El Secreto Del Tio Oscar - Fernando Trujillo

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El difunto tío Óscar era unhombre inmensamente rico. Eso eraprácticamente todo lo que Lucassabía de él, dado que nunca habíancruzado más de dos palabras enalgunas reuniones familiares. Eso, yque le encantaba un coche antiguo, unEscarabajo del año ochenta y uno, alque había dedicado muchísimotiempo. Por ello, nadie de la familiaentendió que el tío Óscar le cediera aLucas su joya preferida en el

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testamento.Pero el legado es mucho más

que un coche. Poco a poco, elEscarabajo conducirá a Lucas y a susamigos hacia un misterio que deberándesvelar a toda costa. Nada es casualen este enigma y las inexplicablespropiedades del Escarabajo son laclave de su solución.

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EL SECRETO DELTÍO OSCAR

El difunto tío Óscarera un hombreinmensamente rico. Esoera prácticamente todolo que Lucas sabía de él,dado que nunca habíancruzado más de dospalabras en algunasreuniones familiares.

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Eso, y que le encantabaun coche antiguo, unEscarabajo del añoochenta y uno, al quehabía dedicadomuchísimo tiempo. Porello, nadie de la familiaentendió que el tío Óscarle cediera a Lucas sujoya preferida en eltestamento.

Pero el legado esmucho más que un coche.Poco a poco, elEscarabajo conducirá a

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Lucas y a sus amigoshacia un misterio quedeberán desvelar a todacosta. Nada es casual eneste enigma y lasinexplicables propiedadesdel Escarabajo son laclave de su solución.

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Autor: Trujillo, FernandoISBN: 9781453854556

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CAPÍTULO 1

Lucas dio un pequeño salto aloír su nombre en el testamento. Fueun acto involuntario, no se loesperaba. Tampoco el resto de lafamilia. Uno a uno, sus parientesfueron volviendo los rostros hacia él,salvo su abuela, que se habíaquedado medio sorda, la pobre, y nohabía oído una sola de las palabras,serias y aburridas, con las que elabogado había procedido a leer elreparto de bienes.

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Lucas notó que la tensión se ibaconcentrando en su persona, sobresus hombros. Era una sensaciónagobiante y pesada, y su nerviosismoaumentó. Parecía que él era el únicoque no había prestado atención aldiscurso del abogado, cuya voz nohabía sido más que un murmullo defondo hasta que pronunció sunombre. En ese instante, Lucas dejóde observar a los perros a través delamplio ventanal que daba al jardín yse giró hacia el interior del salón.

Había acudido allí para apoyara su padre y al resto de la familia,

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pero en ningún momento se le habíapasado por la cabeza que su tíoÓscar le hubiese dejado nada enherencia. A juzgar por las miradasque le arrojaban sus parientes, no erael único que pensaba de ese modo.Lucas intentó disimular su vergüenzapor haber sido sorprendido deespaldas al resto de la familia. Buscóayuda en su padre, pero sesorprendió al encontrar sus ojosapuntándole de un modo extrañodebajo de un ceño fruncido. Seapartó de la ventana rezando paraque algo sucediese. Cualquier cosa,

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con tal de que acaparase el interésgeneral.

―¿Puede repetir ese últimopunto? ―preguntó Sergio al abogadocon una nota de irritación en la voz.

Sergio era el mayor de los hijosdel difunto Óscar. Tenía veintidósaños, tres más que Lucas, y era unniño mimado que acostumbraba aabrir la boca y soltar lo primero quese le ocurriese sin considerar lasconsecuencias. A Lucas no se lehabía pasado por alto la fugaz muecade desprecio que su primo le habíadedicado al dirigirse al abogado. Era

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evidente que estaba enfadado. Malasunto. Con todo, agradeció lapregunta que había hecho. Así podríaenterarse del motivo de que todosestuviesen pendientes de él.

―Por supuesto ―dijo elabogado, indiferente. Su calmaestaba forjada por la experiencia deinnumerables situaciones legales enlas que se habían producidoconfrontaciones familiares. Sumisión era dejar perfectamente claroel reparto de los bienes que habíadispuesto el difunto. Las disputas quese originasen no le incumbían―.

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Veamos... Por último, cedo miVolkswagen Escarabajo del ochentay uno a mi sobrino Lucas ―leyóesforzándose en vocalizaradecuadamente.

De nuevo la familia atravesócon los ojos al favorecido sobrino.Lucas se encogió de hombros. Estabatan asombrado como el resto, tal vezincluso más. Su relación con su tíoÓscar siempre había sido bastantesuperficial. En los últimos años, solohabían coincidido en reunionesfamiliares y apenas habíanintercambiado un frío saludo. No

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tenían casi nada en común, nisiquiera la pasión por los coches, loque acrecentaba el misterio en tornoal inesperado legado.

Todos los miembros de lafamilia habían oído alguna historiade aquel coche. Lucas no era unaexcepción, aunque nunca habíamostrado mucho interés por el tema.Era un clásico o algo así. Un modelode hace casi treinta años sobre el quesu tío había volcado una respetablecantidad de su limitado tiempo libre.El valor sentimental que se adivinabaen el Escarabajo era incalculable, lo

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que llevó a Lucas a reflexionar sobreotro detalle, mucho más importante.

Óscar era un hombreinmensamente rico, que contaba convarias empresas y propiedades deenorme valor. Ahí debería de haberrecaído toda la atención, en eldinero, no en un coche. Eso es lonatural.

―¡Es imposible! ―estallóSergio―. Tiene que ser un error.

Lucas estaba de acuerdo con suprimo. Entendía que a Sergio leindignase que algo que su padreapreciaba tanto no fuese para un hijo.

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Tuvo el impulso de acercarse alabogado y preguntarle si podíarenunciar al Escarabajo, pero suprimo se levantó bruscamente y dioun paso hacia él con gestoamenazador. No cabía duda de queestaba furioso. Habría pelea.

El hermano de Sergio, Rubén,se apresuró a intervenir. Se interpusoen su camino y le sujetó por loshombros. Varios familiares selevantaron y se arremolinaronalrededor de Sergio.

Lucas perdió de vista a suprimo entre el revuelo de cuerpos y

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las voces apaciguadoras. Sacudió lacabeza sin comprender nada. ¿Tantosuponía el Escarabajo para Sergio?Debía de haber algo más. Puede queel reparto del resto del patrimonio deÓscar también hubiese estadosalpicado de imprevistos y su primose hubiese ido cargando de rabiapoco a poco. El Escarabajo no podíamedirse con el imperio económicode su tío. En cualquier caso, Lucasregistró mentalmente la lectura de untestamento como una actividadpotencialmente peligrosa y se juróque nunca volvería a distraerse.

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La calma se fue restableciendopoco a poco. Sergio abandonó elsalón y los demás fueron volviendoperezosamente a sus asientos. Loscuchicheos brotaron de gruposaislados de dos o tres personas quecomentaban ansiosos sus impresionesrespecto de la herencia.

A Lucas no le apetecía hablar.Se quedó junto a su padre, quien leresumió los detalles del reparto debienes. Prácticamente todo habíarecaído en los hijos de Óscar, Sergioy Rubén, y en Claudia, su mujer yhermana del padre de Lucas. El

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hermano de Óscar también habíarecibido una parte considerable de laempresa. A Lucas todo aquello lepareció muy razonable y muyesclarecedor al mismo tiempo.

―¿Nadie más ha recibidonada? ―preguntó algo alarmado.

―Sólo tú ―contestó su padre,confirmando sus temores.

Lucas era el único que habíaobtenido algo sin ser un familiardirecto. Ni siquiera los hijos deJaime, el hermano de Óscar, que sícontaban con un lazo de sangre con eldifunto, se habían llevado algo. Era

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todo muy confuso.Sintió el repentino impulso de

largarse de allí cuanto antes. Prontodejarían de limitarse a observarle yempezarían a hostigarle con todo tipode preguntas indiscretas. En lafamilia había verdaderosespecialistas en insinuaciones ydobles sentidos. Además, en elfondo, Lucas no sentía dolor por lamuerte de su tío. Sí le apenaba ver ala familia abatida, sobre todo a supadre, quien sufría por su hermanaClaudia, ahora convertida en viuda.Hasta cierto punto, era normal que no

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acusara una tristeza tanprofunda como la de sus primos,

por ejemplo, dado que apenasmantuvo relación alguna con Óscaren vida... ¿O es que él era un ser fríoy distante que no albergabaemociones para un familiar queacababa de fallecer? Examinó suinterior en busca de una aflicciónmás intensa, algo más acorde con losrostros sombríos de sus parientes quele permitiese sentirse más próximo aellos. No encontró nada.

Óscar había muerto en unaccidente de tráfico a la edad de

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cincuenta y dos años. Se salió de sucarril y colisionó con un autobús quecirculaba en sentido opuesto. Latragedia de la muerte y su juventudhabían desatado la desolación de lafamilia.

El abogado consideró que yaera hora de volver al trabajo yrequirió con mucha educación unafirma por parte de los herederos.Lucas esperó cuanto pudo yfinalmente se acercó a la mesaintentando actuar con normalidad.Firmó a toda prisa donde el abogadole indicó. Sólo quería volver junto a

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su padre y dejar de ser el centro deatención.

―Un momento, por favor. Notan rápido ―pidió el abogado. Lucasse detuvo y se giró hacia él―. Estoes suyo, señor. ―Lucas tomó unjuego de llaves que le tendíaamablemente el abogado―. Puederecoger el vehículo en el garaje.

―Gracias ―murmuró Lucascon algo de esfuerzo.

Regresó a su silla y fingió nodarse cuenta de que hubiese alguienmás allí. Cuando las voces formaronde nuevo un murmullo general, Lucas

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se levantó y fue a calentar sus manosen la chimenea.

El salón del lujoso chalé deÓscar y Claudia estaba muyconcurrido. Los numerosos parientesrevoloteaban de un lado a otroadmirando la decoración y dejandocaer comentarios cargados deenvidia, que se estrellaban contra elsuelo como si fuesen bombas. Laonda expansiva de varios de ellosllegó hasta los oídos de Lucasmientras el joven luchaba porignorarlos. No estaba interesado enla valoración de la herencia que sus

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parientes iban a descuartizar sinpiedad con sus afiladas opiniones.

Lucas cogió el atizador yempezó a remover las brasas,distraído. Notó un golpe en la pierna,por detrás de la rodilla.

―Mil perdones, caballero―dijo una voz.

Lucas vio un bastón negrorebotando torpemente entre susrodillas. Dio un paso atrás yreconoció a su dueño. Era un ancianobajito que se hacía llamar Tedd.Lucas no sabía su apellido, juraríaque nunca lo había escuchado. Su

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padre se lo había presentado hacíaunos años como un amigo de lafamilia. Tenía el pelo blanco y muylargo, y siempre lo llevaba sujeto enuna coleta. Un velo blanquecinocubría sus dos ojos, privándole de lavista, de ahí su inseparable bastón.Si no recordaba mal, Teddacostumbraba a negar su ceguera, yno le gustaba que se mencionara envoz alta. Era todo un personaje.Había sido un gran maestro delajedrez en sus tiempos, o eso lehabían dicho a Lucas, pero esostiempos debían de ser muy lejanos a

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juzgar por las profundas arrugas quesurcaban su rostro.

―No ha sido nada ―contestóLucas haciéndose a un lado.

Tedd se acercó a la chimenea.Lucas dudó si brindarle su ayuda.

―Un coche magnífico,muchacho ―dijo el anciano.

―Eso creo ―dijo Lucas―. Nolo he visto, pero he oído hablar de él.Tengo entendido que Óscar loapreciaba mucho.

―Más de lo que puedasimaginar ―confirmó Tedd―.Apuesto a que era su posesión más

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preciada ―añadió en un susurro, entono conspirador―. Todavíarecuerdo cómo se iluminó su caracuando lo vio por primera vez.

―¿Estaba usted con él? Teddafirmó con la cabeza.

―Naturalmente. Fui yo quien selo regaló.

Luego dio un paso y tropezó conun tronco que estaba tirado en elsuelo. Lucas le agarró por el brazopara evitar que se cayese. Entoncesreparó en un fabuloso reloj depulsera que llevaba en la muñeca.¿Para qué querría un ciego un reloj?

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Lo olvidó y se centró en loúltimo que había dicho Tedd.

―Siendo sincero, estoy muysorprendido ―dijo Lucas sintiendoque no le correspondía quedarse elEscarabajo. Era evidente que algúnabogado había metido la pata con elpapeleo y el coche había ido a parara sus manos erróneamente―. Puedeque deba quedarse usted con el cochesi era suyo. No entiendo por quéÓscar querría entregármelo a mí.

―Yo tampoco, pero sus razonestendría. Nunca he dudado de Óscar.Si él quería que tú tuvieses el

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Escarabajo, así debe ser. Que nadiete haga pensar de otro modo,muchacho ―afirmó el anciano conmucha seguridad.

Lucas asintió poco convencido.Tedd inclinó levemente la cabezaapuntando con los ojos hacia unaposición indeterminada y se fue trasun camarero que cargaba con unabandeja llena de bebidas. Lucas levio sortear dos sillas por el caminosin que su bastón llegara adetectarlas y luego chocar de llenocon su prima Elena, que era tan anchacomo una mesa de billar.

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El servicio estaba distribuyendotodo tipo de aperitivos. En pocosminutos las conversaciones subieronde tono y el ambiente se impregnó delos matices propios de una fiesta. Elpadre de Lucas mantenía unaconversación agitada con un primode Óscar y una mujer que Lucas noconocía, pero que imaginaba era suesposa por el modo en que estabaenroscada al brazo de suacompañante.

Media hora más tarde, ydespués de un incómodointerrogatorio acerca del coche por

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parte de uno de sus primos lejanos,Lucas tropezó mentalmente con laescapatoria que estaba buscando. Eraincreíblemente sencillo: elEscarabajo. Ahora tenía cochepropio. No necesitaba esperar a supadre para marcharse de allí y, detodos modos, tenía que llevarse elEscarabajo. Se despidió rápidamentede su padre, que seguía charlandocon el primo de Óscar. Luego sedeslizó intentando pasar inadvertidoentre la gente hasta dar con su tíaClaudia.

No podía irse sin despedirse de

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la viuda. Claudia estaba sentada enun sofá con su hijo Rubén. Habíaperdido algo de peso, o eso lepareció a Lucas. Sus ojos mirabandesenfocados a su alrededor y susmovimientos eran demasiado lentos.Aún así, a Lucas le pareció queaguantaba razonablemente bien,dadas las circunstancias. Verla allí,sin terminar de derrumbarse, hizoque se sintiese mal por sus deseos delargarse cuanto antes. Seguramenteella era la primera que preferíamarcharse y tumbarse en la cama,pero permanecía donde debía, sin

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rechistar. Por lo menos a Sergio nose le veía por ninguna parte.

Lucas dio un abrazo sincero a sutía, que terminó con un fuerte beso enla mejilla. Después, estrechó la manode Rubén. Su primo le dijo que no sepreocupara por Sergio, que todohabía sido una bobada provocadapor los nervios y la tensión. Lucasasintió satisfecho y les transmitió susmejores deseos.

El mayordomo de la familiacondujo a Lucas al garaje. Era untipo alto, vestido con un trajeimpecable y con la espalda más recta

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que Lucas había visto hasta elmomento. Se había dirigido a él conun refinado «Si el señor tiene labondad de seguirme». Lucas noestaba acostumbrado a unos modalestan exquisitos.

Al abrir la puerta del garaje,Lucas se quedó impactado con suherencia. Era difícil creer que aquelcoche contase con casi tres décadas.¡Estaba mejor cuidado que el de supadre! Se había imaginado algúncacharro antiguo, de línea cuadrada,y medio oxidado, en el que su tíoinvertía su tiempo para conseguir que

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arrancase de nuevo, como un retopersonal. La fabulosa estampa quetenía ante sus ojos no podía distarmás de esa idea.

El Escarabajo era unapreciosidad de color negro quecautivó a Lucas inmediatamente consu línea suave y redondeada. Estaballeno de personalidad. Lucas vio unrostro magníficamente esculpido enel diseño del frontal. Sus ojos,perfectamente redondos, lecontemplaban con una fuerzasobrecogedora, magnética.

Se acercó lentamente al

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Escarabajo, como si tuviese miedode espantarlo y que huyese. Saboreócon la vista cada una de las curvasque adornaban su silueta mientras lorodeaba para verlo por detrás.

No llegó a completar el círculoalrededor del coche.

Había algo tirado al otro lado...¡Eran dos piernas! Lucas rebasó elEscarabajo y encontró a su primoSergio en el suelo, inconsciente.

―¡Busca ayuda! ―le gritó almayordomo.

Lucas no sabía qué hacer. Sepuso muy nervioso. Le vino a la

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cabeza la idea de que no era buenomover a un herido. Claro que nosabía qué le había pasado a Sergio,tal vez no estaba herido. Se agachójunto a él e intentó averiguar en quéestado se encontraba su primo. Nohabía sangre en el suelo. El pecho semovía, respiraba.

Antes de que tuviese quedecidir qué más hacer, el mayordomoregresó con ayuda. Claudia, Rubén ysu padre entraron en el garajeapresuradamente. Lucas explicó quehabían encontrado así a Sergio, peroel mayordomo ya se había ocupado

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de informarles. Su padre palpó elcuerpo de Sergio en varios puntos, enuna especie de examen físicorudimentario.

―No encuentro nada anormal,salvo que está inconsciente―concluyó―. No tiene nada roto.Respira y tiene pulso.

―¿Lo ves? Está bien, mamá―observó Rubén abrazando a sumadre para intentar que secalmase―. Deberíamos llevarledentro.

Claudia se deshacía en sollozosen los brazos de Rubén. Sus manos

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temblaban y miraba a Sergio con losojos muy abiertos.

―Es lo mejor ―dijo el padrede Lucas―. Habrá sido la tensiónacumulada. Llevémosle a la cama yque descanse. Llamaré a un médicopara que venga a verle por si acaso,aunque seguro que no hace falta―añadió mirando a su hermana.

Levantaron a Sergio y se lollevaron. Lucas acompañó a Claudia,que cada vez parecía más frágil. Alcruzar la cocina les envolvió unanube de familiares preocupados, queles costó un poco atravesar. Dejaron

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a Sergio en su cuarto y Lucas vio a supadre intentando consolar a Claudia.

Ya no había nada que pudiesehacer de utilidad, así que Lucasdecidió irse. Regresó al garaje y semetió en el Escarabajo a todavelocidad, como si temiese que algomás pudiese retrasar su partida.

El interior del vehículo estabaimpecable. La tapicería era de cuero.Óscar tenía que haber trabajado muyduro para conservarlo en ese estado.¡Hasta olía a nuevo! Lucas admiróunos segundos el Escarabajo desdedentro. La palanca de cambios era un

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tubo negro coronado por una bola delmismo color. El salpicadero erasencillo comparado con los de losvehículos modernos, pero aun así, leresultó agradable y cálido.Definitivamente, era mucho más delo que había esperado. Introdujo lallave y giró el contacto.

El motor arrancó a la primera.Lucas posó el pie delicadamentesobre el pedal del acelerador y elEscarabajo contestó con un suaveronroneo. Salió del garaje y disfrutóde su nueva adquisición conduciendopor las calles de la Moraleja.

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Escudado en aquella virguería, Lucasya no desentonaba con aquel lujosobarrio del norte de Madrid.

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Sergio despertó en una cama

que tardó en reconocer como la suya.Se removió bajo el edredón y se diocuenta de que había alguien en lahabitación con él. Le dolía la cabezay sus oídos zumbaban de un modomuy molesto.

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―¿Qué tal estás? ―preguntóClaudia dándole un abrazo.

Sergio asintió pesadamente.Intentó librarse del abrazo de sumadre pero era más fuerte de lo quehabía supuesto, o él estaba muydébil.

―No le agobies, mamá ―dijoRubén―. Acaba de despertarse.

―¿Qué ha pasado? ―preguntóSergio sentándose al borde de lacama con muchas dificultades. Semareó un poco―. Me va a estallar lacabeza. Necesito una aspirina.

Su madre se la dio con un vaso

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de agua.―Toma, cariño ―Sergio se

metió la aspirina en la boca y sebebió el vaso de golpe―. Verás queenseguida te encuentras mejor.

―¿No recuerdas qué teocurrió? ―preguntó Rubén―. Teencontramos tirado en el garaje, sinsentido.

Sergio se frotó la frente. Pensarsuponía más esfuerzo que decostumbre.

―¿Cuánto tiempo llevoinconsciente?

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―Algo más de una hora, unasiestecita de nada ―contestó suhermano intentando sonardespreocupado. Claudia tomó lamano de su hijo y se quedóobservándole con gesto protector―.El médico te examinó y encontró unbuen chichón en ese melón que tienessobre los hombros. Poca cosa.¿Cómo te lo hiciste?

Ahora Sergio tenía el ceñofruncido y se estaba palpando lacabeza. Los recuerdos comenzaron aemerger del torbellino de confusiónque era su mente.

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―Me dieron en la cabeza...―¿Cómo que te dieron?

―preguntó Rubén, alarmado―. ¿Terefieres a otra persona? ¿Seguro queno resbalaste o algo parecido?

―Eh..., dos veces ―prosiguióSergio con los ojos desenfocados,esforzándose en recordar―. Me caíal suelo con el primer golpe... y mevolvieron a dar.

―¿Quién fue? ¿Quién te atacó?―Yo... fui al Escarabajo. No

pude abrir la puerta, entoncesacerqué la cabeza para mirar a travésdel cristal. Estaba vacío. De repente,

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sentí el primer golpe en la frente ycaí al suelo de rodillas. Apoyé

las manos y empecé a levantarmecuando otro porrazo mucho másfuerte me tumbó de nuevo.

―¡¿Pero quién fue?!―La puerta se abrió sola y se

estrelló contra mi cabeza... dosveces. Fue el coche―razonóSergio―. El Escarabajo me atacó.

****

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CAPÍTULO 2

Llevaba casi cinco meses yendoa la facultad en metro y autobús.

Era lunes, muy temprano, yLucas, por primera vez, se habíadespertado con una tímida sonrisa enlos labios. El odiado madrugón decada día había quedado retrasadomedia hora larga. Ahora era el felizpropietario de un flamanteEscarabajo y ya no tenía que valersede una combinación óptima de losdiferentes medios de transporte

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público para acudir a la universidad.Aquello suponía treinta deliciososminutos extra para retozar en lacama, arropado por su suave edredónde plumas y resguardado del frío defebrero, que esperaba implacablepara abalanzarse sobre él.

Se vistió deprisa y desayunómás deprisa aún. Nada más terminar,se puso el abrigo y salió a la calle.Lucas enterró las manos en losbolsillos y empezó a caminararrojando nubes por la boca. Sereconfortó pensando en lacalefacción del coche.

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Llegó a la esquina y se extrañóde no ver el Escarabajo. Juraría quehabía aparcado allí la noche anterior.Miró a ambos lados de la calle.Nada. Ni rastro del coche. Unasensación de alarma se disparó en suinterior. Lucas se obligó a mantenerla calma. Lo único que ocurría eraque no recordaba dónde habíaaparcado, nada más. Sólo eracuestión de ejercitar un poco lamemoria. Entonces vio la señal dedirección prohibida y recordó que sehabía tropezado con ella al salir delcoche. El Escarabajo debería estar a

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pocos metros de la señal, justoenfrente de donde se encontraba él enese instante, pero no era así. Sucoche había desaparecido.

Un pequeño brote de pánico seadueñó de él. ¡Le habían robado elcoche! Debería haber alquilado unaplaza de garaje. Era un modelo muyllamativo y, con toda seguridad,algún ladrón se habría fijado en él.Después de todo, ¿con qué frecuenciase veía un Escarabajo del ochenta yuno en perfecto estado? Sólo lo teníadesde hacía dos días y ya se habíaquedado sin él. Y encima llegaría

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tarde a clase, claro que esto no letrastornaba especialmente.

Estaba a punto de abandonarcuando captó un brillo metálicosobre una superficie negra algo másalejado, en una calle perpendicular.Se acercó a grandes zancadas.

Enseguida tropezó con lainconfundible mirada del Escarabajo.Se fijó en su rostro de acero mientrasse aproximaba y entonces creyópercibir, por primera vez, que elcoche le sonreía. Sí, el parachoquesdelantero dibujaba la línea de unoslabios que cruzaban el semblante del

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Escarabajo de oreja a oreja. Lucas ledevolvió la sonrisa y entró en elcoche. Una sensación de alivio leinundó, desterrando los nervios y elmiedo que había experimentado antela idea de perder su Escarabajo. Novolvería a olvidar dónde lo dejaba.Lección aprendida.

Poco después, Lucas se estabaenfrentando a un temible enemigo: eltráfico de Madrid. No sería unapelea fácil. Estaba inmerso en un ríode vehículos que fluía con inevitablelentitud a esa hora de la mañana. Apesar de todo, se sintió muy animado

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al darse cuenta de que no eran pocoslos conductores que torcían suscuellos descaradamente para admirarla línea de su singular Escarabajo.Era un coche único.

En la parsimonia del atascoLucas pensó en la suerte que habíatenido. Aprobó el carné de conducira la primera, lo que le supuso unaalegría enorme para su orgullo. Sehabía apuntado a la autoescuela antesde cumplir los dieciocho años parapoder examinarse en cuantocumpliese la mayoría de edad.Obtenido el permiso, solo faltaba un

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detalle: el coche. Y eso ya no era unproblema. La única pega alafortunado hilo de acontecimientosera haber conseguido el Escarabajomediante una herencia, pero ya no sepodía hacer nada a ese respecto.

Tuvo que dar un frenazo algobrusco. La calzada estaba colapsaday todos los vehículos detenidos a lolargo de los tres carriles. Los pitidosle rodearon desde todos los ángulos.Miró al conductor que estaba en elcarril adyacente.

―¡Que está en verde,subnormales! ―le oyó gritar a pesar

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de estar las ventanillas subidas.Golpeaba el claxon tan fuerte queLucas pensó que terminaríarompiéndolo―.

¡Algunos tenemos que trabajar,inútiles!

Instintivamente, Lucas le imitó yempezó a aporrear la bocina de sucoche intercalando improperios queno iban dirigidos a nadie enconcreto. Experimentó una sensacióncuriosa... era un adulto. Se sintiómayor.

Recordó la primera vez quehabía fumado un cigarrillo. Tenía

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catorce años recién cumplidos ycuando por fin logró dar un par decaladas seguidas sin toser, le invadióesa misma sensación, la de ser como«los mayores». No entendió entoncespor qué fumar resultaba placentero ytampoco entendió ahora por quédesgarrarse la garganta

berreando reportaba algúnbeneficio. Desde luego, los cochesseguían parados. En cualquier caso,era indudable que él se sentía másmaduro. Se imaginó a sí mismoconduciendo hacia su despacho,donde tomaría decisiones

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importantes derivadas de lasresponsabilidades que debía afrontarpara mantener a flote su empresa. Alllegar, colgaría la americana en elrespaldo de su butaca de cuero ycomunicaría a su secretaria por elinterfono que no le pasara llamadas,mientras miraba la foto de su mujer ysus hijos que tenía sobre la mesa.Después encendería su portátil y...

―¡Mueve ese trasto de una vez!―gritó alguien.

Esta vez se dirigíanexpresamente a él. Lucas salió de suensimismamiento y reparó en que los

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coches se movían de nuevo. Levantóla mano en gesto de disculpa yaceleró hasta alcanzar los prudentesveinte kilómetros por hora a los quecirculaba todo el mundo.

El aparcamiento de la facultadestaba repleto. No había caído enque necesitaba encontrar un lugardonde dejar el coche.

Pasaron veintitrés tensosminutos hasta que tropezó con unaplaza que se había quedadomilagrosamente libre. El ajustadohueco se encontraba en una calleestrecha de un solo carril con los

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coches aparcados sobre las aceras.Lucas rebasó el espacio libre, paróel Escarabajo junto al siguientevehículo para estacionar marchaatrás y empezó a recular. Porsegunda vez tuvo que frenar en seco.Un coche llegó por detrás y no sedetuvo, saltándose la distancianecesaria para que él pudiesemaniobrar, e introdujo ligeramente elmorro en su plaza. Estabaimpidiéndole meter el cochedeliberadamente.

Lucas aporreó el claxon ensigno de protesta con la misma rabia

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que exhibían los conductores en elatasco anterior. No se había pasadomás de veinte minutos dando vueltasen busca de un hueco para que eselistillo se le colase tandescaradamente.

―¿Quieres apartar el coche?―gritó por la ventanilla―. ¡Yoestaba primero! El otro coche no semovió.

Sonaron pitidos de protesta delos vehículos que aguardaban en filadesde atrás. El entrometidoretrocedió finalmente, sacando elmorro. Lucas se apresuró a meter el

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Escarabajo. No era precisamente unconductor experimentado y le costóun esfuerzo considerable aparcarmarcha atrás, sobre la acera. Tuvoque salir y volver a intentarlomientras los pitidos tronaban,impacientes. Cuando lo logró, cogiósu mochila y se bajó.

El campus no había cambiadode un día para otro. Daba igualacudir en coche o en metro, peroLucas se sentía especial aquel día.No tenía claro lo que su agitadoestado emocional le había hechoesperar, pero que todo permaneciese

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inalterado le resultó extrañamentedecepcionante.

―De modo que eras tú el queme ha quitado el sitio ―dijo una vozdesagradablemente familiar.

Era Gabriel. Un estudiante detercero con el que ya había rozadoanteriormente. Un auténtico imbécil.El incidente con el aparcamientoconcordaba perfectamente con supersonalidad. Gabriel era un chicoalto, más de metro noventa, yapuesto, según se rumoreaba, cosaque a Lucas le sentaba fatal. Tenía uncarácter conflictivo y Lucas

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sospechaba que era el tipo depersona que disfrutaba con elsufrimiento de los demás.

―No te he quitado nada ―dijoLucas―. Yo llegué antes.

―Y encima con ese cacharro―apuntó Gabriel rodeando elEscarabajo. Lo estudiaba con el ceñofruncido, fingiendo interés―.¿Cuántos años tiene? ¿Cincuenta? Nome extrañaría que hubieses traídocaballos para tirar de él.

―Te da envidia porque es unmodelo con clase, original, no comoel tuyo.

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Lucas intentó que no se notaselo sensible que estaba respecto alEscarabajo. Sería infantil perder lapaciencia porque alguien insultase sucoche.

―Debes estar de guasa ―seburló Gabriel―. Apuesto a que esaantigualla no pasa de ochenta.

―Estoy seguro de que el tuyocorre mucho más ―repuso Lucas condesgana―.

¿Por qué no te vas a echar unacarrera por ahí? Seguro que hay unmontón de gente a la que leencantaría hablar contigo de coches.

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No es mi caso.―No te vayas tan deprisa

―dijo Gabriel. Lucas reconoció eltono desafiante de su voz―. Aún nome has contado de dónde has sacadotu nuevo carruaje.

Al volverse, Lucas vio aGabriel sentado sobre el capó delEscarabajo. Acariciaba uno de losespejos retrovisores mientras hacíaostentación de una sonrisaprovocadora. A su lado estaban dosde sus amigos, como siempre. Esaera la razón de su actitud fanfarrona.

―¿Qué tal si te apartas de mi

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coche? ―preguntó Lucas en tonofirme, pero controlado.

Demostrar el menor atisbo demiedo sería como prometerle unfestín a un hambriento. Gabriel secebaría al sentirse superior y no ledejaría tranquilo hasta conseguirhumillarle o quizá algo peor. Losrecién llegados amigos de Gabrielsonrieron. Uno de ellos se sentósobre el Escarabajo. La rueda sehundió un poco bajo el peso.

―No te pongas nervioso, Lucas―dijo Gabriel―. Solo queremoscharlar un poco contigo.

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Lucas detectó la tensión en lamirada de su oponente. Gabriel serelamía con una situación tanventajosa. Tres contra uno. No seirían sin antes divertirse un poco.Lucas ardía en deseos de gritarlesque se alejasen de su coche, perosabía que era absurdo manifestar sunerviosismo. Era lo que ellosquerían, sólo serviría paraprovocarles unas fuertes carcajadas.

Lo único que se le ocurrió fuepermanecer en silencio, lo másinexpresivo posible, a la espera de lasiguiente burla, a ver cómo conseguía

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esquivarla sin salir demasiado malparado. La impotencia le estabacorroyendo por dentro.

Una mano se posó sobre suhombro y alguien se puso delante deél.

―Muy mal, Lucas. Te he dichomuchas veces que no hables conanormales. Les cuesta muchoentender las cosas, y cuanto másaltos, más acentuado es su retrasomental.

Una ola de alegría recorrió aLucas al escuchar aquella voz. Eraafilada y suave, con una gran

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tendencia a saltarse los límites de laeducación y a dotar a su dueño deuna personalidad... contundente. Erala voz de Carlos, el mejor amigo deLucas. Tenía la misma edad queGabriel, aunque Carlos seguía enprimero de carrera. Era más bajo queGabriel, pero más corpulento. Supelo moreno había empezado aretirarse de la frente, dejando a lavista unas prominentes entradas quele hacían parecer mayor de losveintiún años que tenía.

―Me alegro de verte, Carlos―dijo Lucas dejando escapar un

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suspiro de alivio.―¿A quién llamas anormal?

―preguntó uno de los amigos deGabriel en tono amenazador.

―¿Ves a lo que me refería?―dijo Carlos―. Ni siquiera sabencuándo les insultas. ¡Pobrecillos!―ignoró al que había hablado y seencaró con Gabriel. Lucas seapresuró a ponerse a su lado―.Veamos si lo entiendes. Ese no es tucoche ―le dijo a Gabriel hablandomuy despacio, como si se tratase deun extranjero con problemas deidioma―. Te conviene levantarte

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ahora mismo o tus dientes corren elriesgo de empezar a caerse de uno enuno.

Nadie se movió durante unossegundos. Gabriel sostuvo la miradade Carlos sin amedrentarse, mientrassus amigos le miraban en busca dealguna indicación que les permitiesesaber qué hacer. Carlos ni siquierapestañeó. Apretó los nudillos hastaque se tornaron blancos y mantuvolos ojos clavados en los de Gabriel,a quien tenía enfrente, a solo unpalmo de distancia. Lucas no tuvo lamenor duda de que, si estallaba una

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pelea, el primer puñetazo lo iba arecibir Gabriel, y no sería flojo.

Gabriel pareció llegar a unaconclusión similar.

―Como ya he dicho, sóloqueríamos charlar un poco conLucas. No veo por qué tienes queponerte así, Carlos.

―Discúlpame, entonces―repuso Carlos fingiendo estararrepentido―. Pero seguro queLucas prefiere charlarexclusivamente contigo, no con tussecuaces.

―¿Ese es el problema?

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―preguntó Gabriel, sorprendido―.Malinterpretáis nuestras intenciones.No hay por qué tener miedo de queseamos tres, no buscamos camorra.Eso es cosa tuya, Carlos. Eres unbroncas y crees que todos somosigual que tú.

Carlos mostró una sonrisadeslumbrante, pero no aflojó lapresión de sus puños.

―Genial. Entonces, ¿a quéesperáis para apartaros de su coche?Gabriel se levantó casiinmediatamente e hizo una torpereverencia.

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―Ya está. ¿Lo ves? ―dijo conun tono cargado de ironía. Hizo ungesto con la mano y sus amigos seretiraron del Escarabajo―. Sólotenías que pedirlo con educación.¿De veras buscas pelea por tan pocacosa? Eres un perturbado.

Lucas agarró a Carlos por elbrazo antes de que pudiese replicar.Gabriel y sus amigos ya semarchaban.

―Déjalo estar. No ha pasadonada y ya se van.

―No soporto a ese imbécil―dijo Carlos―. Siempre tenemos

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algún tropiezo con él.Lucas decidió no hacer

comentarios. Carlos tenía razón, perono quería contribuir a que la rabia desu amigo siguiese creciendo.Después de todo, no había llegado apasar nada. Por una vez, quería tenerla fiesta en paz.

Según Carlos, que era unexperto gracias a los tres años quellevaba en la universidad, y en losque apenas había pisado el suelo deuna de sus aulas, Gabriel tenía esamanía a Lucas por ser amigo suyo.Carlos le había contado que en su

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primer año de facultad se acostó conla novia de Gabriel y desde entoncesnunca se habían llevado bien, lo quea Lucas le pareció razonable, a pesarde tratarse de su amigo.

―Olvídate de él ―dijoLucas―. Vamos a clase que aúnpuedo aprobar casi todas lasasignaturas.

―¿Todavía sigues con eso?¿Cuántas veces tendré que repetirlo?Limítate a aprobar una o dosasignaturas para que no te echen, trescomo mucho.

―No empieces de nuevo, ya lo

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hemos discutido muchas veces. Nosomos iguales.

¿De verdad que no te va a darvergüenza cuando lleve másasignaturas aprobadas que tú, siendodos años menor?

―¿Vergüenza? Pena, tal vez. Yeso suponiendo que apruebes. ¿Sabeslo que nos espera después de launiversidad?

Lucas lo sabía, al igual que larespuesta que Carlos esperaba de él.

―Trabajar.―¡Exacto! ―dijo Carlos,

triunfal―. ¿Para qué darse prisa en

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dejar todo esto?¡Hay que estar mal de la cabeza!

―Lucas se encogió de hombros.Intentar convencer a Carlos de locontrario era una de las formas másabsurdas de perder el tiempo―.¿Una partidita?

―Quiero ir a clase ―insistióLucas―. Ya jugaremos a mediodíael torneo.

―Pero si la clase empezó hacemedia hora ―dijo Carlos con unasonrisa. Lucas miró su reloj ycomprobó que tenía razón―. No esculpa mía. Vamos a la cafetería a

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tomar un café. Hace un frío de mildemonios.

―Maldición. He tardado másviniendo en coche que en transportepúblico. Entre el atasco y la escasezde aparcamiento, es imposible llegara tiempo.

―Por cierto, no me has contadode dónde has sacado esa pasada decoche. No creo que sea muy buenopara ligar, pero es un modelo muychulo.

Mientras cruzaban el campus,Lucas le contó los detalles de suinesperada herencia. Carlos le hizo

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cantidad de preguntas acerca delEscarabajo, que le sirvieron a Lucaspara darse cuenta de lo poco quesabía de coches. Decidió cambiar detema. Por suerte, pocas cosas eranmás fáciles tratándose de Carlos.

―Creo que no deberíamos usarlas señas falsas en la partida de hoy―dijo Lucas simulando estarpreocupado―. Me han dicho quenuestros adversarios son muy buenos.No podemos arriesgarnos a perder encuartos de final.

―¡De eso ni hablar! ―seatragantó Carlos. Insinuar que su

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técnica al mus no era la mejor era ungolpe descomunal a su orgullo―.Escúchame bien, mis señas falsasson las mejores. Vas a hacerlasexactamente como hemos practicadoy nadie se dará cuenta.

¡Y no seas ingenuo! Todo elmundo lo hace. No son trampas, es elestilo universitario del mus.

―Si eres tan bueno, ¿por qué nohas ganado ningún año?

―Mis compañeros eranmalísimos ―explicó Carlos muyseguro de sí mismo―. Se poníannerviosos y terminaban metiendo la

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pata. Tú hazme caso a mí. Mantentetranquilo y yo me encargaré demolestar a nuestros contrincanteshasta que pierdan ellos la calma.

―Está bien. Pero voy a ir a lassiguientes clases antes de la partida―aseguró

Lucas en tono firme.Carlos sólo tuvo que insistir

unos cinco minutos. Le metió en lacafetería con la excusa de tomar uncafé y antes de que se lo terminasenya estaban repartiendo cartas.

―Es sólo para calentar ―lehabía prometido Carlos.

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Lucas no fue a una sola clase entodo el día. En realidad ni siquierasalió de la cafetería. Se pasaron todala mañana jugando al mus. Laconciencia le dio un par de molestaspunzadas a media mañana, pero alfinal, la labia de Carlos fue másconvincente.

―Tengo que ver a Silvia ―dijoLucas después de terminar unapartida―. Voy a ofrecerme allevarla a casa. Es lo menos quepuedo hacer ya que le voy a tener quepedir una vez más los apuntes.

―¡Eh, que soy yo! ―repuso

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Carlos―. Conmigo no tienes quedisimular. Esa chica te gusta. Nobusques excusas y lánzate de una vez.

―¡Que no es eso! Necesito losapuntes para estudiar. Y esprecisamente por tu culpa. Si no meliases... Silvia es una chica maja,nada más.

―Ya, como tú quieras. Detodos modos, estará en clase. Si no,no tendría sentido que le pidieses losapuntes, ¿no crees? ―A veces Lucasodiaba a Carlos con bastanteintensidad―. Seguro que viene luegoa ver el torneo de mus. No te apures,

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Romeo. Oye, y que no te distraiga delas cartas o la echo de la cafetería.

―No seas pesado. ¡Que sólo esun juego!

―¡Pero qué dices! ¡Tú es queno riges! A veces es que... no sé paraqué me molesto contigo. Es muchomás que un juego. Ni te imaginas loque es llegar a la final delcampeonato de mus. Si supieses...

―Que sí, que ya lo entendido―le cortó Lucas. Prefería blasfemaren el Vaticano y enfrentarse a la iradel clero antes que cuestionar laimportancia del mus delante de

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Carlos―. No me distraeré. ―Yantes de que pudiese replicar, recitóde memoria las instrucciones queCarlos le había dado―: Pasaré lasseñas falsas tal y como me hasenseñado y mantendré la calma entodo momento. Tú les pondrásnerviosos y harás que sedesconcentren.

―Perfecto ―dijo Carlos,satisfecho―. Si lo haces así,ganaremos. Y ganaron.

La partida se desarrollóexactamente como Carlos habíapronosticado. Nadie se dio cuenta de

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las señas que emplearon. Lucasestuvo pendiente en todo momentodel juego, informando a Carlos de lascartas que llevaba y fijándose hastaen el último detalle de susadversarios, para detectar posiblesfaroles. Carlos no les dejó casi nirespirar. Estuvo hablando toda lapartida, soltando pullas ycomentarios afilados que socavaronla paciencia de los contrarios tal ycomo había predicho que sucedería.Por más veces que lo viese enacción, Lucas no dejaba deasombrarse de su amigo. Siempre

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encontraba algo que decir paraincordiar a los contrarios. Era comoun extraño don, lo único que Lucas lehabía visto dominar con maestría.Además, era imposible conseguir quese callase. A Carlos nada le ofendía,nada era capaz de perturbarle. Eracomo si el mazo de cartas leconfiriese un sosiego interior quenadie podía arañar siquiera.

Los oponentes les estrecharon lamano con mucha corrección y Carlosempezó a cantar en medio de lacafetería.

―Buena partida.

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―Silvia, no sabía que estabaspor aquí ―dijo Lucas levantándosede la silla. Silvia tenía diecinueveaños, como él. La conoció el primerdía, mientras hacía cola paramatricularse, al verla pensó quehabía acertado al escoger laIngeniería de Caminos, Canales yPuertos. Pasaron tanto tiempo de piejuntos que terminaron hablando deinfinidad de cosas. Luego seencontraron en clase y surgió unaespecie de amistad. Silvia era algocallada, opaca casi; no era fácildescifrar lo que le pasaba por la

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cabeza. A Lucas le gustó desde elprimer momento, pero la ausencia deseñales por parte de ella le sumía enla incertidumbre. Por alguna razón, lecostaba mucho más esfuerzo de lonormal invitarla a salir alguna nocheo aproximarse a ella por cualquierotro método. Lo cierto era que ledaba vergüenza que le rechazase.Tardó más de un mes en forzar unaconversación en la que ella se vieseobligada a decir si tenía novio o no.Resultó que no.

―No quería perdérmelo ―dijoSilvia―. Ya estáis en semifinales.

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―Carlos, que es un figura enesto del mus.

―No seas modesto ―dijoella―. Seguro que tú tambiéncolaboras.

―Menos de lo que imaginas. Teaseguro que no es falsa modestia.Carlos no sabe hacer otra cosa en elmundo.

―Te he oído ―dijo Carlosacercándose a ellos―. Sí que séhacer otra cosa, pero sólo una.¿Cómo estas, Silvia?

―Muy bien. No me diviertotanto como vosotros, pero no me

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quejo.―Eso hay que arreglarlo ―dijo

Carlos―. Una chica tan guapa...Lucas, invítala a tomar algo, no seasavaro.

―En realidad ya me voy ―dijoSilvia―. Enhorabuena por lapartida.

―Espera, te llevo a casa―intervino Lucas―. Ya tengocoche, así te lo enseño.

Dejaron a Carlos en la cafeteríadisfrutando de su victoria. Lucassabía que su amigo iba a fanfarronearun buen rato acompañado de

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numerosas cervezas. Era sumomento. Y así era como Carloscelebraba una victoria al mus, eljuego sagrado.

La temperatura había subidoalgunos grados, pero aún hacía frío.Lucas y Silvia cruzaron el campuscamino del Escarabajo.

―¿Crees que ganaréis elcampeonato? ―preguntó ella.

―Es posible. Aunque lossiguientes rivales son muy duros porlo que me han dicho. Hay un inglésque juega muy bien, según dice todoel mundo.

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―¿Ramsey? Lucas asintió.―¿Le conoces?―Un poco. Se sienta conmigo

en un par de clases ―dijo ella.Lucas sintió un ataque de celos.Automáticamente quiso saber másdel inglés y su relación con Silvia―.No te preocupes por él, no jugarácontra vosotros.

―¿Y eso?―Vuelve a Londres. Si no

recuerdo mal, se iba esta mismatarde. Tiene que asistir al funeral deun policía amigo suyo.

Una excelente noticia, sin duda.

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Lucas disimuló una sonrisa. Lo ciertoera que el tal Ramsey no le caía muybien. ¿Quien se paseaba por ahí conun sombrero de ala y un bastón? Noestaba al corriente de la moda enLondres, pero en Madrid, esoimplicaba ir haciendo el ridículo, yluego estaba la música de su móvil,siempre sonaba una canción ruidosaen los momentos más inoportunos.

La alegría no le duró mucho.Concretamente, hasta que llegaron alcoche. Alguien lo había rayado. Unalínea ondulada atravesaba la pinturanegra de la chapa por el lado del

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conductor. La raya serpenteaba porel lateral desde la puerta delanterahasta la parte de atrás.

―¡Será hijo de...!―¿Qué ha pasado? ―preguntó

Silvia, extrañada.―Ese es mi coche ―dijo Lucas

señalando al Escarabajo―. Esemalnacido de

Gabriel me lo ha rayado.―¿Estás seguro de que ha sido

él?―Tuvimos unas palabras esta

mañana. Carlos casi le parte la cara.Debería haber dejado que lo hiciese

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¡Ese bastardo vengativo me harayado el coche!

****

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CAPÍTULO 3

El Escarabajo no estaba dondelo había dejado aparcado.

Por segunda vez, Lucas miró aambos lados de la calle, buscando suvehículo, bajo la amenaza de llegarde nuevo tarde a clase. El díaanterior había estacionado bajo elsauce que ahora contemplabaenfadado. El recuerdo se manteníafresco en su memoria. Después dedejar a Silvia en su casa, habíaestado dando vueltas y vueltas hasta

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dar con aquel hueco. ¡Como para noacordarse del lugar en que habíadejado el coche!

Y sin embargo no estaba.Lo encontró cincuenta metros

más adelante, aparcado en la mismaacera y en el mismo sentido. Daba laimpresión de que al retirarse losdemás coches el Escarabajo hubieradecidido desplazarse para estar en unlugar más cómodo o más acogedor.No tenía sentido.

El enfado de Lucas se diluyóvelozmente ante una nueva sorpresaque su coche le tenía reservada.

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Cuando iba a abrir la puerta, reparóen que la raya que surcaba el lateraldel lado del conductor, la que lehabía hecho Gabriel el día anterior,había encogido. Era mucho máspequeña, la mitad aproximadamentede lo que debía ser, como si sehubiera borrado una parte.

Lucas se frotó los ojos coninsistencia. Nada cambió.

El resto del día transcurrió demanera normal. Algo aburrido.Carlos no dio señales de vida yLucas consiguió asistir a algunasclases. Disfrutó de la compañía de

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Silvia y poco más.A la mañana siguiente, el

Escarabajo tuvo la gentileza depermanecer en el lugar exacto en elque Lucas lo había aparcado la nocheanterior. Todo un detalle por suparte. Lucas había salido a la callecon tiempo, convencido de quetendría que rastrear de nuevo suposición, pero no fue necesario. Parauna vez que no iba a la facultad y queno tenía prisa... Casi lamentó noperder algo de tiempo en busca de sucoche.

No había comentado el asunto

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con nadie. Su padre le tomaría porloco y no le concedería el menorinterés, lo cual era más quecomprensible. Carlos sí le dedicaríatoda su atención..., pero paraburlarse con todo su repertorio dechistes. Probablemente, lepresionaría para efectuar multitud deexperimentos con el coche,destinados a convencerle de queestaba mal de la cabeza. Lucas noquería pasar por algo semejante.Definitivamente, era mejor guardar elsecreto.

El misterio no se refería sólo a

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la aparente facultad del coche paracambiar de ubicación. Lucasdescubrió otro detalle inexplicable.La raya con que Gabriel habíadecorado el Escarabajo habíadesaparecido por completo, de modoque la pintura metalizada del cocheestaba absolutamente impecable.Lucas repasó el Escarabajo con unamezcla de asombro y alegría.Aquello era una prueba que podíaenseñarles a Carlos y a Silvia, que lohabían visto rayado, pero enseguidadescartó la idea. Ni aun así locreerían. Pensarían que Lucas lo

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habría llevado a un taller y se lohabían pintado de nuevo.

Al subir al Escarabajo leinvadió una oleada de fascinación.Lucas ya no lo veía como un cochenormal y corriente. Su Escarabajoera especial, no cabía duda.

Conducir por Madrid era muchomás agradable cuando no era horapunta. Lucas llegó a casa de su tíaClaudia en poco más de veinteminutos. Las doce de la mañana y ladiferencia en la densidad del tráficoera brutal. Deberían retrasar lasclases de la universidad para que no

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coincidiesen con el horario laboral.La reja metálica de la entrada al

chalé se abrió perezosamente y Lucasentró en la parcela. Aparcó al ladodel coche de su padre.

Nada más salir del Escarabajo,el corazón se le disparó por elsobresalto. No tuvo tiempo ni decerrar la puerta. Los dos pastoresalemanes de la casa se lanzaron a porél fieros y veloces, soltando potentesladridos. Lucas se quedó helado enel sitio.

El primero de los perros tomóimpulso, cuando estaba a un par de

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metros de distancia, y saltó sobre él.Lucas le vio aproximarse surcando elaire con la boca abierta. Cerró losojos y se encogió para protegerse delimpacto. El perro pasó rozándole, yfue

a caer dentro del coche. Alabrir los ojos, Lucas comprobó queel otro perro daba vueltas alrededordel Escarabajo olisqueando conintensidad. Su hocico repasó toda lacarrocería.

Lucas necesitó unos segundospara recuperarse del susto.

―¡Sal de ahí, Zeus! ―gritó

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Lucas al perro que se había coladoen el Escarabajo―.

¡Lo vas a llenar todo de pelos!Zeus ni se inmutó. Se sentó

como pudo entre los dos asientos yempezó a lamer el volante. El otroperro hizo amago de entrar, peroLucas se lo impidió bloqueándole elpaso con la pierna. Recurrió a todaslas tretas que se le ocurrieron parasacar a Zeus del coche. Primero se lopidió amablemente, animándole asalir como si entendiese suspalabras. Lucas había visto a losdueños de animales dirigirse a ellos

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como si se tratara de bebés,recurriendo a frases del tipo «vamosbonito, ven aquí», y empleando eltono que se usaría para dirigirse a lacosa más adorable del mundo. Algodebía de estar haciendo mal porqueaquello no funcionó con Zeus. Elperro ni siquiera volvió la cabezahacia él.

Lucas tuvo otra idea. Usandouna voz más alegre, fingió sacar algode su bolsillo para luego lanzarlo porel aire. Era un truco que había vistomuchas veces. Los perros siempresalían disparados en la dirección

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apuntada aunque no se les arrojasenada. Estaba visto que Zeus eramucho más listo que la media caninaporque esta vez sí miró a Lucas, perono se dejó engañar. Permaneciódentro del coche, llenándolo todo debabas y pelos.

Lucas ya no sabía qué hacerpara sacar a Zeus. Lo único que se leocurrió fue buscar al jardinero con laesperanza de que a él sí le hicieracaso el perro. Iba a marcharsecuando de repente el Escarabajo semovió. Se inclinó rápidamente haciaun lado y Zeus salió despedido. El

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movimiento fue rápido y corto. Lucasse apresuró a cerrar el coche. Luego,como si se diese cuenta en eseinstante, se apartó de un salto y sequedó mirando el coche fijamente.¿Qué había sido eso? Puede que seestuviese volviendo loco de verdad.El Escarabajo se había inclinado porsí solo. Lo acababa de ver con suspropios ojos y, aun así, no terminabade creérselo. Había una explicación,seguro. Tal vez un golpe de vientodel que no se había percatado, opuede que...

―Hola, Lucas ―dijo la voz de

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su tía a su espalda. Lucas se dio lavuelta y vio a

Claudia en la puerta del chaléagitando la mano―. ¿Por qué noentras?

Claudia no había logradodesprenderse aún del halo de tristezaque la acompañaba desde la muertede Óscar. Lucas dio dos besos a sutía y entraron en casa. Su padreestaba frente a la chimenea, avivandoel fuego. Últimamente pasaba muchotiempo con su hermana, todo el quepodía. Rubén dejó el periódico sobrela mesa y fue a saludarle.

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―¿Cómo estás, Lucas? ―dijoestrechándole la mano.

Lucas se alegró de no ver aSergio por ninguna parte. Rubénparecía menos decaído que Claudia yLucas imaginó que, al igual que supadre, también estaba más pendientede ella desde la muerte de Óscar.

―Voy tirando. Te veo bien,Rubén ―dijo bajando la voz―.¿Cómo está tu madre? La veo unpoco abatida todavía.

Rubén asintió con un brillo decomprensión en los ojos.

―Va mejorando, pero muy

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despacio. ¿Qué tal el Escarabajo?―Muy bien, la verdad. Es un

coche impresionante.―¿Puedo dar una vuelta?Lucas buscó desesperadamente

una excusa para negarse. No teníanada contra su primo, de hechoRubén era todo lo contrario que suhermano Sergio, una gran persona.Pero no era por eso, era por elEscarabajo. Por primera vez, Lucasfue consciente de un sentimiento depropiedad muy acusado respecto desu nuevo coche. No quería que nadiemás que él lo condujese. Era suyo.

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Sin embargo, no podía oponerse aque Rubén lo utilizase, después detodo, había pertenecido a su padrehasta hacía unos días. No seríaapropiado impedirle usar algo queprobablemente debería haber sidosuyo por derecho propio.

―Claro que sí ―dijo Lucasesforzándose en sonar natural―.Toma. Rubén tomó el manojo dellaves y se fue.

―Aquí tienes, Lucas ―dijoClaudia tendiéndole una carpeta―.Revisa que esté todo dentro, no seaque volvamos a equivocarnos.

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Era un consejo que Lucas iba aseguir con mucho gusto. Se trataba dela documentación del Escarabajo, supreciado coche. Contuvo lo mejorque pudo el ansia que le dominabapor verificar que todo estuviese enorden mientras sus ojos pasabanrápidamente por la documentaciónincluida en la carpeta. Comprobó conuna inmensa satisfacción que sunombre figuraba en los papeles yasintió satisfecho.

―Muchas gracias, Claudia.―A ti, cariño ―contestó

ella―. Cuídalo bien. Supongo que ya

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sabrás que era el favorito de Óscar.―No te preocupes, mamá

―dijo Rubén entrando de nuevo enel salón. Le lanzó a Lucas las llavescon más fuerza de la necesaria. Lucaslas agarró a duras penas, evitandoque le diesen en la cara―. Te puedoasegurar que mi querido primo sabecuidar muy bien de su nuevo coche.

El tono y el gesto de Rubén eraninconfundibles. Estabatremendamente enfadado.

―¡Rubén! ―le reprendióClaudia―. ¿A qué ha venido eso?

―Que te lo explique Lucas

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―contestó Rubén. Luego se volvióhacia su primo―. Si no queríasdejarme el coche, habérmelo dicho.

Lucas no entendía nada.―Pero si te he dado las llaves

―fue lo único que se le ocurriódecir.

―¿Quieres cachondearte de mí?―Rubén estaba claramenteindignado―. No sé qué has hechocon el coche o qué llaves me hasdado pero con esas no arranca.

Lucas las contemplódetenidamente por si se habíaequivocado, pero no era el caso.

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Esas eran las únicas llaves que éltenía del Escarabajo, lo que lerecordó que debía hacer una copiapor si las perdía. Un fogonazo deansiedad se instaló en su garganta; silas llaves no arrancaban, era quealgo le había sucedido al coche. Peroantes debía tranquilizar a su primo,no quería que pensara mal de él, ymenos sin motivo.

Sin embargo, Rubén no le dio laoportunidad. Se marchó con gestoairado sin mirarle siquiera. Desdeluego, Lucas no estaba estrechandolos lazos con sus primos. Se disculpó

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lo mejor que pudo con Claudia, quiense mostró comprensiva, restándoleimportancia al asunto.

―Un malentendido tonto. No tepreocupes por Rubén, ya se lepasará, mi hijo es así ―añadió conpesar.

Su padre estuvo de acuerdo, conlo que Lucas determinó que era unbuen momento para irse, no fuera atropezarse con Sergio. Durante unatemporada sería mejor evitar a susprimos.

El jardinero debía de haberguardado a los perros porque ya no

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se les veía por el jardín. Lucas llegóhasta el Escarabajo sin problemas.Titubeó un instante antes deintroducir las llaves. ¿Qué haría si sehabía averiado? No quería niimaginarlo. Lo último que le apetecíaen ese momento era volver a entrar yanunciar que se había cargado elcoche de su padre. Solo había unmodo de averiguar si sus temorestenían algún fundamento.

Nada más girar la llave, elEscarabajo le saludó con el peculiarsonido del motor. Arrancó a laprimera, suave, como siempre.

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Entonces, ¿a qué había venidoel enfado de Rubén? ¿Se habríainventado que no arrancaba? De serasí, Lucas no veía el propósito. No ledio más vueltas, lo importante eraque el Escarabajo se hallaba enperfectas condiciones.

Ahora sí que necesitaba unapartida de mus para relajarse yapartar la mente de laspreocupaciones con sus primos.Afortunadamente, Carlos nuncadefraudaba en eso. Le encontró en lacafetería de la facultad rápidamente.

―Así me gusta, pichón ―dijo

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Carlos con una sonrisa―. Tenemosque prepararnos para la semifinal deltorneo.

―Por eso he venido ―contestóLucas―. Necesitas practicar. Tuveque salvar la partida la última vez.De no ser por mí...

―Seguro, seguro. Suerte que tetengo a mi lado. Tú sigue jugandocomo yo te diga y todo irá bien.Preocúpate por tu orgullo despuésdel campeonato.

Era imposible desinflar el egode Carlos en lo que al mus se refería.Especialmente si ganaba, cosa que

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volvió a suceder. Últimamente lasvictorias se repetían con demasiadafrecuencia, incluso tratándose deCarlos. A Lucas le costaba recordarla última vez que había perdidojugando juntos. Y si...

―¿Haces trampas?―Por supuesto, las señas

falsas, ya lo sabes. ¿A qué viene esapregunta?

―Me refería a trampas con lascartas ―insistió Lucas―. Ganodemasiadas veces contigo.

―Me halaga que pienses así―se rió Carlos―. Vamos a ver, lo

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primero de todo es que no se puedeganar demasiado, ni siquiera aunqueganes siempre. Aprende eso,perdedor. Lo segundo, y másimportante, es que se trata de unacuestión de habilidad, no de suerte.Nunca entenderás...

―Que sí, que sí, cansino. Queeres muy bueno, pero no sé...Adivinas con demasiada precisiónlas cartas del contrario ―añadióLucas pensativo.

―Eso es talento, ya aprenderás,no te inquietes ―dijo Carlos muycontento―. De todos modos, esos

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dos eran patéticos. Nunca se tirabanun farol, y eso que no nos jugábamosnada. Era facilísimo adivinar lo quellevaban, hasta tú podrías haberlohecho si te concentrases un poco.

Lucas asintió poco convencido.Y entonces tuvo una idea. No estabarelacionada con el mus, sino con elEscarabajo. Se dio cuenta de quepensaba demasiado en el coche, queaquello rozaba la obsesión, pero nopodía evitarlo. Y la idea seguíaarmando escándalo en su mente,reclamando su atención, obstinada.

―Vamos a mi coche un

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momento, quiero comprobar algo.―Vale, pero que no lleve

mucho tiempo. He quedado con mihermana.

―¿Sigue sin novio?―Ni se te ocurra ―le advirtió

Carlos―. Tú céntrate en Silvia.Esa era, sin duda, una idea de lo

más tentadora. Lucas sólo habíainsinuado estar interesado en lahermana de Carlos para incordiar unpoco a su creído amigo, no porquealbergase un verdadero interés porella. Carlos seguramente lo sabía,pero se irritaba igualmente. Sin

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embargo la mención de Silvia le hizopensar en ella.

―¿Está en clase? Carlossonrió.

―Supongo. Pasó por lacafetería a media mañana. No la hevuelto a ver. Era cuanto Lucasnecesitaba saber. Si Silvia estaba enla universidad, la

encontraría en la bibliotecadespués de clase, o se habríamarchado a casa. Luego loaveriguaría, ahora sentía laimperiosa urgencia de sacarse esaidea punzante de la cabeza. Era una

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teoría acerca de lo que había pasadocon su primo Rubén.

―Ya te he dicho que este cocheestá muy bien ―comentó Carlossentándose en el asiento delcopiloto―. No es mi estilo, perotiene carácter. ¿Qué queríascomprobar?

―Sólo un segundo ―dijo Lucashaciendo un gesto con la mano paraque esperase. Introdujo la llave decontacto en la ranura y la giró. Elcoche arrancó tan manso como decostumbre.

―¿Y bien? ―se impacientó

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Carlos.Lucas giró de nuevo la llave en

sentido contrario y apagó el motor.―Prueba tú ―le dijo a Carlos.Las cejas de Carlos se alzaron

por la sorpresa. Miró a Lucas unossegundos. Luego se encogió dehombros, alargó la mano y giró lallave.

No pasó absolutamente nada. Elmotor del Escarabajo permaneciómudo.

―Buen truco ―dijo Carlos conadmiración―. ¿Cómo lo haces?

―No tengo ni idea ―confesó

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Lucas.―Ya veo, crees que te oculto

que hago trampas al mus y se te haocurrido enseñarme este truquitopara demostrarme lo listo que eres.Solo hay un problema. Yo no hagotrampas.

―Yo tampoco ―aseguró Lucasmirando fijamente el salpicadero―.Déjame probar otra vez.

Carlos retiró la mano. Lucasgiró la llave y el coche arrancó.

―No vas a quedarte conmigo―dijo Carlos despreocupado―. Noentiendo un pijo de mecánica, así que

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no tiene mérito que me engañes.Lucas no se molestó en intentar

convencerle de que no era un truco.Dejó que Carlos se marcharapensando que había tratado deburlarse de él. Al fin y al cabotampoco podía hacer otra cosa. Élmismo no entendía qué sucedía y nose veía capaz de llegar aconclusiones lógicas. Se le pasó porla cabeza llevar el coche a un taller aque le hiciesen una revisión, pero lodescartó en cuanto pensó en laexplicación que le daría al mecánico;le tomarían por un tarado. De todos

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modos, tampoco era nada grave, bienmirado, el Escarabajo contaba con elmejor sistema antirrobo que sepudiese imaginar. Si su hipótesis eraacertada, nadie podría arrancar elcoche excepto él mismo. Otromisterio más que guardar en secreto.

No obstante se moría de ganasde comentarlo con alguien. Decamino hacia la biblioteca, no dejabade darle vueltas a esa posibilidad.Tal vez con Silvia, quizás a ella leatrajese el mundo del automóvil.Lucas no lo creía probable, perocomo era tan difícil saber lo que a

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Silvia le gustaba...La encontró enterrada bajo una

pila de libros en una mesa de labiblioteca. En cuanto la vio, Lucassupo que su deseo de hablar delEscarabajo respondía a unanecesidad de compartir algo conSilvia, algo íntimo y secreto a serposible, que la uniese más a ella. Unvínculo de complicidad en torno a unmisterio era perfecto, pero... Lucasno terminaba de verlo claro. Tenía laimpresión de que a las chicas lesgustaba otro tipo de cosas. No seveían muchas mujeres leyendo

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revistas de coches o suspirando portener un deportivo. No, era mejorbuscar algo diferente.

―Estudias demasiado ―dijoLucas a modo de saludo.

Se sentó frente a ella y apartóalgunos libros. Silvia levantó lacabeza. Parecía cansada.

―Alguien tiene que tomarapuntes para poder dejártelos.

―Buena observación ―apuntóLucas―. Deberías relajarte un poco.Te invito a un café, tienes aspecto denecesitarlo.

―¿Tan mal se me ve?

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―Eh... no, no es eso. Queríadecir que... eh... debes llevar muchotiempo estudiando. Tus ojos... Voy ala máquina de cafés. Te espero fuera.

Patético. Se había puestonervioso hasta tartamudear. ¡Quéabsurdo! Lucas se reprendióduramente por su pérdida de control.

De regreso con un par de cafés,Lucas vio a Silvia salir de labiblioteca. Mientras avanzaba haciasu encuentro, se exigió dominarse yno volver a hacer el ridículo. Ellatomó su café con una sonrisaindescifrable.

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―¿Dónde está tu medianaranja? ―preguntó ella.

―¿Cómo dices? No, no tengo...―Lucas tardó en entender a qué serefería Silvia―. ¡Ah, Carlos! Se haido con su hermana, habían quedado.

―¿Y te ha dejado solo?Pobrecito.

Su modo de hablar sobre Carlosrevelaba claramente que a Silvia nole caía bien. No era la primera vezque detectaba ese sentimiento. Suantigua novia, Raquel, con la quehabía roto hacía un año, tambiénadoptaba el mismo tono de voz para

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referirse a su mejor amigo. Lucas sesentía incómodo al percibirlo. Poruna parte, una sólida lealtad haciaCarlos le animaba a defenderle, apesar de que no hubiera un ataquedirecto contra él. Por otro lado, noquería desagradar a Silvia ni llevarlela contraria.

―No paso tanto tiempo con él―dijo soslayando el dilema―. Es unbuen amigo, eso es todo.

―Me contó que te gustaba suhermana...

―¡Será embustero! Eso esmentira... ―Lucas se apresuró a

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cerrar la boca. Había vuelto a perderel control. Estaba dando una imagenpenosa, no se atrevía a mirardirectamente a Silvia. Dio un tragomuy largo a su café―. Te estaríatomando el pelo, es una broma entrenosotros. Yo no estaría cómodosaliendo con la hermana de mi mejoramigo. Si la cosa terminase mal,sería embarazoso.

―Ya veo, la amistad es loprimero.

―No, no lo es. Si de verdad megustara su hermana, si realmenteestuviese enamorado, eso sería lo

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primero.―De modo que la amistad es

secundaria. Tu mejor amigo quedaríarelegado a un segundo plano por unachica de la que crees estarenamorado y con la que tal vez sólodurarías una par de meses.

Lucas abrió la boca pero nollegó a decir nada. Era uno de esosmomentos en los que uno sabe que sidice una sola palabra, la que sea,será para empeorarlo todo. Tenía queserenarse, controlar la conversacióny llevarla a su terreno. De repente,sintió que estaba manteniendo una

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especie de combate verbal conSilvia.

―Me estás tomando el pelo.Intentas desorientarme cuestionandocada postura que adopto.

―Es divertido ―confirmóSilvia con una sonrisa.

―Muy bien, listilla. Ahoraelige tú: amistad o amor. ¿Qué esmás importante para ti?

Lucas la observó conexpectación. Silvia se hizo de rogarvarios segundos, le miró de reojo ydijo:

―Esa información es

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confidencial. Aún no te conozco losuficiente.

Una evasiva descarada,escudada torpemente por una excusafácil de falta de tiempo, pero contodo, eficaz. A Lucas no se le ocurrióel modo de sortear la respuesta deSilvia para obligarla a pronunciarse.

―Mujeres... Siempre consecretos, pero bien que os gustapreguntar.

―No te enfades, algún día tecontestaré ―dijo en tono enigmático.

―¿Qué tal el sábado? Te invitoal cine... o a cenar.

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¿Pero qué estaba pasando? Laspalabras salían de su boca, peroLucas no terminaba de creérselo.¿Sería posible? Después de tantosmeses, el valor que no había sidocapaz de reunir para invitar a Silviaa salir aparecía así, de improviso,sin avisar. Simplemente, tomaba elcontrol de su boca y se liaba apreguntar por el fin de semana, sinimportar las consecuencias. Era algoinaudito.

Pasó un segundo. Silvia norespondió. Otro. Otro más. Ni unapalabra. Otro segundo. Lucas se

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volvería loco, le iban a rechazar.Maldita sea su bocaza, si la hubiesemantenido cerrada...

―Prefiero el cine ―dijo Silviafinalmente.

Lucas dejó escapar el aire degolpe. No había sido consciente deestar conteniendo la respiración.Ahora lo más importante eraconservar la calma, ya que no habíarazón para ponerse nervioso, ni quefuera la primera chica con la que ibaal cine.

―Te dejo elegir la película a ti―dijo Lucas.

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Sonó natural, condescendientepero a la vez claramente de broma.Bastante bien, Lucas estabasatisfecho de sí mismo.

―Te arrepentirás de esadecisión ―prometió ella.

A Lucas le daba igual. Silviapodía escoger el peor tostón que elcine fuese capaz de ofrecer, él no searrepentiría.

―Es probable, pero si lolamento ya se me ocurrirá algo paravengarme ―dijo

Lucas por añadir algo―. Siquieres te acerco a casa. Tengo el

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coche cerca.―No, gracias. Tengo que seguir

estudiando.Fue un alivio separase de ella.

Ya había conseguido la cita, y tal ycomo había transcurrido laconversación al principio,aumentaban sus probabilidades demeter la pata si continuaba la charla.Por hoy ya era más que suficiente.

Se despidieron y Lucas se fue apor su coche tan contento que sesentía invencible, insuperable.

Cuando llegó al coche loobservó extrañado unos segundos,

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juraría que había aparcado unas dosplazas más atrás. ¡Qué raro! Denuevo un cambio de ubicación. ¡Yesta vez a plena luz del día! Nopodía ser, seguramente en estaocasión se equivocaba. El éxito conSilvia y su obsesión por elEscarabajo nublaban su juicio.

―Al fin te encuentro,malnacido ―dijo una voz detrás deél.

La reconoció en el acto. Antesde volverse, Lucas ya sabía queGabriel no estaría solo.

―¿Ahora qué quieres?

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Le acompañaban dos amigos,para variar.

―¿Te estás haciendo el lococonmigo? ―rugió Gabriel fuera desí.

Los dos amigos se abalanzaronsobre él y le sujetaron cada uno porun brazo. Gabriel estaba muyalterado. Lucas no tenía ni idea de larazón, pero no podía ser culpa suya.Era él quien debería estar enfadadocon Gabriel por haberle rayado elcoche. Su primer impulso había sidovengarse, pero se le olvidó alcomprobar que el Escarabajo había

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solventado el problema por sí solo.―¿Qué hacéis, imbéciles?

Primero me rayas el coche y ahorame das una paliza con tus amiguitos.

Los ojos de Gabriel brillabande pura rabia.

―Es cierto, te rayé el coche―admitió Gabriel. Se acercó aLucas y le dio un puñetazo en elestómago. No cayó al suelo porque leestaban sujetando―. Pero ya veo quete has apresurado a vengarte, y te haspasado de listo.

―Cabrones ―susurró Lucasentrecortadamente por la falta de

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aliento―. ¿De qué estás hablando?...Yo no he hecho nada... No soy comotú.

Otro golpe en el estómago, estavez con la rodilla, que lo dobló porla mitad. Lucas se quedó colgando delos brazos de sus captores.

―¿Y eso qué es? ―le gritóGabriel.

Lucas sintió un fuerte tirón en elpelo. Le levantaron la cabeza paramirar hacia el coche de Gabriel. Apesar de la lejanía, se percibía connitidez que el lateral estaba hundidohacia dentro. No era preciso ser un

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perito para comprender que aquellaabolladura no se podía realizar conun solo golpe. Sin duda, otrovehículo había chocado contra el deGabriel varias veces.

―Yo no he sido... ―murmuróLucas con la voz débil―. Cabrones.

―Y yo voy y me lo creo ―dijoGabriel. Sus amigos arrastraron aLucas hasta el Escarabajo, apoyaronsu espalda contra el coche y leaplastaron los brazos contra lacarrocería para evitar que semoviera―. No sé cómo es posibleque este cacharro no esté abollado,

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pero por si tuviese alguna duda dequién ha sido, cosa que no es así, lapintura del parachoques te delata.―Lucas apenas le escuchaba.Analizaba

desesperadamente la situaciónen busca de una salida. Eran tres y élestaba solo―. Bien, te aseguro quevas a lamentar esa idea tan genialque has tenido.

Lucas vio el puño de Gabrielacercarse a toda velocidad. Intentózafarse pero era inútil, sus amigos lesostenían muy fuerte. Esta vez norecibiría el golpe en el estómago,

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sino en la cara.Entonces, el Escarabajo se

movió, solo un poco, pero fuesuficiente. Lucas notó cómo suespalda se desplazaba a la izquierdaarrastrada por el coche. Elmovimiento sorprendió a todos. Setambalearon un poco y el puño deGabriel se estrelló contra el amigoque sostenía a Lucas por la derecha.

Tenía que aprovechar aquellaocasión. Lucas se soltó y le dio unapatada al único que aún le sujetaba,en dirección hacia sus genitales. Laexpresión de su cara le reveló lo

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afortunado de su puntería; ese seguroque ya no sería un problema. Sindarle tiempo a apartarse, Gabriel selanzó sobre él, decidido a aplastarle,sin imaginar siquiera el modo en queLucas se le iba a escapar. La puertadel conductor se abrió de repente yGabriel no pudo evitar darse debruces contra ella. Cayópesadamente al suelo.

Lucas saltó al interior delEscarabajo y se alejó a todavelocidad. Las reflexiones para mástarde.

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CAPÍTULO 4

La tostada había desaparecidode su plato cuando Rubén volvió asentarse a la mesa, tras sacar un tarrode mermelada de la nevera. Encontróla mitad de ella sobresaliendo de ladesagradable boca de su hermanomayor.

―Oh, ¿era tuya? ―preguntóSergio fingiendo sorpresa.

―Te has levantado gracioso―observó Rubén, asqueado―. Noestoy de humor para tus paridas.

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―Pensé que la había preparadomamá para mí ―repuso Sergio sindisimular el hecho de que estabamintiendo.

Rubén conocía esa expresión deaburrimiento en el semblante de suhermano. Sergio no le molestaba porninguna razón concreta, sólo buscabaalgo que hacer. Pero Rubén sabía quelo único que funcionaba eraignorarle, negarle algo con lo queentretener su deteriorada mente, loque tampoco era fácil.Afortunadamente, su madre le ayudó.

―Venid al salón un momento,

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por favor ―les llamó Claudia.Los dos hermanos acudieron

con su madre, que estabaacompañada de un hombre alto y deedad indeterminada. Su aspecto eraalgo inquietante, tal vez por supostura corporal o su cabezaligeramente ladeada. Sus ojosmarrones no se movían de igualmodo, carecían de sincronización.Rubén comprendió que tenía un ojode cristal.

El desconocido les dedicó unasonrisa imprecisa.

―Este es el comisario Torres

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―explicó Claudia―. Quiere hacerosunas preguntas.

Lo primero que pensó Rubénera que guardaba relación con lamagnífica bolsa, repleta demarihuana, que ocultaba en suhabitación, pero enseguida lodescartó. Jamás había oído hablar deun comisario que fuese a casa dealguien a detenerle por consumirmarihuana. En ese caso, al menosvendría acompañado. Además, si ledetuviesen por tenencia de drogas sumadre seguramente estaría...

En ese preciso momento, Rubén

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reparó en la sombra que oscurecía elrostro de su madre. Estaba más tristeque cuando la había visto a primerahora de la mañana. Entonces, se fijóen la voz que había empleado parallamarles y reconoció en ella signosde debilidad. No cabía duda de queel comisario le había contado algoque había mermado su estado deánimo. Rubén sintió un leve ataquede rabia instintivamente. El policíale cayó mal desde el primer instante.

―¿De qué va todo esto?―preguntó Sergio con su habitualfalta de tacto. Rubén abrazó a su

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madre. Claudia se acurrucó en losbrazos de su hijo y dejó la miradaperdida en las llamas de la chimenea.

―Lamento molestaros, chicos―dijo Torres en tono indiferente―.Son preguntas de rutina sobre vuestropadre, si no os molesta hablar deello, por supuesto.

―¿Qué? ―repuso Sergio,escandalizado―. Esto es absurdo.¿Qué quiere saber?

―En realidad, tengo que hablarcon Rubén ―dijo el comisario―.Aunque me gustaría que tú, Sergio,me cuentes cualquier detalle que te

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parezca relevante del día delaccidente.

―¿Por qué conmigo?―preguntó Rubén.

Era del todo inesperado. Ahora,Rubén deseaba con todas sus fuerzasque Torres contestara a la primerapregunta que había formulado suhermano con tanto ímpetu.Definitivamente, aquello no teníanada que ver con su bolsa demarihuana.

El comisario fijó su miradadesigual en Rubén y sus labiosesbozaron una curvatura extraña. Lo

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que debía de ser una sonrisa a Rubénle pareció una mueca grotesca. El ojode cristal de Torres le hacía sentirincómodo.

―Porque tú fuiste el último enver a tu padre antes de salir de casaaquella mañana―aclaró elcomisario.

Rubén abrazó con más fuerza asu madre sin darse cuenta. Asintió.

―Desayuné con él ―dijobajando el tono de voz―. Hablamosde mis notas sin llegar a discutir yluego comentamos una película que aél le había gustado mucho y a mí no...

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Era... ―los ojos de Rubén estabandesenfocados. Torres le escuchabacon mucha atención―. ¡Maldita sea!No recuerdo el nombre de la peli...era de acción de eso estoy seguro.Tal vez...

Rubén no fue consciente de losminutos que pasó intentandoacordarse de la última película quehabía analizado con su padre. Eradoloroso pensar en la cara de Óscarcon tanta intensidad, y se dio cuentade que no lo había hecho desde quefalleció. Sólo había acariciadorecuerdos que estuviesen

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relacionados con su padre de refilón,para esquivar el dolor que ahoraflorecía inevitablemente en suinterior. Tragó saliva con fuerza yparpadeó volviendo a la realidad. Suhermano le miraba con gestocomprensivo, el brillo desafiante queexhibía en la cocina se habíaesfumado.

Torres aguardaba en silencio.―¿Recuerdas si habló con

alguien por teléfono?―Sí, creo que sí ―dijo Rubén

con dificultad―. Le llamaron almóvil, era alguien de su empresa.

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―¿Escuchaste la conversación?―No presté atención, nunca lo

hago... O lo hacía ―rectificó Rubén.Le costaba acostumbrarse a emplearel tiempo pasado para referirse a supadre―. Me aburren los temas detrabajo. No sé de qué habló, peroparecía ligeramente enojado.Interpreté que serían asuntos deempresa.

―¿Qué está buscando?―intervino Sergio de malamanera―. ¿Por qué hace esaspreguntas a mi hermano? Puedenpedir un registro de llamadas,

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averiguar quién le llamó e interrogara esa persona. ¿Qué quiere deRubén?

Rubén se quedó impresionadopor el arrebato protector de suhermano mayor. El comisario Torrespermaneció impasible.

―No pretendía dar malaimpresión ―dijo Torres―. Sólotrato de hablar con las últimaspersonas que vieron a Óscar convida.

―No te preocupes, Sergio―dijo Rubén―. Deja que elcomisario haga su trabajo.

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―Gracias, jovencito ―dijoTorres moviendo los ojos de modochocante. A Rubén no le gustó elapelativo, tenía diecinueve años,pero no dijo nada―. ¿Algo más antesde que tu padre saliese de casa?

Rubén negó con la cabeza. Trasla llamada telefónica, laconversación con su padre se centróen la bolsa de marihuana de Rubén,de la que Óscar tenía conocimientodesde hacía tiempo, y sobre la que yahabían discutido en varias ocasiones.Por suerte, él nunca se lo dijo aClaudia.

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―Es mejor que tu madre nosepa nada de esto ―le había dichosu padre en tono severo.

A Rubén le causó un gransufrimiento recordar que la últimaexpresión que vio en el rostro de supadre, aquella triste mañana, fue ladecepción. No consideró que esainformación le incumbiese alcomisario Torres.

―Eso fue todo ―dijosecamente.

―Entonces, he terminado―anunció el comisario―. Graciaspor su colaboración y disculpen las

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molestias.―Un momento ―pidió

Rubén―. No nos ha explicado quéestá investigando.

―Creía que era evidente ―dijoTorres―. La muerte de vuestropadre, por supuesto.

―¿Desde cuándo la policíainvestiga una accidente de tráfico?Creía que lo haría un perito delseguro o algo así. A menos que...―Entonces lo vio claro. Esa era larazón de que su madre estuviese tanabatida.

―En efecto ―dijo Torres

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confirmando los temores deRubén―. Estamos considerando laposibilidad de que no fuese unaccidente.

****

La cafetería estaba abarrotada

de gente.―¿A qué esperas? ―gruñó

Cristian―. Enseña las cartas.Carlos le miró muy tranquilo

mientras se pasaba la mano por el

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pelo. Era su momento. Todo elmundo estaba pendiente de él.

―Tranquilízate ―dijo, y pusoun gesto pensativo―. Te contaré unsecreto. Todo eso de jugar bien ymal... es una bobada. Lo único queimporta es la suerte con las cartas.

―¿Vas a darme lecciones?―preguntó Cristian, molesto.

―Ni mucho menos ―repusoCarlos dibujando una sonrisa―. Essolo una observación. Tomemos estamano como ejemplo. Tú has jugadocorrectamente, yo habría hecho lomismo con esas cartas, y eso es una

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muestra indiscutible de que hasjugado bien.

Algunos de los que rodeaban lamesa se rieron. Lucas era el que másnervioso estaba de todos lospresentes en ese momento. Carlos nole había pasado ninguna seña y notenía ni idea de qué cartas llevaba.Lo que sí sabía era que Cristian teníacuatro reyes expuestos sobre la mesa.Carlos sólo podía ganar si llevabalos otros cuatro, lo cual eraprácticamente imposible.

―Pero con eso no basta―continuó Carlos―. Hace falta

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suerte. Te lo demostraré ―alargó lamano y dio la vuelta a sus cartas ―.¿Lo ves?

Un murmulló estalló en lacafetería cuando Carlos descubriósus cuarto reyes. Lucas dejó escaparel aire de golpe. Cristian maldijo envoz alta. Por increíble que pareciese,Carlos había vuelto a ganar, y contracuatro reyes nada menos. Era muypoco frecuente que saliesen los ochoreyes repartidos de ese modo.

Ya iban dos juegos a cero enesa partida. Sólo quedaba ganar eltercero y pasarían a la final del

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torneo. Tal vez, demasiado fácil.Lucas admiró de nuevo el estilo

de Carlos. Su compañero ya sabíaque tenía la mano ganada desde hacíatiempo, pero demoró cuanto pudo elmomento de mostrar sus cartas paraponer más nerviosos todavía a loscontrarios. Les alababadescaradamente cuando perdían y,poco a poco, les iba alterando. Noera suficiente con ganar, Carlossacaba el máximo provecho posiblea cada jugada.

Empezaron el que había de serel juego definitivo. Dos manos y todo

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se complicó de la manera másinesperada. Gabriel entró en lacafetería y se unió al corro queobservaba la semifinal. Lucas sepuso tenso inmediatamente. Era laprimera vez que coincidían desde suenfrentamiento y no estaba seguro decómo reaccionaría Gabriel, ni élmismo en realidad.

Se sorprendió al ver que no leprofesaba tanto odio como creía porhaberle intentado dar una paliza consus dos gorilas, a quienes no se veíapor ninguna parte, cosa rara. Enaquel preciso momento, Lucas no

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podía pensar en otra persona que lecayese peor que Gabriel, y sinembargo, en contra de su propiavoluntad, entendía los motivos que lehabían llevado a sospechar que élhabía destrozado su coche. De hecho,si la teoría de Lucas era cierta, noexistía otra explicación que Gabrielpudiese contemplar, salvo queaceptase que el Escarabajo habíaembestido a su coche sin que nadielo condujera. Como eso no era muyprobable, lo lógico era culpar aLucas. Claro que podía haber exigidoel pago de la reparación, o haber

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tomado otra resolución que noimplicase golpearle.

Lucas cruzó una mirada muytirante con Gabriel. ¿A qué habíavenido? ¿Pretendía continuar la peleadelante de todo el mundo? No, no erapor eso. Gabriel desvió la mirada deun modo que no era propio dealguien que busca bronca. Daba lasensación de que no había sabido queLucas estaba allí antes de entrar.

―¡Despierta! Tú hablas, Lucas―dijo Cristian con una nota deirritación en la voz.

―Eh... Sí, perdón... Paso

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―contestó Lucas, distraído.Notó un golpe en la espinilla

bastante fuerte. Levantó la vista y seencontró con la cara encolerizada deCarlos. Acababa de meter la pata.No debería haber pasado, pero comono había prestado atención, no teníani idea de qué iba la mano. Seencogió de hombros a modo dedisculpa. La expresión que ledevolvió Carlos dejó bien claro queno estaba precisamente contento conél.

Perdieron el juego. El marcadorse puso dos a uno. Y la espinilla de

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Lucas quedó severamente dolorida.Las patadas de Carlos no

consiguieron que se centrara en lapartida. Por un lado, Lucas revivióde nuevo todo lo relacionado con elEscarabajo, mientras que a la vez nodejaba de preguntarse cuáles eran lasintenciones de Gabriel. Por elmomento, le vio sonreír cínicamentecuando perdieron el juego, y escuchócon desagrado su carcajada cuandoperdieron de nuevo y empataron ados.

―Tenías razón con tuexplicación acerca de la suerte

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―comentó Cristian a Carlos en tonocasual. Su deleite por la remontadaera evidente en el brillo de susojos―. ¿Ya no me das másconsejos?

―Celebro que lo hayascomprendido. Eres mucho másinteligente de lo que pareces―contestó Carlos sin dejar traslucirla frustración que le invadía ―. Note preocupes, que la lección aún noha concluido.

Carlos se levantó de la mesa yse llevó a su compañero a un rincónaparte. Lucas bajó la mirada

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avergonzado.―¿Quieres contarme algo?

―preguntó Carlos muy tranquilo.

Lucas era consciente de que porsu culpa habían empatado una partidaque tenían fácilmente ganada. Y nouna partida cualquiera, era lasemifinal. No quería imaginar lo quesignificaría perder para su amigo.Carlos le mataría.

―Se me ha ido la cabeza alfinal, no volverá a pasar ―prometió.

―De eso nada, hay algo más,estás muy distraído. Vamos, dime

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qué te pasa.―No tengo un buen día ―dijo

Lucas a la defensiva―. ¿Tú nuncajuegas peor algunos días que otros?No me he levantado con buen pie.

―¿Quieres dejar de mentirme?―le reprendió Carlos. Un númeroconsiderable de personas lesmiraban, esperando que volviesen ala mesa a terminar la partida. Muchagente quería ver a Carlos perder,dado que siempre estaba alardeandode lo bueno que era, y porque enverdad era raro que perdiese―. Teconozco, ha sido por ese imbécil de

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Gabriel, ¿a que sí? Desde que hallegado estás distraído. ¿Has vuelto adiscutir con él?

Lucas no le había contado nadaa Carlos de su altercado con Gabrielni sus matones. Por lo que sabía,Gabriel tampoco había hablado connadie del asunto. Era normal, puescomentar esa pelea invitaría a hacerpreguntas incómodas. Por una parte,Gabriel tendrá que aclarar cómoLucas pudo salir airoso de unatrifulca contra tres tipos, y tampocoadmitiría que estaban abusando de élde una manera tan deshonrosa. Lucas,

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por su parte, se vería obligado arelatar la extraña ayuda que su cochele había brindado, y eso era algo queno estaba dispuesto a hacer. No locreerían.

Después de aquello, Lucas pasódos noches seguidas sin apenasdormir. Lo que Gabriel le dijodurante su pelea era cierto. Lucas nodudaba de que hubiera sido elEscarabajo el que había chocadovarias veces contra el coche deGabriel, pues las marcas de pinturacoincidían, solo que él no loconducía y nadie más podía

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arrancarlo. Luego la conclusión eraobvia. El hecho de que Lucas secallase el incidente revelaba que eraconsciente de que estaba dando porsentado algo que no era posible.

Tampoco se fiaba de Carlos. Sise enteraba de su encuentro conGabriel, su amigo perdería la cabeza.Ya estuvo a punto de pegarse conGabriel hacía unos días sin quehubiese pasado nada, con que ahorale daría una buena paliza sin dudarlo,o al menos lo intentaría. Lucas nopodía consentirlo.

Pero tenía que hacer algo.

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Carlos llevaba razón, como siemprecuando se trataba del mus. Desde quehabía visto a Gabriel en la cafetería,su concentración se había hechoañicos. Tenía que remediarlo sin queCarlos notase nada.

―No, no tiene nada que ver conGabriel ―mintió Lucas―. No hedormido demasiado, pero estoy bien.No volveré a meter la pata.

―Me duele que no me cuentesel problema ―dijo Carlos. No sehabía tragado la torpe excusa deLucas―. Sabes que yo te apoyaría.Si hace falta, mando a paseo la

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partida.Semejante declaración provocó

que las cejas de Lucas se alzasenbruscamente. Era mentira, un farol,como los que se usaban jugando almus, pero funcionó. Ver a Carlosanteponer un problema suyo a unapartida de mus le conmovió.

―Te he dicho que estoy bien.Deja de mirar a la novia de Cristiantodo el rato y ganaremos.

―¿Tanto se me nota?―preguntó Carlos.

Era tan evidente que Lucasdudaba que hubiese alguien en la

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cafetería que no se hubiese dadocuenta. Carlos ya había intentadoligarse a la novia de Cristian en elpasado, sin mucho éxito. Ella lehabía rechazado dos veces, la últimade las cuales ya estaba saliendo conCristian, pero a Carlos le daba igual.

Lucas meditó su respuesta antesde hablar.

―Sólo un poco, tal vez Cristianno se haya dado cuenta ―dijosonando escasamente convencido.

―Seguro que sí ―dijoCarlos―. Ya verás cuando ganemos.Esa chica me gusta.

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―No cambiará nada, laconozco. Ni siquiera le gusta el mus.

―A todos los universitarios lesgusta el mus ―corrigió Carlos―. Detodos modos eso es lo de menos.Está mirando, ¿no? Quiere ver quiéngana. Eso es lo que les gusta a lasmujeres, te lo digo yo.

Lucas no se molestó en discutiresa teoría.

―¡Eh, vosotros! ―les gritóCristian desde la mesa―. Ya estábien para un descanso. ¿Qué tal siacabamos con esto cuanto antes? Asíos dolerá menos.

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―¡Ya vamos! ―contestóCarlos mientras se acercaban a lamesa―. Solo estábamos repasandolas señas falsas ―varias personas serieron―. Es broma, Cristian. Yahemos vuelto, ¿lo ves? No hay porqué impacientarse.

Comenzó el último juego, eldefinitivo. La pareja que ganasepasaría a la final. Lucas y Carlosempezaron de manera arrolladora,poniéndose por delante rápidamente.La pequeña charla con Carlos habíalogrado despejar las preocupacionesde Lucas, quien ya no sabía siquiera

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si Gabriel aún estaba alrededor.Todos sus sentidos estaban fijos enel juego, sus ojos solo enfocabancartas y jugadores, no existía nadamás en la cafetería. Hasta que...

―Está en el taller ―dijoGabriel por detrás de Lucas―.Algún imbécil lo destrozó y nisiquiera tuvo los huevos de dar lacara...

La rabia invadió a Lucas alescucharlo. Gabriel estaba relatandosu versión a alguien, que seguramentese alejaba mucho de la verdad. Nosabía sí había revelado su nombre y

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le costó un esfuerzo titánico nolevantarse inmediatamente eintervenir. Lucas sintió el impulso dedarse la vuelta para averiguar aquién se lo estaba contando.

―Se tratará de un cobarde―respondió una voz que Lucas noconocía―. A mí me hacen eso y sipillo al culpable le rompo la cara.Odio a ese tipo de gentuza...

Era injusto. Seguro que Gabrielno había contado que habíaempezado él por rayarle el coche.Lucas se moría de ganas de dejar lascosas claras, pero entonces

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comprendió que Gabriel lo estabahaciendo a propósito. Se habíacolocado justo detrás de él paraasegurarse de que escuchara suconversación y de que no pudieseverle. Y funcionó. Lucas se enfureciómás, no le veía pero le imaginabaperfectamente. Gabriel estaríasonriendo a su espalda mientras leinsultaba indirectamente con esenuevo amigo. ¡Maldito imbécil!Siempre había algún problema conél, no podía dejarle en paz...

―¿Quieres hablar de una vez?―le preguntó a Lucas el compañero

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de Cristian en mal tono.―Tu compañero está atontado,

Carlos ―dijo Cristian con airedespectivo―. Dile que juegue.

Lucas regresó a la partida demala gana. Era su turno y deberíahaber hablado hacía tiempo.

―Estaba meditando la jugada.¿Algún problema? ―dijobruscamente. Era la rabia la quehablaba por él―. ¿Quieres quehable? Bien, pues te aseguro que voya hablar...

―Cálmate, compi ―intervinoCarlos intentando apaciguarle―. No

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les hagas caso. Era evidente quedebía seguir ese consejo. Lucas nosabía ni en qué parte de la mano seencontraban.

―Ya saltó su amo ―dijoCristian―. No sé para qué hablamoscon él, si siempre es Carlos quiendecide todo en esta pareja.

―Ignórales, Lucas ―insistióCarlos―. Pasa y ya está.

Gabriel dijo algo más. Lucas nolo captó, pero había escuchado uninsulto y el tono de su voz fuesuficiente para que perdiese lacabeza del todo.

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―¡Diez más! ―gritó dando ungolpe sobre la mesa.

Carlos cerró los ojos y apartólentamente la cabeza con una muecade frustración. Entonces, Lucas losupo, acababa de arruinar la partidacon ese arrebato, sus cartas eranlamentables. Si los otros aceptabanla apuesta o subían, todo acabaría.

―Otras diez ―dijo Cristiancon gran seguridad.

Estaba acorralado. Su únicaopción de salir de aquella situaciónera tirarse un farol.

Aparentar que sus cartas eran

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insuperables y rezar para queCristian se retirase. Y todo por culpade Gabriel.

―Mejor que sean todas ―dijoLucas con el mejor tono dearrogancia que pudo emplear.

―¡No, Lucas! ―dijo Carlos.Demasiado tarde. La suerte

estaba echada.

―Lo veo ―anunció Cristian,triunfal.

La cafetería quedórepentinamente en silencio. Todo elmundo quería ver las cartas y saber

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quiénes eran los ganadores. Lucasvio a Cristian enseñar tres reyes conuna sonrisa. Menudo momento quehabía escogido para tirarse un farol,él no llevaba ni uno. Enseñó suscartas con gesto derrotado, sinatreverse a mirar a Carlos. Unmurmullo se propagó entre losespectadores.

―No ha sido tan difícil despuésde todo ―dijo Cristian a sucompañero.

―Engañarte nunca lo es ―dijoCarlos―. Verás, esto es lo que tieneel mus, que es un juego de pareja. Y

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aunque las cartas de mi compañerodan bastante pena... estos cuatroreyes que tengo yo nos dan lavictoria.

Cristian se atragantó. Losespectadores más cercanos seacercaron a la mesa para verlo decerca y en seguida empezaron acomentar la jugada entre ellos. Lucasno podía creérselo, todo había sidouna comedia montada por Carlos.

―¿Cómo es posible? Nadietiene tanta suerte ―dijo Cristian,indignado.

―Claro que sí ―contestó

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Carlos―. Ya te lo dije, todo escuestión de suerte ―se inclinó sobrela mesa para acercarse más aCristian―. Y si tienes algúnproblema no tengo inconveniente ensalir a la calle a discutirlo contigopersonalmente.

Cristian no aceptó la invitación.En su lugar, murmuró una protesta yse fue con su compañero. Lucas selevantó y buscó a Gabriel, decidido ahacerle la misma oferta que Carlosacababa de realizar a Cristian, perono lo vio por ninguna parte. Se habíaesfumado.

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Tardó casi tres horas en sacar aCarlos de la cafetería, lo cual fuetodo un logro. Su amigo era unauténtico apasionado de lascelebraciones, y una victoria al musera uno de los mejores motivos queCarlos podía encontrar paraembarcarse en una. Bebió

bastante, y, aunque parecíarazonablemente consciente, Lucascasi tuvo que arrastrarle hasta elEscarabajo. Le metió en el coche traspasar serias dificultades.

―Somos los mejores ―dijoCarlos sin vocalizar del todo debido

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al alcohol―. Te dije que íbamos aganar, ¿a que sí? Pues claro que te lodije.

Lucas le puso el cinturón deseguridad y arrancó. Queríapreguntarle si había hecho trampasdurante la partida, en concreto, la vezque tanto él como Cristian habíansacado cuatro reyes. Era unacoincidencia demasiado rara. Sepodía jugar un año entero al mus sinver una mano como esa. Sinembargo, no llegó a preguntarle nada,Carlos lo negaría y tampoco estabaen condiciones de mantener una

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conversación medianamente seria. Sequedaría con la duda por ahora, perosi Carlos hacía trampas, era unauténtico maestro. Nadie se dabacuenta.

―Sí que me lo dijiste, Carlos,eres un genio ―dijo Lucassiguiéndole la corriente. Estabaatento a la carretera y no a losdesvaríos del amante del mus, quemiraba por la ventanilla con unaexpresión de profundo atontamientoen el rostro―. Todo el mundo teaclamaba. Seguro que ganaremos lafinal.

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―Por supuesto. ¿Viste lamirada de la novia de Cristian alfinal de la partida? Lucas no tenía niidea de a qué se refería Carlos.

―Pues claro que la vi ―mintiófijando al vista en la carretera.

―También te advertí sobre eso.A las mujeres les gustan losganadores. Te apuesto lo que quierasa que viene a ver la final.

La seguridad de Carlos le hizorecapacitar a Lucas. ¿Tendría razónrespecto a la atracción de lasmujeres hacia los vencedores? Eraevidente que su querido amigo era un

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buen jugador de mus, con o sintrampas, además de un machista.Generalmente Lucas no prestabaatención a sus afirmaciones sobre laschicas, pero en aquella ocasión, ledio vueltas a la idea; de ser cierto,era una verdadera lástima que Silviano hubiese asistido a la partida... No,él no pensaba de ese modo. Lucasaceptaría prácticamente cualquierconsejo de Carlos sobre mus, pero enlo referente a mujeres, no era unmodelo que imitar. Que Lucasrecordase, Carlos nunca habíapermanecido con una chica más de

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tres meses. Sentía la misma pasiónhacia el compromiso que hacia losestudios, es decir, se esforzaba lomínimo imprescindible paraconseguir lo que quería.

En cambio, Lucas se inclinabamás por tener una relación duradera.Ya tuvo su época de vaivenes en laadolescencia, y no se le dio muybien. Consideraba a Carlos un pocoinfantil por esa actitud hacia lasmujeres, lo que a su vez le hacíasentirse presuntuoso. ¿Por qué era supostura la correcta y no la de Carlos?No le gustaba pensar de esa manera,

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pero tampoco lo podía evitar. Lomalo era que a Carlos parecía irlemejor, siempre se le veía alegre ycontento. Por el contrario, Lucashabía sufrido bastante a causa de lasmujeres, al menos mucho más que suamigo. Debería ser él, y no Carlos,quien albergase algún recelo para lasrelaciones serias con el sexoopuesto.

―Mañana vamos a celebrarlo alo grande ―dijo Carlos como si sele hubiese ocurrido de repente―.Pillaremos una buena cogorza...

―Creía que ya lo habías

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celebrado bastante ―repuso Lucasalgo molesto.

Un semáforo se puso en rojo ytuvo que frenar de golpe. Carlos casise da con la cabeza contra el cristal.

―Lo de hoy no ha sido nada,hombre ―dijo Carlos sin inmutarsepor el frenazo―. Mañana es sábado,el día de la juerga por excelencia.

―Mañana no puedo ―dijoLucas. Continuó con la vista en lacarretera, pero sintió los ojos deCarlos atravesándole. No teníasentido ocultárselo por más tiempo,al fin y al cabo se enteraría

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igualmente, siempre lo hacía―. Hequedado, mañana salgo con...

―¿Silvia? ―terminó Carlossonriendo―. ¿En serio? Quécalladito te lo tenías, pillín.Enhorabuena, la verdad es quedudaba que te atrevieses a pedírselo,pero ya veo que me equivocaba.―Lucas no dijo nada―. Un consejo.―Carlos siempre daba consejos aLucas. Era una costumbre, casi unritual―. Háblale de esta partida, tehará quedar bien.

―Pensaba hacerlo ―asintióLucas.

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Y en seguida anotó en su cabezano mencionar las cartas en la cita demañana con Silvia, ni nada quetuviese que ver con el mus. Carlospensaría que su consejo había sidotomado en consideración, y todoscontentos.

Estaban llegando a casa deCarlos. Lucas se desvió por una zonaindustrial que conocía bien.Implicaba dar un pequeño rodeo,pero compensaba porque era uncamino menos transitado. ElEscarabajo vibró de un modo extrañoy el volante tembló bajo las manos

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de Lucas. Aunque fueron pocossegundos, Lucas se asustó un poco.No era un conductor experimentado,ni mucho menos, y la fugaz impresiónde perder el control del coche lesobresaltó. Miró a Carlos para ver sihabía notado algo. No lo parecía. Suamigo seguía hablando solo,relatando un sinfín de tretas quesupuestamente harían caer a Silviarendida a los pies de Lucas. Hablabacon la misma pasión que cuando lealeccionaba sobre el mus. Su vozsonaba tan convincente que podríaser la de un experto, sobre todo si no

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dijese tantas estupideces.Tal vez la pequeña palpitación

del Escarabajo había sido productode su imaginación. Sí, esa era laexplicación. Mucho mejor queconsiderar que el coche presentasealgún problema mecánico. Lucas nopodía negar que era bastante antiguo,y por tanto era probable que algunapieza estuviera deteriorada. Aún así,no llevaba bien enfrentarse a la ideade que el Escarabajo se averiase. Nosabía por qué, pero no quería niconsiderarlo. Además, el coche ibade maravilla, siempre arrancaba a la

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primera, su comportamiento encarretera era suave y el motorrespondía dócilmente a sus órdenes.Si estuviera estropeado lo notaría. Otal vez no...

De repente, el Escarabajo dejóde obedecer a Lucas. Estabanfinalizando una curva muy cerrada ala izquierda cuando el volante sequedó fijo, a pesar de que Lucasintentaba girarlo con las dos manos.Circulaban a poca velocidad, dadoque la curva era muy estrecha. ElEscarabajo empezó a acercarsepeligrosamente al borde de la

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calzada. Lucas no entendía quépasaba, el pánico hizo que sucorazón se disparara.

―¿Qué diablos... ―exclamóCarlos mirando fijamente la cara demiedo de su amigo.

Lucas no podía hablar. Lasensación de no controlar el coche leasustaba hasta el punto de nopermitirle razonar con claridad.

El tiempo se acababa. La curvacontinuaba con otra en sentidoopuesto, formando una ‘S’. Si Lucasno conseguía detener el coche, sesaldrían de la carretera y se

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empotrarían contra una obra quehabía a la derecha.

Entonces, el Escarabajoderrapó. Lucas vio asombrado comoel volante giraba a la izquierda sinque lo tocase. Las ruedas de atráschirriaron sobre el asfalto y el cochese detuvo en seco.

―Eres un mal conductor ―dijoCarlos.

Lucas iba a replicar que nohabía sido culpa suya, pero se calló.El tono de Carlos era de protesta, node asombro. Carecía de la dosis denerviosismo que le hubiese

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imprimido alguien que se hubieradado cuenta de que el Escarabajo sehabía conducido a sí mismo. Carlospensaba que Lucas había perdidomomentáneamente el control delcoche, y casi era mejor así.

―Yo... Lo siento ―dijo Lucas.―No pasa nada, no hemos

chocado con nadie. Por mi parte estono ha ocurrido. Vámonos antes deque venga algún coche. Además, elsusto me ha quitado la borrachera.

A Lucas todavía le temblabanlas manos, pero no podían quedarseallí. El Escarabajo se había quedado

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atravesado, bloqueando los doscarriles. Y ese no era el únicoproblema.

―No arranca ―dijo Lucas.―¿Qué?―¡Que no arranca! ―gritó.Era la primera vez que el

Escarabajo no respondíainmediatamente ante Lucas. Se habíanegado a ponerse en marcha cuandolas llaves las giraban otras personas,al menos con Carlos y su primoRubén, pero a él nunca le habíasucedido. Lucas lo intentó una y otravez, pero nada, era como si el coche

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se hubiese muerto.―¿No estarás haciendo otro

truquito de esos de «sólo arrancacuando yo quiero»?

―preguntó Carlos―. Teadvierto que no voy a picar, ya metomaste el pelo una vez.

―No es ningún truco ―dijoLucas claramente angustiado.

Lo último que necesitaba eradiscutir con Carlos. Para su amigosiempre se trataba de un truco, unjuego o algo por el estilo.

Llegó un coche por la carreteray se detuvo a poca distancia. Lucas

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se puso aún más nervioso. En elcarril opuesto se paró una furgonetablanca a escasos metros delEscarabajo. El conductor empezó atocar el claxon con insistencia. Lucasvolvió a intentar arrancar el cochepero no sirvió de nada.

―¿Tenéis algún problema?―gritó el conductor del coche.

Lucas iba a responderle que sí,pero el claxon de la furgoneta ahogósus palabras.

―¡¿Quieres callarte, imbécil?!―gruñó Carlos a la furgoneta. Elclaxon enmudeció.

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―¡Despejad el camino! ―rugióel conductor de la furgoneta.

―¡Eso intentamos, retrasado!―contestó Carlos―. Espera a que loresolvamos y deja de pitar o te tragasel volante. ¡Anormal! Como me bajete...

―¡Carlos, no! ―Lucas le sujetópor el brazo―. No empeoremos lascosas.

―Si es que no para de darle alclaxon el muy payaso ―rugió Carlosfuera de sí―. Así no se puedepensar, mira cómo el otro tipo nos haofrecido su ayuda ―casi le salía

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espuma por la boca―. Ese sí es unapersona decente, pero el gañán esede la furgoneta...

―Yo hablaré con él ―dijoLucas―. Tú quédate aquí que la lías.

Carlos protestó. Lucas sedesabrochó el cinturón y abrió lapuerta justo cuando el Escarabajoresucitó. Una ola de alivio recorrió aLucas al escuchar de nuevo el sonidodel motor. Ni siquiera reparó, hastamucho más tarde, en que no habíatocado las llaves. Maniobró conrapidez para despejar la carretera yse fueron. Carlos sacó la cabeza por

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la ventanilla y aseguró al conductorde la furgoneta la suerte que habíatenido de que no se hubiera bajadodel coche.

Lucas dejó a su exaltado amigoen casa y se fue a la suya sin dejar depensar en lo que había sucedido conel Escarabajo.

No durmió mucho.

****

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CAPÍTULO 5

Lucas desperdició la mañanadel sábado frente al televisor. No seaburrió en exceso con laprogramación matinal. En realidad,era una sucesión de programasdesprovistos de interés, perfectospara dejar la mente en blanco.Cuando su madre le llamó paracomer, apenas recordaba nada de loque había visto.

Su padre se sentó enfrente de él.No tenía buen aspecto. Una sombra

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de preocupación oscurecía su rostroy apenas hablaba. Lucas dudó sipreguntarle o respetar su carácter,poco dado a exteriorizarsentimientos. Su madre tambiénestaba muy callada.

Lucas iba por el segundo plato ysu padre apenas había probado elprimero. Ese simple hecho fulminó laindecisión de Lucas.

―¿Qué tal está Claudia?―preguntó.

No se le ocurría una maneraindirecta de indagar y lo másprobable era que su padre estuviese

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preocupado por su hermana.―Está bien, supongo

―contestó el padre de Lucas,ausente―. No es fácil saberlo.

―Pareces inquieto, papá. Sipuedo hacer algo...

Su padre le miró y sacudiólevemente la cabeza en un débil gestode comprensión. Luego le contó loque ocupaba sus pensamientos. Lucascomprendió a su padreinmediatamente, pero por desgraciano vio el modo de ayudarle.

La policía creía que alguienhabía tratado de matar al tío Óscar.

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Ya no se trataba de un accidente, lasuerte o el destino no tenían nada quever. La muerte de Óscar habíasucedido porque alguien así lo habíaplaneado.

Le costó bastante aceptarlo. Unasesinato era algo corriente en latelevisión, pero a Lucas le resultabaalgo inimaginable en la vida real. Noconocía a nadie que hubiese pasadopor algo semejante. Era el tipo deacontecimiento terrible que unojamás piensa que le va a tocar vivir aél o a su familia. Las conclusiones dela policía estaban basadas en una

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posible manipulación de los frenosdel coche que Óscar conducíacuando sufrió el accidente. Lucas noentendía nada de mecánica, con loque no retuvo los detalles, aunquetampoco le importaban. Loprioritario en su inexperta opiniónera averiguar el móvil del crimen, sirealmente lo era, y, sobre todo, sabersi alguien más de la familia estababajo amenaza.

Naturalmente, su padre leaseguró que nadie más corríapeligro, pero Lucas no le creyó, eraobvio que no quería que se

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preocupara. Lucas no temió enningún momento por sí mismo; al finy al cabo, ¿quién iba a querermatarle? Su tío Óscar era rico y sinduda el motivo del asesinatoguardaba relación con su fortuna.Lucas, en cambio, no tenía nada, perosí temió por su familia. ¿Y si elasesino iba a por sus padres o a porClaudia?

Terminaron de comer ensilencio. A Lucas le costó dejar depensar en su tío Óscar y en la posiblecausa de su muerte. Confiar en lapolicía para resolver el asunto no le

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inspiraba demasiada confianza, pero,¿qué otra cosa podía hacer?

La siesta que tenía programadapara justo después de comer tuvo queser cancelada. Lucas se recostó en elsofá, frente al televisor, y se arropócon su manta de cuadros. Todo eraperfecto, incluso recordó apagar elmóvil para evitar interrupciones,pero el sueño se negó a acudir. Suspensamientos se revolvían inquietos,armando un escándalo en su cabezaque le impedía relajarse. Comprobóla hora. Apenas había estado echadoveinte minutos.

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El resto de la tarde la pasósacudido por los nervios de suinminente cita con Silvia. En unaocasión, comieron juntos en un chinodespués de clase, pero aparte de eso,nunca la había visto fuera de launiversidad. Repasó todo lo quesabía de ella, que

no era demasiado, para estarpreparado. Quería causar buenaimpresión, como es lógico, o por lomenos, no meter la pata, para lo queera imprescindible interpretarcorrectamente las señales, la primerade las cuales era que hubiera

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aceptado salir con él un sábado. Ungran comienzo, aunque no suficiente.La sombra de algunos rechazossufridos en el pasado aún oscurecíaparte de sus recuerdos, y trasrepasarlos brevemente, Lucas vioque habrían sido fácilmente evitadossi hubiese prestado la debidaatención a los pequeños detalles, yno tan pequeños, en lugar deprecipitarse en sus conclusiones.Esta vez no cometería el mismoerror, claro que esperar más de lodebido le haría parecer inseguro. ¿Ycuánto tiempo era el debido?

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Menuda tortura. Lucas no sabíapor qué le daba tantas vueltas. Yahabía estado con muchas chicasdesde los catorce años, cuando diosu primer beso. No con tantas comole habría gustado, ni como algunos desus amigos más favorecidosfísicamente, pero sí con un númeronada despreciable. Debería estar máscalmado. Lo único que tenía quehacer era evitar cualquier tema conposibilidades de desembocar en unadiscusión y procurar que Silvia seriera. Esa era la única regla quesiempre le había funcionado. Si la

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chica no se ríe, mal asunto.Se vistió un total de cuatro

veces antes de salir por la puerta desu casa. La tercera vez ya estabaabsolutamente convencido de que suimagen era la adecuada cuando derepente reparó en que llevaba losmismos pantalones que la últimaocasión en que habían estado juntos,cambiarlos implicaba modificar elresto del atuendo para ir a juego, asíque vuelta a empezar. Con elsiguiente intento se sintió satisfecho,lo que fue una suerte, dado que ya ibacon el tiempo justo.

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Llegó a las taquillas del cine ala hora acordada. Sólo tuvo queesperar a Silvia quince minutos;podría haber sido peor. De hecho,consideró que así era perfecto. Talvez resultaba algo anticuado, peroLucas creía que a las chicas lesgustaba llegar tarde a propósito yprefería ser él quien esperase, en vezde retrasarse y empezar con unadisculpa.

Silvia estaba preciosa. Seapreciaba más maquillaje del quesolía usar y su pelo lucía un peinadoque Lucas nunca había visto.

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Significaba que se había arreglado,lo que era una señal excelente. No sehabría molestado tanto por alguienque no le interesara.

―Hola, Lucas. ¿Preparado parauna película de amor?

―Claro que sí ―contestóLucas apresuradamente―. Quedamosen que tú elegías. Espero que seabuena.

―No te preocupes, no soy tancruel. He sacado entradas para unapelícula que creo que te gustará.

Lucas intentó disimular sualegría ante la noticia.

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―Las de amor también megustan. No son mi género favorito,eso es verdad, pero hay algunas queson muy buenas.

―Seguro que sí. Pero esta tegustará más ―prometió Silvia conuna sonrisa.

Y de un modo inesperado,Lucas disfrutó mucho más de lo quehabía imaginado con la película. A éljamás se le hubiera ocurrido optarpor el género de terror para unaprimera cita, sin duda habríaescogido una película romántica alconsiderar que esta opción cuenta

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con más posibilidades de que a lachica le guste, que es el verdaderoobjetivo. Un gran error a la vista delos resultados. Cada vez que moríaalguien o que uno de losprotagonistas se quedaba solo, Silviaagarraba su mano con fuerza,llegando en algún caso a acurrucarsefuertemente contra él. Bastante mejorque ver una lágrima resbalando porsu mejilla, como consecuencia de undrama sentimental destinado afavorecer un reencuentro romántico.Lucas tomó nota mental, muycontento, de incluir las películas de

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miedo como una excelente opciónpara futuras primeras citas.

Silvia no le había permitidopagar su entrada, insistiendo en queella había escogido la película y quepodía haber sido un bodrioinsufrible. Al pensar en ello, Lucasvolvió a sentirse anticuado porconsiderar que el hombre era quiendebía pagar, como mínimo, su parte.Era una norma convencional que noreflejaba los tiempos actuales, pero aLucas le habían inculcado locontrario. Encontró el modo dearreglarlo, aprovechando para dar el

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siguiente paso que tenía previsto.―Entonces te invito a una copa

para corresponderte. No puedesnegarte. Resultó que a Silviatampoco le gustaban las discotecas.Lucas la llevó a un bar

donde ponían música a unvolumen que permitía mantener unaconversación. Pidió una copa paraella y una cerveza para él.

―Si pretendes emborracharme,tendrás que acompañarme ―dijoSilvia señalando la cerveza deLucas.

―Yo no puedo beber más que

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una cerveza, tengo que conducir.―¿Siempre eres tan formal?

―preguntó ella.Lucas no logró descifrar la

intención de la pregunta. ¿Le estabaretando a beber o se sorprendía deque no quisiera beber si conducía?No estaba seguro. Siempre hay unpunto tentador en transgredir lasnormas establecidas, una especie deaire rebelde que solía atraer a laschicas, y, por alguna razón, no leparecía que causara buena impresiónnegarse a beber con ella.

―Solo cuando conduzco

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―contestó Lucas―. Pero si quieresque bebamos juntos no me voy aoponer. Puedo dejar el Escarabajo yvolver a por él mañana.

La idea se le antojó muytentadora a Lucas, como si se lehubiese ocurrido a otra persona envez de a él mismo y la acabase deescuchar. Sonrió sin darse cuenta.

Silvia pareció meditar lasugerencia.

―Interesante... En realidad, esmejor que no bebamos ninguno. Noquiero despertarme mañana condolor de cabeza. No sería un gran

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recuerdo de esta noche, ¿no crees?Lucas asintió algo aturdido. De

nuevo, no supo discernir elsignificado oculto tras las palabrasde Silvia. En su opinión, las mujeresno eran muy dadas a hablardirectamente, siempre recurrían ainsinuaciones y frases con variossentidos. Estaba confundido. Lo quehabía quedado claro es que nocontaría con la ayuda del alcoholpara hacer reír a Silvia. Si recurría aun chiste malo, ella no se reiríatontamente de ese modocaracterístico de quien ha bebido

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más de la cuenta, más bien leclavaría una dura mirada, tal vez delástima. Tendría que poner cuidadoen lo que decía, no podía estropearlotodo.

Y ese era el problema. No se leocurría nada que decir. El silencioduraba ya varios segundos yempezaba a volverse incómodo elambiente. El cuello de la camisa leapretaba y tenía más calor. Debíadecir algo, contar una anécdota.Entonces le vino a la cabeza supartida mus con Carlos. Se habíaprometido no mencionarlo, pero, ¿y

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siCarlos tenía razón? Según su

amigo, a las mujeres les gustaban losganadores de lo que sea, al menos noperjudicaría su imagen comentar quehabían pasado a la final.

―¿Cómo os va en el torneo demus? ―preguntó Silvia de repente.

―Muy bien. ―Lucas casi no selo creía. Ella había sacado el temacon lo que no quedaba como unfanfarrón hablando de ello. ¡Quésuerte!―. Ganamos la semifinal. Yasolo nos queda una partida más―añadió en tono indiferente.

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―Carlos debe de estar muycontento.

Su voz no sonó del todo normal.Había algún resto de... irritación enella. Esa impresión le dio a Lucas.

―Ya sabes que para él el muses una religión. Está en la gloria.

―¿Y tú?La pregunta sonó muy seca. A

Lucas le pitó una alarma en lacabeza. Silvia no apreciaba a Carlosy parecía lógico que el mus tampocofuese de su agrado. Lucas tuvo ladesagradable sensación de queestaba evaluando cuánto le gustaba a

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él el mus. No, no era esoexactamente. Silvia quería ver cuántode Carlos había en él. Se le pasó porla cabeza mentir, pero no lo hizo.Una cosa era tratar de agradar a unapersona, suavizando algún aspecto desu personalidad y otra fingir seralguien distinto. Lucas no sentíavergüenza de quién era o de susamistades. No mentiría.

―Yo también estoy muycontento ―dijo bajando los ojoslevemente―. No pensé quellegaríamos tan lejos. Sobre todoporque no soy muy bueno. Pero

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Carlos es un genio y yo me alegro deno fallarle.

―¿Tan importante es esetorneo?

―Para Carlos sí. Puede que nosea algo muy transcendental, peropara él es su vida y no hace daño anadie. Yo me divierto y le ayudo arealizar su sueño. Suena un pocoestúpido pero él siempre me haayudado, como es mayor que yo...Esta es una ocasión que tengo dedarle algo a él. Aunque solo sea uncampeonato de un juego de cartas.

No estaba muy seguro de cómo

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se tomaría Silvia sus palabras, peroLucas había sido sincero. Eso era loimportante.

―Eres una gran persona ―dijoella acercándose y mirándole a losojos―. Carlos tiene suerte de queseas su amigo. ¿Me enseñarás a jugaralgún día?

―Pues claro que sí. ―Lucas sesintió desbordado de felicidad por lareacción de Silvia―. Cuandoquieras. Ya verás, es un juego muyentretenido...

A partir de ese instante laconversación fue mucho más fluida.

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Se tantearon el uno al otro de maneranatural y distendida. Comprobaronque en cuanto a música no teníangustos afines, así que saltaronrápidamente al tema del cine. Ahí yafueron capaces de encontrar varíaspelículas que les gustaron a ambos,aunque por razones diferentes, comocomprobaron al contrastar susimpresiones. Ropa, estudios..., unpoco de todo. Una hora más tarde,entraron en el tema de los ex noviosy novias, y todo se puso mucho másinteresante.

Silvia sorprendió a Lucas

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hablando con soltura de cómo legustaban los hombres. No podíaevitar comparar cada detalle que ellamencionaba consigo mismo para versi cuadraba con sus gustos. Elresultado fue razonablemente bueno yllevó a Lucas a convencerse de queSilvia sentía algo por él. El momentode besarla se acercaba, lo notaba.Estaban muy juntos, ajenos a lamuchedumbre del bar que lesrodeaba, en los últimos minutos suscabezas se habían acercado varioscentímetros y ya solo estabanseparadas por un palmo escaso.

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Lucas lo había hechodeliberadamente, tanteando elterreno. Ella no había retrocedido.

Posponerlo más era innecesario,puede que incluso un error. Silviapodría pensar que no se atrevía.

Era el momento adecuado.Lucas se lanzó.

―¡Me importa un huevo!―gritó una voz muy cerca.

Alguien les empujó. Lucasmaldijo internamente al entrometido.

―Lo siento dijo un individuocon gesto de enfado.

A él también le habían

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empujado. La gente estabaapartándose ante la posibilidad deuna pelea entre dos tipos que estabanenfrentados a unos pocos metros.Lucas suspiró. Conocía a uno deellos.

―Si vuelves a acercarte a mihermana te rompo la cara, imbécil―amenazó Carlos a un chico deaspecto nervioso.

―Ha sido ella quien me hainvitado. Pregúntale si no me crees―repuso el adversario de Carlos.

―¿Tiene pinta de importarmeeso? ―dijo Carlos―. Ya me has

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oído.Lucas vio a Nuria, la hermana

menor de Carlos, algo apartada deellos atravesando a Carlos con unamirada de odio. Lucas casi podíaimaginar lo que había sucedido. Perono tenía tiempo que perder. Seacercó a toda prisa a su amigo,resuelto a impedir una pelea. Unamigo del otro chico hizo lo mismo ycruzó una mirada de complicidad conLucas.

―Carlos, ya basta ―dijoLucas.

Carlos apenas le reconoció. Sus

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ojos no se despegaban del otro chico.Lucas se metió en medio y le obligóa mirarle.

Intercambiaron un par deinsultos, pero al final se separaronsin que llegase a suceder nada.Carlos regresó con su hermana,Lucas fue a buscar a Silvia y sereunieron los cuatro.

―¿Es eso lo que quieres?¿Salir con chicos mayores?―preguntó Carlos a

Nuria―. ¡Ese payaso es de miedad!

―Es decisión mía, no tuya

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―respondió Nuria con muchonervio.

Nuria tenía dieciséis años. Tresaños menos que él y seis menos queCarlos. Lucas no se atrevía ainterferir, pero estaba de acuerdo conCarlos, a pesar de que ella teníarazón. Si él tuviese una hermana dedieciséis años no le gustaría verlacon un tipo de veintidós.Probablemente su reacción sería máscomedida que la de Carlos, perointeriormente estaría igual.

―Eres una ingenua ―dijoCarlos―. Solo te quiere para

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presumir. No eres más que unaanécdota que contará en launiversidad a sus amigos. Pensabaque eras más inteligente.

―Habló el rey de las cartas―repuso Nuria―. ¿Le conocistejugando al mus? A ver si lo adivino.Echabais una partidita y mientrastanto intercambiabais historias devuestras conquistas. Por eso sabespara qué me quiere ¿Me equivoco?

―Parece mentira que no loentiendas ―dijo Carlos―. Hagoesto porque me preocupo por ti. Sino fuese así, me daría igual los

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errores que cometieses.―Eso no te da derecho a

meterte en mi vida. Hay formasmejores de preocuparse por mí quemontando una pelea de borrachos.Haber intentado hablar conmigo.Ahora todo el mundo sabrá que tengoun hermano neurótico y ningún chicose me acercará.

Espero que estés contento,señor protector.

Carlos no respondió. En vez deeso se mordió el labio.

Tanto Silvia como Lucas sequedaron impresionados. Ver a

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Carlos en una faceta tan paternal eratodo un espectáculo. No secorrespondía con lo que solíamostrar de sí mismo, siempre enbusca de una buena juerga. Se notabaque era sincero, pero algo noterminaba de encajar, como si lefaltase práctica.

Lucas aprovechó el parón paraintervenir. Saludó a Nuria, quien ledio un fuerte abrazo, y se la presentóa Silvia. La tensión se rebajó unpoco. De todos modos, Lucas tomónota de matar a Carlos en otraocasión por impedir su primer beso

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con Silvia.―Me gusta tu novia ―dijo

Nuria con un gesto de aprobación―.Es muy guapa.

―N-No es... ―Lucas seatragantó y se puso rojo devergüenza―. No somos novios.

―Ya. Por eso casi no puedes nihablar ―dijo Nuria―. ¿No podríasser como él?―le preguntó aCarlos―. Seguro que Lucas síentiende a las mujeres.

Lucas captó el brillo deimpotencia en los ojos de Carlos y seapresuró a mediar entre los

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hermanos.―Tengamos la fiesta en paz que

ya pasó todo. ¿No podemos tomarnosuna copa los cuatro juntos?

―La niña esta que es tan listatiene que irse a casa ―dijo Carloscon desdén―. Tengo queacompañarla.

―Puedo ir sola. No soy tonta.¿Crees que no puedo hacer nada sintu supervisión? ―replicó Nuria.

―Te juro que a veces lamataba... ―murmuró Carlos. Lucasle agarró por la muñeca.

―Tengo una idea. Yo os

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acercaré, mi coche está aparcado ahífuera.

―¡Genial! ―dijo Nuria―. Elcomisario Carlos me ha dicho que esmuy chulo. Un

Escarabajo, ¿no?Carlos se contuvo y no replicó a

la ofensa de su hermana. Silvia lesobservaba extrañamente divertida.Lucas se infló de orgullo al escucharuna alabanza hacia su queridoEscarabajo.

Mientras caminaban hacia elcoche, Lucas rezó para que nohubiese cambiado de sitio. Llevaba

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varios días sin hacerlo, pero nuncase sabía. Afortunadamente, no huboproblemas. El coche estaba dondedebía, aguardando pacientemente sinmoverse. Lucas se lo agradeciómentalmente, como si mantuviese unvínculo telepático con el Escarabajo.Le gustaba imaginar que el coche leentendía.

A Nuria le encantó y Lucas casise deshizo de gusto. La inquietahermana de Carlos repasó todos losdetalles del coche y realizó unmontón de preguntas. A Lucas leextrañó tanto interés por un coche en

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una chica de dieciséis años.―¿Puedo sentarme delante?

―preguntó Nuria endulzandoexageradamente la voz.

―Si a tu hermano no le importa.―Por mí no hay problema

―dijo Carlos―. No vaya a ser quela niña se agarre otra rabieta. ¿No temolesta que vaya detrás con tu novia,verdad?

―¡No estamos juntos!―contestó Silvia, molesta.

A Lucas le pareció que no hacíafalta negarlo con tanta energía. Al finy al cabo, habían estado a punto de

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besarse, ¿o eran imaginacionessuyas?

―Tranquila ―dijo Carlos―.Saqué una conclusión equivocada.Como estabais juntos en el bar penséque...

―Se te dan mejor las cartas quelas mujeres ―atajó Silvia.

―Definitivamente, esta chicame gusta ―dijo Nuria.

―Tú no te metas ―le advirtióCarlos a su hermana―. Y tú ―ledijo a Silvia―. A mí no me engañas.Se te nota que te gusta Lucas. Yaveremos si estoy o no equivocado.

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Lucas deseó que no loestuviese. Se armó de paciencia ylogró que todos entrasen en elEscarabajo. Mucha tensiónconcentrada dentro de su coche. Trespersonalidades muy fuertes y endiscordia. Mantener la paz entreellos iba a ser tarea suya, por lovisto.

Su primera idea fue encender laradio para ver si la músicareemplazaba la conversación tantirante que mantenían. Fue un error,empezaron a discutir sobre laemisora. Cada uno tenía una

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preferencia distinta, ni siquiera laschicas, que al menos coincidían en laopinión de que Carlos no entendía demujeres, compartían el gusto musical.Recorrieron tres manzanas y Lucasapagó la radio. Le estaban volviendoloco. Sólo necesitaba mantener lapaz un rato, hasta llegar a casa deCarlos. Luego podría retomar su citacon Silvia, y, si tenía suerte, seguirpor el momento exacto en que leshabían interrumpido.

Pero no contaba con un nuevoimprevisto.

―No es por ahí ―dijo

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Nuria―. Deberías haber girado a laderecha. Y esa había sido suintención, pero no la del Escarabajo.

Lucas enmudeció de repente alnotar que el volante giraba en ladirección opuesta, al margen de suvoluntad. Los pedales también subíany bajaban sin que él pudiese hacernada por evitarlo. El coche empezó acircular por sí solo.

―¿Qué estás haciendo? ¿Es unabroma? ―gritó Nuria, asustada.

Carlos y Silvia se inclinaronhacia delante y vieron a Lucasluchando con el volante. Nuria,

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sentada en el asiento del copiloto,tenía el rostro desencajado.

―¿Qué ocurre, Lucas?―preguntó Silvia.

―N-No puedo controlarlo―dijo Lucas.

―Muy bueno, amigo ―dijoCarlos―. Es otro truco, ¿no? Eres unpoco pesado con el cochecito. Estásasustando a las chicas.

―¡No es un truco! ―gritóLucas con una nota de desesperaciónen la voz. Se apartó del volante ylevantó las manos en el aire, paraque viesen que no estaba

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conduciendo él―. El coche se muevesolo ―añadió al borde de la histeria.

A todos les quedó claro suincreíble y desesperada situación. Laexpresión de Lucas por sí solahubiese convencido al más escépticode que estaban metidos en un aprieto.Nuria dejó escapar una exclamaciónaguda cuando el Escarabajo cambióde carril para esquivar a unmotorista. Silvia le pedía a Lucasque hiciese algo. Carlos alargó lamano y tiró del freno de mano. Nofuncionó, la palanca no se movió niun milímetro, pero había sido una

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buena idea, debería habérseleocurrido a él.

Lucas se reprendió por noreaccionar y tener alguna iniciativacomo la de Carlos. Era suresponsabilidad. Si algo le sucedía aalguien... No quería ni pensarlo. Élera el único que estaba al corrientede que algo insólito sucedía con elEscarabajo. No debería haberpermitido que nadie subiese al cochesin saber qué era, pero eso ya notenía remedio. Se obligó a mantenerla calma. Tenía que encontrar elmodo de sacarles del coche antes de

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que le pasara algo a alguien.Se dio cuenta de un detalle muy

significativo―Callaos un momento

―ordenó―. El coche no locontrolamos, pero es evidente quesabe por dónde va o ya noshabríamos estrellado.

Funcionó. Se callaron y miraronpor las ventanillas. Efectivamente, elEscarabajo se desplazaba por lascalles de Madrid como si lasconociese de memoria. Tomabacurvas y mantenía una velocidadprudente.

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―Me parece muy bien ―dijoCarlos―. Pero preferiría saber quiéncontrola este maldito trasto.

―Si nos ponemos a chillarhistéricos no daremos con larespuesta ―señaló Lucas.

―Tiene que haber un modo dedetenerlo ―dijo Silvia.

De repente el coche frenó.Estaban en un semáforo en rojo.

―Corred ―apremió Lucas―.Salgamos del coche.

Lucas y Nuria trataron en vanode abrir sus respectivas puertas.

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―Deprisa ―gruñó Carlos―.Déjame a mí. ―Se tumbó sobre suhermana y alargó la mano hastallegar a la puerta. Tampoco fue capazde abrirla―. ¡Esto es una cárcel conruedas! Es imposible salir.

Golpeó el cristal de laventanilla, primero con la mano yluego con el pie. Tuvo que tumbarseboca arriba sobre Silvia para poderpatear la ventanilla. No surtió efecto.No se podía bajar y tampoco romper.

―Déjalo, Carlos ―dijoLucas―. No se puede.

El semáforo se puso en verde y

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el Escarabajo reanudó la marcha.―¿Y qué quieres que haga?

―dijo Carlos, furioso―. ¿Que meresigne a estar prisionero aquí?¡Tengo que sacar a mi hermana!

―Ya lo has intentado―argumentó Lucas―. Lasventanillas resisten lo que sea.Tenemos que pensar en otra cosa.

―Lucas tiene razón ―dijoSilvia―. Si no dejas de dar cocesnos harás daño a alguno.

Carlos reaccionó y volvió asentarse como una persona normal.

―¿Alguien tiene alguna idea de

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dónde nos lleva? ―preguntó Nuria.A Lucas le pareció la pregunta

acertada. ¿Por qué no había pensadoen eso? Repasó brevemente losepisodios en los que el Escarabajose había movido. Excepto la nocheanterior, cuando se detuvo en mediode dos curvas mientras acompañabaa Carlos a casa, siempre había sidopara ayudarle. El ejemplo másevidente fue durante su pelea conGabriel; de no ser por el coche lehabrían dado una buena paliza.Entonces, afloró una sensación quesiempre había albergado sin ser

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plenamente consciente de ello. ElEscarabajo le protegía, le ayudabade algún modo. Era del todoimprobable que el coche les llevasea un lugar que les perjudicase.

―Alguien controla estecacharro a distancia ―aseguróCarlos observando al

Escarabajo tomar una curva.―¿De qué estás hablando?

―preguntó Silvia―. ¿Cómo losabes?

―¿Tienes una explicaciónmejor? A lo mejor crees que el cocheestá vivo ―se burló Carlos.

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―¿A lo mejor crees que nosestán secuestrando con un cocheteledirigido? ―repuso Silvia.

―Es más creíble ―insistióCarlos elevando la voz.

―Dejadlo ya ―dijo Lucas―.No sabemos lo que pasa y punto.

―Estás muy tranquilo ―apuntóCarlos―. Demasiado, dadas lascircunstancias.

―No desvaríes, Carlos ―dijoNuria, que conocía perfectamente lasexpresiones de su hermano mayor―.¿Qué insinúas?

Carlos miró a su hermana con

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gesto reflexivo.―El coche es suyo, ¿no? Puede

que Lucas sepa algo que no nos hacontado. Silvia le empujó de repente.

―Estás mal de la cabeza. ¿Esaes la confianza que tienes en tuamigo?

El Escarabajo terminó con ladiscusión. Se salió de la carretera yse paró en medio de una glorieta,justo en el centro.

Estaban en un polígonoindustrial. Se veían enormes navespor todas partes y ningún vehículo.Era lo normal un sábado por la

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noche. Lucas examinó losalrededores en busca de una posiblerazón para que le se hubiesendetenido justo allí. No vio nada quele resultara familiar.

―¿Y ahora qué? ―protestóCarlos.

―¿Alguien ve algo que nos déuna pista de por qué estamos aquí?

Nadie contestó. Era evidenteque no tenían ni idea. Sin embargo,Lucas presentía que había un motivo,una justificación para su presenciaallí.

―Quizá se ha quedado sin

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gasolina ―aventuró Carlos.―No es eso ―dijo Lucas tras

comprobar el indicador―. Miradbien. Tiene que haber algo por lo quenos ha traído aquí.

―¿Qué? ―exclamó Carlos―.¿Por qué va a haber una razón?―antes de que nadie respondiese, elEscarabajo volvió a moverse. Salióde la glorieta y se incorporó a lacarretera―. Ahí lo tienes. Si queríaque viésemos algo, ¿por qué nosaleja del lugar?

―No lo sé ―admitió Lucas―.Puede que ya lo hayamos visto.

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―La verdad es que esalucinante ―comentó Nuria―. Si lopensáis bien, esto es algo increíbleque no le ocurre a nadie.

Carlos resopló, enfadado.―Lo que faltaba. Mi hermanita

con sus delirios de adolescente.¡Claro que no le ocurre a nadie! Loque no entiendo es que te guste estarencerrada en esta lata con ruedas,dando una gira por las calles másfeas de Madrid.

―No tienes sentido de laaventura ―repuso Nuria,obstinada―. No ves que esto es un

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hecho único. Nunca nos volverá apasar algo parecido. Deberíasdisfrutarlo.

―Increíble. Realmente lo pasasbien, ¿verdad? ―preguntó Carlos―.Reza para que no te entren ganas demear antes de que nos suelte el trastoeste o tu diversión se tornará húmeday amarga.

―Eres un imbécil ―dijoSilvia―. ¿Por qué no la dejastranquila? ¿Qué más da si se lo pasabien? ¿Prefieres verla asustada o conuna crisis nerviosa?

―No. Pero tiene que entender

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que no estamos paseando. ¡Estamosencerrados! No es para celebrarlo.

El coche siguió circulando contoda normalidad, muy respetuoso conel código de circulación. Lucasestaba absorto en el Escarabajo. Nopodía dejar de mirar al volante girarsolo, incluso los intermitentes seaccionaban cuando debían. Todofuncionaba a la perfección.

―El coche nos conduce a algúnsitio concreto ―dijo, hablando porprimera vez en un buen rato.

―Bravo, amigo ―dijoCarlos―. Una deducción notable.

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―Me refiero a que hay unpropósito claro detrás de todo esto―dijo Lucas sin ofenderse por elsarcasmo de Carlos―. Mirad québien conduce. Intermitentes, límitesde velocidad, circula por su carril...Esto no es producto del azar. Estáyendo a algún lugar porque así lo hadecidido.

―¿Quién lo ha decidido?―preguntó Silvia.

Carlos asintió enérgicamente.Por una vez estaba de acuerdo conella.

―Ha sido el coche ―dijo

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Nuria dándose importancia.―No seas ridícula ―atacó

Carlos.―Aún no lo sabemos ―dijo

Lucas―. Pero no es algo aleatorio ofortuito. Sugiero que prestemosatención al sitio donde vayamos.

Si, efectivamente, había unarazón para que les condujesen allí,no era fácil deducirla. El Escarabajose había parado de un modo algobrusco sacando medio coche fuera dela calzada. Al principio, todospensaron que se iban a estrellar.Circulaban por una calle recta que

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más adelante se separaba en formade ‘Y’. El Escarabajo continuó recto,sin decidirse por ninguno de los doscaminos que se abrían enfrente, yterminó con las ruedas delanterasfuera de la calzada, justo donde sedividía en dos la carretera.

―Puede que no sepa por dóndeir ―dijo Carlos. Le gustaba ser elprimero en opinar.

―No lo creo ―le contradijoLucas estudiando los alrededores―.Estamos donde debemos estar. Lo sé.

―Yo no veo nada ―dijo Nuria.Porque no había nada que ver.

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Estaban a las afueras del polígonoindustrial en una vía que se bifurcabapara incorporarse a una calle másgrande. Una farola parpadeabairregularmente, amenazando conprivarles del único foco de luz quetenían.

No se veía ningún edificiocerca.

―Es complicado saber quéhacemos en este lugar ―dijoSilvia―. Estamos en un sitio muyaislado. Aquí no hay nada.

Lucas no pudo rebatir elargumento de Silvia. ¿Se estaría

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equivocando respecto al Escarabajo?Le atravesó una punzada deimpotencia al verse incapaz de darcon la explicación. Por más quemiraba fuera no daba con nada que leayudase a entenderlo.

―El coche te lo dio tu tío, ¿noes así? ―dijo Nuria de repente.Lucas asintió. No adivinaba quépensaba la hermana de Carlos―. Larazón tiene que estar relacionadacontigo o con tu tío. Piensa en estelugar, ¿te suena de algo? ―Lucasnegó con la cabeza. Carlos y Silviaescucharon muy atentos. Carlos, en

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particular, no dejaba de asombrarsede su hermana pequeña―. ¿Tienealgún significado para tu familia?

―Lucas volvió a negar―. ¿Lepasó algo a tu tío aquí?

Era impresionante el empuje deNuria. Se le ocurrieron muchas máspreguntas, pero no hallaron nada queles ayudara a aclarar su situación.Lucas se devanó los sesos enrecordar todo lo que pudo de su tíoÓscar, pero era bien poco. Desdeque escuchó el testamento porprimera vez, nunca había entendidopor qué le había dejado a él el coche

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y no a alguno de sus hijos.El tiempo pasó y el Escarabajo

volvió a ponerse en movimiento. Diomarcha atrás y volvió por el caminoque les había llevado hasta allí.

―Esto empieza a serinsoportable ―dijo Carlos―.Necesito estirar las piernas.

―Admito que ya no sé de quéva todo esto ―dijo Lucas, derrotado.Silvia alargó el brazo y acarició elcuello de Lucas.

―No te rindas aún. Verás cómoaveriguamos lo que pasa.

―Además, tienes razón en que

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no es casual ―dijo Nuria sindespegar los ojos de su reloj―. Elcoche nos ha tenido en ese sitio elmismo tiempo que en la glorieta deantes, tres minutos. La primera vezme di cuenta por casualidad. Lasegunda vez lo cronometré.

―¿Crees que el tiempo essignificativo? ―preguntó Lucas.

―No le animéis más ―dijoCarlos. Se volvió hacia Silvia―. Noteníamos que haber dejado a esosdos sentarse juntos ahí delante. Medan miedo.

―No sé si los tres minutos son

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importantes ―dijo Nuria ignorando asu hermano―. Pero sí me pareceinteresante que el Escarabajo sedetenga la misma cantidad de tiempo.

A Lucas también se lo pareció.Y acto seguido pasó a explorar lasnuevas posibilidades de esainformación. ¿Qué se puede hacer entres minutos que guarde relación conesos lugares y con un coche que andasolo? Tal vez... Nada, no se leocurrió nada en absoluto. Le dabavergüenza confesarlo, hasta que viola frente arrugada de Nuria y suexpresión de sufrimiento, y supo que

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ella tampoco sacó ningunaconclusión.

―Juraría que volvemos por elmismo camino ―dijo Silvia.

Era obvio que eso estabapasando. El Escarabajo recorrió elmismo trayecto que había tomadopero en sentido contrario. Acabaronen la misma glorieta que en la que sehabían detenido anteriormente.

―Este coche es idiota―comentó Carlos. Como siempre,fue el primero en hablar. Se notabaque ya había asumido la situación yestaba más relajado―. Os digo que

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se ha perdido.―No digas sandeces ―le atacó

Silvia―. Que no entendamos lo quesucede no significa que no haya unaexplicación.

―Tu novia no me cae bien―dijo Carlos.

―¡Callaos! ―gritó Lucas. Nose dio cuenta de que su voz sonó conmucha fuerza, autoritaria. Acababade descubrir algo importante. Losdemás le observaron conexpectación―. La puerta. ¡Estáabierta!

Nuria comprobó la suya y se

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abrió sin problemas. Salieron delcoche a toda velocidad, como si unabomba fuese a estallar dentro.

―Qué gusto, por Dios―exclamó Carlos estirando laspiernas.

―Creo que siempre estuvieronabiertas cuando nos parábamos―dijo Nuria con gesto reflexivo―.Asumimos que estaban cerradas y nolo comprobamos.

Lucas estaba maravillado conNuria. Sus conclusiones concordabancon la idea que él tenía. Llegó elmomento de contarle lo que sabía.

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―Creo que tienes razón, Nuria.Nos encerraba durante el viaje paraque no nos pasara nada, pero alpararse nos permitía salir.

―Queréis dejar de hablar así―intervino Carlos, enfadado―. Noes un ser vivo, es un maldito coche.Y si nos deja salir cuando se para,¿por qué no pudimos abrir laspuertas en el semáforo? Estábamostotalmente quietos.

―Quería traernos aquí ―dijoLucas muy seguro.

―¡Bah! No tenéis remedio―Carlos sacudió la mano con

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desprecio―. Lo importante es quehemos salido. No pienso volver aentrar en ese trasto. Si al menos noshubiera dejado cerca de una paradade autobús... Pero no, tenía quetraernos a este asqueroso polígonoindustrial donde no hay ni un alma.

―Un momento ―dijo Lucas―.El Escarabajo tiene voluntad propia.Sé cómo suena lo que digo pero esverdad. Me... ayuda. El coche cuidade mí y no estoy loco. Escuchad...

Lucas se esforzó por relatar losincreíbles episodios vividos con elEscarabajo ciñéndose a la verdad

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con mucho rigor. Les contó la peleacon Gabriel, sus cambios deubicación y cómo se había «curado»de la raya que le habían hecho en ellateral. Le escucharon sininterrumpirle. Al terminar, la cara deCarlos no dejaba lugar a lainterpretación. No se creía unapalabra.

―Lucas, amigo ―dijo Carloscon suavidad―. Deberías habérmelocontado antes. Debes padecer estréso algo así. Tú sabes que lo que hascontado no puede ser verdad.

―Yo te creo ―dijo Silvia

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dando un paso al frente―. Es difícilde aceptar pero me fio de ti.

A Lucas le invadió una ola defelicidad. Ardió en deseos deabrazar a Silvia allí mismo y hacerlasaber lo que sus palabras de apoyohabían significado para él.

―¿Cómo no? ―gruñóCarlos―. Estás enamorada de él. Tetragarías cualquier cosa. ¿En seriocrees que es bueno animarle a pensarque su coche está vivo?

―No digo que esté vivo ―lecorrigió Lucas―. Pero hay algo. Mitío me lo envió por una razón y

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tenemos que averiguarlo. Me faltaalgo por decir. No murió en unaccidente. Le asesinaron y yo heredéel coche. Puede que el Escarabajotenga algo que ver.

―¡Esto es demasiado! ―gritóCarlos tirándose de los pelos―.Tenéis que despertar, en serio.Lucas, no puedes creer lo que dices.

―Yo también te creo ―dijoNuria.

―Esto cada vez se pone mejor―dijo Carlos encarando a suhermana―. ¿Tú también?

―No creo que el coche esté

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vivo ni nada de eso ―aclaró Nuriasin amedrentarse ante su hermanomayor―. Pero sí pienso que Lucasestá diciendo la verdad. Él creefirmemente en lo que nos ha contado.

―Pues claro que sí ―dijoCarlos―. Por eso tenemos queayudarle, porque de verdad cree enello. ¡Que esto me este pasando a mí!Estáis todos locos. ¿Qué esperáisencontrar en un coche que se para englorietas y en una bifurcación enforma de i griega?

―¡Eso es! ―le interrumpióSilvia con un chillido. Bajó la

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cabeza y empezó a mirar al suelo.Los otros la imitaron buscando loque le había llamado la atención―.Ya lo entiendo. ¡Es increíble!

―¿Se puede saber qué nuevalocura se te ha ocurrido? ―preguntóCarlos con un suspiro largo.

―Lucas. Tú tío te lo envió porun motivo y creo que sé una parte almenos ―dijo Silvia. Hablaba muyrápido, dominada por la emoción―.No lo entendí hasta que me dio unapista el aguafiestas este.

―¿Yo? ―dijo Carlos muysorprendido.

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―¿Qué es? ―dijo Lucas―¡Dímelo!

―¿Tú tío sabe lo que estudias?Lucas asintió confundido. ¿Qué

tenía que ver la carrera que estabacursando? Carlos y Nuria prestabanatención en silencio. No queríanperderse la explicación de Silvia.

―Recapacita ―continuóSilvia―. Tu tío envió un coche a unsobrino que estudia para Ingeniero deCaminos.

Lucas lo pensó y no vioconexión alguna.

―¿Y?

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―Estábamos equivocados al

mirar los edificios de losalrededores. El Escarabajo no nosmostraba un lugar. Nos indicaba uncamino concreto.

―Silvia, por favor ―dijoLucas― Explícate mejor. ¿Uncamino a dónde? Silvia ladeo lacabeza y dejó escapar aire durantevarios segundos.

―Eso da igual. Lo que importaes que quiere que te fijes en elcamino.

―¿Por qué? No hay nada de

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especial en esta glorieta.―Sí que lo hay. No te fijes en

el lugar, solo en la forma del camino.―Es un círculo ―dijo Lucas

muy rápido.―Correcto, pero no del todo.

¿Cómo ha descrito Carlos al sitioanterior donde nos paró elEscarabajo?

Lucas frunció el ceño. Esta vezfue Nuria quien habló.

―¡Una bifurcación en forma dei griega! ―recitó imitando la voz desu hermano.

―Exacto ―confirmó Silvia―.

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Esto no es un círculo. Es una ‘O’.―¿Quieres decir...?―Quiero decir que son letras

―terminó Silvia―. ¡El Escarabajoestá escribiendo un mensaje para ti,Lucas!

****

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CAPÍTULO 6

―No me lo puedo creer―exclamó Rubén―. ¿Qué haces túaquí un sábado por la noche?

Sergio entró en el salón concara de pocos amigos. Rubén y sumadre acababan de cenar y saltabande un canal a otro buscando algoentretenido en la televisión. Losplatos aún estaban sobre la mesa.

―Se terminó la juerga por hoy―dijo Sergio estudiando los restosen busca de algo que llevarse a la

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boca. Solo le faltaba olfatear, como alos perros. No encontró nada que legustara―. ¿Algo bueno en la tele?

Claudia dio un beso a su hijo yle hizo un hueco en el sofá. Volvió acambiar de canal.

―Lo de siempre. Nada que osguste a vosotros dos. No hay ningunapelícula de tiros o peleas.

Dejó el mando a distancia.Sergio y Rubén se abalanzaron a todaprisa sobre él. Sergio fue másrápido.

―¿Y tú no sales hoy, enano?―le preguntó a Rubén agitando el

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mando de la televisión en alto amodo de burla.

―Tengo que estudiar―contestó Rubén―. Eso que hacenalgunos para aprobar. No me creoque tú te quedes en casa tan pronto unsábado. Solo son las once y media.

La verdad era que a Rubén no leapetecía tener a su hermano mayorrevoloteando aburrido por la casa.Le incordiaría y no le dejaríaestudiar. Tenía un examen difícil ycontaba con una noche tranquila paracentrarse en los estudios. Era muyraro que Sergio apareciese por casa

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antes de las seis de la madrugada.―Mañana nos vamos por la

mañana temprano a La Pedriza―explicó Sergio―. Vamos a pasartodo el día en el campo.

―¿Cómo dices? ―preguntóClaudia, sorprendida―. Mañanatienes clase de tenis.

¿Vas a faltar otra vez?Sergio arrugó la cara en una

mueca de cansancio. Era un tema quellevaban discutiendo desde que teníamemoria. En circunstanciasnormales, saltaría sin piedad ydefendería su derecho a hacer lo que

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le viniera en gana un domingo, peroteniendo en cuenta el delicado estadode ánimo de su madre, se contuvo.

―Vamos todos los amigos,mamá ―dijo suavizando la vozcuanto pudo―. Ya voy a las clasesde tenis entre semana.

―Pero hace un mes que noasistes ―protestó Claudia,enojada―. No puedes dejarlo tantotiempo. Mañana irás a clase de tenis,que para eso pagamos a un excelenteentrenador. Luego puedes irte adonde quieras.

Sergio y Rubén intercambiaron

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una mirada de preocupación. El temadel tenis era fuente de constantesenfrentamientos entre Sergio y sumadre, pero en esta ocasión, lareacción de Claudia era exagerada.Rubén puso su mano sobre la de sumadre en un intento de calmarla,estaba temblando y no dejaba demirar a Sergio fijamente. Temió quesu hermano contestase algoinapropiado y empeorase lasituación. Eso sería muy propio deSergio, y más teniendo en cuenta quellevaba razón. Claudia no podíaexigirle que renunciase a los fines de

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semana por el tenis.Rubén nunca había entendido

esa obsesión de su madre por elimaginario futuro de su hermano en eldeporte del tenis. Sergio era un buenjugador, pero nada del otro mundo,sobre todo considerando que llevabarecibiendo clases particulares desdelos cuatro años. Era evidente quenunca estaría entre los mejores, comoparecía pretender su madre. Lo mássorprendente era la resistencia deClaudia a aceptar que su hijo noquisiera ser un jugador profesional,aunque hubiese tenido esa

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posibilidad. Sergio había explicadoen multitud de ocasiones que el tenisera para él poco más que unadiversión. Le gustaba, pero nodedicaría su vida a ello. Rubénsiempre había agradecido en

silencio que su madre nuncahubiera tenido con él una fijaciónsemejante. Tal vez era algo que solosucedía con los primogénitos.

En cualquier caso, Rubén noquería que su madre se disgustaseahora.

―Está bien ―dijo Sergio―.Mañana asistiré al entrenamiento y

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luego me reuniré con mis amigos.Rubén supo que era mentira por

el tono de su voz. Tampoco es que suhermano fuese un genio mintiendo.Sergio estaba muy mimado ynormalmente decía lo que quería sintapujos. En esta ocasión, Rubéncelebró el buen juicio de su hermano,le conocía demasiado bien comopara no saber que saldría con suequipo de tenis y lo dejaría en elmaletero para irse con sus amigos ala montaña. Ya se encargaría él dedistraer a su madre para que no sediese cuenta.

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―Gracias, hijo ―dijo Claudia.Sonó el timbre de la puerta. Los

tres se miraron, sorprendidos. Eramuy tarde, más de las doce de lanoche.

―Yo abriré ―dijo Sergio.Y se fue hacia la puerta. Un

minuto después estaba de vuelta conun inesperado visitante a su lado.

―Buenas noches ―dijo elcomisario Torres con su habitualtono neutro. Rubén evitó mirarfijamente al ojo de cristal delcomisario―. Lamento molestar aestas horas, pero tengo información

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sobre la muerte de Óscar queconsidero que querrán conocer.Hemos detenido al responsable delasesinato.

****

La cara de Carlos esbozó una

mueca grotesca. Les miró a los tres,uno a uno, como si fuesen unosdesconocidos. Le temblaban lasmanos.

―Os habéis tragado la teoría de

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la empollona ―les dijo a Lucas y asu hermana―. Debería darosvergüenza. Se supone que yo soy elirresponsable que solo piensa enjugar al mus, pero se ve que micerebro es el único que funciona estanoche.

―Su explicación tiene sentido―dijo Nuria―. Cuadra. No es fácilde encajar, pero nada lo será,teniendo en cuenta que estamoshablando de un coche que se muevesolo.

―No te lo tomes así, Carlos―le tranquilizó Lucas―. Solo

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estamos considerando lasposibilidades. Hablando sobre ello.

―¡Un coche que escribe! ¿Porqué no le ponemos pinceles en lasruedas? A lo mejor nos pinta uncuadro. Y no me vengas con elcuento de hablar, Lucas. Tú ya estásconvencido.

¿Tanto se le notaba? A Lucas lesorprendió un poco la facilidad conque Carlos había leído su rostro yhabía deducido que creía en laexplicación de Silvia. El Escarabajoestaba escribiendo un mensaje yusaba las formas de las carreteras a

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modo de letras. Era imprescindibledescubrir qué decía el mensaje. Noentendía que a Carlos no le picase lacuriosidad.

―Tienes razón. Creo quedebemos dejar que el Escarabajotermine lo que sea que trata de decir.

―No, no debemos. Tú debes―corrigió Carlos―. No voy avolver a subir a ese coche y osrecomiendo que hagáis lo mismo.

A Lucas le dolió escuchar esaspalabras. Eran razonables y sensatas,pero salían de la boca de su amigo.Nunca antes Carlos se había negado

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a apoyarle. En circunstanciasnormales, ni siquiera tenía quepedirlo, la ayuda de Carlos era algocon lo que siempre contaba, para loque fuese. Menos esta vez. Se sintiódesnudo al ver que Carlos no leacompañaría en esta ocasión.

―Yo voy con Lucas ―anuncióNuria cruzando los brazos sobre elpecho.

―De eso nada, mocosa ―atajóCarlos―. Tú vienes a casa conmigo.Silvia se interpuso entre Carlos y suhermana.

―Eres un cobarde. Te da miedo

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y por eso te niegas a ayudar a tuamigo.

―¿Miedo? ―dijo Carlos―.Por supuesto que lo tengo. Me puedoenfrentar a quien tú quieras, no tequepa duda, pero no a un coche queanda solo. ―Lucas era testigo de queestaba diciendo la verdad. De hecho,Carlos nunca había dado la espalda auna pelea―. Y no insinúes que noapoyo a Lucas. Si te preocupases porél, no le incitarías a subir alEscarabajo.

―Yo creo en él, en su versión―dijo Silvia, desafiante―. No le

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abandonaré porque no comprenda loque sucede. Al contrario, le ayudaréa entenderlo.

―Bonitas palabras. Se nota queno razonas como deberías ―apuntóCarlos acariciándose la barbilla―.Deja que te pregunte un par de cosas.Sugieres subir a un coche que, comotú misma admites, no comprendéiscómo funciona, ¿pero hasconsiderado los riesgos? Es un cochedespués de todo. ¿Y si atropella aalguien? ¿Y si os estrelláis y algunomuere? ¿Quieres que te déestadísticas de accidentes de tráfico?

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A la policía le encantaría escucharque no conducía nadie. Me preguntosi acudirías a los padres de lavíctima y les dirías mirándoles a losojos: «Yo animé a su hijo a subir aun coche descontrolado sabiendo queno teníamos ni idea de cómoconducirlo». Dime, señora súpervaliente. ¿Has considerado lasconsecuencias de subir a un cocheque se conduce solo?

Silvia no contestó. Se quedócallada sin mirar a Carlos a los ojos.Evidentemente, no había tenido encuenta la posibilidad de un

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accidente. Lucas tampoco, y leimpresionó que Carlos fuese tanrazonable, no era propio de él. Talvez sí que le afectase la presencia desu hermana menor.

―Maldita sea, Carlos ―sequejó su hermana―. Ya te lo dije.Esto es algo único. No se puedenaplicar las reglas habituales, es algoexcepcional.

―Carlos, tu hermana tienerazón ―dijo Lucas―. No puedoexplicarlo, pero siento que elEscarabajo está aquí para ayudarnos,no para causarnos daño alguno.

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Además, ya has visto lo bien queconduce. Lo hace mejor que yo. Mesentiría mejor si nos acompañases.

El silencio se instauró derepente. Intercambiaron variasmiradas de interrogación entre ellos,pero al final todos estabanpendientes de Carlos.

―No puedo creer lo que voy ahacer ―cedió Carlos apartando lavista―. Tú no dirás ni una solapalabra de esto a mamá y a papá―añadió señalando a su hermana.

―Te lo prometo ―asintióNuria rebosando gratitud.

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―Gracias ―dijo Lucas.―Será mejor que subamos

antes de que me arrepienta ―dijoCarlos, finalmente―. Veamos quémás tiene que decir el cochecito.

Sin darse cuenta ocuparon losmismos asientos que habían utilizadoantes. Lucas era el conductor,naturalmente. El Escarabajo noarrancaría de otro modo. Nuriaestaba a su lado, y Carlos y Silvia enla parte de atrás.

El coche no les hizo esperar. Encuanto Lucas arrancó, tomó el controly empezó a circular de nuevo por la

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carretera.―Va a ser una pasada ―dijo

Nuria. Sus ojos brillaban deexcitación y le costaba estarsequieta, gesticulaba mucho alhablar―. Mis amigas fliparáncuando lo cuente.

Carlos dio unos golpecitos muysignificativos en el hombro de suhermana.

―Controla tus emociones deadolescente. No vas contarle esto anadie, ¿recuerdas? ―Nuria asintió yadoptó una expresión triste,evidentemente fingida―. Y tú,

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Lucas, por lo menos coloca lasmanos sobre el volante y haz queconduces. No nos conviene mosqueara nadie.

Lucas lo hizo. No se había dadocuenta de que estaban en una zonamás transitada y se cruzaban con máscoches.

―¿Qué tal si intentamosdescifrar el mensaje mientras noslleva a la siguiente letra? ―propusoSilvia.

Repasaron las paradas delEscarabajo y anotaron las letras.Contaban con una ‘O’, una ‘Y’, y otra

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‘O’. No parecía un buen comienzo.―Oyo ―dijo Carlos,

pensativo―. Suponiendo que elEscarabajo no sea un analfabeto y sehaya olvidado una hache al principio,no le veo el sentido. Podría ser elpasado del verbo oír, pero no meparece una forma lógica de empezarun mensaje.

―Es porque está incompleto―dijo Lucas―. Cuando tengamosmás letras lo entenderemos.

O al menos eso esperaba.Seguía atesorando esa especie de feciega en el Escarabajo que ni él

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mismo sabía de dónde provenía.Pero ahí estaba y le impulsaba acontinuar hasta que todo estuvieseaclarado.

―Juraría que el coche nos llevaa casa ―dijo Nuria.

Tenía razón. El Escarabajocirculaba por el mismo camino por elque Lucas había llevado a Carlos acasa la noche anterior, cuando separó de repente entre dos curvasconsecutivas en sentido opuesto. Loque le hizo pensar...

―Vamos a pasar por dónde nosdetuvimos anoche ―dijo Carlos

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confirmando los pensamientos deLucas.

Las dos curvas se aproximarony la escena se repitió. El Escarabajogiró y se detuvo en medio de lacarretera, bloqueando amboscarriles. Se bajaron todos del coche.

―¿Por qué se habrá colocadode esa manera? ―preguntó Silvia.

―Es una ‘S’ ―dijo Nuria―.No hay duda.

Todos estuvieron de acuerdo.Las dos curvas describían claramenteuna ‘S’ y el coche se había parado enel centro.

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―Me parece muy bien ―dijoCarlos―. Pero deberíamos volver alEscarabajo, a ver si se pone enmarcha rápido, antes de que vengaalguien.

En cuanto terminó de hablar,Carlos se dio cuenta de que estabatotalmente impregnado del misteriodel Escarabajo. Ya no temía sufrir unaccidente. Le dominaba la curiosidady la necesidad de saber qué estabaescribiendo el coche.

―Oyos sigue sin decirme nada―comentó una vez entraron todos alcoche.

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Lucas arrancó pero elEscarabajo permaneció quieto. Suprimera impresión fue que algo ibamal, pero luego recordó que setomaba su tiempo.

―Ahora volverá a moverse.Quiere asegurarse de que vemos laletra ―dijo dándose importancia.

Continuaba atribuyéndoleinteligencia al coche, a pesar de notener ninguna prueba. La verdad eraque se sentía mejor pensando de esemodo. Tenía un coche único quevelaba por él y que era capaz dehacer cosas increíbles. Muy

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reconfortante. Y le ayudaba acontrolar los pequeños ataques depánico que padecía en momentoscomo ese, en los que si el Escarabajono se movía, él no sabría qué hacer oqué pensar de todo lo sucedido.

Poco después, el Escarabajocumplió el pronóstico de Lucas y semovió. Lucas suspiró aliviado.

―Seguimos necesitando másletras ―dijo Silvia pococonvencida.

Nuria no colaboraba. Tenía lavista perdida en el suelo y el ceñofruncido. A Lucas le pareció que

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estaba muy concentrada. A Silvia,por otra parte, se la veía inmersa enla duda. El tono de sus palabrasdelataba que su confianza en supropia teoría empezaba a flaquear.Lucas no la culpó. Quería decirlealgo que la animara y le demostraseque él estaba con ella, pero no se leocurrió nada. Pensó en las letras y enla posible palabra que estuvieseformando el coche. No tenía sentido.Después de todo, tal vez elEscarabajo paraba en lugaresaleatorios por una causa quedesconocían y eran sus ansias de

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aventura las que les habían llevado acreer en la otra versión de loshechos.

―Se os ve un poco abatidos―dijo Carlos―. ¿Ya os rendís,nenas? ¿Dónde está toda la energíaque empleasteis antes para discutirconmigo cuando me negaba a venir?

―¿Quieres decir que ahoracrees en el Escarabajo «escritor»?―preguntó Silvia tímidamente.

Lucas también quería saber larespuesta a esa pregunta.

―No lo sé, la verdad―contestó Carlos en tono sincero―.

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Pero sí creo lo que ha dicho mihermana. Esto es algo único. Y estoyconvencido de que no hay peligrodentro del coche. ―Silvia dibujó unasonrisa al escucharle―. Hay algomás. Tu teoría de las letras esimpresionante. Estudiando laIngeniería de Caminos o no, a mínunca se me habría ocurrido. Tenéisque seguir pensando en ello para darcon la explicación.

Silvia se sonrojó por laspalabras de Carlos. No se lasesperaba.

―Tú también puedes colaborar.

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―¿Yo? ―se rió Carlos―. Yo

sólo sirvo para jugar a las cartas. Sidependéis de mí para desvelar elmisterio, lo lleváis claro. ElEscarabajo podría escribir ElQuijote entero antes de que yo...

―¡Lo tengo! ―gritó Nuriadando un salto en el asiento―. Dicesque ayer se detuvo en las curvas queformaban la ‘S’ en la que acabamosde estar, ¿no es así? ―le preguntó asu hermano. Carlos y Lucasasintieron entusiasmados―. Esosignifica que la palabra empieza con

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una ‘S’.―Entonces tenemos soyos

―dijo Lucas―. Tampoco es que seamuy esclarecedor.

―Lucas, concéntrate ―le pidióNuria―. Puede que no te guste loque te voy a decir. ―Lucas sepreocupó un poco por esaadvertencia―. No es una palabra.Son dos.

La primera es soy. La segundaempieza por os. Te apuesto lo quequieras a que la siguiente letra es una‘C’. ¿No lo entendéis?

―Óscar ―dijo Silvia de

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repente―. Soy Óscar. Tú tío, Lucas.Lucas y Carlos se quedaron

petrificados. Parecía muy lógico.Tenía que ser eso. Lo cualimplicaba...

―No es el coche el que estáescribiendo, Lucas ―dijo Nuria―.Es tu tío Óscar. Sé que suenaimposible pero tú escúchame.Sustituye el mapa de carreteras deMadrid, o de esta parte, por untablero gigante, y al coche por unvaso.

Le llevó un tiempo entender loque Nuria quería decir. Era

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sencillamente imposible, casi ni seatrevía a pronunciarlo en voz alta.

―¿O-Ouija? ―logrótartamudear Lucas tras unossegundos.

―Efectivamente ―dijoNuria―. Si no estoy loca, estamosparticipando en una sesión deespiritismo acojonante.

****

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CAPÍTULO 7

Iba a suspender el examen dellunes. Debería haber sido otro elpensamiento que atravesara la cabezade Rubén, pero no fue así.

Por alguna razón inexplicable,la noticia de que habían apresado alasesino de su padre no despertó en élrabia, deseo de venganza ocuriosidad. Sólo reparó en que noiba a estudiar ese fin de semana, asíde simple. Una reacción que nuncallegaría a

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comprender en el futuro cuandorecordase el momento en que elcomisario Torres había confirmadoque su padre había sido asesinado.

Claudia palideció y sedesplomó en el sillón. La respuestade Sergio fue mucho más visceral.

―¡Quiero ver a ese hijo deperra y decirle cuatro cosas! ―rugió.

Gesticulaba muy deprisa y sedesplazaba a grandes zancadas de unlado a otro. Rubén contempló conaprobación el despliegue de ira de suhermano. Así era como debía haberreaccionado él mismo. Deseó que la

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rabia estallara en su interior, sinembargo permanecíadecepcionantemente tranquilo, juntoa su madre, sosteniendo su mano, altiempo que aguardaba expectante aque el comisario les diera másinformación.

Torres esperó pacientemente aque los ánimos se apagasen un poco.Su ojo de cristal permanecía inmóvilmientras el verdadero iba de uno aotro lado, verificando que nadieperdiese el control.

―Entiendo lo que sienten, perono creo que sea buena idea que vean

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al sospechoso―dijo Torres con unacalma excesiva.

―¡Y una mierda! ―gritóSergio―. Voy a ver quién es ahoramismo. Con la basura de sistemajudicial que tenemos, estará en lacalle en dos días, seguro. Y mi padreseguirá muerto. Además...

―Cálmate, Sergio ―dijoRubén agarrando a su hermano por elbrazo―. Dejemos que el comisarionos cuente lo que sabe y luego yaveremos.

Sergio se tranquilizó. Un poco,al menos.

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―¿Quién es? ―preguntóClaudia.

―Es un empleado de laempresa de Óscar ―informóTorres―. Se llama Alberto

Muñoz y trabaja de informático.¿Le conocen?

Torres dejó una foto sobre lamesa. Claudia, Sergio y Rubén seinclinaron a la vez sobre ella paraestudiarla. Los tres negaron con lacabeza.

―¿Qué tenía este hombre contrami marido? ―preguntó Claudia.

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―Aún no lo sabemos ―dijoTorres―. Se ha negado a hablar porel momento. Manipuló el sistema defrenos del coche de Óscar paraprovocar el accidente. Lo hizo de unmodo muy complejo. Encontramos ensu casa todo tipo de revistas demecánica en

las que figuraba el coche deÓscar. Investigamos a todos los quepudieron tener acceso al coche esedía y encontramos que Alberto teníadeudas de juego. Apostaba y lo habíaperdido todo. Recibió un ingresomuy cuantioso hace dos meses que,

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obviamente, no puede justificar.―¿Alguien le pagó? ―preguntó

Sergio. Torres asintió levemente.―Eso creemos. Estamos

rastreando la procedencia del dinero,pero llevará tiempo. Necesitabacomprobar si sabían algo quepudiese ayudarnos en lainvestigación. De todos modos, lomás importante es que sepan queestamos avanzando.

―Quiero verle ―insistióSergio en tono amenazador.

―No es posible por elmomento. El lunes me pondré en

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contacto con ustedes y les informaréde lo que sepamos.

Torres se marchó poco después.Rubén y su hermano esperaron a

que su madre se acostara y luegocavilaron sobre lo que le harían a esetal Alberto si llegara a caer en susmanos. Ninguno de ellos pasó unabuena noche.

****

Lucas se estremeció sólo con

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pensarlo. Espiritismo... ¿No setrataba de esa práctica que implicahablar con un muerto? Y ese muertoera su tío nada menos. No era unaidea agradable. Su primera reacciónfue inevitablemente de rechazo, nisiquiera sabía si creía en ese tipo decosas. Vida después de la muerte.Lucas se sorprendió de lo poco quehabía reflexionado sobre ese asunto,claro que ¿por qué habría dehacerlo? Era muy joven y aún lequedaba mucho para descubrir sihabía otro mundo después de este.

―Me parece bien que uséis la

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imaginación y todo eso para intentarexplicar cómo se mueve elEscarabajo ―dijo Carlos hablandodespacio. Se notaba que se esforzabapor mantener a raya los nervios―.Pero esto es sencillamente ridículo.Lo de la ouija es producto delcerebro atrofiado de mi hermana.Demasiadas películas de terror.

Lucas escuchó a su amigo conmucha atención. Estuvo de acuerdocon él... o eso le hubiera gustado. Laverdad era que quería pensar comoél, pero no podía engañarse a símismo. Algo raro le sucedía.

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Examinar sus propias emociones eracomo contemplar a un extraño, noentendía nada. ¿Significaba eso quecreía la teoría del espiritismo?

Estaba tan aturdido que no seatrevió a decir nada. Buscó en losojos de Silvia una muestra de queella pensaba como Carlos, pero no lavio por ninguna parte.

―La verdad es que lo que hadicho Nuria encaja con lo queveníamos pensando―dijo Silviatímidamente. Le daba vergüenzaadmitir que apoyaba la sugerenciadel espiritismo―. Por muy increíble

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que parezca, no podemos negar quetiene sentido.

―Mi hermano es muy cerrado―aseguró Nuria agradeciendo elapoyo de Silvia con una sonrisa maldisimulada―. Menos mal queestamos nosotras para ayudar aLucas.

Carlos sacudió la cabeza engesto despectivo.

―Lucas, di tú algo que a mí meda la risa.

Lucas se sobresaltó un pococuando sus tres amigos se giraronhacia él, expectantes. Era lo normal.

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Después de todo, el coche era suyo,por lo que era él quien debía decidir.

Carlos notó su vacilación.―¡No puede ser...! ¿Tú

también? Es culpa mía ―selamentó―. Como no se me ocurreuna explicación, te dejo tirado con lade estas dos manipuladoras.―Carlos se llevó las manos a lacabeza, escandalizado―. Vamos aver... ¡Que estáis considerando quehablamos con un muerto a través deuna ouija gigante! Vais a volver locoal pobre chaval.

―¿Y si tenemos razón? ―dijo

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Nuria―. ¿Lo has pensado aunquesólo sea un segundo?

La respuesta de Carlos erainnecesaria. Todos tenían claro queno.

―Hagamos una cosa ―propusoSilvia―. Estábamos de acuerdo enlo de las letras. No perdemos nadapor comprobar la teoría de Nuria, dehecho ya estamos en camino, así quesolo tenemos que esperar. Veamos si,en efecto, paramos en una ‘C’, luegouna ‘A’ y terminamos en una ‘R’,hasta completar el nombre de Óscar.

Era una propuesta perfecta. Más

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que nada porque permitía a Lucasseguir en silencio. Acababa de ganarun tiempo precioso para decidir quécreía, qué era lo que su intuición lerevelaba. Nunca había hechoespiritismo. En una ocasión, hacíatres años, tuvo una oportunidad enuna fiesta en casa de un amigo que sehabía quedado solo. Un grupo de treschicos y una chica le animaron aparticipar con ellos. Tenían unmontón de velas y un tablero con elabecedario. Lucas declinóeducadamente la propuesta ycontinuó bebiendo con los demás

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invitados. Recordó con claridad queaquel juego le pareció una necedadpor aquel entonces. Sin embargo,ahora, no era capaz de rechazartotalmente la idea.

Las posturas de sus amigos eranmuy evidentes. Nuria estabaabsolutamente convencida de queÓscar les hablaba desde «el otrolado», como ella lo denominaba.

―Es una pasada ―dijoentusiasmada―. Nunca me habíasalido tan bien una sesión.

―¿Cómo dices? ―preguntóCarlos, asqueado―. ¿Es que haces

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espiritismo normalmente? No loentiendo. ¿Ya no salís de compras oal cine? ¡Que tienes dieciséis años!Seguro que estas ideas te las hametido esa amiguita tan rara quetienes, la gorda del pelo de punta. Nohay más que verle la cara...

La opinión de Carlos era igualde obvia que la de su hermana, y nopodía ser más opuesta. Silvia parecíainclinarse por Nuria, pero guardabaalgún recelo. Lucas adivinaba en ellaun cierto respeto a los temasrelacionados con la muerte, algo muyrespetable. Lo más frustrante era que

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continuaba sin saber su propiaopinión. Decidió esperar a ver siNuria acertaba con la siguiente letra.

Y acertó.―¿Y bien? ―dijo Nuria,

desafiante―. ¿Algún comentario?Ni siquiera Carlos abrió la boca

en un primer instante. El Escarabajoestaba indiscutiblemente situado enuna media circunferencia, queformaba parte de una antiguaglorieta. Era una ‘C’ sin el menorasomo de duda.

―Podría ser una ‘U’ ―dijoCarlos, finalmente. El tono de duda

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de su voz reflejaba que no estabamuy convencido ―. Todo dependede cómo se mire.

No le faltaba razón en eseargumento. Lucas se mareó. Ya habíaaceptado que era una ‘C’ y ahoraCarlos sembraba de nuevo la duda.Necesitaba desesperadamenteaferrarse a algo de una vez por todas.Algo sólido a ser posible.

―Es una ‘C’―insistió Nuria―.Dejando a un lado que una ‘U’ nopega con las letras que ya tenemos, elcoche apunta hacia la parte de arribade la letra. Por eso se coloca de ese

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modo. Si fuese una ‘U’, apuntaría alcentro del semicírculo. Recordadcómo estaba orientado con la ‘S’ ycon la ‘Y’.

Carlos dio un puñetazo en elasiento.

―No soporto a esta niña, te lojuro...

―Tienes que admitir que llevarazón ―intervino Silvia.

Lucas dejó de escucharles a lostres mientras discutían. Hubiera dadocualquier cosa por saber quién sehallaba en lo cierto y así terminarcon la angustia que le atormentaba.

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Estaba considerando si su tío Óscarle hablaba desde el mas allá a travésde un coche que funcionaba como elvaso de un tablero gigante de ouija.Era demasiado. Lo único que se leocurrió fue esperar a ver qué letrasindicaba el Escarabajo.

Después de la ‘A’ y la ‘R’,Carlos no volvió a llevar la contrariaa su hermana y Lucas aceptódefinitivamente que su tío estabainvolucrado de algún modo...sobrenatural. No, aún era demasiadopronto para aceptar algo así. Noimportaba que todas las evidencias

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apuntasen en esa dirección, tenía quehaber una explicación que no contasecon la participación de personasfallecidas, y antes o después daríancon ella.

Óscar podría haberlo preparadotodo antes de su muerte. Lucas sabíaque su tío había invertido unacantidad enorme de tiempo en elEscarabajo. Pudo modificar el cochede algún modo para que se condujesesolo hacia ciertas ubicaciones. Esoera mucho más razonable que elespiritismo.

Y sin embargo, la misma idea

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seguía zumbando en su cabeza. Eramás fácil apostar por la explicaciónmística que por un sofisticadodispositivo de guía que dotase demovimiento autónomo al coche.Definitivamente, algo en su interiorle decía que se trataba de su tío.

―El Escarabajo acaba de decirque es mi tío el que nos estáescribiendo ―dijo Lucas. Aúnestaban parados sobre la ‘R’, letraque completaba la frase «SoyÓscar», tal y como Nuria habíapredicho―. Estoy tan impresionadocomo vosotros. No sé con seguridad

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si esto es o no una sesión deespiritismo, pero creo que lascoincidencias son suficientes comopara tener dudas. No sé lo quepasará, pero si hay una solaposibilidad de que mi tío quieraenviarme un mensaje, yo voy acontinuar hasta completarlo. Meencantaría contar con vuestra ayuda,pero entenderé perfectamente a quienno quiera seguir.

―Yo no me lo perdería pornada del mundo ―dijo Nuria de lomás entusiasmada―. Perdón, Lucas.Se me olvida que es tu tío. Lo

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siento... Me gustaría ayudarte si teparece bien.

Lucas asintió, agradecido. Lapequeña Nuria era la que másparecía entender de espiritismo. Sealegró de que se quedara.

―Yo también me quedo ―dijoSilvia muy decidida. Sólo faltabauno.

―Yo no creo que sea buenaidea ―dijo Carlos―. Un coche queno controlamos y luego todo eso dejugar con el reino de los muertos...No es algo que yo haríavoluntariamente. Pero no te dejaré

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solo, y menos con mi hermana. Escapaz de liarte para que luegobusquéis un altar y sacrifiquéis a unacabra.

―Perfecto ―dijo Lucas―.Entonces se acabaron las peleas.Vamos a centrarnos en recibir elmensaje. Si de verdad mi tío estáhablando a través del Escarabajo, noserá sólo para saludar. Lo que quieraque diga tiene que ser importante.

Lucas se sorprendió del efectotranquilizador que sus propiaspalabras ejercieron sobre los demás.Incluso él mismo se sintió algo más

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relajado. Era reconfortantecomprobar que le escuchaban y quele brindaban su apoyo.

El Escarabajo continuó con sulabor de señalar letras camufladas enlas carreteras. En algunas ocasionesno fue fácil reconocer la letra a laque se refería el coche, o mejordicho, el tío Óscar. La tarea dedesciframiento se complicaba cuantomás sencilla era la

forma de la letra.Concretamente, la ‘I’ o la ‘L’ eranparticularmente fáciles de confundir,pero el contexto les ayudaba a

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identificar la letra.―¿Por qué habrá esperado

hasta hoy precisamente paracomunicarse? ―preguntó Lucas envoz alta, sin dirigirse a nadie enconcreto.

―Empezó ayer ―le corrigióCarlos―. Cuando me traías a casa sedetuvo en la primera ‘S’, ¿recuerdas?

―¿Y por qué no siguió con lasdemás letras?

―Yo lo sé. Y vosotros tambiénsi dejaseis de dudar de mí ―dijoNuria. Carlos apartó la mirada de suhermana deliberadamente. Se estaba

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conteniendo de nuevo―. Cuandohacemos espiritismo, el vaso apenasse mueve si lo tocan una o dospersonas. Se necesitan varios paraque se desplace con fluidez sobre eltablero.

―¿Quieres decir que tenemosque estar los cuatro para que elcoche se mueva?―preguntó Lucas.

―Sí. Ayer tú y mi hermanopasasteis cerca de la primera letra yel Escarabajo aprovechó la pocafuerza que tiene con solo dos dedos,es decir con vosotros dos en suinterior, para señalarla. ―Nuria

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hablaba con tanta seguridad que dabamiedo. Lucas la observaba como sifuese una bruja o una médium de lasque aparecen en las películas―.Ahora somos cuatro y está moviendoel vaso con toda la facilidad delmundo.

―Entonces ―dijo Silvia conuna expresión que reflejaba elesfuerzo que le suponía aceptar laspalabras de Nuria―, lo que estásdiciendo es que subir al coche es elequivalente de poner el dedo sobreel vaso en una sesión de espiritismonormal.

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―La imaginación de esta niñaes más impresionante que elEscarabajo ―dijo Carlos―. ¿Cómopuedes saber todo eso?

―Solo lo supongo ―sedefendió Nuria―. Que tú tengasmenos imaginación que un ladrillo noes mi problema. A ver, listo,explícanos tú lo que ocurre. ¿Vas arecurrir a mi edad para intentarquitarme la razón o vas a dar unargumento mejor que el mío?

Carlos murmuró algo y volvió amirar por la ventanilla.

―¿Qué suelen contaros los

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muertos en vuestras sesiones deespiritismo?

―preguntó Silvia, interesada.―No mucho, la verdad. Nada

coherente la mayoría de las veces―confesó Nuria con pesar―. Locierto es que yo nunca he creídodemasiado en la ouija. Lo hagoporque es divertido. El ambiente ytodo eso... y porque me gusta unchico que... ―Hizo una pausa al verla cara de su hermano―. Suele haberalgún gracioso que mueve el vaso apropósito. Pero aquí no tenemos eseproblema ―añadió divertida.

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Era evidente que no lo tenían.Lucas estaba sentado en el asientodel conductor e iba completamentede lado, mirando a Nuria, con laespalda apoyada contra el cristal dela ventanilla. Ni siquiera miraba lacarretera. Por suerte era demadrugada y apenas circulabancoches.

No le molestaba el entusiasmode Nuria por un tema tan macabro,pero él no lograba desprenderse deun velo de preocupación queoscurecía su rostro.

―A ver si lo he entendido bien.

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En tu opinión, Nuria, mi tío llevaesperando desde que murió a quehaya suficientes personas tocando elvaso para poder transmitir sumensaje, ¿correcto?

Nuria no se atrevió a responder.El tono de Lucas era muy serio ytraslucía dolor. Inevitablemente seimaginó a un fantasma vigilando díay noche el Escarabajo, en espera depoder comunicarse y se le puso lapiel de gallina.

―Lucas, ella no quiso decirnada malo de Óscar ―dijo Silvia―.Solo intenta ayudar. Nadie puede

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saber con certeza lo que hay despuésde la muerte.

―Lo sé ―contestó Lucas―.Pero es la que más se ha acercado ala verdad en mi opinión. Me gustaríasaber lo que piensa.

Silvia alzó la mano paraimpedir que Nuria hablase.

―No, Lucas. No puedespreguntarle a Nuria por tu tío. Ella nolo sabe y la obligas a contestar algoen base a suposiciones. Si de verdadse trata de Óscar, él te dirá lo quepueda. No cargues tuspreocupaciones en Nuria.

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―Una ‘O’ ―dijo Carlos.Habían vuelto a la glorieta desiempre―. ¿Por qué usa siempre lamisma glorieta? Se podría parar encualquiera ahora que lo sabemos y lointerpretaríamos como una ‘O’.

Silvia y Lucas miraronautomáticamente a Nuria en busca deuna respuesta a la pregunta deCarlos. Esta vez, Nuria tardó encontestar. Ya no se la veía tan alegre.

―Me imagino que Óscar nopuede hacer exactamente lo quequiere. Tendrá alguna restricción enel más allá. En un tablero de ouija el

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vaso va siempre al mismo lugar paraindicar la misma letra, así quesupongo que cada vez que necesiteuna ‘O’ el Escarabajo nos traerá aesta glorieta.

Las suposiciones de Nuriafueron confirmándose una tras otra.Completaron dos palabras más muysignificativas.

―«Tiempo limitado» ―dijoLucas―. Está claro que con esassimples palabras nos acaba de decirque hay prisa.

―Maldita sea, ¿por qué lepreocupa el tiempo a alguien que está

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muerto?―preguntó Carlos.―Tal vez porque lo que nos

quiere decir está relacionado conalguien vivo―sugirió Silvia.

―O porque no tiene muchotiempo para seguir moviendo elcoche ―dijo Nuria―. Eso tambiénexplicaría que use pocas palabras.No ha dicho «Tengo poco tiempo», o

«Mi tiempo es limitado».―O por ambas razones ―dijo

Lucas―. Espero que pueda terminar.El mensaje tenía que ser

importante. Semejante método decomunicación no podía emplearse

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exclusivamente para dar las buenasnoches.

Dos horas más tarde elEscarabajo completó el mensaje. Apesar del frío que hacía, todossalieron del coche a comentarlo.Además, necesitaban andar un pocopara variar. Se habían pasado toda lanoche dando vueltas por Madrid,anotando letras y discutiendo teoríassobrenaturales. Estaban cansados.

Caminaron en silencio unosminutos y regresaron al Escarabajo.

―¿Estamos seguros de que yaha acabado? ―preguntó Carlos.

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―Ya no se mueve y el mensajetiene sentido ―contestó Silvia.

―¿Qué vas a hacer, Lucas?―preguntó Nuria.

―Voy a cumplir la últimavoluntad de mi tío ―repuso Lucas―.No tiene sentido disimularlo,verdaderamente creo que es Óscarquien me ha transmitido estaspalabras.

―No será fácil, Lucas ―dijoCarlos―. Yo tendría cuidado...

―Tengo que hacerlo ―dijoLucas.

Carlos tomó aire antes de

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contestar, no quería alterar a suamigo.

―Lo sé, yo haría lo mismo,pero debes pensar el modo dedecírselo a tu tía.

―Carlos tiene razón ―dijoSilvia―. Te tomará por loco y conrazón. Nadie puede aceptar como sinada que su marido ha muerto y queestá usando un coche para escribir.

Nuria pensaba lo mismo.―Si se lo sueltas sin más no

servirá de nada. Tu tía pensará queestás mal de la cabeza y no te harácaso. No creo que sea eso lo que

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Óscar quiere.Era innegable que tenían razón.

A Lucas le empezó a doler la cabeza.Sólo quería llevar a cabo lo que sutío le había pedido, no tenía nada demalo. El mensaje era bien simple:«Soy Óscar. Tiempo limitado.Necesito hablar con mi mujer asolas. Súbela al coche.»

A Lucas le pareció bonito,romántico. Un hombre que pretendedespedirse de su mujer a toda costa.Tenía que encontrar el modo de queClaudia le creyese u Óscar no podríacomunicarse con ella. El carácter

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urgente de la segunda frase dejabaclaro que el tiempo apremiaba.Probablemente, no tendría otraocasión de hablar con Claudia yLucas no iba a consentir que ladesperdiciara.

―Tengo que dar con unamanera de que Claudia suba al cocheo todo el esfuerzo de mi tío habrásido en vano.

―¿No puedes decirle que lallevas a algún sitio y bajarte a todaprisa para que se quede dentro delcoche con Óscar? ―propuso Nuria.

―Tal vez como último recurso.

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Pero mi tía es rica, tiene chófer. Nonecesita que yo la lleve a ningunaparte, sospecharía.

―¿Y si llevas a su casa ropa oalgo que se te ocurra? ―dijoCarlos―. Lo dejas en la parte deatrás y le pides que te ayude. Tendráque meterse dentro para cogerlo.

―No me convence mucho―dijo Lucas―. ¿Y si manda aalguno de mis primos a por ello? ¿Oal mayordomo?

―Podrías preguntarle sobre elcoche ―dijo Silvia―. Algo delsalpicadero para que tenga que

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sentarse dentro a mirarlo.―Por lo que yo sé, mi tía no

entiende de coches ―dijo Lucaspensativo―. No le gustan nada.¡Maldita sea! ¿Por qué tiene que sertan complicado?

Lucas dio un puñetazo al ladodel salpicadero. La guantera se abrióy cayó algo al suelo. Nuria seapresuró a recogerlo.

―¡La madre...! ―exclamóasombrada―. Mirad esto. Debe deser carísimo.

―¿Qué es? ―preguntó Silvia.―Es la alianza de compromiso

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que mi tío le regaló a Claudia ―dijoLucas tomando el anillo―. Creo quedespués de todo, Óscar ya habíapensado en cómo atraer a su mujer.Lógico, nadie la conoce mejor que sumarido.

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CAPÍTULO 8

Lucas fue el único que nodurmió en toda la noche. El plan erasencillo y lo tenía muy claro, pero sumente fue incapaz de relajarse losuficiente para ceder al mundo de lossueños.

Carlos argumentó con muchainsistencia que él podía resistirindefinidamente y que, por tanto,haría guardia con Lucas cuanto fuesenecesario.

―Las juergas nocturnas tenían

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que servirme de algo. Después detantas fiestas uno aprende amantenerse despierto. No es queseáis débiles ―les dijo a las chicasen tono altivo―, es que os faltapráctica.

Al menos se quedó dormidodespués de que ellas lo hicieran.Lucas no le culpó. Toda la nochedando vueltas en el Escarabajo, másla interminable charla posterior paradecidir qué era lo más conveniente,habían terminado por agotarles.Lucas insistió en que se fuesen acasa, pero todos estaban firmemente

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decididos a acompañarle.Prácticamente, ese fue el únicomomento en que el grupo estuvo deacuerdo en algo.

A las ocho de la mañana fuerona tomar unos churros con chocolate.Luego enviaron mensajes a susrespectivos padres explicando que sequedaban a dormir en casa de unamigo. Carlos tuvo que apoyar a suhermana para que sus padres no sepreocuparan.

Discutieron un poco más sobretemas paranormales hasta que a esode las nueve Lucas dejó el

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Escarabajo en el lugar seleccionado.Las chicas ocuparon la parte de atrásy se quedaron dormidas apoyadas launa sobre la otra. Carlos aguantómedia hora más en el asiento delcopiloto antes de romper el silencioa ronquidos.

Lucas no escuchaba la serenatade su amigo. Se quedó a solas consus pensamientos como únicacompañía. Examinó sus propiasemociones y, aunque estaba inquieto,se tranquilizó al comprobar quepredominaba la certeza de que hacíalo correcto. Se preguntó si su tío le

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estaría observando en ese precisoinstante desde algún sitio en el otromundo y un escalofrío recorrió suespalda. ¿Cómo sería la muerte? Erauna pregunta que jamás se habíaformulado, un pensamiento al quenunca había dedicado tiempo niesfuerzo. Eso iba a cambiar de ahoraen adelante. Cuando escuchase algode una sesión de espiritismo, o de untablero de ouija, seguramente nopodría evitar dar un pequeño salto.De repente, ardió en deseos de hacerpreguntas a su tío y leer lasrespuestas en las carreteras que

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recorriera el Escarabajo, pero supoque eso nunca ocurriría. Lo quequiera que significase la muerte lodescubriría en su momento. Laslimitaciones de Óscar paracomunicarse, que tan acertadamentehabía señalado Nuria, eran sin dudauna realidad. Por la razón que fuese,Óscar no podía revelar nada del otrolado, o si no, ya lo habría hecho. Y laverdad era que a Lucas le pareciómucho mejor así. Cada cosa a sutiempo.

A las once de la mañana, Lucasdecidió que ya no podían continuar

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en el coche o pondrían en peligro elplan. Contempló a sus amigos unosinstantes antes de despertarlos. Unaola de gratitud le inundó. Se alegróde que estuviesen con él y, a pesar deque era Silvia la responsable de quesus sentidos se disparasen al límite,no pudo evitar conmoverse por lapresencia de Carlos. Su amigo habíadejado bien claro que no le gustabarelacionarse con los muertos. Notenía reparos en enfrentarse a quiensea,

pero siempre y cuando estuviesevivo. Con los muertos de por medio,

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Carlos se desencajaba. Y sinembargo, allí estaba.

Lucas le dio un golpe suave enel hombro. Carlos se despertósobresaltado.

―¿Me he dormido? ―preguntómirando a su alrededor.

―Se te cerraron los ojos haceun momento ―mintió Lucas.

―Sí, eso habrá sido...Despertemos a las niñas ―dijoaparentando seguridad. Silvia yNuria se desperezaronintercambiando largos bostezos―.Mujeres... No aguantan nada. ¿Os

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llevamos a casa, señoritas?―Cállate ―replicó su

hermana―. Solo hemos dormido unratito. Si quisiéramos, resistiríamosmás que tú.

A Lucas le pareció que así era,pero no osó atacar el ego de suamigo apoyando a

Nuria en su última afirmación.―¿Es la hora, Lucas?

―preguntó Silvia.Estaba despeinada y tenía un

ojo más abierto que el otro y senotaba que estaba cansada y... Lucasno pudo evitar repasar todos los

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detalles de Silvia. Era preciosa. Secontuvo para no decírselo allímismo.

―Aún falta un poco, pero noquiero arriesgarme a que nos vean.Tenemos que irnos ya.

Salieron del Escarabajo yentraron en hotel de tres estrellas queestaba enfrente. Subieron a lasegunda planta, a la habitación quehabían reservado previamente. Lucasfue el único que no miró la cama, apesar de que se deshacía de ganas desaltar sobre ella para dormir. Agarróuna silla y se sentó junto a la ventana.

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―Todo saldrá bien ―dijoSilvia sentándose a su lado.

―Puedo hacer la primeraguardia si quieres, Lucas ―seofreció Nuria.

―Estoy bien ―contestóLucas―. Y no debería tardar.Esperaré.

―¿Estás seguro de que noperderemos el tiempo? ―preguntóCarlos.

―Lo estoy ―respondió Lucasmuy firme―. ¡Maldición!

―¿Qué pasa? ―se sobresaltóCarlos.

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―La puerta del Escarabajo―dijo Lucas señalando el coche―.La hemos dejado cerrada. Voy aabrirla.

―No ―le cortó Carlos―. Iréyo. A mí no me conoce. Si me ve,fingiré ser un chorizo o algo así.

―Te creerá ―se apresuró adecir Silvia.

Carlos no se molestó enreplicar. Se marchó a toda prisa,bajando las escaleras de dos en dos.Cuando llegó hasta el Escarabajo,abrió la puerta del copiloto, del ladode la acera, y dejó tres dedos de

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separación. Luego se alejó.―¡Eh, chaval! ―gritó un

hombre―. ¡Te dejas la puerta delcoche abierta!

Carlos se detuvo y se volvióhacia el entrometido. Era un hombrede unos cuarenta años, con poco peloy mirada penetrante.

―No pasa nada. Es para que seairee un poco ―dijo Carlos―.Total, como vengo ahora mismo.

―Pero no puedes dejar abiertoun coche como ese ―dijo eldesconocido mirando el Escarabajocon interés―. Hay mucho ladrón

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suelto.―Ya, pero es que yo soy así.

―Fue todo lo que se le ocurrió parasalvar la situación. El plan podíadesmoronarse si no se libraba de esetipo con complejo de ayudar a losdemás―. No se preocupe y graciaspor el aviso.

―Te lo van a robar ―insistióel desconocido―. Luego no digasque no te lo advertí. No seas tonto,chaval, y cierra la puerta.

El tiempo se acababa.―¡La puerta se queda abierta!

―gritó Carlos―. El coche ha hecho

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muchos kilómetros y está acalorado.Le conviene un poco de aire fresco.

―¡La juventud! A saber que hasestado haciendo toda la noche. Estásmal de la cabeza.

―Puede que sí, pero el cochees mío y se queda así. ¿Está claro?

El hombre le miró con durezaasombrado por la respuesta. Carlosapretó las mandíbulas. Al final eldesconocido se marchó, murmurandoalgo que Carlos no llegó a oír bien,aunque captó con claridad la palabra«idiota».

Carlos comprobó que la puerta

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siguiese abierta y regresó a lahabitación. Allí se desplomó sobreuna silla junto a la ventana por la quelos demás vigilaban.

―¿Alguien más ha tocado lapuerta?

―No ―dijo Lucas―. Algunoque otro se ha quedado mirandosorprendido, pero nada más.

―Creí que te ibas a pegar conese hombre ―le dijo su hermana entono de reproche.

―No sabía cómo sacármelo deencima.

―¿Tienes que fumar ahora?

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―preguntó Lucas.―Es que me ha puesto nervioso

el payaso del coche ―dijo Carlosencendiendo un cigarrillo―. ¿Quémás te da? Nunca fumo en tu coche,que es lo que quieres.

Lucas se encogió de hombros.―Al menos abre la ventana. No

se puede fumar en esta planta. Carlosabrió la ventana y sacó un brazofuera para poder fumar.

―Hace frío ―protestó Nuria.―Son solo cinco minutos

―repuso Carlos―. Os apartáis unpoco y listo. Hay que ver cómo os

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ponéis por un...―¡Ahí está! ―gritó Lucas

extendiendo el brazo.Carlos se sobresaltó por el grito

de Lucas. Retrocedióinvoluntariamente y su codo golpeóla ventana. Se le escurrió el pitillo,que fue caer justo sobre la cabeza deun hombre gordo con una barbablanca muy larga.

Lucas tiró de Carlos y lo metióen la habitación.

―¡Maldito imbécil! ―oyeronrugir al hombre gordo―. Asómate yda la cara, estúpido. ¡Asco de

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gente...! ¡Cobarde!―Tengo que asomarme ―dijo

Lucas―. Estaba cerca delEscarabajo.

―Sólo un segundo ―dijoCarlos―. El gordo barbudo ya se va.También es mala suerte.

Y en efecto, se fue. Los cuatrose acercaron a la ventana yobservaron atentamente a suobjetivo. Fueron varios segundos depura tensión. ¿Funcionaría el plan?Ninguno pronunció una sola sílaba.Permanecieron quietos, petrificados,concentrados en lo que sus ojos

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veían. Entonces algo sucedió y quedóclaro que el plan iba a resultar, comopoco la primera parte. Suspiraron.Silvia entrelazó sus dedos entre losde Lucas y le agarró con fuerza.

Ahora venía lo más excitante detodo. Con suerte, lograrían averiguarde una vez por todas el verdaderopropósito del Escarabajo. Esperarony siguieron observando.

Y, de repente, ocurrió lo másinesperado e imprevisible. De todaslas posibilidades que habíansopesado, ninguna se acercó a lo quepresenciaron. Escucharon un golpe

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demoledor.Lucas fue el que más tardó en

volver a moverse. Sus amigosllegaron a preocuparse mucho al verque el horror no se borraba de laexpresión de su rostro.

―No lo comprendo... ―dijoLucas finalmente―. No tienesentido... ¿Por qué? Nadie supocontestar.

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Claudia tenía pocas amigas.Dos, concretamente. Todos losdomingos se reunían en un centro demasajes y disfrutaban de un relajantebaño en un spa privado, de lasdimensiones de una pequeña piscina.

Era la primera vez que Claudiaacudía desde la muerte de Óscar.Debería haber esperado más tiempo.Sus dos amigas la bombardearon apreguntas y demostraron unapreocupación excesiva por su estadode ánimo. No era lo que Claudianecesitaba, aunque bien mirado,tendría que pasar por ello antes o

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después. Contestó dándoles aentender que no volverían a tenerocasión de camuflar sus ansias decotilleo en preguntas sobre sufamilia. Claudia sabía que lapreocupación era sincera, pero almismo tiempo conocía la curiosidadde sus amigas. La mezcla fue brutal.Claudia terminó su baño sin sentirserelajada. Mientras se vestía denuevo, fue consciente de que estabamás agitada interiormente que antesde entrar en el spa.

El siguiente paso en la mañanade los domingos era un aperitivo. Lo

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disfrutaban en el restaurante de unlujoso hotel de la Castellana quequedaba muy cerca, en el que eranatendidas como reinas, sin duda,gracias a la cantidad de dinero queacostumbraban a gastar las tresamigas.

Salieron del spa y empezaron acaminar por la acera. Claudia estabainmersa en sus propios pensamientosy apenas escuchaba la voz de susamigas. Su mirada perdida se topó derepente con un hombre muy gordoque estaba unos metros más adelante.El individuo miraba hacia arriba de

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un modo extraño.―¡Maldito imbécil! ―rugió el

hombre gordo―. Asómate y da lacara, estúpido.

¡Asco de gente...! ¡Cobarde!―¿Con quién habla?

―preguntó una de las amigas deClaudia.

―No lo sé ―respondió laotra―. Pero parece muy enfadado.

El hombre barrió con la miradael edificio que se alzaba ante él unossegundos.

Luego giró sobre sus talones yse marchó malhumorado. Claudia no

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entendió la escena, pero le resultóllamativa la barba que lucía elhombre gordo, blanca y larga. Era elcandidato perfecto para disfrazarsede Papá Noel en Navidad. Le siguiócon la mirada un poco hasta que algoatrapó su atención de improviso.

Un destelló metálico reflejadosobre una superficie negra y curvapenetró en su campo de visión.Claudia percibió algo familiar en esebrillo. Lo conocía, lo había vistoantes. Cerró un poco los párpados ycolocó su mano a modo de viserapara disminuir la cantidad de luz que

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la cegaba y poder enfocar mejor.Entonces lo vio. Era el Escarabajode Óscar... O más bien de su sobrino.¿Qué haría Lucas por allí?

Claudia no despegó los ojos delcoche mientras se aproximaban. Lapuerta estaba abierta. No lesorprendió, Lucas no era muycuidadoso, lo que la llevó a pensarde nuevo en por qué Óscar habríadejado su coche preferido a unfamiliar con el que apenas guardabarelación. Le recorrió un fugaz atisbode rabia hacia su sobrino. No leimportaba el Escarabajo, pero Lucas

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debería ser más considerado con unpresente que había sido tan valiosopara quien se lo entregó. Deslizó lamirada al interior del coche y casi secayó al suelo al ver un objeto quependía de una cadena, colgada delespejo retrovisor.

Era la alianza de Óscar. Elanillo era inconfundible puesto quesu diseño había sido encargado porella.

―¿Estás bien, Claudia? ―dijouna de sus amigas―. ¿Por qué tedetienes?

―Adelantaos vosotras

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―contestó―. Yo voy en seguida.―No tienes buena cara.

Podemos esperar, no importa.―¡No! ―exclamó Claudia―.

Estoy bien, de verdad. Id vosotrasdos, yo tengo que hacer una llamadaprimero.

Sacó el móvil para reforzar suspalabras. Las amigas lacontemplaron con el ceño fruncido,pero se fueron tras un corto lapso deindecisión. Por fin sola.

El Escarabajo con la puertaabierta y el carísimo anillo de Óscarcolgando a la vista de cualquier

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maleante. No entendió cómo Lucas sehabía hecho con la alianza, pero eraimperdonable que lo dejase allí, alalcance del primero que lo viese.

Claudia entró en el coche y sesentó en el asiento del copiloto.Alargó la mano y cogió el anillo. Enefecto, era el de Óscar. Hasta elúltimo momento, había rezado paraestar equivocada, pero no lo estaba.

La puerta se cerró de repente.Claudia se extrañó un poco, juraríaque ella no la había tocado.Seguramente la habría empujado sindarse cuenta algún peatón

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despistado. Agarró el tirador eintentó abrirla en vano, se habíaatascado. Empujó con el hombrovarias veces pero fue inútil. Setumbó sobre el asiento del conductory probó con la otra puerta. El mismoresultado. Empezó a alarmarse.Inmediatamente se reprendió a símisma por su pequeño acceso depánico. Estaba en medio de una callemuy concurrida, así que podría pedirayuda a cualquiera de las personasque pasaban por la acera y lasacarían de allí. O llamaría a susobrino para que le abriese la puerta,

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y así podría preguntarle de dóndehabía sacado el anillo de Óscar, depaso le haría un par de sugerenciassobre cómo tratar algo tan valioso.Sí, esa era la mejor idea.

Empezó a pulsar las teclas delmóvil. La guantera se abrió deimproviso y la tapa golpeó su manoprovocando que se le cayese elteléfono. Claudia iba a recogerlocuando sus ojos se posaron sobreunos documentos que sobresalían dela guantera.

Había una fotografía. Salía ellay... No, no podía ser. El mundo se

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detuvo en ese preciso momento. Elsonido se apagó de repente y loscolores se degradaron hastadesaparecer. Claudia veía todo enblanco y negro. El interior del cochese encogió y experimentó seriasdificultades para respirar. Leyó conatención el documento queacompañaba la foto aunque yaconocía su contenido.

El miedo provocó una reacciónexplosiva. Descargó puñetazos contodas sus fuerzas contra los cristalesde las ventanillas. Tenía que salir delcoche. La lluvia de puñetazos no

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cesó hasta que Claudia captó unmovimiento por el rabillo del ojoizquierdo, muy cerca de ella.

Era el volante. ¡Giraba por sísolo a la derecha! Su mente sebloqueó. Maniobrando con soltura, elEscarabajo salió del aparcamiento.Pero no fue muy lejos.

Claudia notó cómo su cuerpo seaplastaba contra el asiento por elbrutal acelerón del Escarabajo. Elcoche salió disparado en línea recta,recorrió cincuenta metros y seestrelló contra la pared de unedificio. Claudia salió despedida a

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través del cristal.Murió en el acto.

****

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CAPÍTULO 9

El comisario Torres dejó caersobre la mesa una carpeta llena depapeles que asomaban por loslaterales, arrugados entre las gomas.Luego sacó algo del bolsillo, conmucha calma, y lo examinódetenidamente. Tenía formarectangular y lo manteníaparcialmente oculto con su manoderecha. Torres deslizó el dedo yapretó un botón.

Lucas escuchó un clic.

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―¿Es una grabadora?El comisario alzó la cabeza y

clavó en Lucas sus ojos desiguales,como si no se hubiera dado cuenta desu presencia hasta ese momento.

―No. Es un móvil de últimageneración. ―Torres se lo mostró.Lucas asintió, indiferente―.Relájate. Esto es solo una charlainformal.

Una mentira para empezar.Lucas había visto muchas películasde policías y cuando una personaestaba sola en una sala de unacomisaría, cuyo único mobiliario

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consistía en una mesa y una lámpara,no era para nada bueno. Le iban ainterrogar. La única diferencia conlas películas era que no había unespejo que permitiese a los demáspolicías observar desde el otro lado.Seguramente, Torres empezaríasuave y luego llegaría un compañerocon actitud amenazadora. Aunque esoimplicaría que Torres era el polibueno y su aspecto invitaba, másbien, a pensar lo contrario. Era unapersona demasiado seria, con unamirada imposible de desmenuzargracias a su ojo de cristal. Lucas no

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creyó que pudiese llegar a sentirsecómodo en su compañía.

―Quiero enseñarte algo antesde hacerlo público ―dijo Torres―.Puede que te interese.

―¿De mi tía Claudia?―Y de tu tío Óscar. ―Torres

retiró las gomas de la carpeta yempezó a rebuscar entre losdocumentos―. Verás, me resultacurioso que no me hayas preguntadopor el motivo de la muerte deClaudia.

Era una insinuación clara de queel comisario no se fiaba de él.

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―Se suicidó ―dijo Lucas―.No soportaba la pérdida de sumarido.

Era importante que Torresobtuviese una respuesta que le dejarasatisfecho. La verdad no podríaaceptarla, apenas podía él mismo. Loque era evidente es que no podíacontarle a un policía que su tío Óscarhabía asesinado a su propia mujerdesde el más allá, valiéndose de unasesión de espiritismo. Tenía queapoyar la única versión creíble quehabía aceptado todo el mundo. Sóloél, Carlos, Nuria y Silvia sabían la

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verdad.―Es posible. Pero tal vez haya

otra explicación.

Lucas intentó no mostrarsorpresa ante esa afirmación. ¿Enqué podía estar pensando Torres? Enla verdad no, eso seguro.

―Usted dirá.Torres seguía buscando entre

los papeles sin mirarle a la cara.―El caso es que hubo algo raro

en su muerte. ―Lucas notó que elcomisario no mencionaba el suicidio;tampoco el asesinato. Se mantenía

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incómodamente neutral―. Segúnalgunos testigos, Claudia estaba en elasiento del copiloto. La trayectoria através de la luna del Escarabajo y laposición en la que la encontraron,coinciden con esa suposición. Unpoco extraño.

―¿Cree que había alguien másconduciendo el coche?

―No. Demasiada gente acudióen cuanto se estrelló. Alguienhubiese visto al conductor alejarse sihubiera habido uno.

―Entonces, los testigos seequivocaron al indicar el asiento en

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el que estaba mi tía, y quienanalizase el accidente no estaría muyfino. ¿O cree que el coche se muevesolo?

―Es tu coche. Supongo que esohabría que preguntártelo a ti.

Torres hablaba pensativo,despreocupado, y continuaba sinmirarle. Lucas no sabía quéresponder. Era una pregunta absurda.¿Cómo reaccionaría una personanormal? Necesitaba camuflar elhecho de que el Escarabajo sí semovía solo, o mejor dicho, sin serconducido por nadie del mundo de

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los vivos. Tal vez debería mostrarseindignado por la pregunta, oenfadado. ¿Cómo reaccionaría sialguien le preguntase si puedevolar?... No se lo tomaría en serio.

―Más bien, era mi coche. Noquedó mucho de él. ¿A qué viene lode que se mueve solo? Es absurdo.

―No lo sé. Tú has sido el quelo ha sugerido.

Era cierto. Lucas repasó suspalabras y comprobó que él habíamencionado tal posibilidad. Torresse limitaba a dejar fluir laconversación. Debía poner más

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cuidado y controlar sus nervios.―Creí que iba a enseñarme

algo.―Aquí está. Encontramos una

foto y un documento en el interior delcoche ―dijo Torres. Dejó unospapeles sobre la mesa boca abajo.Lucas no imaginaba qué podían ser,él no había llevado ninguna foto alcoche. Sería algo de Carlos o de suhermana―. Antes de enseñártelo, megustaría preguntarte qué hacías tú allíel domingo.

No era la primera vez quecontestaba a esa pregunta. Tenía la

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respuesta acordada con Silvia y nohabía problema, pero le irritaba quese la siguiesen haciendo. Era otroindicador de que sospechaban algode él. Con toda seguridad,contrastaban las respuestas para versi se equivocaba y variaba algo deuna a otra. Lo malo era que no sepodía negar a responder. Un inocenteno tiene nada que ocultar.

―Reservé una habitación en unhotel para pasar la noche con minovia.

―Es verdad. Silvia, ¿no es así?Ya veo, lo raro es que está lejos de

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vuestras casas y del bar al quedijisteis que fuisteis después delcine.

―¿Y qué si está lejos? Noqueríamos que nos viese nadie.

―Entiendo. ¿Cuál es elproblema de que os vean? Soismayorcitos. Lucas tardó un poco enresponder.

―Eso es cosa nuestra. ¿Por quétanta preocupación con dóndeestaba? ¿Acaso no fui el que avisó ala policía? ¿No contesté a todasvuestras preguntas?

―Por supuesto. Cálmate. Es

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solo rutina. Tú eres el dueño delcoche en el que ocurrió el accidentey tengo obligación de comprobarlo.Eso es todo.

Eso no era todo, había algo más.Lucas empezó a ponerse nervioso.Por muy increíble que pudiera ser,aquel condenado policía pensaba queél había tenido algo que ver con lamuerte de su tía. ¡Lo que le faltaba!Que le acusaran de cometer unasesinato perpetrado por un muerto.Era para echarse a llorar. Sinembargo... era imposible. No habíamodo alguno de que tuviese pruebas.

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Pensara lo que pensara, Torres nopodría probarlo porque no habíasucedido de ese modo. De nuevo seobligó a tranquilizarse. Se estabaconfundiendo a sí mismo y no teníanada que temer... ¿O sí?

Aún no sabía qué eran esospapeles que habían encontradodentro del Escarabajo.

―Bien, esta es la foto quequería enseñarte ―continuóTorres―. La que hallamos en elinterior de tu coche. ¿La habías vistoantes?

Lucas la tomó, intrigado, y la

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estudió a toda prisa. No la habíavisto jamás, ni siquiera era suya. Erauna foto de Claudia. Estaba en unparque con un niño pequeño que... sí,parecía ser Sergio cuando tenía unossiete años. Estaba sentado en uncolumpio y un hombre le empujabadesde atrás. El desconocido sonreíaa Claudia.

―No, no es mía. ¿Seguro queestaba en el Escarabajo?

―Completamente. ¿Lesreconoces?

―Creo que el niño es mi primoSergio. ―Torres asintió―. Ella es

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mi tía Claudia y el otro no sé quiénes.

Torres tardó en contestar.Pareció evaluar la respuesta en buscade signos de una posible mentira.Lucas maldijo internamente el ojo decristal del comisario, que hacíaimposible reconocer expresiónalguna en su mirada.

―Se llama Hugo Díaz ―dijoTorres―. Es un monitor de tenis deun club privado.

―¿Qué hacía mi tía con él?―Eso lo explica el otro

documento que hallamos. Es una

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prueba de paternidad. Ahora Torresestaba estudiando el rostro de Lucascon todo el descaro del mundo.

Sus dos ojos estabanperfectamente alineados y leatravesaban, implacables. Elcomisario permaneció a la espera,totalmente inmóvil y en silencio.Lucas notó la presióninmediatamente. Se sintió intimidado.Intentó ignorar a Torres yconcentrarse en lo que había dicho.

Tardó más de lo normal en verla relación.

―Sergio no es... ¿hijo de

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Óscar?―En efecto. Su padre es Hugo,

el de la foto.De pronto, tenía sentido, mucho

sentido. Lucas sabía que su primollevaba entrenando al tenis desde loscuatro años, y que nunca llegaría aser un profesional que justificasecontar con un entrenador personal.Todo se basaba en un empeño deClaudia en que su hijo practicase esedeporte... para que estuviese con supadre.

―¿Y Rubén?―No hay razones para pensar

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que no. Creemos que Rubén sí es hijode Óscar. Una prueba lo confirmará.

Le costó absorber lainformación. Menuda sorpresa. Esoexplicaba por qué siempre le habíanparecido tan diferentes sus primos.Y, todo sea dicho, Sergio siempre lecayó mal. El asunto cobraba unanueva dirección. Si Sergio no erahijo de Óscar...

―¡El testamento! ―dijoLucas―. Eso significa que a Sergiono le corresponde su herencia.

―Eso lo discutirán losabogados, que para eso están. Pero

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tienes razón. Ese es el móvil delasesinato.

―Suena razonable. Es eltípico... ―Lucas se quedó sinrespiración―.

¿Asesinato? ¿De qué estáhablando? ¿Cree que Sergio mató aClaudia? ¡Qué estupidez! Ah, no,claro..., creen que fue el tal Hugoese. Podría ser, pero...

―Frena un poco ―le cortóTorres―. Te has acelerado y hasempezado a sacar conclusiones antesde tiempo. La prueba de paternidades cara y es fácil rastrear quién la

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solicitó. Fue tu tío Óscar.―Pero eso significa... que

Óscar se enteró de la infidelidad deClaudia... Y por eso...

No se atrevió a terminar lafrase. Eran familiares suyos, noextraños ni actores de una películade intriga, aunque a la vista de esosdatos le parecían unos completosdesconocidos.

―Por eso le mataron ―acabóTorres―. Para evitar que cambiaseel testamento y dejase a Sergio fueray, probablemente, para que no laabandonase a ella.

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―¡Claudia! ¿Fue ella?―preguntó Lucas, asqueado.

―La misma ―confirmóTorres―. Hemos verificado unatransferencia de dinero que hizo parapagar a la persona que manipuló losfrenos del coche de Óscar.Detuvimos al cómplice y...

Lucas perdió el hilo de laconversación. La voz del comisariofue desvaneciéndose pausadamentehasta convertirse en un murmulloininteligible. A Lucas ya no leinteresaban los detalles del caso.Torres tenía sus dudas, pero él lo

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comprendía todo a la perfección.Había sido una venganza de su tíoÓscar. Hubiera dado cualquier cosapor poder borrarse la memoria yolvidar ese asunto. Aunque entendíalos motivos de Óscar, sintió unrepentino rechazo hacia él porhaberle manipulado. Nadie lodescubriría nunca, dado el modosobrenatural en que se habíancomunicado, pero Lucas lo sabría.Sería perfectamente consciente deque había intervenido,involuntariamente, en el asesinato desu tía.

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Decidió apartar esas ideas de sucabeza. Sólo le preocupaba una cosa:su padre.

―No puede sacar esainformación a la luz ―dijo Lucas deimproviso―. Mi padre no necesitasaber que su hermana era una asesinay que engañó a su familia. Total, yaha pagado con su... suicidio.

―Te entiendo, Lucas. Pero esuna prueba que estaba en elescenario de la muerte de Claudia, yconlleva otras implicacionespersonales, legales y económicas.Sergio podría estar heredando algo

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que no le corresponde.―Tal vez sí le corresponda.

Óscar le crió, puede considerarsecomo un hijo de verdad para él.

―Es posible que tengas razón,pero yo no lo puedo decidir. Lo haráun juez. Entenderás que no es posibleocultar estos documentos, aparte deque ya están registrados y enconocimiento de mucha gente.

Lucas asintió cabizbajo. Suánimo se desplomó. Le esperaba unperiodo muy triste, la familia novolvería a ser la misma. ¿Cómoreaccionarían Sergio y Rubén? ¿Y su

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padre? Era todo muy complicado ysólo él sabría que Claudia no sesuicidó.

―¿Puedo irme ya?―No puedo ni quiero retenerte,

Lucas ―dijo Torres con recelo―.No hay nada en tu contra, pero nonegarás que algo no encaja. Yo nopuedo probar nada, pero me gustaríasaber cómo te hiciste con el anillo ycon esos documentos, y si de verdadno son tuyos, cómo fueron a parar alEscarabajo.

A Lucas también le gustaríaentender un montón de cosas

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relacionadas con este caso, y sabíaque nunca lo conseguiría. Torres nose moriría por quedarse con algunaduda.

Lucas se despidió del comisariocon aire ausente. Se dio cuenta deque la carga de no poder comentar losucedido con los demás era muypesada y que la iba a arrastrardurante el resto de su vida. Ocultarlela verdad a su familia, tras losdrásticos cambios a los queinevitablemente se iba a versometida, no iba a ser agradable.Pero no existía alternativa. Solo

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había tres personas con las que podíacompartir esa experiencia.

Y ya era hora de reunirse conellos.

―No tienes buena cara, Lucas―dijo Carlos cuando Lucas entró enla cafetería donde le esperaban susamigos―. ¿Qué te ha dicho lapolicía?

―No le agobies, plasta ―dijoNuria―. Déjale respirar. Ven,Lucas. Te hemos pedido un zumo.

Silvia no dijo nada. Le agarrópor la mano y le invitó a sentarse asu lado. Lucas lo hizo encantado, le

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dio un par de sorbos al zumo y luegoles relató la conversación queacababa de mantener con elcomisario Torres.

Como era de esperar, todo undesfile de expresiones fueexhibiéndose en las caras de susamigos. No era para menos; Lucasaún se resistía a creerlo.

―No te preocupes por esepolicía ―dijo Carlos en cuantoLucas terminó de hablar―. Esimposible que sepa la verdad. Nadiepuede, así que olvídalo.

―No es eso lo que te preocupa,

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¿verdad, Lucas? ―dijo Nuria―. Tesientes culpable. Mi hermano es uninsensible que no se da cuenta denada.

Lucas miró a Nuria,impresionado. Ella había entendidomejor que él mismo cómo se sentía.

―Algo así... Se lo mereciese ono, Claudia está muerta porque yoayudé a Óscar a...

―Eso no es verdad ―le cortóSilvia―. No sabíamos que planeabamatarla. Era imposible deducirlo.

―Hasta yo estoy de acuerdocon tu novia ―dijo Carlos―. Mira,

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es casi imposible aceptarlo paranosotros, que lo hemos vivido endirecto, como para haber previsto loque iba a suceder. No es culpa tuya.

―Lo sé ―dijo Lucas―. Es taly como decís, pero no puedo evitarsentirme mal. Imagino que se mepasará con el tiempo.

―Creo que por eso te envió elcoche a ti en vez de a uno de tusprimos ―añadió Silvia pensativa―.Óscar no quería que sus hijostuviesen nada que ver con la muertede su propia madre. Lo planeó todo,estoy segura. Por eso no te lo contó,

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Lucas. Te hizo creer que iba adespedirse de su mujer porque si tecontaba la verdad, te convertiría enun cómplice de asesinato y tal vez tenegases a ayudarle.

Aquello sonaba bastante bien.Después de todo, su tío Óscar lohabía dispuesto de ese modo paraprotegerle. Tal vez no, pero la ideale ayudó a sentirse reconfortado ydecidió que así había sido.

Logró relajarse poco a poco.Después de un rato, consiguió sonreírcon los comentarios de Carlos. Suhermana tenía razón, Carlos no era un

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tipo muy sensible, pero era un geniocambiando de tema y animando unaconversación, que era justamente loque Lucas necesitaba en aquelmomento. Deseó quedarse allí, conellos, y reír y distraerse durante elmáximo tiempo posible, pero debíaregresar a casa. Su padre lenecesitaría.

Al salir a la calle, Lucas sequedó mirando fijamente un puntodistante con gesto preocupado.

―¿Te ocurre algo, Lucas?―preguntó Silvia.

―Pues claro que sí ―dijo

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Carlos―. Y yo sé lo que es.¡Bienvenido de nuevo al mundo deltransporte público de Madrid!

Carlos había acertado.―Una verdadera lástima

―suspiró Lucas―. Echaré de menosel Escarabajo... Creo que cogeré untaxi.

****

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EPÍLOGO

―¡Eres un tramposo de mierda!―gritó Ignacio dando un puñetazosobre la mesa. Las cartas, las fichasy un par de vasos, que aún estabanmedio llenos, salieron despedidoscomo consecuencia del golpe. Doschicas que observaban la partidadesde cerca con mucho interés dieronun paso atrás, pero no lo bastanterápido para evitar que sus pantalonesacabasen bañados de cerveza.

―Hay que saber perder ―dijo

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Carlos muy relajado. Se echó haciaatrás hasta quedarse apoyado solosobre las patas traseras de la silla―.Muy mal. Ese no es uncomportamiento deportivo.

―Qué sabrá un vulgar tramposocomo tú ―escupió Ignacio,indignado. Carlos se encogió dehombros.

―Probablemente, nada. Pero amenos que puedas demostrar que hehecho trampas, será mejor quecierres la boca.

Ignacio lanzó un juramento y selevantó de mala manera. Su

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compañero le siguió en silencio.―Creo que no nos van a dar la

mano para felicitarnos por nuestravictoria ―dijo Lucas.

―No importa ―asintióCarlos―. Somos los campeones demus... ¡Y eso es lo que cuenta!

Carlos se levantó como unresorte y empezó a comentar con lospresentes su triunfo. La final habíaresultado ser muy fácil. Apenasnecesitaron recurrir a las señasfalsas. Ganaron tres a cero, sindificultades de ningún tipo. Carlostuvo casi toda la partida unas cartas

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excepcionales. No eran tanescandalosas como en la semifinal,que había ganado sacando cuatroreyes, pero para el entendido, suscartas eran mucho mejores en estaocasión, a pesar de ser jugadas másflojas. El truco estaba en que Carlossiempre tenía un poco más que susadversarios, no mucho, solo lo justopara ganar. Lucas entendió queIgnacio creyese que Carlos hacíatrampas, él mismo no estaba seguroal respecto. Volvió a prometersepreguntarle a su amigo en cuantotuviese la ocasión.

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Lucas se sintió feliz por Carlos.Le contempló unos instantes recibirfelicitaciones y derrochar falsamodestia mientras explicaba susjugadas. Estaba tan hinchado por eltriunfo que iba a reventar. Lamayoría de los que estaban en lacafetería eran amantes del mus quehabían acudido a ver la final, nohabía un ambiente mejor para Carlos.Lucas celebró brevemente la victoriay en cuanto pudo se deslizó a la barray dejó que los devotos del mus sedivirtiesen capitaneados por Carlos.

―Veo que habéis ganado

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―dijo Silvia.Venía acompañada de Nuria. Se

sentaron a su lado y pidieron unascervezas. Nuria miró a su hermanocon una mueca de desaprobación.Carlos estaba siendo transportado enbrazos por varios chicos.

―Y que ese elemento lleve losmismos genes que yo... ―suspiró contristeza―. Mira, Lucas. He venido aenseñártelo. ¿Te gusta?

Lucas no pudo evitar fruncir elceño levemente al ver el libro deespiritismo que descansaba en lasmanos de Nuria.

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―Pues no sé qué decirte laverdad. No es un tema que meapasione... al menos de momento.

―¿Pero qué dices? ―preguntóNuria―. Después de lo que nos hapasado. Silvia, dile algo. Tenemosque volver a probar. Es evidente,¿no?

―Esta niña es que no aprenderánunca ―dijo Carlos agarrando a suhermana por la espalda ylevantándola en el aire―. Muchaintuición pero ni un gramo de sentidocomún.

―¡Suéltame, payaso!

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―protestó Nuria. Lucas y Silvia serieron. Carlos la dejó en el suelo ―.Tú dedícate a las cartas que es loúnico que se te da bien...

―Hay que ver el genio quetiene la mocosa... ―le cortó Carlos.

Los dos hermanos es enzarzaronen una de sus discusiones. TantoLucas como Silvia perdieron elinterés en ellos con mucha rapidez,se apartaron un poco y seacaramelaron en un extremo de labarra, pegados a la pared.

Lucas la miró fijamente, acercósu boca a la de ella y cerró los ojos.

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Antes de llegar a besarla, notó ungolpe fuerte en los riñones. Arqueóla columna vertebral en un actoreflejo y se encontró con un codoclavado en la espalda.

―Le ruego me disculpe ―dijouna voz muy familiar―. Estoybuscando a un joven y tengo ciertosproblemas para ver... Nada seriopero me temo que...

―¿Tedd? ¿Es usted?―preguntó Lucas, asombrado.

Era el último lugar en el queesperaba encontrarse con aquelanciano ciego. Lucas le observó,

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intrigado. Lucia el mismo aspectoque la última vez que le vio. Fue...¡En la lectura del testamento!Llevaba el pelo blanco y largorecogido en una coleta, se apoyabaen su bastón negro y sus ojos seguíanocultos tras el velo blanquecino quelos recubría.

―Lucas, muchacho ―dijo Teddmuy contento. Las arrugas de surostro dejaron sitio a una sonrisa muyamplia―. Cuánto me alegro de verte.

El anciano movió la cabeza entodas direcciones como si leestuviese buscando. Lucas se

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apresuró a tomarle de la mano.―Estoy aquí, Tedd ―dijo

agachándose un poco frente a él.―Eso ya lo veo ―gruñó el

anciano―. ¿Acaso piensas que estoyciego?

Tedd dio un paso adelante ytropezó con una banqueta que estabafijada al suelo. Lucas le sostuvo perono dijo nada.

Silvia contemplaba la escenafascinada.

―¿Quién es esta preciosidadque te acompaña? ―preguntó Teddde repente.

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Lucas no entendía cómo podíasaber que Silvia estaba allí y no verla banqueta con la que acababa dechocar. Si estaba ciego.... Tal vezsolo a medias... o lo fingía, claro quede ser así, ¿con qué propósito? Eraabsurdo.

Mejor dejarlo. Nunca lo sabría.―Silvia, te presento a Tedd. Un

viejo amigo de la familia.―¿Qué insinúas con lo de

viejo, muchacho? ―protestó Tedd.El anciano levantó la mano que

no usaba para apoyarse en el bastóny empezó moverla por el aire. Silvia

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calculó la trayectoria y puso su manode modo que la de Tedd chocasecontra ella en su próximo balanceo.El anciano la agarró y depositó unbeso sobre ella.

―¿Qué está haciendo aquí,Tedd? ―preguntó Lucas. Eraabsolutamente incapaz de imaginar elmotivo.

Tedd soltó la mano de Silvia yvolvió la cabeza hacia él con unmovimiento brusco. Sus velados ojosno apuntaban a donde estaba Lucas,más bien erraban por un par depalmos, pero el anciano habló con

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tanta determinación que Lucas dio unpaso a un lado y se colocó en latrayectoria de su visión imaginaria,por si alguien les miraba.

―Menuda pregunta, muchacho―dijo Tedd con desdén―. Hevenido a verte a ti, naturalmente.¿Qué otra cosa podría yo hacer aquí?Mi época de estudios ya pasó.

El anciano dejó escapar unadébil risa entre sus labios agrietados,como si no pudiese evitar reírse deun chiste.

―Pues aquí me tiene ―dijoLucas―. ¿Qué puedo hacer por

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usted?―Es algo muy sencillo ―dijo

el anciano―. En realidad necesitoque me devuelvas las llaves delEscarabajo, muchacho.

Silvia se atragantó y estuvo apunto de escupir la cerveza. Lucasdudó durante un segundo, como si noestuviese seguro de haber oído bien.Lo malo es que había oídoperfectamente. Alto y claro.

―Pero si... El Escarabajoquedó convertido en chatarra tras elaccidente ―dijo Lucas―. Medijeron que era imposible arreglarlo.

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―¿Accidente? ―murmuróTedd―. No recuerdo ninguno. Enfin, ¿vas a darme esas llaves o no,muchacho?

Lucas recordó el día en que leentregaron el coche, tras leer eltestamento. Tedd le había insinuadoque había una razón para que él lotuviese. También le contó que se lohabía regalado a Óscar, luego era elpropietario original del Escarabajo.La verdad fue tomando forma en sumente lentamente.

―Usted arregló el testamentopara que yo heredara el coche ―le

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acusó Lucas.―¿Cómo dices, muchacho?

―Tedd sacudió al cabeza―. Benditajuventud y su imaginación. Yo nopuedo alterar documentos oficialesregistrados ante notario.

Sí que podía. Lucas no sabíacómo, pero así era. Nunca habíaestado tan convencido de algo comoahora. Tedd no lo admitiría pero lehabía entregado el coche y ahora selo iba a llevar. Lucas no dudó ni porun instante que podía repararlo. Leatravesó la idea de quedarse con él.El Escarabajo era suyo, de nadie

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más. Metió la mano en el bolsillo dela cazadora y apretó las llaves confuerza. Ni siquiera recordaba que lasllevaba encima.

Y entonces lo comprendió todo.―Sí. Te daré las llaves ―dijo

con suavidad.―¿Por qué se lo devuelves,

Lucas? ―preguntó Silvia―. Elcoche es tuyo.

―Ya no ―explicó Lucas muyserio―. Solo era un préstamo paracumplir un propósito concreto.

Lucas sacó las llaves y las agitóen el aire. Tedd giró la cabeza y esta

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vez sus ojos sí apuntarondirectamente a su objetivo, alargó lamano y tomó las llaves.

―Al fin lo has comprendido,muchacho ―dijo Tedd, satisfecho―.Tal vez volvamos a vernos. Cuídate.

Lucas lo dudaba seriamente,pero era un pensamiento agradable.Agarró a Silvia y se la llevó a dondeestaban Carlos y su hermana, que nohabían acabado aún de discutir.Puede que por fin lograse dar unbeso a Silvia sin que nadie leinterrumpiese.

El anciano le dedicó una mirada

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larga, luego salió de la cafeteríaayudado de su bastón. Una limusinaparó delante de él y Tedd se subió.

―¿Cómo vamos de tiempo?―Algo justos pero llegaremos

―contestó el chófer.Media hora más tarde, la puerta

de la limusina se volvió a abrir y elbastón de Tedd se apoyó en la acera.El anciano bajó despacio y entró enel recinto del tanatorio.

La sala número cinco no estabatan llena de gente como las demás.Los presentes miraron con curiosidadal pobre ciego que caminaba solo

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hacia la puerta. Un chico de unosdiez años se acercó y dijo con muchaeducación:

―¿Quiere que le ayude, señor?―Con mucho gusto, muchacho

―respondió Tedd.Se agarró al codo que le ofrecía

el niño y se dejó guiar al interior.Tedd se sintió extrañamente cómodoen compañía de aquel chico. Todoera más fácil, incluso tenía lasensación de poder caminar másdeprisa.

Llegaron al interior de la sala yel chico le soltó.

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―Has sido muy amable,muchacho ―dijo Tedd―. ¿Cómo tellamas?

―Todd ―contestó el niño.―Curiosa coincidencia, y

bonito nombre... Me gusta ―dijoTedd para sí mismo―. Tengo unasunto urgente pero luego me gustarácharlar contigo y agradecer el bellogesto que has tenido.

El niño asintió, divertido, y sefue. Tedd fue hasta la ventana quedaba a la estancia donde estaba elataúd con el difunto y le observódetenidamente unos segundos, luego

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se acercó a uno de los sofás dóndeuna mujer mayor sollozaba en losbrazos de un hombre.

Tedd tropezó con una mesapequeña que estaba en medio de laestancia y estuvo a punto de caer alsuelo. El hombre se levantó a todaprisa y le ayudó a conservar elequilibrio.

―Muy amable, buen hombre―dijo Tedd sentándose en el lugarque se había quedado libre―. De noser por usted... ―El hombre hizoamago de decir algo―.

¿Cómo está mi querida Gema?

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Gema alzó la cabeza conesfuerzo y dejó a la vista dos ojosmarrones sumergidos en lágrimas.Tenía el rostro desencajado por eldolor.

―Oh, Tedd ―dijo abrazando alanciano y rompiendo a llorar denuevo. Tedd aguardó pacientemente aque se desahogara.

―Tranquila, querida. Segúntengo entendido, Mario murió en elacto, sin sufrir.

―Sí ―confirmó Gema―. Fuetan... injusto. Íbamos a celebrarnuestras bodas de plata.

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Una vena reventó en el cerebrode Mario y le fulminó. Ocurrió en sudespacho, su secretaria le encontrótirado en el suelo. Una auténticatragedia.

―Seguro que lo superarás―dijo Tedd―. Eres una mujerexcepcional. Hace años que no nosveíamos pero no has cambiado. Aúnpercibo tu fortaleza interior. Temereces lo mejor.

Gema se quedó muda deasombro. Tedd había desaparecido.Estaba a su lado y de repente el sofáestaba vacío. ¿Cómo era posible? A

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lo mejor...―Esto es para ti, querida

―dijo Tedd.Gema se giró y encontró a Tedd

a su derecha. ¿No estaba hacía unsegundo a su izquierda? Se olvidó deeso y cogió la espléndida rosa detallo largo que Tedd le ofrecía. Erade color amarillo, muy llamativa.

―Muchas gracias, Tedd. Loque más me duele... ―Gema necesitóuna pausa para recomponerse antesde proseguir. Hablaba con muchasdificultades, con la respiraciónagitada debido al llanto. La rosa

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temblaba en su mano―. Mario meenvió un regalo por nuestras bodasde plata. Recibí un paquete con unacarta pegada. Había una nota quedecía que no lo abriera hasta estanoche. ¡Y eso hice, maldita sea!―Tedd escuchó con atención sininterrumpirla―. Dejé la carta sobrela mesa y me fui a la peluquería.

Quería estar guapa... ya sabes...Al regresar mi asistenta la habíatirado a la basura por error, con elresto de la propaganda. ¿Loentiendes ahora, Tedd? ¡Eran lasúltimas palabras de Mario y ya nunca

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sabré lo que decían!―Yo no estaría tan seguro

―dijo Tedd. Sacó las llaves delEscarabajo del bolsillo y lasdepositó en la mano de Gema―.Esto no es más que un humildeobsequio para ver si logro animarte―Gema le miró sin comprender―.Oh, no me lo agradezcas y confía enmí, ese coche te gustará. Nunca nadiese ha quejado de tenerlo en su poder,más bien, al contrario. Todos quierenquedárselo, pero eso no sería justo.En cualquier caso, es tu turno,querida.

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Otras obras del autor:

La última jugada (ebook):http://www.smashwords.com/books/view/19225http://www.amazon.com/dp/B003WEA0EM/

A continuación el primercapítulo de muestra.

Blanco y negro (ebook):http://www.smashwords.com/books/view/20801http://www.amazon.com/dp/B003YL4G02/

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Juego de alas (impreso):http://juegodealas.mundosepicos.es/

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Para contactar con el autor:Visita su blog en:

http://eldesvandeteddytodd.blogspot.com/O envíale un correo a:[email protected]

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