólo hacía dos
años y medio que había ingresado en el noveno grado de aquel otro cole-
gio, en una época en que las relaciones entre nosotras habían empeorado
casi irremediablemente. Cada día era un triunfo verla sana y salva de
vuelta en casa, ni que hablar de verla en la cocina para cenar con el resto
de la familia o para hacer sus deberes. Pero eso es otro capítulo.
la n
ena
de p
apá
muchas cosas pueden esperar,
los niños no pueden.
Hoy sus huesos están en formación,
su sangre se está elaborando,
sus sentidos se están desarrollando.
A ellos no podemos decirles: Mañana —
Hoy es su nombre.
gabrie la mistral
2. la nena de papá
Cassie nació el 6 de noviembre de 1981, a unos pocos kilómetros del si-
tio donde le dimos sepultura diecisiete años más tarde. Nuestra primogé-
nita despertó en mí ese amor elemental que convierte a la más indiferente
de las mujeres en una madre radiante. Y, más asombroso aún, cambió
totalmente la vida de Brad. Se dice que hay quienes se casan, tienen un
bebé, y se enamoran —en ese orden. Yo diría que eso es lo que le pasó a
Brad. Pero que hable él mismo:
Misty y yo nos casamos en agosto de 1980, y a los pocos meses cada tercera
palabra suya era: bebé; estaba desesperada por tener un bebé. Yo quería de-
morar el tener familia para poder divertirnos un año, quizás dos. Pero—¡gran
sorpresa!—tres meses más tarde Misty quedó embarazada de Cassie. Yo no
estaba tan entusiasmado como muchos hombres que he visto cuando espera-
ban su primer hijo. A decir verdad, me sentía un poco desilusionado, porque
quería hacer muchas otras cosas, y ahora venía ese bebé.
A medida que progresaba el embarazo de Misty, yo me volvía más y más
difícil, y debo haberla herido muchas veces. Hoy sé que corrí el riesgo de que
Misty se alejara de mí, porque no entendí el cambio que noté en ella: se sentía
cansada, necesitaba descansar tanto, no se sentía bien —me faltaba la sensibi-
lidad necesaria.
Llegó el día en que nació Cassie. En el instante mismo en que la vi entrar
en este mundo, me sentí como un hombre completamente nuevo, diferente.
De pronto estaba enamorado de mi bebita y de mi esposa. De repente todo
ella dijo que sí
16
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papátenía sentido: comprendí lo que Misty aguantó durante el embarazo, y estuve
muy dolorido por haberle causado pena.
¡Esa bebita era formidable! Yo quería hacerlo todo por ella. Solía acariciar y
besar sus tiernas mejillas y sus hombros tan suaves. Le cambié el primer pa-
ñal. Eso debe haber impresionado a las enfermeras, porque me hicieron una
medallita que decía: “Por ser un superpapá”, y me la pusieron en la camisa.
También fui yo quien cerró la tapa del féretro de Cassie. Quería estar seguro
de que fuera yo y nadie más.
Cuando empezó a gatear, cada vez que salí de casa me siguió hasta la puer-
ta, y ahí se quedaba llorando y gritando después de haberme ido. No quería
que me fuera, y a mí no me gustaba tener que dejarla. En esa época trabajaba
doce horas al día, incluso los fines de semana, y a mi nena la vi mucho menos
de lo que hubiera querido.
Cuando ya era más grandecita, teníamos otro ritual matutino: Iba a verla
a eso de las cinco y media, antes de irme al trabajo. La encontraba toda arre-
bujada en sus cobijas, y yo le daba un besito, le cantaba una pequeña canción
para despertarla y le decía: “Buen día, Cassie, nos veremos esta noche”. Ella
daba un gran bostezo y decía: “O.K., papi”.
Cassie y yo nos deleitamos en estar juntos. Yo me ponía a cuatro pies y
gateamos por toda la casa, persiguiéndonos el uno al otro. Si le agarraba un
piecito y la tiraba hacia mí, Cassie se ahogaba de la risa. Le compramos un va-
goncito rojo—se llamaba “Radio Flyer”— y yo la arrastraba por todas partes.
¡Qué aventura! Ese vagoncito era uno de sus juguetes preferidos.
Cuando Cassie tenía seis meses, comencé a llevarla a pasear en mi moto
liviana. Puse un cinturón de seguridad alrededor de los dos, y ¡aquí vamos!
La llevaba por colinas bastante altas; probablemente era un poco arriesgado,
pero a ella le deleitaba. Al rato, se dormía con su cabecita en mi hombro y así
seguíamos hasta llegar a casa.
Misty siempre se ponía nerviosa; tenía miedo que la nena se lastimara en
esos paseos; y tengo que admitir que pasó una vez, pero eso fue mucho más
tarde. Cassie ya tenía cerca de cinco años, Chris tenía tres años, y me llevaba
a los dos en la moto: Chris iba sentado en el tanque de nafta por delante, yo
en el medio y Cassie detrás. Había mucho barro y andábamos muy despacio.
Yo tenía las piernas estiradas para mantener el equilibrio. Nos arrastrábamos
ella dijo que sí
17
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papápor el lodo y de repente la rueda trasera se deslizó, la moto se volteó hacia un
lado y nos caímos los tres. Chris cayó de cara en el barro, y a Cassie la golpeó
el bastidor más arriba del tobillo.
Después de haberlos sacado del barro, noté que Cassie se paraba de una
manera un poco rara. No lloró ni se quejó, pero cuando le subí el pantalón
noté que su pierna estaba torcida. ¡Le había roto la pierna! Nunca me sentí
tan miserable como en esos momentos. Se me partía el corazón. Con los dos
niños embarrados en brazos, corrí todo el camino (creo que eran varias cua-
dras) hasta la casa de nuestros amigos Rick y Lori. Lori se llevó a Chris para
darle un baño; Rick nos llevó a Cassie y a mí al centro local de urgencias, donde
le tomaron radiografías (se había roto dos huesos de la pierna) y la vendaron.
Aquello fue una pesadilla.
Misty vino con el coche a encontrarse con nosotros en el centro de urgen-
cias y en la entrada empezó a llorar. Cassie la miró y dijo: “No llores, mami.
Voy a estar bien”. Pero más tarde el dolor era tan fuerte que los dos pasamos la
noche sentados al lado de su cama.
Por cada anécdota que recuerdo yo, Brad recuerda dos más. El primer
gatito de Cassie era un animalito rayado llamado Tigre; se lo llevaba
por todas partes. Más tarde vino Yenka, un patito silvestre que Brad le
compró para la Pascua, y que creció hasta ser un magnífico pato que se
paseaba por el jardín. También teníamos un perro labrador negro de raza
cruzada; se llamaba Scamper, y los dos niños lo montaban como si fuera
un caballito. Cuando Scamper se tiraba en el piso y batía la cola, ellos se
agarraban de su piel y dieron saltos en su lomo.
Un día, mientras Brad estaba por terminar alguna reparación en el sóta-
no, Cassie se divertía con el tarro de clavos. Primero los vaciaba sobre el
piso y luego, con el gato colgado del brazo, los recogía uno por uno para
ponerlos de vuelta en el tarro.
Más tarde (Cassie recién había entrado al primer grado) Brad trató
de enseñarle los fundamentos del álgebra, no para apresurarla, sino para
ver si era capaz de entenderlos. Le explicó lo que era un “conjunto” y
puso grupos de palillos, tenedores, cuchillos y cucharas en la mesa; para
ella dijo que sí
18
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papáasombro nuestro, ella lo comprendió todo. Después pasaron a las letras
y Cassie hizo la adición, primero de todas las letras “a”, luego de las “b” y
finalmente de las “c”.
Desde el primer día que la metimos a chapotear en la piscina en
nuestro patio, le entusiasmaba la natación. Cuando ya adolescente, su
lugar favorito para ir a nadar era Glenwood Springs, un pueblo en las
montañas Rocosas donde había enormes charcas alimentadas por fuentes
termales. También le gustaba pescar. Y hace más o menos tres años, en
ocasión de un paseo que toda la familia hizo a las montañas, se interesó
por escalar roca. Cassie y Chris participaron en un curso sobre precaucio-
nes de seguridad en ese deporte y recibieron el certificado correspondien-
te, lo que debe haber contribuido a que llegó a ser su deporte predilecto.
La niñez de Cassie no tenía nada de extraordinario. Toda madre tiene
tiernos recuerdos de la infancia de sus hijos. Ahora que mi nena se ha ido,
empiezo a darme cuenta de la importancia de cada minuto que pasamos
con nuestros hijos. Yo sé que suena a lugar común, pero tiene mucho de
cierto. Cuando la cocina está hecha un desastre, suena el teléfono y los
chicos estorban por todas partes, es fácil ponerse impaciente y rezongona.
Esos momentos son inevitables, pero hay que encontrar tiempo entre los
quehaceres de la casa para dedicarnos enteramente a los hijos. Sin darnos
cuenta, el chiquillo encantador de cuatro años se convierte en el huraño
joven que ni caso hace de tu presencia. No sé dónde habríamos acabado,
cuando Cassie entró en la adolescencia, sin los muchos recuerdos felices
que nos sirvieron como punto de partida para volver a descubrir nuestro
amor.
los recuerdos son una cosa; los sueños son otra. Comenzaré con los
malos. A principios del mes de mayo, unas tres semanas después de la
muerte de Cassie, traté por primera vez de dormir sin tomar un tranquili-
zante. Fue un desastre total; me pasé la noche entera atormentada por
pesadillas, una tras otra. En una de ellas veía a Cassie sobre una camilla;
tenía la cabeza y el torso vendados. Se sonreía y hablaba con los para-
ella dijo que sí
19
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papámédicos que la transportaban; les dijo que se pondría bien, y parecía que
realmente iba a reponerse. En ese momento me dijeron que de repente
había fallecido. No pude aguantarlo; me había convencido de que iba a
vivir.
En otro sueño, estuve de compras en el centro de Denver, en una parte
muy peligrosa; de repente me llenó el pánico: tenía que sacar a Cassie de
allí, sin demora, y llevarla a un lugar seguro. Una vez despierta de seme-
jantes pesadillas, era casi imposible volver a conciliar el sueño. Me puse
a especular cuál era peor, el insomnio o las pesadillas. Creo que decidí
que el insomnio era el menor de dos males, puesto que, despierta, por lo
menos puedo imaginármela a Cassie como quiero verla: con vida, radi-
ante, hermosa. En mis sueños su cara parece estar distorsionada de terror
en aquel momento de protegerse de la boca del fusil apretada contra su
frente.
A veces, por más que el miedo que uno tiene sea producto de la
imaginación, es difícil ignorarlo. La otra noche me parecía que los per-
ros estaban agitados; durante horas, gruñían, pateaban y daban vueltas
en la terraza. Aunque quise convencerme de que sólo era una ardilla o algo
que olfateaban los perros, no pude tranquilizarme. Escuchaba los ladridos
acostada en cama, con el corazón latiendo fuerte, y me preguntaba si
alguien estaba por entrar en mi casa. Si se toma en cuenta que el colegio
está tan cerca, y que mucha gente opina que los asesinos no pueden haber
actuado solos, es lógico preguntarse cuántos Erics y Dylans todavía an-
dan por ahí. A veces se me hace tan insoportable que quisiera vender la
casa, salir de aquí y no volver nunca más. Sólo la inmensa ternura de Brad
puede asegurarme que no va a pasar nada.
Se dice que la mejor forma de vencer los terrores que nos asaltan es
enfrentarlos de cara. Lo hice dos veces en las últimas semanas, y empiezo
a creerlo. Es muy cierto que hacer frente a la amarga realidad, por más
pena que nos cause, tiene sus beneficios.
Lo primero fue la visita al cementerio. Si hay algo más desgarrador
que ver como bajan a tu propia hija en la tumba, es volver unos días más
ella dijo que sí
20
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papátarde, cuando las flores ya están marchitas y los amigos y parientes se han
vuelto a casa; es quedarte parada allí, sola, y llorar. Hay un momento en
que me pregunto para qué vine; quisiera morir ahí mismo y estar con
mi nena. En el próximo instante trato de recobrar mi compostura y con-
vencerme de que en verdad estoy allí con Cassie: ella me ve y sabe que la
quiero y que tiene importancia en mi vida.
En un cementerio uno se da cuenta de que, con el tiempo, las cosas
insignificantes de la vida palidecen. Dicen que en la muerte somos todos
iguales, y es verdad. La mayoría de las personas de setenta u ochenta años
han tenido una vida larga y activa; a los diecisiete años por lo general se
ha logrado muy poco. Cassie ni siquiera terminó el bachillerato. Sin em-
bargo, la duración de una vida no tiene importancia. En alguna parte leí:
“Mira, toda carne es como la hierba…” —dondequiera que haya sido, me
trae cierta paz el recordar esas palabras.
Visitar el colegio Columbine por primera vez después de morir Cassie,
presentaba un obstáculo psicológico aún más difícil de superar. A dos
pasos de nuestra puerta trasera, el colegio se erguía como una extraña y
siniestra fortaleza en las primeras semanas de las investigaciones. A veces
casi me volví loca tratando de imaginar la carnicería que tuvo lugar tan
cerca de casa. Acaso porque estaba preparada para lo peor, logré guardar
la compostura.
Brad y yo éramos los primeros padres que visitaron la escena del tiro-
teo. Rachael (la abogada que nos fue asignada por el distrito judicial) y
dos investigadores nos acompañaron. Por todas partes vimos agujeros
hechos por las balas, sangre salpicada, vidrios rotos. En los pasillos y
salones donde estallaron las bombas, había enormes boquetes, muebles
hechos pedazos, y paredes y pisos manchados de hollín. En algunos
lugares, pegotes de plástico fundido que venían de los filtros de luz fluo-
rescente pendían del cielo raso, y el sistema de rociadores había dejado
grandes charcos de agua sucia.
Me pasé todo el espeluznante recorrido atontada del horror; no pude
sino mirar en silencio. Sin embargo, después tenía la sensación de haber
ella dijo que sí
21
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papálogrado algo; Brad lo expresó muy bien: “Ahora que sabemos lo que
Cassie tuvo que sufrir en sus últimos momentos, ya no queda nada para
la imaginación, ya no puede jugarnos malas pasadas”.
Aun así, quedamos inquietos y perturbados. Nuestra iglesia había
organizado la conmemoración de Cassie, que tuvo lugar en un pabellón
blanco decorado con velas y flores. Había mesas llenas de cartas, recuer-
dos y regalos, y alguien había traído un enorme globo amarillo de “carita
feliz”, hecho de un material plástico resistente. Una noche Chris estuvo
allí con unos amigos; de repente notó que alguien había marcado el globo
con rotulador negro para hacerlo parecer como si había recibido un tiro.
Chris estaba asqueado y destruyó el globo. Pero no hemos olvidado ese
incidente ¿cómo puede olvidarse? Igual como aquel joven a quien amigos
nuestros vieron en un almacén meses después de la muerte de Cassie. De-
bajo de su impermeable negro llevaba una camiseta que decía: “Todavía
estamos ganando, trece a dos”.
Me alarma el hecho que, después de una tragedia tan terrible como la
del colegio Columbine, todavía haya gente en nuestro barrio que puede
ser tan descaradamente cruel. ¿Cuántas masacres tienen que ocurrir antes
de que se acabe la violencia?
Algo que me ha servido de ayuda para superar todo esto, es recordar
que no soy la única que sufre, y mostrar interés en otros que luchan igual
que yo. Más de un mes después de la masacre, uno de los sobrevivientes
de la biblioteca, un joven atlético que daba la impresión de ser muy es-
table, hoy todavía es visiblemente perturbado: es incapaz de mirarle a
los ojos a un desconocido, y cuando habla, hace movimientos nerviosos
con las manos. Un muchacho de dieciséis años, que vive cerca pero no va
al Columbine, tiene terribles pesadillas. En una de ellas, dos pistoleros
entraron en su pieza y se sentaron al borde de su cama. Los diarios dicen
que algunas niñas de la vecindad han tenido tantos problemas de noche
que le piden a sus madres dormir con ellas.
Son los chicos más afectados por la tragedia quienes más se han acer-
cado a Brad y mí: los compañeros de clase de Cassie, los amigos de su
ella dijo que sí
22
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papágrupo juvenil en la iglesia, y muchos otros han venido a casa a comer, a
conversar, a rememorar, o simplemente a pasar el rato. Quizás sea la pena
que compartimos, o el hecho de que todos nos esforzamos por aceptar el
dolor, aunque de diferentes maneras. Sea lo que fuere, su presencia me da
firmeza y consuelo tal como no he encontrado en ninguna otra parte de
mi vida cotidiana. A veces todavía me sorprendo esperando oír el timbre
que anuncia su llegada.
dije que escribiría primero acerca de los malos sueños. En cuanto a los
buenos—la graduación de Cassie, Cassie caminando por la nave de la
iglesia con velo de novia, Cassie cuidando a sus hijos—por más que du-
ele, poco a poco comienzo a aceptar el hecho de que nunca serán más que
sueños.
Unos meses antes, habíamos comenzado a hablar de estudios univer-
sitarios. Cassie tenía ambiciones de estudiar medicina obstétrica en In-
glaterra, en la universidad de Cambridge. Yo no estaba tan entusiasmada,
y cuando me enteré que sólo matricularse cuesta 30.000 dólares al año,
le dije: “Lo lamento, Cass, temo que te equivocaste de familia”. Pero tan
fácilmente no se daba por vencida. Se había enamorado de Inglaterra cu-
ando visitó a la hermana de Brad en 1997, y había decidido que era donde
iba a estudiar.
¿Y nuestros sueños de verla casada y con familia propia? Brad le pre-
guntaba en broma: “Bueno, Cassie, cuando tengas hijos propios, ¿los vas
a traer a casa para que pasen un rato con abuelito? Ya sabes que quiero a
los chiquilines y que me gusta jugar con ellos”. Esa conversación siempre
terminaba de la misma forma: “Claro que sí, papi, pero yo nunca me voy
a casar y nunca voy a tener hijos”.
dicen que no hay cosa que pase sin que tenga un significado, y a lo
mejor Cassie cumplió un plan divino; quizás, al defender su fe, fue un
instrumento de Dios para adelantar su Reino. Hasta cierto punto, tales
pensamientos me reconfortan: dan significado a lo que otros llaman
ella dijo que sí
23
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papáuna tragedia “sin sentido”, y me recuerdan que una vida truncada no es
necesariamente una vida desperdiciada. Por otra parte, admito que estoy
cansada de explicaciones e interpretaciones, de oír hablar de las lecciones
que hay que aprender. Quisiera exclamar: “Pero, ¿por qué tenía que ser
mi hija?” y que, por más profundo y espiritual que sea el significado de su
muerte, no alivia mi dolor por haberla perdido.
Hay momentos en que me siento frustrada por la rapidez con que
Brad parece haber aceptado todo lo que nos pasó. Entonces me dis-
gusto con él. ¿Cómo es que a él le ha sido tan fácil? Brad dice que se ha
reconciliado con la muerte de Cassie, y saber que ella está con Dios le trae
consuelo y paz del alma. No es que yo no comparta su fe. Pero los sen-
timientos son algo inconstante. Estoy segura de que la oración y el pasar
del tiempo me traerán el alivio que ha encontrado Brad, pero mientras
tanto lucho con una sensación de aislamiento y vulnerabilidad y con la
tentación de desesperar. Todavía no he llegado al punto que él alcanzó.
¿Y adónde tenía que llegar yo? Meses después del funeral de mi hija,
me pregunté: ¿Está bien llorar todas las mañanas al despertarme? Y cuan-
do salí de compras por primera vez, tres semanas después de la muerte de
Cassie, ¿por qué era como si todas las mujeres embarazadas en diez kiló-
metros a la redonda se habían congregado ahí? ¿Era para despertar mis
instintos maternales e intensificar mi dolor? ¿Estoy volviéndome loca? En
un momento puedo olvidarme de Cassie, y en el próximo, lo único que
quiero es estar con ella; la cosa más insignificante que me salga mal pro-
voca torrentes de lágrimas —justo cuando creía que, por fin, voy a tener
un día entero que ha sido bueno.
En parte, es una reacción a la sacudida que te ha dado esa muerte súbi-
ta, y de repente, a los treinta y ocho años, tener que disponer el funeral
de tu hija, cuando ni se te había ocurrido pensar en el de tus padres a los
sesenta. En parte también se debe a que, desde el primer momento, lo de
Columbine apareció en todos los noticiarios del país, y había que enfren-
tarse con un sinnúmero de periodistas, editores de noticias y fotógrafos,
además de un torrente de personas que querían expresar sus condolen-
ella dijo que sí
24
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papácias. La primera llamada de un desconocido bien intencionado no será
una violación de tu intimidad, pero cuando llama el vigésimo, por más
cortés y amable que sea, te da ganas de colgar el teléfono. Todos quieren
que les hables de tu hija, y simplemente no puedes.
Más adelante pasa lo contrario. Mientras el resto del mundo se ocupa
de sus asuntos, tú tratas de acallar el insistente deseo de hablar de Cassie
a quien quiera escucharte: “Yo soy una de aquellas madres que perdieron
un hijo en el colegio Columbine. ¿Me escuchas?” Por más que te esfuerces
por enfocar tus pensamientos en el futuro, las circunstancias te hacen
volver al pasado. Mientras yo paso la mañana hablando con nuestra
abogada, o formulando una petición a la corte para que mantengan las
autopsias bajo sello, otras madres hacen planes para las vacaciones de sus
familias. Mientras nuestros vecinos van a una fiesta, yo me paso la noche
revisando el certificado de defunción de Cassie para ver si es correcto
(“Causa de la muerte: homicidio. Tipo: herida en la cabeza con arma de
fuego’’, etcétera, etcétera), y trato de pensar qué hacer con Chris en el
otoño. ¿Mandarlo de vuelta al colegio Columbine? ¿Matricularlo en un
colegio privado? ¿Darle clases particulares en casa? ¿Qué es lo mejor para
él? ¿Qué es lo más seguro?
la otra noche, en cama, cuando traté por enésima vez de conciliar el
sueño, mi mente regresó al 20 de abril. Me atormenta sin cesar la idea de
los últimos instantes de Cassie, el inmenso pánico que debe haber sentido
cuando le pusieron el arma a la cabeza. Por irracional que parezca, lucho
con sentimientos de culpa por no haber estado a su lado. Siento que le
fallé en los momentos en que más me necesitaba. ¡Si hubiera estado allí
para acariciarla, para abrigarla…!
Pero no estuve, y mi último gesto de ternura maternal tenía que es-
perar hasta la funeraria. Allí me pidieron que trajera “un lindo vestido”
para ponérselo. Cassie tenía uno o dos trajes de fiesta, pero rara vez usaba
vestido. Al final decidí llevar una camisa azul que se ponía todos los días,
ella dijo que sí
25
espanol.bruderhof.org
la nen
a de papáunos jeans desteñidos, su collar de conchas, y sus zapatos de gamuza
negra: eso era Cassie.
Una de las primeras cosas que les dije a la gente de la funeraria era: por
favor, nada de rosado; Cassie era la nena de su papá. Hasta pedí que las
rosas fueran de cualquier color salvo rosáceas. Pero cuando fuimos a ver a
Cassie para decidir si dejaríamos el cajón abierto para el velorio (decidi-
mos que no), lo primero que noté era el forro de satén rosado. Pensamos
en cambiarlo por uno de diferente color, pero al final no hicimos nada, ya
que de todos modos el cajón iba a quedar cerrado. Esos son los momen-
tos en que uno no sabe si reír o llorar —y yo logré reír. Pero al mirarla
que yacía ahí, le dije que hice lo mejor que pude: “Traté de hacerlo bien,
Cass, yo traté”.
escr
ibió
: “as
esin
ar”
…que su dolor y el gozo de ser madre
no encuentran sino desdén y escarnio,
que sepas cuánto más amargo es tener hijo ingrato,
que mordedura de serpiente.
william shakespeare
3. escribió: “asesinar”
En diciembre, antes de la Navidad, van a ser tres años que dejé mi
empleo en el departamento legal de Lockheed Martin, donde había tra-
bajado ocho horas al día. Mi contrato estaba por vencer y parecía ser el
momento oportuno para salir de ahí. Más importante aún era mi deseo
de pasar menos horas en mi escritorio y más tiempo con mis hijos. Aun
cuando siempre me consideré una madre dedicada, no me quedaba bas-
tante tiempo para pasar con ellos. Las notas de Chris estaban bajando, y
cada día Cassie parecía más distante.
En los primeros días que me quedé en casa, estuve deprimida por no
poder comunicarme con Cassie. De repente recordé que, tiempo atrás, mi
hermano y su esposa le habían regalado una “Biblia para adolescentes”:
el Nuevo Testamento y una especie de manual para ayudar a los jóvenes
lectores en sus relaciones con sus padres. Esperando poder encontrar
alguna ayuda yo misma, fui al cuarto de Cassie y empecé por mirar en sus
cajones.
Desde luego, encontré la Biblia, pero primero me topé con un montón
de cartas que me hicieron parar en seco y cuyo contenido convirtió nues-
tra vida hogareña en un horrible drama que duró tres meses. Apenas
alcancé la silla más cercana para sentarme y empezar a leer.
Una carta de su mejor amiga Mona (nombre ficticio) empieza con
varias líneas, que no se pueden repetir, de obscenidades y chismes del no-
ella dijo que sí
29
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
veno grado; siguen unos comentarios sobre una profesora del colegio, la
Sra. R.: “¿Quieres ayudarme a matarla? Ella llamó a mis padres y les contó
acerca de mi ‘F’1”. La carta termina recordando a Cassie un “hechizo fenó-
meno”, dibujos de navajas, dientes de vampiros, hongos, y una caricatura
de la Sra. R. en un charco de sangre y cuchillos de carnicero que le salen
del pecho.
La mayoría de las cartas están decoradas: monos con dientes de vam-
piro, hachas, cuchillos, hongos (significando drogas psicodélicas), garaba-
tos con maleficios y coplas en rima, como ésta:
Pica tu dedo y hecho está:
La luna ya ha eclipsado al sol.
Sus alas el ángel de la oscuridad desplegó,
La hora para cosas mejores ya llegó.
En una de sus cartas Mona describe con gran detalle el odio que tiene
a su padre; en otra, cómo adora a Marilyn Manson. Hay interminables
comentarios sobre lo atractivo y “sexy” que son la ropa y el maquillaje
negros, lo “divertido” que es tomar alcohol de contrabando, fumar mari-
huana y mutilarse a sí mismo; describe las aventuras de un compañero
de clase cuya novia fue a “esa iglesia satánica, donde, para ser admitido al
culto, hay que beber la sangre de un gatito”.
Algunas de esas cartas aconsejan a Cassie deshacerse de nosotros para
resolver sus numerosos problemas. Una de ellas termina así: “¡Mata a tus
padres! El asesinato es la solución de todos tus problemas. ¡Que esos ca-
nallas paguen por tus sufrimientos! Te quiero. Yo”.
Otra está ilustrada con dibujos horrorosos de una pareja (“Mamá y
Papá”) ambos suspendidos por sus intestinos, con puñales que cuelgan
de sus corazones; hace mención del “método de ahorcar por los intesti-
nos”, lo que la autora llama una “excelente idea”. A continuación dice que
quizás Rick (nombre ficticio) tenga “una idea aún mejor…ya que está
metido en aquello de los asesinatos”. Al final, como firma, está el símbolo
1 “F”: en la educación: failing, calificación de insuficientia.
ella dijo que sí
30
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
para Mona: un mono con dientes de vampiro y un pentagrama colgado
del cuello. En otra carta más, hay un dibujo crudo de un cuchillo del
que cuelgan “los intestinos de los padres”, lápidas para “Papá y Mamá
Bernall”, y las letras “R.I.P.” (Requiescat In Pace, o sea, “que descansen en
paz”).
Otra tiene el título: “Vampiros con nosotros por siempre jamás”, segui-
do por un crudo poema:
Déjame engullir mi propia sangre.
Déjame despilfarrar mi vida.
Perenne, el fulgor de la candela resplandece
a través del vacío de mi alma.
No toques el fuego, dice la vieja cicatriz,
mi sangre hervirá cuando llegue la hora.
A medida que el mal se aproxima a mi llama,
la chispa de la vida va extinguiéndose…
“Creo que soy un vampiro”, escribe Mona. “Estamos en todas partes. Si
matas a uno de nosotros, vamos a agarrarte. Ten cuidado, te observamos
continuamente. Soy hija de la noche. Tú también lo eres… Tengo ganas
de quemarme. Nada me puede herir, porque soy un vampiro”.
En otra, un pedazo de papel de cuaderno garabateado con dibujos de
hojas de marihuana, vampiros, lunas y estrellas, escribe: “Mis entrañas
están hambrientas de aquellas cosas macabras… estoy desesperada por
acabar con mi vida, tenemos que matar a tus padres. El colegio es una
porquería, mátame junto con tus padres, luego mátate tú misma para que
no vayas a la cárcel. Con toda seguridad irás a la cárcel”.
Yo estaba pasmada, tan ofuscada que me costó un esfuerzo levantar
el tubo del teléfono para llamar a Brad y pedirle venga en seguida a
casa. Tan pronto llegó, nos sentamos en silencio a leer las cartas, una
por una, de la primera hasta la última.
La mayoría las escribió Mona, la mejor amiga de Cassie, pero más
tarde nos enteramos—tanto por la madre de la niña como por admisión
propia de Cassie—que ella también había escrito esa clase de cartas. De
ella dijo que sí
31
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
todos modos, las que teníamos en manos eran prueba suficiente de que, si
bien ella no era la principal responsable por dejar constancia por escrito
de aquellas fantasías homicidas, por lo menos era una cómplice volun-
taria.
dicen los expertos que la esencia de ser buenos padres es saber guiar a
los hijos. Hasta cierto punto es verdad. Pero eso no explica por qué—a
pesar de las mejores intenciones de padres, parientes, profesores y ami-
gos—hay chicos buenos que van por mal camino. Entonces no hay más
remedio que admitir el fracaso. En nuestro caso, Brad y yo tuvimos que
reconocer que había todo un aspecto de la vida de Cassie del cual sabía-
mos poco o nada.
Desde luego no faltaban los indicios. Cuando encontramos las cartas,
Cassie estaba en el noveno año; pero ya en el quinto o sexto año, cuando
empezó a pegarse a Mona e ignorar a sus demás amigas, poco a poco se
había alejado de nosotros. A esa altura ya estábamos inquietos por la
amistad entre las dos, sobre todo porque Mona era incapaz de mirarle a
los ojos a un adulto. Su amistad tenía algo de enigmático y malsano.
En el octavo año, Cassie echó por la borda, uno por uno, nuestros va-
lores y normas en favor de las opiniones de Mona. Tratamos de limitar las
ocasiones para encontrarse con Mona y la animamos a juntarse más bien
con otras compañeras. Era inútil: siempre mantenía que con ninguna
otra se sentía tan cómoda, así que decidimos no insistir más. Toda madre
desea que su hija tenga por lo menos una buena amiga que la acompañe
en las vicisitudes de la vida colegial.
A pesar de todo, me quedé con la sensación de que las cosas no march-
aban bien. Y por más que Cassie insistía que no le pasaba nada, que todo
andaba bien, yo sabía que la verdad era otra, aunque no había nada con-
creto.
Al igual que toda adolescente, Cassie era experta en conducirse cor-
rectamente. Cuando se quedaba en el colegio después de la hora de
salida, era “porque tengo que mejorar mi nota de arte” —ni mención de
ella dijo que sí
32
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
que fumaban marihuana y bebían y que, contrario a lo que se nos había
hecho creer, no había vigilancia en el salón. Nos mostraba sus nuevos
discos compactos, salvo los que sabía que desaprobaríamos. Nos presentó
a Rick, un compañero de clase que parecía bastante inofensivo, pero
nunca nos dijo que era aficionado a los ritos satánicos y que en su casa
tenía grandes problemas. (Más tarde Rick me preocupó tanto que le hablé
al director del colegio. Él confirmó que el chico estaba “fuera de control”,
pero dijo que no había nada que hacer: ni siquiera sus padres podían
manejarlo).
De la niña confiada que había sido, Cassie se transformó en una joven
desconocida y mal humorada; el cambio fue tan gradual que casi no lo
percibimos. Sólo cuando sus notas empeoraron y nos llamaron varias
veces del colegio Beaver (nombre ficticio) porque Cassie faltaba a clases, y
cuando la agarramos en una de sus numerosas mentiras —sólo entonces
tomamos las cosas más en serio: corríamos el peligro de perder a nuestra
hija.
Un día, cuando Brad fue a buscarla del colegio, volvió a casa alarmado
por los símbolos de ocultismo que decoraban todo lo que sus amigos
hacían en la clase de dibujo. Pocos días después fui a buscarla yo. Me volví
más inquieta aún. En efecto, Cassie estaba ocupada con su proyecto, pero
sentados allí a la misma mesa estaban Rick con su traje negro, los ojos de-
lineados de negro y un montón de cadenas en el cuello, y Mona reclinada
contra su pecho.
Quizás es parte de ser madre: hay veces que tu intuición te dice que
algo no anda bien, y estás segura de que no es porque “ya no comprendes”
a la generación joven. Aquí se trataba decididamente de una de esas situa-
ciones; había un ambiente cargado en ese salón, y tenía que sacar a mi
hija de ahí.
La próxima vez que fui a buscar a Cassie y a sus amigas, me llamó la
atención por primera vez que, al subir al coche, Mona se cruzaba de bra-
zos y bajaba la cabeza. A Brad y a mí no nos hacía caso; cuando mucho,
murmuraba un “hola”, pero era más bien una insolencia, como si quería
ella dijo que sí
33
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
darme a entender que me odiaba porque yo era un impedimento a su
amistad con Cassie.
Por lo general, Brad tenía mejor suerte que yo en comunicarse con
Cassie, y a menudo era dulce con él. En cuanto a mi relación con ella,
siempre chocamos por alguna razón. Las ideas de Cassie en lo que se
refiere a la música, por ejemplo, eran motivo de discordia. En los últimos
dos años de su vida solía escuchar de todo: desde los Cranberries y Pet
Shop Boys hasta Jars of Clay y el Kry. Todo eso no nos molestaba mayor-
mente, pero en el noveno año sus gustos se volvieron poco menos que
salvajes. Escuchaba música que bastaba para ponerte los pelos de punta.
Además, aun cuando no te gusten los conjuntos que escucha tu hija,
no es fácil prohibírselos —“¡En el colegio ‘todo el mundo’ los escucha!”
Entonces recuerdas que de adolescente tú también te rebelabas contra los
gustos de tus padres y que a lo mejor se trata de una fase no más —no
vale la pena hacerse mala sangre.
No sé exactamente cuándo fue, pero en algún momento Brad comenzó
a examinar más de cerca la música de Cassie y se dio cuenta de que era
más que un pasatiempo. A pesar de lo inocuo de las portadas, la letra de
las canciones contenía un mensaje inequívoco. (Mucho más tarde nos
preguntamos si habíamos perdido una oportunidad importante al no
reconocer la conexión entre las emociones expresadas en esas canciones
y las batallas internas de Cassie). Vienen al caso unos versos de Marilyn
Manson, el grupo de rock preferido por los amigos de Cassie, y una de las
canciones favoritas de los dos muchachos que la mataron:
…Estoy condenado a morir
Lo que tú siembres, yo recogeré
Ya verás, de cicatrices me llenaré
No quiero ser quien soy…
En un momento de locura
Corto mis venas juveniles…
Mas tus selectos valores
ella dijo que sí
34
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
Y tus divisas de hombre virtuoso
Significan un c… para mí
Dispara, dispara no más…
Me da escalofríos pensar qué habría pasado si yo no hubiera descubierto
esas cartas. Aquél era el clarinazo que nos despertó.
brad y yo nos sentamos en la cama en estado de shock. Parte de mi ser
se rehusaba a aceptarlo: no es posible que esto sea real; es una pesadilla
no más; dentro de un momento nos vamos a despertar los dos y seguir
con los preparativos para la fiesta de Navidad. Pero en mis manos tenía la
causa de nuestros más pavorosos temores, y teníamos que hacer algo. La
pregunta era: ¿qué?
Al final, los dos nos convencimos de que no era un problema que
pudiéramos tratar de resolver solos. Nos pusimos en contacto con la
mamá de Mona, con la oficina del alguacil, y con nuestro pastor, George,
de la iglesia de West Bowles. Hicimos dos fotocopias de las cartas, una
para los padres de Mona, y otra para nosotros; los originales había
que entregárselos al alguacil. Luego nos sentamos a esperar que Cassie
volviera del colegio.
Entró corriendo, como siempre, y la detuvimos. Le dijimos que encon-
tramos las cartas. Al principio trató de quitarle importancia: “Ay, pero no
teníamos malas intenciones…”. Cuando se dio cuenta de que no iba a ser
tan fácil zafarse, se puso furiosa y empezó a gritar: primero, que nuestra
reacción era exagerada, que ella jamás tuvo la intención de matar a nadie,
que nunca se le ocurriría hacer algo así. Segundo, que habíamos pisotea-
do sus derechos al entrar en su cuarto sin su permiso y tomar cosas que
no nos pertenecían. Tercero, que era obvio que no la queríamos en abso-
luto, y eso que era nuestra única hija; por lo tanto ella nos liberaría de esa
carga, se iría de casa y se mataría. Estaba enfurecida.
No nos sorprendió que Cassie fuera a la defensiva, pero dio lugar a
preguntas que volveríamos a ponernos una y otra vez en los meses que
seguían a esa primera confrontación. Desde su muerte—y la de los ca-
ella dijo que sí
35
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
torce que murieron con ella en el colegio Columbine—estas interrogantes
han saltado a primera plana: ¿Es verdad que (como alegaron Cassie y
Mona y su mamá) exageramos las cosas desmesuradamente? Al sobrepas-
ar los límites de padres razonables y no respetar los “derechos privados”
de Cassie, ¿nos buscamos los problemas que surgieron?
Sin embargo, el día que descubrimos aquellas abominables cartas, no
hubo tiempo para deliberar. Alguien podría ser asesinado, según pensaba
yo, y temía por mi vida. Pero debo ser objetiva: Brad nunca vio las amen-
azas de muerte tan serias como yo. Él creía que aquel arrebato de rabia
era una manera de desahogarse, de mostrarnos cuánto le importaba todo
lo que hacía. Yo no estaba tan segura. Cuando una persona está poseída
por una idea diabólica—no importa que se trate de un adolescente inse-
guro o de un adulto peligroso—esa idea es poderosa. Si había una pizca
de realidad en los sangrientos planes de Cassie contra la vida de sus pa-
dres, yo iba a asegurarme de que el alguacil tenía por dónde comenzar.
Más importante aún era que temíamos por Cassie. A decir la verdad,
estuvimos tan preocupados por ella y tan asustados, que no hubo tiempo
para considerar cuál era la solución más apropiada. Cassie se hallaba en
camino al borde de un precipicio, y teníamos que sacarla de ahí sin de-
mora. No había alternativas.
tan pronto nos habíamos comunicado con George, él llamó a David,
su copastor en West Bowles. Esa noche en la iglesia iban a reunirse los
jóvenes, y David sugirió que lleváramos a Cassie para que participe en sus
actividades. Al principio, la idea no le gustaba nada a ella, ni a mí tampo-
co. Yo estaba segura de que Cassie o bien escaparía, o tendría un acceso de
violencia. Pero al final decidimos llevarla. Por lo menos nos daría tiempo
y tranquilidad, a Brad y a mí, para considerar la situación.
Esa misma noche Brad fue al juzgado para entregar las cartas al algua-
cil, y yo me quedé a cuidar la casa. Pasé una noche que nunca olvidaré.
Estuve sentada en el comedor, y pensé, agobiada por el temor y la pena,
que ahora se ha acabado todo con Cassie, que la hemos perdido para
ella dijo que sí
36
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
siempre. No recuerdo si lo reconocí entonces, pero hoy sé que en realidad
la habíamos perdido hace ya mucho tiempo.
Cómo nos las arreglamos durante las semanas siguientes, nunca lo sa-
bré. Cuando Cassie no estaba furiosa, estaba perturbada y taciturna, y nos
provocaba continuamente con amenazas de huir. A esa altura de las cosas
yo tenía que operarme, y luego fuimos con los chicos a lo de mis padres
en Grand Lake, donde pasamos unos días. Pero eso no contribuyó a calm-
ar nuestros nervios. Para mí, fue la peor Navidad que jamás he tenido.
Día tras día, semana tras semana, Cassie estallaba en arranques de
rabia y desesperación. No sabíamos de un momento a otro qué más iba
a decir o hacer. Hubo días en que temía el momento de tener que levan-
tarme por la mañana. Brad recuerda:
Cuando Cassie se disgustaba con nosotros—y a veces se puso furiosa—se
quejaba de tan infeliz que era, de que no teníamos derecho de entrar en su
pieza, y gritaba entre lágrimas: “¡Me voy a matar! ¿Quieren verlo? Me voy a
poner el cuchillo aquí mismo, en el pecho, y lo atravesaré”. Yo trataba de calm-
arla, le hablaba o la acariciaba, la tomaba en mis brazos y le decía cuánto la
queríamos su madre y yo.
Había ocasiones en que era tan irracional que yo hubiera querido darle
una bofetada para hacerla entrar en razón. Pero nunca lo hice. En cambio,
la abrazaba más fuerte aún y le decía una y otra vez: “Te quiero, Cassie, y no
voy a permitir que hagas algo que pueda herirte; no quiero que te pase nada
malo”.
Después de su muerte, encontramos en su pieza un extraño recuerdo
de aquellos terribles días: un cuaderno con la descripción, de su puño y
letra, de ese periodo. Tiene fecha 2 de enero de 1999 y parece ser parte de
una carta que nunca envió:
No puedo expresar con palabras lo que sufría. No sabía qué hacer con mi
angustia, y por eso me herí físicamente. Quizás era una forma de expresar
mi tristeza, mi rabia y depresión… Me encerré en el baño y me pegué con la
cabeza contra los gabinetes. Hice lo mismo contra la pared de mi cuarto. Du-
rante días me obsesionó la idea de suicidarme, pero tenía demasiado miedo, y
ella dijo que sí
37
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
decidí lacerarme las manos y las muñecas con una lima metálica afilada, hasta
que salió sangre. Luego de unos minutos ya no sentí ningún dolor, pero más
tarde dolió como de una quemadura, y pensé tenerlo bien merecido. Todavía
tengo las cicatrices.
el 31 de diciembre nos encontramos con Mona y sus padres, un investi-
gador y un detective de la división juvenil de crímenes. Al entrar al salón,
nos sentimos muy incómodos. Notamos que los padres de Mona, lejos
de estar perturbados por las revelaciones sobre la amistad de nuestras
hijas, se mostraron abiertamente hostiles hacia nosotros. Cuando Brad
atravesó el salón para saludar al papá de Mona, éste levantó las manos en
señal de rechazo y dijo: “No se moleste”. Durante la reunión entera, los
padres de Mona se mantuvieron completamente pasivos, salvo cuando
se quejaron entre dientes de que era inhumano destrozar de esta manera
una amistad que había durado cinco años.
En un momento dado, Brad aclaró que no pensábamos que Mona
fuera peor que Cassie, sabíamos que ambas tenían la culpa, y era necesa-
rio trabajar juntos para resolver el problema de nuestras hijas. En vano.
La madre de Mona admitió que las cartas eran “inapropiadas” y su con-
tenido la “apenaba”, pero no podía entender por qué había sido necesario
llamar la atención de las autoridades e involucrar a su marido en el asun-
to. Si alguien tenía la culpa por el comportamiento de las niñas, éramos
nosotros, por nuestras repetidas amenazas de retirar a Cassie del colegio
Beaver y mandarla a un colegio privado si su conducta no se mejoraba.
Por suerte, tanto el detective como el investigador dieron la misma im-
portancia a la situación que yo, y apoyaron nuestro deseo de obtener una
orden que prohibiera a Mona ponerse en contacto con Cassie. Entre otras
cosas, el alguacil dijo a los padres de Mona que, en más de diez años de
trabajar con delincuentes juveniles, aquellas cartas eran lo peor que jamás
había visto. Les advirtió que, si Mona hubiera tenido algún antecedente
policial, se le habría llamado a juicio. No hubo señal ni de sorpresa ni de
remordimiento por parte de los padres.
ella dijo que sí
38
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
Brad y yo estuvimos sentados a un lado del salón, y Cassie se fue al
otro lado con Mona y sus padres. Todavía siento sus miradas fijas y de-
sapasionadas; ni voy a olvidar como, al salir de la reunión, la mamá de
Mona la acompañó al auto, con el brazo alrededor de sus hombros y
confortándola, como si dijera: “No te preocupes, mi amor; todo va a salir
bien. Los Bernall son gente mala”. Más adelante nos enteramos de que, si
Cassie jamás decidiera escaparse, ellos le habían ofrecido acogerla en su
casa.
va sin decir que, después de aquella reunión en la oficina del alguacil,
estuvimos más resueltos que nunca de proteger a Cassie de toda influen-
cia—incluso la de sus amigas—que pudiera alejarla aún más de nosotros.
Una de las cosas más difíciles para un padre y una madre es imponer su
autoridad y decir: “Hasta aquí y ¡basta! —punto final”. No teníamos
ninguna ilusión de que fuera fácil; arriesgamos provocar una batalla
peor que la ocasionada por el descubrimiento de las cartas, y podría ser
que, si adoptábamos medidas drásticas, Cassie se apartase más y más de
nosotros.
Sin embargo, yo estaba tan disgustada con Cassie que casi ya no me
importaba. Ahí estaba esa niña, esa hija que había llevado en mi seno
durante nueve meses, a quien había amado con todo mi ser —¡y me decía
que me odiaba! ¿Cómo podía traicionarme de esa manera? Al mismo
tiempo, de ningún modo debíamos perder el ánimo o darnos por ven-
cidos. Brad y yo siempre tuvimos una intuición de lo que es mejor para
nuestros hijos, y estábamos resueltos a seguirla en este trance. Y así lo
hicimos.
El 20 de diciembre—el día que descubrimos las cartas—fue el último
día de clases antes de Navidad, y una de nuestras primeras decisiones era
que Cassie no volvería a Beaver; de ahora en adelante iría a un colegio
cristiano particular. Además, comenzamos a hacer inspecciones regulares
de su pieza y su mochila, controlamos (por lo menos tratamos de contro-
lar) sus llamadas telefónicas, y le prohibimos salir de casa sin permiso.
ella dijo que sí
39
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
Finalmente, le dijimos que no tendrá contacto de ninguna índole con
Mona ni con otros de su pandilla de antes.
Como era de esperar, Cassie estaba fuera de sí —al igual que Mona,
de quien recibió una nota que decía, de hecho, que nosotros éramos los
padres más estúpidos del mundo si pensamos que sacar a Cassie del co-
legio público iba a ser el remedio; lejos de mejorar, con toda seguridad la
situación “será mil veces peor”. Además, Mona quería saber cómo íbamos
a pagar un colegio privado. ¿No costaba dinero? Al final dice: “¡Dios mío!
Si mis padres fueran como los tuyos, ya estarían muertos hace mucho.
Pero basta de su asquerosa estupidez. Ahora tenemos que decidir cómo
matarlos…”.
Hicimos una sola excepción: le permitimos a Cassie participar en el
grupo juvenil de la iglesia de West Bowles. No era la iglesia lo que nos
importaba; bien sabemos que tratar de imponer la religión a la gente
siempre provoca una reacción negativa y termina en rechazo. Y no era
cuestión de tratar de “salvar” a Cassie. De una cosa estábamos seguros: la
amábamos de todo corazón, por más estropeadas que fuesen las relacio-
nes entre nosotros. No íbamos a escatimar esfuerzos para que encuentre
una vida totalmente nueva, sin ser tentada de volver a su camino anterior
—un camino que lleva al abismo. Lo único que nos importaba era que
Cassie fuera feliz, realmente feliz; hasta ese momento no lo era, ni siqui-
era cuando la dejamos hacer lo que quería.
David, el pastor responsable por el grupo juvenil, bien recuerda la
noche que llegamos a su oficina para ver si él pudiera ayudarnos en al-
guna forma:
Mi primer contacto con Cassie fue cuando me encontré con sus padres. Ex-
aminé las cartas que habían encontrado, y luego nos sentamos a conversar; es
algo que hacemos a menudo con los padres de los jóvenes en nuestro grupo,
o con los jóvenes mismos. Hablamos del amor, y de la necesidad de imponer
disciplina. Les dije que tenían dos opciones: o bien encerrarla en la casa y
cortar los cables telefónicos etcétera, hasta que puedan comprobar un cambio
ella dijo que sí
40
espanol.bruderhof.org
escribió: “asesinar”
positivo; o bien dejar que las cosas tomen su propio curso hasta que Cassie sea
adulta, y confiar en que pueda sobrevivir.
También les dije que estaría encantado si Cassie viniera a participar en
nuestro grupo de jóvenes, y que haríamos todo lo posible para ayudarle. Pero
en el fondo no tuve ninguna esperanza para ella. Recuerdo que al salir de esa
pequeña reunión pensaba: Haremos lo que esté en nuestro poder, pero esa
chica es un caso difícil. Es demasiado tarde; se ha vuelto dura e inaccesible, y
es una ilusión creer que pueda dar vuelta atrás a esta altura de las cosas.
Al principio parecía que David tuviera razón. En una carta fechada el 4 de
enero de 1997, Cassie escribió a un amigo:
Las cartas que encontraron en mi pieza eran muy explícitas, hasta tenían
dibujos de cómo íbamos a matar a mis padres. Y se enteraron de que fuma-
mos y bebemos, además de aquello de asesinarlos, que no lo decíamos en se-
rio. ¡M…! Ahora no me dejan hablar con mis mejores amigas, Mona y Judy, ni
con Rick. Si me encuentro con Mona o hablo con ella, el alguacil despachará
una orden de prohibición. ¡Sí señor, mis padres se pusieron en contacto con la
policía! En mi opinión exageraron las cosas fuera de toda proporción. No soy
adicta al alcohol ni a los cigarrillos. No fumo marihuana. En dos palabras, me
siento sola y deprimida, y odio a mis padres. Ojalá tu vida no sea tan jodida
como la mía. Traté de escapar, pero me descubrieron. Tengo una noticia
buena: me voy a deslizar para ir al concierto de Marilyn Manson. Mona y Rick
van también y por lo menos voy a verlos entonces.
guer
ra -
intr
amu
ros
todos los vampiros andan por el valle
y caminan en dirección oeste,
hacia el Bulevar Ventura.
Todos los muchachos malos
se paran en la sombra,
y todas las chicas buenas
se quedan en casa
con el corazón hecho pedazos.
tom petty
4. guerra - intramuros
Hay quienes dirán que las misivas de Mona y Cassie son charlatanería
de adolescentes, y en cierto modo lo son. Los dibujos son horribles, pero
es un hecho que cualquier niña de quince años es capaz de decir: “Si
mamá no nos deja ir a la tienda, la mato”. Pero, ¿cómo distinguir entre
una amenaza vana, y otra que hay que tomar en serio?
Una amiga mía me contó de su conversación con una estudiante del
mismo colegio, cuyo hermano conocía a los asesinos. Parece que uno de
ellos, Eric, se había jactado de comprar los tanques de propano que pen-
saba usar para volar la cantina del colegio, pero nadie lo tomó en serio.
“Entre los estudiantes se habla tanto de violencia y muerte que la may-
oría ya no le da mayor importancia”, dice una amiga de Cassie que va al
colegio Columbine. En la clase de español, una compañera mencionó su
intención de ir un fin de semana a la morgue para aprender cómo muere
la gente. Parecía “una idea descabellada”, hasta que la chica dijo que tenía
que ver con un libro que estaba escribiendo. “Otra que quiere hacerse la
interesante,” pensaba Annette.
Pocos días después, la misma chica vino a clase con cuentos de
cuchillos y hachas que tenía en casa. Dijo que iba a traerlos al colegio
para mostrar a sus amigos las “macanudas tretas que sé hacer con sangre
de imitación”. Dice Annette: “Ya no se sabe si hay que tomarlo en serio o
no. Primero piensas que lo dice para llamar la atención, y en la mayoría
de los casos es así. Pero entonces pasa algo—como lo de Eric y Dylan—y
ella dijo que sí
44
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosdecides no meterte”. Amanda, una compañera y probablemente la mejor
amiga de Cassie, piensa igual:
Yo pasé por una etapa muy similar a la de Cassie. No tuve que ver con he-
chicería y esa clase de cosas, pero andaba en malas compañías. Me sentía acep-
tada por esa pandilla, y eso era lo que quería. Es la soledad: tienes esa idea de
que no mereces andar con gente respetable, y haces cualquier cosa con tal de
ser aceptada en algún lado, de ser parte de un grupo. Lo que pasó con Cassie
no sé. Ella me dijo que era Mona quien la metió en eso. Pero no puedo imagi-
narme que un día hayan tomado una decisión deliberada de meterse en cosas
obscuras. Eso no lo creo, pero tampoco era un pasatiempo inocente; Cassie
me contó que habían pensado seriamente en matar a una de sus profesoras.
Más de una vez, después de sacar a Cassie del colegio Beaver, tuve dudas
si hicimos bien, si no habíamos sido demasiado severos con ella. Pero
entre tanto me he convencido de que tuvimos razón.
A finales del verano de 1997, amigos nuestros en el barrio cercano de
Lakewood no le hicieron caso a un chico de catorce años, cuando dijo que
mataría a sus padres y luego escaparía a California con su novia. Al día
siguiente, con la ayuda de un amigo, atacó a su padre con un cuchillo de
carnicero y casi lo mató; luego se descubrieron símbolos góticos y dibujos
satánicos en su cuarto. En setiembre del mismo año, Brad y yo nos enter-
amos de un incidente similar: un estudiante del último año de secundaria
mató a su padrastro de un tiro; parece que tuvieron un altercado frente al
televisor. Luego fue al garaje y se mató a sí mismo. Unos meses más tarde
hubo otro homicidio similar en nuestra vecindad: esta vez una mujer fue
asesinada por su hijo de diecisiete años, quien la escondió en el baúl del
automóvil de la familia.
Si en un barrio respetable y tranquilo como el nuestro, que se supone
pacífico, se crían niños capaces de cometer actos de esa índole, uno emp-
ieza a prestar atención a lo que dicen. El caso de Cassie, por ejemplo, fue
resultado del enorme abismo de hostilidad que existía entre nosotros por
falta de comunicación, un abismo que sólo iba a salvarse con el tiempo,
y con ternura y vigilancia. Aun suponiendo que en realidad Cassie nunca
ella dijo que sí
45
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rostuviera la intención de matarnos, no podíamos ignorar sus muy directas
alusiones.
Ahora, casi tres años más tarde, y a la luz del tiroteo de Columbine,
para mí ha sido una revelación lo que David piensa al respecto:
Sacar a un estudiante de un colegio y ponerlo en otro diferente, prohibirle
salir de casa sin permiso—o lo que sea necesario para salvarlo mientras haya
tiempo—puede parecer como exagerada restricción. Al contrario: significa
ofrecerle la posibilidad de una vida totalmente nueva. Se lo he dicho a muchos
padres; me contestan: “Y bueno, ella ya tuvo relaciones sexuales cinco o seis
veces”, o bien: “Yo sé que mi hijo anda con una pandilla, pero no se le puede
prohibir a un muchacho que se junte con los únicos amigos que tiene”. Esos
padres están preocupados, pero no conciben tomar medidas que exigen sacri-
ficios; prefieren aparentar como que no es para tanto.
En la mayoría de los casos que he visto, cuando los padres se mostraron in-
flexibles, los resultados eran positivos —abren el camino a una relación nue-
va. Al principio hay guerra, porque el chico se va a defender, pero en el fondo
de su alma piensa: “Me gusta eso. Me gusta que mi mamá ha comenzado a
hablar conmigo. Me gusta que mi padre llega a casa temprano para verme”.
Cuando veo a un chico resentido, me pregunto cuántas veces su papá le
da un abrazo o una palmada cariñosa en la espalda; cuántas veces la mamá le
dice: “Te quiero”, o: “Deja que te ayude”. La mayoría de esos muchachos tienen
padres, pero, ¿son realmente padres para ellos?
Si algo justifica nuestra reacción a la conducta de Cassie, es que ella
misma reconoció hasta dónde había llegado. Ella misma había confesado
a Jamie (una amiga nueva del colegio particular) que sus violentas fan-
tasías eran más que charla, que se había sentido atrapada por una fuerza
de maldad, muy real y poderosa, y que le había llevado meses librarse de
ella. Hay que tener en cuenta que había entregado su alma a Satanás. “No
sé si eso era real o simbólico”, me dijo Jamie hace poco, “pero no tiene
importancia. En cuanto se refiere a Cassie, se había sometido a esa clase
de esclavitud”.
ella dijo que sí
46
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosA principios del año, en una composición autobiográfica para la clase
de inglés, Cassie admitió que “durante esa época aborrecí a mis padres y
a Dios con un odio profundo y negro. No hay palabra para describir la
maldad que yo sentía…”. Brad y yo vimos ese trabajo recién después de
su muerte, pero a ninguno de los dos nos sorprendió: en aquel tiempo
teníamos la impresión de que había algo diabólico en Cassie y sus amigos.
Nunca olvidaré cómo yo daba vueltas por la casa y oraba, el día que
encontré las cartas. Brad estaba en la oficina del alguacil. Hace tiempo
mi suegra me había hablado de recorrer todas las habitaciones de la casa
y pedir la protección de Dios sobre cada una de ellas. En aquel entonces
me pareció un tanto extraño; ahora, en mi desesperación, traté de seguir
su consejo. Recuerdo que llegué a la pieza de Cassie y me sentí incapaz de
pasar por la puerta. No puedo describir lo que me pasó; la atmósfera era
cargada y se respiraba la tensión en el aire.
Cuando por fin me forcé a entrar, me senté en su cama y rompí en
llanto, al mismo tiempo implorando a Dios que proteja a mi hija y a
todos sus amigos desorientados. De una cosa estaba yo segura en ese
momento: nos enfrentábamos con algo más poderoso que una pandilla
de adolescentes rebeldes. Por más que esté fuera de moda, pienso que nos
hallábamos en una batalla espiritual.
a medida que los días se volvieron semanas y las semanas se tornaron
meses, la lucha por ganar la cooperación de Cassie se convirtió en guerra
total. Desde el principio, el mayor obstáculo en nuestra relación fue su
insistencia en que usar aquellas cartas “en contra de ella” (como dijo)
significaba ultrajar sus derechos. Pero nos mantuvimos firmes. Su padre
le aseguró una y otra vez que sabíamos muy bien que ella no era estúpida
—sencillamente no tenía la madurez suficiente como para tomar buenas
decisiones por su propia cuenta. Brad le dijo:
Mira, Cassie: tú tienes que reconocer que hay otras formas de resolver tus
problemas. Antes te juntabas con una joven que te dijo que tenías que matar-
nos, y ahora dices que te vas a suicidar. Eso no es muy inteligente…
ella dijo que sí
47
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosNo eres estúpida, pero no eres razonable. De pequeña, no podías ver los
quemadores encima de la cocina. Te dijimos que si colocabas la mano allí, te
quemarías, y tuviste que confiar en nuestra palabra. Ahora ocurre lo mismo.
Hay cosas que no puedes ver ni entender, y no te queda más remedio que
confiar en mi palabra. Tienes que confiar en nosotros, Cassie. Tienes que creer
que te queremos y que nunca vamos a darte malos consejos.
De todos modos, cuando Brad le hablaba de esa manera y trataba de
calmarla, tarde o temprano surtía efecto. Supongo que Cassie era bas-
tante inteligente como para comprender que no iba a ninguna parte hasta
que pudiera calmarse, controlar sus explosiones irracionales y aceptar las
consecuencias de su comportamiento.
Otro factor, por lo menos a los ojos de Cassie, era su queja de que
nosotros la tuvimos presa en su propia casa. La verdad es que desde el
comienzo le dijimos que estaríamos dispuestos a darle otras opciones si
rehusaba vivir con nosotros. Le ofrecimos varias alternativas: vivir en
Inglaterra con la hermana de Brad, o en Grand Lake con mi familia, o
en Texas con el padre y la madrastra de Brad, y había otros parientes. Le
dijimos que también podía escapar, pero en ese caso a lo mejor acabaría
en un hogar para niños abandonados o delincuentes. Lo único que no
íbamos a permitir era irse a vivir con una amiga. Pero le advertimos que,
una vez que haya decidido quedarse en casa con nosotros, sería bajo
nuestras condiciones, y que no íbamos a ceder un ápice. Brad lo resumió:
“Sin libertad, sin derechos, sin privilegios, sin confianza —todo eso vas a
tener que ganártelo desde un principio”.
al matricular a Cassie en el colegio cristiano (Christian Fellowship
School), nuestra esperanza había sido que se resolverían siquiera algunos
de sus problemas. Aunque a la larga resultó ser una decisión acertada,
primero las cosas empeoraron. A partir del momento que salimos de casa
Chris, Cassie y yo, para llevarlos al colegio, los días consistían en una que-
rella tras otra. (Habíamos retirado a Chris de su colegio el mismo día que
cambiamos a Cassie, aunque en su caso eran las malas notas.)
ella dijo que sí
48
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosEl colegio cristiano es pequeño y bien reglamentado; sabíamos que
allí no habría mucha probabilidad de que Cassie pudiera escapar. Pero
al recogerla por la tarde, continuaban las peleas: primero, porque no le
permitíamos hacer nada—ni empleo después de clases, ni hablar por
teléfono, ni visitar a sus amigas—y controlamos cada paso que daba. No
era nada fácil. La única forma de llevarlo a cabo era turnándonos: cuando
uno de nosotros ya no daba más, el otro tenía que relevarlo.
Si los dos salimos de casa para hacer compras o algún mandado, Cassie
lo aprovechó para llamar a una amiga y arreglar una cita o tratar de es-
caparse de casa. Era imposible dejarla sola ni siquiera por cinco minutos.
Terminamos por eliminar de la vida de Cassie toda posibilidad de enga-
ñarnos —y sé que suena arbitrario: todos los días revisamos su mochila;
hicimos repetidas inspecciones de su pieza para cerciorarnos de que no
hubiera nada inaceptable (efectivamente, encontramos varias notas nue-
vas); instalamos un dispositivo grabador en nuestro teléfono. Eran me-
didas drásticas, es verdad, pero nos parecían indispensables si queríamos
salvar a Cassie del camino que insistía seguir.
Unos días después de interceptar el teléfono, salimos de casa por media
hora para recoger algunas cosas en Wal-Mart, y durante nuestra ausen-
cia Cassie llamó a sus amigos. De vuelta en casa fuimos a nuestro dor-
mitorio, cerramos la puerta y escuchamos la grabación. Cassie chillaba
maldiciones y palabrotas para describir cuánto nos odiaba, en el lenguaje
más blasfemo que jamás oímos de su boca. El amigo con quien hablaba le
decía lo miserable que estaba él, y que iba a tomar gasolina para poner fin
a su vida. (En un momento dado entró Chris, y Cassie le gritó y lo maldi-
jo a él. Chris debe haberse asustado y, como ya había pasado otras veces,
se sentía atrapado entre la lealtad a su hermana y su deseo de ser franco
con nosotros acerca de lo que ella hacía a espaldas nuestras.)
Más adelante, llevé a Cassie a West Bowles para tomar parte en el
grupo juvenil, y ella se escapó y se fue hasta la casa de ese mismo amigo.
Lo hizo más de una vez, y cuando lo descubrimos, la restringimos más
todavía. Llamamos a David para decirle que “sabemos que ustedes no son
ella dijo que sí
49
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosuna entidad policial, pero es un hecho que Cassie trata de escaparse. Ten-
emos la intención de llevarla al grupo cada vez que se reúne. Si usted nota
su ausencia, háganos el favor de avisarnos”.
En el mismo bosquejo para la clase de inglés al que me referí antes,
Cassie expresó su rabia y su frustración en aquella época:
En el colegio particular me sentí totalmente desdichada; todos los demás
chicos literalmente me odiaron, pero yo tenía que ir todos los días, por más
que pataleara y gritara y lo detestara… Varias veces traté de escaparme para
ir a ver a Mona, pero siempre me agarraron. Según mis padres, ninguno de
mis otros amigos era buena compañía para mí. Gina tenía ideas de suicidio;
Mike era mi novio, y por supuesto no les gustaba a ellos. De modo que había
perdido a mi mejor amiga y toda mi libertad, y nunca más podía ver ni hablar
con ninguno de ellos.
En medio de sus amenazas y accesos de rabia, seguimos advirtiéndole
que eso no le servía para nada. La forma como había vivido era cosa del
pasado y no iba a encontrarse con sus amigos de antes ni llamarlos por
teléfono; además, continuaría en el colegio particular por más que pro-
testara. A veces, en uno de sus griteríos, me sentaba a su lado, colocaba la
mano en su rodilla y oraba en voz alta hasta que se calmaba; entonces, tal
como Brad lo hizo una y otra vez, le dije cuánto la quería.
Hubo momentos en que perdí la paciencia, pero cada vez logré calm-
arme y empezar de nuevo. Sabía muy bien que, si jamás íbamos a restabl-
ecer las relaciones con Cassie, teníamos que llevar nuestra parte del bulto.
Nunca era cuestión de acorralarla, o de ganar la batalla por ganarla, sino
de encontrar su corazón y permitir que ella encontrara el nuestro. Nos
gustara o no, habíamos perdido la confianza y el respeto de Cassie así
como ella había perdido los nuestros, y el camino para recobrarlos ten-
dría que ser una calle de doble mano.
En términos concretos, no era posible exigirle sacrificios a Cassie si no
estábamos dispuestos a hacerlos nosotros mismos. Para empezar, decidí
no volver al trabajo, al menos por ahora. No lo hice a la ligera; sabía que
permanecer en casa iba a exigir mucho más de mí que las ocho horas
ella dijo que sí
50
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosdiarias en la oficina. No hay tarea más agotadora que dedicarle tiempo
y solicitud a tu hija cuando ella no lo quiere. Pero ahora era cuestión de
poner mano a la obra, de entrar en la friega y compartir la vida de Cassie
tal como lo hacía cuando ella tenía tres, cuatro y cinco años; de lo con-
trario, la distancia entre nosotras se haría más y más grande. (Había otro
factor: encima de tener que arreglarnos con un solo ingreso en lugar de
dos, ahora teníamos que pagar el colegio para ambos niños.)
Otra manera de ganar la confianza de Cassie era enmendar nuestra
propia actitud: callarnos en lugar de discutir, animarla en lugar de rega-
ñarla, ofrecer alicientes positivos y proponer metas en lugar de forzarla o
hacer observaciones sarcásticas. Además tomamos medidas concretas en
lo que atañe a ciertos ingredientes básicos del carácter: responsabilidad,
respeto y autoestima.
Poco a poco comenzamos a ver donde nosotros, los padres, le habíamos
fallado a Cassie, sobre todo en el período que precedió sus momentos más
turbulentos. Cuanto más rebelde era, más nos esforzamos por ganar su
afecto. Cuanto más nos daba guerra, más nos empeñamos en complacerla;
al final nos deshicimos por acceder a cada uno de sus deseos y satisfacer
sus antojos. Fue Susan, una amiga mía que había sido una niña rebelde
ella misma, quien nos ayudó a salir de esta trampa. Me dijo: “No te afanes
tanto por hacerte amiga de Cassie. Tú eres la dueña de casa, la que manda;
tú eres la madre y tienes la última palabra. No necesitas el beneplácito de
tu hija para todo lo que hagas. Acabará pensando que el mundo gira alred-
edor de ella y que puede hacer lo que quiere, porque siempre la vas a querer
igual”.
Por supuesto, nunca tuve la menor duda de que amamos a nuestros hi-
jos, pase lo que pase. Pero Susan me ayudó a interpretar mi tarea de madre
de un punto de vista diferente, es decir, mi papel debía ser el de mentor y
confidente, más bien que de amiga. En lugar de hacerle todos los gustos
para que me quiera, traté de guiarla con más firmeza y constancia. Fue
increíble: en lugar de rebelarse, aceptó los límites que le fijé, y hasta parecía
estar agradecida.
ella dijo que sí
51
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosa medida que la oposición de Cassie disminuía, se acostumbró poco a
poco a la idea de que nunca iba a volver al colegio Beaver, y descubrió que
no todos en la escuela cristiana la despreciaban. Encontró amigas; una
de las primeras era Jamie, una joven del noveno año. Recuerdo cómo me
alegré cuando Cassie me contó de ella. Me imaginaba a la niña perfecta, la
amiga que tendría buena influencia sobre mi hija rebelde. Pero me espe-
raba una sorpresa. Un día, cuando fui a buscarla del colegio, Cassie me
preguntó si Jamie podría venir a casa. Dije que sí, cómo no. Y entonces la
vi.
Jamie llevaba el cabello corto, teñido de rubio. Lucía grandes cadenas
con cuentas de metal, y se vestía como esos tipos de la escena alternativa,
un poco mugrientos, que usan ropa de segunda mano. En una palabra, no
era como yo me imaginaba una buena niña cristiana. Sin embargo, había
algo atractivo en su manera de ser natural y simpática, y no era difícil en-
tender por qué Jamie se hiciera amiga de mi hija.
En los días que siguieron a la muerte de Cassie, me puse en contacto
con Jamie, y me enteré de muchos detalles con respecto a su amistad que
hasta ese momento había ignorado. Jamie recuerda:
Conocí a Cassie cuando vino de Beaver al colegio cristiano. Teníamos la mis-
ma consejera vocacional, y fue a través de ella que supe de Cassie por prim-
era vez. Me dijo que sería bueno si encontrara alguna forma de acercarme a
Cassie, que era una chica infeliz con grandes problemas. Así fue que un día
simplemente le dije: “¡Hola!” Creo que se asustó, porque a mí me consideran
un poco rara en el colegio, o bien ella era tímida. Pero al final nos hicimos
buenas amigas.
Al principio se mostró muy cerrada, como si dijera: “No me hables”. Se
imaginaba que no le caía bien a nadie. Estaba amargada, sin esperanza, y se
sumió en esa desesperación. Todos los días traté de acercarme a ella, esperan-
do y orando que respondiera. En una o dos ocasiones hablamos de Dios, pero
me dijo que había entregado su alma a Satanás por medio una de sus amigas.
Agregó: “Para mí es completamente imposible amar a Dios”. Y yo le contesté:
ella dijo que sí
52
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
ros“Pero eso puede remediarse”. En general nos llevamos muy bien, pero de vez
en cuando se irritaba por algo que le decía.
Cassie tenía una lucha muy real contra la idea de suicidarse, y escribió
unos versos suicidas que eran lúgubres, funestos. Además, tenía el problema
de querer cortarse y herirse a sí misma. No sé hasta qué punto era un prob-
lema grave, pero era obvio que lo hacía con frecuencia. Ella y una amiga se
herían con una lima metálica que Cassie traía al colegio. También dijo que
solía fumar marihuana.
Hablaba mucho de lo enojada que estaba con sus padres por haberla saca-
do del otro colegio. El tema principal de nuestras conversaciones era eso: su
enojo. Me contaba de sus amigos de antes, y cada vez que los vio por un breve
instante no más, vino a decírmelo. Su corazón estaba todavía con su barra; la
mortificaba sobremanera el hecho de estar separada de sus amigos. En parte,
creo que era por su lealtad. Cassie tenía un enorme sentido de lealtad para
con sus amigos, y por eso le costaba tanto abandonarlos.
Con el tiempo, el apego de Cassie a sus amigos de antes disminuyó, pero
ellos no la dejaron en paz. La perseguían a ella y a toda la familia, a tal
punto que finalmente tuvimos que mudarnos.
El incidente que más me perturbó fue cuando Mona y su madre ar-
reglaron una cita con Cassie, a pesar de que nosotros se lo habíamos
prohibido expresamente. Brad y yo estábamos haciendo la siesta cuando
entró Cassie y dijo que iba a pasear a los perros. Yo pensé: “Qué raro, ella
nunca piensa en salir con los perros”. Pero la dejamos ir. Pocos minutos
después sonó el timbre. Era mi amiga Susan, que vino a preguntarnos
si sabíamos que Mona y su madre estaban estacionadas al final de la
manzana, y había otro coche con Darryn y Mike, el ex novio de Cassie;
Susan tuvo la impresión de que algo no andaba bien. (Parece que habían
logrado enviar un mensaje a Cassie que iban a esperarla). Por suerte nos
enteramos a tiempo para detener el encuentro antes de que fuera demasi-
ado tarde. Hasta el día de hoy no sé qué intenciones tenían.
Hubo otros incidentes. Por ejemplo, la vez que los ex amigos de Cassie
me importunaron en el almacén; las numerosas veces que llamaron por
ella dijo que sí
53
espanol.bruderhof.org
guerra - in
tramu
rosteléfono a cualquier hora del día y de la noche, y cuando levantamos
el tubo, colgaron; y aquella tarde, cuando una banda de muchachos de
su colegio anterior pasaron por la calle en un automóvil blanco con las
ventanas abiertas, gritando: “¡Asesinos!” y tirando latas llenas de soda a
nuestra casa. Limpiamos la pared y decidimos ignorar el asunto y tratarlo
como si fuera un incidente aislado.
El mismo día, al atardecer, esos chicos pasaron otra vez en su au-
tomóvil; esta vez tiraron huevos crudos a la casa. Mientras yo fui a llamar
a la policía, Brad tomó su coche y salió tras ellos. Él no los alcanzó, pero
más tarde el alguacil los agarró. Todos eran ex amigos de Cassie.
Nunca denunciamos a esos muchachos por vandalismo, pero habla-
mos con sus padres. Brad les dijo que no tenemos nada en contra de sus
hijos y no queremos crear problemas; simplemente tratamos de educar
a nuestra hija tal como nos parece bien a nosotros, y que por favor digan
a los muchachos que nos dejen en paz. Las cosas se calmaron, pero por
mucho tiempo me desconcertaba pensar que en cualquier momento po-
dría encontrarme otra vez con alguno de ellos.
Fue entonces que decidimos mudarnos, por más que nos sentíamos
a gusto en la vecindad donde vivíamos y estábamos apegados a nuestra
casa. Pero era imposible seguir con Cassie en una situación tan vulner-
able. Hasta aquí la lucha había sido demasiado dura como para tomar
más riesgos; de todos modos nos pareció injusto crearle más problemas
de lo necesario.
vuel
ta t
otal
hasta que Dios no haya tomado posesión de tu vida,
no tendrás fe, sino mera creencia,
y poco importa si tienes esa creencia o no,
porque la fe se puede alcanzar de igual manera
a través de la incredulidad.
simone weil
5. vuelta total
Un día de primavera en 1997, cosa de tres meses después de entrar al
colegio cristiano, Cassie llegó a casa y dijo que Jamie la invitó a participar
en un retiro juvenil. Jamie ya nos había pedido por carta que la dejára-
mos ir, y Brad y yo lo consideramos, pero no estábamos seguros de con-
ocer a Jamie lo suficiente como para decir que sí. Nos parecía que, por fin,
Cassie estaba haciendo adelantos; aun así, nuestra actitud era más bien
cautelosa y un tanto protectora. Dejarla ir todo un fin de semana nos
parecía muy arriesgado. Le dijimos que lo íbamos a pensar.
Parte de mi reserva tenía que ver con la iglesia que auspiciaba el retiro.
Años atrás, asistí una o dos veces al culto, pero no volví más; el ambiente
era pesado, como cargado de todos los tormentos del infierno. Pero al
final le dimos permiso para ir.
Todo ese fin de semana oré por Cassie —todo ese fin de semana me
temí lo peor. ¿Y si ella se escapaba y nunca más volveríamos a verla? Es-
tuve muy tensa, muy nerviosa. Al final, todo salió bien. Por cierto, no
estábamos preparados para el efecto que tuvo en Cassie —pero de eso voy
a hablar más adelante. Primero dejaré que Jamie lo cuente desde su punto
de vista; Brad y yo lo oímos por primera vez este verano, un mes y medio
después de la muerte de Cassie.
Mi grupo juvenil forma parte de la iglesia; te puedes comportar con toda
naturalidad y sentirte a gusto. Hay esos tipos góticos, y muchos chicos vesti-
dos de rockeros punk, ya sabes: esos tipos alternativos con ridículos peinados.
Yo estaba segura de que Cassie se sentiría cómoda, porque ella había venido
de un ambiente similar, aunque tal vez no le gustara todo lo que ellos decían.
Pero yo tenía confianza de que se hallaría a gusto. Tan pronto me enteré del
retiro, pensé en llevar a Cassie. Al principio no quería ir, pero cuando se lo
ella dijo que sí
57
espanol.bruderhof.org
vuelta total
expliqué un poco más—por ejemplo, que la gente está en la onda—entonces
aceptó. No insistí en el aspecto espiritual del retiro.
Cuando los padres de Cassie nos dejaron en el estacionamiento de donde
íbamos a salir en grupo para el retiro, me parecían un poco aprensivos.
Muchos de los chicos tenían cabello teñido y cosas por el estilo, y ellos estaban
tratando de apartar a su hija de esa clase de gente. Pero la dejaron ir, y real-
mente lo pasamos muy bien. Fue la primera vez que Cassie me acompañó a
un evento del grupo juvenil.
Nuestro campamento se situaba en Estes Park en las montañas Rocosas;
yo diría que éramos alrededor de trescientos jóvenes. Todas las noches hubo
culto de alabanza y devoción. No recuerdo lo que dijo el tipo que habló; el
tema de aquel fin de semana era: “Vencer las tentaciones del mal y renunciar a
la vida egoísta”. Fueron las canciones que derribaron las barricadas en Cassie;
parecía cambiar visiblemente. Yo no me había prometido gran cosa de toda
esa experiencia, ni para mí ni tampoco para ella, tan cerrada que estaba.
Nunca pensé que un sólo fin de semana la cambiaría; en el mejor de los casos
sería una ayuda. Cuando noté su reacción—parecía haber perdido el dominio,
tanto sollozaba—me quedé pasmada.
Estábamos fuera del edificio, y Cassie lloraba. Abrió su corazón—pienso
que rezaba—y le pidió a Dios que la perdonara. Adentro, muchos chicos tra-
jeron ofrendas al altar: parafernalia de la drogadicción y cosas semejantes, en
un acto de romper con sus antiguas ataduras.
Cassie no tenía nada que llevar al altar, pero en el esfuerzo de renunciar
a todo aquello se sacó de encima el peso que la agobiaba. Estaba aquel otro
muchacho ahí que oraba por ella; sólo pude entender parte de lo que ella
decía. Después de ese fin de semana, me habló muchas veces de todas las cosas
en las cuales había estado metida, y cuánto lo lamentaba ahora. Tenía miedo
de que Chris cayera en lo mismo que ella. Aquello había sido un infierno, y
quería evitar que le pasara lo mismo a su hermano.
Después del servicio religioso, Cassie, aquel muchacho que se llamaba
Kevin, y Justin, Erin y yo salimos un rato en automóvil; bajamos del auto y
quedamos unos minutos parados en silencio bajo las estrellas, llenos de rev-
erencia por Dios. Fue algo fenomenal: nosotros, tan pequeños, y el cielo ¡tan
inmenso! Allí en la montaña, la grandeza de Dios era casi palpable.
ella dijo que sí
58
espanol.bruderhof.org
vuelta total
Más tarde noté un cambio en la cara de Cassie. Si la mirabas ahora, aunque
se veía tímida como antes, había una chispa de esperanza en sus ojos y algo
nuevo en su porte. El resto del retiro era muy lindo. A partir de ese día, cu-
ando te acercabas a ella para hablarle, sabías que ella quería hablar. También
tuvo buenas conversaciones con los diferentes líderes del retiro.
Cuando fuimos a recoger a Cassie, yo estaba muy nerviosa. Brad y yo lle-
gamos a la iglesia justo cuando vino el autobús. Recuerdo a la muchacha-
da con cabello de punta, que fumaba y vagaba por ahí. Cassie llegó en
automóvil con unas chicas del tipo de aquellas de las cuales nos esforza-
mos tanto por alejarla, o al menos así me parecían. Y yo pensé: ¿Por qué
demonios la dejamos ir? Pero cuando Cassie bajó del auto, vino corriendo
y me dio un abrazo. Me miró a los ojos y dijo: “Mamá, he cambiado. He
cambiado totalmente. Yo sé que no me van a creer, pero se lo voy a dem-
ostrar”. Brad recuerda:
Salió al retiro la niña melancólica, cabizbaja, callada. Pero ese día—el día que
regresó—estaba llena de vida y de entusiasmo por lo que le había sucedido.
Era como si hubiera estado en un cuarto oscuro y alguien había prendido la
luz: de pronto pudo ver la belleza que la rodeaba.
Dos años más tarde, en otro escrito que hizo para la clase de inglés, Cassie
describió su fin de semana con Jamie:
Por suerte había una chica de la escuela cristiana, Jamie, que me tomó cariño
y se hizo cargo de mí. Jamie era muy simpática y no tenía prejuicios, algo que
no encontré en ninguna de las otras, y era la única persona a quien no me
rehusé a escuchar. Con gran delicadeza y sin ofenderme, Jamie me habló de
Jesucristo. Me dijo, lo que me había pasado a mí no era culpa de Dios —pu-
ede que Él lo haya permitido, pero en fin de cuentas yo me lo había buscado;
que nacemos con una voluntad libre, y que yo había tomado decisiones que
más tarde iba a lamentar. Sentí la verdad en lo que decía, y comencé a prestar
atención…
El día 8 de marzo, cuando estuve en un retiro con Jamie y gente de su
iglesia, le di vuelta total a mi vida. Sólo entonces pude ver claramente dónde
ella dijo que sí
59
espanol.bruderhof.org
vuelta total
había errado el camino. Había tomado malas decisiones, y ahora reconocí que
la culpa era mía, algo que había negado todo el tiempo que sufría.
Yo era escéptica. Tuvimos que ver con una niña que había albergado odio
y desesperación, experimentado con drogas y ocultismo, y amenazado
suicidarse o escaparse. Mucho más tarde le dije a Cassie lo que yo pensaba
entonces. A lo mejor su nueva actitud no era más que artimaña, que sus
nuevos amigos le aconsejaron volver a casa y decir “he cambiado”, confi-
ando en que le creyéramos y le diéramos más libertad. Brad, al contrario,
sentía un gran alivio y quería confiar en su sinceridad.
David compartía mis temores. Por lo menos al principio, tenía miedo
que, lejos de haber sido “salvada”, Cassie hubiera caído de la sartén a las
brasas. Pero la conversión de Cassie era real y auténtica. Cuando bajó del
automóvil, no habló de salvación ni nada por el estilo. No estaba exaltada.
Fue muy práctica; dijo simplemente: “Mamá, he cambiado”. Y así parecía
ser. Cassie era una persona diferente. No habló mucho de aquel fin de
semana, y no la forzamos. Pero le brillaban los ojos, sonreía como no lo
había hecho en años, y comenzó a tratarnos (a sus padres y a su herma-
no) con respeto y cariño.
Seguía llevando sus sólidos collares de cuentas y se vestía como antes,
pero esas cosas ya no importaban mucho. Lo que sí importaba era el cam-
bio de su espíritu: su dulzura, su humildad y su felicidad. Parecía haber
encontrado una libertad que nunca antes conoció, y eso transformó el
ambiente en nuestro hogar.
Sin embargo, con todo lo que habíamos aguantado en los meses pasa-
dos, me costaba creer que era cierto. Por eso tardé tanto tiempo en bajar
la guardia. “Estás en buen camino, Cassie”, pensaba yo, “pero tienes que
darnos prueba de que no vas a recaer”.
desa
fíos
del
am
or
oh, Divino Maestro,
Concédeme que no busque tanto
Ser consolado, sino consolar;
Ser comprendido, sino comprender;
Ser amado, sino yo amar.
francisco de asís
6. desafíos del amor
Hay quienes creen que “nacer de nuevo” es la suma de la fe cristiana; a
ellos la conversión de Cassie puede aparecer como la culminación de su
peregrinaje. Sin duda alguna, aquel acontecimiento revolucionó su vida,
y desde entonces el día que “nació” de nuevo fue para ella algo así como
una segunda fecha de cumpleaños. Creo, no obstante, que Cassie habría
dado igual importancia a las vivencias que tuvo después. Una amiga me
lo explicó así: el nacimiento de un bebé es algo maravilloso, pero es sólo
el primer acto; la mejor parte es observar cómo crece y se desarrolla el niño.
Para Cassie, el 8 de marzo de 1997 significaba mucho más que el fin de
las angustias y del vacío, la confusión y la desesperanza: era la oportuni-
dad para comenzar de nuevo. A partir de ese momento, la vida tenía sen-
tido; ya no era cosa de atrincherarse. Ahora había esperanza.
Ya antes de su conversión Cassie participaba en las actividades del
grupo juvenil de la iglesia de West Bowles. Si bien a primera vista los
amigos que encontró ahí no se distinguían de otros adolescentes, el grupo
como tal tenía una influencia notable sobre ella. Antes, las amistades que
ella buscaba socavaban los principios que tratamos de inculcarle en el
hogar; ahora, en West Bowles, esos principios parecían afianzarse.
Quizás eran las noches que salían a comer juntos, o las excursiones de
esquí, o los tan populares juegos de “Frisbee” los sábados por la tarde.
Quizás eran los estudios bíblicos, los libros que leían, los trabajos de
jardinería o de construcción que hacían para el proyecto Habitat for Hu-
ella dijo que sí
63
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
manity (“moradas para la humanidad”) o las discusiones que tenían entre
ellos. Sea lo que fuere, paulatinamente Cassie fue conquistada —con én-
fasis en “paulatinamente”. Shauna, una de las dirigentes del grupo, recu-
erda la noche cuando Cassie apareció por primera vez:
Era distante y reservada; no quería que nadie se le acercara, que nadie le
hablara. Se reconoce de inmediato si una persona es insegura, y Cassie era una
de ellas. En verdad era una de las chicas más inseguras que jamás he conocido.
Y yo sabía muy bien como se sentía ella y lo que pensaba; la primera vez que
fui a una reunión del grupo me sentí igual: mis padres me habían obligado a
ir. Después le comenté a alguien: “Esa chica es un caso difícil, ¿verdad?”.
Todavía la veo a Cassie, parada ahí con sus vaqueros extra grandes, un
collar de cannabis y una camiseta amplia pintada de camuflaje. Tenía un
semblante duro —se le notaban las palizas que recibió en el curso de sus an-
danzas. Inclusive los muchachos parecían ponerse nerviosos en su presencia.
Yo, por mi parte, me sentía atraída hacia ella; es una de esas personas que me
inspiran lástima, porque yo había sido así también.
Semana tras semana volvió, pero siempre era lo mismo: no nos hablaba.
Otra buena amiga de Cassie, que se llama Cassandra, tiene recuerdos
similares:
Cassie llevaba collares con cuentas y blusas brillantes, y me asustaba. Tenía esa
pinta que intimida a la gente, como si dijera: “¡No te metas conmigo!” Cuando
me di cuenta de que detrás de esa fachada había un auténtico ser humano,
llegamos a ser muy buenas amigas. La imagen que me hacía de ella debe haber
sido producto de mi imaginación, por la impresión que daba. Es estúpido, lo
sé, pero es fácil aturdirse cuando uno se encuentra con cierto tipo de persona.
En el colegio, es un problema serio—si pensamos en muchachos como Eric y
Dylan—tomar el riesgo de rozarse con gente que no cabe en el molde, gente
que nos da miedo.
Shauna sabía poco o nada sobre el pasado de Cassie, pero le notó un gran
deseo de adaptarse por un lado, y de ser aceptada tal como era, por el
otro.
ella dijo que sí
64
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
Poco a poco empezó a relajarse, y no era cosa de tratar de convencerla; más
bien, con el tiempo, aprendió que es posible divertirse sin preocuparse por
la impresión que uno hace. Fuimos a patinar juntas, o a comprar comida; a
menudo salimos a cenar en un restaurante. Una vez tratamos de patinar en
una pista de hielo. Todo eso le gustaba mucho.
Se les enseña a los chicos que se cuiden de la impresión que causan, con el
resultado de que ya no se atreven a portarse como niños. Se les percibe como
mujeres y hombres maduros desde el momento en que entran al colegio
secundario. Pero en mi experiencia, los adolescentes quieren ser genuinos y
rodearse de gente auténtica, gente que no da un pepino por lo que piensen los
demás.
Más o menos un año después de que empezó a venir al grupo, le pregunté
una vez a Cassie si el grupo juvenil la había beneficiado en algo. Dijo que no
sabía decir, que la primera vez que vino (y no tenía ganas de venir) notó que
todo el mundo sonreía: “Todos estaban contentos, todos se divertían”. Era esa
alegría que anhelaba. De entrada, creo que más bien le molestó, porque intuía
que esos muchachos y chicas tenían algo que ella no poseía. El cambio vino
más adelante, cuando en lugar de irritarse empezó a buscar ese algo.
Luego participó en aquel retiro, y era después de esa experiencia que cam-
bió de verdad —no en el sentido de convertirse de pronto en una persona
religiosa, o de cambiar su vocabulario o cosa parecida. Su carácter parecía
transformado. Es muy posible que ella ni entendía el significado de esas ex-
presiones religiosas, si le preguntaban, por ejemplo, si “era renacida”, si “fue
salvada”. Pero sí sabía que había encontrado algo que la iba a satisfacer como
ninguna otra cosa la había satisfecho hasta ese momento, y si lo pienso bien,
la mejor prueba era su sonrisa: Cassie empezó a sonreír.
al comenzar el año escolar 1997, Brad y yo permitimos a Cassie cam-
biarse al colegio secundario de Columbine. Una buena amiga se había
transferido algún tiempo atrás, y Cassie no tardó mucho en quejarse de
que no le gustaba el colegio cristiano y quería ir al Columbine.
Antes, Brad y yo ni siquiera la habríamos tomado en serio. Pero hacía
algunos meses ya que las cosas marchaban bien, y estábamos dispuestos a
ella dijo que sí
65
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
considerarlo. Por lo tanto fuimos al colegio para informarnos. Hablamos
con otros padres, y observamos a los chicos. Mientras tanto, Cassie y su
amiga persistían. Finalmente accedimos, pero le advertimos que, si hu-
biese el más mínimo indicio de que algo no marchaba bien—si sus notas
comenzaban a decaer, si nos enterásemos de que faltaba a clases o andaba
con gente mala—se iría volando al colegio cristiano particular.
En un momento dado, Cassie dijo: “Mamá, en el colegio cristiano no
puedo dar testimonio a los chicos. En un colegio público alcanzaría a
mucho más gente”. Nunca dudé de su sinceridad, su genuino deseo de
“dar testimonio”. Además, Cassie encontraba el ambiente en el colegio
cristiano estrecho e intolerante, y las perspectivas de ir al Columbine con
una buena amiga se le hacían más y más atractivas.
En todo caso, sus compañeros en Columbine dicen que para Cassie la
nueva fe que había encontrado era asunto serio, pero nunca la usó para
llamar la atención. Eliza, una de sus compañeras de clase en abril de 1999,
dice:
Para mí no fue una sorpresa cuando oí lo que le había pasado el 20 de abril.
Así era Cassie, y creo que hizo algo admirable: salir en defensa de lo que uno
cree, pase lo que pase. Pero en verdad no la conocí como persona religiosa;
ella no importunaba a nadie con eso. Un día en clase, Cassie leía en su peque-
ña Biblia. Le pregunté qué era lo que hacía y dijo: “Estoy leyendo la Biblia”.
Pero eso no formaba parte de nuestra amistad.
Kayla es otra compañera que no sabía nada acerca del “lado religioso” de
Cassie, pero dice que tenía algo que la distinguía de los demás amigos:
Cassie era diferente —no sé explicar lo que era. En el colegio era amable para
con todos, y nunca juzgaba a nadie por su modo de vestir o su apariencia.
Me enteré de que era religiosa sólo después del asesinato. Ella y yo hab-
lábamos de otras cosas, como del esquí. Le conté que sabía esquiar, pero que
no sabía bien cómo dar vuelta, y ella dijo: “Bueno, voy a ayudarte. Pienso ir
a esquiar la semana que viene; si quieres acompañarme, llámame”, e hicimos
planes para ir juntas. Cassie ofreció llevarme aunque apenas me conocía.
ella dijo que sí
66
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
Otra gran diferencia entre la antigua y la nueva Cassie fue el marcado
cambio en sus gustos. Antes estaba obsesionada con la muerte, con rock,
vampiros y automutilación. Ahora se interesó por la fotografía, la poesía
y la naturaleza. Dice Amanda—la amiga que la invitó a comer el último
sábado de su vida—que le entusiasmaban las obras de Shakespeare:
Ella se las tragaba. Antes de ir a clase de inglés solía pasarse horas en la bib-
lioteca, donde se sumergía en el lenguaje de Shakespeare para entenderlo y
saber de qué se trataba. Cuando estudiamos Macbeth (era lo que Cassie estaba
leyendo en la biblioteca aquel martes, porque se había atrasado), dijo que no
le gustaba, que era una tragedia demasiado oscura y funesta, orientada hacia
la muerte, casi diabólica. Pero, fuera de eso, Shakespeare la fascinaba.
Otra obra que leímos en clase, y que no era de su agrado, fue Cándido2.
Dijo que la mitad no pudo entender, y la otra mitad no le gustaba porque
era tan sórdida. Supongo que era el sarcasmo que la molestaba —totalmente
opuesto a su propio carácter. Cassie habría preferido leer algo de Charles
Dickens, o de Emily Dickinson, cuya poesía le interesaba.
si cambio significa crecimiento, también implica lucha. Por suerte, en el
caso de Cassie, en los últimos dos años no pasó nada de particular interés
—por lo menos no hubo grandes calamidades. Ella se preocupaba por su
peso y su apariencia, por llevarse bien con los jóvenes en el colegio y en la
iglesia, y de vez en cuando se peleaba con su hermano, o se enojaba con
su padre o conmigo. Según Jamie, parece que, por algún tiempo, todavía
echaba de menos a sus antiguos amigos.
Aun cuando Cassie no quiso volver a esa clase de vida, todavía tuvo simpatía
por sus amigos. Casi se moría cada vez que Mike y sus amigos pasaban frente
a su casa con el auto y chillaban, lo cual hacían con frecuencia, por lo menos
hasta que Cassie empezó a ir al Columbine. No sé si lo hacían con intención
de atormentarla, pero así lo sentía ella —como si se burlaran de ella por ya no
ser parte de la barra. Por un tiempo considerable, todavía ejercían cierto pod-
er sobre ella. Ella lo expresaba de esta manera: era algo que no deseaba, pero a
1 Cuento satírico de Voltaire, autor francés del siglo dieciocho.
ella dijo que sí
67
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
la vez sí lo deseaba porque no tenía amigos. Y decía que quisiera mudarse de
casa para escapar de la presión.
Más adelante, empezó a hablar de ellos de manera diferente. En lugar de
decir: “Solíamos hacer esto y aquello y nos divertimos tanto”, ahora deseaba
que “ellos pudieran encontrar lo que yo encontré, que puedan cambiar tam-
bién”. Tenía una actitud completamente nueva. Era obvio que no había per-
dido interés en sus amigos de antes, pero ahora era un interés muy distinto.
Jamie dice que, fuera de preocuparse por sus compañeros, el mayor dolor
de cabeza que tenía Cassie era el trato con nosotros, sus padres:
Cassie decía que a veces tenía la impresión de que sus padres no se interesa-
ban por ella como persona, sino que sólo se preocupaban por lo que hacía. No
sé si esto tiene sentido: era como si, en lugar de interesarse por la Cassie real,
su mamá y su papá daban más importancia a lo que la gente pensara de su
hija o de ellos mismos como padres. Fue una lucha para ella convencerse de
que sus padres realmente la querían y se preocupaban por ella.
Más adelante perdimos contacto: ella cambió de colegio, y yo fui a Oregon
a pasar el verano. Pero todavía hablamos de vez en cuando. En una de las últi-
mas conversaciones que tuvimos, me dijo que, aunque creía haber madurado,
todavía luchaba contra muchas tentaciones. Dijo: “Cumplo con las formali-
dades de la fe, voy a todas las clases de estudios bíblicos, y en el grupo juvenil
piensan que todo va bien, pero por dentro a veces me siento desconectada,
remota de Dios”.
Con ciertos amigos, uno tiene que disimular para no arruinarse la repu-
tación. Cassie era muy natural y franca con respecto a sus luchas. Podíamos
hablar de cualquier cosa que nos preocupaba sin necesidad de disimular.
Otras amigas y compañeras de Cassie también me han contado cosas
acerca de mi hija que jamás hubiera sabido de otra manera. Parece ex-
traño eso de enterarse de aspectos tan íntimos de la vida de tu hija recién
después de su muerte. A veces me vienen las lágrimas cuando pienso en
todos los detalles que quisiera haber sabido antes; pero, a fin de cuentas,
todo eso sólo aumenta mi amor por Cassie.
ella dijo que sí
68
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
Una chica del grupo de West Bowles que era muy amiga de Cassie en el
último año de su vida, es Cassandra:
A veces Cassie y yo hablamos de la imagen que uno tiene de sí mismo, de
cómo nos veíamos a nosotras mismas. Hubo momentos en que eso era un
problema para ella: ya sea que no se creía bonita, o que quería perder peso o
bien tener un carácter diferente al suyo. Es cierto que pensaba en esas cosas,
pero sé que nunca permitió que la dominaran. Siempre rogaba a Dios que le
ayudara a liberarse de esas preocupaciones y a ser tal como Él la hizo.
Es notable, pensándolo ahora, que Cassie nunca flirteaba. Creo que por eso
se hizo tantas amigas. Sabes, en el colegio hay esas chicas tan populares, que
coquetean y se sonríen y son muy sociables —con ellas es más difícil hacerse
amigas. Te intimidan un poco; te hacen sentir como si fueras una rival.
Es lo que pasa cada vez que tratas por todos los medios de ganar la simpa-
tía de alguien. Quieres agradarle, pero no puedes comportarte con naturali-
dad y te escondes detrás de una fachada. Cassie no sabía fingir. Nadie estaba
en competencia con ella, y eso era algo fenomenal, por lo menos entre las
chicas en nuestro colegio y hasta en el grupo juvenil.
Cuando pienso en Cassie, recuerdo lo que dijo San Francisco: que no se
debe buscar tanto ser amado, sino amar. Eso estaba firmemente grabado en
su pensamiento. Creo que Cassie sabía que sólo Dios podía satisfacerla, y no
se volvía loca por la impresión que hacía o por encontrar novio o cosas por el
estilo. Sin flaquear, estaba resuelta a ignorar sus problemas y superarlos de esa
manera.
Hace un año más o menos, Cassandra recibió una carta de Cassie, que
confirma sus observaciones; lo que sigue es una selección.
28 de junio de 1998
¡Hola Cass!
Doy gracias a Dios por todo lo que ha hecho por mí, y también por otros.
Aun cuando las cosas andan mal, Él está a mi lado, y me ayuda para que los
problemas no cobren más importancia de la que tienen, dado mi estado de
ánimo… Sabes, a veces me pregunto qué es lo que Dios quiere que haga con
mi vida. Mi razón de ser. Hay quienes se hacen misioneros o algo similar —¿y
ella dijo que sí
69
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
yo? ¿Qué futuro tiene Dios preparado para mí? ¿Qué dones y talentos tengo
yo? Por ahora, vivo de un día para otro. Ya llegará el momento en el cual voy
a saberlo. Quizás entonces echaré una mirada hacia atrás y pensaré: “¡Así que
era para esto!” ¿No es asombroso este plan del cual formamos parte?…
En el otoño de 1998, Cassie escribió a Cassandra:
Querida Cass:
…Sé que necesito entregárselo todo a Cristo, pero, ¡es tan difícil! Justo cuando
pienso que por fin llegué al punto de renunciar a todo, me descubro en el acto
de querer controlar mi vida. Es como una rueda que, sin parar, da vuelta tras
vuelta y no encuentro dónde agarrarme… Si sólo pudiera deshacerme de mi
orgullo, entonces quizás tendría un poco de paz y el ánimo de bajar la barrera
que me impide crecer en Dios.
Tengo que ser completamente honesta conmigo misma y con Dios, y no
creer que puedo engañarlo. Al fin y al cabo, ¡Él es DIOS! Y no puedo hacer
concesiones. Es como ser tibia: Él me vomitará de su boca si continúo así. No
puedo pretender, un día, que soy neutral y comportarme como todo el mundo
a fin de “extender la mano a la gente”, y al día siguiente hacer como una chica
cristiana muy dedicada. Y no quiero que me llamen “la hipócrita de West
Bowles”.
Bueno, habría mucho más que escribir, pero tengo que hacer deberes y
otras cosas. Además no quiero cargar tu preciosa cabecita con las “Confesio-
nes de Cassie”.
Con todo, Cassandra insiste en que su amistad no tenía nada de “pesado”.
No es que todo el tiempo fuéramos serias o profundas, o algo así. A Cassie le
gustaba pasar el rato con otra gente. Recuerdo una vez que fui al centro, con
Sara y Cassie; Sara y yo hablábamos y Cassie escuchaba —no decía palabra.
Era una de esas personas que saben escuchar. No le interesaba estar en primer
plano o llamar la atención a lo que tenía que decir.
En otra ocasión, ella y yo salimos a terminar un proyecto mío para el curso
de fotografía. Fuimos a Deer Creek Canyon para tomar fotos de la naturaleza,
pero era un día gris y frío, requetefeo. Acabamos por fotografiar unos ciervos
en la cancha de golf; no era gran cosa, pero nos divertimos.
ella dijo que sí
70
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
David, quien la había observado en los últimos dos años de su vida, dice
que por lo general se comportaba como cualquier otra muchacha de su
edad.
En el grupo estudiábamos aquel libro, Discipleship (“Vivir el discipulado”),
y Cassie lo abrió enseguida en el capítulo que trata del matrimonio. No cabe
duda de que era una chica muy normal. En otros momentos observé que
buscaba algo nuevo, diferente de lo acostumbrado. Para mí Cassie reflejaba el
versículo: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las demás
cosas se les darán por añadidura”. (Mateo 6:33) Creo que ella realmente pudo
identificarse con esto: Dios tenía que estar en primer plano, en vez de pensar
todo el día en sus propios problemas, como lo hacen tantos jóvenes.
Lo que más le impresionó a David era que Cassie se quedó en el grupo
juvenil por su propia voluntad.
Hay chicos tan tímidos e inseguros en el grupo que nunca se animarían a
quitarlo —¿adónde irían? Tal como la conocí a Cassie, me parece que en cu-
alquier momento hubiera podido dejar la iglesia y encontrar nuevos amigos
en otra parte, digamos en el colegio. Sin lugar a duda era su propia decisión
quedarse en el grupo.
No puedo explicar los motivos que tuvo. Cassie hubiera tenido toda la
razón del mundo para quejarse de que no era muy popular. Hubiera podido
irse. Pero al fin parece haber pensado: “¡Estoy harta de todo eso! No vengo
aquí para sacar algún provecho personal. Vengo a contribuir, a dar”. Discuti-
mos este tema en el grupo poco antes del 20 de abril: Si no te decides a vivir
para los demás, vas a terminar consumido por ti mismo. Una vez que emp-
ieces a dar de ti, verás que todas tus necesidades serán satisfechas.
Siempre es más fácil entender esas cosas que sentirlas. Sé que para Cassie
no era fácil. Ella luchaba. Justo el lunes antes de su muerte me encontré con
los encargados del grupo y hablamos de Cassie y cómo podríamos inclu-
irla más. Queríamos darle más oportunidades para aportar algo al grupo, y
ayudarle de esa manera a superar su miedo de no encajar.
Ciertos jóvenes se destacan por su manera de ser: saben conversar, saben
bailar, son el alma de la reunión. Pero Cassie no era así. Con todo, no se des-
ella dijo que sí
71
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
animaba. Y por eso para mí era una campeona —todos los días veo a chicas
como ella, y son tantas que abandonan.
Cassie tenía afán de participar, de hacer alguna contribución positiva, de
dar de sí misma. Y aquellos chicos que, como ella, se sienten solos o desalenta-
dos (y de esos hay muchos) —si logras que se interesen por otra gente, siem-
pre salen a flote. Servir a los demás no es cómodo, pero da un propósito a tu
vida y te obliga a pensar en otros.
Aun así, poner cara de valiente y determinada debe haber sido más difícil
para Cassie de lo que ella hubiera admitido. En un cuaderno escolar,
Brad encontró el borrador de una carta en su cuarto al poco tiempo de
su muerte, evidentemente sin enviar y sin indicar a quién estaba dirigida.
Tenía fecha 2 de enero de 1999:
Me he convertido en la clase de persona que nunca quise ser, una persona
negativa o una llorona. Estoy deprimida… No escogí ser una de esas perso-
nas que la gente no halla atractiva. Mi mamá siempre me decía: hay que ser
más positiva, hay que sonreír, eso es lo que la gente nota y que la atrae. Ojalá
pudiera hacer lo que dice Mamá —porque quisiera ser divertida, graciosa,
una persona dinámica, activa, una persona cuya compañía es agradable. Pero
no lo soy. No tengo la personalidad brillante, ni la perspicacia, el sentido de
humor o la energía propios de una disposición optimista, que es lo que atrae
a la gente…
Parecería que quienes más dicen quererme, y más cumplidos y elogios me
dispensan, son los mismos que me desaniman… Los muchachos de la iglesia
ni saben que existo; en cambio, los de la escuela sí me dan bolilla, y sé per-
fectamente bien que, por lo menos en algunos de ellos, es la atracción sexual.
Sería muy fácil obtener de ellos el amor que tanto anhelo. No digo que tengo
la intención de salir con éste o aquél y tener sexo ni cosa por el estilo, pero no
encuentro amigos en la iglesia ni en el colegio. Hasta ahora he sido fuerte y he
resistido, pero a veces temo que pronto no voy a tener más fuerza ni paciencia.
Por favor, dime lo que piensas.
Además de las cartas que Cassie nos dejó, los libros que estudiaron en el
grupo (se reunían una vez por semana en sesiones de lectura) echan luz
ella dijo que sí
72
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
sobre su búsqueda por el sentido de la vida, particularmente lo que sig-
nifica vivir para Dios. Sólo después de su muerte nos dimos cuenta Brad
y yo hasta qué punto la afectaron aquellos libros. Por lo menos en casa,
Cassie no solía hablar mucho de los libros que leía. Quizás, para ella, más
importante que hablar de lo que uno cree es tratar de ponerlo en práctica.
Cuando miro esos libros ahora, los pasajes subrayados y las observacio-
nes anotadas en el margen, es evidente el impacto que su lectura tuvo en
ella. Tenía un ejemplar de Pan para el viaje, una colección de meditaciones
para todos los días del año, por Henri Nouwen.3 Muchos de los trozos
marcados se refieren a las relaciones entre miembros de familia y entre
amigos. El primero se llama: “Sé tu mismo”.
Muy a menudo queremos estar en un lugar diferente al que estamos o inclu-
sive ser otra persona diferente de la que somos. Tendemos a compararnos
constantemente con los otros y nos preguntamos por qué no somos tan ricos,
o inteligentes, o simples, o generosos, o santos como ellos son. Tales com-
paraciones nos hacen sentirnos culpables, avergonzados o celosos… Somos
seres humanos únicos, cada uno con un llamado en la vida, al que debemos
responder. Ningún otro puede hacerlo. Y debemos responder a ese llamado en
el contexto concreto del aquí y el ahora.
Nunca encontraremos nuestra vocación tratando de pensar si somos me-
jores o peores que otros. Somos lo suficientemente buenos para hacer lo que
estamos llamados a hacer. ¡Sé tú mismo!
En otra página está subrayado lo siguiente:
No podemos vivir sin el amor de nuestros padres, hermanas, hermanos, es-
posas, esposos, amantes y amigos. Sin amor morimos. Sin embargo, algunas
personas reciben amor de manera muy dañada y limitada. Puede venirles
teñido de juegos de poder, celos, resentimientos, venganzas y aun de abuso.
Ningún amor humano es el amor perfecto que nuestros corazones desean, y
a veces el amor humano es tan imperfecto que difícilmente podemos recon-
ocerlo como amor.
2 Henri M. Nouwen, Pan para el viaje: Migajas de sabiduría y fe para cada día (1998, LU-MEN, Buenos Aries, República Argentia. Traducido del inglés por Marcelo Pérez Rivas.) 17 de enero, 13 de junio.
ella dijo que sí
73
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
En el margen de esa página, Cassie escribió: “No busques consuelo en el
amor humano, busca más bien el amor de Dios”.
Otro libro bien marcado y anotado fue Discipleship (“Vivir el discipu-
lado”) de Heinrich Arnold. Varios de los pasajes subrayados por Cassie
parecen reflejar algo que descubrimos sólo después de su muerte: su
batalla silenciosa, pero no menos intensa, por liberarse del pasado. Siguen
algunos ejemplos:
El hombre moderno piensa de manera demasiado materialista. No percibe
que las fuerzas del bien y del mal son independientes de él, y que el curso de
su vida será definido por aquella fuerza a la cual abra su corazón…
Una y otra vez nos topamos con el ocultismo, sobre todo en los colegios. Hoy
día el ocultismo se considera a menudo como otra ciencia más que hay que
estudiar… Los juegos supersticiosos—por ejemplo, los golpecitos en la mesa,
o hablar con los muertos—suelen empezar como inocentes pasatiempos, pero
al final, y sin darse cuenta, atan a quien los practica a Satanás. Estas prácticas
no tienen nada que ver con una simple fe en Jesucristo.
Jesucristo quiere que los más oprimidos y desolados vuelvan sus caras hacia
Su luz… Son los mismos a quienes Él rescató: los malhechores, los publica-
nos, las prostitutas, los menospreciados. Él no condenó a los poseídos —los
liberó. Pero esa liberación significaba juicio: los demonios se manifestaron y
fueron expulsados.
Es fundamental para nosotros decidir si lo que queremos es una iglesia cómo-
da o el camino de la cruz. Esto debe ser muy claro para nosotros: el camino de
Jesucristo es el camino de la cruz…
En un capítulo, hay una sola frase subrayada: “Todos debemos vivir de tal
manera que en cualquier momento estemos preparados para dejar esta
vida y encarar la eternidad”.
la transformación de Cassie no pudo haber sido más dramática, si se
considera todo lo que está en juego en la mayoría de los conflictos entre
ella dijo que sí
74
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
madres e hijas. La rama de olivo que me ofreció—“yo he cambiado”—fue
un acto de lo más valiente y sincero. Por supuesto, seguimos teniendo
nuestras escaramuzas, de ésas que son comunes entre padres e hijos —la
ropa tirada en el piso de su cuarto, el tiempo que se pasa en la ducha,
quién tiene derecho de usar el automóvil, el dinero, etcétera.
Sería fácil hacerla aparentar a Cassie como una santa, sobre todo ahora
que no está más aquí para hacer barbaridades. Se habla mucho de su son-
risa, su capacidad para escuchar y su carácter generoso y desinteresado.
Todas esas cualidades las tenía. Pero es importante añadir que la hija que
yo conocía era igualmente capaz de ser egoísta y testaruda, y que a veces
se comportaba como una niña mal criada. Si bien la peor etapa de su
rebeldía adolescente había pasado, yo todavía esperaba el día que mi hija
finalmente sea adulta y nos hagamos compañeras y amigas.
Una vez que nos mudamos de casa, Cassie se quejó y lloriqueó: echaba
de menos su cuarto viejo, y la otra casa era mucho mejor que la presente.
Francamente, la casa que encontramos no era lo que yo habría elegido;
la cocina era pequeña, y toda la casa necesitaba una mano de pintura y
alfombras nuevas antes de poder mudarnos. Pero teníamos amplios mo-
tivos para aguantar el trastorno, y me enojé con Cassie por comportarse
como si lo hacíamos por un antojo no más.
Tenía ganas de preguntarle: ¿acaso no es por ti que lo hacemos? y agar-
rarla por los hombros para hacerle comprender que todo era por culpa
suya: dejar la vecindad donde me sentía a gusto, dejar de trabajar durante
cuatro meses y abandonar el hogar que yo consideraba ideal, para cambi-
arlo por uno mucho menos conveniente. ¿Cuántos sacrificios más espe-
raba que hiciéramos por ella?
Cada vez, logré dominarme, pero ahora que Cassie no está más—aho-
ra que me la imagino enfrentada por aquellos pistoleros, y eso en un
colegio donde la creíamos segura—todo la angustia surge de nuevo y me
pone al rojo vivo. Puedes hacerte toda clase de recriminaciones acerca de
los errores que crees haber cometido, pero nunca vas a saber si acertaste
o no.
ella dijo que sí
75
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
Otra cosa fue el pequeño Ford “Bronco” que teníamos; Brad lo había
comprado, pero a Cassie le encantaba manejarlo. Cada vez que lo llamaba
“mi auto”, Brad se sonreía y decía: “No señor, el coche es mío y yo te doy
permiso para manejarlo. Y, a propósito, manejar es un privilegio”. Había-
mos llegado a un acuerdo con ella: si en el colegio mantenía un promedio
general de 90%, podría usar el auto siempre que nos lo pedía de antema-
no, y nosotros pagaríamos la gasolina y el seguro; cada vez que sus notas
bajaban (era la trigonometría que le bajaba la nota), Cassie tenía que
cargar con los gastos hasta que las notas mejoraban, por lo cual muchas
veces se sentía presionada.
Ahora que he divulgado esos secretos de familia desde mi punto de
vista, me parece justo dejar a Cassie que los describa desde el suyo, como
lo hizo en esta carta sin fecha dirigida a Cassandra:
¿Ya has pensado en universidades y cosas por el estilo? A decir verdad, yo no.
Es algo que me da miedo. ¡Pero ya no falta mucho! Lo que más quisiera es ir a
la universidad en Inglaterra, aun cuando me cuesta pensar en irme tan lejos.
Y ni siquiera sé si es lo que Dios quiere que haga. No tengo idea de cuál es su
voluntad para mí. No sé nada de nada. Había comenzado a obtener buenas
notas, a ponerme al día, y ahora parece que vuelvo a empezar desde cero.
¡Tengo tantos problemas! Y no entiendo: ¿Dónde está Dios cuando más lo
necesito? Ahora, por ejemplo.
La vida de familia es una porquería, y no exagero. Mi mamá no me deja en
paz. Hago todo lo posible por satisfacerla, y no logro sino malas caras. Todo
el día me da órdenes. Estoy harta de ser su esclava personal… limpio la mitad
de la casa todas las semanas, lavo la ropa y hago varias otras tareas. Además,
tengo mi propia vida: la iglesia, el colegio, un montón de deberes, mis ejerci-
cios, cuidar niños, y otras cosas; esto varía de una semana a otra…
No tengo mucho dinero, se paga muy poco por cuidar niños. Mis padres
todavía me compran la gasolina y pagan el seguro, pero no me pagan por todo
el trabajo que hago. Y encima de eso, quieren que consiga un empleo “de ver-
dad”. ¡Vaya! Dicen que entienden, pero no es cierto. Las cosas han cambiado
tanto desde que ellos fueron adolescentes. No tienen idea, todo lo que uno
ella dijo que sí
76
espanol.bruderhof.org
desafíos del amor
tiene que enfrentar… Bueno, gracias por dejar que me desahogue. No tengo
muchas ocasiones.
Cariños, Cass.
P.D. Hago esfuerzos por quedar firme. No quiero perder a Jesucristo.
Si pasamos por alto las protestas, Cassie tenía sus momentos angelica-
les. Era capaz de ser excepcionalmente generosa. Por ejemplo, menos
de un mes antes de su muerte habló de cortar su largo cabello rubio y
donarlo para pelucas para niños sometidos a la quimioterapia. En otra
ocasión decidió donar cien dólares a un proyecto de derechos humanos
en el Sudán, respaldado por nuestra iglesia. Le dije: “Cassie, cien dólares
es mucho dinero. Sé que es tuyo, es lo que ganaste cuidando a los niños;
pero ¿no pensabas ahorrarlo?” Al final decidió guardar el dinero para el
próximo viaje con el grupo de jóvenes. Y todavía me hago reproches por
no haberla dejado seguir el dictado de su corazón.
mor
ir -
par
a vi
vir
morir por Cristo es fácil.
Es difícil vivir para Él.
Morir lleva sólo un momento;
en cambio, vivir para Cristo
significa morir todos los días.
En esta vida nos son dados
sólo unos pocos años
para servirnos los unos a los otros
y a Jesucristo…
El cielo lo tendremos para siempre,
pero aquí el tiempo que tenemos para servir es breve.
¡No despreciemos esta oportunidad!
sadhu sundar singh
7. morir –para vivir
El mismo día del tiroteo en el colegio Columbine, el breve intercambio
entre Cassie y sus asesinos fue noticia de primera plana. Al día siguiente
la gente comenzó a hablar de “la mártir de Littleton”. Al principio no
sabía cómo tomarlo. Cassie es mi hija, pensaba yo; no la pueden convertir
en una Juana de Arco.
De acuerdo al diccionario, la palabra griega martyria significa “testigo”.
Es el nombre que se da a quien, frente al terror o la tortura, se rehusa a
negar su fe. Según esa definición, no es desacertado llamarla “mártir” a
Cassie. Un columnista del diario Chicago Tribune escribió que Cassie “fue
enjuiciada y ejecutada por un joven que representaba… una cultura ado-
lescente empapada de violencia y muerte”. De todos modos, si se le puede
llamar un martirio, la muerte de Cassie es un martirio inverosímil. Digo
esto porque antes de ser una mártir era una adolescente.
No quiero menoscabar su valentía. Soy profundamente orgullosa de
mi hija—y siempre lo seré—por rehusarse a ceder y por contestar con un
sí a sus asesinos. Ella tenía sus propias convicciones y un fuerte sentido
moral, y no se avergonzaba de ello, pero al mismo tiempo debe haber
tenido un inmenso coraje para mantenerse firme. Al principio, cuando
oí lo que hizo mi hija, miré a Brad y me pregunté: “Y yo, ¿habría hecho lo
mismo?” Probablemente habría implorado a los asesinos que no me mat-
ella dijo que sí
80
espanol.bruderhof.org
morir - para vivir
en. Cassie, no. Con sus diecisiete años era una mujer mucho más fuerte de
lo que yo jamás podré ser.
Por cierto, Cassie no era de aquellas que buscan ser colmadas de elogios.
En todo caso, aquel día en el colegio, no era la única en tener que pagar
caro por dar su testimonio. Su compañera de clase, Valeen Schnurr, recibió
varios tiros y gritó: “¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!”, por lo que uno de los
pistoleros le preguntó si creía en Dios. Al igual que Cassie, Valeen dijo que
sí; a diferencia de ella, se salvó por un milagro.
Otra compañera, Rachel Scott, también fue atacada por los principios
que representaba, al menos así lo recuerda su amiga Andrea:
Rachel defendía sus opiniones y pagó con su vida. Tenía clases con Eric y
Dylan, y yo la oí decirles que no le gustaban los videos sangrientos que pro-
ducían, y que le daba asco la violencia que representaban. A Rachel le intere-
saba hacer videos constructivos con música alegre. Quizás se vengaron de ella;
no se sabrá nunca.
Los chicos del grupo juvenil (cuarenta y siete de ellos son alumnos del
colegio Columbine) han descrito otros actos de altruismo y valor en el
curso de ese día. Un profesor quitó las bombillas para oscurecer su salón
de clase y hacer creer a los pistoleros que no había nadie. Un estudiante se
tiró encima de su hermana para protegerla y fue él quien recibió los tiros;
otro, herido él mismo, agarró una bomba y la arrojó lejos para proteger a
sus compañeros. Dave Sanders (un profesor), cuando oyó a los pistoleros
acercarse, se paró en el pasillo, impidió el paso a otros estudiantes y les
hizo correr en dirección opuesta para ponerse a salvo; minutos después
le dispararon un tiro a Dave; cuando llegó la brigada de auxilio, se había
desangrado y estaba muerto.
Aun suponiendo que Cassie haya sido la excepción, estaría indignada
al saber que la gente la exaltaba. Cassandra me contó hace poco:
La verdad es que no sé cómo Cassie habría reaccionado a que se le llame una
“mártir”. No habría hecho como harían muchos—primero decir que no lo
merecen, que no se sienten dignos, y luego aceptarlo igual como algo que les
ella dijo que sí
81
espanol.bruderhof.org
morir - para vivir
corresponde—ya sabes cómo piensan: “Realmente no lo merezco, pero vayan,
alábenme todo lo que quieran”—Cassie, no.
Meses atrás, me dijo una vez: “No sé por qué, ya ni siquiera siento a Dios.
Dios me parece estar tan lejano. Voy a continuar en la lucha; pero es realmente
difícil en estos días, porque ya no lo siento”. Era incapaz de fingir, como quien
dice que “las cosas marchan lo más bien”. Si algo le preocupaba, o si tenía que
resolver algún problema, no trataba de disimularlo, como lo hace la mayoría.
Yo he aprendido a valorar esa honestidad mucho más que antes.
Una vez hablamos de lo que dijo Jesús a los hipócritas: parecen limpios
por fuera, pero es una fachada no más, y por dentro están llenos de huesos
de muertos y toda clase de inmundicia. Hablamos de la hipocresía y del dis-
imulo, y con qué facilidad se puede fingir. Si lees la Biblia y usas ciertas frases,
automáticamente se te acepta como buena cristiana. Eso era algo que Cassie
no aguantaba.
La gente la puede llamar mártir a Cassie, pero si creen que era una chica
buena y santa que se pasaba el tiempo leyendo la Biblia, están muy equivo-
cados. Cassie no era así. Era tan humana como cualquier otra persona. Toda
esa propaganda que se le hace ahora—las historias, las camisetas, los botones,
las insignias—creo que ella saldría corriendo. Me la imagino allá arriba en el
cielo, haciendo gestos de impaciencia y exclamando: “¡Ay, por favor!” para que
quienes tanto la admiran comprendan que realmente era otra chica como las
hay muchas.
No hace falta, pues, elevar a Cassie como mártir. Los hechos de su vida no
cambiarán. Para Brad y para mí basta saber que, cualquiera que haya sido
la razón, Cassie se mantuvo firme en lo que creía. Basta saber que, a una
edad cuando lo más importante es la apariencia, ella fue inflexible en su
convicción y no tuvo miedo de decir lo que pensaba.
Por supuesto, siempre hay más preguntas que respuestas. ¿Qué habría
pasado si ella hubiera dicho no, o si se hubiera callado? ¿Le habrían per-
donado la vida? ¿Qué—y ésta parece ser la pregunta más frecuente—hab-
ría hecho yo en su lugar? Por más natural que sea preocuparse por esas
cosas, no es muy provechoso. Son pocos quienes encuentran su muerte
ella dijo que sí
82
espanol.bruderhof.org
morir - para vivir
en la boca de un arma de fuego, y aún menos cuya muerte se considera
heroica.
La cuestión central que nos plantea Cassie no es cómo respondió a sus
asesinos, sino de dónde le vino la fuerza de hacerles frente. No digo que
se preparó conscientemente para un fin terrible. No tenía ningún deseo
enfermizo de morir, de eso estoy segura, e insinuarlo sería un escándalo.
Le sobrevino la tragedia cuando menos la esperaba, y permaneció serena
y valiente; estaba lista para irse. ¿Por qué?
Después del tiroteo, David dijo un domingo en la iglesia que Cassie
murió no sólo el 20 de abril, sino que murió diariamente en el transcurso
de los dos años anteriores. Al principio, esa idea me pareció de mal gusto,
hasta morbosa. Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que hay
aquí una clave esencial para descubrir el misterio de sus últimos momen-
tos y entender el camino de su vida hasta ese instante.
Cassie luchó como todos luchamos, pero sabía lo que tenía que hacer para que
Cristo pudiera vivir en ella. Esto se llama renunciar a sí mismo, y debemos
hacerlo diariamente. Significa aprender a dejar la vida egoísta… lo cual, lejos
de ser algo negativo, nos libera para vivir más plenamente.
El mundo toma nota del día 20 de abril, el día que Cassie dijo: “¡Sí!”. Pero
nosotros debemos tomar nota del “sí” que dijo todos los días, semana por
semana, mes por mes, mucho antes de dar su última respuesta.
Más adelante, David y yo hablábamos de Cassie, y él me explicó lo que
quería decir con las palabras “renunciar a sí mismo”.
Es lo mismo que quiso decir Jesús cuando declaró: “Quien conserva su vida
la perderá, pero quien la entrega la encontrará.” Mucho antes de morir, Cassie
había decidido dejar de pensar tanto en sí misma —ya no pretender que todo
le saliera según ella se lo imaginaba, ni preguntarse qué iba a ofrecerle la vida
a ella, sino averiguar qué podía contribuir ella a la vida.
No es cuestión de grandes hazañas, sino de no ser egoísta en las pequeñas
cosas. Cassie solía ir con nosotros a un centro para drogadictos, donde comía-
mos con los muchachos, jugábamos al baloncesto, o simplemente pasábamos
un rato charlando con ellos. Era tan simple: decirle ¡hola! a alguien y estre-
ella dijo que sí
83
espanol.bruderhof.org
morir - para vivir
charle la mano en vez de mirar al otro lado; ser amable, hacer sacrificios por
algo de más valor que nuestra propia felicidad y nuestro bienestar.
Una joven integrante de la iglesia de West Bowles, quien trabaja como
voluntaria con el grupo juvenil, recuerda muchos ejemplos, al parecer in-
significantes, del altruismo y de la generosidad de Cassie. Cuenta Jordan:
Tres o cuatro semanas antes del incidente en el colegio Columbine, la llevé
en mi auto a una fiesta de cumpleaños. Éramos unas cinco o seis chicas. Hab-
lábamos de quién era la más bonita y cuánto pesábamos. En un momento
dado, Cassie dijo que estaba harta de hablar de tonterías; que ella había acaba-
do con todo eso; eso no servía para nada, salvo para hacer sufrir a las que no
están contentas con su apariencia. En lugar de pensar en nosotras, teníamos
que pensar en los demás y ocuparnos de lo que importa en la vida.
Shauna (la joven que se hizo cargo de Cassie en ocasión de su primera
visita a West Bowles) recuerda un incidente similar:
Un día Cassie vino a verme, llorando. Se atormentaba por haber chismeado
a mis espaldas. Hasta creo que ella no inició esa chismería; había escuchado
un comentario negativo o algún chisme acerca de mí, pero no me defendió.
Ahora se sentía muy culpable. Y ahí estaba, dos días más tarde; le corrían las
lágrimas y me decía: “Sólo quiero decirte que te traicioné, y lo siento tanto.
Espero que puedas perdonarme”. Ésa fue la primera vez que alguien se había
portado así para conmigo.
Cassie no era muy segura de sí misma ni muy sociable por naturaleza, y
no puedo imaginarme lo difícil que eso debe haber sido para ella. Pero
estaba decidida a defender el bien que había reconocido, y deseosa de
luchar contra sus temores y su falta de seguridad. Y aunque nunca los
venció completamente, al final su convicción era tan fuerte que nadie
pudo quitársela.
Unos días antes de morir, Cassie y yo estábamos sentadas en la cocina
y charlamos de muchas cosas. No recuerdo cómo llegamos a hablar de
la muerte. Cassie dijo: “Mamá, yo no le tengo miedo a la muerte, porque
ella dijo que sí
84
espanol.bruderhof.org
morir - para vivir
me voy al cielo”. Le dije que me era imposible pensar en que ella se mu-
riera, que no podría soportar la idea de vivir sin ella. “Pero Mamá”, me
contestó, “si supieras que yo me iría a un lugar mucho mejor, ¿no te
alegrarías por mí?”
A veces su manera de pensar era tan madura y sus preguntas tan pen-
etrantes que nos hacía pasar vergüenza. Pero sólo ahora—por las anéc-
dotas que nos cuentan sus amigos, y las notas y cartas que encontramos
después de su muerte—empezamos a entender la profundidad de sus
pensamientos más íntimos. En una de esas notas, marcada “1998”, es-
cribe:
Cuando Dios no quiere que yo haga algo, lo sé sin lugar a duda. Cuando Él
desea que haga algo, aunque signifique tomar riesgos, también lo sé. Me sien-
to impelida en la dirección en que debo ir… en el colegio trato de demostrar
mi fe… a veces es desalentador, pero también hay recompensas… Moriré por
mi Dios. Moriré por mi fe. Es lo menos que puedo hacer por Jesucristo, quien
murió por mí.
En los últimos dos meses de su vida, Cassie estaba a menudo absorta en
el libro más reciente escogido por el grupo juvenil para sus discusiones
semanales: En busca de paz. El autor, Johann Christoph Arnold, era uno
de sus escritores predilectos desde que habló en nuestra iglesia unos años
atrás, y su libro parece haberla impresionado como ningún otro. Según
cuenta su amiga Amanda, Cassie no cesaba de hablar de lo que leía: “Ese
libro la fascinaba. Siempre me contaba lo que acabó de leer. No tenía mi
propio ejemplar; las dos compartíamos el suyo”. Como de costumbre,
marcó sus pasajes favoritos. Aquí hay tres muestras de la sección que el
grupo pensaba estudiar la noche del 20 de abril. Nunca se hizo.
Busquen hasta que encuentren, y no se den por vencidos. Y aunque crean
no tener fe, no dejen de orar; Dios oye los gemidos aun del que no cree. Será
sostén y amparo a cada paso. No se rindan y, sobre todo, eviten las tentaciones
que distraen de la meta anhelada. Cuando caigan, ¡levántense y sigan adel-
ante!
ella dijo que sí
85
espanol.bruderhof.org
morir - para vivir
El miedo universal a la muerte… pone en peligro la serenidad del alma. Basta
decir aquí que la convicción de nuestra fe es capaz de vencer tal desafío a la
paz, como también lo es el amor, según nos dice el apóstol Juan: “El amor
perfecto echa fuera al temor”.
Sin duda, como cualquier otro ser humano, Martin Luther King tuvo miedo
de morir, aunque… irradiaba tranquilidad y paz profundas. Era un hombre
que nunca dudó de su misión, nunca permitió que el precio de llevarla a cabo
lo paralizara. “El hombre que teme a la muerte no es libre”, dijo King en 1963
a la muchedumbre reunida en un mitin por derechos civiles. Al instante en
que vencemos el temor a la muerte, somos libres”… Yo les digo que no es
digno de vivir quien no haya encontrado una causa por la cual está dispuesto
a morir”.
refl
exio
nes
pienso que la Tierra es finita,
La Angustia es total,
y muchos sufren,
pero, ¿qué importa eso?
Pienso que podemos morir.
La mayor Vitalidad
no puede conquistar la Putrefacción,
pero, ¿qué importa eso?
Pienso que en el Cielo,
de alguna manera, habrá compensación,
habrá una nueva Ecuación.
Pero, ¿qué importa eso?
emily dickinson
8. reflexiones
Cuando la muerte nos roba un ser tan querido como lo era nuestra
hija, es imposible continuar, a menos que cambie profundamente nuestra
actitud frente a la vida. Sé que podría morir mañana—atropellada por
un automóvil, víctima de un infarto fulminante—, pero hasta que no
aprenda a golpes que se trata de una posibilidad real, es poco probable
que me detenga a reflexionar sobre su significado. Quizás sea esto lo que
quiso decir C. S. Lewis, cuando su esposa murió de cáncer: “Nada podrá
sacudir a un hombre, por lo menos a un hombre como yo… Tiene que
recibir un golpe que lo deje atontado, para hacerlo entrar en razón”. Ojalá
que la tragedia de Columbine siquiera haya servido para eso. Fue como
una fuerte sacudida que nos paró en seco y nos obligó a ver más allá de
las bagatelas de la vida cotidiana.
Recuerdo esas interminables horas de espera para saber si Cassie es-
taba viva o muerta, y pensé: “Si ella está a salvo, yo haré todo lo que esté a
mi alcance para que vaya a Cam-bridge. ¿Por qué me apresuré tanto para
desalentarla?” Y tuve que pensar en otras ocasiones cuando podría haber
sido más flexible en las discusiones que tuvimos: quién paga la gasolina,
los vestidos que compraba, las manchas en la alfombra y otras cosas por
el estilo.
Ya que hablamos de remordimientos, miren lo que hay en nuestro
garaje: El verano pasado, mientras Cassie y Chris estaban en Chicago
ella dijo que sí
89
espanol.bruderhof.org
reflexiones
con el grupo juvenil, compré un automóvil “Ford Expedition” para mi
uso personal. Cassie se había quejado de tener que pagar ella misma sus
gastos de viaje, y en vista de los sacrificios considerables que habíamos
hecho en el correr del año por bien de ella, yo estaba disgustada. Decidí
que había llegado el momento de hacer algo para mí misma; al menos así
razoné aquel día. Ahora todo eso me parece más bien pueril. Cada vez
que manejo ese vehículo, su mero tamaño parece ensanchar el vacío que
hay en mi corazón.
Peor todavía fue el cobro del seguro de vida. Nos habíamos olvidado
de la póliza hasta que alguien nos preguntó si Cassie estaba asegurada.
(Fue idea de Brad; si algo les pasara a uno de los chicos, serviría para
cubrir los gastos del funeral). Al aceptar esa suma de dinero nos sentimos
muy mal, como si sacáramos provecho del crimen cometido contra nues-
tra propia hija. ¿Para qué sirve la plata ahora, salvo para un pago a cuenta
de nuestra hipoteca?
La muerte de Cassie, lejos de dejarnos enseñanzas bien claras que po-
drían beneficiar a otra gente, nos ha echado en medio de un intrincado
laberinto, una selva impenetrable de emociones contradictorias. Hay días
cuando avanzamos, y otros cuando nos enredamos y tropezamos. Hay
sentimientos de aversión y de rabia —sería deshonesto no admitir que
me asaltan y lucho con ellos. Brad dice, si hay algo que le ayuda a sopor-
tarlo todo, es saber que Cassie está en el cielo. Claro, es un consuelo, pero
no alivia la pena de haberla perdido. Hoy todavía me duele como una
herida fresca cada vez que me siento en su cama y me doy cuenta de que
jamás volverá a entrar en este cuarto.
después del tiroteo, se erigió un monumento provisorio en el parque
Clement; una parte consiste en quince cruces: trece en memoria de las
víctimas y dos en memoria de los asesinos. No debe sorprendernos que
mucha gente se disgustó por las últimas dos. En una de ellas, alguien
escribió: “Miserable hijo de puta”. Hasta cierto punto entiendo que uno
pueda hacer esto, pero me preocupa seriamente. Esa furia es destructiva.
ella dijo que sí
90
espanol.bruderhof.org
reflexiones
Carcome la poca paz que uno pueda tener, y al final causa dolor aún más
grande. Asimismo, cuanto más persistes en alimentar tu amargura, tanto
más difícil será para otros consolarte. No es que yo no tuviera esas semi-
llas en mi corazón—sé que las tengo—pero no voy a permitir que otra
gente las riegue.
¿Y qué de los deseos de venganza? Es normal, creo yo, querer desqui-
tarse, ya sea mediante un pleito o por otros medios; pero en el caso de
los asesinos de Cassie, seríamos incapaces de iniciar un juicio contra sus
familias. Aun si lo hiciéramos y ganásemos, no hay dinero que pueda
devolvernos a nuestra hija. Además, ellos también perdieron a sus hijos, y
sería inhumano actuar como si su pena fuera menor que la nuestra.
Sabemos de las controversias con respecto a las familias Harris y Kle-
bold. Hay quienes dicen que fueron padres negligentes, otros que eran
desatentos o ingenuos. Es imposible saberlo. Culpables o no, no debemos
simplemente olvidarlos. Más aún después de recibir esta tarjeta, escrita a
mano, que apareció en nuestro buzón un mes después de la tragedia:
Querida familia Bernall:
Es con gran dificultad y humildad que escribimos para expresar nuestro
profundo dolor por la pérdida de su hermosa hija, Cassie. Ella trajo alegría y
amor al mundo, y su vida fue extinguida en un momento de locura. Quisiéra-
mos haber tenido la oportunidad de conocerla…
Nunca llegaremos a comprender por qué sucedió esta tragedia, ni qué
podríamos haber hecho para evitarla. Rogamos nos perdonen por el papel
que nuestro hijo tuvo en la muerte de su hija Cassie. Jamás notamos rabia u
odio en Dylan, hasta los últimos momentos de su vida, cuando, con el resto
del mundo, aguardamos en impotente horror. La realidad de que nuestro
hijo tuvo parte de la responsabilidad por esta tragedia, todavía nos resulta
increíblemente difícil de concebir.
Dios los consuele a ustedes y a sus seres queridos. Que Él conceda paz y
comprensión a todos nuestros heridos corazones.
Sinceramente,
Sue y Tom Klebold.
ella dijo que sí
91
espanol.bruderhof.org
reflexiones
Para algunos, la tentación de rechazar esta carta de los Klebold, o de pen-
sar que no decía lo suficiente, ha de ser muy real —para nosotros, no. Por
lo pronto, debe haberles costado un enorme esfuerzo escribir la carta y
enviarla. Por lo demás, hemos perdido nuestra hija en la misma inexpli-
cable tragedia, y sólo podemos solidarizarnos con ellos en su angustia.
Comprenderíamos la pena y la humillación que sienten los padres
de Dylan, aun si Cassie estuviera todavía en vida. Antes de cambiar ella,
agonizábamos por ella igual como hoy los padres de su asesino sin duda
agonizan por él. Y si bien no hay forma de comparar el dolor que suf-
rimos, ellos y nosotros, nos queda por lo menos este consuelo: Cassie
murió noblemente. Y ellos, ¿qué consuelo tienen?
No podemos deshacer lo ocurrido en Columbine, pero estoy conven-
cida de que podemos evitar tragedias similares en el futuro. Creo firme-
mente que es posible alcanzar a cada adolescente, aun al más alienado y
hostil, antes de ser demasiado tarde —antes de llegar las cosas a tal punto
que, en nuestra exasperación, sólo nos queda mirar cómo se realizan
nuestros temores más horrendos. Algo he aprendido de la breve vida de
Cassie: ningún adolescente, por más rebelde que sea, es predestinado a la
calamidad. Con fe, sacrificio y honradez—con el amor que, al fin, viene
de Dios—cada uno puede ser encaminado y salvado. Yo, al menos, nunca
perderé la esperanza.
ni Brad ni yo estábamos preparados para el impacto que tuvo la muerte
de Cassie más allá de Littleton. Nos llegaron cartas de todas partes de los
Estados Unidos y del mundo entero —de Inglaterra, Jamaica, Francia,
Alemania, Australia y Perú. En un momento dado, el correo era tan cuan-
tioso que nuestra sala estaba inundada de regalos, cartas y tarjetas.
Scott, un joven de diecisiete años de Phoenix (Arizona), escribió que
la muerte de Cassie le partió el corazón y le hizo cambiar el rumbo de
su vida. Una doctora en la Carolina del Norte había soñado por mucho
tiempo con fundar un hogar para niños de la calle en Honduras; se sintió
impelida a redoblar sus esfuerzos y, en el momento de escribir esto, sus
ella dijo que sí
92
espanol.bruderhof.org
reflexiones
planes para un orfanato finalmente están por realizarse. En Pennsylvania,
una joven pareja conmovida por nuestra historia dio el nombre de Cassie
a su hijita recién nacida, en su honor.
Por medio de la televisión y del “internet”, las noticias de Littleton
llegaron hasta el África rural. Amigos nuestros, de viaje en una región
aislada del Sudán, se encontraron con lugareños que estaban por erigir
un monumento en memoria de Cassie.
Va sin decir que las personas más afectadas por la muerte de Cassie
son quienes mejor la conocían: su hermano, sus amigos en West Bowles,
y sus compañeros de clase en el colegio Columbine. Por su parte, Chris ha
manejado la pérdida de su hermana relativamente bien, aunque pasa por
momentos difíciles. La amistad entre Cassie y él fue algo excepcional. El
interés que nuestra familia suscitó en la prensa y la televisión desde el 20
de abril, y el constante ir y venir de amigos y parientes, le dejó poca oca-
sión a Chris—al igual que a Brad y a mí—para llorar la muerte de su her-
mana. Con todo, sentimos cierto alivio al notar lo bien que ha soportado
la situación. Ha comenzado a mirar más allá de su propia tristeza, y trata
de entender qué significado tiene la muerte de Cassie para él:
Cassie y yo tuvimos nuestras diferencias, nuestras pequeñas rivalidades, pero
no eran muy serias. En realidad era mi mejor amiga, y viceversa. No obstante,
ahora que ya no está, me doy cuenta de que hubiera podido tratarla mucho
mejor.
Ahora duele tener que reconocer cuánto la ofendí. Un día, en su pieza,
encontré los poemas que escribió en un viejo cuaderno. Uno de los títulos era:
“Mi hermano”, y describe la tristeza que le causé por haberme comportado
como si me avergonzara de ella frente a mis amigos. Debe haber sentido que
yo prefería salir con mis amigos a quedarme con ella. El poema me dio un
sacudón, porque Cassie siempre fue muy buena conmigo. Me llevaba en el
coche por todas partes: a la casa de mis amigos y a la pista de patinar, a las
actividades del grupo juvenil, a cualquier lado donde yo quería ir. Y cuando
ella me necesitaba a mí, yo no estaba.
ella dijo que sí
93
espanol.bruderhof.org
reflexiones
Desde que murió mi hermana, me he esforzado por ser más como ella.
Revisé mi colección de discos compactos y descarté los que no tienen mensaje
positivo. Trato de no ser negativo y de no juzgar a los demás por su apariencia
o por lo que dicen. Además, trato de ser más amable y más generoso. Pienso
que aquel poema demuestra claramente lo fácil que es herir a alguien sin
darse cuenta.
Dice Josh (aquel estudiante de segundo año quien escuchó el breve in-
tercambio entre Cassie y los pistoleros en la biblioteca) que la muerte de
Cassie cambió totalmente su actitud frente a la vida:
Hasta ese día, yo daba todo por descontado. Formo parte del equipo de bé-
isbol del colegio, y eso era lo que me importaba. Aquel día estaba escondido
debajo de un escritorio, y pensaba: “Si me disparan, ¿dónde preferiría que me
den los balazos, con tal que todavía pueda caminar y seguir jugando?” Yo vivía
para los partidos, pero hoy los miro de manera muy diferente. Todavía me
entusiasma el béisbol, pero ahora lo considero un privilegio. Y hay otras co-
sas—mi familia, mi hermanito, mis amigos—que hoy son mucho más impor-
tantes para mí que antes.
Debo haber tenido la idea de que ser adolescente significa ser inmortal,
que nunca iba a sufrir graves heridas o enfermedades, ni mucho menos morir.
Ahora ya no puedo pensar de esa manera. Ahora tengo que vivir cada día
de lleno, porque he aprendido que en cualquier momento de tu vida puedes
partir de esta tierra, ya seas viejo o joven. Antes solía pensar que siempre hay
un mañana —no hay prisa.
Hace poco, Crystal (la otra sobreviviente de la biblioteca, mencionada
antes) me dijo que todavía está atormentada por su roce con la muerte, y
le sorprende la rapidez con que otros pueden seguir con sus vidas.
En cualquier momento podemos morir. Yo creía que las cosas iban a cambiar,
que habría más amistad y compañerismo entre la gente después de haber
pasado por todo eso, y que duraría. Pero muchas cosas siguen como siem-
pre. Una vez que pasó el alboroto, la gente vuelve a lo de antes, cada uno a su
pequeño rincón.
ella dijo que sí
94
espanol.bruderhof.org
reflexiones
Ojalá pudiéramos decir que Crystal exagera, pero no es así. En las prim-
eras semanas después del tiroteo, los que perdimos a nuestros hijos
visitamos diariamente los monumentos cerca del colegio; ahí había gente
impaciente por “dejar ese loquero” y continuar con su vida normal. A
principios de junio, leímos en el diario Denver Post que muchos estudi-
antes “están hartos de los monumentos y tonterías por el estilo”. Citando
a un estudiante del último año: “Esto se está haciendo pesado”, dijo. “Ya
es hora que todos sigamos con nuestras vidas”. El artículo continúa: “Los
estudiantes que se graduaron del Columbine este año están ansiosos por
salir de vacaciones, viajar, conseguir empleo… prepararse para la univer-
sidad, para una carrera y todo lo que trae consigo la edad adulta. Después
de una primavera que la mayoría preferiría olvidar, se han mentalizado
para volver a la normalidad”.
Como madre de una de las víctimas, me siento profundamente herida
por semejante insensibilidad. ¿Quién no quisiera seguir con su vida?
¿Quién no “preferiría olvidar”? Yo, por mi parte, haría cualquier sacrificio
por volver a mi vida normal de antes del 20 de abril, cuando fue desar-
raigada, trastornada y alterada para siempre. Pero no puedo.
Por suerte, la mayoría entiende. Jordan, por ejemplo, vino de vez en
cuando “sólo para ver cómo están ustedes”. Dice que la muerte de Cassie
totalmente revolucionó su manera de pensar:
Ahora me doy cuenta de que todo es transitorio, incluso la vida humana. Cu-
ando vi cómo bajaron el ataúd en la tierra y recordé que todo volverá al polvo,
realmente me puse a pensar. De pronto, mi coche, mi apartamento, mi dinero,
mis bienes materiales, inclusive la universidad ya no parecían ser tan impor-
tantes. Falté a clases durante una semana, porque era más necesario estar con
mis amigos y con la gente de la iglesia, no tanto para hablar mucho, sino para
estar juntos y apreciarlos.
Cuando alguien muere como murió Cassie, es hora que nos preguntemos:
“¿Qué es de importancia en la vida?” El hecho que estaba en la biblioteca
estudiando para su próxima clase, preparándose para algún día conseguir
ella dijo que sí
95
espanol.bruderhof.org
reflexiones
un empleo, ¿es importante? No lo creo. Para mí, lo importante es que estaba
preparada para irse de un momento a otro.
Por eso necesitaba tiempo para reflexionar. No pude volver así no más a mi
rutina normal. Hasta mi relación con mi esposo ha cambiado. Ahora, todas
las noches tratamos de orar juntos. No es que tenga miedo de atarme demasi-
ado a las personas que amo. No podemos vivir atemorizados, pero tenemos
que estar dispuestos a dejarlos ir en cualquier momento.
Cuando amas a una persona, su vida es como un obsequio que has recibi-
do. Y si después de su muerte continúas viviendo tu vida como si nada, pa-
recería que se lo echaras en la cara, diciendo: “Mucho gusto en conocerte, pero
ahora tengo otras cosas que hacer”. Eso no me parece manera de honrar una
vida. No es necesario andar con cara seria, como quien dice: “Me voy a aguan-
tar y ser fuerte”. Pero creo que es importante no olvidarse de reflexionar.
Una tragedia como ésta debería desgarrarnos. Cambiarnos. De lo con-
trario, algo anda mal. Si permites que tu vida siga como antes, es como si
enterrases un valioso obsequio. Te pierdes una importante oportunidad.
Pienso, al igual que Jordan, que deshonramos al ser querido que murió
si intentamos seguir con la vida de antes. Es como si rechazáramos el
mensaje que esa muerte nos trae a los vivientes, como si negásemos la
eternidad, que—cuando irrumpe en nuestra vida temporal—nos obliga a
quedar en silencio.
No es fácil reflexionar. Es más fácil llorar. En las horas oscuras antes
del amanecer, cuando ya no puedo dormir, hundir la cara en la almohada
y llorar hasta que me duele todo el cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo
pudieron matarla? ¿Cómo se puede hacer lo que ellos hicieron —cómo se
puede tratar así a un ser humano? ¿Cómo podían mirar su dulce y joven
rostro, sus ojos azules? ¿Cómo podían ser tan duros como para colocar el
revólver en la cabeza de mi hija?
También es más fácil enfurecerse, hacer acusaciones, o perderse en lo
que los medios de difusión llaman los “grandes problemas fundamentales”.
Tras la desgracia de Columbine, eso se refería al control del uso de armas
y a los videojuegos, a la seguridad en los colegios y la violencia de Hol-
ella dijo que sí
96
espanol.bruderhof.org
reflexiones
lywood, a la educación preventiva y la separación entre Iglesia y Estado.
Todos son asuntos importantes, pero al fin de cuentas no son decisivos. ¿O
es que lo son?
¿Por qué es—mientras padres de familia y legisladores exigen un con-
trol de armas más riguroso, y el cese de violencia en la televisión—que
nuestros jóvenes claman por lazos de amor y camaradería? ¿Por qué es—
cuando les ofrecemos psicólogos, consejeros y expertos en la resolución
de conflictos—que van a grupos juveniles en busca de amigos? ¿Por qué
es—mientras todo el mundo incrimina a los demás y construye nuevas
defensas—que los jóvenes hablan de un cambio del corazón?
Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que—por urgente que sea
el debate político y público—nada puede reemplazar los esfuerzos que
debemos hacer cada uno para evitar tragedias como la que le robó la vida
a Cassie. Para mí, por lo pronto, simplemente se trata de actuar generosa
y espontáneamente, aun cuando la razón y la cautela me aconsejen pru-
dencia. Se trata de extender la mano en lugar de apartarse y condenar;
de seguir un impulso, aun cuando resulta incómodo o desagradable. Por
último, se trata de sacrificarlo todo por el amor de Dios. Y no requiere
que todos seamos héroes o mártires, pero, eso sí, exige convicción y perse-
verancia en los pequeños asuntos de la vida cotidiana.
Sólo así soy capaz de pensar en la pérdida de mi hija no tanto como
derrota, sino como triunfo. El dolor no es menos intenso. Siempre será
profundo y cruel. Con todo, sé que su muerte no ha sido en balde; fue un
triunfo de honradez y coraje. Para mí, la vida de Cassie dice que es mejor
morir por nuestra convicción, que vivir una mentira.
el mismo día 20 de abril de 1999, a la hora que las balas causaban es-
tragos en los corredores del colegio secundario de Columbine, amigos
nuestros, de viaje en Israel, asistieron a un servicio en memoria de los
soldados caídos. Mientras el coro cantaba en hebreo, un intérprete expli-
caba: “Es un tributo a los mártires del país, y la traducción dice algo así:
ella dijo que sí
97
espanol.bruderhof.org
reflexiones
‘Mi muerte no me pertenece a mí, es de ustedes, y su significado depende
de lo que hagan con ella’”.
Si hay algo que quisiera dejarles a ustedes, los lectores, es ese mismo
pensamiento: La historia de Cassie no es solamente mía y de Brad. Es de
ustedes, y lo que hagan con ella es lo que le dará significado.
agradecimientos
Muchas personas nos han acompañado en el largo camino recorrido
desde la tragedia de Columbine hasta la preparación de este libro —un
libro nacido de las cenizas. A todas ellas deseamos expresar nuestro sin-
cero agradecimiento: al dedicado personal del departamento de policía, a
los bomberos, paramédicos, voluntarios y profesionales; a nuestros pas-
tores George Kirsten y David McPherson; a la congregación de la iglesia
de West Bowles; a nuestras hermanas y hermanos, madres y padres, y a
nuestra gran familia en Cristo; al personal del Plough Publishing House,
quienes se han convertido en amigos; a nuestros vecinos, a la comunidad
de Littleton, y a cada una de las innumerables personas en el mundo ente-
ro por su compasión y generosidad; y, por encima de todos ellos, a nues-
tro Padre, Dios. Él mismo perdió a un hijo—su Hijo, Jesucristo—y es Él
quien nos ha dado la fuerza necesaria para sobrellevar nuestra pérdida.
Uno de los libros preferidos de Cassie
ahora disponible como libro electrónico
EN BUSCA DE PAZ
por
Johann Christoph Arnold
Más libros electrónicos gratuitosse encuentran en el sitioespanol.bruderhof.com