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El Sínodo de la Panamazonía Recién escribo sobre el Sínodo, porque recién estoy teniendo tiempo para hacerlo. Me vino bien la demora, porque en este momento puedo hacer una lectura más enriquecida. Uno de los riesgos que temía durante la preparación del Sínodo, era que se convirtiera en un evento eclesial paralelo a la vida real de nuestras comunidades eclesiales apartadas, sin internet ni posibilidades de participar activamente como se puede hacer desde las ciudades. Por eso, ha sido muy importante para mí, el “continuar el Sínodo” haciendo la visita pastoral, si no a todo, a buena parte del Vicariato, y conectar lo vivido y reflexionado en el Vaticano con la vida cotidiana y las preocupaciones de nuestros pueblos. Antecedentes al Sínodo de la Panamazonía. Estando en la Misión de Kirigueti, el día en que Francisco fue elegido Papa, una isula voladora (hormiga grande con una picadura muy dolorosa que dura varias horas) vino y me picó en el dedo pulgar. Fue un signo del picotazo que el Papa Francisco nos ha dado a la Iglesia para sacarnos del letargo en el que estábamos cayendo. Recuerdo que me llegaban algunas frases suyas que ya denotaban un estilo diferente: “prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle más que una Iglesia enferma por estar encerrada y acomodada en sus seguridades”. La exhortación apostólica “La alegría del Evangelio” que el mismo Papa anunciaba como programático de su pontificado (EG 25), para mí está en el origen de lo que después ha venido aconteciendo: “¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!” (EG 261). Un segundo documento, provocó la atención de la Amazonía y de nuestras misiones: la encíclica Laudato Sí. Recuerdo el temor que me invadió cuando supe que el Papa Francisco estaba escribiendo una carta encíclica sobre la ecología. Era un miedo justificado porque muchas veces éramos testigos cómo nuestras comunidades nativas y campesinas eran excluidas de los recursos de la tierra para paliar los daños que los países enriquecidos seguían propiciando al planeta. Pero el Papa lo dejó bien claro: “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una

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El Sínodo de la Panamazonía

Recién escribo sobre el Sínodo, porque recién estoy teniendo tiempo para hacerlo. Me vino bien la demora, porque en este momento puedo hacer una lectura más enriquecida. Uno de los riesgos que temía durante la preparación del Sínodo, era que se convirtiera en un evento eclesial paralelo a la vida real de nuestras comunidades eclesiales apartadas, sin internet ni posibilidades de participar activamente como se puede hacer desde las ciudades. Por eso, ha sido muy importante para mí, el “continuar el Sínodo” haciendo la visita pastoral, si no a todo, a buena parte del Vicariato, y conectar lo vivido y reflexionado en el Vaticano con la vida cotidiana y las preocupaciones de nuestros pueblos.

Antecedentes al Sínodo de la Panamazonía.

Estando en la Misión de Kirigueti, el día en que Francisco fue elegido Papa, una isula voladora (hormiga grande con una picadura muy dolorosa que dura varias horas) vino y me picó en el dedo pulgar. Fue un signo del picotazo que el Papa Francisco nos ha dado a la Iglesia para sacarnos del letargo en el que estábamos cayendo. Recuerdo que me llegaban algunas frases suyas que ya denotaban un estilo diferente: “prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle más que una Iglesia enferma por estar encerrada y acomodada en sus seguridades”.

La exhortación apostólica “La alegría del Evangelio” que el mismo Papa anunciaba como programático de su pontificado (EG 25), para mí está en el origen de lo que

después ha venido aconteciendo: “¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!” (EG 261).

Un segundo documento, provocó la atención de la Amazonía y de nuestras misiones: la encíclica Laudato Sí. Recuerdo el temor que me invadió cuando supe que el Papa Francisco estaba escribiendo una carta encíclica sobre la ecología. Era un miedo justificado porque muchas veces éramos testigos cómo nuestras comunidades nativas y campesinas eran excluidas de los recursos de la tierra para paliar los daños que los países enriquecidos seguían propiciando al planeta. Pero el Papa lo dejó bien claro: “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una

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ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139).

Otro hito importante fue el surgimiento de la REPAM, Red Eclesial Panamazónica. Una red que nace sin ningún interés de instucionalizarse como un organismo más, sino que pretende articular la Iglesia en la Amazonía desde la convicción de que en ella todo está interrelacionado, y por lo tanto, debemos afianzar los lazos que nos unen para responder a los retos que nos interpelan. El antropólogo y misionero dominico Ricardo Álvarez Lobo tenía esta intuición de la unidad panamazónica fundamentada en la existencia de un antiguo imperio panamazónico que él descubría en el estudio de las diferentes etnias de la selva. Esta red eclesial, tuvo un papel fundamental en la preparación del Sínodo, cumpliendo precisamente su función de articular a toda la Iglesia Panamazónica.

Por último, la Visita del Papa Francisco a Puerto Maldonado. El Coliseo con cuatro mil indígenas amazónicos y quechuas, las comunidades en el centro del escenario, con sus costumbres, sus vestidos, sin intermediarios, de tú a tú con el Papa. Los ancianos y

ancianas sentados con el Papa liderando el acto, y rodeando esta escena, los líderes políticos indígenas, el presidente de la República con algunos congresistas, los obispos, misioneros y misioneras, los cuatro mil representantes de los pueblos. Y en este escenario el Papa pronuncia: “He querido comenzar mi visita por Uds.”, “ayuden a sus obispos, ayuden a sus misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esa manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este espíritu convoqué el Sínodo para

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la Amazonía en el año 2019, cuya primera reunión, como Consejo pre-sinodal, será aquí, hoy, esta tarde”.

Preparación activa del Sínodo. Amazonía: Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral.

El título del Sínodo ya marcaba la intuición del Papa Francisco desde los comienzos de su episcopado cuando en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro en el 2013 decía a los obispos brasileños que la Amazonía era el banco de prueba de la Iglesia y la sociedad brasileña. Aquella intuición llevó al Papa a convocar a la Iglesia Amazónica que se puso en “modo sínodo”. Más de 87 mil personas, entre indígenas, campesinos, quilombolas, citadinos, religiosos/as, sacerdotes, obispos, líderes de todo tipo, participaron en una extraordinaria consulta, y apoyados en el documento previo elaborado por la comisión pre-sinodal, a través de 46 asambleas regionales y varios foros acaecidos dentro y fuera de la Amazonía, trazaron los nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. De las consultas surgió el instrumento de trabajo, que fue un excelente esfuerzo sinodal eclesial sin precedentes que permitió escuchar el grito de la tierra y de los pobres. Gracias a esta vertiginosa y grandiosa labor realizada, cuando llegamos a Roma todos teníamos la sensación de que a pesar de venir de rincones amazónicos muy aislados y distantes unos de otros, compartíamos una misma problemática, una misma ilusión y una misma esperanza.

Amazonía. Si bien antes la Iglesia había pronunciado esta palabra, ahora lo hacía con una fuerza especial. Hacerlo era reconocer su unidad geográfica, biológica, cultural, y ahora también eclesial. Y la pronunciaba en Roma, en el corazón de la Iglesia. Toda la Iglesia Universal se abría a la periferia para dejarse interpelar por ella. Si en la Evangelii Gaudium el Papa nos animaba a todos a salir a las periferias, él había dado ejemplo viniendo a la Amazonía, y escogiendo a los pueblos indígenas como interlocutores relevantes. Y ahora traía a la periferia a su casa, para dejar que la Iglesia toda, haga su proceso de conversión a la escucha del grito de la tierra y de los pobres.

El desarrollo del Sínodo.

La participación en el Sínodo fue masiva y plural: 184 padres sinodales, 55 auditores (religiosos/as, indígenas), 25 expertos/as, 6 delegados fraternos de otras confesiones cristianas, 12 invitados especiales, 62 asistentes de todo tipo. Salvo los asistentes, los demás pudieron ser escuchados como mínimo 4 minutos por la Asamblea Sinodal. Luego en los círculos menores (trabajo en grupos), todos pudieron participar y discutir los diferentes temas que habían surgido en la Asamblea. Las exposiciones de los participantes, las discusiones en los círculos menores, el esfuerzo por redactar los

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aportes de cada grupo al plenario… Fueron 21 días intensos de emociones, trabajo, cansancio, entusiasmo, fraternidad y sororidad en los que el Espíritu Santo, que ya venía haciendo su trabajo en la etapa presinodal, campó a sus anchas. A modo de resumen, me quedo con una imagen, un grito y una provocación.

La imagen es la del inicio del Sínodo en la Basílica de San Pedro el lunes 7 de octubre. El Papa rodeado por los indígenas, alguna religiosa, algún cardenal, y varios misioneros y laicos, y por delante de ellos una hilera de obispos y cardenales en procesión hacia el aula sinodal Pablo VI. Y un canto, “avancen hacia aguas más profundas y echen sus redes para pescar”. El Papa con el pueblo amazónico, empujando a los obispos al Sínodo, animándoles a asumir los retos que hoy les plantea la Amazonía, exigiéndoles su responsabilidad pastoral de discernir nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral.

El grito del líder indígena: “Por desgracia el oro (la extracción del oro) está más cerca de nuestras comunidades que la Palabra de Dios”. Resumía con esta frase la reiterada denuncia sinodal contra un extractivismo que para muchos pueblos indígenas de la Amazonía en vez de ser oportunidad para el desarrollo cultural, económico y social, se convierte en desgracia que impacta terriblemente sus comunidades y destruye sus medios de vida. Y reclama también la ausencia de la Iglesia en muchas comunidades nativas y el llamado que los indígenas hicieron al Papa en Puerto Maldonado para que seamos, o sigamos siendo aliados suyos.

La provocación, una vez más, la del Papa. Habíamos escuchado las numerosísimas intervenciones en el aula, y las habíamos meditado (cada 4 intervenciones, se dejaban 4 minutos de silencio para orar sobre lo escuchado). El diagnóstico resultante de la Amazonía era emotivo y espiritual porque fotografió una Iglesia comprometida: obispos, religiosos e indígenas tremendamente apasionados e impactados por el clamor de la Amazonía y sus pueblos. Pero también era desgarrador escuchar la vulneración de los derechos de los pueblos más indefensos contra sus territorios, la persecución de líderes defensores de la Amazonía y el desastre ecológico en sus vastas dimensiones. Al concluir las intervenciones el Papa pidió la palabra y nos interpeló

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pidiéndonos el desborde. “No pretendan domesticar esta violencia”, nos dijo, “no lo lograrán”. “Más bien, esto solo se puede vencer por desborde”. Todos nos quedamos sorprendidos y meditabundos. Yo estuve dándole vueltas a este asunto. Se me venía a la cabeza la reflexión de San Pablo a los romanos en el capítulo 5: “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. También se necesita una sobreabundancia de nuestra entrega. Justo esos días había pasado por Roma Mons. Raúl Vera, obispo dominico en México. Me llamó para recordarme lo que ya me había dicho con anterioridad cuando el Papa me nombró obispo: “David, tienes que adquirir conciencia martirial, no hay otra forma de llevar el episcopado”. Pensé: también el Papa nos pide una conciencia martirial. A tanta violencia, tanto pecado, no hay más remedio que desbordarse en la respuesta, entregarlo todo, sin mediocridades, confiados en el desborde por sobreabundancia de la gracia. Es precisa una conversión pastoral, cultural, ecológica y sinodal.

¿Y ahora en el Vicariato qué?

Algunos me preguntaban qué iba a pasar ahora en el Vicariato. ¿En qué afecta? Otros me decían que la mayoría de los laicos del Vicariato, incluso

algunos sacerdotes y religiosos viviendo en lugares incomunicados, apenas han tenido contacto con el Sínodo y con sus documentos previos y conclusivos. Otros, que la antipropaganda y tergiversación que un reducido aunque poderoso sector de la Iglesia había generado, habían logrado opacar el Sínodo.

Yo siento que Diosito está hablando fuerte y claro en nuestro Vicariato. Los acontecimientos condicionantes que al comienzo de este breve artículo he citado como previos al Sínodo y el propio Sínodo, son un tiempo de gracia para nuestra Iglesia local. Además de todos estos acontecimientos, el Vicariato está inmerso en un trabajo de redefinición de sus desafíos que tiene sus antecedentes en las reflexiones parroquiales, asambleas zonales y una concreción más explícita en la VII Asamblea

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Vicarial de febrero de 2019. Los desafíos que estamos descubriendo, las situaciones límite que están condicionando nuestra historia y que son conflictivas y generadoras de nuestras decisiones, la toma de conciencia de que estamos en una inercia estática que debemos romper, nuestras asambleas y nuestro caminar vicarial, todo ello son pasos hacia nuestra conversión pastoral, cultural, ecológica y sinodal.

El Sínodo se clausuró oficialmente en la Misa en la basílica de San Pedro en Roma el 27 de octubre y el día 8 de noviembre comencé a visitar las parroquias del Vicariato, compartiendo las dificultades y los retos, las tristezas, alegrías y esperanzas y animando a las comunidades a revitalizarnos aprovechando el impulso del Sínodo. Compruebo que como no podía ser de otra manera, las preocupaciones del Vicariato, son las del Sínodo: necesidad de formación de nuestros agentes de pastoral, necesidad de implicar más al laicado en las parroquias y comunidades, las dificultades para sostener humana y económicamente nuestra Iglesia local, los graves problemas socio-ambientales sobre todo en el Madre de Dios, tanto en las zonas mineras como madereras, el creciente narcotráfico, la escasez de sacerdotes para atender todas nuestras parroquias, las dificultades para sostener nuestras redes educativas, la corrupción de autoridades, la recesión económica, las familias rotas con consiguiente sufrimiento, la violencia e inseguridad en amplias zonas del Vicariato, la desestructuración y pérdida de identidad de algunas comunidades nativas por los impactos sociales generados por la industrialización de sus territorios. Y ante estas situaciones descubro que tenemos bastantes fortalezas y vamos caminando por las rutas que el Sínodo nos propone: la fortaleza de religiosas y religiosos que contagian entusiasmo, agentes de pastoral que no se rinden y nos permiten soñar con la diversidad ministerial ansiada para nuestras parroquias, la decisión de algunas parroquias de implementar la pastoral de la solidaridad, el surgimiento de iniciativas para la defensa de nuestra Amazonía, la entrega de nuestros sacerdotes y el ingreso de nuevas vocaciones al seminario, los esfuerzos que el Perú está haciendo contra la corrupción, la creación de grupos pastorales que cuidan de nuestras familias, la alianza centenaria de nuestro Vicariato con los pueblos indígenas, tanto quechuas como originarios amazónicos, el compromiso adquirido con la juventud indígena a través de escuelas e internados, nuevas iniciativas que surgen para los migrantes a la ciudad.

Visitar cada rincón del Vicariato siempre es un regalo de Dios. Pero este año tenía un sabor especial. Llegaba de Roma, del Sínodo de la Amazonía. En él el Papa Francisco y toda la Iglesia Universal nos daba un espaldarazo y una palabra de ánimo: SIGAN REMANDO, AVANCEN HACIA AGUAS MÁS PROFUNDAS Y ECHEN SUS REDES PARA PESCAR. Este año, la visita al Vicariato ha tenido un sabor más universal, la alegría de saber que no estamos solos, sino que toda la Iglesia Universal se siente Amazonía con nosotros.

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Cabe detenerme en las reuniones que tuve con los laicos de dos parroquias mineras. Ellos están pasando por un momento difícil. La “operación mercurio 2019” que lanzó el gobierno peruano para erradicar la minería ilegal en la zona conocida como La Pampa, en el departamento Madre de Dios, ha provocado el desalojo de miles de personas, destrucción de campamentos, la incautación y destrucción de motores, insumos y maquinaria pesada, entre otros. Es una decisión esperada que había que tomar, y comenzó a hacerse un año después de la Visita del Papa Francisco a Puerto Maldonado, con el respaldo de las federaciones mineras, el gobierno central, el gobierno regional y el compromiso decidido del poder judicial y las fuerzas militares del país. Es un sacrificio grande para muchos, pero todos acaban reconociendo que no podíamos permitir un desastre de tamaña naturaleza ni en la Amazonía, ni en ningún otro lugar del planeta. En mi visita, los mineros me sacaron el tema: “Monseñor, Ud. ha participado en el Sínodo como secretario especial. ¿Ud. está en contra de la minería del oro? Nosotros que vivimos de la minería, ¿de qué vamos a vivir si la erradican?”

Recuerdo que el Papa, en sus primeros años de pontificado hablaba bastante del derecho a las tres tes: Tierra, Techo, Trabajo. A partir de esta idea, les expliqué el concepto de ecología integral, tal como aparece en la Laudato Sí. “Uds. tienen derecho al trabajo y a sostener dignamente a sus familias. Para muchos fue un sufrimiento terrible llegar a la selva y abandonar la sierra buscando un modo de vida que en su tierra no encontraron. De haber tenido otra alternativa, probablemente nunca habrían venido. Pero eso no justifica el desastre ecológico que estamos causando. Uds. que trabajan en la minería, conocen mejor que yo el terrible daño a la naturaleza que están haciendo. No es dable que invadamos de esta manera tan exagerada los territorios de los pueblos indígenas, a quienes ya no les queda otro remedio que unirse a la minería, si es que quieren sobrevivir, y encima les criticamos diciendo que también ellos hacen minería. Algunas de las comunidades nativas de Madre de Dios que viven alejados de la minería, tienen que padecer los efectos de la contaminación de peces por el mercurio. Las miles de hectáreas de bosque totalmente destruidas y abandonadas en su desnudez, nos exigen junto a todo lo anterior que hagamos algo ¿no es cierto? Si bien tenemos derecho a trabajar, la tierra también tiene sus derechos. ¿Por qué no aplicamos esa bonita tradición de la ofrenda a la tierra presente en la cultura andina para reponerle a la tierra, si no todo, algo de lo que le hemos quitado? ¿Por qué no empezamos a invertir parte de la ganancia que nos genera el oro

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en reponer a la tierra la vegetación y belleza que le hemos arrancado? Estamos en un 17% de deforestación y el consenso de los científicos nos dice que llegar al 21% supondría sabanizar la Amazonía, afectar seriamente el ciclo del agua, provocar un mayor calentamiento del planeta, acelerar la desaparición de los glaciares, afectar seriamente nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de todo el planeta. ¿No debemos comenzar desde ahora a hacer algo? ¿No tenemos el mandato divino de cuidar la tierra que se nos ha regalado? ¿No debemos los católicos, discípulos de Cristo, tomar la iniciativa y empezar a generar cambios significativos que contagien al resto?”

En las parroquias de la zona minera del Vicariato, nunca se habían atrevido en mi presencia a enfrentar el tema tan frontalmente, y yo tampoco lo había hecho con ellos. Culminamos el encuentro acordando que debíamos buscar ayuda, tanto en nuestra Cáritas Madre de Dios como en entidades extranjeras, para repensar nuestra forma de obtener recursos de la tierra sin causar el destrozo ambiental y social que estamos causando. El Sínodo ya está comenzando a dar sus frutos, y se empiezan a reblandecer nuestros corazones. El Espíritu Santo los tiene listos para la conversión que el Sínodo nos pide a toda la Iglesia.

La Iglesia Latinoamericana y la Iglesia Universal.

Creo que este Sínodo de la Amazonía denota también la madurez de la Iglesia Latinoamericana. En el año 1968 con la Conferencia Episcopal en Medellín, la Iglesia Latinoamericana iniciaba un proceso continuado cuyo último eslabón fue la Conferencia Episcopal en Aparecida. En ella, el cardenal Bergoglio tuvo un rol fundamental. Esas líneas pastorales de Aparecida con su lema discípulos y misioneros, acabaron siendo un valioso aporte, no sólo para América Latina, sino para la Iglesia Universal, y se van concretando con la llegada al Vaticano del primer papa latinoamericano. El Sínodo de la Amazonía es un importante hito más en la historia de la Iglesia latinoamericana, que en comunión con la Iglesia Universal, aporta a ésta su proceso de conversión al Señor y fidelidad a los pueblos.

Puerto Maldonado, 2 de enero de 2020

+ David Martínez de Aguirre Guinea, OP Obispo Vicario Apostólico de Puerto Maldonado. Secretario especial del Sínodo de la Panamazonía.