El secuestro del inconsciente en el 'caso Moro'

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 WWW.PUBLICO.ES Modos &modas PÚBLICO SÁBADO, 8 DE ENERO DE 2011  45 Historia El secuestro del inconsciente en el ‘caso Moro’ La crónica de Leonardo Sciascia sobre el asesinato del político italiano indaga en los motivos ocultos de la razón de Estado “La versión de las autori- dades italianas, agravada más que enmendada por cien re- toques sucesivos y que todos los comentaristas se creyeron obligados a aceptar pública- mente, no ha sido creíble ni un sólo instante. Su intención no era ser creída, sino ser la úni- ca en el escaparate, para lue- go ser olvidada, exactamente igual que un mal libro”. Este comentario de Guy Debord so- bre el secuestro y asesinato del político Aldo Moro, escrito en enero de 1979 y publicado en el prólogo a la cuarta edición italiana de  La s ociedad del es-  pectácu lo, debe corregirse en un punto: hubo un comenta- rista que no transigió con esa obligación; que esa negativa produjera un libro excelente, sin embargo, respalda el a cier- to de la comparación de De- bord en todo lo demás. Leonardo Sciascia (Sicilia, 1929-Palermo 1989) no escri- bió  El caso Moro  pensando en el escaparate, sino en la ver- dad que ocultaba, y de ahí que siga siendo recordado: T us- quets acaba de reeditarlo en español. Esa crónica, escrita “en caliente”, disecciona las pi- ruetas que esa versión ocial e increíble dio durante tres me- ses para justicar lo previsible: que Moro, presidente del Con- sejo Nacional de Democracia Cristiana, iba a ser asesinado y que el gobierno, presidido por el también democristiano Giu- lio Andreotti, no pensaba ce- der un ápice para evitarlo.  Ald o Moro fue sec ues trad o el 16 de marzo de 1978 en Ro- ma por un comando terrorista de las Brigadas Rojas, que ase- sinó en el acto a sus cinco es- coltas. El cadáver de Moro fue hallado el 9 de mayo en el ma- letero de un Renault 4, en una calle de la misma capital. La fa- milia pidió ese mismo día que se respetara la voluntad expre- sada por el propio Moro al - nal de su cautiverio: no quería ni manifestaciones públicas, ni ceremonias, ni discursos, ni luto nacional, ni ceremonias de Estado, ni medallas póstu- mas. “La historia juzgará la vi- da y la muerte de Aldo Moro”, concluía. ¿Pero por qué Moro, ex pri- merministroypadredel“com- 3                      BRAULIO GARCÍA JAÉN MADRID  Aldo Moro, durante el secuestr o, con un periódico del 19 de abril de 1970.AP so, según las lee Sciascia, con fórmulas encriptadas para informar a las autoridades sobre el lugar donde lo te- nían secuestrado, son des- cartadas sistemáticamente. Las autoridades no dan razo- nes políticas, sino excusas clí- nicas: primero dicen que las escribe coaccionado, luego que enajenado y nalmente acaban lamentando que Mo- ro se haya convertido en otra persona. La firmeza inicial, engrasada por una repenti- na razón de Estado, deriva en una indiferencia de plo- mo. ¿Por qué un Estado que ha abolido la pena de muerte se cree autorizado, legitima- do a dejar morir a un inocen- te?, se pregunta el autor de Todo modo. El informe de la comisión parlamentaria de investiga- ción, redactado por el mismo Sciascia, con datos y precisos interrogantes, describe en qué consiste también la po- lítica del espectáculo aplica- da al terrorismo. Y nada tie- ne ello que ver, como advier- te por lo demás Debord, con que los terroristas busquen salir en los titula res. Tiene que ver con un Estado que, a través de los servicios secre- tos, esconde más de lo que muestra, despliega miles de policías allí donde es mate- rialmente imposible que es- té en ese tiempo el secuestra- do y no controla en cambio el barrio donde se ha produci- do el asalto. Si tiene que ver también con la complicidad en el asesinato, es algo que Sciascia no arma porque no tiene pruebas. La historia, en esa socie- dad que el caso Moro sancio- na, ni se la conoce ni se la es- pera que respond a. Es, de he- cho, la misma  soc ieda d del es-  pectáculo que diseccionaba Debord en su libro de 1967: un mundo en el que ya no hay lugar para ninguna verica- ción. ¿Cómo, entonces, iba a haberlo para el periodismo? ¿Y para la justicia? ¿Y para la política? T odas esas insti- tuciones comparecen ante el tribunal del periodista –y di- putado del Partido Radical– Sciascia. Ya es célebre que el propio Sciacia había dicho de Italia que era “un país sin  ver dad ”. D promiso histórico” con los co- munistas, rechazó todos los honores del Estado que había defendido durante décadas? Nadie ha podido verificar gran cosa sobre los hechos del caso. Sciascia tuvo al menos la intuición y la honestidad de poner a prueba el relato que el poder hizo de su declarada impotencia para salvar a Mo- ro, cuyo “compromiso históri- co” fue raticado, para perple-  jida d de muc hos , el mis mo día del secuestro: los comunistas apoyaron el gobierno del de- mocristiano Giulio Andreotti. El libro se pregunta si no fue el Estado también quien lo con- denó a muerte. Sciacia no responde, por- que sólo tuvo acceso a los tex- tos, y aunque los lee como re- flejo y síntoma de lo que es- taba pasando, nunca pierde de vista que no eran lo que, li- teralmente, pasaba. Mientras los terroristas exigían conce- siones a cambio de la vida del líder democristiano y el propio Moro argumentaba que la cle- mencia no es signo de debili- dad del Estado, los compañe- ros de partido, de gobierno, los grandes periódicos e incluso el papa Pablo VI optaron por dar- lo por hombre perdido de an- temano. Las cartas de Moro, perfec- tamente razonables e inclu- Las Brigadas Rojas secuestraron y asesinaron al líder democristiano El Ejecutivo descartó cualquier negociación con los terroristas Las circunstancias y los autores del crimen siguen siendo un misterio Sciascia pregunta si la negativa del Estado a negociar le condenó a muerte

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La crónica de Leonardo Sciascia sobre el asesinato del político italiano indaga en los motivos ocultos de la Razón de Estado

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Modos&modas

públicosábado, 8 de enero de 2011 45

Ht

El secuestro

del inconscienteen el ‘caso Moro’

l ó l s t ítt g tv t zó et

“La versión de las autori-dades italianas, agravada másque enmendada por cien re-toques sucesivos y que todoslos comentaristas se creyeronobligados a aceptar pública-

mente, no ha sido creíble ni unsólo instante. Su intención noera ser creída, sino ser la úni-ca en el escaparate, para lue-go ser olvidada, exactamenteigual que un mal libro”. Estecomentario de Guy Debord so-bre el secuestro y asesinato delpolítico Aldo Moro, escrito enenero de 1979 y publicado enel prólogo a la cuarta ediciónitaliana de La sociedad del es-

 pectáculo, debe corregirse enun punto: hubo un comenta-rista que no transigió con esaobligación; que esa negativaprodujera un libro excelente,sin embargo, respalda el acier-to de la comparación de De-

bord en todo lo demás.Leonardo Sciascia (Sicilia,

1929-Palermo 1989) no escri-bió El caso Moro pensando enel escaparate, sino en la ver-dad que ocultaba, y de ahí quesiga siendo recordado: Tus-quets acaba de reeditarlo enespañol. Esa crónica, escrita“en caliente”, disecciona las pi-ruetas que esa versión ocial eincreíble dio durante tres me-ses para justicar lo previsible:que Moro, presidente del Con-sejo Nacional de DemocraciaCristiana, iba a ser asesinado y que el gobierno, presidido porel también democristiano Giu-lio Andreotti, no pensaba ce-

der un ápice para evitarlo. Aldo Moro fue secuestrado

el 16 de marzo de 1978 en Ro-ma por un comando terroristade las Brigadas Rojas, que ase-sinó en el acto a sus cinco es-coltas. El cadáver de Moro fuehallado el 9 de mayo en el ma-letero de un Renault 4, en unacalle de la misma capital. La fa-milia pidió ese mismo día quese respetara la voluntad expre-sada por el propio Moro al -nal de su cautiverio: no queríani manifestaciones públicas,ni ceremonias, ni discursos, niluto nacional, ni ceremoniasde Estado, ni medallas póstu-mas. “La historia juzgará la vi-

da y la muerte de Aldo Moro”,concluía.

¿Pero por qué Moro, ex pri-mer ministro y padre del “com-

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braulio garcía jaénmadrid

 Aldo Moro, durante el secuestro, con un periódico del 19 de abril de 1970. AP

so, según las lee Sciascia, confórmulas encriptadas parainformar a las autoridadessobre el lugar donde lo te-nían secuestrado, son des-cartadas sistemáticamente.Las autoridades no dan razo-nes políticas, sino excusas clí-

nicas: primero dicen que lasescribe coaccionado, luegoque enajenado y nalmenteacaban lamentando que Mo-ro se haya convertido en otrapersona. La firmeza inicial,engrasada por una repenti-na razón de Estado, derivaen una indiferencia de plo-mo. ¿Por qué un Estado queha abolido la pena de muertese cree autorizado, legitima-do a dejar morir a un inocen-te?, se pregunta el autor deTodo modo.

El informe de la comisiónparlamentaria de investiga-ción, redactado por el mismoSciascia, con datos y precisos

interrogantes, describe enqué consiste también la po-lítica del espectáculo aplica-da al terrorismo. Y nada tie-ne ello que ver, como advier-te por lo demás Debord, conque los terroristas busquensalir en los titulares. Tieneque ver con un Estado que, através de los servicios secre-tos, esconde más de lo quemuestra, despliega miles depolicías allí donde es mate-rialmente imposible que es-té en ese tiempo el secuestra-do y no controla en cambio elbarrio donde se ha produci-do el asalto. Si tiene que vertambién con la complicidad

en el asesinato, es algo queSciascia no arma porque notiene pruebas.

La historia, en esa socie-dad que el caso Moro sancio-na, ni se la conoce ni se la es-pera que responda. Es, de he-cho, la misma sociedad del es-

 pectáculo que diseccionabaDebord en su libro de 1967:un mundo en el que ya no hay lugar para ninguna verica-ción. ¿Cómo, entonces, iba ahaberlo para el periodismo?¿Y para la justicia? ¿Y parala política? Todas esas insti-tuciones comparecen ante eltribunal del periodista –y di-putado del Partido Radical–

Sciascia. Ya es célebre que elpropio Sciacia había dichode Italia que era “un país sin verdad”.D

promiso histórico” con los co-munistas, rechazó todos loshonores del Estado que habíadefendido durante décadas?

Nadie ha podido verificargran cosa sobre los hechos delcaso. Sciascia tuvo al menosla intuición y la honestidad deponer a prueba el relato queel poder hizo de su declaradaimpotencia para salvar a Mo-ro, cuyo “compromiso históri-co” fue raticado, para perple- jidad de muchos, el mismo díadel secuestro: los comunistasapoyaron el gobierno del de-mocristiano Giulio Andreotti.

El libro se pregunta si no fue elEstado también quien lo con-denó a muerte.

Sciacia no responde, por-que sólo tuvo acceso a los tex-tos, y aunque los lee como re-flejo y síntoma de lo que es-taba pasando, nunca pierdede vista que no eran lo que, li-teralmente, pasaba. Mientraslos terroristas exigían conce-siones a cambio de la vida dellíder democristiano y el propioMoro argumentaba que la cle-mencia no es signo de debili-dad del Estado, los compañe-ros de partido, de gobierno, losgrandes periódicos e incluso elpapa Pablo VI optaron por dar-

lo por hombre perdido de an-temano.

Las cartas de Moro, perfec-tamente razonables e inclu-

Las Brigadas Rojassecuestraron yasesinaron al líderdemocristiano

El Ejecutivodescartó cualquiernegociación conlos terroristas

Las circunstanciasy los autores delcrimen siguensiendo un misterio

Sciascia preguntasi la negativa delEstado a negociar le

condenó a muerte

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