El valor del esfuerzo

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Taller Estem a temps de educación a padres y madres EL VALOR DEL ESFUERZO: SER FELIZ ES CUESTIÓN DE VOLUNTAD unitat de prevenció comunitària · regidoria de serveis socials · ajuntament de vila-real c/ jose r. batalla 38 · 964 547134–626 610193 · [email protected] · Facebook Upc Vila-real Hoy en día oímos hablar mucho del esfuerzo, de la necesidad de esforzarse para conseguir algo en la vida. Sin embargo, la sociedad del bienestar y el consumo nos está vendiendo la idea contraria a la necesidad de esfuerzo (“adelgace en pocas semanas sin dejar de comer y sin pasar horas en el gimnasio”; “aprenda inglés sin esfuerzo en tan sólo tres meses”, “credifácil: ¿necesita dinero? Llámenos ya y deje de preocuparse”). Parece que la comodidad y el confort se pueden alcanzar sin trabajo e incluso que estén reñidos con él. Nuestra sociedad se rige por el “tener” antes que el “ser” (“tanto tienes, tanto vales”). Esta idea supone un coste que afecta de forma especial a los niños y jóvenes. Observamos a nuestro juicio, que los niños presentan una incapacidad alarmante para soportar esfuerzos. Incapacidad que supone consecuencias muy negativas para la persona como sentimiento de impotencia y conformismo, la no valoración de las cosas y, consecuentemente, la incapacidad de disfrutar de ellas y falta de entusiasmo. Estos factores pueden desembocar en conductas de riesgo como el consumo de sustancias asociadas a la obtención de placer fácil o bien para poder soportar el esfuerzo que supone la realización de determinadas actividades: ir de marcha sin cansarse, comer sin engordar, etc. ¿QUÉ SE ENTIENDE POR ESFUERZO? Esfuerzo es el empleo energético de la voluntad, fuerza física, actividad o ánimo contra algún impulso o resistencia, teniendo que vencer dificultades para conseguir el fin. Es la antítesis de la resignación y el principal camino para salir de las diferentes crisis. Es el comportamiento del ser humano que lleva a superar la tendencia a lo fácil y lo cómodo. Convencimiento traducido en obras de que todo lo que vale la pena sólo se consigue esforzándose.

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EL VALOR DEL ESFUERZO: SER FELIZ ES CUESTIÓN DE VOLUNTAD

unitat de prevenció comunitària · regidoria de serveis socials · ajuntament de vila-real c/ jose r. batalla 38 · 964 547134–626 610193 · [email protected] · Facebook Upc Vila-real

Hoy en día oímos hablar mucho del esfuerzo, de la necesidad de esforzarse para conseguir algo en la vida. Sin embargo, la sociedad del bienestar y el consumo nos está vendiendo la idea contraria a la necesidad de esfuerzo (“adelgace en pocas semanas sin dejar de comer y sin pasar horas en el gimnasio”; “aprenda inglés sin esfuerzo en tan sólo tres meses”, “credifácil: ¿necesita dinero? Llámenos ya y deje de preocuparse”). Parece que la comodidad y el confort se pueden alcanzar sin trabajo e incluso que estén reñidos con él. Nuestra sociedad se rige por el “tener” antes que el “ser” (“tanto tienes, tanto vales”).

Esta idea supone un coste que afecta de forma especial a los niños y jóvenes. Observamos a nuestro juicio, que los niños presentan una incapacidad alarmante para soportar esfuerzos. Incapacidad que supone consecuencias muy negativas para la persona como sentimiento de impotencia y conformismo, la no valoración de las cosas y, consecuentemente, la incapacidad de disfrutar de ellas y falta de entusiasmo.

Estos factores pueden desembocar en conductas de riesgo como el consumo de sustancias asociadas a la obtención de placer fácil o bien para poder soportar el esfuerzo que supone la realización de determinadas actividades: ir de marcha sin cansarse, comer sin engordar, etc.

¿QUÉ SE ENTIENDE POR ESFUERZO? Esfuerzo es el empleo energético de la voluntad, fuerza física, actividad o ánimo contra algún impulso o resistencia, teniendo que vencer dificultades para conseguir el fin. Es la antítesis de la resignación y el principal camino para salir de las diferentes crisis.

Es el comportamiento del ser humano que lleva a superar la tendencia a lo fácil y lo cómodo. Convencimiento traducido en obras de que todo lo que vale la pena sólo se consigue esforzándose.

EL ESFUERZO, PLATAFORMA DE VIRTUDES Y VALORES Una tarea urgente para hacer de los niños personas que sepan afrontar las dificultades, consiste en enseñarles el VALOR DEL ESFUERZO, la necesidad de una fuerza de voluntad fuerte. Entre los 7 y los 12 años (periodo conocido como preadolescencia) los individuos se encuentran en un momento decisivo de su vida. Es la etapa en la que hay que comenzar a desarrollar las principales virtudes. Es cuando se da el pistoletazo de salida para crear en ellos la capacidad del esfuerzo.

Al enseñar en los hijos el esfuerzo, se están transmitiendo intrínsecamente otros valores primordiales en la formación humana. Los más relacionados son generosidad, altruismo, disciplina, fortaleza, lucha, obediencia, paciencia, perseverancia, sacrificio, sufrimiento, templanza, tolerancia, autocontrol.

El esfuerzo trae consigo muchas ventajas para la formación del carácter y desenvolvimiento en la edad adulta. Por ejemplo, el esfuerzo prepara a la persona para valerse por sí misma en las situaciones adversas, otorgándole así una mayor tolerancia al fracaso y una mejor aptitud ante los entornos que requieren retos y dificultades. Además, el esfuerzo brinda seguridad en la persona, autoestima y autoaceptación. Esta última, debido a que la comparación con los demás es inútil, ya que el esfuerzo produce la satisfacción de que lo que se ha logrado es fruto de la propia valentía personal. Además se es conciente que el camino fácil siempre deja un sinsabor.

Hay que evitar que en el niño se forme una personalidad débil, caprichosa e inconstante, propia de personas incapaces de ponerse metas concretas y cumplirlas. Al no haber luchado ni haberse esforzado a menudo en cosas pequeñas, los hijos tienen el peligro de convertirse en no aptos para cualquier tarea seria y ardua en el futuro. Y la vida está llena de este tipo de tareas.

La respuesta está en ofrecer siempre ayuda al hijo, cada día más, para adquirir unas capacidades muy importantes para poder enfrentarse a la vida: la voluntad para la lucha, la capacidad de sacrificio y el afán de superación. Si no se consiguen, se cae en la mediocridad, el desorden, la dejadez… Por eso, no es de extrañar que hayan llamado a la fuerza de voluntad la facultad de la victoria.

CRITERIOS PARA FOMENTAR EN LOS HIJOS EL VALOR DEL ESFUERZO Para poder inculcar en los niños el valor del esfuerzo y una educación basada en el mismo, es necesario tener en cuenta unos criterios generales. Veámoslos:

- El EJEMPLO por parte de los adultos tiene una gran importancia, especialmente el de los padres. Éstos tienen que dar ejemplo, predicando y practicando continuamente la virtud del esfuerzo, incluso navegando contracorriente en las actividades normales de la vida, para poder dejar cara al futuro, una marca indeleble en los hijos.

- Los chicos necesitan MOTIVOS VALIOSOS por los que valga la pena esforzarse y contrariar los gustos y apetencias cuando sea necesario. Hay que presentar el esfuerzo como algo positivo y necesario para conseguir la meta propuesta: “lo natural es esforzarse, la vida es lucha”.

- Es necesaria cierta EXIGENCIA por parte de los adultos. Exigir a los hijos supone un esfuerzo por parte de los padres, pero es una responsabilidad de la que no pueden librarse. Con los años -es lo deseable-, se transformará en autoexigencia.

- Hay que plantear METAS A CORTO PLAZO, concretas, diarias, que los padres puedan controlar fácilmente: ponerse a estudiar a hora fija, dejar la ropa doblada por la noche, acabar lo que se comienza, etc.

- Las TAREAS que se propongan a los niños han de suponer cierto esfuerzo, adaptado a las posibilidades de cada uno. “Que los hijos se ganen lo que quieren conseguir”.

- Las tareas tendrán una DIFICULTAD GRADUADA Y PROGRESIVA, según vaya madurando el hijo. Conseguir metas difíciles por sí mismo, gracias al propio esfuerzo, le hace sentirse útil, contento y seguro.

- Muchas veces el FRACASO será más eficaz que el éxito, en la búsqueda de una voluntad fuerte.

VOLUNTAD Y MOTIVACIÓN Son dos los conceptos clave para la promoción del esfuerzo: voluntad y motivación.

La VOLUNTAD se puede trabajar y entrenar día a día con el fin de automatizar los comportamientos y así disminuir la sensación de esfuerzo. La paciencia es el soporte esencial de la voluntad y si el adulto no es capaz de tenerla, mal va a poder enseñarla al niño.

No hay esfuerzo si no hay motivo. Sin MOTIVACIÓN es imposible que alguien luche por una meta. Sin una meta, sin un objetivo, no existe el movimiento. Será de l motivación de donde surja la disposición para el esfuerzo. Detrás de cada actividad que realizamos siempre hay una motivación que actúa como el motor que nos va a permitir realizar el esfuerzo necesario para alcanzar las metas.

Por lo tanto, es básico conocer, aplicar y generar las motivaciones que impulsan al niño, para lo que se deberá conocer y escuchar a los hijos, entrenándoles en la capacidad de motivarse a sí mismos. Esperar la suerte, la lotería, ser “elegido”… son respuestas pasivas que no implican apenas esfuerzo. No hay esfuerzo cuando se tiene todo lo que se desea, no hay esfuerzo cuando antes de abrir la boca se tiene una necesidad cubierta.

La capacidad para esforzarse está en cada uno de nosotros, pero es fácilmente desviable hacia derroteros distintos de la correcta conducta, cuando nos vemos bombardeados por otras expectativas de vida: el éxito fácil de algunos cantantes, actores o ídolos de la cultura infantil o juvenil; la precariedad del empleo y la oportunidad de “dar el pelotazo” implicándose en negocios fáciles de dudosa legalidad; el nulo esfuerzo para alcanzar otras metas más elementales; etc.

Cuando los niños son pequeños, las motivaciones vendrán dadas por las recompensas o premios externos: la valoración social, la atracción de la actividad asociada al juego y otros incentivos materiales como son las chuches, regalitos o un buen postre, por ejemplo (motivación extrínseca). Poco a poco se les irá enseñando a desarrollar motivaciones relacionadas con la experiencia del orgullo que sigue al éxito conseguido y al placer que conlleva realizar la tarea por sí misma (motivación intrínseca). La motivación intrínseca (“la satisfacción por el deber cumplido”) es aquella que permite hacer algo porque se está interesado directamente en hacerlo y no por otra razón. Contamos con algunos recursos para desarrollar la motivación intrínseca: desde el campo intelectual (curiosidad, desafío…), y desde el emocional (el placer y autoconocimiento).

La combinación de voluntad y motivación necesita ser “regalada” por una abundante dosis de alegría, ilusión, cariño y ejemplo.

DISCIPLINA, OBEDIENCIA Y CAPACIDAD DE AUTOEXIGENCIA Un buen medio de fortalecer la voluntad consiste en seguir una DISCIPLINA y una exigencia. Por ejemplo, ateniéndose a unas normas de convivencia en casa, en el colegio… Por eso son convenientes los juegos y deportes: en ellos los niños deberán observar unas reglas elementales que les creen hábitos de disciplina: horarios de entrenamiento, obedecer al entrenador, cuidar de su material, etc.

Al hacer vivir esa disciplina hay que tener en cuenta el modo de ser, la edad y las posibilidades de cada uno de los hijos, respetando su

personalidad y sabiendo conjugar la exigencia y la firmeza, con el cariño y la comprensión.

En un mundo desordenado, la disciplina externa es necesaria e incluso esencial. Debemos recordar que los niños no tienen la capacidad suficiente para conducirse por sí mismos.

En determinados momentos de la vida, los padres y profesores se ven obligados a poner límites a la conducta, a establecer algunas reglas externas y con el tiempo, entregar a los niños y jóvenes la responsabilidad de conducirse por sí mismos de manera adecuada.

R, Feuerstein tiene como lema de su filosofía de enseñanza la frase “no me aceptes como soy”. Supone que la educación debe ayudar a superar nuestras limitaciones que puede mejorar nuestra capacidad intelectual y de aprendizaje, y que eso sólo se consigue a través de la motivación, el esfuerzo y la autodisciplina.

Es importantísimo que los hijos lleguen a comprender el valor de la OBEDIENCIA. Haciendo caso a los adultos, los chicos actúan con un objetivo concreto y preciso en vez de seguir los impulsos de las propias ganas o apetencias. Obedeciendo encauzan sus energías y capacidades, lo que les ayudará a construir una personalidad fuerte y definida. Pero para que haya obediencia ha de existir autoridad efectiva de los padres: no hay que tener miedo a exigir.

Contar con un horario ayuda a los hijos a desarrollar la CAPACIDAD DE AUTOEXIGENCIA. Es bueno que los chicos cumplan un plan.

Si desde pequeños se acostumbran a hacer en cada momento lo que deben y no lo que les apetece, habremos avanzado decididamente hacia una voluntad fuerte. Dentro del horario tiene una particular importancia la puntualidad en el comienzo de las tareas.

La exigencia genera una mayor motivación, y ésta, a su vez, conduce a los hijos a implicarse y a esforzarse con mayor intensidad en sus tareas cuando estas tienen sentido. Imponer sin más una exigencia y el miedo a las posibles consecuencias no conducen en la mayoría de los casos a que los niños se motiven más por realizar las tareas y obligaciones, ni tampoco hace que éstos se dispongan a esforzarse. Los hijos se esfuerzan en la realización de una tarea o actividad cuando entienden sus propósitos y finalidades (por qué y para qué), cuando les parece atractiva, cuando ven que responde a sus necesidades e intereses, cuando pueden participar activamente en su planificación y desarrollo, cuando se perciben como competentes para realizarlas, cuando se

sienten implicados y comprometidos en su desarrollo, cuando le dan sentido a lo que hacen.

EL AUTOCONTROL Y EL TRABAJO BIEN HECHO El dominio de sí mismo es otra buena escuela para fortalecer la voluntad. El AUTODOMINIO consiste en controlar los impulsos espontáneos que no vengan a cuento (levantarse mientras se estudia, gritar, lanzarse a por su comida preferida sin esperar a ser servido, etc.) Poco a poco, chicos y chicas deben controlarse y, en concreto:

- Vencer el mal humor. - Saber acabar las tareas que se hayan empezado. - Dominar la impaciencia

Vencer habitualmente estas cosas, aparentemente pequeñas, va creando en el hijo hábitos de autodominio, de renuncia. A veces convendrá renunciar a cosas buenas para robustecer esta fuerza de voluntad e ir alcanzando la madurez: no salir con los amigos hasta que se haga la tarea; estudiar para luego ver la tele; etc. Otras veces, interesará crear las ocasiones: preparar una excursión en la que se ande mucho, preparar una actividad no especialmente del agrado de los hijos…

Sin duda alguna, no hay medio más efectivo para desarrollar la fuerza de voluntad que el trabajo; pero el TRABAJO BIEN HECHO. Una persona que desde pequeña se acostumbra a trabajar esforzadamente no se dejará llevar por la ley del mínimo esfuerzo, del capricho y del antojo. Para ello, debemos exigir al hijo a realizar sus actividades con perfección. Que termine bien las cosas y no se acostumbre a hacerlas de cualquier manera, o a dejarlas a medio hacer. En conclusión: la obra bien hecha, el trabajo bien acabado, es un fundamento seguro para educar una voluntad fuerte. Para que el trabajo cumpla su función educativa ha de ser realizado con la mayor perfección de que es capaz la persona en cada momento.

Lo fundamental está en que los padres sepamos que la capacidad de esfuerzo no viene de nacimiento; que precisa de un entrenamiento basado en la creación de hábitos firmes, a través del orden y la constancia desde los primeros momentos de la vida del niño; que es necesario promover en nuestros hijos motivos suficientes que les hagan sentir que merece la pena el esfuerzo realizado.

ACCIONES CONCRETAS A DESARROLLAR EN LOS HIJOS Para que los hijos se eduquen en el valor del esfuerzo y lleguen a valorarlo, los padres deben evitar la sobreprotección, y reforzar la autoridad y la disciplina. Algunas ideas para poner en práctica son:

• Evitar adjudicarse el papel de “esclavos” de los hijos. Muchos padres hacen por sus hijos tareas y obligaciones que, por edad y madurez, les corresponde hacer a los niños; bien para evitar enfrentarse con el malhumor, las rabietas o discusiones, bien para no sentirse culpables ante los chantajes de los hijos. Desde pequeños, los hijos han de ir asumiendo sus responsabilidades, por básicas que sean. Los padres deben ir poniéndoles responsabilidades además de los deberes escolares. Puede ser algún encargo de la casa, como el arreglo de su habitación, poner y quitar la mesa, la limpieza de los asientos traseros del coche, la colaboración en la preparación de las comidas, etc.

• Promover en los hijos su generosidad, procurando que compartan, regalen y participen en actos solidarios. El buen uso del dinero es una excelente herramienta para enseñar este valor, en especial en los adolescentes y niños que ya tienen la capacidad de entender el concepto. Por ejemplo, enseñarles a los hijos a dar parte de su “paga” semanal a una persona necesitada o acogerse a alguna causa social que se lidere en el colegio.

• Para fomentar la paciencia, la constancia y fuerza de voluntad, es una buena idea invitar a los hijos a realizar actividades lúdicas que requieran concentración y perseverancia, como por ejemplo los puzzles, rompecabezas o juegos de lógica y de estrategia (ajedrez, stratego, Natur memory, damas, sopas de letras, etc.)

• Del mismo modo, para ayudarles a controlar sus impulsos y que sean capaces de atrasar las recompensas y tolerar la frustración, es importante que los padres no cedan enseguida a sus caprichos; anticiparles los momentos gratificantes; hablar con ellos sobre el futuro y favorecer que se tracen algún pequeño proyecto a medio-largo plazo: favorecer la realización de colecciones o cualquier afición que suponga esfuerzo y perseverancia, como implicarse en un deporte. En este sentido, la práctica de un deporte debería ser obligada entre las actividades extraescolares que elija nuestro hijo cada año. Asimismo, los padres deben dosificar los regalos cuando llegan las fechas de cumpleaños o de Navidad; asociar estos a algún éxito propio; no

permitir que dejen las cosas sin acabar; y mostrarse pacientes y constantes con ellos.

• La observación de otros estilos de vida también son muy provechosos para enseñar el valor del esfuerzo. Como por ejemplo, mostrarles a nuestros hijos la vida que llevan los niños de países menos desarrollados y que deben esforzarse día a día para lograr subsistir.

• En el ámbito escolar se presentan continuamente oportunidades que pueden ser bien aprovechadas para reiterar la necesidad de esforzarse por un buen objetivo.

• Entrenar a los hijos para poder tomar sus propias decisiones, desde ir al cine o al parque hasta decidir sus estudios. Enseñarles a asumir las consecuencias de estas decisiones.

• Enseñarles con nuestros propio comportamiento a superar con humor las situaciones frustrantes, aquellas en que no salen las cosas como habíamos pensado.

• Acostumbrarles a que adquieran compromisos y exigirles su cumplimiento, enseñándoles previamente a establecerse metas realistas.

• Inculcarles que no todo es de usar y tirar.

• Aprovechar cualquier ocasión y momento para destacar explícitamente el esfuerzo que hay detrás de los logros (tras un rico plato de comida casera hay un esfuerzo invertido; llegar a ser un buen médico requiere mucho años de estudio, renuncia y esfuerzo; la victoria de una atleta en una competición olímpica supone muchísimas horas de duro entrenamiento y vivir muchas frustraciones al no ganar en anteriores ocasiones; el valor de una consola de videojuegos equivale a muchos días de trabajo por parte de los padres que se la compran; etc.)

• Ayudarles a ser autosuficientes.

• Enseñarles a calibrar adecuadamente el coste de las demandas que conlleva la sociedad de consumo y a ser críticos con las necesidades que genera (la sociedad de consumo crea falsas necesidades, como el uso del móvil antes de hora, el salir de marcha todos los fines de semana, vestir con las marcas de moda, etc,

Por último, y como conclusión, decir que para educar a los hijos en el esfuerzo, podemos proponer una serie de objetivos concretos, a corto plazo, que podamos controlar diariamente. La fuerza de voluntad se forja en cumplir habitualmente todo lo que hay que hacer, aunque no apetezca. Así, una semana podemos decirle a nuestro hijo que se esfuerce por acabar siempre su tarea; otra, que asista puntualmente a clase; otra, que tenga ordenada su habitación antes de sentarse a la mesa a cenar; etc.

PREGUNTAS PARA PRACTICAR EL VALOR DEL ESFUERZO

• ¿Qué tengo que hacer?

• ¿Cómo lo voy a hacer?

• ¿Dónde lo voy a hacer?

• ¿Cuándo empezaré y terminaré?

• ¿Para qué lo voy a hacer?

• ¿Cómo mido lo que hago?

• ¿Soy el ejemplo para alguien?

• ¿Los resultados de mi esfuerzo beneficiarán o perjudicarán a alguien?

LA IMPORTANCIA DE RECOMPENSAR EL ESFUERZO

Los niños pequeños no distinguen bien entre el esfuerzo y la capacidad. Es a partir de aproximadamente los 8 años cuando se dan cuenta que hay niños más capaces, y que si quieren conseguir los mismos resultados que ellos deben esforzarse más.

Por eso, si desde que entran en la escuela, los padres premian el esfuerzo, no sólo los resultados, los niños se acostumbrarán a esforzarse para conseguir sus objetivos y adquirirán las bases de unos buenos hábitos de estudio y trabajo.

Los padres deben preocuparse de reforzar (elogiar, reconocer, prestar atención, etc.) el esfuerzo que les cuesta conseguir las cosas a sus hijos. Hay niños a los que les cuestan mucho los aprendizajes y, sin embargo, los padres pueden cometer el error de considerar sus resultados como mediocres.

Actividades que nos pueden parecer fáciles, como reconocer las letras, unirlas en sílabas y leerlas, suponen un gran esfuerzo. Si a eso unimos la impaciencia o malas caras de los adultos cuando no se aprende rápido, etc.,

la tarea se vuelve más difícil, por lo que el niño puede desanimarse y evitar la lectura.

Por ello, la mejor manera de ayudar al niño es no comparándolo con otros, sino con él mismo. En cuanto notamos un pequeño avance, aunque sea pequeño en relación al de otros niños (hermanos, primos, compañeros de clase) debemos hacerle ver que está consiguiendo sus objetivos. De esa manera, aunque le cueste, no tirará la toalla, y se animará por lo conseguido.

No hay que perder de vista que el niño ve su progreso a través de lo que los padres y profesores le trasmiten, cuando valoran o desvalorizan su esfuerzo.

ELOGIAR A LOS NIÑOS POR SU ESFUERZO, MEJOR QUE POR SU INTELIGENCIA

Este es un tema que en las aulas se intenta poner en práctica de manera habitual, es muy positivo que a los niños de les reconozca sus intentos más que sus logros. Esto es igual en familia. ¿“Qué listo que eres” o “Qué bien te has esforzado”? Parece claro que los elogios refuerzan la personalidad del niño pero, ¿qué tipo de elogio es mejor para los niños?

Carol Dweck, psicóloga de Stanford, ha dedicado años a demostrar que uno de los elementos fundamentales de la educación satisfactoria es la capacidad de aprender de los errores. Sin embargo, acostumbramos a transmitir justo lo contrario, porque si un niño comete errores, se supone que no es muy listo.

El inteligente no comete errores, y además le elogiamos precisamente por ello. El mensaje que se transmite implícitamente es que hay que ser listo, sin cometer errores: fallar es fracasar, no merece la pena intentarlo.

Dweck realizó un experimento con más de 400 niños de doce escuelas de Nueva York: les sometía a una prueba muy fácil consistente en un puzzle. Una vez terminado, se le decía la nota a cada niño, seguida de una frase de elogio. La mitad de los niños eran elogiados por su inteligencia; la otra mitad, por su esfuerzo.

A continuación, se les permitía escoger entre dos pruebas diferentes. La primera opción se describía como una serie de puzzles más difíciles, pero se decía a los niños que si lo intentaban, aprenderían mucho. La otra opción era un test fácil, parecido al que ya habían hecho.

Una simple frase de elogio pareció tener mucha influencia en los resultados: del grupo de niños felicitados por su esfuerzo, el 99% escogió el conjunto de puzzles difíciles: un reto más, intentarlo es lo bueno. Por su parte, la mayoría de los chicos elogiados por su inteligencia se decidieron por el test más fácil.

Los siguientes experimentos de Dweck sugieren que el miedo al fracaso también inhibe el aprendizaje. Con el mismo grupo de grupo de niños se les sometió a otra prueba, en esta ocasión muy difícil, para comprobar cómo respondían al desafío.

La implicación de los niños elogiados por su esfuerzo fue patente y entusiasta. En realidad, se trata de una manera de fomentar su autonomía. En cambio, los niños alabados por su inteligencia se desanimaron enseguida, porque consideraban sus inevitables errores como señales de fracaso.

Como los niños “del esfuerzo” estaban dispuestos a aceptar retos (aunque eso al principio supusiera fallar), acabaron rindiendo en la escuela a un nivel muy superior. Los alumnos que habían sido asignados al azar al grupo de los “listos” tuvieron unos resultados peores.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

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