El Último Alcalde Del Pequeño Pueblo de Villa Aldea

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El último alcalde del pequeño pueblo de Villa Aldea. I Era un día lluvioso en el pequeño pueblo de Villa Aldea. El Sr. Gómez usaba gabardina y paraguas cuando llegaba no muy temprano la Alcaldía del pequeño pueblo de Villa Aldea, que era pues, su lugar de trabajo. Mercedes le dio al Sr. Gómez los mensajes y sus compromisos: manifestantes ecológicos, reuniones con el Jefe de la estación de Policía, llamada de la Intendencia sobre el presupuesto, un corte de pelo (que ya le estaba empezando a hacer falta) y, por supuesto algún reclamo de su desdeñada mujer en la que la secretaria no había centrado su atención, obedeciendo las instrucciones que le había dado el Alcalde del pequeño pueblo de Villa Aldea. La alcaldía del pequeño pueblo de Villa Aldea quedaba cercana a la plaza, junto al Banco Central de Villa Aldea, la Oficina de Correos, una ferretería que quedaba a su vez junto a una fuente de sodas que sostenía un segundo piso en el que se encontraba un prostíbulo, que el Sr. Gómez usaba frecuentar. En él, la Suculenta Rosanelda, esperaba cada día al alcalde. Se había ganado el apodo de “Suculenta” entre sus clientes del pequeño pueblo de Villa Aldea, tanto por las grandes carnes que exhibía, como por su habilidad en las artes amorosas, que se le hacían más

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Cuento, de la serie nunca terminada ni avanzada hasta la mitad " el Colapso".

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El último alcalde del pequeño pueblo de Villa Aldea.

I

Era un día lluvioso en el pequeño pueblo de Villa Aldea. El Sr. Gómez usaba gabardina

y paraguas cuando llegaba no muy temprano la Alcaldía del pequeño pueblo de Villa

Aldea, que era pues, su lugar de trabajo.

Mercedes le dio al Sr. Gómez los mensajes y sus compromisos: manifestantes

ecológicos, reuniones con el Jefe de la estación de Policía, llamada de la Intendencia

sobre el presupuesto, un corte de pelo (que ya le estaba empezando a hacer falta) y, por

supuesto algún reclamo de su desdeñada mujer en la que la secretaria no había centrado

su atención, obedeciendo las instrucciones que le había dado el Alcalde del pequeño

pueblo de Villa Aldea.

La alcaldía del pequeño pueblo de Villa Aldea quedaba cercana a la plaza, junto al

Banco Central de Villa Aldea, la Oficina de Correos, una ferretería que quedaba a su

vez junto a una fuente de sodas que sostenía un segundo piso en el que se encontraba

un prostíbulo, que el Sr. Gómez usaba frecuentar. En él, la Suculenta Rosanelda,

esperaba cada día al alcalde. Se había ganado el apodo de “Suculenta” entre sus clientes

del pequeño pueblo de Villa Aldea, tanto por las grandes carnes que exhibía, como por

su habilidad en las artes amorosas, que se le hacían más satisfactorias al Sr. Gómez que

las de la desdeñada mujer con la que se había casado.

Como el poco distinguido Alcalde del pequeño pueblo de Villa Aldea no tenía nada que

hacer además de visitar una escuela en la tarde (pues era un hombre que se tomaba su

trabajo de manera bien holgada) decidió emprender una de sus “pequeñas escapadas” al

prostíbulo que quedaba sobre la fuente de sodas. Ya saboreaba esos abscesos entre sus

dedos y el peso de la Suculenta Rosanelda sobre él. Su olor a puta le cautivaba, su olor a

perfume que oculta los olores de todos los demás, bien de los que se han subido sobre

ella o los que resistían que ella se montara sobre ellos (estos eran los reales valientes,

los héroes del pequeño pueblo de Villa Aldea). Por eso, el Alcalde pagaba por su

compañía casi religiosamente a alguna hora cada día. Luego, tomaría una ducha, se

vestiría con su traje elegante y sobre él deslizaría su gabardina. Y así, contento y

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saciado del sabor de la vida que otorga cualquier tipo de religión, volvería a su cómodo

puesto de trabajo en la Ilustre Alcaldía del pequeño pueblo de Villa Aldea.

Sin embargo, al llegar al prostíbulo que quedaba sobre una de las tantas fuentes de soda

del pequeño pueblo de Villa Aldea, luego de tocar la suite número 12, reservada para

clientes VIP, la Suculenta Rosanelda no lo recibía con esa provocativa mirada usual en

ella, sino con otra, más bien de preocupación. Como el negligente Alcalde del pequeño

pueblo de Villa Aldea no prestaba mucha atención a esa clase de cosas, procedió a

continuar con la rutina, como lo había hecho todos esos años y la Suculenta se dejó

llevar. Pero sin dejar que su cliente acabara sus asuntos con ella, rompió la sustitución

de palabras por gemidos teatralizados.

-Tengo que hablar con usted – dijo la puta, que lo trataba de Sr. Alcalde incluso en la

intimidad, por supuesto a pedido del cliente.

El Sr. Alcalde iba a instarla a continuar, cuando sonó su teléfono celular. Era su esposa

que se había cansado de intentar ubicarlo en la oficina, debía ser algo urgente. Él

contestó.

-¿Sí?... ¿Con quién voy a estar? Trabajando claramente... ¿Vas a qué?... – La

comunicación se interrumpió. -¡Puta batería!- dijo el Alcalde sin prestar atención a que

la presencia de su acompañante y podía sentirse aludida.

-Sr. Alcalde, tenía que decirle que…

-Más tarde preciosa, más tarde, tengo que ir a trabajar y no puedo hacerlo con este mono

que tengo encima. Si no estás de ánimo, mira para otro lado, pero muévete como te

mueves siempre. Tú sabes, sabes bien lo del código de ética del gremio y también sabes

muy bien lo que me gusta.- Dijo el Alcalde del pequeño pueblo de Villa Aldea.

-¡Ahora! – Inquirió la puta – es importante… –cuando un estruendo la interrumpió.

-¿Qué fue eso? – Preguntó el Sr. Gómez, sin esperar respuesta de su acompañante.

-Parece un accidente.- contestó la Suculenta Rosanelda.

Como luego de los ruidos hubo algo de silencio, decidió omitirlos y luego averiguar lo

que pasaba. Decidió continuar con lo que estaba haciendo, procurando darle a entender

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a la Suculenta, que su plática sería postergada. Un Alcalde debe saber como decir las

cosas.

El Señor Alcalde le pagó a la Suculenta y ella agradeció. Cuando pasó al baño, advirtió

que la llave del agua no le permitiría limpiarse como él quería, para llegar luego

presentable a la Alcaldía del pequeño pueblo de Villa Aldea. Tomó entonces una botella

de colonia que tenía para esas ocasiones (pues un alcalde debe ser precavido) y se la

aplicó en la mano. Le ardió, dio un grito y arrojó la botella.

Con el ardor de su mano igualmente se vistió con su ambo negro con corbata y salió con

su gabardina en su otra mano, pues había cesado la lluvia. Al salir de la habitación, se

dio cuenta que las luces del pasillo estaban inusualmente apagadas. Sintió un poco de

curiosidad cuando al llegar al primer nivel, pudo ver a la cajera de la fuente de soda

algo aproblemada. Apretaba los botones, miraba tras la caja registradora, intentaba abrir

la caja con la llave, pero todo eso no cambiaba en algo la escena.

En la calle se dio cuenta del origen del estruendoso ruido. Un accidente de tráfico, un

camión y otros tres autos. El Sr. Gómez recordó que estos accidentes múltiples eran

particularmente extraños en el limitado lote automotriz del pequeño pueblo de Villa

Aldea. Se lo explicó por la lluvia. Parecía no haber heridos graves, pero tampoco

ambulancias ni la policía, como debía ser en esos casos. El “Jefe” se llevaría un buen

reproche del Alcalde en cuanto llegara a la alcaldía del pequeño pueblo de Villa Aldea.

Como vio que les daban asistencia a los accidentados, decidió acudir inmediatamente a

su puesto de trabajo, al cual ahora sí iba a hacerle honor.

-¿Por qué no está cerrada la puerta de mi despacho? Mercedes, por favor redacte un

informe.

-No puedo señor Alcalde, mi computador se apagó, es un apagón.

-¿Y llamó a la compañía de luz?

-Señor Alcalde el teléfono tampoco…

-Y su celular me va a decir que…- no era la batería.

-Mande a alguien que le pida al jefe averiguar algo por la radio de la policía.

-Señor, el Jefe de Policía está acá.

-Muy bien, prosiga. ¿Por qué no acudió nadie al accidente?

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-Se averió la patrulla, señor. – dijo el jefe de la policía.

II

Al llegar, el jefe de policía del pequeño pueblo de Villa Aldea, le contó la clase de cosas

que había visto en su camino. También a él le había sido imposible comunicarse con las

homólogas estaciones de otros pueblos, o con alguna otra instancia.

-Decidí acudir en el momento – Dijo el jefe de policía.

Le pareció peculiar que la única celda ocupada hubiera dejado escapar al único preso de

todo el tranquilo y pequeño poblado. Pero ese era el menor de sus problemas, era solo el

borracho del pueblo que era alojado por la correctísima policía del pequeño pueblo de

Villa Aldea, para evitar que le diera alguna pulmonía al desgraciado. La situación

parecía ser algo más compleja que una serie de desafortunadas coincidencias. Y lo peor

era que cualquier medio de comunicación estaba totalmente inoperante.

-Habrá que esperar – dijo el Sr. Gómez.

Sin embargo, no pudo esperar mucho tiempo, pues los consternados habitantes del

pequeño pueblo de Villa Aldea acudieron a su máxima autoridad para que él les

otorgase información de lo que acontecía. Don Emiliano, el presidente del Banco de

Villa Aldea, le informó al ilustre alcalde que la bóveda del banco estaba abierta, así

como todas las puertas que impedían el paso a la gente no autorizada. Tuvieron que

cesar las actividades, pues todas las operaciones se realizaban electrónicamente. Habían

perdido la comunicación con otros bancos, sin embargo, no les fue posible cerrar, por lo

anteriormente explicado.

Del mismo modo fue apareciendo más y más gente con preocupaciones similares. Un

funcionario del consultorio dijo también que varios pacientes habían sufrido infecciones

con las agujas y que no parecían surgir efectos los antibióticos. La ambulancia estaba

parada y el mecánico no pudo hallar la avería, por lo que les era imposible trasladar a

los pacientes a otro establecimiento.

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La situación iba haciéndose más crítica al paso de las horas y el Alcalde recibía más y

más preguntas sobre qué hacer. Le ordenó al jefe de policía que detuviera el paso a su

oficina de toda persona no autorizada, que no fuese su secretaria.

-Mercedes, haga café.

-Señor Alcalde… la máquina.

-Bueno, pero caliente agua y disuelva el café en polvo.

III

Cuando el Señor Alcalde la dejó, Rosanelda contó el dinero que le había dejado.

Siempre le dejaba algo más que su tarifa habitual, ella lo tomaba como un premio a su

esfuerzo, pues el Alcalde del pequeño pueblo de Villa Aldea era un hombre difícil de

complacer.

Al parecer, aún no necesitaban la habitación, así que Rosanelda se quedó un momento

más con la intención de fumarse un cigarrillo antes de proseguir su afanosa labor. Abrió

las cortinas de la habitación que quedaba sobre la fuente de soda para ver si lo que veía

le podría responder la pregunta por el estruendo que había acontecido. Sin embargo no

había mucho que ver. El accidente automovilístico debió ser media cuadra más adelante

de lo que permitía ver la ventana de la habitación. Pero no había nada inusual.

Cuando hubo acabado ese cigarrillo, el placer de haber descansado un poco sin ser

molestada le causó cierta impresión. Alguien tocó la puerta, seguramente era Madame

Simonete, para cobrar su parte por la habitación y a sacarla de ahí para que fuese a

atender al siguiente cliente. Sin embargo, no se trataba de ella, sino más bien de una

señora entrada en años, vestida bastante elegante. Usaba un sombrero gris, con una flor

artificial, que parecía ser una orquídea, daba la apariencia de ser de esas mujeres ociosas

que participaban en los “comités”, que a fin de cuentas se trataba más de reuniones

periódicas para tomar el té y compartir impresiones bajo un criterio moralista sobre la

gente, el clásico cahuín, de las viejas cahuineras.

-Perdóneme señora. Me dijeron que usted era la famosa Rosanelda- dijo la mujer.

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-Soy ella misma, y sí, se puede decir que tengo algo de fama dentro de mi rubro. Pero

¿acaso no le dijeron que no hago esa clase de servicios? Solo atiendo a hombres. Si

quiere le puedo recomendar a Joseline, es una chica muy agradable, y sabe como tratar

bien esa clase de requerimientos, femeninos.

-No – replicó, algo escandalizada la señora- yo, no he venido para eso. Sino para… -

hizo una pausa.

-¿Entonces?- Preguntó, algo impaciente- Ah, no, no puede ser. Ahora estoy en mi

horario de trabajo, y no puedo atender a las mujeres de mis clientes. De hecho no sé

cómo Madame Simonete la ha dejado entrar, es muy cuidadosa con gente ajena al

negocio. Si tiene que hablar algo con alguien creo que tendrá que ser con su marido, sea

quien sea.

-Bueno, con algo de dinero todo es posible. Además, le dije que solo quería hablar con

usted.

- Entonces, adelante, creo que ya no me queda otra opción. Dígame qué se le ofrece.

-En algo usted tenía razón. Soy la mujer de uno de los hombres que frecuenta este lugar,

y en especial a usted. Pero no me traen aquí afanes de justicia o reproche. Es solo una

petición y en nada toca algo referente a alguno de sus clientes, incluyendo a mi marido.

La Suculenta, comenzó a reconocer las facciones de ese rostro que la hacían familiar.

Acostumbraba siempre echar un vistazo a las carteras de sus clientes, por lo que era

muy probable haberla visto ahí. Examinó sus facciones. Cerró los ojos y pensó, la había

visto, y cuando la vio le llamó la atención su belleza, que esta señora con bastantes años

más mantenía en su esencia.

-Lo que quiero es que me amadrine. Que me ayude y me aconseje y que me tome como

aprendiz.

La suculenta hizo un gesto de sorpresa. Inspiró algo de aire e intentó darle una respuesta

lo más cortés que fuese posible. No podía hablarle de otro modo a la eminente señora

del Alcalde del pequeño pueblo de villa Aldea.

-Sin ofender pero, ¿usted se da cuenta de la edad que tiene? En este oficio se comienza

de chiquilla. Además, ¿qué va a ser una mujer de su estrato en este mundo ingrato y

muchas veces peligroso? ¿qué pretende lograr con dedicarse a esto? ¿O acaso no es lo

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que quiere? ¿Acaso quiere que le de los “secretos profesionales” (que por cierto no son

tantos) para complacer a su hombre, o a su otro hombre de mejor manera? Esto es cosa

de práctica, le cuento que yo sin opción me inicié, ya mayor que muchas, a los dieciséis

años.

Rosanelda volvió a suspirar, buscó en uno de los cajones un cigarrillo y el encendedor.

Se lo puso en la boca y comenzó a darle vuelta a la rueda del chispero. Pero nada pasó,

ni una chispa. Como no quiso interrumpir a su interlocutora, que ya le había

aproximado otro encendedor que también falló, se quitó el cigarrillo de la boca, un poco

impaciente por despachar luego a su incómoda visita.

-Comprendo sus argumentos, y no crea que yo no le he dado más de una vuelta, digo en

cuanto a la edad. Pero yo quiero hacer esto por dinero, por dinero y también por

diversión. Le cuento, mi marido es un tipo bastante vicioso, pero es un buen hombre. Es

un gran proveedor, nunca nos ha faltado nada. Sin embargo le gusta el trago, el cigarro,

el juego, la comida muy condimentada, de vez en cuando un toque, y bueno, ustedes...-

hizo un pequeño gesto que intentaba trasmitirle que no quería mencionar la palabra.

Rosanelda hizo otro como diciendo “adelante”- las putas. Y le gustan mucho- agregó –

pero como le digo, jamás nos ha faltado nada. Nuestro hijo, mientras estuvo con

nosotros, fue al mejor colegio de Punta Costa. Y, por mi parte, nunca he tenido

necesidad alguna de trabajar. Por eso es que todos estos años lo he querido tal cual. Ni

siquiera se si me quiere o no. Me ha sido infiel tantas veces, pero yo en mi juventud

tampoco he sido una santa ¿sabe? Nos mantiene con dos empleadas (por lo menos

cuando Jorgito vivía), por lo que tampoco tengo labores de hogar qué hacer. Tengo un

auto del año pasado, pero para mi hijo había otro y con chofer…- se dio cuenta que este

camino no convenía, pues Rosanelda la miraba con algo de ira. No era bueno ostentar, y

menos delante de alguien que tiene que vender su cuerpo para conseguir mucho menos

de lo que ella tenía sin mover el culo, y sobre todo sin prestarlo.- Sin embargo, suele

llegar ebrio, aunque nunca es odioso. Ya está viejo, y su buena salud no le va a durar

mucho. Yo no quiero cuidar viejos enfermos. Además yo se que el no me quiere. Quiere

a nuestro hijo y yo le agradezco infinitamente que haya querido darle una familia con

padre y madre, además de todos los bienes materiales. Pero creo que ya es suficiente,

quiero dejarlo. Desde que nuestro hijo no está ya no queda nada entre nosotros.

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-Bueno, le entiendo todo eso, pero no se qué tiene que ver con que usted piense

dedicarse a este oficio, le repito, no es nada fácil.

-Pienso aprender. Yo sé que no tengo idea cómo tratar a un hombre en la cama, aunque

sé que no es por eso solamente por lo que él acude aquí. ¿Es posible que alguien como

yo… usted sabe, aprenda cómo…? Quiero dejar a mi marido, pero no quiero que él me

de nada, quiero que disfrute de su dinero y yo quiero tener el mío propio. No se engañe,

yo he hecho muchas cosas en estos años, para nada me he quedado en la casa gastando

el dinero de mi marido en los “llame ya”. Lo he gastado, pero principalmente en viajes,

donde solo para la opinión pública he sido una dama.

-Mire, todo es posible aprenderlo, pero no hay tantas mañas como las que se imagina la

gente. Hay cosas que se pueden hacer y otras que NUNCA se deben hacer. El resto es

pura práctica.

La mujer de recatados vestidos la miró con una sonrisa, parecía que se estaban

entendiendo y que la había podido convencer de esa petición que parecía tan extraña en

un comienzo.

-A ver, sácate la blusa y los sostenes.

La había tratado de tu, pero a la Señora no le importó mucho, pues comprendió que

ahora su relación había cambiado, la había aceptado como su aprendiz. Obedeció de

inmediato. La Suculenta examinó sus pechos con atención. Intentó prender la luz, pero

no encendió.

IV

-Señor Alcalde, no puedo cerrar la puerta.- dijo Mercedes.

Los habitantes, que intentaban obtener una respuesta y pronta solución a sus demandas,

intentaban introducirse en el despacho del alcalde del pequeño Pueblo de Villa Aldea.

Le ordenó al Jefe de la Policía que le encargara a un par de sus hombres que vigilaran la

puerta, necesitaba algo de tiempo, y ninguna interrupción, no sabía muy bien para qué,

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tal vez para pensar. Le dijo a Mercedes también que buscara la máquina de escribir. Si

no había electricidad, esa polvorienta no les fallaría.

El Jefe de policía intentaba detener a la turba que buscaba en su única autoridad alguna

explicación de lo que estaba ocurriendo. Unos decían que el sistema de regadío estaba

estancado y que no habían podido encontrar dónde estaba la falla. Así mismo, los

tractores, estaban totalmente detenidos, pese a tener el tanque lleno y que el mecánico se

había declarado incompetente respecto a ellos. Nadie entendía tampoco que las

comunicaciones estuviesen interrumpidas. Cuando hay algún apagón, bien se llama a la

compañía o se escucha algo en la radio. Las radios no encendían, y los teléfonos daban

el tono de estar desconectados. El jefe intentó calmar los ánimos, y custodiaba la

entrada que coincidía con la puerta que ahora no cerraba, al parecer no encajabaen el

marco. Sin embargo el Jefe había acudido centenares de veces donde el Señor Alcalde a

informarle de los eventos que ocurrían en el pequeño pueblo de Villa Aldea y siempre

que no quería ser molestado, simplemente su secretaria decía “está en una reunión” y la

puerta estaba totalmente cerrada. ¿Acaso cambiaron esa puerta por una que no

encajaba? No, Archivaldo, el carpintero del pueblo jamás habría hecho un trabajo tan

deficiente. Y si el Alcalde por descuido lo dejaba pasar, no lo haría su diligente

secretaria.

Al interior del despacho, mercedes intentaba abrir un armario donde se encontraba la

polvorienta máquina de escribir. Mientras hacía eso meditaba acerca de la clase de

informe que iría a redactar el Alcalde y en las correcciones que le tendría que hacer para

que se viera como algo más o menos oficial, es decir decente. El armario, al contrario de

la puerta, no abría. Al parecer tenía estancado uno de los rieles. Aplicó bastante fuerza

hasta que dejó una abertura de treinta centímetros, lo justo para poder buscar y tal vez

extraer el famoso instrumento.

Era una Erika, modelo 32, color blanco. Tenía una carcasa dura de plástico y venía en

su estuche.

-Solo le pedí que trajera la máquina, y demora tanto como si la estuviera construyendo.-

reclamó el alcalde.

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Sus pensamientos por un momento se centraron en la Suculenta, fue más que nada por

ese inusual requerimiento de atención que había pasado por alto por satisfacerse. Nunca

antes en todos esos años la suculenta habría querido decirle algo que no sirviera para

estimular el órgano más excitable del señor Alcalde, su insuflado ego.

-Señor, la máquina está lista, ¿tomo dictado? ¿A quien dirijo este informe señor

Alcalde?

-Excelente pregunta, señorita. Muy aguda, como siempre.- respondió.

Claro, el Alcalde no tenía idea a quién enviarle el comunicado. Tal vez podría recurrir a

sus superiores, pero si no estaban operativos los vehículos o los modos de

comunicación, no tenía mucho sentido enviarlo. Pero la situación podría acabarse en

cualquier minuto. En ese caso sería mejor tener algo preparado. Pero antes, había que

ganar tiempo.

-Señor Alcalde, deberá decirle algo a esta gente, algo que las tranquilice. –aconsejó la

secretaria.

-¿Y como espera que yo los tranquilice? Si ni siquiera sé que ha ocurrido aquí.

-No me gustaría adelantar conclusiones. Pero puede ser alguna clase de ataque. ¿Ha

escuchado alguna vez de la bomba EMP o bomba de pulso electromagnética?

-Mi amor, eso esa ciencia ficción. ¿Qué es eso del pulso electrolaser no sé qué. Si

hubiera caído una bomba estaríamos hechos pedazos.- replicó burlonamente el alcalde,

para inmediatamente soltar una risita no muy convincente-. -Además, si nos estuvieran

sometiendo militarmente ¿no tendríamos que ver tanques, aviones, o por lo menos

militares, o terroristas que vendrían siendo nuestros enemigos? Y además, que yo sepa

son bien pocos los conflictos internacionales, y ninguno que amerite un ataque militar.

-Señor alcalde, con todo respeto, no se cómo la gente de villa aldea lo ha escogido para

un cargo tan importante. Primero, la bomba de pulso ELECTROMAGNÉTICO –dijo

esto con especial énfasis – es una bomba que solo afecta a los aparatos eléctricos. Es

probable que también haya afectado los computadores que están dentro de los

automóviles y eso haya causado esa falla generalizada. Por supuesto que son

especulaciones, pero no se me ocurre otra explicación. También observe que ocurrió

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sólo hace algunas horas, por lo que también es poco probable que hayan lanzado un

ataque inmediato a una ciudad que desde el punto de vista bélico no representa gran

cosa. Seguramente han tirado varias, o una de un alcance demasiado amplio.

- Puede tener razón en que son especulaciones, pero la explicación no está nada mal,

aunque me cuesta imaginar en que a algún país o grupo armado quiera neutralizarnos,

me parece ridículo.