"El único e incomparable Iván" de Katherine Applegate - Primeras páginas

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Iván es un poderoso pero tranquilo gorila que vive en el centro comercial Gran Circo. Allí se ha acostumbrado a los humanos que lo observan a través de las paredes de cristal de su jaula, y rara vez echa de menos su vida en la selva. De hecho, casi nunca piensa en ello, Iván prefiere ver la televisión y charlar con sus amigos Stella, una anciana elefante, y Bob, un perro callejero. Lo que más le gusta a Iván es pintar, captar en sus cuadros el sabor de un mango o el sonido de las hojas de los árboles. Pero el día que llega Ruby, una elefantita bebé que fue separada de su familia, todo cambia, e Iván comienza a ver su hogar y sus cuadros de una forma distinta. Katherine Applegate combina humor, ternura e ingenio para crear la inolvidable voz de Iván en esta historia de amistad, arte y esperanza. *Ganador del Newbery Medal de 2013 —el premio de literatura juvenil más importante de Estados Unidos— y del School Library Journal Best of Children's Books de 2012, del Kirkus Reviews...

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Katherine Applegate

Ilustraciones de Patricia Castelao

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Katherine Applegate

Traducción de Mercedes Guhl

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El único e incomparable IvánTítulo original: The One and Only Ivan

© 2012 Katherine Applegate, por el texto © 2012 Patricia Castelao, por las ilustraciones de interiores y portada

Traducción: Mercedes Guhl

Esta edición se ha publicado según acuerdo con HarperCollins Children’s Books, un sello de HarperCollins Publishers

D.R. © Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano

08017 Barcelona, España www.oceano.com

D.R. © Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Blvd. Manuel Ávila Camacho 76, piso 10

11000 México, D.F., México www.oceano.mx

www.oceanotravesia.mx

Primera edición: 2013

ISBN: Depósito legal:

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impreso en españa / printed in spain

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Para Julia

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Nunca es demasiado tarde para convertirnos en lo que hubiéramos podido ser.

George Eliot

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Glosario

bola de mí: excremento seco que se les lanza a los espectadores.

mono sudado (término despectivo de uso coloquial): ser humano (alude a la piel sin pelo de los humanos, que se cubre de transpiración).

columpilianarse: juego (se refiere a columpiarse en las lianas de la selva).

dominios: territorio.

espalda plateada (se conoce también como jefe gris): macho adulto de más de doce años de edad que tiene un área de pelo plateado en el lomo. El espalda platea-da es una figura de autoridad, responsable de proteger a su familia.

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golpearse el pecho: golpes repetidos en el pecho con una o ambas manos para producir un sonido fuerte (algo que a los gorilas a veces les sirve como una de-mostración amenazante para intimidar a un oponente).

el Gruñido: resoplido semejante al ruido que hace un cerdo, que los padres gorilas emiten para expresar fastidio.

Noesquetepilla: gorila de peluche.

9855 días (ejemplo): mientras que los gorilas que viven en libertad usualmente miden el paso del tiempo a partir de las estaciones o la disponibilidad de ali-mento, Iván ha adoptado un conteo día a día (9 855 días son equivalentes a veintisiete años).

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Hola

Me llamo Iván. Soy un gorila.

No es tan sencillo como parece.

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Nombres

La gente me dice “el gorila de la autopista”, “el simio de la salida 8”, “Iván, el único e incomparable, el úni-co y sin par, el poderoso gorila espalda plateada”.

Esos nombres se refieren a mí, pero no son lo que yo soy. Yo soy Iván, tan sólo Iván, Iván sin par.

Los humanos derrochan palabras. Las lanzan como cáscaras de plátano y las dejan ahí para que se pudran.

Cualquiera sabe que la mejor parte de un plátano es la piel.

Supongo que ustedes creen que los gorilas no pueden entenderlos. Claro, probablemente también piensan que no podemos caminar erguidos.

Intenten caminar apoyándose también en los nudillos durante un rato, y luego díganme: ¿cuál manera de caminar es más divertida?

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Paciencia

Con los años aprendí a entender las palabras de los humanos, pero comprender su habla no es lo mismo que entenderlos a ellos.

Los humanos hablan demasiado. Parlotean como chimpancés, y congestionan el mundo con su ruido, aunque no tengan nada qué decir.

Me llevó cierto tiempo reconocer todos esos soni-dos humanos, hilar con palabras las cosas. Pero fui paciente.

Es útil ser paciente si uno es un simio.

Los gorilas tienen la paciencia de las piedras. Los humanos no llegan a tanto.

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Cuál es mi aspecto

Yo era un gorila salvaje que vivía en la selva, y aún conservo ese aspecto.

Tengo la mirada tímida de un gorila, y la sonrisa pícara. Tengo una zona de pelaje que parece cubierta de copos de nieve, el uniforme de un espalda platea-da. Cuando el sol me calienta la espalda, proyecta mi sombra, la de un gorila majestuoso.

Los humanos ven en mi tamaño una prueba para sí mismos. Oyen rumores de pelea en el viento, cuando yo tan sólo pienso en cómo el sol del final del día se parece a una nectarina madura.

Soy más poderoso que cualquier humano, más de doscientos kilos de fuerza pura. Mi cuerpo parece estar hecho para pelear. Con los brazos levantados, soy más alto que el más alto de los humanos.

Mi árbol genealógico también se extiende. Soy un gran simio, y ustedes los humanos son grandes si-mios, al igual que los chimpancés y los orangutanes

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y los bonobos… somos todos primos lejanos, que desconfían unos de otros.

Ya sé que eso produce desazón.

Me cuesta creer que haya una conexión en el espacio y el tiempo que me emparenta con toda una raza de payasos sin modales.

Chimpancés. Esos no tienen perdón.

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El centro comercial Gran Circo en la salida 8, con galería de videojuegos

Vivo en un hábitat humano conocido como centro comercial Gran Circo, en la salida 8, con galería de videojuegos, situado muy convenientemente a un lado de la autopista I-95. Ahí damos funciones a las 2, a las 4 y a las 7 todos los días del año.

Eso es lo que dice Mack cuando contesta el teléfono.

Mack trabaja aquí, en el centro comercial. Es el jefe.

Yo también trabajo aquí. Soy el gorila.

En el centro comercial Gran Circo, un carrusel gira el día entero al son de una música chirriante, y entre los locales comerciales viven monos y loros. En medio del lugar hay una pista rodeada de graderías donde los humanos pueden asentar su trasero mientras comen palomitas de maiz. El suelo está cubierto de serrín hecho con árboles muertos.

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Mis dominios están a un lado de la pista. Vivo aquí porque soy demasiado gorila y no lo suficientemente humano.

Los dominios de Stella están junto a los míos. Stella es una elefanta. Ella y Bob, que es un perro, son mis mejores amigos.

Y hasta el momento no he tenido amigos gorilas.

Mis dominios están hechos de vidrio grueso, metal oxidado y cemento. Los de Stella son de barrotes metálicos. Los de los osos son de madera, y los loros viven entre alambradas.

Tres de mis paredes son de vidrio. Uno de ellos está quebrado, y en la esquina inferior le falta un trocito del tamaño de mi mano. Hice el agujero con un bate de béisbol que Mack me regaló cuando cumplí seis años. Tras eso, se llevó el bate, pero me permitió con-servar la pelota que venía con él.

En una de las paredes hay pintada una escena de la selva. Es una catarata sin agua y flores sin aroma y

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árboles sin raíces. Yo no la pinté pero me gusta la manera en que las formas fluyen a través de la pared, aunque no sea una selva de verdad.

Soy afortunado porque mis dominios tienen tres paredes de vidrio. Puedo ver todo el centro comercial y algo del mundo: las frenéticas maquinitas de pinball, las nubes rosas de algodón de azúcar, el vasto aparca-miento sin un solo árbol.

Más allá del aparcamiento está la autopista, por la que pasan sin cesar los coches desbocados. Un anun-cio gigantesco en el arcén los invita a detenerse y descansar, cual gacelas en un pozo de agua.

El anuncio está desteñido, los colores se han desvaído, pero sé lo que dice. Mack leyó las palabras en voz alta un día: “Visiten el centro comercial Gran Circo, en la salida 8, con galería de videojuegos, hogar de Iván, el único e incomparable, el único y sin par, el poderoso gorila espalda plateada”.

Desafortunadamente, no sé leer, aunque me gustaría. Leer cuentos sería una agradable manera de llenar tantas horas sin nada qué hacer.

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Pero una vez pude disfrutar de un libro que uno de mis cuidadores olvidó en mis dominios.

Sabía un poco a termita.

En el anuncio de la autopista se ve dibujado a Mack con su traje de payaso, y a Stella erguida en sus patas traseras, y a un animal enfadado con ojos feroces y pelaje descuidado.

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Se supone que ese animal soy yo, pero el pintor come-tió un error. Yo no me enfado jamás.

El enfado es algo muy valioso. Un espalda plateada lo utiliza para mantener el orden en su clan y para alertarlos de algún peligro. Cuando mi padre se gol-peaba el pecho era para decir: “Alerta, atentos. Yo estoy al mando y os protegeré furiosamente, porque he nacido para eso”.

Aquí, en mis dominios, no tengo a nadie a quién proteger.

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El gran circo más pequeño del mundo

Mis vecinos aquí en el centro comercial Gran Circo saben hacer muchos trucos. Son una pandilla bastante educada, mejor formados y más talentosos que yo.

Uno de mis vecinos juega al béisbol, aun cuando es un pollo. Otro sabe conducir un camión de bombe-ros, aunque es un conejo.

Tuve una vecina, una foca grácil y considerada, que sabía sostener una pelota en equilibrio sobre su ho-cico desde que el sol salía hasta que se ponía. Su voz era como el ladrido gutural de un perro al cual tienen encadenado afuera en una noche fría.

Los niños pedían deseos y tiraban monedas en la piscina de plástico de la foca. Allí brillaban como guijarros de cobre.

Un día la foca tenía hambre, o quizás estaba aburri-da, y se comió cien monedas.

Mack dijo que se pondría bien.

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Estaba equivocado.

Mack llama a nuestra función “El gran circo más pequeño del mundo”. Todos los días a las 2, a las 4 y a las 7 se reúnen humanos que se abanican, toman refrescos y aplauden. Los bebés lloriquean. Mack se viste de payaso y pedalea en una bicicleta diminuta. Un perro de nombre Snickers monta sobre el lomo de Stella, y ella se sienta en un taburete.

Es un taburete muy sólido.

Yo no hago ningún truco. Mack dice que basta con que sea yo mismo.

Stella me ha contado que hay circos que viajan de ciudad en ciudad. Tienen humanos que se cuelgan de cuerdas que penden de la parte superior de una carpa. Tienen leones que rugen mostrando sus deslumbran-tes colmillos y una fila serpenteante de elefantes, que avanzan cada uno agarrado a la cola del que va de-lante. Los elefantes miran a lo lejos, para no ver a los humanos que quieren contemplarlos.

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Nuestro circo no migra de un lugar a otro. Nos que-damos donde estamos, como un animal viejo dema-siado cansado para seguir andando.

Después de nuestra función, los humanos rebus-can en las tiendas. Una tienda es un lugar donde los humanos compran lo que necesitan para sobre-vivir. En el centro comercial Gran Circo, algunas tiendas venden cosas nuevas, como globos y cami-setas y gorras para cubrir las relucientes cabezas de los humanos. Otras tiendas venden cosas viejas, cosas que huelen a polvo y humedad y olvido de tiempo atrás.

Todo el día observo a los humanos que se apresuran de una tienda a otra. Intercambian entre sí sus pape-litos verdes, resecos como hojas viejas y con el olor de las miles de manos que los han tocado una y otra vez.

Van en una búsqueda frenética, cual cacería, asedian, empujan, refunfuñan. Después se marchan, con sus bolsas llenas de cosas, cosas brillantes, suaves, gran-des. Pero no importa cuán llenas estén las bolsas, siempre vuelven por más.

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Los humanos son inteligentes, sin duda. Hacen nubes rosas que se pueden comer. Construyen dominios con cataratas planas.

Pero son pésimos cazadores.

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Desaparecer

Hay animales que llevan una vida en privado, protegi-dos de las miradas de otros, pero ese no es mi caso.

Mi vida está hecha de luces que destellan, dedos que señalan y visitantes que nadie ha invitado. A escasos centímetros, los humanos apoyan sus manos contra la pared de vidrio que nos separa.

El vidrio dice que ellos son una cosa y nosotros so-mos otra, y así es como todo será siempre.

Los humanos dejan las huellas de sus dedos, pega-josas de golosinas y húmedas de sudor. Todas las noches viene un hombre cansado a limpiarlas.

A veces, presiono mi nariz contra el vidrio. La huella de mi nariz, al igual que la de los dedos humanos, es única y no tiene par.

El hombre limpia el vidrio y desaparezco.

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Artistas

Aquí, en mis dominios, no tengo mucho qué hacer. Después de tirarles unas cuantas bolas de mí a los humanos, termino por aburrirme.

Una bola de mí se hace amasando estiércol hasta llegar a formar una pelota del tamaño de una manza-na, que luego se deja secar. Suelo tener unas cuantas a mano.

Por alguna razón, mis visitantes jamás traen una consigo.

En mis dominios tengo un columpio hecho con un neumático, una pelota de béisbol, una diminuta piscina de plástico llena de agua sucia y un viejo televisor.

También tengo un gorila de peluche. Julia, la hija del hombre que limpia el centro comercial todas las noches, y que siempre parece cansado, me lo dio.

El gorila tiene la mirada vacía y las extremidades colgantes, pero duermo con él todas las noches. Le puse Noesquetepilla.

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Quetepilla era el nombre de mi hermana gemela.

Julia tiene diez años. Su pelo es como un cristal de color negro y tiene una gran sonrisa en forma de me-dialuna. Ambos tenemos mucho en común. Los dos somos grandes simios, y los dos somos artistas.

Fue ella quien me regaló mi primer crayón, uno muy gastado, azul, que hizo pasar por el agujero del vidrio, junto con una hoja de papel doblada.

Ya sabía qué hacer con el crayón. Había visto pintar a Julia. Cuando arrastré el crayón sobre el papel, dejó una estela como una serpiente azul.

Los dibujos de Julia están llenos de color y movi-miento. Dibuja cosas que no existen de verdad: nubes sonrientes y coches que nadan entre las aguas. Pinta hasta que se le rompen los crayones y se le rasgan las hojas de papel. Sus dibujos son como fragmentos de un sueño.

Yo no puedo pintar ensoñaciones. Nunca recuerdo mis sueños, aunque a veces me despierto con los pu-ños apretados y el corazón martilleando.

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Comparados a los de Julia, mis dibujos se ven tímidos y descoloridos. Ella pinta lo que ve en su imaginación. Yo pinto lo que veo en mi jaula, cosas comunes y corrientes que llenan mis días: un corazón de manzana, una cáscara de plátano, una envoltura de caramelo (a menudo me como las cosas antes de pintarlas).

Pero a pesar de que dibujo las mismas cosas una y otra vez, jamás me aburro. Cuando pinto, sólo pienso en eso. Se me olvida dónde estoy, y el ayer y el mañana. Simplemente deslizo los crayones sobre el papel.

Los humanos no siempre reconocen lo que dibujo. Entrecierran los ojos, ladean la cabeza, murmuran. Si dibujo un plátano, un plátano perfecto y apetitoso, dicen: “Es un avión amarillo” o “Un pato sin las alas”.

Eso no importa, pues no pinto para ellos. Pinto para mí.

Mack pronto se dio cuenta de que la gente pagaría por un cuadro pintado por un gorila, incluso aunque no sepan lo que es. Ahora pinto todos los días. Mis obras se venden a veinte dólares cada una (veinticinco

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si ya están enmarcadas) en la tienda de regalos que hay cerca de mis dominios.

Si me canso y me dan ganas de hacer un receso, me como los crayones.

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Las formas de las nubes

Creo que siempre he tenido aptitudes de artista.

Incluso cuando era un bebé, aferrado al pelaje de mi madre, tenía ojo artístico. Veía formas en las nubes y esculturas en las piedras del fondo de un riachue-lo. Me atraían los colores… la flor rojo carmesí que estaba fuera de mi alcance, el pájaro color ébano que pasaba volando como una flecha.

No recuerdo mucho de mis primeros meses de vida, pero sí me acuerdo de una cosa: siempre que podía, hundía mis dedos en barro fresco y usaba el lomo de mi madre como lienzo.

Mi madre tenía mucha paciencia.

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Imaginación

Algún día espero llegar a pintar como lo hace Julia, imaginando mundos que aún no existen.

Sé lo que piensan la mayoría de los humanos. Que los gorilas no tienen imaginación. Que no recordamos el pasado ni sopesamos lo que nos aguarda en el futuro.

Cuando reflexiono sobre eso, supongo que tienen algo de razón. La mayor parte del tiempo pienso en lo que es, y no en lo que podría ser.

He aprendido a no abrigar muchas esperanzas.

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El gorila más solitario del mundo

Cuando el centro comercial Gran Circo estaba recién in-augurado, olía a pintura fresca y a heno, y los humanos lo visitaban desde la mañana hasta la noche. Pasaban frente a mis dominios como troncos flotando en un río tranquilo.

Pero en los últimos tiempos, puede pasar un día en-tero sin que entre un solo visitante. Mack dice que le preocupa. Dice que ya no soy tierno.

—Has perdido tu magia. Antes eras la gran atracción.

Es verdad que algunos de mis visitantes ya no perma-necen frente a mí como solían hacerlo en otros tiem-pos. Miran a través del vidrio, sueltan unos cuantos chasquidos con la lengua y fruncen el entrecejo mien-tras veo el televisor.

—Parece muy solo —dicen.

No hace mucho, un niño se quedó frente a mí, mirán-dome a través del vidrio, y las lágrimas le chorreaban por sus mejillas coloradas.

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—Debe ser el gorila más solitario de todo el mundo —dijo, aferrándose a la mano de su madre.

En momentos como ese, quisiera que los humanos pudieran entenderme como yo los entiendo a ellos.

No es tan terrible, quise decirle al niño. Con tiempo suficiente, uno se acostumbra prácticamente a todo.

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El televisor

Mis visitantes suelen sorprenderse al ver el televi-sor que Mack puso en mis dominios. Parece que les llama la atención ver un gorila observando humanos diminutos en una caja.

Y a veces me pregunto: ¿no es igual de extraño cómo ellos me miran, sentado en mi diminuta caja?

Mi televisor es viejo. No siempre funciona y a veces pa-san días antes de que alguien se acuerde de encenderlo.

Soy capaz de ver cualquier cosa, pero sobre todo me gustan los dibujos animados, con sus colores de selva tropical. Me encanta cuando alguien se resbala con una cáscara de plátano.

A Bob, el perro que es mi amigo, le gusta la televisión tanto como a mí. Pero él prefiere ver torneos de bolos y anuncios de comida para gatos.

También hemos visto muchas películas románticas. En ellas hay muchos abrazos y a veces se lamen la cara.

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Todavía me falta ver una película romántica protago-nizada por un gorila.

También nos gustan las viejas películas de vaqueros. En ellas siempre hay alguien que dice: “Este pueblo no es lo suficientemente grande para los dos, sheriff”. Se sabe quiénes son los buenos y los malos, y los bue-nos siempre ganan.

Bob dice que las películas de vaqueros no se parecen en nada a la vida real.

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El espectáculo de la naturaleza

He permanecido en mis dominios nueve mil ocho-cientos cincuenta y cinco días.

Solo.

Durante algún tiempo, cuando era joven e ingenuo, pensé que era el último gorila de la Tierra.

Traté de no darle demasiadas vueltas al asunto. Sin embargo, es difícil ser optimista cuando uno cree que es el único de su especie.

Pero una noche, después de ver una película en la que salían hombres con sombreros negros y pistolas y caballos tontos, empezó un programa diferente.

No eran dibujos animados ni una película romántica ni una de vaqueros.

Contemplé una selva exuberante. Oí pájaros que can-taban. La hierba se movía. Los árboles susurraban.

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Y entonces lo vi. Estaba un poco desgreñado y flaco, y, a decir verdad, no tenía tan buen aspecto como yo. Pero sin duda alguna, era un gorila.

Así como apareció, de repente se desvaneció, y en su lugar apareció un animal blanco y desaliñado que, se-gún aprendí, era un oso polar, y luego una rechoncha criatura acuática, un manatí, y después otro animal, y otro.

Toda la noche estuve pensando en el gorila que había vislumbrado. ¿Dónde viviría? ¿Vendría alguna vez a visitarme? Si en algún lugar había un macho, ¿habría también una hembra?

¿O éramos solamente nosotros dos en el mundo, atra-pados en nuestras propias cajas separadas?

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Stella

Stella dice que está segura de que algún día veré otro gorila de verdad, y le creo porque ella tiene muchos más años que yo y sus ojos son como es-trellas negras y sabe más de lo que yo jamás llegaré a saber.

Stella es una montaña. A su lado, yo soy una piedra, y Bob es un grano de arena.

Cada noche, cuando cierran las tiendas y la luna lo baña todo con su luz blanquecina, Stella y yo hablamos.

No tenemos mucho en común, pero sí lo suficiente. Somos enormes, estamos solos y a ambos nos encan-tan las uvas pasas recubiertas de yogur.

A veces Stella cuenta historias de su niñez, de bóve-das selváticas donde las altas ramas se pierden entre la niebla y del fluir cantarín del agua en los riachuelos. A diferencia de mí, ella recuerda todos y cada uno de los detalles de su pasado.

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A Stella le encanta la luna, con su sonrisa despreo-cupada. Yo adoro la sensación del sol que calienta mi panza.

—¡Y qué panza la tuya, amigo mío! —me dice.

—Gracias, igual que la tuya —le respondo.

Hablamos, pero no demasiado. Los elefantes, como los gorilas, no desperdician las palabras.

Stella solía formar parte de un gran circo muy famoso, donde actuaba, y todavía hace algunos de esos trucos para nuestra función. En uno de ellos, se yergue sobre sus patas traseras y Snickers salta hasta posarse en su cabeza.

Es difícil sostenerse en las patas traseras cuando uno pesa más que cuarenta hombres juntos.

Si uno es un elefante de circo y se pone de pie en las patas traseras mientras un perrito se le posa en la ca-beza, recibe una galleta de premio. Si uno no obedece, el garfio hace su aparición.

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La piel de elefante es gruesa como la corteza de un árbol antiguo. Pero el garfio es capaz de desgarrarla como si fuera una hoja.

Una vez Stella vio que un domador le pegaba a un elefante macho con el garfio. Un elefante macho es como un espalda plateada, un ser noble, nada impul-sivo, calmado al igual que una cobra puede ser calma-da. Cuando el garfio perforó la carne del macho, con uno de sus colmillos lanzó al domador por los aires.

—El hombre salió disparado —dijo Stella—, volan-do como un pajarraco.

Nunca más volvió a ver al elefante macho.