El último cumpleaños de Luis Cané

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El último cumpleaños de Luis Cané Por Miguel D. Aragón (*) El 1 de marzo de 1897, cuando nació Luis Cané, fue lunes de carnaval. Los vecinos de Mercedes jugaban con agua durante el día, con cohetes y serpentinas por la noche. Iban al corso con pitos, pomos y caretas. El recién nacido era de apellido Malmierca. El Cané fue una máscara que usó toda la vida. El carnaval lo marcó con un signo indeleble. Debió llevar la alegría como una cruz. Pronto se halló con habilidad para hacer versos, cosa que le pareció incompatible con sus estudios, por lo que habría sido, como dice el título de su primer libro, un “mal estudiante”. ¿Lo fue realmente? Por lo menos, se recibió de bachiller y quince años más tarde, a las cansadas, llegó a ser escribano, con lo que aventajaría largamente, en jerarquía académica, al colega que escribe estas líneas con pretensión de juzgarlo. ¿Es poesía? No como universitario, es verdad, sino como poeta. ¿Lo fue realmente? La respuesta depende del contexto, de los otros poetas entre los cuales se lo nombre. Si lo ponen junto a Girri, diré: ¡es un Dante! Si lo ponen junto a Dante diré: ¡es un Girri! Y quizá dependa también de un estado de ánimo. Hoy le diré que sí, mañana qué sé yo qué le diré. Parece que a veces fue un poeta y si no lo ha sido más —más veces, más poeta— es posible que deba achacarse a limitación, a un exceso: su arte versificatorio, digamos así, esa facilidad para el verso que no se reducía a encajarlo cómodamente entre las rimas sino que lo hacía deslizarse con esguinces de víbora por la estrofa, dándose el gusto de recargarlo todavía, como los “adornos” de la tauromaquia, con aliteraciones y retruécanos: 1

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El último cumpleaños de Luis Cané

Por Miguel D. Aragón (*)

El 1 de marzo de 1897, cuando nació Luis Cané, fue lunes de carnaval. Los vecinos de Mercedes jugaban con agua durante el día, con cohetes y serpentinas por la noche. Iban al corso con pitos, pomos y caretas. El recién nacido era de apellido Malmierca. El Cané fue una máscara que usó toda la vida. El carnaval lo marcó con un signo indeleble. Debió llevar la alegría como una cruz. Pronto se halló con habilidad para hacer versos, cosa que le pareció incompatible con sus estudios, por lo que habría sido, como dice el título de su primer libro, un “mal estudiante”. ¿Lo fue realmente? Por lo menos, se recibió de bachiller y quince años más tarde, a las cansadas, llegó a ser escribano, con lo que aventajaría largamente, en jerarquía académica, al colega que escribe estas líneas con pretensión de juzgarlo.

¿Es poesía?

No como universitario, es verdad, sino como poeta. ¿Lo fue realmente? La respuesta depende del contexto, de los otros poetas entre los cuales se lo nombre. Si lo ponen junto a Girri, diré: ¡es un Dante! Si lo ponen junto a Dante diré: ¡es un Girri! Y quizá dependa también de un estado de ánimo. Hoy le diré que sí, mañana qué sé yo qué le diré. Parece que a veces fue un poeta y si no lo ha sido más —más veces, más poeta— es posible que deba achacarse a limitación, a un exceso: su arte versificatorio, digamos así, esa facilidad para el verso que no se reducía a encajarlo cómodamente entre las rimas sino que lo hacía deslizarse con esguinces de víbora por la estrofa, dándose el gusto de recargarlo todavía, como los “adornos” de la tauromaquia, con al i teraciones y retruécanos:

Y como amo sin relevo, bebo más de lo debido, debo todo lo bebido y vivo tal como bebo.

Ahora pregunto yo: ¿es poesía? Claro que hace acordar a la pobre barquilla mía de Lope, pero basta el cotejo para que esto adquiera traza de juguete. Juguete poético, desde luego, pues en el mero paladeo de la palabra ya está la poesía latente. Él aparejaba cuidadosamente estos recursos verbales. Hay una página suya con estas anotaciones:

y cuando abrazas, abrasas pero si hablando, la ablando pero que a la seda, ceda y estaba tu amor atado,amoratado y dolidoy al bien que pretendo hacerosmis aceros están prontos,

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porque a seros franco voy:no tengo nada de tonto.Y a tus bajeles, bajélesy a tus claveles, clavélesy cuantas veces la besessi vienes te doy mis bienessi no maldigo tu sinovino a tomar de mi vinoy así el mal que hacéis a seisy a la desposada nunca le des posadasi cada vez que le vesy ensalza el pecado en salsa.

Había un juez en Córdoba, el doctor Juan Filloy, que se divertía en el juzgado construyendo acertijos de este jaez que además de ingeniosos eran muchísimos. Se me dirá, ya sé, no por lo juez sino por lo poeta, que Braulio Anzoátegui es un buen antecedente. Y sí, es cierto, pero Anzoátegui era católico, hispanista, mazorquero, reaccionario y todo eso le daba amplio espacio para desplegar su poesía. Luis Cané carecía de esas audacias. Nunca corrió riesgos mayores que celebrar desembozadamente sus amoríos. Con gracia, claro.

A los 17 años recibió un premio del diario “La Prensa” y resolvió irse de la casa. En esa época irse de la casa era para los varones una especie de rito que separaba la adolescencia de la juventud, como las fiestas de quince para las chicas de hoy. Se fue a Zárate. Los 790 pesos del premio no alcanzaban a un muchacho para vivir un año. Él trabajó en un frigorífico y después se largo de buhonero, lo que le parecería más acorde con su condición de poeta. Que ratificó en sucesivos libros, por los cuales recibió diversos premios. Si aquí hemos puesto en duda su condición de poeta bien podría ser por cierta oscura envidia de los amores a la gala cuya gala le hinchaba el ala.

Nunca pudo con su genio. Hasta cuando quiso hacer seriamente versos a su propia muerte lo traicionó su vis humorística. Pero para morir fue vivo. El 1 de marzo de 1957, dos días antes de un nuevo carnaval, se confesó y se trasladó al purgatorio a esperar tranquilamente que le arreglen las cuentas sin quitarle lo bailado.

(*) Pseudónimo de Roque Raúl Aragón.

(Publicado en La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, el 1 de marzo de 1981)

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