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El peligro de las palabras, Drury, M.

PREFACIOEl título de este libro, al menos, indicará la vacilación que he sentido en la presentación de estos fragmentos para su publicación. Fueron escritos para ser leídos en voz alta; de ahí el estilo coloquial, de muchas maneras inadecuado para la lectura en el estudio. Fueron escritos para ocasiones específicas y con una audiencia específica en mente; de ahí la asunción de términos técnicos que no están definidos de otro modo. Fueron escritos para inaugurar una discusión; de ahí la forma incompleta en la que cada tema se deja. Siempre he sostenido que la discusión cara a cara es el medio apropiado para la filosofía. Wittgenstein solía decir que un filósofo que no participara en las discusiones era como un boxeador que nunca entrara en el ring.

Entonces ¿Por qué publico ahora estos documentos juntos? Sólo por una razón. El autor de estos escritos fue discípulo de L. Wittgenstein. Ahora es bien sabido que Wittgenstein animaba a sus discípulos ( al menos a aquellos que consideraba que no tenían una gran originalidad en su capacidad filosófica) a ir desde la filosofía académica a el estudio activo y la práctica de alguna vocación particular. En mi caso él me instó a dedicarme al estudio de la medicina, no es que no debiera hacer uso de lo que él me había enseñado, sino más bien que en ningún caso debía yo renunciar a pensar. Por tanto, no sin dudas, muestro estos ensayos como un ejemplo de la influencia que W tuvo en el pensamiento de alguien que se enfrentaba con problemas que presentaban una inmediata dificultad práctica con la que luchar así como una más profunda perplejidad filosófica sobre la que reflexionar. Desde luego no apelo a la autoridad de W para cada idea expresada en estos documentos. Hasta donde puedo recordar nunca discutí ninguno de los temas aquí tratados con él. Fueron todos escritos en los últimos años, lo cual es decir más de una década después de su muerte. Asumo toda la responsabilidad por lo que está escrito aquí, y sólo escribo lo que a mí me parece verdad, y lo que estaría preparado para defender en una discusión. Pero la gran influencia que W tuvo sobre mí como estudiante se ha desarrollado en estas reflexiones, de eso estoy seguro. Así que quizás pueda traer algo de unidad a lo que de otro modo aparecería de forma muy fragmentada, si en este prefacio digo algo concerniente a la orientación que W dio a mi perspectiva.

Para mí, desde el principio, y siempre desde entonces, e incluso ahora, ciertas sentencias del Tractatus Logico-Philosophicus penetraron en mi mente como flechas, y han determinado la dirección de mi pensamiento. Son las siguientes:

Todo lo que puede ser dicho en palabras puede ser dicho claramente.

La filosofía significará lo indecible en la medida en que representa claramente lo decible.

Hay, de hecho, cosas que no pueden decirse con palabras. Éstas se manifiestan. Son lo místico.

Este no es el lugar, ni aunque yo tuviera la capacidad, para discutir las diferencias y desarrollos que pueden ser encontrados entre el Tractatus y las Investigaciones Filosóficas. Pero he de dejar constancia. Cuando W vivía en Dublín y le veía constantemente estaba en ese tiempo trabajando duramente en el manuscrito de las Investigaciones. Un día discutimos el desarrollo de su pensamiento y me dijo ( puedo responder de la precisión de las palabras): “Mis ideas fundamentales vinieron a mí muy temprano en mi vida”. Ahora entre estas ideas fundamentales

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pondré las sentencias anteriormente citadas. Pienso que tal vez la observación que W hizo, de que tras sus conversaciones con Sraffa se sentía como un árbol con todas sus ramas podadas, ha sido malinterpretada. W elegía sus metáforas con mucho cuidado, y aquí no dice nada acerca de las raíces o el tronco del árbol, éstos (sus ideas fundamentales) permanecen, yo creo, sin cambios.

Ahora me gustaría decir algo acerca la palabra “claridad” tal y como la entendía W. Le debo a Mr Rush Rhees que llamara mi atención sobre, y tradujera para mí, una observación que W escribió en su diario en 1930:

“ Nuestra civilización se caracteriza por la palabra "progreso". El progreso es su forma, no una de sus cualidades, el progresar. Es típicamente constructiva. Su actividad estriba en construir un producto cada vez más complicado. Y aun la claridad está al servicio de este fin; no es un fin en sí. Para mí, por el contrario, la claridad, la transparencia, es un fin sí ”.

En esta distinción entre los dos usos de “claridad” veo una diferencia de gran importancia. Déjenme aclarar este punto mediante una reminiscencia. Una vez, por un corto periodo W me hizo leer en voz alta para él los capítulos iniciales de La Rama Dorada de Frazer. Frazer piensa que puede aclarar el origen de los ritos y ceremonias que describe considerándolos como primitivas y erróneas creencias científicas. Las palabras que usa son “Haremos bien en mirar con clemencia los errores considerándolos inevitables resbalones en el camino de la búsqueda de la verdad”. W me hizo ver claramente que, por el contrario, la gente que practicaba esos ritos poseían considerables logros científicos: agricultura, metalurgia, construcción, etc., etc., y las ceremonias convivían junto a estas sobrias técnicas. No eran creencias erróneas las que producían los ritos sino la necesidad de expresar algo; las ceremonias eran una forma de lenguaje, una forma de vida. Así pues, hoy en día, si nos presentan a alguien nos damos la mano; si entramos en una iglesia nos quitamos el sombrero y hablamos en voz baja; en Navidad quizás decoramos un árbol. Éstas son expresiones de amistad, reverencia o celebración. No creemos que darse la mano tenga una eficacia misteriosa, o que dejarse el sombrero puesto en la iglesia sea peligroso.

Me parece este un buen ejemplo de cómo entiendo la claridad como algo para ser deseado como una meta, a diferencia de la claridad como algo al servicio de una mayor elaboración. Ver estos ritos como una forma de lenguaje inmediatamente pone fin a toda la elaborada teoría acerca de “la mentalidad primitiva”. La claridad previene de un malentendido condescendiente, y pone fin a un montón de especulación ralentizadora.

Insistiría un poco más en la distinción entre estos dos tipos de claridad, es una distinción que espero hará un poco más claros en cuanto a sus intenciones mis siguientes documentos.

Una vez le conté a W un incidente que pareció interesarle y placerle. Ocurrió cuando estaba tomando mi examen oral en psicología. El examinador me dijo: ‘ Sir Arthur Keith una vez me señaló que la razón de que el bazo drenara en el portal del sistema era de gran importancia; pero nunca me dijo qué importancia era esa, ¿puede usted decírmelo?’ Yo tuve que confesar que no podía ver ningún significado anatómico o psicológico en este hecho. Entonces el examinador me dijo: ‘¿no cree que debe haber un significado, una explicación? Tal y como yo lo veo hay dos tipos de personas: un hombre ve un pájaro y sentado en el cable del telégrafo y se dice: “¿Por qué está ese pájaro sentado justo ahí?”, el otro hombre contesta “Malditos sean todos, el pájaro se tiene que sentar en algún lado”.’

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La razón por la que esta historia gustaba a W era que dejaba clara la diferencia entre la claridad científica y la claridad filosófica. Déjenme explicar esto con un ejemplo propio. Los astrónomos están correctamente interesados en encontrar una explicación para el notable “cambio rojo” en las líneas espectrales de las nebulosas lejanas. La explicación generalmente aceptada que es que se trata de una manifestación del efecto Doppler (que es lo suficientemente familiar para nosotros por el modo en que el tono de un silbato de un tren que se desplaza rápidamente cambia cuando el tren se acerca o aleja de nosotros). Así que se piensa que esas nebulosas están alejándose de nosotros a velocidades prodigiosas. Esta es una posible explicación científica, y en un sentido aclara el fenómeno. Pero entonces nosotros queremos preguntar, “¿Por qué están todas esas nebulosas retrocediendo a esas velocidades?” y eso nos muestra que, en último término, tenemos que aceptar algunos hechos como inexplicados, y decimos, “bueno, así es como es”. Entonces no habría nada de ilógico en decir del cambio de las líneas espectrales “que así es como los espectros de las nebulosas distantes son”, y no estamos forzados a dar ninguna explicación. La claridad filosófica entonces surge cuando vemos que detrás de cada construcción científica yace lo inexplicable.

En la base de toda la moderna concepción del mundo está la ilusión de que las llamadas leyes naturales sean la explicación de los fenómenos naturales.

Las explicaciones científicas nos llevan indefinidamente de un inexplicable a otro, así la construcción crece y crece y crece, y nosotros nunca encontramos un verdadero lugar de descanso. La claridad filosófica pone fin a nuestra investigación y nuestra inquietud enseñando que nuestra búsqueda está equivocada en un sentido.

Me gustaría simplemente dedicar unos instantes a reminiscencias de conversaciones con W donde una observación suya introducía repentinamente claridad filosófica a través de un solo punto.

Le conté que estaba leyendo acerca de “Los Padres del Desierto”, esos ascetas heroicos de la región egipcia de Thebaid. Y, en la superficialidad de estos días, decía algo en el sentido de que yo pensaba que ellos quizás hacían mejor uso de sus vidas (¿?). W se volvió enfadado y dijo “esa es justo el tipo de observación estúpida que haría una persona inglesa; ¿cómo puedes saber cómo serían sus problemas en estos días y qué harían ellos al respecto?”

Me dijo que acababa de terminar de leer un libro en el que el autor culpaba a Calvino del surgimiento de nuestra presente cultura capitalista burguesa. Dijo que se daba cuenta de lo atractiva que podía resultar esta tesis, pero por su parte “no se atrevería a criticar a un hombre como lo fue Calvino”.

Alguien se inclinó a defender los escritos de Russell sobre el matrimonio, el sexo y el amor libre: W se interpuso diciendo: “si una persona me dice que ha estado en el peor de los lugares no tengo derecho a juzgarlo, pero si me dice que fue su mayor deseo el que le llevó hasta allí, entonces sé que esa persona es un fraude”. Llegó a decir cuan absurdo era privar a Russell de su Cátedra por razones morales. “¡Si alguna vez hubiera algo así como un anti-afrodisiaco sería Russell escribiendo sobre sexo!”

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Tuvimos una discusión sobre la dificultad de reconciliar los discursos y la historia del cuarto evangelio con los otros tres. Entonces, de repente, dijo: “Pero si puedes aceptar el milagro de que Dios se convirtiera en hombre todas estas dificultades no son nada, yo no podría decir qué forma tomaría el acta de tal evento”.

He estado intentando sacar de mis recuerdos incidentes que ilustren la concepción de decir algo claramente; trayendo lo que parecía ser un largo y controvertido debate a un punto y aparte. Sería una contradicción seguir sin decir nada acerca de “Hay, de hecho, cosas que no pueden decirse con palabras”. Pero querría llamar la atención sobre esto. En una carta cuando quería publicar el Tractatus dijo que “realmente era un libro sobre ética”, y la parte más importante es la que no está dicha. Me encuentro a mí mismo pensando acerca de esta observación mientras leo todo lo que escribió posteriormente. Cuando estaba trabajando duro en el manuscrito de las Investigaciones Filosóficas me dijo: “No soy un hombre religioso, pero no puedo evitar verlo todo desde un punto de vista religioso”. Y en otra ocasión: “Me es imposible decir una sola palabra en mi libro acerca de todo lo que la música ha significado para mí en mi vida; ¿cómo, entonces, podré hacerme entender?” y con respecto a la música esto, que ya he mencionado en otra ocasión: “Bach puso en la cabecera de su Orgelbüchlein ‘A la gloria del más alto dios, y que mi vecino sea así beneficiado’. A mi me habría gustado poder decir esto de mi trabajo”.

Me temo que estos escritos puedan ser demasiado metafísicos para ser del interés de mis colegas, ocupados con los problemas cotidianos de las enfermedades mentales; y sus temas demasiado circunscritos y limitados para los intereses de los filósofos. Ciertamente no pretenden de ningún modo ser un comentario de la filosofía de W, pero con la creciente importancia que se le está dando ahora a sus escritos, puede que tengan algún interés periférico, como ejemplo de su influencia [de W] en un discípulo en particular. Pero entonces debe añadirse que durante toda su vida W tuvo dudas acerca de si su influencia en otros (y en la filosofía contemporánea) no era más dañina que beneficiosa.

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Páginas 89-92

En la práctica de la psiquiatría nos enfrentamos cada día con esos cuya personalidad ha sufrido un cambio. Gente que se ha vuelto morosa y deprimida; gente que se ha vuelto salvajemente nerviosa e hiperactiva; gente que se ha vuelto retraída y suspicaz; gente que se ha vuelto ingenua e incluso peligrosa; y así sucesivamente toda la gama de enfermedades mentales. Hemos estado descubriendo en estos últimos treinta años en qué medida estos desórdenes pueden ser curados con diversos métodos médicos de tratamiento (métodos que requieren, sin embargo, paciencia y explicación en su aplicación). Pero yo creo que el gran éxito de estos métodos son, de algún modo, un peligro para quienes los emplean. Independientemente de que los avances se hagan para el futuro tratamiento de las enfermedades mentales, aunque el trabajo de los psiquiatra esté cerca de convertirse en el de un físico general, no debemos nunca olvidar que hay, y siempre habrá, un misterio en torno a las salud y la enfermedad mental que la hace diferente de cualquier otra enfermedad del cuerpo. Todo paciente enfermo mental es un enigma individual, y siempre debemos pensar en él como tal. Hay algo más molesto y misterioso en un trastorno de personalidad que en una enfermedad mental. Creo que el genial y buen hombre Doctor Samuel Johnson habló por toda la humanidad cuando describió su propia experiencia: 3 a.m. de la mañana el 16 de junio de 1783.

Siento en mi cabeza confusión e indistinctness que ha durado, creo, aproximadamente medio minuto. Me alarmé y recé a Dios para que como quiera que afligiese mi cuerpo respetase mi entendimiento. Esta oración en la que pedía la integridad de mis facultades, la hice en latín. Los versos no eran muy buenos pero no los conocía muy bien: los dije fácilmente y llegué a la conclusión de ser irreprochable en mis facultades. Poco después percibí que había sufrido una parálisis cerebral, y que había perdido el habla. No sentía dolor y apenas ¿rechazo? en este estado horrible y me preguntaba por mi apatía, y pensé que la muerte, cuando llegue, debe provocar menos horror de lo que ahora parece al pensarla.

Creo que el ruego del doctor Jhonshon de que sólo su cuerpo se viese afectado y no su razón es algo que aquellos que tenemos que tratar con mentes afectadas deberíamos recordar constantemente. Para el paciente una enfermedad mental es y siempre será, sean cuales sean los avances en el tratamiento, una experiencia terrorífica y humillante. Creo que deberíamos aclarar que aunque no compartamos su pesimismo acerca del resultado, entendemos su estado natural de alarma.

Una vez me dijeron: “Lo que me daría miedo si me volviera loco sería tu actitud de sentido común, que tu parecerías tomar como un mero trámite que yo estuviese sufriendo delirios”. Creo que entiendo lo que quería decir, y creo que se refería a una actitud en la que es demasiado fácil caer sólo para aquellos que se enfrentan cada día a enfermedades mentales. Creo que debemos dejar a nuestros pacientes psiquiátricos ver que entendemos que se encuentran en un estado de aflicción que no es comparable a un dolor corporal por muy severo que sea. Comunicar ese entendimiento no es fácil.

Cuando era estudiante de medicina, el tratamiento de las enfermedades mentales era en gran medida una especie de custodia protectora, cuidado de la salud física y esperanza del paciente. Vosotros, psiquiatras jóvenes de hoy, difícilmente podéis imaginar los centros psiquiátricos de esos días. Ahora en todos lados hay tratamientos con los que llevarse bien y podéis sentir un genuino optimismo en torno a la última recuperación de la mayoría de vuestros pacientes. Quizás es un peligro que demos esto por sentado. Muchas generaciones de médicos han deseado ver las

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cosas que vosotros habéis visto y las que aún no habéis visto. Sé que con cada descubrimiento científico esto va perdiendo su capacidad de asombrar; pero si lo que he visto decir acerca de la relación entre cuerpo y mente os ha llevado a alguna convicción, entonces creo que estos métodos de tratamiento deberían ser siempre una fuente de asombro. Hay algo que preguntarse aquí con el retorno de la cordura; ; estos tratamientos están en un plano distinto que el de otros procedimientos médicos. Con el paso del tiempo es probable que lleguemos a conocer, y usar, considerablemente más acerca de la bioquímica o el sistema nervioso central. La información que puede darnos el electro encefalograma quizás está aún sólo en su infancia. Incluso suponiendo que el progreso firme de las terapias en los últimos 30 años continúe (y recuerden que esto es una suposición), siempre habrá en psiquiatría el reino de lo inexplicable. Lo inexplicable que no existe en ninguna otra rama de la medicina. Todavía hay, por ejemplo, mucho que aprender acerca de, dicen, la acción de las drogas tri-cíclicas en la bioquímica del cerebro. Pero no puede hacerse ningún descubrimiento sobre cómo esas drogas pueden mitigar la melancolía y cambiar las desilusiones nihilistas. Este paso de lo físico a lo mental permanecerá siempre en la esfera de lo inexplicable. En relación a esto, ¿no debería usar la labra “milagro”? quizás debería mencionar llegados a este punto un asunto de menor importancia, pero que es relevante para lo que he estado defendiendo. Siento que la palabra “psiquiatría” sirva comúnmente para designar a esos médicos que se ocupan del tratamiento de las enfermedades mentales. Creo que esto sugiere al gran público, y a veces nosotros nos dejamos engañar por ello, que ambos tenemos más poder y entendimiento del que realmente tenemos. Ninguno de nosotros es capaz de “sanar el alma” tal y como la palabra psiquiatra implica. Prefiero esa palabra pasada de moda, alienist. Nos preocupamos/encargamos de esos que, de algún modo, están alienados [alienated] de ellos mismos. Hemos encontrado en los últimos años ciertos modos de tratar el cuerpo que aceleran en muchos casos la vuelta desde la alienación, pero por qué ocurre esto es un problema que siempre se resistirá a ser explicado, simplemente porque la conciencia y la personalidad son problemas a los que la noción de “explicación” no es aplicable.

Hemos estado hablando de las drogas, su acción conocida en el sistema nervioso humano, y su inexplicable acción sobre la mente y sobre la personalidad. Se ha dicho en los últimos años que las drogas podían proveer una mirada nueva y más profunda acerca de la real naturaleza del mundo; abriendo tal y como eran las “puertas de la percepción”. Ha habido quien ha aconsejado e intentado usar estas drogas como la ¿mescalina? Y el ácido lisérgico para obtener una visión del mundo libre de las categorías cotidianas a través de las que normalmente percibimos. Hasta donde. En la medida en que me ha parecido he citado y he hablado sobre aquellos que anhelaban tal liberación.

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LOCURA Y RELIGIÓN

Durante los últimos 30 años un cambio notable ha tenido lugar en la práctica de la psiquiatría. Cuando era estudiante de medicina no se sabía nada cerca del tratamiento de lo que se llamaban las psicosis mayores, la melancolía, la manía, la esquizofrenia, paranoia. Los pacientes que sufrían estas enfermedades eran admitidos en el hospital y su médico cuidaba de su bienestar, pero su recuperación de la enfermedad misma era un problema que tenía que ser dejado al tiempo y al azar. Incluso en los casos más afortunados era normalmente un caso de meses o años. Ahora para cada una de estas enfermedades tenemos una forma específica de terapia: la moderación y la reclusión son cosas del pasado, y la duración de la estancia en el hospital se mide en semanas y no en meses o años.

Para sorpresa de la mayoría de la gente estos tratamientos han resultado ser físicos y químicos en la naturaleza, y no han surgido de un conocimiento más profundo de los procesos psicológicos que causan los síntomas manifiestos. El hecho de que el ánimo y el contenido del pensamiento de una persona puede alterarse tan rápida y profundamente mediante la administración de unas cuantas pastillas o inyecciones, o por una convulsión artificialmente inducida, me parece que levanta importantes cuestiones tanto en filosofía como en ética. No encuentro estas cuestiones adecuadamente discutidas en ningún sitio. Creo que es por dos razones. Aquellos que están usando estos tratamientos están tan encantados de poder hacer al fin algo positivo y efectivo por sus pacientes que nunca tienen tiempo o la formación o las ganas para abordar cuestiones acerca de los primeros principios y los objetivos últimos. Mientras que aquellos que se forman para pensar dialécticamente tienen pocas oportunidades para ver la forma dramática en que estos tratamientos funcionan.

Estoy por eso muy agradecido de que me deis la oportunidad de discutir estos problemas con vosotros. Creo que la mejor forma de empezar sería contaros los detalles de los historiales de cuatro casos que he tomado de las actas del hospital donde trabajo. Enfatizaría que no hay nada inusual en los tres primeros casos. Estoy seguro de que cualquier hospital mental que esté ocupado podría producir algunos similares. El cuarto caso es inusual pero lo he incluido porque saca a la luz muy claramente un aspecto de mi problema.

El primer caso que quiero describir es el de un hombre de 54 años, un sacerdote. Le llamaremos el padre A. Este sacerdote había estado dirigido por su Superior unos cuantos años para conducir retiros, un tipo de trabajo para el cual se consideraba que estaba bien dotado. Unos meses antes de mi visita había empezado a sentirse muy deprimido con su trabajo, ya no podía poner sentimiento en lo que predicaba; estaba pidiendo a la gente que creyera y que hiciera cosas en las que él mismo había perdido la fe. Era una gran carga para él dar misa o leer su oficio diario. Sentía que nunca debió haber sido ordenado, que no tenía vocación. Cuando visitó a su hermano, un hombre felizmente casado rodeado por su familia, sintió que ese era el tipo de vida para el que estaba hecho. Además empezó a perder peso y a tener un sueño muy perturbado, se levantaba a las 3 de la mañana y se mantenía despierto hasta la madrugada preocupándose por su estado espiritual. Desarrolló un sentimiento de gran tensión e incomodidad en la boca del estómago. No podía comer. Estos síntomas le llevaron a creer que tenía cáncer, de hecho a la esperanza de tener cáncer y morir pronto. Consultó a un médico que le aconsejó ingresar en un hospital general para investigar el caso. Después de que los usuales rayos X y los tests bioquímicos fueron hechos le dijeron que no había evidencias de ninguna enfermedad orgánica. Pero no se sintió mejor con esta información. Fue entonces cuando llamaron a un psiquiatra, que diagnosticó una depresión involutional y recomendó el ingreso en un hospital mental para seguir

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un tratamiento. Y así llegó bajo mi cuidado. La primera vez que lo vi estaba resentido y suspicaz. Su mal era espiritual, afirmaba, y ningún doctor podía auxiliarle. Había caído en ese estado él mismo y debía asumir la culpa. Me concentré en su insomnio y en su dolor abdominal y le pedí que me dejara tratar esos síntomas, dejando toda la cuestión de su estado espiritual en suspenso por el momento.

Le apliqué un tratamiento de lo que se conoce como terapia convulsiva eléctrica. Consiste en administrar al paciente una anestesia y después darle descargas de 150 voltios de aproximadamente un segundo en el lóbulo frontal del cerebro. Esto provoca una convulsión generalizada de tipo epiléptico que dura unos dos minutos. Después de 15 minutos el paciente está despierto y totalmente consciente de nuevo.

Después del primer tratamiento el dolor en el abdomen había desaparecido. Empezó a comer mejor, necesitaba menos drogas para dormir una noche entera. Después de una semana vino a preguntar espontáneamente si podía dar misa de nuevo. En el momento en que había recibido 7 de esos tratamientos afirmaba que se sentía muy bien. Dormía bien sin drogas y ganó diez libras de peso. Pero esto es lo significante: su problema espiritual había desaparecido también. Daba misa cada mañana, y podía leer de nuevo su oficio diario con devoción. Se sentía preparado para volver al trabajo y para conducir retiros como antes. Es lo que hace ahora, aunque su Superior ha sido aconsejado para que vigile que tiene intervalos apropiados de descanso. Un caso sencillo de melancolía involutional apropiadamente tratado, dirían la mayoría de mis colegas ¿Por qué digo que esto levanta importantes cuestiones filosóficas y éticas? Bien, escuchen ahora este trozo de autobiografía, escrito hace unos 100 años, por un hombre de las misma edad que el padre A:

Sentí que algo se había roto dentro de mí, algo sobre lo que mi vida descansaba, que no tenía nada en lo que apoyarme, que moralmente mi vida se había parado. Una fuerza invencible me impelía a deshacerme de mi existencia, en una u otra manera. No puedo decir que deseara suicidarme, la fuerza que me arrastraba fuera de la vida era más plena, más poderosa, más general que cualquier mero deseo. Había una fuerza como mi vieja aspiración de vivir, sólo ella me impelía en la dirección contraria. Era una aspiración de todo mi ser salir de la vida.Heme aquí un hombre feliz con buena salud, escondiendo la cuerda para no colgarme de las vigas de la habitación en la que cada noche me iba a dormir sólo; he aquí que nunca más fui a disparar por miedo a rendirme a la fácil tentación de poner fin a mi vida con mi pistola.No sabía qué quería. Tenía miedo de la vida; era impulsado a salir de ella; y en lugar de eso todavía esperaba algo de ella.Todo esto tuvo lugar en un tiempo en que por mis circunstancias yo debía haber sido completamente feliz. Tenía una buena esposa que me amaba y a la que amaba, buenos niños y grandes propiedades que crecían sin perjuicios.

Estoy seguro de que sienten igual que yo la similitud entre el estado mental de este hombre y el del padre A. Y habiendo visto varios cientos de casos recobrarse son el mismo tratamiento que yo proporcioné al padre A, no puedo evitar concluir que si estos tratamientos hubieran estado disponibles en esos días los dos años de sufrimiento de este hombre podrían haber terminado en unas cuantas semanas.¿Pero habría sido correcto hacerlo?El autor de ese trozo de autobiografía era Count Leo Tolstoy. Aparece en un libro que él titula Mi confesión. Los pensamientos y convicciones que le entregó tanto sufrimiento determinaron

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todo su futuro modo de vida y de escritura. Él dice expresamente que tenía buena salud, y estoy seguro de que, como el padre A, se habría ofendido por cualquier interferencia de un doctor.

Volviendo de nuevo un poco más lejos en la historia; cuando leo a alguno de los grandes directores espirituales de los siglos XVII y XVIII, escritores como Fenelon y De Caussade, me parece a veces que escriben sólo para gente que se encuentra en el mismo estado mental que el padre A o Tolstoy. Hablan de estados de aridez y sequía, de la pérdida de la fe, aquí, por ejemplo, está el padre Gratry describiendo su propia experiencia de este estado:

(falta cita)

Estos directores espirituales enseñan que esos estados, esas noches oscuras del alma, son etapas necesarias en el crecimiento hacia la madurez espiritual. Son enviados por Dios, y deben ser aceptados voluntaria y pacientemente; son una prueba de que el alma ha superado la etapa de principiante de consolación sensible, y está siendo educada para sufrir.

Hoy parecería que un psiquiatra puede tratar estos estados mentales no por tener abundancia de bienes espirituales y experiencia, sino por medios mecánicos y materialistas: estimulación eléctrica del cerebro, drogas que alteran la bioquímica del sistema nervioso. Estos tratamientos pueden ser dados por hombre jóvenes recién cualificados para quienes la agonía espiritual del paciente es algo que está más allá de su comprensión.

Por eso digo que un caso como el del padre A me suscita problemas éticos y filosóficos ¿Podemos diferenciar entre locura y religión? ¿Podemos decir de uno de estos estados: “ esto es una enfermedad mental y es asunto de un psiquiatra” y de otro: “Esto es una experiencia espiritual enviada por Dios para la formación del alma y es asunto de un director espiritual”?

Mi segundo caso es el de la señora B, 43 años de edad, vivía en el oeste de Irlanda y trabajaba como ama de casa para el párroco. Fue ingresada en el hospital en estado de júbilo y excitación. Había tenido una revelación personal de “la pequeña flor”, Santa Therese de Lisieux. Ocurrió cuando estaba visitando un pozo sagrado cerca de su casa. Había visto luces en el cielo que contenían un mensaje especial para ella. Le habían ordenador convertir a todos los protestantes de Irlanda. En la sala ella se apresuró a predicar entre los dos no-católicos que había allí. Algunas de las enfermeras novatas llevaban un uniforme rosa. Esta era una prueba segura de que eran medio comunistas, y ella no recibiría ni comida ni medicina de sus manos. Negaba enfáticamente que sus experiencias fueran de alguna forma una enfermedad y le ofendía estar en un hospital mental.

Su tratamiento consistió en una terapia de una serie de descargas eléctricas convulsivas seguidas de la administración de grandes dosis de una nueva sustancia química que había sido inventada para controlar rápidamente esos estados de exaltación. En tres semanas su comportamiento y su conversación eran totalmente normales. Nunca se refirió espantosamente a sus experiencias sólo parecía avergonzada cuando eran mencionadas. Pero jamás estaba dispuesta a admitir que todo hubiera sido una cuestión de enfermedad. Era capaz de ir sola a la ciudad y siempre volvía al hospital tal y como se le pedía. Y ahora, en el momento presente, espero que esté cocinando la cena del padre Murphy entre las silenciosas colinas de County Mayo.

Hoy en día, viendo el estado mental de esta paciente, poca gente dudaría en describirla como una enferma mental. Ciertamente, su párroco, quien la trajo al hospital, no tuvo dudas acerca del

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asunto. Pero en épocas anteriores y entre la gente simple ¿No habría sido vista como la receptora de un mensaje divino? Nos inclinamos a sonreír ante su delirio sobre los uniformes rosas de las enfermeras, pero ahora escuchen esto:

El Señor me ordenó de repente que me desatara los zapatos y me los quitara. Permanecí quieto porque era invierno, pero la palabra del Señor era como fuego en mí así que me quité los zapatos, y me ordenó que se los diera a unos pastores que estaba por ahí cerca. Los pobres pastores temblaban y estaban atónitos. Entonces caminé como una milla hasta que llegué a la ciudad, y tan pronto como llegué, la palabra del Señor vino otra vez a mi para gritar “¡Ay de la sangrienta ciudad de Lichfield!”. Así que fui arriba y abajo por las calles gritando con voz alta “¡Ay de la sangrienta ciudad de Lichfield!”. Y ningún hombre me tendió su mano; pero mientras yo gritaba esto por las calles me pareció ver un canal de sangre manado por las calles y el mercado y la plaza me parecieron como charcos de sangre.Al final algunos amigos y gente amable se me acercaron y me dijeron “George, ¿dónde están tus zapatos?” Les dije que eso no importaba.

Era George Fox, el fundador de la “Sociedad de Amigos”. ¿Locura o Religión?

Mi tercer caso es este. El agente C tenía 27 años, un policía de la patrulla en motocicleta de Dublín. Un día su sargento se horrorizó al ver la motocicleta del agente C apoyada contra una barandilla y el propio agente arrodillado rezando en el pavimento. Se lo llevaron en un coche al hospital y al llegar estuvo al principio muy callado. Parecía estar escuchando intensamente algo proveniente de una esquina del techo. Sus labios se movían silenciosamente como en una oración. Más tarde en la sala él afirmaba que una voz del cielo le había dicho que había sido elegido por Dios para conducir a los soldados ingleses fuera de la provincia de Ulster. Iba a ser nombrado comisario y después de su muerte sería canonizado como un santo.

De nuevo el tratamiento de este paciente consistió en la administración de una fuerte sustancia química tanto por boca como por inyección. Después de seis semanas era capaz de admitir que sus ideas habían sido delirios provocados por una enfermedad, y después de un apropiado periodo de convalecencia era capaz de volver al trabajo.

Pero en 1429 cuando Juana de Arco vino a Vancouleurs afirmaba que las voces de San Michael y Santa Catherine le habían ordenado conducir al ejército inglés del reino de Francia. Robert de Baudricourt le dio un caballo y una armadura; y entonces- todos sabemos lo que pasó entonces. Mi pregunta es la siguiente. Suponiendo que R de B hubiese sido capaz de darle a Juana una dosis fuerte de fenotiazina en lugar de las cosas de un caballero en armas, ¿habría ella regresado en paz a la cría de ovejas en Domremy?

El cuatro y último caso es este. Llegó a mis oídos hace unos 15 años, cuando muchos de los métodos de tratamiento que ahora tenemos no eran conocidos. El Sr. D tenía 67 años, un funcionario retirado, un hombre muy piadoso que dedicaba su jubilación a rezar y a trabajos de caridad. Su esposa no sentía simpatía por lo que ella veía como una religiosidad patológica. Una mañana en misa el escuchó leer las palabras del Evangelio: “ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme”. Estas palabras le hablaron como una orden. Y en cuento salió de la iglesia puso todo el dinero que llevaba encima en la “caja para pobres” de la puerta. Se puso en camino para caminar las 135 millas hasta Lough Derg, un lugar famoso de peregrinaje en Irlanda desde los primeros tiempos.

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Cuando no llegó para tomar el desayuno y la mañana pasó sin tener noticias suyas su esposa se alarmó y lo notificó a los Guardias. Finalmente esa tarde le paró un policía en un pequeño pueblo a unas 30 millas de Dublín. Le vio un médico y le dieron un certificado temporal para el ingreso en un hospital mental. No protestó por el ingreso, contó su historia claramente, y aceptó lo que había pasado como designio de Dios. No le di otro tratamiento que el de insistir que tomara el desayuno en la cama y nos permitiera restaurar un marco más bien demacrado. Aprendí más hablando con él que él escuchándome. Al principio hubo alguna dificultad para lograr que su esposa lo llevara a casa. Ella estaba convencida de que sufría de algo que ella llamaba manía religiosa, pero finalmente después de algunas semanas aceptó que le dieran el alta.

Pero ahora retrocedamos unos 116 años a una iglesia en Alejandría. Otro hombre escucha las mismas palabras leídas desde el altar. Y después se va al desierto alrededor de Tebas y vive allí hasta su muerte una vida de heroica austeridad. Pronto miles le siguen; para formar ellos mismo comunidades, para elaborar una norma de vida. Es el comienzo del ascetismo de los monasterios cristianos con todo lo que esto significó para la cultura y la religión europeas. Antonio fue canonizado y el Sr. D fue declarado demente.

¿Locura o Religión?

¿Pero por qué debería estar citando a Fenelon y a George Fox, a San Juan y a San Antonio? Supongo que ningún psiquiatra puede leer la Biblia sin escuchar a veces un molesto eco de lo que ha escuchado en su ronda de sala.

He aquí que mi madre me concibió formado en el pecado y la maldad (¿?)

¿Fue esto escrito por alguien en estado de melancolía, y podría una sesión de electroplexia haberle dado mayor estimación por el estado del hombre?

Subí a lo más alto. Mis manos eran fuego, mis brazos hierro. Perseguiría mis enemigos y no volvería nunca sin haberlos destruido. (aprox)

¿Fue esto escrito en un estado de euforia maníaca y era necesario un sedante?

(falta cita)

Los esquizofrénicos suelen quejarse de que la mayoría de sus pensamientos están siendo controlados por algún poder externo a ellos.

El profeta Ezequiel, el más extático y visionario de los escritores profetas, da razón de un estado catatónico (…) tal y como podría aparecer en cualquier libro de texto de psiquiatría.

(…)

En el nuevo testamento también el mismo problema nos empuja:

Y escuché junto a mí una fuerte voz como una trompeta hablando, diciendo: lo que has oído escríbelo en un libro.

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¿Estaba alucinando el autor de las revelaciones? “Pablo, estás loco” dice Festus, “tu gran aprendizaje ha hecho de tu un loco” ¿Y no decían los fariseos, esos expertos religiosos, de nuestro Señor “Digamos que no está bien que tú seas un samaritano y tengas un diablo”?

Y luego está ese extraño relato en el Evangelio de San Marcos, que los otros evangelistas omiten:

Y cuando sus amigos escucharon acerca de ello trataron de poner las manos sobre él, porque decían que estaba al lado de sí mismo.

Muchos comentaristas añaden que los amigos nombrados aquí hacen referencia a su madre y su bethren que había sido mencionadas en los versos anteriores. De modo que este problema es uno de los nuestros que puede incluso engañar a la hora de elegir. (¿?)

Estoy seguro de que por ahora todas las posibles respuestas al problema han pasado por vuestra mente. Miremos algunas de estas respuestas y comprobemos si sirven.

Una respuesta corta el nudo de inmediato. Para Freud no hay ningún problema aquí. La distinción entre el estado mental patológico y el religioso no puede hacerse porque no existe. En su libro Totem y taboo, El futuro de una ilusión y Moisés y el monoteísmo, Freud argumenta que es obvio para cualquiera formado en el psicoanálisis que las creencias y prácticas religiosas son una neurosis. La convicción con la que esas creencias son sostenidas sin ninguna demostración científica es la misma convicción con la que un paranoico se aferra a su delirio sistematizado a pesar de no tener ninguna prueba. La rigurosidad con la que las ceremonias religiosas se guardan es la misma con la que un obseso cumple sus poco provechosas repeticiones.

Encuentro esta simple solución de Freud totalmente inaceptable. Freud nunca hace frente al problema central de la ética. Está claro al leer su biografía y sus cartas personales que él mismo fue mucho más que su teoría. Tenía un fuerte sentido del deber, y un sistema de valores absolutos con el que no estaba preparado para comprometerse. Pasión por encontrar la verdad, valor para permanecer firme frente a la impopularidad y la hostilidad, amor por la naturaleza y el arte toda una vida de devoción a su mujer y sus hijos. Hay una divertida pero yo creo que significante historia que recoge Ernest Jones acerca de Freud.

En el tiempo en que las relaciones entre Jung y Freud estaban a punto de romperse, Jung todavía era secretario de la asociación psicoanalítica. Envió un anuncio a Jones de la próxima reunión pero se equivocó con la fecha así que si Jones no hubiese tenido otra información se habría perdido la reunión. Jones, que conocía el interés de Freud por los lapsus orales y escritos le enseñó la carta. Pero Freud no se mostró ni interesado ni divertido. Ningún caballero, dijo, debería tener un inconsciente como ese.

¿Debería? ¿Debería? ¿Debería? ¿Qué hace ese “debería” en los lapsus de un psicoanalista? Por supuesto, nos gusta más Freud por este toque humano. Ven, a pesar de que muchos excluiríamos el deber de nuestras teorías, que no podemos sacarlo de nuestras vidas. El deber es un dato de la conciencia tan originario como la bóveda celeste. Ambos deben seguir llenándonos de asombro constantemente.

La solución de Freud para nuestro problema central es, para mi, no satisfactoria. Omite tomar en cuenta un aspecto fundamental de la vida – nuestro sentido del deber – un aspecto que es la

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misma fuente del problema. ¿Cuándo es correcto tratar a este hombre como un loco y cuándo es correcto decir déjenle ser, dejen que siga su crecimiento espiritual sin interferencias?

Mencioné el psiquiatra suizo, Jung, hace un momento. Después de romper con Freud Jung desarrolló una doctrina casi diametralmente opuesta a esa en la que le había formado su maestro. Esto es lo que él dice en uno de sus últimos libros: “Entre mis pacientes en la segunda parte de la vida no ha habido ninguno cuyo último recurso no haya sido la búsqueda de una perspectiva religiosa”.

Así que una vez más el problema de la distinción entre locura y religión que yo señalo no está presente para Jung. La locura es religión que todavía no se ha entendido a sí misma. La locura es la protesta de esas necesidades y fuerzas inconscientes que el paciente no puede expresar en su vida. Estas necesidades inconscientes no son sexuales como en Freud sino religiosas: toda esa parte de la naturaleza humana que en pasado encontró expresión en forma de mitos, cultos y símbolos.

Debo decir que como solución teórica me resulta atractiva. La dificultad aparece cuando trato de hacer uso de ella en la prácticas. Me gustaría ser capaz de curar a mis pacientes a través de la discusión, el consejo, consuelo y entendiendo sus necesidades espirituales. Pero mi experiencia me dice que la palabra tiene poco poder en los trastornos mentales. Tomen esos 3 primeros casos que les describí. No sé cómo alguien podría hablar al padre A de su depresión; podría convencer a la Sra. B de que su visión era una alucinación; demostrar al agente C que su misión era un delirio. Mientras que sé que con los tratamientos físicos al menos puedo hacer que recuperen su ecuanimidad y vuelvan a sus actividades lucrativas. Precisamente es la limitación de estos tratamientos lo que estoy discutiendo con ustedes. Cuando decir “este hombre está loco y debemos poner fin a su locura” y cuando decir “no toquen a mi ungido y no dañen a mi profeta”.

Una solución que por algún tiempo me pareció ofrecer por lo menos una solución práctica para nuestro problema era esta. Recuerdan que en el caso del padre A había alteración de su salud física. Dolor, pérdida de apetito, pérdida de peso e insomnio. Fueron esos síntomas los que me permitieron que él consintiera en tratarse. ¿No deberíamos decir que cuando hay evidentes daños el el bienestar físico debemos diagnosticar patológicamente y no espiritualmente?

Pero ahora creo que debo rechazar este tipo de distinción. Estos malestares corporales, por otro lado comunes, no son una constante en todas las enfermedades mentales. Por otro lado, todo psiquiatra sabe que estos son fenómenos secundarios. El punto crucial es la alteración emocional que los ha provocado. Es a esta a la que se dirige el tratamiento. Se quita la depresión, se baja la excitación, se acaba con las alucinaciones, y el sueño, el apetito y la salud física se restauran también.

I mirando este problema desde el otro lado; las vidas de los santos no están libres de estas mismas alteraciones de la salud física. Von Hügel en sus dos grandes volúmenes de estudio acerca de San C de G tiene que dedicar todo un capítulo a lo que el llama peculiaridades psicológicas. Esto es lo que tiene que decir:

(aprox: a veces leemos q hay milagros q al final son mas bien anomalías neuronales, y nos disgustamos)

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He citado a VH para enfatizar que algunos escritores desde un punto de vista no médico sino teológico encuentran que este mismo problema requiere atención.

La razón por la que al mirar atrás en la historia somos capaces de hacer estas distinciones es por lo que lograron. Después de su conversión Tolstoy tanto por su forma de ser como por sus escritos tuvo una gran influencia en Europa. George Fox fu7e el fundador de la Sociedad de Amigos y su influencia sigue en nuestros días. Y Juana de Arco (..). así que ¿no es verdad que por sus frutos les conoceréis, y no está aquí la distinción que hemos estado buscando?

Pero seguro que nos estamos metiendo en terreno peligroso si introducimos los resultados y los éxitos en la categoría religiosa, y hacemos de este nuestro criterio absoluto. ¿Qué clase de resultados? ¿Qué clase de éxito? ¿Son el fracaso y la derrota siempre una condena? Pongamos un ejemplo.

Ese gran matemático, Pascal, que seguro habría a Newton y a Leibniz en el descubrimiento del cálculo infinitesimal si hubiese sido por lo que sucedió en la noche del lunes 23 de noviembre de 1654. Recuerden su propia descripción:

Desde más o menos las 22.30 hasta las 00.30, FUEGO, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y la sabiduría. Seguridad, seguridad. Sentimiento, alegría, paz. Perdón del mundo y salvación de Dios para todos. Oh Padre, el mundo no lo ha conocido, pero yo lo he conocido.

Y Pascal pasó de escribir sus trabajo matemáticos a escribir su defensa del evangelio. Estos fragmentos están en sus Penseés. (..)

Pero ahora traigo a colación una historia reciente de matemáticas en la que el autor advierte de lo que él llama la crisis nerviosa de Pascal en esa noche fatal que lo llevó a renunciar a su verdadero genio por lo que este escritor llama misticismo sin sentido y observaciones noseque. Así que el intento de encontrar la distinción que buscamos en los resultados logrados otra vez falla. ¿Quién juzga los resultados?

Cuando en filosofía estás acercándote a un final muerto, tal y como estamos haciendo nosotros, en nuestra búsqueda de un principio de diferenciación entre locura y religión, es a menudo porque estamos buscando el tipo equivocado de respuesta. Y creo que esto es lo que hemos estado haciendo. Hemos tratado de analizarlo desde fuera. No nos vemos a nosotros mismo como íntimamente envueltos en la solución de esta cuestión. Puede haber expertos y críticos en todas las artes y ciencias pero sus sentencias no funcionan en la esfera de lo religioso. No es posible adoptar una actitud distante y puramente teórica en estos asuntos. A ningún hombre le es dada la posibilidad de ser miembro honorífico de todas las religiones.

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