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EL VIAJE SIN RETORNO DE AMANDA En enero de este año, Amanda González Pape, una joven chileno-sueca de 28 años, murió en el Estado Islámico (EI) producto de un ataque con granadas ejecutado por las Fuerzas Democráticas Sirias. Llevaba nueve años enlistada en el EI y dejó siete hijos, rescatados hace pocas semanas por su abuelo chileno. Hoy su familia, sus profesores y su madre, que también formó parte del grupo extremista, reconstruyen su historia. POR ARTURO GALARCE, DESDE SUECIA FOTOS NOELIA VERGARA GENTILEZA ULRIKA PAPE Cuando entró a la secundaria, Amanda se especializó en teatro. Esta foto es del anuario de 2009. Mismo año en que abandonó la escuela para dedicarse al islam. A la izquierda, Amanda antes de partir al Estado Islámico, junto a dos de sus tres hijos nacidos en Gotemburgo. 8 Operator: mdislm01 Jobname: Cyan Magenta Yellow Black Desc: 1079 Time: // ::

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EL VIAJESIN RETORNODE AMANDA

En enero de este año, Amanda González Pape, una jovenchileno-sueca de 28 años, murió en el Estado Islámico (EI)

producto de un ataque con granadas ejecutado por las FuerzasDemocráticas Sirias. Llevaba nueve años enlistada en el EI y dejósiete hijos, rescatados hace pocas semanas por su abuelo chileno.

Hoy su familia, sus profesores y su madre, que también formóparte del grupo extremista, reconstruyen su historia.

POR ARTURO GALARCE, DESDE SUECIA FOTOS NOELIA VERGARA

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Ulrika Pape (48) esta-ciona su pequeño vehículo enuna calle del suburbio de Ange-red, al noroeste de Gotembur-go. Es una noche de viernes.Llueve. Vestida con una túnicay un hiyab azul que solo deja versu rostro, Ulrika busca en sucartera un tablet para mostrarsu paso por Siria, cuando toda-vía era parte del Estado Islámi-co junto a su hija, la chileno-sueca Amanda González. En lasimágenes aparecen los miem-bros de la familia: Amanda, sussiete hijos, y el noruego MichaelSkråmo, perseguido por la poli-cía de su país por incitar el te-rrorismo y por su labor comopropagandista y reclutador delEstado Islámico.

Las fotos y videos son cotidia-nos: los niños corriendo por unparque abandonado, MichaelSkråmo jugando con ellos, Mi-chael Skråmo sosteniendo unfusil AK-47, y sus hijos levan-tando fusiles de plástico. Aman-da aparece poco, generalmenteen situaciones que develan el

día a día de las mujeres del EI:alimentando a sus hijos y edu-cándolos en casa, y su rostro cu-bierto totalmente por el velo deuna burka.

Ulrika llora al verla. Dice quela extraña. Han pasado pocomás de cuatro meses desde latragedia, cuando recuerda lallamada de Skråmo que la alertódel estado de salud de Amanda.Relata que fue un contacto he-cho desde la ciudad siria deBaghouz, el último bastión delEstado Islámico, derrotado enmarzo de este año por las Fuer-zas Democráticas Sirias (FDS),encabezadas por kurdos y ára-bes, con el apoyo de EstadosUnidos.

—Fue el 2 de enero —recuer-da Ulrika, aún llorando, dandolargos suspiros entre cada frase,como si quisiera cortar la con-versación—. Michael me dijoque tenía que rezar por Aman-da, porque estaba herida.

Dice que Michael le habló delas granadas y las esquirlas en elcuerpo de su hija.

—Por la mañana me llamó denuevo —dice Ulrika a “Sába-do”—. Me dijo que mi hija habíaregresado con Dios.

La niña perfectaEs sábado. La ciudad de Var-

berg, al sur de Gotemburgo, lu-ce fría y soleada, y tan vacía co-mo sucede en los meses previosal verano. La familia paterna deAmanda está reunida en la casade Mauricio, uno de los treshermanos González Gálvez na-cidos en Villa Alemana y radica-dos en Suecia desde fines de losaños 80. El mayor de ellos, elprofesor y artista Enrique Gon-zález (70), fue el primero en lle-gar. Se asiló, dice, luego de reci-bir presiones de la CNI cuandocolaboraba con Amnistía Inter-nacional, reuniendo dinero pa-ra los presos políticos de la dic-tadura. Dos años después llegósu hermano Patricio, un guita-rrista de 18 años. Según Enri-que, él mismo le presentó a unasueca de 17 años, simpatizantecomunista, cercana a la comu-

nidad de chilenos: Ulrika Pape.Contraria al aire reservado de

la gente de Varberg, Ulrika lla-maba la atención por su perso-nalidad efervescente. A pesarde su niñez difícil, criada por sumadre, una vendedora ambu-lante de artesanías, y abando-nada tempranamente por supadre, era una adolescente bro-mista, extrovertida y que habla-ba español con fluidez gracias alas clases que le dio una vecina,hija de exiliados chilenos llega-dos a fines de los 70.

—Cuando Patricio llegó nohablaba nada de sueco. Yo erasu diccionario, lo ayudabacuando salíamos —dice Ulrikaal interior de un restorán liba-nés del suburbio de Angered, enGotemburgo—. Así nos hicimosamigos. Lo quería harto. Fue miprimer amor. Para mi familiafue chocante al principio queestuviera con un chileno, peroigual lo aceptaron.

La relación fue fulminante.Ese mismo año, Ulrika quedóembarazada y se casaron en una

Ulrika Pape,exmiembro del EI ymadre de Amanda,maneja su vehículopor las calles deGotemburgo. El año2016 regresó aSuecia desde elEstado Islámico,cansada de losbombardeos y laescasez. Prefiere nomostrar su rostro pormiedo a laestigmatización.

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pequeña iglesia luterana deVarberg. Como la mayoría delos suecos, cuenta Ulrika, ellaprofesaba el luteranismo casipor tradición. Bajo ese credobautizaron a su hija: AmandaNorma González Pape.

Amanda tenía dos años cuan-do la familia se desmoronó. Se-gún Patricio González, el divor-cio se desató producto de laspocas motivaciones que veía enUlrika, quien no tenía planes deestudiar y solo hacía trabajosesporádicos. Según Ulrika, lacrisis tuvo más relación con lasausencias de Patricio, ensimis-mado en su carrera musical.

Cuando Amanda tenía sieteaños, Ulrika conoció a otro chi-leno: Manuel Pulgar, músico, deValparaíso, recién llegado a Var-

berg, donde visitaba a una her-mana radicada en esa ciudad. Secasaron. Tuvieron un hijo, elprimer hermano de Amanda,Benjamín Pulgar Pape.

Dos años y medio más tarde,Manuel se fue de la casa.

—Lo que me empezó a alejarfue el carácter de Ulrika. Losgritos que le daba a Amanda—dice Manuel Pulgar (48), depelo largo, barba y chaleco delana, al interior de un café en lazona de Majorna, en Gotem-burgo—. Le gritaba en la maña-na, cuando tenía que llevarla alcolegio.

Más tarde, Ulrika dirá que to-das las acusaciones en su contrason falsas. Que quieren dejarlamal. Que quieren hacerle daño,más daño todavía, y que está

cansada de defenderse.—Empecé a llevar a la Aman-

da al colegio —agrega ManuelPulgar, tomando una taza deté—. Le tomé cariño. Era muyinteligente. Cuando la conocíaspensabas que, si tenías una hija,te gustaría que fuera como ella.Era la niña perfecta. Vieja chica.Entretenida. Una de las mejo-res del curso en Varberg. Buenapara actuar. Siempre pensé queen el futuro la iba a ver en unescenario o en la tele.

Desde pequeña y hasta entra-da su adolescencia, Amanda sediferenciaba del resto por suhabilidad para actuar. Así la re-cuerda Jenny Pape (31), su pri-ma más cercana, sentada en elcomedor de la casa en Varberg.A punto de romper en llanto,

acompañada de sus tres hijos,dice:

—Ella era alegre. Era creativa.En ese tiempo no hablábamosde religión. Tampoco de si teníaalgún problema. En ese tiempoestaba todo bien. Ella quería seractriz y yo también. Era nuestrosueño.

Por eso, Amanda decidió cur-sar su secundaria superior enAngered gymnasiet, un liceodonde podía especializarse enteatro. Cinco días de la semanalos pasaba en Gotemburgo, enel departamento de PatricioGonzález, su padre. Y los finesde semana regresaba a Falken-berg, un balneario cercano aVarberg, donde vivía Ulrikajunto a su hijo menor, Benja-mín. En una carta de presenta-ción pedida por su profesor demúsica, Kenneth Eriksson, deAngered gymnasiet, Amandaintentó describirse: habló sobresu gusto por la música hip-hop.Y también de sus inestables es-tados de ánimo.

Escribe Amanda: “En quintogrado no formaba parte de nin-guna cultura pop. Solo me esta-ba divirtiendo con mis amigos.Nada importaba. Cuanto másvieja me puse, más insegura mepuse. Más deprimida. La sensa-ción de ser ‘nada’ creció dentrode mí. Todas mis compañeras te-nían sus cosas que hacer, novios,y cosas como tener pechos o serhermosa de repente se convirtie-ron en mi dolor de cabeza diario.No me sentía hermosa y ni si-quiera estaba cerca de que mecrecieran los pechos. En sextogrado todo cambió. Mi madrecompró un álbum de Eminem, ¡yme quedé atascada!”.

Dos párrafos más abajo, agre-ga: “Toda mi vida había sido laniña perfecta, sin causar ningúnproblema, todos me querían. Sepodría decir que yo era el angeli-to de toda la familia. Todos estosaños de ser educada, demasiadoamable, me habían llenado detanto odio. Si no fuera por las le-tras de Eminem, que estaban lle-nas de rabia, ¡habría explotado

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Arriba, Amanda González(izquierda) junto a su primaJenny Pape en un cumpleaños.Ambas soñaban con seractrices. Después de convertirseal islam, nunca más asistió acumpleaños ni navidades,perdiendo contacto con casitoda su familia. A la derecha,Amanda a los 16 años, duranteunas vacaciones en España. Unode los últimos registros en losque no aparece cubierta por elhiyab.

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tarde o temprano! Podría haber-me lastimado a mí misma o a al-guien más”.

—Siempre la vimos contenta.Inteligente. Nunca nos imagi-namos que podía sentirse así—dice Bessie González, peque-ña, pelo negro, mirando foto-grafías familiares en las queaparece su prima Amanda. Enuna de ellas, Amanda tiene 16años. Aparece en un balcón, ju-gando con algo parecido a unosaudífonos, en unas vacacionesen Mallorca, España. Es una delas últimas imágenes que tie-nen de ella. Su última aparición,dos años después de esa foto,fue aquí, en esta misma casa,cuando la familia se reunió pararecibir a familiares venidos des-de Chile. Antes del encuentro,Patricio, su padre, los alertó atodos: les dijo que no hicieranbromas sobre Dios. Que respe-taran a su hija. Que no se burla-ran de ella.

Ese día, Amanda llegó cubier-ta con una túnica y un hiyab.

La conversiónAmanda abrió las ventanas de

su habitación en Falkenberg,donde vivía con Ulrika y Benja-mín, su hermano menor. Era undía del 2007. Vestida como hip-hopera se sentó frente a sucomputador y subió el volumena lo más alto antes de reprodu-cir el Ayat Al-Kursi, el versomás popular del Corán. La ac-ción, relatada por Amanda ensu blog el año 2009, la repitiódurante toda una semana. Suintención era memorizar el re-zo en árabe y que todo el vecin-dario lo escuchara. El post se ti-tula “Mi camino al islam”. Ahí,Amanda explica: “Al final delverano aprendí a conocer a unmusulmán. No discutimos mu-cho sobre el islam, pero a medi-da que lo conocía más comen-zaba a interesarme… Me gusta-ba vencer lo que fuera y compe-tir, ¡así que le dije a mi nuevoamigo que aprendería el AyatAl-Kursi durante las vacacionesde otoño!”.

—Ella empezó a interesarseen un tipo que era musulmán—dice Mariló Venegas, morena,el pelo crespo, profesora de tea-tro y terapeuta adolescente, al

interior de un café en Gotem-burgo. Para ese entonces, Mari-ló impartía clases de teatro enun centro cultural anexo a An-gered gymnasiet. Un día del2007, Amanda entró a su claseinvitada por una amiga. Rápida-mente se hicieron cercanas.

—Ella se dio cuenta de que yoera chilena y que además cono-cía a su papá —dice Mariló, quelleva más de 30 años en Sue-cia—. En sus pausas de clasesiba a verme para conversar. Mehablaba de sus conflictos, típi-cos de una adolescente, de bús-queda de sí misma, de la vida fa-miliar que tenía… Las diferen-tes parejas de sus padres, pare-jas nuevas, parejas viejas, todoese movimiento que a un ado-lescente lo sacude. Ella era muysuave, tímida, tenía hartas pre-guntas. Quería un soporte.

Ese acercamiento de Amandaa la religión musulmana, diceMariló, hizo que comenzara ahacerse preguntas sobre su fe.

—Hablamos de catolicismo,de cristianismo —recuerda Ma-riló Venegas—. Y qué cosas tedefinían como persona, ¿te de-

fine una religión o uno mismose define? ¿Qué me define si soymitad chilena y mitad sueca?

Al mismo tiempo, Ulrika, sumadre, vivía una transforma-ción paralela influenciada porsus vecinos musulmanes. Elcruce no es raro: según el PewResearch Center, Suecia es elcuarto país de Europa con ma-yor cantidad de musulmanes,con una presencia del 8,1% enrelación con la población totaldel país.

—Nosotros vivíamos en ungueto, rodeados de musulma-nes —recuerda Benjamín Pul-gar Pape, 21 años, carpintero, enla cocina de su pequeño depar-tamento en Gotemburgo—. Noson malas personas, son buenaspersonas. Pero mi madre y mihermana tenían un vacío. Yellos les llenaron ese vacío.

Rubio, el pelo largo, flaco ydesgarbado, Benjamín recuerdalos años que vivió junto a Ulrikay Amanda, antes de alejarse dela religión y, al mismo tiempo,de ellas.

—Mi mamá siempre perse-guía hombres extranjeros —di-ce Benjamín, que según él sealejó cuando los valores de lareligión chocaron con los suyos:no le gustaba cómo trataban alas mujeres ni a los homosexua-les, ni los discursos a favor delas penas de muerte—. Ella notenía figura paterna, y la busca-ba en estos hombres. Eso llena-ba su vacío. Tener parejas ex-tranjeras y tener hijos. La reli-gión completó ese vacío. Meacuerdo que Amanda leyó unverso del Corán y le hizo senti-do. Siempre decía que el islamera un mundo fantástico. Ellasdos me llevaban a una escueladel Corán, en una mezquita enFalkenberg.

En Angered gymnasiet, dondeAmanda cursaba la secundaria,recuerdan que su transforma-ción fue paulatina. Un día llegócon su pelo cubierto con un pa-ñuelo, y lo utilizó varios días an-tes de llegar, finalmente, vestidacon un hiyab. Su profesor Ken-

“Siempre la vimos contenta. Inteligente. Nunca nos imaginamos que podía sentirse así”, dice BessieGonzález, prima de Amanda, abrazada a su padre Enrique González. Jenny Pape, también prima deAmanda, y Mauricio González, su tío, creen que Amanda estuvo manipulada por Michael Skråmo.

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neth Eriksson recuerda ese mo-mento: fue sorpresivo, dice, so-bre todo por el origen latino deAmanda, siendo más comúnese tipo de conversiones enalumnos de ascendencia árabe.

Dos años después, el año2009, Amanda tuvo que tomaruna decisión. Según Benjamín,al profundizar en la religión,Amanda y su madre comenza-ron a regirse estrictamente bajolos códigos de conducta del is-lam. Ese año, Amanda tenía queinterpretar a una mujer iranímusulmana en una obra de tea-tro dirigida por la profesora Pa-mela Wood. Fue el quiebre defi-nitivo con sus aspiraciones ar-tísticas.

—Ella debía interpretar a unainmigrante que trataba de en-contrar su lugar en la sociedad—dice Pamela Wood, jubilada,desde Estados Unidos—. Ella seradicalizó y pensó que el teatroera un pecado, por lo que nuncacompletó el proyecto. La clasese sintió decepcionada.

Antes de irse, Amanda le es-cribió una carta al profesor

Kenneth Eriksson, quien esta-ba a cargo del proyecto: “Quieroque le digas a toda la clase (queme odia) que esta obra es muycomplicada para mí. Sé que hasalido a la luz que he abandona-do la obra debido a mis creen-cias… Pero lo que la clase no en-tiende es que no decidí disparara todo el mundo y vivir mi vidacomo un musulmán loco. Es mu-cho más profundo que eso… Con-tinúen hablando mierda… Uste-des han hablado de que yo me heconvertido en un tipo de mons-truo, y les digo: eso no me hacemás feliz. Solo peor. Mis amigossolamente desaparecen”.

Tras su salida, relata Patricio,su padre, Amanda se fue a vivirdefinitivamente con Ulrika.

Ese mismo año, agrega Ulri-ka, Amanda publicó en su blogun mensaje donde criticaba alos hombres musulmanes. Enlos comentarios, un hombre lerespondió: “Tranquilízate y an-da a hacer un pastel a la cocina”.

—Amanda me dijo: “¡Mira,mamá, lo que me ha dicho estehombre!” —recuerda Ulrika,

riéndose—. “Tienes que casartecon él”, le dije yo. Días después,Amanda lo invitó a la casa ycompartimos un pastel.

Ese hombre era MichaelSkråmo, cocinero y excantantede hip-hop, por entonces un es-tudioso del Corán y activistacontra la islamofobia.

La radicalizaciónMauricio González, tío de

Amanda, escarba en un cajónde su casa, en Varberg, hastaque la encuentra: es una cartaque ella le envió en el 2010. Conel pelo largo y cano, Mauriciopermanece un rato de pie mi-rando el manuscrito: “ SoyAmanda, tu sobrina que te escri-be. Quería contarte lo que pasa ycómo es todo esto… Me casé conun sueco-musulmán que se lla-ma Michael. Él es muy bueno.Vivimos juntos en un departa-mento de dos habitaciones enGotemburgo. En los días no pa-san muchas cosas interesantes,pero estudio a distancia sobre lareligión. Estudiar el islam esmaravilloso... Te extraño mucho

y te amo...”.Al final de la carta, Amanda le

pregunta a Mauricio si cree enDios y qué sabe del islam. Elgesto recibe el nombre de Da-’wah. Una práctica islámica pa-ra lograr la incorporación denuevos fieles. En ese entoncesAmanda hacía clases del Corána través de Skype y según suhermano, Benjamín Pulgar Pa-pe, asistía junto a Ulrika y Mi-chael Skråmo a la cuestionadamezquita salafista de Bellevue,investigada anteriormente porla fiscalía de Gotemburgo porsu vínculo con grupos islamis-tas terroristas.

Estar bajo el alero de MichaelSkråmo, reconocido reclutador,dice Benjamín, allanó el caminopara que Amanda y su madre seenlistaran rápidamente en elEI. Según Ulrika Pape, ademásdel compromiso religioso queasumieron, el reclutamientoconsideraba 50 dólares men-suales por cada adulto, 25 porcada niño, vivienda gratuita, co-mida y la posibilidad de vivirbajo las órdenes y reglas de laley islámica, alejados del secu-larismo de occidente.

Junto a su primer hijo, al añosiguiente, Michael y Amandaviajaron a Egipto para que ellaestudiara el idioma árabe, untránsito habitual entre los futu-ros reclutados que no lo hablan.Un año después regresó a Go-temburgo, donde sobrevivierongracias a la asistencia socialsueca. Tuvieron otros tres hijos,dos mellizas y un hombre, yAmanda comenzó a usar unaburka que cubría por completosu rostro, incluido un velo parasus ojos y guantes negros parano mostrar ni un centímetro depiel. Su radicalización llamó laatención incluso de sus amigasmusulmanas, contrarias a lasposturas violentistas del EstadoIslámico.

—A m a n d a n o c o m p r a b amuebles, no le interesaba quelos niños fueran a la guardería—dice a “Sábado” una de susamigas musulmanas más cerca-

Benjamín Pulgar, hijo de Ulrika y hermano de Amanda, se alejó defraudado de la religión cuando tenía14 años. Cuando se enlistaron en el EI, asegura que ambas lo llamaron para que se fuera con ellas. “Sime hubiera ido mi destino habría sido el mismo que el de Amanda”, dice hoy. Kenneth Eriksson, a laderecha, fue profesor de Amanda durante su secundaria. En su último año, Amanda le envió una cartadonde manifestaba su dolor por las bromas de sus compañeros a propósito de su religión: “Ustedes hanhablado que yo me he convertido en un tipo de monstruo, y les digo: eso no me hace más feliz. Solo peor. Misamigos solamente desaparecen”.

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nas, Amina Rojas, chilena, al te-léfono desde Estocolmo—. Yo lepreguntaba si quería estudiaren la escuela y me decía que no.Los dos últimos días antes de ir-se me escribió un mensaje enWhatsApp. Era una invitación,no directamente, porque ya sa-bía lo que yo pensaba, peroigual. Ella me decía que se iba avivir bajo las leyes de Dios.

El viaje a Siria fue en sep-tiembre del 2014. Se establecie-ron en Al Raqqa, la capital delEstado Islámico, a solo tres me-ses de iniciado el califato.

El mensaje para la familia pa-terna, en cambio, fue distinto:Amanda les dijo que se iba devacaciones a Turquía junto asus cuatro hijos, además de Ul-rika, Michael y sus dos herma-nos pequeños, nacidos tras unatercera relación de Ulrika conotro chileno radicado en Suecia.En su departamento, BenjamínPulgar asegura que recibió va-rias llamadas de Ulrika y Aman-da, intentando convencerlo pa-ra que se fuera con ellas. Estu-vieron a punto de persuadirlo,dice, hasta que su padre se loprohibió.

—Me decían que esa era mi

trón común entre los occiden-tales que se radicalizan es lle-gar a estos extremos.

—No son étnicamente deMedio Oriente y se considerana sí mismos como personasajenas a la religión —diceRanstorp, al teléfono desdeEstocolmo—. Por eso se vuel-ven súper radicales. Tratan decompensar con un exceso dedevoción que pertenecen yson dignos.

Un reportaje transmitidopor la BBC, titulado “Underco-ver in ISIS”, grabado el 2016,demostró los límites de esa de-voción.

El documental se propusoinvestigar los mecanismos dereclutamiento del Estado Islá-mico. Para lograrlo, una perio-dista se hizo pasar por unamusulmana de origen austra-liano, cuyo objetivo era enlis-tarse en el EI. Para eso toma-ron contacto con una recluta-dora islamista llamada UmmHamza, con base en Al Raqqa.

Después de una serie de con-versaciones, Umm Hamza deci-dió plantear una oferta que losbeneficiaría a todos: pronto suyerno necesitaría una segundaesposa. Y ella calzaba perfectocon el perfil. Le dijo que la espo-sa actual era muy agradable yrelajada, y estaba de acuerdocon la decisión. Días después, leenvió una foto de su yerno: eraMichael Skråmo.

Umm Hamza era el nombremusulmán utilizado por Ulri-ka en el Estado Islámico.

—¿No le representó un pro-blema eso? ¿Cómo se tomó suhija esa gestión?

—Eso es algo que los no mu-sulmanes tienen dificultad deentender —dice Ulrika—. EnSiria eso ayudó a las mujeresen todos los sentidos. Se ayu-daban con los niños, etc. Comouna familia grande. Y Amandaestaba a favor.

Para la prensa y la opiniónpública sueca, incluido su hijoBenjamín, ese episodio develóa Ulrika como una reclutadora

pedía a su hija que regresara.—Me dijo que si seguía ha-

blándole así a mi hija, iba a te-ner que prohibir nuestras con-versaciones —dice Patricio.

Amina Rojas, su amiga mu-sulmana, fue una de las pocas enSuecia que mantuvo comunica-ción con Amanda. A espaldas deSkråmo, que la consideraba unamala influencia para Amanda, leenviaba fotos de su vida en Siria,donde tuvo tres hijos más.

—En la pared tenía escrito elalfabeto árabe y el sueco paraenseñarles a los niños —diceAmina Rojas desde Estocol-mo—. Ella me contaba que enel día salían al parque. Pero lasfotos del parque siempre fue-ron beige. No había pasto, flo-res, árboles. Un día me mandóuna foto de una palta grande,bien grande, y ella me pone ahí

que está muy feliz porque elmarido le trajo una palta. Yome sentía mal, porque pensa-ba: “Amanda es una gran mu-jer que se satisface con poco.En cambio yo, si mi marido lle-ga con una palta, le digo, ¿dón-de está la otra?”.

Magnus Ranstrop, directordel Colegio de la Defensa Na-cional Sueca y experto en te-rrorismo, explica que el pa-

familia. Después me di cuentaque querían otro soldado. Sime hubiera ido mi destino ha-bría sido el mismo que el deAmanda —dice, convencido.

Los familiares paternos enVarberg solo se percataron dela verdad cuando Skråmo apa-reció en noticieros y redes so-ciales, ya no como predicadordel Corán, sino como recluta-dor del EI, posando con fusilesAK-47 o llegando incluso aamenazar a Suecia con atenta-dos y llamados terroristas: ensu Facebook compartió indica-ciones para construir bombascon ingredientes compradosen el supermercado.

De Amanda, solo sabían quesu papel en el EI dependía dela voluntad de Skråmo. Porejemplo, en las pocas conver-saciones de WhatsApp que tu-

vo con su padre, relata Patricio,Amanda le explicaba con nor-malidad y aprobación que nopodía salir sola a la calle, salvoque contara con la autorizaciónde su marido. Sus conversacio-nes, cree Patricio, también es-taban visadas por Michael: enuna oportunidad, cuenta, fue elmismo Skråmo quien inte-rrumpió una conversación en-tre ambos cuando Patricio le

Vivíamos en ungueto, rodeadosde musulmanes.

No son malaspersonas, son

buenas personas.Pero mi madre y

mi hermanatenían un vacío.

Y ellos lesllenaron ese

vacío

El rescate de los hijosCuando Amanda González y Michael Skråmo fallecieron, lossiete hijos de ambos fueron rescatados por la facción kurdade las Fuerzas Democráticas Sirias, y trasladados al refugiode Al Hol, en Irak. Patricio González, el padre de Amanda,viajó a Irak para rescatar a los niños, cuatro de ellos nacidosen Siria. Recién hace dos semanas, las gestiones del gobiernosueco permitieron que los niños regresaran a Suecia, dondehoy permanecen en una casa de acogida al cuidado delservicio social de Gotemburgo. El caso no está claro:mientras parte de la opinión pública ha llegado al extremo decreer que los niños son un peligro para la seguridad futura deGotemburgo, el gobierno trabaja en determinar la tuición delos menores. “Nuestro deseo es que los niños se queden consu familia paterna”, dice Patricio, mientras Ulrika, por sulado, aspira a lo mismo. “Yo tengo que estar con mis nietos”,reclama Ulrika. “Ellos quieren quitarles su religión y eso nopuede ser”. Hasta el cierre de esta edición Ulrika teníaprohibición del gobierno para visitar a los niños y Patricio esel único familiar con permiso para acompañarlos. Sobre losdeseos de su exmujer, Patricio es tajante: “Eso no va a serposible”.

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del EI. Ella no está de acuerdocon esa calificación.

Bombas enel paraíso

El año 2016 Ulrika escapó delEstado Islámico. Según ella fuetrasladada por un contacto su-yo hasta las afueras de Al Raqqajunto a sus dos hijos pequeños,pudiendo acercarse luego hastaTurquía, donde finalmenteconsiguió embarcarse en avióncon su pasaporte sueco y retor-nar a Gotemburgo.

Recién este año, motivadospor la gran cantidad de suecosque han retornado luego de for-mar parte del EI, el gobierno deese país tomó medidas que cas-tigan con cárcel a los que parti-cipan en organizaciones terro-ristas. Hace tres años Ulrika notuvo problemas para ingresar.Apenas lo hizo, cambió su nom-bre original, Ulrika, por otroque prefiere no compartir.

Su escape, explica ella, fue porel miedo a la guerra. Al sonido delas bombas que ya se oían cercade Al Raqqa, en el avance de lasFuerzas Democráticas Sirias.

—Fue el miedo. La guerra. Loshijos. Los hijos siempre son losprimeros.

Amanda recién supo de la de-serción de su madre cuando re-cibió un mensaje de texto, en-viado por Ulrika apenas logrósalir de Al Raqqa.

—¿Sintió que había traiciona-do su religión?

—No. A Amanda sí. Eso memata. Al comienzo ella estabamuy triste, pero después lo en-tendió.

Ulrika dice que después de unaño en el EI se sintió defrauda-da. No era lo que les habían di-cho. El dinero y la comida queles prometieron se hicieron es-casos al poco tiempo, y las con-diciones de vida empeorabancon el pasar de los días. SegúnUlrika, Amanda, al igual queella, estaba preocupada por elavance de las tropas. Pero parasu hija, dice, no era una opciónsalir. No sin el consentimiento

de Michael.—¿Nunca le dijo a Michael que

al menos salieran de Al Raqqa?—Era mi conversación con él.

Siempre. Pero es mejor no ha-blar sobre él. Su mamá tambiénsabe que yo peleaba con él poreso, siempre. La guerra es paralos hombres, pero a las mujeresy a los niños hay que proteger-los, ponerlos en lugar seguro.Eso dice el islam.

El año 2017, las Fuerzas De-mocráticas Sirias iniciaron elataque definitivo para derribar al

Estado Islámico de su capital, AlRaqqa. Lo primero que hicieronlas FDS, dice Ulrika, fue destruirlos depósitos de agua e interve-nir cualquier ingreso de alimen-tos. En 2018, cuando la situaciónse hizo insostenible y los bom-bardeos eran constantes, Aman-da, Michael y sus siete hijos deci-dieron evacuar la ciudad junto alresto de los sobrevivientes.

Durante meses deambularonen camiones, buscando refugioen pueblos, alimentándose conlo que pillaban a mano. Cuandopudo comunicarse con su ma-dre, en noviembre del 2018,

Amanda le contó que había se-manas en las que solo teníanharina, y otras en las que inclu-so cocinó agua con pasto paraalimentar a sus hijos. La últimavez que tuvieron contacto fueen diciembre: una defectuosallamada de video por What-sApp, en la que Amanda le dijoque estaban en Baghouz, el últi-mo bastión dominado por el EI.Le contó que estaban mal. Quesus hijos estaban desnutridos.

Relata que, días más tarde,Skråmo la llamó para darle de-talles de lo que había pasado consu hija: le dijo que una granadaexplotó a pocos metros de sucuerpo y que las esquirlas queperforaron su espalda y su estó-mago fueron demasiadas, sufi-cientes para acabar con su vida.Semanas después fue el turnode Skråmo, según la prensa sue-ca asesinado por un francotira-dor de las FDS. La muerte deAmanda destruyó a Patricio, supadre, explica él mismo, que seencontraba en Chile visitando aunos familiares.

—Estuve cuatro días en ayu-nas —cuenta a “Sábado” Patri-cio, ya en Suecia junto a sus nie-tos—.Yo quería sentir el hambreque sentían ella y los niños. Pe-ro nunca sentí hambre. Podríahaber estado meses sin comer.El cuarto día de ayuno amanecícon mis sentidos muy agudos.Una lucidez plena y una sensa-ción de presencia muy aguda.Ahí sentí el llamado de ir enbúsqueda de mis nietos.

Antes de hacerlo, dice que lohabló con Ulrika.

—Le pedí que me dejara hacer-me cargo de los niños, porqueme sentía culpable por lo que ha-bía pasado —dice Patricio—. Mesentí culpable por no haber esta-do en momentos cruciales de lavida de Amanda. Puede ser quesi en ese tiempo hubiese estadomás presente, hubiera tratadode sacarla de ahí.

Esas reflexiones, dice Ulri-ka, le molestan.

—Nadie podría haber hechonada para que las cosas no ter-

minaran como terminaron.—Pero si no hubiera sido por

el EI, Amanda nunca habría es-tado allá.

—Pero el destino… El desti-no está escrito.

Mientras la familia paternade Amanda cree que ella siem-pre estuvo manipulada porSkråmo, Benjamín, su hermano,sostiene que su hermana sabíaperfectamente lo que hacía. Porlo mismo, explica, visitó variasveces el cementerio de Gotem-burgo para imaginar a su her-mana enterrada y disponerseasí para la noticia. Amina Rojas,la amiga musulmana de Aman-da, coincide con Ulrika: creeque no había forma de cambiarel rumbo de los hechos.

—Dios estuvo tan fuerte enel corazón de Amanda que ellasabía que todo lo que vivimosestá escrito por Dios —diceAmina—. Si ella algún día sin-tió que no debía haber ido has-ta allá, rápidamente borró elsentimiento. Yo no creo queAmanda se arrepintiera.

Luego de eso, Amina describelo que debió haber ocurrido conel cuerpo de Amanda. Los már-tires, explica, muertos en com-bate o atacados por fuerzas ene-migas, se entierran con las mis-mas prendas que vestían al mo-r i r. Q u e , s i s e r e s p e t ó l aceremonia, sus cercanos reza-ron a Alá para que perdonarasus pecados y la recompensarapor lo bueno. Que después de suentierro, dos ángeles negros deojos azules se le hicieron pre-sentes para preguntarle quiénera su Dios, su religión y su pro-feta. Que al responder, su ataúdtomó un olor agradable y su ro-pa se volvió limpia, mientras losángeles le mostraron el paraísoque esperaba por ella.

En ese paraíso, agrega Ulri-ka, secándose las lágrimas, suhija será la mejor versión deella misma. Tendrá los máslindos vestidos, belleza, joyas,oro y diamantes. No habráodio ni sufrimiento.

No será como en la tierra.

Según Ulrika,Amanda, al igualque ella, estabapreocupada porel avance de las

tropas. Peropara su hija,

dice, no era unaopción salir. No

sin elconsentimiento

de Michael

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