El vacio de un mito

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Sayacas... que cosa tan más insignificante y graciosa. Los típicos personajes sin un sentido real de saber que la vergüenza existe. Eso era lo que pensaba hasta aquella noche de mayo, cuando mi forma de ver a esas criaturas insignificantes cambio por completo. Y conocí aquella chica, de la que nunca más he oído hablar.

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Zedfhel du Himr(Harold Isaac Martinez Rangel)

EL VACÍO DE UN MITO

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NOTA DEL AUTOR Y GLOSARIO DE PALABRAS

De nueva cuenta agrego un glosario de palabras, las cuales tal vez tengan un significado diferente para ustedes, a diferencia del que yo quiero plasmar. Como regionalismos y palabras que ni al caso, son pocas y creo que no hay problema alguna con ellas, pero por si las dudas ;)

Harold Isaac Martinez Rangel(Mayo, 2013)

Emoticones

;) // Significa una cara sonriendo y guiñando un ojo, así bien pinche coqueto xP

xP // Significa una cara sacando lo lengua.

Sustantivos, verbos y demás…

Chicharras // Cigarras.

Sayaca(s) // Personaje cómico, chocarrero y parte de una tradición del pueblo de Ajijic, Jalisco. Parte del carnaval de ese pueblo.

Perturbante // Algo muy perturbador.

Reculpas // Volver a culpar a algo/alguien.

Autosentía // Que me sentía a mí mismo.

Autollamaba // Que me llamaba a mí mismo.

Pendejez // Un nivel de estupidez muy elevado

Ambos de yo // Varios(uno del otro) de mí mismo.

Voltió // Del verbo “voltear”, modo pretérito: “volteó a decirlo”. Con la pronunciación que usamos algunos en el área donde yo abito.

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Un somnoliento atardecer en ocre, era todo lo que aquella tarde mágica me podía ofrecer; como un preludio lento en armonías raras y esquizofrénicas a la locura épica que estaba a punto de acontecer. Más que una tarde, y más que una noche de leyendas; se convirtió en un momento de mí propio tiempo, en el cual la cordura dejó a este plano existencial para ser solo un mito de alguna vieja historia que se cuenta en algún lejano lugar.

El viento cálido y viciado por el sonar de las sedientas chicharras, serpenteaba sobre mí y mi patineta, susurrando algún legendario llamar de las venditas lluvias que eran el néctar de todas las sedientas almas. Suspiré… y sin nada más que hacer, me retiré pensando en lo patético y tedioso que era el día a día de un chico sin fe. Caminé sordo y apático entre calles, personas y un sinfín de historias sin gloria; preparado solo para escuchar la cantaleta nocturnal de mis padres hacia mí, hacia mi podrida generación y hacia la basura de nuestro sistema de educación. Culpas y reculpas sobre oficios y cargos; nadie aceptando lo insignificante de nuestros propios e inhumanos pasos. Algo que día tras día debía escuchar. Simplemente… ya no aguantaba tanta pendejez. Entonces me detuve con franqueza ante la entrada de aquella rutinaria puerta, y conduje mi mirada hacia el azulado manto de lejanas estrellas; no sé el porqué, ni cual era mi plan de aquella precipitaba lucidez, pero decidí el caminar sin rumbo hasta la nada. Hasta donde este puto mundo pendejo terminara. Y fue entonces que lo vi, lo vi inmóvil y anonadado por la delicadez de una pequeña e insignificante flor. Parado ahí, en medio de la calle, como un demonio encadenado al llamado de su cruel amo. Era extraño, era enigmático, era como algo de lo que nunca se había hablado, pero sin embargo… yo conocía muy bien a lo que estaba ahí parado. Era una Sayaca, pero… esta Sayaca era una que distaba mucho de las que siempre me había mofado. Parecía un ser que provenía de algún bizarro lado. Su colorido vestuario, resaltaba sobre la tenue oscuridad prematura que se erguía a lo alto. Un sombrero mal trecho, ocultaba en oscuridad la atemorizante mascara hecha de algún viejo árbol. Desperté de aquel hipnotizante sueño embrujado e intenté acercarme con aquel ser congelado. Me detuve cuando él lentamente alzó su diestro brazo, y con su escuálida mano, parecía acariciar con extrema delicadeza aquella pequeña flor; manteniéndolo quieto por mucho rato. Me conmoví de una forma enfermiza y estúpida al observar tal acto y, a la vez me asusté fríamente al ver como aquel colorido y manso ser, arrancaba y destrozaba con furia aquella pequeña flor que lo extasiara momentos atrás con su sutil belleza amarillenta. El ser mugió con rudeza y voltió su cabeza con tétrica crudeza, hacia donde mi tembloroso y patético cuerpo yacía en espera de la malicia de aquel bizarro sujeto. Una máscara vieja de madera, era lo que fijamente me observaba en un sentir de ausencia de alguna alma que la aconsejara. Entonces se llevó la flaca mano sobre la corroída plasta de madera, y con una gran falta de gracia, dejó al descubierto la soledad de la nada; el vacío triste de no haber un rostro que le dotara de una personalidad al cuerpo falto de carnosidad. Un escalofrió siniestro me envolvió y del vacío negro que adornaba el rostro de aquel monstruoso ser, resonaron gritos, quejidos y un sinfín de sonidos muy híbridos. Hasta el llegar de un perturbante y nada placentero rugido cacofónico de euforia y pesadez en mi ser. Y cuando menos me percaté, me vi a mi mismo siendo arrastrado por unas horribles y pequeñas manos

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que sobresalían de largos y rasposos brazos, provenientes de la oscura mirada de aquel ser. Me desplomé en rodillas viéndome luchar en contra de aquellas perversas manos. Y ambos de yo, nos vimos con sorpresa y desesperación, en busca de algo que nos volviera a reunir y nos alejara de “eso” que nos devoraba. Me despedazó, y me engulló con mucha fuerza. Me levanté con dificultad y observé como se volvía acomodar aquella mascara que hacía volver todo a la tranquilidad. Me sentí vacío y sin motivo alguno para vivir, me sentía como un pedazo de carne que solo existía por existir. Volteé y aquella cosa se acercó a mí danzando, danzando de una forma burlesca y humilladora. Traté de llorar y de sentir aquella ira irracional para atacar aquel ser irreal, pero… no pude. Simplemente no pude sentir nada, nada más que la nada. Intenté agarrar aquel ser, pero este era rápido y ágil, lucia como si flotara y desafiara a cualquier ley de gravedad. Aquel demonio se empezó a reír de mí, y entonces me atacó con una lluvia de harina; la cual no parecía nunca terminar. Terminé de nueva cuenta arrodillado, derrotado y humillado, por algo que me había arrebatado los deseos y sentimientos del alma. Aquella cosa trepo con sutileza en lo alto de un poste de luz, y con un saludo cordial de gratitud mímica, se alejó con rumbo a la laguna: danzando en brincos suaves que lo hacían parecer volar sobre las calles. Solo podía sentir nada, pero quería imaginar que así se sentía el ya no vivir, el solo ser un títere sin sentido alguno de lo que hace a uno ser feliz cada vez que siente la añoranza de existir. Creo haber sentido en ese instante el deseo de recuperar todo lo que me hacía sentir, reír, y vivir; aunque no puedo asegurarlo. Solo recuerdo estar caminando con apatía y sin razón alguna en busca de todo aquello que me hacía ser un ser, y el cual, me autosentía y me autollamaba con una desesperación de un sueño espectral. Todo mi recorrido fue peor que mil noches eufóricas y artificiales, creadas por las más costosas drogas irreales. Un sueño amargo creo yo, convertido en una vivida falsa sensación, donde solo yo y el diablo jugábamos un juego infantil. Donde solo se disfrutaba de la desesperación.

Entonces… escuché el resonar de un eco marino, cual campanada de la más pura y santa iglesia romana, sonaba como un llamado a alguna misa fantasma; resonando de lo más profundo del agua. Comprendí que estaba a las orillas del lago, solo, y con la noche como un espejo de lo que se suponía no debería estar pasando. El agua sucia y lodosa envolvía solo un poco mis piernas. Y a lo lejos, ya hacia flotando sobre las negras aguas; aquel demonio colorido que observaba a una luna sin alma. Traté de gritar, pero ningún sonido se conjugó en mis labios. Entonces me vi a mi mismo sobre la playa gritando, mientras flotaba en lo alto sobre aquel lago malvado. Aquel demonio volteó hacia mí, y de nueva cuenta las campanas resonaron con mayor fuerza. Y una enorme puerta de piedra se alzó detrás de aquella bestia con disfraz icónico de una fiesta. No sentí asombro ante tal espectáculo, pero imagino que aquello hubiera deleitado hasta el más seco corazón humano. Las puertas se abrieron y una luz rojiza emanó como una turbia briza sin vida. Tristeza, desesperanza y mucha angustia parecía salir de aquel extraño lugar. Aquel ser que llevaba mi alma, se volvió en camino a la puerta, y lentamente se precipitó al vacío de las almas. Agarré una piedra y se la arrojé, y logré golpearlo en la espalda; aquel ser se detuvo por un instante, y cuando menos me di cuenta, ya estaba siendo estrangulado por sus frías y esqueléticas garras. Me vi a mi mismo morir, me vi

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desistir y caer en la orilla donde la tierra y el agua se besan como amantes del alba. Y cuando estaba a punto de caer en la oscuridad, escuché un sonido eléctrico, un sonido usado por dioses humanos. Maestros en el arte de destrozar con rapidez y crudeza cualquier acorde o arpegio. Oí a la Sayaca chillar de dolor, y luchar contra alguien que parecía entonar con rabia una música que solo se escucha en las habitaciones de hombres amantes del metal y rock alterno. Todo fue tan rápido, tan extraño y tan sin sentido alguno, que solo me dejé llevar, sin tratar de buscar una explicación o razón. Sé que me vi a mi mismo parado, tirado, sin saber qué hacer ni pensar, solo contemplar como la criatura era desintegrada por la música que aquella chica producía con su extraña guitarra que rugía como una bestia maligna.

Una joven muchacha recoge lo único que quedó de aquel demonio enmascarado; la máscara vieja y quemada de la siniestra creatura. Recita unas extrañas palabras y la máscara empieza arder en llamas. Ella se acerca a mí y me dice unas cuantas palabras, pero aún hoy día no logro recordar ni una palabra de lo que ella habló. La chica se aleja y entra por aquella grande y misteriosa puerta, después de eso, me desvanezco y pierdo la conciencia.

Desperté en mi cuarto, vendado del cuello y sin saber que pensar, pero ya podía sentir. Ya no sentía ninguna clase de vacío, solo mucho dolor en el cuerpo. Y a pesar de mi extraña historia, solo fue interpretada como una excusa muy mala para haberme metido la peor droga existente en el mundo. Pero de algo estoy muy seguro, y es que todo lo que viví aquel día fue muy real. Más real de lo que me hubiera gustado experimentar; y con respecto aquella muchacha, nunca más volví a ver o saber de alguien como ella. Ni de la puerta, ni de las campanas, ni mucho menos de Sayacas que roban almas. Solo sé que en este pueblo pasan cosas raras, muy raras que merecen ser contadas a las generaciones que se pierden en el vacío de esta sociedad humana.

Fin.

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