El Silenciero

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7/15/13 12:36 PM Página/12 :: Verano12 :: El silenciero Page 1 of 4 http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/140773-45343-2010-02-22.html ULTIMAS NOTICIAS EDICION IMPRESA SUPLEMENTOS TAPAS ROSARIO/12 FIERRO VERANO12 El silenciero Por Antonio Di Benedetto El trastorno de mi madre era también el nuestro. Sólo que ella tenía en la sangre el hábito de vivir allí donde pudiera decir “Esta es mi casa” o “Lo fue de mis padres y de otras dos generaciones con mi nombre”. Se le confundían, me parece, las casas de pensión con asilos y hospitales o con lugares donde habitara de prestado. Ella opinaba que, por lo menos, debíamos conseguir casa en arriendo. Yo le contenía la voluntad, argumentando: –¿Para qué, si pronto compraremos una?... En verdad y reservadamente, las cifras me atajaban. De nuestra casa obtuvimos 900.000 pesos. Los honorarios del comisionista y la escribana, los gastos de bodas (ropa, reunión, viaje) mermaron el monto hasta 820. Los 820 se fueron descortezando, y asimismo los 800 y los 780: la pensión de los tres (y el piano, que estorbaba el regateo) costaba 18.000, más tarde 21, 24, 30, y arriba siempre. Frente a las salidas, mi sueldo perdió la ventaja inicial, se emparejó, cedió. De los 780 y los 750, para alquilar tendría que tomar un bocado en pago de la llave, con lo cual se achicaría el capital para la compra o construcción. Reiteraba su queja: –Tendríamos que haber comprado aquélla... Aquélla, la que antes que ninguna nos sedujo. Pero mi madre olvidaba: –Mamá, usted se olvida de que era sábado, y el lunes, al volver, descubrimos detrás los ruidos del aserradero de madera. –Sí, entonces te volviste desconfiado. Dabas vueltas. –Es la manera, creo yo. Si la casa ofrecida nos gustaba, yo me apartaba del diálogo y el vendedor quedaba con Nina o con mi madre. Detectaba los ruidos que podrían filtrarse por patios o paredes. El método solía derivar a lo enojoso. Si desistía y confesaba la causa, el vendedor la consideraba un menosprecio de mi parte y me trababa en discusiones inservibles acerca de la importancia o poder de alteración del ruido tal o cual. Por lo tanto, si la casa estaba en venta y nos interesaba de algún modo, antes de entrar yo daba vueltas. Un letrero, en la calle de atrás o del costado, me revelaba la entraña ruidosa que podía tener esa manzana: “Fábrica de yeso”, “Fábrica de cocinas”, “Construcciones metálicas”, “Marmolería”, “Ferretería mayorista”... Máquinas trituradoras, hornos rugidores, motores trepidantes, remaches gigantescos, carga y descarga de La guerra del ruido SUBNOTAS El silenciero Por Antonio Di Benedetto VERANO12 MIS RECORTES: 0 [0%] INDICE “EL SILENCIERO”, DE ANTONIO DI BENEDETTO La guerra del ruido Por Diego Fischerman ESCRIBEN HOY A. L Alejo Diz Ana Larravide Antonio Di Benedetto Carlos Bevilacqua Cecilia Hopkins Daniel Guiñazú Darío Aranda Diego Fischerman Eduardo Aliverti Emilio A. Bellon Juan Carlos Tizziani Juan Sasturain Karina Micheletto Kim Sengupta Leandro Arteaga Marcelo Arias Martín Piqué Sebastian Abrevaya Silvina Friera Sonia Catela Werner Pertot FUTBOL EN VIVO INGRESAR REGISTRARSE EDICIONES ANTERIORES BUSQUEDA AVANZADA CORREO INDICE EL PAIS ECONOMIA SOCIEDAD LA VENTANA EL MUNDO ESPECTACULOS DIALOGOS PSICOLOGIA VERANO12 CONTRATAPA Lunes, 22 de febrero de 2010 | Hoy

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Cuento de Di Benedetto

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    VERANO12

    El silenciero Por Antonio Di Benedetto

    El trastorno de mi madre era tambin el nuestro. Slo que ella tena en lasangre el hbito de vivir all donde pudiera decir Esta es mi casa o Lo fuede mis padres y de otras dos generaciones con mi nombre. Se leconfundan, me parece, las casas de pensin con asilos y hospitales o conlugares donde habitara de prestado.

    Ella opinaba que, por lo menos, debamos conseguir casa en arriendo. Yo lecontena la voluntad, argumentando:

    Para qu, si pronto compraremos una?...

    En verdad y reservadamente, las cifras me atajaban. De nuestra casaobtuvimos 900.000 pesos. Los honorarios del comisionista y la escribana, losgastos de bodas (ropa, reunin, viaje) mermaron el monto hasta 820. Los820 se fueron descortezando, y asimismo los 800 y los 780: la pensin delos tres (y el piano, que estorbaba el regateo) costaba 18.000, ms tarde 21,24, 30, y arriba siempre. Frente a las salidas, mi sueldo perdi la ventajainicial, se emparej, cedi.

    De los 780 y los 750, para alquilar tendra que tomar un bocado en pago dela llave, con lo cual se achicara el capital para la compra o construccin.

    Reiteraba su queja:

    Tendramos que haber comprado aqulla...

    Aqulla, la que antes que ninguna nos sedujo. Pero mi madre olvidaba:

    Mam, usted se olvida de que era sbado, y el lunes, al volver,descubrimos detrs los ruidos del aserradero de madera.

    S, entonces te volviste desconfiado. Dabas vueltas.

    Es la manera, creo yo.

    Si la casa ofrecida nos gustaba, yo me apartaba del dilogo y el vendedorquedaba con Nina o con mi madre. Detectaba los ruidos que podran filtrarsepor patios o paredes. El mtodo sola derivar a lo enojoso. Si desista yconfesaba la causa, el vendedor la consideraba un menosprecio de mi partey me trababa en discusiones inservibles acerca de la importancia o poder dealteracin del ruido tal o cual.

    Por lo tanto, si la casa estaba en venta y nos interesaba de algn modo,antes de entrar yo daba vueltas. Un letrero, en la calle de atrs o delcostado, me revelaba la entraa ruidosa que poda tener esa manzana:Fbrica de yeso, Fbrica de cocinas, Construcciones metlicas,Marmolera, Ferretera mayorista... Mquinas trituradoras, hornosrugidores, motores trepidantes, remaches gigantescos, carga y descarga de

    La guerra del ruidoSUBNOTAS

    El silencieroPor Antonio Di Benedetto

    VERANO12

    MIS RECORTES: 0 [0%]

    INDICE

    EL SILENCIERO, DE ANTONIO DIBENEDETTOLa guerra del ruido Por Diego Fischerman

    ESCRIBEN HOYA. L Alejo Diz Ana Larravide AntonioDi Benedetto Carlos Bevilacqua Cecilia Hopkins Daniel Guiaz DaroAranda Diego Fischerman EduardoAliverti Emilio A. Bellon Juan CarlosTizziani Juan Sasturain KarinaMicheletto Kim Sengupta LeandroArteaga Marcelo Arias Martn Piqu Sebastian Abrevaya Silvina Friera Sonia Catela Werner Pertot

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    chapas, sierras de inagotable paciencia para rebanar bloques de mrmol... Oms cerca los pequeos talleres: Hojalatera, Vulcanizacin, Afilado desierras sinfn...

    Sin fin.

    Tambin la calesita...

    S, claro, por el altavoz con rondas que ponan desde la maana.

    Pero anotaba Nina una reserva la calesita no impidi ninguna compra...

    Verdad, slo nos corri de otra pensin, la quinta o la sexta en queestuvimos.

    La cuarta. La quinta tena el night club embutido en el subsuelo.

    No, sa era la sexta. La quinta daba a la cervecera...

    ...con mesitas sobre la vereda, y de noche, al pie de nuestro balcn:discutidores, cantores, chistosos, transistorizados; las rdenes del mozo, eltenedor que cae, el vaso que se quiebra contra el piso...

    Las motos estacionadas junto al cordn, motor en marcha, y los chaquetas-negras con sus aceleradas en seco, desafiantes...

    Las pitadas del guardacoches...

    Los picadistas, que haban elegido esa cuadra para concentrarse... Suspreparativos, con frenadas y debates... Las largadas y estampidos...

    Nos hemos quedado callados, copados por aquella memoria de voceros yde estruendos que asediaban nuestro sitio de reposar y de dormir, hasta queNina admite:

    S, la quinta. O la sptima, no recuerdo. Era impar.

    Es lo mismo, ya entonces nuestro dinero no serva.

    Novecientos mil nos dieron. Y setecientos ochenta, setecientos cincuenta osetecientos nos otorgaban un discreto poder de compra. Pero nuestrosrecursos se estancaron, sin crecer; disminuyeron, y en dos aos para la casacapaz de conformarnos tenamos que disponer de un milln ochocientos.

    El techo.

    El ruido es un tam-tam.

    Repica para convocar al ms-ruido y ahuyentar a los adictos del no-ruido.

    Forma parte de la agresin contra pap.

    (El modo ms benigno e indulgente de esa hostilidad es el desdn.)

    Estar en el ruido. Es la consigna. Han elegido y no por antojo pasa a ser elruido signo o smbolo de lo actual, lo novedoso, lo que pesa y acredita, y laruptura.

    El mundo ser del ruido o no ser. El silencio es de los muertos. S...

    El tam-tam es una emanacin, una armadura, un rechazo combatiente, o deprecombate que no tendr lugar, contra todo el enemigo, aunque no est a lavista. (El tamborero de tam-tam slo se considera a s mismo.)

    Los discos con voces infantiles del altoparlante de la calesita me ordenabancompensar una omisin:

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    Si al menos tenerla tan cerca pudiera servir de diversin a un nionuestro...

    Nina, endurecida como ante la mencin de una dolencia secreta, recusaba:

    S, un nio nuestro. Un nio que ocupe el lugar del piano en los camionesde mudanza.

    Yo me dejaba esfumar por mi silencio y el humo calmo de mi cigarrillo. Ellacallaba. Despus se apaciguaba.

    Yo tena de los nios una herida. Una herida real.

    En la pensin anterior, un rosado portn de hierro abajo anchas planchascon rosetas, arriba barrotes contorneados y cspide de lanza se mantenaen potencia como tema para una pgina de rotograbado de los diarios.

    Entretanto, preservaba el jardn, que constitua el atenuante de la impresinde cautiverio de la pieza.

    Algn chico de la calle invent tirarle piedras. La pandilla acogi la iniciativay, del ocaso en adelante, cada noche el portn sufra un bochornosobombardeo.

    La granizada retumbaba en mi cabeza. La vena le tom un miedo receloso ypalpitaba en cuanto presenta la descarga.

    Defend el portn: corr a los chicos.

    Un atardecer los encontr agrupados, en el suelo, sin ostentaciones nialborotos. Llev los papeles a la pieza y pas al jardn, sospechando quesentados intentaran la renovacin de los ataques. No me miraban, tercos enno hacer nada.

    Me apoy en el portn, en un alarde posesivo, y parece que es lo queaguardaban: se despegaron del suelo, cada uno arroj como granada sucascote, y cuatro, cinco muchos! me dieron en el rostro.

    Emigramos del barrio: los vecinos me miraban.

    El apego de Nina haba declinado. Me cuidaba, me protega; pero, tal vez, nome respetaba como antes.

    En aquella otra pensin que abandonamos por causa del tocadiscos de laduea, Nina consegua, a mi llegada del trabajo, que el aparato cesara o, desonar, lo hiciera con cordura.

    Un da, Nina no tuvo tiempo de acudir con el ruego a la seora. Me sublevuna msica furiosa y yo mismo acud a la cocina en tren de interpelar. Grit.

    Grit la duea:

    Qu tanto!... Silencio y silencio cuando el seor est. Y cuando se ha ido,la que pone los discos en el aparato es su mujer.

    Despus reflexion y me dije que no soy un enemigo de la msica, ni mimujer lo es, ni yo peda que lo fuera.

    Pero ya la duea haba reclamado que dejramos el cuarto.

    Pens que cuando tuviramos una casa, nuestra y sin ruidos, Nina corregirasus pequeas defecciones con respecto a m.

    Alguien est lleno de amor hacia todos. (No es Besarin, no soy yo.)

    Alguien est lleno de odio hacia todos. (No es Besarin, no soy yo.)

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    Alguien est lleno de reservas, desconfianza y sospechas hacia todos.(Puede que lo sea Besarin, que lo sea yo.)

    Alguien est lleno de violencia hacia todos. (Es cada uno, son todos.)

    Alguien est necesitado de ser respetado y amado. (Soy yo, Besarin lo es.)

    Pero es que alguien puede estar lleno de amor hacia todos?...

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