El teatro en los años de la guerra, algunos recuerdos · urna protectora de semillas imperecederas...

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L a desastrosa caída del gobierno revolucio- nario de Jacobo Árbenz mediante la inter- vención armada de los Estados Unidos y el Movimiento de Liberación Nacional puso fin a la primavera de diez años en la que floreció el movi- miento artístico Saker Ti, el Amanecer, y fueron silenciadas –parcialmente– las voces de creado- res de justicia y belleza. Más bien, fueron perse- guidas y dispersadas; pero en el terruño quedó indefectiblemente trabada una quijada amarga, urna protectora de semillas imperecederas que seguirían empeñándose en germinar aún en el suelo ensangrentado. Manuel Galich se encontraba fuera de Gua- temala en misión diplomática cuando se dio el terrible suceso, y no volvió al país. ¿Para qué? El nefasto llamado de “¡muera la inteligencia!” se había enraizado con toda propiedad en la sangui- naria e ignorante oligarquía guatemalteca, triun- fante en su vergonzosa entrega, constituida en fatal paradoja: al tiempo que se erguía como voz y motor pensante de la nación, derrotaba el único proyecto real de desarrollo. Tanto la historia como el presente certifican este triste hecho. El enemigo mismo, en la voz de uno de sus máximos estrate- gas, Henry Kissinger, reconoció años después que derrocar a Árbenz había sido un error, hasta para los propios intereses del imperio. La generación que venía adolescente cuando cayó la Revolución creció en silencio con los ojos muy abiertos. Muchos creadores fueron encon- trando y afinando sus voces. Entre las más fecundas, felices y poderosas brillaron intensa- mente en su momento y alcanzaron condición de inmortales las de Hugo Carrillo y Manuel José Arce. Queremos recordar aquí, nosotros que fui- mos honrados con su amistad y su enseñanza, algo muy representativo del teatro de los años de la guerra: El corazón del espantapájaros (1962), de Hugo Carrillo (1962); y Delito, condena y ejecución de una gallina (1968), de Manuel José Arce. Roberto Díaz Gomar: Me toca hablar de Manuel José porque fui uno de los que trabaja- mos más cerca de él, y me enseñó a dirigir y a hacer teatro. Hijo de dos poetas excepcionales, nació poeta, escritor, columnista, dramaturgo, novelista, en fin, escribiente –se definía él. Reci- bió la benéfica influencia del movimiento Saker Ti, en lo revolucionario y en la pintura. Tenía die- cinueve años cuando fue el golpe de Estado de 1954, hecho que inició una época de represión El teatro en los años de la guerra, algunos recuerdos Margarita Kénefic y Roberto Díaz Gomar 20 21

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La desastrosa caída del gobierno revolucio-nario de Jacobo Árbenz mediante la inter-vención armada de los Estados Unidos y el

Movimiento de Liberación Nacional puso fin a la primavera de diez años en la que floreció el movi-miento artístico Saker Ti, el Amanecer, y fueron silenciadas –parcialmente– las voces de creado-res de justicia y belleza. Más bien, fueron perse-guidas y dispersadas; pero en el terruño quedó indefectiblemente trabada una quijada amarga, urna protectora de semillas imperecederas que seguirían empeñándose en germinar aún en el suelo ensangrentado.

Manuel Galich se encontraba fuera de Gua-temala en misión diplomática cuando se dio el terrible suceso, y no volvió al país. ¿Para qué? El nefasto llamado de “¡muera la inteligencia!” se había enraizado con toda propiedad en la sangui-naria e ignorante oligarquía guatemalteca, triun-fante en su vergonzosa entrega, constituida en fatal paradoja: al tiempo que se erguía como voz y motor pensante de la nación, derrotaba el único proyecto real de desarrollo. Tanto la historia como el presente certifican este triste hecho. El enemigo mismo, en la voz de uno de sus máximos estrate-gas, Henry Kissinger, reconoció años después que

derrocar a Árbenz había sido un error, hasta para los propios intereses del imperio.

La generación que venía adolescente cuando cayó la Revolución creció en silencio con los ojos muy abiertos. Muchos creadores fueron encon-trando y afinando sus voces. Entre las más fecundas, felices y poderosas brillaron intensa-mente en su momento y alcanzaron condición de inmortales las de Hugo Carrillo y Manuel José Arce. Queremos recordar aquí, nosotros que fui-mos honrados con su amistad y su enseñanza, algo muy representativo del teatro de los años de la guerra: El corazón del espantapájaros (1962), de Hugo Carrillo (1962); y Delito, condena y ejecución de una gallina (1968), de Manuel José Arce.

Roberto Díaz Gomar: Me toca hablar de Manuel José porque fui uno de los que trabaja-mos más cerca de él, y me enseñó a dirigir y a hacer teatro. Hijo de dos poetas excepcionales, nació poeta, escritor, columnista, dramaturgo, novelista, en fin, escribiente –se definía él. Reci-bió la benéfica influencia del movimiento Saker Ti, en lo revolucionario y en la pintura. Tenía die-cinueve años cuando fue el golpe de Estado de 1954, hecho que inició una época de represión

El teatro en los años de la guerra, algunos recuerdos

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y oscurantismo, y cayó preso, no sé los motivos exactos. Creo que no hacían falta muchos moti-vos en aquella época.

Margarita Kénefic: Recuerdo a Hugo Carrillo como un genio generoso, tan ansioso de enseñar como nosotros de aprender. A su lado trepamos por cada escaño del oficio teatral, desde la dra-maturgia hasta la producción, pasando por los mil aspectos de la creación de personaje y tantos más vericuetos de la dirección escénica. Nos enseñó también sobre la lealtad y el arte de vivir, sobre la misión del teatro y la tarea del artista: Maestros de la esperanza, nos mandaba a ser. Y luego nos agregaba, socarrón, “hay que ser tierno, cabro”.

Roberto Díaz Gomar: Manuel José no estuvo preso mucho tiempo, y al salir continuó en el movimiento artístico creciente, escribiendo obras de teatro del absurdo pero con una carga social muy fuerte, como Diálogo del gordo y el flaco con una rockola. Por esos tiempos, tuvo una columna permanente en el diario El Gráfico titulada Diario de un escribiente, que llegó a tener gran influen-cia en la sociedad guatemalteca. En comunidades indígenas se reunían para leerlo y comentarlo los fines de semana. Sus artículos en la prensa provo-caron tanto conflicto que se vio obligado a salir del país. Se trasladó a París con su segunda esposa, lugar donde nació su segundo hijo, justo en medio del movimiento de Mayo del 68. Allí trabajó junto a Miguel Ángel Asturias, a quien acompañó a reci-bir el Premio Nobel de Literatura. Estando allá, ocurrió el asesinato de Rogelia Cruz Martínez,1 y en este hecho se inspiró para escribir su obra más famosa, Delito, condena y ejecución de una gallina, junto con otras dos piezas que formaron una tri-logía muy popular.

1 Quién es Rogelia Cruz y por qué Manuel José Arce escribió Delito, condena y ejecución de una gallina en su memo-ria: Rogelia Cruz estudiaba arquitectura en la Universidad de San Carlos, y allí conoció y se adhirió al ideario de las fuerzas revolucionarias. Fue la compañera de vida de Leonardo Castillo Johnson, combatiente del frente urbano de las Fuerzas Armadas Rebeldes, y ese hecho la marcó como objetivo de las estructuras secretas de represión en-quistadas en las altas esferas del Estado. Fue secuestrada y torturada con saña inaudita, violada y mutilada; luego descuartizaron su cuerpo y esparcieron los pedazos sobre una carretera. Tenía 27 años y estaba embarazada.

Este crimen impactó a la sociedad guatemalteca, por-que Rogelia había sido reina nacional de belleza unos años antes, de manera que era muy conocida. La gente quedó atónita por la exagerada crueldad, la cual, años después, llegaría a ser táctica común durante las campañas de tie-rra arrasada contrainsurgente. En la actualidad, se pre-tende debatir si estas campañas fueron o no genocidio.

Margarita Kénefic: Estando en Francia, le comenzaron a hablar los fantasmas a Carrillo. Un espantapájaros se le atravesó entre tantas inquietudes e incertidumbres sobre el rumbo que llevaba la lejana y amada patria, y no tuvo más remedio que darle vida y vuelo en El corazón del espantapájaros, obra fundamental que retrata la tradición represiva de las tiranías en nuestra tierra. Cuenta en un tiempo “actual” –finales de los años 50, inicios de los 60– una historia de un tiempo “anterior” –Estrada Cabrera, 1898-1920– que en realidad viene a ser una visión del tiempo “venidero” a corto plazo: la guerra del Estado guatemalteco contra su pueblo. Aunque lo más preciso que registra El corazón… es la implacable represión a cualquier expresión popular, no deja de ser un aviso del inevitable surgimiento de una lucha armada. Retrata también la feroz división social que yace en el fondo de nuestra nación mul-tiétnica, sobre la cual se levantó desde el inicio y se mantiene hasta el presente: una estructura de injusticia que nos hace figurar de manera muy triste en todos los índices de medición social.

Roberto Díaz Gomar: A su regreso a Guate-mala, decidió montar La gallina en el Festival de Teatro Guatemalteco, con el apoyo de la Dirección de Bellas Artes. Me presenté al casting, fui selec-cionado y trabajé por primera vez con él. A partir de allí la amistad fue creciendo y trabajamos, ya sea juntos o por separado. Él me dio a conocer las categorías del teatro popular de Augusto Boal, que tanto me inspiraron en los montajes que posterior-mente realicé con el Teatro de Humanidades y con el grupo Equis-Equis de la Facultad de Derecho.

Margarita Kénefic: Unos años después escribió y montó La calle del sexo verde, en la que pone en escena la crudeza de las relaciones humanas que hacen encuentro en la calle de un barrio urbano de la época. Luego vino su trilogía de teatro del absurdo: Sueño profundo y vacío, El ruedo de la mortaja, y Autopsia para un teléfono, presentadas juntas bajo el título de Sueño, mortaja y autopsia. Al igual que el teatro del absurdo de Manuel José Arce, estas obras llevaban una fuerte carga de comentario político al margen de sus personajes y estructuras en apariencia abstractas. Después vino El Señor Presidente.

Roberto Díaz Gomar: En 1979, para salvar la vida ante amenazas insistentes, se vio obligado a dejar el país. Inició así un difícil exilio en el que siempre mantuvo presente a su patria y por la que trabajó hasta el último momento, escribiendo sin parar mientras tuvo aliento. Sus dos últimas obras,

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de corte poético y revolucionario, fueron Rituales y El coronel de la primavera, esta última montada en Albi, Toulouse, Francia, en 1985, el mismo año en que falleció, a consecuencia de un tremendo cáncer, a sus cincuenta años. Sus obras teatrales y literarias siguen siendo de actualidad, y es uno de los autores más montados en nuestro país.

Margarita Kénefic: Miguel Ángel Asturias visitó Guatemala por última vez en 1966, y para esa oca-sión la Compañía Nacional de Teatro presentó, bajo la dirección de Hugo Carrillo, El mundo mágico de Miguel Ángel Asturias, collage escénico de tex-tos de la obra del Gran Lengua, tanto teatro como poesía y escenas de su narrativa. Iban dos cuadros de El Señor Presidente: escenas de los mendigos del Portal del Señor y los presos en las tenebrosas cárceles del régimen. De tal manera impactaron a Asturias estas escenas, que tanto en público como en privado le pidió a Hugo Carrillo que completara la versión teatral de su novela. Así fue hecho, y en 1974 se estrenó la obra en la Universidad Popular, hoy Sala Manuel Galich, bajo la dirección de Rubén Morales Monroy. Fue un enorme éxito: llegó a rea-lizar más de trescientas representaciones, un hito en el teatro de aquellos tiempos.

Roberto Díaz Gomar: Después de ese tiempo con Manuel José, quien me traspasó al nuevo Grupo de Teatro de Humanidades de la USAC y me heredó un montaje a medias de su obra Com-permiso, el cual sacamos adelante, permanecí con ese grupo y continuamos preparando obras de teatro popular de corte cómico para llevar por los pueblos. Salíamos los fines de semana a cambio de hospedaje, alimentación y pasaje de camioneta. Estas experiencias nos dieron mucha cohesión como grupo.

Margarita Kénefic: Después de Carrillo for-mamos con Luis mi esposo el Grupo La Vasija, al que llevamos la escuela que era nuestro legado del Maestro de cuando estuvimos en su grupo, Teatro Club. Montamos una obra en homenaje a Manuel José Arce, quien había muerto lejos de su patria el año anterior, para rabia y dolor nuestro. La obra, collage a la manera que le aprendimos a Carrillo, llevaba por nombre Las palabras dul-ces del Poeta; era, en parte, amargo reclamo y, en parte, revelación de la grandeza de sus letras y de su humanidad. La llevamos itinerante como teatro para estudiantes de secundaria, tanto en la capital como en los departamentos.

Roberto Díaz Gomar: Años más tarde, con el grupo de teatro Equis-Equis, hicimos un periódico mural llamado “Denuncia” y decidimos montar

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obras jocosas pero que concientizaran. En El char-latán poníamos a los candidatos presidenciales de turno en un ring de boxeo, tirándose discursos de frases huecas sobre una falsa democracia, disfra-zada, en la que sólo participaban militares de la misma calaña.

Margarita Kénefic: A raíz de causarle buena impresión Las palabras dulces del Poeta al Dr. Celso Lara, el insigne historiador y amigo de Manuel José Arce nos encomendó la creación de una obra de teatro sobre la tradición oral popular de Gua-temala, basándonos en el vasto cuerpo transcrito de las recopilaciones que había hecho a lo largo de su carrera. El resultado fue Los cuentacuentos, en donde la manía de chismosos y relatores que permea nuestra nacionalidad va hilando cuentos, ya cercanos, ya remotos, entre lo cotidiano y lo fantástico. Más que el comentario meramente político, ahondamos en el escrutinio de lo que yace en la trastienda de la imaginería popular llevada a la oralidad. Presentamos esta obra a centros educativos urbanos y rurales, además de realizar funciones populares. Ulteriormente, nos acompañó al exilio.

Roberto Díaz Gomar: Quincho barrilete, de Car-los Mejía Godoy, era una canción nicaragüense muy popular, y a pedido de unos chicos de un asentamiento creamos una obra basada en juegos populares que contaría la historia del niño héroe. Íbamos los sábados y los domingos a ver jugar a los niños, a aprender a jugar con ellos, y luego empe-zamos a jugar entre nosotros, hasta creérnoslos por completo. Un día dos actores llegaron a las manos por un juego, y consideramos que estába-mos listos. Los juegos se convirtieron en actos, que al mismo tiempo eran estrofas de la canción. En el estreno, en un pequeño asentamiento, el público participó entusiasta, cantando y jugando con nosotros. Sin usar tarima, empezábamos con un juego de canicas en el suelo hasta terminar en una huelga general construyendo un barrilete popular de campesinos, obreros, pobladores, estudiantes, y lo hacíamos remontar hasta el cielo.

Margarita Kénefic: La multitud de persona-jes de Los cuentacuentos podían ser interpretados por tres, cuatro o cinco actores si hubiera más, pero idealmente deberían ser interpretados cada uno por un actor/a. Resultaba impensable que un grupo reducido y desterrado pudiera aspirar a ello, pero lo que liga, liga: en el DF de México nos encontramos con un grupo de teatro de jóvenes guatemaltecos hijos e hijas de cuadros

y militantes de las Fuerzas Armadas Rebeldes y de organizaciones afines. Nos invitaron a echar-les una manita con su montaje autodirigido de El Señor Presidente, lo que resultó en una alianza que fue más allá de lo político y entró al terreno de las amistades más profundas. Al año siguiente nos pidieron ayudarlos con otra obra; leímos con ellos Los cuentacuentos. Los jóvenes se identifica-ron mucho con la obra y la montaron con esmero. El trabajo quedó truncado tras una sola presen-tación, debido a diferencias de visión y concepto entre los responsables políticos de los jóvenes y los asesores artísticos; aun así, quedamos con el buen sabor y una gran satisfacción.

Roberto Díaz Gomar: Equis-Equis y su tea-tro militante continuaba haciéndose presente en conflictos de obreros, campesinos y pobladores, como en San Idelfonso Ixtahuacán, y creció a la par del movimiento popular durante el conflicto armado. El Barrilete se elevaba enorme y con gran fuerza cuando me vi obligado a salir de Gua-temala. Y continuó creciendo mucho después de 1978, hasta terminar el 31 de enero de 1980 calci-nado en la Embajada de España.

Margarita Kénefic: Recordando 1972, gober-naba Arana y sin embargo el teatro gozaba de un marco de tolerancia y promoción por parte de la Directora de Bellas Artes, la célebre Lic. Eunice Lima. Apareció ella un día con un director de teatro que había causado furor en Portugal por su mon-taje de Hamlet, y convocó a la Compañía Nacional de Teatro2* para poner en manos de Juan Carlos Ubiedo un elenco que alcanzara para recrear los círculos del Infierno de La Divina Comedia, pieza que constituiría el plato fuerte del V Festival de Arte y Cultura de Antigua Guatemala. Acudimos más de cien artistas, de teatro, de danza, algunos músicos, una o dos de la plástica; nos desnuda-mos emocionalmente y nos lanzamos de cabeza a los pecaminosos actos que, según Dante, lleva-ban a las almas al padecimiento eterno.

Roberto Díaz Gomar: Por los tiempos del Gene-ral Carlos Manuel Arana Osorio desaparecieron a Juan Luis Molina Loza, estudiante y hombre de teatro con quien habíamos fundado un grupo en la Universidad Rafael Landívar. No tuvieron éxito

2 La Compañía Nacional de Teatro no era una agrupación fija y presupuestada del Estado como lo eran el Ballet Guatemala o la Orquesta Sinfónica Nacional; era una entidad virtual compuesta por el universo de actores y actrices de diversos orígenes y es-cuelas que hacían lo que querían o podían y que respondían al llamado de Bellas Artes cuando ésta se disponía a producir una obra multitudinaria.

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los recursos de exhibición personal, por lo que su madre, también actriz, se plantó frente al Palacio Nacional con un rótulo que exigía la aparición de su hijo, y se declaró en huelga de hambre. La reacción del Presidente fue mandarla al manicomio, cargada en vilo por miembros de las fuerzas de seguridad.

Margarita Kénefic: A los pocos meses, había-mos recreado los primeros cuatro círculos por los que Virgilio conduce a Dante, y estábamos poseí-dos no tanto de las almas condenadas que encar-nábamos cuanto de la genial furia de Ubiedo; la cual estaba, por demás, bastante cuestionada entre la inteligencia teatral de la época. Para sus actores Ubiedo era intocable. No se equivocaba, todo lo sabía, era ungido del propio Grotowski.

Roberto Díaz Gomar: Queríamos hacer algo porque apareciera el compañero, y de esta angus-tia nace Collage, pieza compuesta de trozos del discurso oficial que se difundía en la radio y la tele, y de hechos que iban sucediendo. Utilizamos maquillaje estilizado para ocultar las identidades de los artistas. Nos presentamos en toda la Usac, y la obra fue creciendo en la medida que la repre-sión castigaba. Surgió, entonces, Secuencias, y de ambas hicimos una sola obra: Collage y secuencias.

Margarita Kénefic: Un día, ya iniciado el tra-bajo de búsqueda para el quinto círculo infernal, habitado por iracundos y displicentes, Ubiedo convocó a una reunión de urgencia a la hora del ensayo. Denunció la injusta clasificación de acto-res en categorías A, B y C, con la consiguiente dis-paridad salarial, y llamó a la rebeldía y al boicot del Festival. Se sembró fulminante la discordia y el trabajo de ensayo fue abandonado, pasando más bien a conspirar y buscar la adhesión de la Orquesta Sinfónica, el Ballet Guatemala, el Coro Nacional y otras instituciones del arte programa-das en el V Festival. Ubiedo y sus más allegados pasaron a una especie de clandestinidad y al tiempo salieron del país, el Festival fue suspendido y el ciento de actores quedamos con un palmo de narices. El caso se comentó hasta la catarsis y el hartazgo, los incondicionales escarmentados fue-ron abriendo los ojos, y no faltó quien asegurara que Ubiedo era un agente de la CIA con la misión de acabar con el Festival de Arte y Cultura.

Roberto Díaz Gomar: Seguíamos presentán-donos en espacios estudiantiles y magisteriales.

Tuvimos que salir corriendo del Colegio Belga por-que nos llegaron a buscar. Estando así las cosas, surgió un festival internacional de teatro y nos pre-sentamos a la eliminatoria con la obra Cuadros de nuevas costumbres, de Leonel Méndez Dávila. Fui-mos seleccionados entre los grupos universitarios, y viajamos a Costa Rica. Estuvimos nominados como mejor grupo y mejor obra, y logramos por unanimidad el premio a la mejor dirección.

Margarita Kénefic: Lo cierto es que el llamado a la huelga se dio cuando faltaba tres semanas para el Festival, y difícilmente hubiera sido posi-ble montar en ese tiempo los restantes círculos del Infierno, en cuenta los más terribles, complejos y comprometidos: el séptimo con tres anillos, el octavo con diez fosas, y el noveno con cuatro ron-das concéntricas. Cabe sospechar que jamás hubo el intento de realizar semejante proyecto, pero las razones precisas quizás queden por siempre en las sombras de aquellos tiempos de chacales.

Roberto Díaz Gomar: Presentamos la obra una sola vez en Guatemala antes de ir al festival. Fue una tarde de domingo en el Aula Magna de la USAC, también llamada el Iglú, ante un público de estudiantes y autoridades universitarias. A nuestro retorno seguimos mostrando las obras de nuestro repertorio en los conflictos que iban surgiendo. Participamos en el Festival de Teatro Guatemal-teco con El canciller cadejo, de Manuel Galich. El grupo dejó de trabajar cuando se quemó el Teatro Carpa de la Municipalidad de Guatemala y yo me retiré a preparar el privado de mi graduación.

Margarita Kénefic: Del descalabro renacieron nuevos trabajos, obras originales como La última profecía, de Manuel José Arce; y montajes de pie-zas vitales como Las manos de Dios, de Carlos Solórzano. El V Festival fue calendarizado nue-vamente para noviembre de ese año, fueron res-catados los espectáculos truncados y fortalecido el programa con Fuenteovejuna bajo la inspirada dirección de otro equipo de maestros invitados. A la distancia de los años podemos apreciar que los fuegos encendidos en esa época, en cuenta por el señalado, ardieron por encima de la mentira y la muerte; y las cenizas que quedaron, abonaron la lucha del frente social y crítico constituido por el arte escénico, que con todo y contradicciones camina, ha caminado y seguirá caminando. m

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