El Rumor de La Caracola - Lark, Sarah
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Créditos
Edición en formato digital: marzo de2016
Título original: Der Klang des
uschelhorns
© 2014 by Bastei Lübbe AG, Köln
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Traducción: Susana Andrés
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425 ‒ 42 7
08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
SBN: 978 ‒ 84 ‒ 9069 ‒ 380 ‒ 3
Conversión a formato digital:
www.el poetaediciondigital.com
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Todos los derechos reser vados. Bajo las
anciones establecidas en el ordenamientourídico, queda rigurosamente prohibida, sinautorización escrita de los titulares delcopyright, la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier medio o procedimientocomprendidos la reprografía y el tratamientonformático, así como la distribución de
ejemplares mediante alquiler o préstamo
públicos.
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E rere kau mai te awa nui ne
Mai i te kahui maunga ki Tangaroa
Ko au te aw
Ko te awa ko au
El río corr
de las montañas al mar
Yo soy el rí
el río soy yo
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Canción de las tribus maoríes dWhanganu
(traducción libre
Los maoríes creen que el alma del ser humanoestá firmemente anclada a su lugar denacimiento e inseparablemente unida a los ríoy montañas de su tierra.
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EL RUMOR DE
LA CARACOLA
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LA MISIÓN
Russell - Nueva Zelanda (Isla Norte)Adelaida - Australia
1863
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‒ ¿Falta mucho?
Mara Jensch estaba aburrida y de mahumor. El trayecto hasta el poblado ngathine se le estaba haciendo eterno yaunque el paisa je era bonito y hací
buen tiempo, ya estaba harta de tantmanuka, rimu y koromiko, de bosquepluviales y selvas de helechos. Querívolver a casa, a la Isla Sur, a Rat
Station.
‒ Un par de kilómetros más commucho ‒ respondió el padre O'Toole, u
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sacerdote y misionero católico quhablaba bien el maorí y acompañaba a expedición como intérprete.
‒ ¡Deja de refunfuñar! ‒ intervino Idaa madre de Mara, al tiempo qu
acercaba su pequeña yegua baya a
caballo blanco de su hija y le dirigía unmirada ceñuda ‒. Pareces una niñmalcriada.
Mara hizo un mohín de disgustoSabía que ponía de los nervios a supadres. Ya llevaba semana
malhumorada. No le gustaba el viaje a lsla Norte, ni compartía la fascinacióde su madre por las playas extensas y eclima cálido, ni el interés de su padr
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por mediar entre tribus maoríes colonos ingleses. Mara no veía lnecesidad, su relación con los maoríe
era estupenda. A fin de cuentas, amabal hi jo de un jefe tribal.
La muchacha se quedó absorta e
ensoñaciones en las que paseaba con samigo Eru por los infinitos pastizales das llanuras de Canterbury. Mara l
cogía la mano, le sonreía... Antes dpartir , incluso se habían dado unoímidos besos. Pero un grito horrorizada arrancó de sus fantasías.
‒ ¿Qué ha sido eso? ‒ El representantdel gobernador , que había reclutado apadre de Mara para esa misión
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escuchaba amedrentado los sonidos debosque ‒. Diría que he visto algo. ¿Eposible que nos estén observando?
Kennard Johnson, un hombre bajo regordete, al que parecía resultarlfatigoso montar a caballo durante tanta
horas, se dirigió inquieto hacia los dosoldados ingleses que lo acompañabacomo guardia ¡personal. Mara y s
padre Karl no tuvieron otro remedio quecharse a reír. En caso de unemboscada, no habrían podido hacenada. Si la tribu maorí a la que el grup
ba a visitar hubiera querido matar aseñor Johnson, este habría necesitado amenos un regimiento de casacas ro japara evitarlo.
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El padre O'Toole movió la cabeza.
‒ Debe de haber sido un anima
‒ tranquilizó al funcionario del gobiernopara volver a alarmarlo con susiguientes palabras ‒: Usted no vería noiría a un guerrero maorí. De todo
modos, ya estamos muy cerca depoblado. Y, por supuesto, que nos estáobservando...
A partir de ahí Johnson adoptó unexpresión temerosa. Los padres de Marse miraron significativamente. Para Ida
Karl Jensch visitar a tribus maoríes eralgo habitual. Si algo les asustaba eracomo mucho, alguna reacciómprudente de los pakeha, com
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lamaban los maoríes a los colonongleses de Nueva Zelanda. Los padre
de Mara ya tenían experiencia en eso
Muy pocas veces eran los maoríes locausantes de los conflictos entre laribus y los pakeha. Era más frecuent
que los ingleses liberaran su miedo coalgún disparo irreflexivo que luego tenímalas consecuencias en los «salvajesatuados.
‒ Sobre todo, conserven la calm‒ advirtió de nuevo Karl Jensch al restde la expedición.
Además de los representantes degobierno, les acompañaban dogranjeros cuyas quejas contra los ngat
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hine habían originado todo ese asuntoMara los contemplaba con el rencor duna muchacha a quien han desbaratad
sus planes. Si no fuese por esos doontorrones ya haría tiempo que estarí
de vuelta en casa. Su padre habíquerido estar en Rata Station para eesquileo y ya tenían reservados lobilletes para el barco de Russell, en eextremo septentrional de la Isla Norte,
Lyttelton Harbour en la Isla Sur. En eúltimo momento el gobernador habípedido a Karl que arreglara como mejopudiese el conflicto entre esos granjero
el jefe ngati hine. Esto deberíconseguirse cotejando simplementalgunos mapas. Karl había medido eerreno y dibujado los planos cuando
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unos años antes, el jefe Paraone Kawithabía vendido tierras para los colonos a Corona.
‒ Los ngati hine no son hostile‒ prosiguió Karl ‒. Recuerde que nos hanvitado. El jefe está tan interesad
como nosotros en solucionar eproblema de forma amistosa. No harazones para estar asustado...
‒ ¡Yo no estoy asustado! ‒ saltó uno dos granjeros ‒. ¡Al contrario! Son elloos que tienen razones para estarlo
esos...
‒ «Esos» ‒ señaló Ida, la madre dMara ‒ disponen de unos cincuent
hombres armados. Tal vez solo tenga
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anzas y mazas de guerra, pero sabeutilizarlas. Así que sería más sensatoseñor Simson, no provocarlos...
Mara suspiró. Durante las cinco horaque llevaban cabalgando había tenidque escuchar tres o cuatr
conversaciones similares. Al principioos dos granjeros habían sido má
agresivos. Parecían considerar que, par
resolver el problema, aquellexpedición sería menos efectiva qumponer a los nativos unas norma
severas. Ahora que los jinetes s
acercaban al poblado maorí (y logran jeros eran conscientes de lo muchque se habían alejado de la coloni
akeha más cercana) , al menos uno d
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aproximaba con aspecto marciaTambién Mara se sorprendió, y supadres se preocuparon. En un mara
maorí lo normal era ver a niños jugandoasí como hombres y mu jeres realizandsus labores cotidianas. Allí, siembargo, solo el jefe, arrogante y con uporte amenazador salía al encuentro dos blancos al frente de sus guerreros
Llevaba tatua jes en el torso desnudo
en el rostro. El faldellín de linendurecido y primorosamente traba jade daba un aspecto más fiero. De
cinturón le colgaban mazas de guerra
en la mano sostenía una lanza.
‒ ¿Nos atacarán? ‒ preguntó uno de losoldados ingleses.
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‒ Qué va ‒ respondió el padre O'TooleEl sacerdote, un hombre alto y flaco, yno tan joven, desmontó tranquilament
del caballo ‒ .. Solo quieren dar miedo.
Lo que enseguida consiguieroodavía más el jefe y su grupo. Cuand
os blancos se aproximaron, ParaonKawiti, ariki de los ngati hine, levanta lanza. Los guerreros empezaron
patear rítmicamente el suelo, avanzand retrocediendo con las piernaseparadas, al tiempo que agitaban suanzas. Además, elevaron las voces par
entonar un lóbrego cántico. Cuanto máse aceleraba el movimiento, más fuerteeran sus voces.
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mproperios a los «enemigos».
Mara, que a diferencia de sus padres
os granjeros y los representantes degobierno, entendía todas las palabradel cántico que acompañaba a la danzde guerra, puso los ojos en blanco. Tant
aspaviento de los maoríes de la Islorte era una tontería. La tribu nga
ahu, en cuya vecindad ella se habí
criado y a la que pertenecía su amigEru, eludía desde hacía tiempo estademostraciones de fuerza en loencuentros con los blancos. Desde qu
Jane, la madre pakeha de Eru , se habícasado con el jefe, el saludo consistísimplemente en estrecharse las manosEso simplificaba el trato con visitantes
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socios. La mayoría de los pakeha ibaal marae ngai tahu para hacer negociosLa madre de Eru y el padre de este, T
Haitara, se dedicaban con éxito a la críde ovejas y con su ayuda la tribu shabía enriquecido.
‒ Según el ritual, ahora tendríamos quser nosotros los que... hum... cantásemoalgo ‒ murmuró el padre O'Toole cuand
os guerreros concluyeron por fin ‒Forma parte de las presentacionemutuas, por decirlo de algún modo
aturalmente, la gente de aquí sabe qu
esto no es corriente entre los pakehaFingen ser muy belicosos, pero erealidad están civilizados del todo. Eefe ha mandado colocar de nuevo e
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asta de la bandera que Hone Heke cortpor aquel entonces en Russell... Cieloso mismo bauticé a ese hombre...
Se suponía que estas palabras teníaque ser reconfortantes. Sin embargosonaron como si el mismo O'Toole s
mostrase sorprendido y no menonquieto ante el hecho de que Paraon
Kawiti recurriera a los antiguos rituale
ribales.Mara pensó si no se podría abrevia
el proceso con una canción. Si coteja
os mapas no les llevaba mucho tiempoal vez podrían regresar a Russell por larde y coger un barco para la Isla Su
por la mañana. Si por el contrario s
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producía un enfrentamiento y lohombres discutían durante una eternidaacerca de cómo actuar, nunca s
marcharían de allí.
Mara se retiró el largo y oscurcabello, que no llevaba recogido par
visitar a los maoríes, sino suelto comas indígenas. Entonces avanzó uno
pasos con toda confianza.
‒ Cantaré una canción ‒ se ofreciósacando del bolsillo su instrumentfavorito, una pequeña flauta koauau.
Mientras la contemplaban asombradoanto los pakeha como los guerreros qu
hasta hacía poco todavía enseñaban lo
dientes, se la llevó a los labios
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nterpretó una canción. Luego se puso cantar : en lugar del marcial grito dguerra, una melodía que describía e
paisaje de las llanuras de CanterburyLas extensiones sin fin de pastizaleondulantes, los ríos flanqueados pobosques de raupo, las montañanevadas, entre las cuales se escondíaagos de aguas claras como el cristal lenos de peces. La canción formab
parte de un powhin; el saludoceremonial de un marae que , combinadcon canciones y danzas con lndumentaria tradicional, servía par
fundir a invitados y anfitriones en ununidad. Una tribu nómada debípresentarse siempre describiendo shogar. Mara entonó la canción co
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sencillez y naturalidad. Tenía una vopura de contralto que fascinaba tanto os músicos maoríes de su hogar como
su profesora inglesa particular.
Tampoco ese día permanecimpasible el auditorio. No solo el jefe
sus hombres ba jaron las armas, algo sagitó también en las casas de maderadornadas con tallas que rodeaban l
plaza de las asambleas. Una mu jer dmás edad salió del wharenui; la cascomunal, seguida de un grupo de chicade la edad de Mara. Decidida, la
condu jo delante de los guerreros y lehizo entonar a ellas también una canciónEsta hablaba de las bellezas de la Isl
orte, de las extensas playas de aren
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blanca, de los mil colores del mar y dos espíritus de los sagrados árbole
kauri; que guardaban las vastas y verde
colinas.
Mara sonrió y esperó que los ngathine no se tomaran eso como pretext
para realizar el powhiri entero . Podídurar horas. De hecho fue la mu jer , unde las ancianas de la tribu, quien puso e
punto final con una canción. Luego saproximó a las dos mu jeres del grupakeha. A Ida, la mayor , le ofreció e
rostro para intercambiar el hongi; e
saludo tradicional. Bajo la miradrecelosa de los granjeros, Johnson y losoldados, las mujeres se rozaromutuamente la nariz y la frente.
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Karl y el padre O'Toole parecíaaliviados. También Mara suspirapaciguada. Por fin avanzaban las cosas
‒ He traído regalos ‒ anunció Ida ‒. Mhija y yo queremos quedarnos con lribu mientras los hombres aclaran e
malentendido. Siempre que estéis dacuerdo, claro. No sabemos si la disputpor la tierra es muy grave.
Mara tradujo diligente y la mujeasintió. Respondió a Ida que les dabaa bienvenida.
Karl y el intérprete hablabaentretanto con el jefe. Paraone Kawiti sexpresó al principio con hostilidad, per
uego se mostró dispuesto a aceptar l
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sugerencia de Karl y comprobar con lodemás a quién pertenecían realmente laparcelas cuya propiedad reclamaba
anto granjeros como maoríes.
La anciana que acababa de salir coas chicas y que había pacificado la
cosas se precipitó diligente a una de lacasas. Enseguida volvió a salir con uncopia del contrato y los mapas que l
ribu había recibido al vender suierras. Todo estaba doblado con esmer a todas luces guardado como un objet
sagrado.
Mara observó con interés cómdesplegaba Karl los documentos depositaba al lado los suyos propios.
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‒ ¿Puedo saber cuáles son las parcelade la discordia, señor Simson y señoCarter? ‒ preguntó a los granjeros ‒. Es
nos ahorraría tiempo. Así no tendremoque recorrer a caballo todas las tierras.
Mara esperaba que los dos supiese
eer los mapas. Pero solo uno, PeteCarter , señaló con seguridad uerritorio situado justo en la frontera co
el resto de las tierras maoríes. ‒ Lo compré para que mis oveja
pastaran ahí. Entonces me di cuenta d
que las mujeres maoríes habíacultivado un campo allí. Y cuando auasí llevé las ovejas, aparecieron drepente unos tipos con lanzas
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mosquetes ¡para defender «su tierra»!
‒ Bien. Pues vayamos allí ahor
mismo. Ariki; vendrá con nosotros¿verdad? ¿Y qué ocurre con sus tierrasseñor Simson?
El gordinflón y rubicundo granjero snclinó hacia delante, pero el mapa l
sirvió de poco. En cambio, la mujemaorí señaló con el dedo un lugar en epapel.
‒ Aquí. Esas tierras no son suya
‒ declaró en un inglés sorprendentementcorrecto ‒. Son de los dioses. Allí viveespíritus. ¡No tiene que destrozarlas!
‒ ¡Ya lo oye! ‒ se burló Simson ‒. Ell
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misma dice que no son suyas. Así que...
‒ Aquí están registradas como tierra
maoríes ‒ objetó Karl con sever idad ‒¿Ve esa pr otuberancia en el mapa? Debreferirse a este lugar. De todos modosremos a verlo. Vamos, ariki; padr
O'Toole... Cuanto antes vayamos, anteaclararemos este asunto. Y usted, señoJohnson, deje claro a los señore
Simson y Carter que deberán aceptar ladecisiones que se tomen. Tengo epresentimiento de que lo que noespera...
Karl se dirigió a su caballo e Ida Mara lo siguieron para coger de laalforjas los regalos para las mujere
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maoríes. Pequeñas cosas: pañuelos dcolores, bisutería barata y un par dsaquitos de semillas. No habían podid
ransportar en los caballos regalos máprácticos como mantas o utensilios dcocina. De todos modos, Mara se dicuenta al echar un vistazo a las mujereque salían de las casas que tampoco lonecesitaban. Era evidente que se tratabde una tribu pudiente, el jefe debía d
haber repartido justamente el productde la venta. Las mujeres y los niñolevaban indumentaria pakeha, má
adecuada para el clima neozelandés qu
as prendas de lino tradicionales de lomaoríes. Muchas llevaban crucecitas dmadera sujetas con cordeles de piel acuello. Sustituían las figurillas de diose
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que las tribus solían tallar en jadounamu. Algunas mujeres s
aproximaban confiadas al padr
O'Toole, hablaban con él y dejaban quas bendijera.
‒ ¡Nosotros todos cristianos! ‒ declar
una joven a la sorprendida Ida, aiempo que se tocaba con orgullo l
crucecita ‒. ¡Bautizados! ¡Misió
Kororareka! ‒ La misión que tenemos en Russel
existe desde 1838 ‒ intervin
complacido el padre O'Toole ‒. Fufundada por padres dominicanos y popadres y hermanas maristas.
‒ ¿Son... católicos? ‒ preguntó l
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madre de Mara algo vacilante.
Ella misma había crecido en un
comunidad de antiguos luteranos musevera. Siempre le habían hablado dos «papistas» como de anticristos má
que como de hermanos y hermanas en l
fe de Jesús.
Mara nunca se había preocupado gracosa por las diferencias entre ladistintas tendencias religiosas cristianasCerca de Rata Station no había ningunglesia, por lo que los niños no podía
asistir con regularidad a los servicioreligiosos. Ida rezaba con sus hijasiempre que estaban en casa. Cuandacompañaba a su marido de viaje par
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realizar alguna medición topográficaMara y sus hermanas se quedaban acuidado de Catherine Rat. La amiga d
da y «segunda madre» de las chicas nrezaba al Dios de los cristianos. Shabía criado con una tribu maorí y solíacercar a los niños a los dioses espíritus de los indígenas. A esta mezclde creencias se sumaba un poco danglicanismo. La profesora particular d
Mara, miss Foggerty, había impartidcon fervor y escaso éxito clases dr eligión. Las niñas no habían aguantada esa mujer severa y carente de humor
Antes de rezar al Dios de la profesorapreferían dirigirse a los espíritus con upar de maldiciones. Mara y Eru habríaestado encantados de enviar de vuelta
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miss Foggerty a Inglaterra. No lo habíaogrado. Mara no podía recorda
ninguna oración que le hubiese sid
atendida.
El padre O'Toole sonrió.
‒ Yo, por mi parte, soy irlandésnosotros somos todos católicos. Peresto no creo que sea tan importante aquDa igual con qué tendencia religiosa lomaoríes se acerquen a Dios, lo decisives que consigamos que dejen de sepaganos.
‒ Lo importante es no soliviantarlo‒ farfulló Karl. También él querícontinuar. Tenía remordimientos po
haber dejado solos a Cat y a su amigo
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socio Chris Fenroy con el esquileo das ovejas ‒. Venga ahora, padre, y
contará más tarde a sus ovejas.
Los hombres se pusieron en camino.
Ida y Mara se unieron a la joven qu
acababa de enseñarles la cruz. Hablabun poco de inglés e indicó a Ida quayudase a las mujeres a preparar ungran fiesta que se celebraría aanochecer. Hablando animadamententre sí, llevaron boniatos y tubérculode raupo a la plaza de las asamblea
para pelarlos y trocearlos. Otramujeres añadieron pájaros y pescadoque pensaban asar en el fuego al airibre.
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Ida tomó el cuchillo de pelar y laverduras. Mara pensó que su madrapenas llamaba la atención en el corr
de mujeres. Ida Jensch tenía un cabelloscuro y liso que llevaba recogido dforma natural, pero ese peinado tambiése estilaba ya entre muchas maoríes. Lez de Ida tampoco era tan clara comantes, el sol de la Isla Norte habíostado su piel. Solo sus ojos claros, d
un azul porcelana, la delataban comuna extraña... y, claro, también su faltde conocimiento del idioma.
‒ Mara, ¿he entendido bien quplanean hacer una fiesta? ‒ preguntó a shija ‒. Me refiero a que... por supuestes muy amable. Pero un poco raro, ¿no
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Antes nos han saludado con un haka deguerra. El jefe ha aparecido comdispuesto a abalanzarse sobre nosotros.
¿Y justo después nos preparan un grabanquete?
Mara también se había dado cuenta d
ello y no estaba nada contenta. Unfiesta les obligaría a pernoctar allí.
‒ No es una fiesta para nosotrosMamida ‒ le respondió. Acababa dpreguntar a unas muchachas de su mismedad al respecto ‒. Hace tiempo que l
levan planificando. Kawa, la esposdel jefe, está muy inquieta por ello. Estarde esperan a un misionero, mejo
dicho, a un reverendo. Te Ua Haumen
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es un maorí de una tribu de la región dTaranak i. Lo educaron en una misión da zona y estudió la Biblia. Luego prest
servicios en otras misiones, puede quhasta haya sido ordenado sacerdote. Lachicas no lo saben con exactitud. Ahoraen cualquier caso, es una especie dprofeta. Unos dioses le han comunicadalgo importante. Y hoy quiere predicaal respecto.
‒ Pero no hay nuevos profetas ‒ objetcon severidad Ida ‒. Solo DiosJesucristo y el Espíritu Santo. Si hubier
nuevas revelaciones entonces... entoncehabría que reescribir la Biblia.
Mara se encogió de hombros
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suspiró.
‒ Me temo que tendremos qu
escucharlo. A menos que papá, el señoJohnson y esos gran jeros no se peleecon el jefe. Sea como fuere, las mujerea nos han invitado al servicio religios
el padre O'Toole seguro que querráquedarse. Aunque ese Haumene seanglicano u otra cosa.
‒ ¡Oh, sí, el padre O'Toole hombrgrande, buen cristiano! ‒ intervino unoven maorí que estaba limpiand
verdura al lado de Ida. Parecía muorgullosa del poco inglés que conocía ‒A nosotros ha leído historias de Biblien nuestra lengua. Y ahora todavía e
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mejor. ‒ La mujer estaba contenta ‒Ahora Te Ua Haumene el único profetmaorí. Escribe Biblia propia para s
propio pueblo.
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Los hombres regresaron cuandapenas habían pasado dos horas de smarcha. El jefe y la anciana de la tribque los habían acompañado, andandunto a los caballos de los pakeha
parecían eufóricos. Kennard Johnson sus hombres se veían relajados, y e
granjero Carter se mostraba satisfechoEl único que estaba furibundo erSimson.
‒Ya pueden estar ustedes seguros dque esto no quedará así ‒advirtió a KarJensch y al padre O'Toole por enésimvez, según se deducía de la expresió
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hastiada de estos‒. Acudiré agobernador, a la Corona. Inglaterra debproteger el derecho de un hombre.
‒En Inglaterra tampoco podría usteanzarse a talar los árboles de su vecin
‒le informó con acritud Kennar
Johnson‒. Bueno, allí no le amenazaríacon matarle. En eso es cierto que el jefribal ha exagerado un poco...
‒Para la tribu, ese árbol es sagrado ntervino Karl‒. Y usted mismo lo h
visto. Un kauri espléndido, centenario
con toda certeza, ¡si no milenario!
‒¡De un valor de cientos, cuando nmiles de dólares! ‒exclamó Simson‒
Una madera óptima, la gente d
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Wellington se pelearía por ella. Peraquí... Si hasta la vieja dice que nquieren la tierra.
Señaló a la anciana de la tribu que loseguía, caminando serena junto al jefe, que no se dignaba ni a dirigir una mirad
a Simson. Y eso que seguro que entendíal menos una parte de la conversación.
‒Ella no lo ha dicho así ‒lo corrigiKarl‒. Claro que ella reclama la tierra lo dejó claro entonces, cuando se
vendieron las parcelas. Le he enseñad
el mapa. Pero no la reclama para ellasino para los espíritus a los qupertenece el árbol. Y eso debe serespetado.
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‒¡Pensaba que esta gente estabbautizada! ‒Simson no daba el brazo orcer, incluso cuando los hombre
desmontaron y ataron sus caballos‒¿Qué dice usted de esto, reverendo?
Mara se acercó a ellos. Si su padre n
desensillaba su montura, había muchaposibilidades de que se fueran dnmediato. A lo mejor hasta se ahorrab
el servicio religioso. Pero suesperanzas se vieron frustradas. Kardio unos golpecitos al caballo en ecuello y lo liberó de la silla.
‒Padre ‒lo corrigió O'Toole, quparecía haber mordido un limón‒. Dichcon franqueza, a ese respecto teng
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sentimientos encontrados, señor SimsonMi religión me ordena talar uno de esoárboles siguiendo la tradición del sant
Bonifacio. Es de paganos rezar a planta animales. El Señor advierte que no
debemos tener otro dios que Él. Por otrparte, se trata de un árbol hermoso, uejemplo espléndido de las maravilladel Creador.
‒Señor Simson, no se trata de lo qudiga el padre O'Toole al respecto nterrumpió Karl el sermón de
sacerdote‒. Ni de si es un árbol especia
o una haya del sur como tantas otras. Srata únicamente de si el árbol s
encuentra en sus tierras o en las de suvecinos. Y, en este caso, está claro qu
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as tierras son de los ngati hine. Y eárbol también, por supuesto, así qudéjelo correr, por favor.
‒Y no vaya a creerse que va a salirscon la suya si, a pesar de todo, tala eárbol ‒añadió Kennard Johnson‒. L
Corona no emprenderá ninguna guerra sParaone Kawiti lo ajusticia por estrazón. Hay precedentes. ¡Acuérdese de
conflicto de Wairau!Por aquel entonces, algunos inglese
perdieron la vida cuando un miembro d
un grupo pakeha disparó a matar contraa esposa de un jefe. El gobernadohabía culpado a los colonos y pediddisculpas a los maoríes, en lugar d
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‒¿Significa esto que pernoctaremoaquí? ‒preguntó a su padre, al quacompañaba para ir en busca de s
madre.
Karl se encogió de hombros.
‒Casi diría que sí, Mara. El padrO'Toole está interesado en oír a espredicador y el señor Johnson se muevcomo si todo le doliera. Es muy pocprobable que hoy mismo pueda volver montar.
La joven hizo una mueca. ‒Pensaba...
‒No puedo cambiarlo, Mara ‒l
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nterrumpió su padre con ciertmpaciencia‒. Ya sabes que yo tambié
quiero ir a Rata Station, y por razone
más importantes que tú, cariño. Tú solquieres volver para coquetear con Ero antes posibles y sé por experienci
que esto solo dará problemas. Jandefenderá a su hijo con uñas y dientes...
Mara lo fulminó con la mirada.
‒Yo también puedo ser muy mala advirtió.
Karl rio. ‒Cuando Eru y tú seáis mayores
Mara, podrás pelearte con su madre po
él. O dejar simplemente que sea é
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mismo quien decida. Pero acabas dcumplir quince años y él catorce, srecuerdo bien. Así pues, tendréis qu
rendiros a los deseos de Jane. Por otrado, tu madre y yo somos de la mism
opinión que ella. En principio, Eru es uchico amable y tal vez algún día forméipareja. Pero habrá que esperar un par daños. Por ahora sois demasiado jóvenesAh, ahí está Ida.
Karl se reunió con su esposa parcontarle sus experiencias con logranjeros y los maoríes. Mara reprimi
una réplica ácida sobre lo que Karhabía dicho respecto al tema Eru. Ida Karl no le harían caso. Así que ellescuchó con desgana lo que él contaba.
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‒Ese Simson ya puede estar contentde haber sobrevivido a su intento ‒empezó Karl‒. Una sacerdotisa l
descubrió cuando se disponía a levantael hacha para cortar su kauri sagradoLa mujer soltó un grito estridente y upar de guerreros enseguida ldetuvieron. ¡No quiero imaginar lo quhabría ocurrido si hubiera conseguidalar el árbol!
Ida asintió.
‒¿Y el otro? ‒preguntó‒. ¿Por qu
estaban peleados con el señor Carter?
Su marido sonrió.
‒En este caso, el error era de lo
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maoríes. Ya los conoces, para ellos lierra es de quien la trabaja. Carter ni h
cultivado el prado ni lo ha utilizado d
pastizal, mientras que una de las mujereque quería ampliar su huerto de kumarse limitó a sembrarlo. La mujer nentendía por qué se enfadaba tanto, perél tampoco debería haber destrozado ecultivo. Ahora hemos aclarado lsituación y todos se han puesto d
acuerdo. Este año la mujer podrá acabade cosechar sus boniatos y le dará lmitad al señor Carter. El año que viena no cultivará esa tierra. No se tratab
más que de un malentendido. Al granjerampoco le iba de medio morgen deierra. Solo tenía miedo de que la trib
siguiera actuando así.
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‒Bueno, al menos este caso se hresuelto bien.
Ida cogió a su marido del brazo y lodos se acercaron a las hogueras que ylameaban vivaces. Mara los siguió. La
mujeres acababan de empezar a cocina
asar. Por el poblado se extendió elaroma de la comida y a la joven se labrió el apetito. Pero antes de comer
habría que aguantar el sermón.Cuando empezó lentamente
oscurecer, un niño informó de que s
acercaban tres guerreros al poblado.
‒¡Te Ua Haumene! ¡Viene!
Ida frunció el ceño.
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‒¿Qué es ese hombre? ¿Guerrero sacerdote, predicador o profeta? Epadre O'Toole, que se había sentad
alrededor de la misma hoguera que IdaMara y Karl, se encogió de hombros.
‒No lo sé. No lo conozco, nosotro
somos una misión católica. Solo he oídhablar de él. Y espero que sea realmentun enriquecimiento para el cristianism
en esta tierra. Lo de hoy con ese árbol aque los maoríes veneran... Tal veustedes no lo entiendan, pero para mí ecomo... como una bofetada, el fracaso d
a obra de mi vida. Hace décadas quconozco a esta tribu, he enseñado a loniños y bautizado a la gente... ¡y ahoresto! Quizá debería regresar a Irlanda.
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o ve así...
‒Así es probablemente como deb
verse ‒dijo Karl‒. Por ello, no sdisguste con esta gente. Yopersonalmente, encuentro máescandalosa la conducta de ese Simson
Piensa de verdad que puede hacer lo quse le antoje con la tribu y que cuenta coel apoyo de la Corona inglesa.
O'Toole suspiró.
‒Ya. Nuestros compatriotas blanco
no son todos unos buenos cristianosHay ocasiones en que... Bah, no me hagcaso, de vez en cuando no siento máque hastío. Los maoríes que se bautiza
hacen luego lo que se les antoja... Esa
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descabelladas guerras de estos últimoaños, porque un jefe testarudo posiblemente borracho rompe el asta d
una bandera y las autoridades se loman como una ofensa personal a l
Corona... La expropiación de tierras, do que es comprensible que se quejeos indígenas... Gente como es
Simson... Que aparezca un cristo maorí quiera hacer de maestro me parece un
uz resplandeciente en la noche oscuraSolo espero no volver a sufrir undecepción.
Te Ua Haumene era un hombre bieparecido de mediana edad. Tenía uncara ancha y no estaba tatuado. Unaarrugas pronunciadas se extendían entr
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a nariz y la boca. El «Profeta» llevabbarba y sobre sus ojos oscuros y algrasgados se arqueaban unas espesa
cejas. Su indumentaria no correspondíni a la sotana del sacerdote católico nal hábito negro del misionero anglicanoLlevaba la ropa de un maorí biesituado ‒una prenda superior tejida coprimor y un faldellín de lino, todo ellcubierto por una valiosa capa, digna d
un jefe‒. Sus acompañantes ibavestidos con más sencillez, con lndumentaria propia de los guerreros. E
predicador y sus hombres habrían sid
considerados por cualquiera como uariki y su guardia.
El padre O'Toole contempl
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mpertérrito que las mujeres del pobladcorrían encantadas al encuentro de TUa Haumene y, devotas, le pedían s
bendición igual que habían hecho pocantes con él. Los hombres smantuvieron a distancia, si bien doancianos del poblado y un pariente deefe intercambiaron el hongi con e
predicador. El mismo Paraone no lhizo: los ariki de las tribus de la Isla
orte siempre guardaban la distancicon sus súbditos.
Te Ua Haumene y sus hombre
omaron complacidos asiento en el lugaque les ofreció la esposa del ariki; en lhoguera central. Era evidente questaban hambrientos tras el viaje. E
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Profeta venía de Taranaki, pero cada doo tres días predicaba en una tribu ques daba hospitalidad a él y su
hombres. Era obvio que los ngati hine sa ofrecían de buen grado. Honraron
sus invitados con una comida espléndid complicadas ceremonias de
bienvenida. Entretanto, la esposa deefe tribal señalaba una y otra vez a
padre O'Toole, y otros habitantes de
poblado mostraban sus cruces a Te UaPero este no parecía deseoso de conoceal sacerdote. Le dirigió un discretsaludo.
‒A lo mejor tiene algo contra lopapist... hum... los católicos. ‒Idntentó consolar al religioso, dolido
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ojos vistas por la conducta depredicador‒. Se educó entre anglicanos
El padre O'Toole se encogió dhombros. Karl le tendió la botella dwhisky y él la cogió agradecido.
A Mara también le habría gustadbeberse un trago. Ya estaba harta volvía a aburrirse. Parecía como si esviaje no fuera a terminar nunca.
Cuando Te Ua Haumene por fin sevantó para hablar a los presentes, y
había oscurecido. La luna brillaba en ecielo y su resplandor se unía a lalamas de las hogueras formando u
ambiente casi fantasmagórico. El vient
apartaba el largo cabello del rostro de
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Profeta.
‒Sé bienvenido, viento ‒empezó s
alocución. Al hablar no miraba a suoyentes, su mirada parecía perderse eel cielo‒. ¡Saluda a tu mensajero!
El padre O'Toole traducísimultáneamente para Karl e Ida.
‒¿Mensajero? ‒preguntó ella.
‒Haumene significa «hombre deviento» ‒señaló Mara al tiempo que s
evantaba para ir a buscar un poco dagua. Así llamó la atención, pues todoestaban sentados y quietos, escuchanddevotamente las palabras de Te U
Haumene. Una mirada inmisericorde de
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Profeta la reprendió.
‒Escucha de mis labios las palabra
de Dios. El viento nos insufla sespíritu, la buena nueva, el nuevevangelio, ¡yo lo transmito a locreyentes!
‒ Pai marire!‒recitaron los dohombres del Profeta.
‒ Pai marire!‒exclamó Te Ua y suoyentes lo repitieron en coro.
‒Significa «en paz», ¿verdad? preguntó Karl a su hija y al sacerdote.
Ambos asintieron.
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‒Bueno y pacífico, exactamente radujo O'Toole‒. Así llaman a s
movimiento religioso. O tambié
hauhau.
‒Pero ¿un nuevo evangelio? ‒preguntda incrédula.
El sacerdote volvió a mostrarsabatido.
‒Os saludo, pues, mi pueblo, mpueblo elegido... ‒Te Ua Haumene sdetuvo un instante, como para que su
palabras obraran efecto. O'Toole lanzun suave suspiro‒. He venido hasta aqupara reuniros a todos ‒prosiguió‒ en snombre. Para convocaros como y
ambién fui convocado a través de
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mayor de todos los jefes tribales, ravés de Te Ariki Makaera, e
comandante de los ejércitos del cielo.
‒¿Eh? ‒preguntó Karl.
‒Se refiere al arcángel Miguel
respondió O'Toole sarcástico.
‒Mirad, soy uno de los vuestros, somaorí, nacido en Taranaki, pero lo
akeha nos llevaron a mi madre y a mí aKawhia. Yo les serví como esclavopero no les guardo rencor, pues fue po
voluntad de Dios que aprendí su idiom escritura. Estudié la Biblia, la palabrade Dios, y me bauticé porque estabseguro de que la religión de los pakeh
podía conducirme a una vida mejor
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Pero entonces se me apareció Te ArikMakaera y me desveló que yo no debíser el conducido, sino el conductor
gual como Moisés liberó a su pueblo da esclavitud, también yo he sid
elegido. Debo hablaros del hijo de DiosTama-Rura, al que los pakeha llamaJesús, si bien me fue revelado que esera solo otra forma de llamar al arcángeGabriel.
‒Está chiflado ‒susurró Ida.
‒Y es peligroso ‒observó Karl.
‒Y todos ellos, todos ellos esperacon la lanza y la espada en la manoguiar a su pueblo elegido hacia l
ibertad.
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‒ Pai marire! ‒gritaron los hombres o repitieron en voz alta los aldeanos.
‒Bondad y paz... ¿Encajan con eso laespadas? ‒preguntó Ida.
Mara arqueó las cejas resignada, u
gesto con el cual le gustaba demostrar os adultos lo que pensaba de ellos y sudeas.
‒¡Pues vosotros no sois libres, pueblelegido! ‒advirtió el predicador con voatronadora‒. Compartís vuestra tierr
con los pakeha y a menudo pensáis queson vuestros amigos porque os dadinero y cosas que podéis comprar coél. Pero de verdad os digo: ¡No os l
dan a cambio de nada! ¡Se apropian d
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vuestra tierra, se apropian de vuestrengua, y también se apropiarán d
vuestros hijos!
Las mujeres reaccionaron coexclamaciones de miedo, parte de lohombres con protestas.
‒Vosotros no habéis invitado a esapersonas, han venido simplemente parquitaros vuestras tierras...
Karl iba a intervenir, pero a su ladoel padre O'Toole ya se había puesto e
pie. ‒¡Os trajimos también al Dios contr
el que ahora blasfemas! ‒espetó a
predicador.
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Te Ua Haumene lo miró.
‒Podéis haber sido la canoa en la cua
legó el auténtico dios a Aotearoa ‒lcontestó‒. Pero a veces hay que quemaa canoa cuando uno quiere sentirs
como en su propio hogar. Dios todaví
estará aquí cuando haga tiempo quhayamos expulsado a los pakeha denuestra tierra. ¡Cuando el viento se lo
haya llevado! Pai marire, hau hau!Desconcertado, O'Toole volvió
sentarse junto a la hoguera. Se rascó l
frente mientras las criaturas a las quhabía convertido y bautizado ibanvocando al viento el espíritu de Dios.
En ese momento, Te Ua Haumen
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ntrodujo también el movimiento en lasamblea. Mandó a sus seguidores quevantaran un poste al que llamaba niu y
que, por lo visto, debía de simbolizar lbuena nueva que llevaba a los maoríesAlrededor de ese poste sus hombres spusieron a golpear el suelo con los piescasi como en las danzas de guerra, aiempo que animaban a los presentes
que se unieran a ellos. Te Ua Haumen
recitaba al mismo tiempo unas sílabaextrañas y propagaba más principios dsu religión.
Cada vez eran más los jóvenehabitantes del poblado que sevantaban y se unían a los guerrero
alrededor del niu.
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‒Deberíamos marcharnos de aquí sugirió Karl‒. Antes de que el Profetempiece a limpiar este país de pakeha
Mara, ve a avisar al señor Johnson y os casacas rojas, yo sacaré al seño
Carter del delirio de fraternidad con suvecinos. No parece que nadie se hayenterado de nada, pero los chicoampoco lo defenderán si uno de ello
enloquece. Ida, tú lleva al padre O'Tool
a los caballos. No vaya a ser que vuelva pelearse con este loco.
Mara no se lo hizo repetir dos veces
no solo porque estaba ansiosa pormarcharse. Ya se había hecho a la idede pasar la noche en el marae, no latraía la larga cabalgada a través de l
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noche. Pero la atmósferfantasmagórica, las lúgubres palabradel Profeta y la danza delirante de lo
hombres alrededor del niu le dabamiedo. Ella consideraba a los maoríesu pueblo. Si se casaba con Eru, sconvertiría en miembro de la tribu ngaahu. Pero nunca había visto así a su
compatriotas. Parecía como si el soplde un viento perverso les hiciera perde
a razón y la sabiduría.El padre O'Toole así lo percibí
ambién. Parecía estar en trance cuand
da lo condujo entre las hogueras, pofortuna sin que nadie los molestara. Upar de nativos tal vez notaron que lo
akeha se retiraban, pero al que seguro
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que no le pasó por alto fue al jefe, questaba sentado en un lugar algapartado. Sin embargo, Paraone Kawit
dejó que los blancos se marcharan sicontratiempos. Tampoco parecíentusiasmado con el Profeta que estabcautivando a su tribu. Tal vez sentía epeligro que se desprendía de él o temísimplemente que le arrebatara el podesobre su pueblo. Hizo una seña apena
perceptible al topógrafo y miró al padrO'Toole con una expresión que iba dedesprecio a la lástima.
‒¡Dese prisa! ‒advirtió Karl amisionero.
Mara, que había ayudado a ensilla
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os caballos a Carter, disgustado poener que marcharse, y a los inquieto
soldados, tendió al padre O'Toole la
riendas de su huesudo bayo. Era como sel religioso no se decidiera a montarlocomo si le faltaran las fuerzas.
‒¡Quiero marcharme de aquí! ‒lurgió Mara.
‒Yo también ‒susurró O'Toole‒. Estes... esto es irrevocablemente el fin. Mvuelvo a Galway. Dios proteja estierra.
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‒¡Dios os ha llamado y vosotrohabéis seguido su llamada! ‒La voz dereverendo William Woodcock llenaba lpequeña iglesia del St. Peter's CollegeComplaciente, el archidiácono dAdelaida deslizó la mirada por los ochóvenes alineados delante del altar
Estos levantaban la vista hacia éfervorosos y expectantes‒. Y ahorrepartíos por todo el mundo y bautizad os pueblos en el nombre del Padre, de
Hijo y del Espíritu Santo. Enseñadleodo lo que yo os he encomendado. ¡Y
sabed que estaré con vosotros cada díhasta el fin del mundo!
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‒Amén ‒resonaron las ocho voces dos recién ordenados misioneros, as
como las de los familiares y amigos qu
se habían reunido para ese solemnservicio religioso.
La Australian Church Mission Societ
sostenía un instituto de formación qucada año enviaba al mundo un puñadde jóvenes devotos y sólidos creyente
para convertir a los infieles. La mayoríde ellos se quedaba en el país, eenorme continente de Australia ofrecíun amplio campo de acción. Pero de ve
en cuando también enviaban a alguno ueva Zelanda, India o África.
William Woodcock pronto asumiría l
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area de asignar su futuro campo dacción a los candidatos de ese añoLevantó los brazos para bendecir a lo
presentes cuando resonó el último aménLos ocho jóvenes formaron una fila parsalir ceremoniosamente de la iglesiamientras el órgano resonaba y el cordel College entonaba un cántico. Lmayoría de los presentes en el servicise unieron al canto. Casi todos lo
aspirantes de la escuela misionerprocedían de familias fervientementreligiosas. Ahí todos conocían el texto a música de los himnos eclesiástico
habituales.
Franz Lange atravesó la iglesia en eercer puesto. Como su
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correligionarios, mantenía la cabezgacha. Solo cuando en uno de loúltimos bancos oyó unas palabras e
alemán, levantó brevemente la vista vio a su padre. Jacob Lange sencontraba dignamente flanqueado poos hermanastros más jóvenes de Franz
entonaba el cántico en su lengumaterna. Y al hacerlo, su sonora profunda voz ahogaba sin esfuerzo la
voces de sus vecinos de banco. Nnotaba que desconcertaba a los demácantando en una lengua distinta y, dhaberlo notado, le habría dado igua
Para Jacob Lange, el Evangelio teníque ser predicado en la lengua de MartíLutero. Consideraba las lenguaextranjeras un molesto engorro. Veint
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años después de haber emigrado dMecklemburgo, todavía no hablabnglés. Por consiguiente, no habí
entendido ni una palabra de lceremonia en que Franz se habíordenado sacerdote.
Y Franz tampoco se había atrevido esperar que su padre fuera a estapresente el día de su ordenación. Si bie
a Australian Church Mission Societprocedía del antiguo luteranismo, se lconsideraba una organización de lglesia anglicana que no interpretaba e
Evangelio de forma tan rígida comJacob Lange esperaba. Pero para Franno había habido alternativa: lcomunidad alemana de Adelaida, a l
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que pertenecía la familia Lange desdque habían inmigrado, no disponía dningún seminario. Si Franz quería segui
a llamada de Dios, no le quedaba otrremedio que acudir a St. Peter.
Al ver a su padre y sus hermanos ‒
al pensar en la llamada de Dios‒, Fransintió una pizca de remordimiento
unca lo hubiera confesado a nadie
pero la vocación de convertirse epredicador no era lo único que lalejaba de la granja de la colonialemana de Hahndorf. De hecho, Fran
estaba harto del monótono y duro trabajen los campos, que interrumpíexclusivamente para ir al servicireligioso o a rezar. Desde pequeñ
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había sido de complexión débil. En snfancia siempre había sufrid
resfriados y disneas. Ni el clima d
Mecklemburgo ni el de la Isla Sur dueva Zelanda, donde había vivido l
familia de Jacob Lange al principioeran beneficiosos para su constituciónLa calidez de Australia le sentaba mejorpero el esfuerzo que exigía hacecultivable la nueva tierra no habí
contribuido a mejorar su salud. JacobLange había exigido al hijo menor de sprimer matrimonio una entrega total arabajo. Al llegar a Australia, enviaba
su hijo, entonces un niño de diez años, a escuela alemana, pero por las tardeo hacía trabajar hasta que el muchach
acababa rendido.
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«¡Solo para que no se te ocurrninguna tontería!» Franz habíescuchado esta frase incontables vece
durante su adolescencia. Y en cadocasión volvía a renacer el rencor hacios hermanos que habían escapado d
forma más o menos autónoma de lautoridad paterna. Tanto el hermano dFranz, Anton, como su hermana Elsbetse habían ido sin recibir la bendició
paterna. Ambos debían de encontrarsen algún lugar de Nueva Zelanda, perJacob Lange no tenía ningún contactcon ellos y no mostraba ningún interé
por localizarlos. Lange y su segundesposa, Anna, solo mantenían uncorrespondencia esporádica con la hijmayor, Ida, si bien las cartas tampoc
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decían gran cosa. Ida se había casado eueva Zelanda con un miembro de l
comunidad de la antigua Iglesia luteran
había enviudado después de modoalgo turbio. Enseguida había vuelto casarse, por lo que Franz habíentendido, con un hombre que su padrno aprobaba.
Franz y los otros jóvenes misionero
salieron en ese momento por la puertde la iglesia y esperaron fuera a sufamilias.
Los Lange estaban entre los primeroque salieron a la clara luz del sonvernal australiano. Franz intent
esbozar una sonrisa y tendió amba
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manos a su padre y a su madrastra. Ann sus tres hijas volvían a reunirse en ese
momento con su marido y los dos hijo
varones. En la iglesia, los hombres y lamujeres se sentaban en lugareestrictamente separados. Ella, al menosrespondió a la cordial expresión de shijastro. Algo avergonzada, le sonribajo la atildada capota.
Puesto que nadie tomaba la palabraFranz se esforzó por recibirles con usincero saludo.
‒¡Padre, madrastra! ¡No sabéis cuántme alegra que hayáis venido!
Franz esperaba que su padre tal vez l
abrazara. Pero Jacob Lange se qued
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ieso delante de él.
‒Ahora en invierno no hay tant
rabajo en la granja ‒farfulló.
Anna Lange miró a su marido y moviolerante la cabeza. Luego se aproximó
su hijastro y le cogió las manoendidas.
‒Tu padre está muy orgulloso de ti afirmó.
También Anna hablaba en alemán
pero al menos podía hacerse entender englés. La escuela de Hahndorf enseñaba lengua del país, si bien a mucho
colonos no les parecía importante l
bien que llegaran a expresarse sus hijo
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en ella. La mayoría nunca abandonaba epueblo.
Para Franz Lange, por el contrarioaprender siempre había sido importanteConservaba en su mente el ejemplo dsus hermanas. Pues por mucho que s
enfureciera en secreto porque Ida Elsbeth habían tenido la desfachatez dabandonarlo, la avidez de sus hermana
por aprender el inglés al llegar a NuevZelanda les había sido provechosa. Lados eran libres. Franz sabía que teníque hablar el idioma de su nuevo paí
con la mayor fluidez posible si queríevitar algún día trabajar como uesclavo en Hahndorf. Esa era la razópor la que estudiaba con verdadero afá
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el inglés, si bien la relación con lonúmeros le resultaba mucho más fáciFranz calculaba con la velocidad de
rayo y memorizaba con facilidadmientras que escribir redacciones se ldaba peor. Desde este punto de vistahabría sido un contable o un empleadde banco mejor que un predicador. Aveces, hasta había soñado con estudiamatemáticas. Pero no podía ni pensar e
ello. Si Jacob Lange dejaba marchar su hijo, sería solo en nombre del Señor.
‒Orgullo ‒advirtió en ese moment
con expresión avinagrada y mesándosa barba poblada y blanca‒. Eso es l
que siento por los hijos que saben cuáes su sitio y permanecen sumisos en s
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ierra, ayudando a sus padres en la arduucha por la existencia. Tú, Franz, má
bien me has decepcionado. Pero est
bien, acepto que Dios te haya llamadoLos caminos del Señor son insondable, quién sabe, a lo mejor así expías lo
pecados de tus padres, marchándote ierras extrañas para domestica
salvajes. No quiero pelearme con mCreador, tal vez merezco perder a m
último hijo... ‒¡Todavía tienes dos hijo
estupendos! ‒le recordó Anna.
Aquella mujer bajita, siempre vestidcon el traje oscuro de las antiguauteranas, y cuyo cabello oscuro y
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empezaba a clarear, no tenía muchomás años que la hermana mayor dFranz. Después de la boda había tenid
siete hijos, uno tras otro. Dos chicos res chicas habían sobrevivido y era
fuertes y sanos. Fritz y Herbert yayudaban mucho en la granja. Las chicaambién se estaban convirtiendo e
mujeres diligentes y amantes de la cascomo Anna.
Jacob Lange asintió.
‒Ya digo que no me pelearé con m
Creador, me ha colmado de regalos eos últimos tiempos. Sin embargo.Franz, ¡no olvides tu antiguo hogar! Nabandones tu lengua ni tu pasado. D
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gual adónde llegues, piensa siemprque eres un chico de Raben Steinfeld...
‒¿Vienes, Franz? ‒Marcus Dunn, scompañero de habitación durante eperíodo de formación como misioneronterrumpió el sermón de Jaco
Lange‒.El archidiácono ya ha llamado su despacho a John y Gerald. ¡Estnformando de qué lugar se le otorga
quién! Seguro que tú eres el próximo.Franz aprovechó la oportunidad par
retirarse.
‒Podéis quedaros ‒invitó a sfamilia‒. En el campus hay un bufecomida y bebida, celebramos que no
hemos licenciado...
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Jacob Lange resopló.
‒No veo qué es lo que hay qu
celebrar. Y tenemos que volver a casahay que ordeñar diez vacas. Por tantoque Dios te acompañe, Franz. Esperque te guíe realmente por el camino...
Franz apretó los labios, pero su padra había emprendido la marcha
Desvalida, Anna se encogió de hombrosEra una persona dulce y complacienteCuando Jacob se casó con ella, habíadmitido cariñosamente a Franz com
hijo suyo y le había hecho la vida muchmás fácil en muchos aspectos. Sdedicaba incondicionalmente a sesposo. Nunca le había llevado l
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contraria o se había opuesto a él. Franse preguntaba si quería para sí mismalgún día a una mujer similar. Si habí
de ser sincero, preferiría una con la qupoder conversar, que no siempre ldijera sumisa que sí, sino que alguna veambién le dijera que no. Fran
plantearía de buen grado preguntas compartiría secretos con ella.
Pero ahora no tenía tiempo de pensaen esas cosas. Ese día le procuraba unmezcla de sentimientos: la breve alegrípor haber concluido con éxito s
formación, el orgullo de poder llamarsen el futuro reverendo, los repetidosentimientos de culpa frente a su padre el ¡profundo temor ante la decisió
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respecto a su futuro.
Pues había algo más que Franz no l
había contado a nadie y que él mismadmitía de mala gana: por mufácilmente que aprendiera, por muchfluidez con que predicara y po
aplicadamente que propagara la palabrde Dios, la idea de ponerse ante unonfieles a los que había de convertir, l
paralizaba de terror. Franz nunca habíenido un contacto real con loaborígenes, los nativos de Australia. Loanteriores propietarios de las tierras e
que se encontraba Hahndorf habían sidrasladados a lugares más lejanos. L
mismo le había ocurrido a la tribu quoriginalmente había vivido en el área d
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Adelaida. Por las calles de la ciudaodavía se veían algunos negros
rondando por las calles como mendigo
o borrachos, desagradables pernofensivos. A veces, durante l
formación de Franz como misioneroalgunos docentes invitados habían traíddesde Outback a unos seres exóticopero ya bautizados. Tampoco dabamiedo, sino que eran dóciles y callados
Vestían ropa occidental y bajabasumisos la cabeza. Pero Franz todavírecordaba la entrada de los Lange e
ueva Zelanda. Habían llegado just
durante los disturbios del conflicto dWairau con maoríes hostiles. Si bien lfamilia no había tropezado con ningúmaorí en la ciudad de Nelson, a ese niñ
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pusilánime le bastó con las historiasanguinarias que corrían por la ciudadEn Australia, Franz todavía había oíd
cosas mucho peores. Los aborígeneestaban considerados más belicosos quos maoríes. Todos los colonos estaba
al corriente de las masacres dnmigrantes, expediciones aniquiladora revueltas sangrientas. Circulaba
reproducciones de salvajes pintados d
blanco, armados con lanzas bumeranes. Y además el Outback estableno de animales peligrosos. Cuand
Franz preparaba con su padre la tierr
de la granja para hacerla cultivable, menudo se había salvado por un pelo da mordedura de una serpiente o de quo atacara un perro salvaje. La idea d
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que tal vez volvieran a enviarlo a unierra indómita para construir una misióe daba miedo.
Mientras esperaba delante dedespacho del archidiácono luchabcontra los latidos de su corazón y la
oleadas de sudor. Tragó sin salivcuando William Woodcock por fin llamó para que entrara. ¿Qué debí
hacer si efectivamente acababa en unexpedición por las tierras vírgenes¿Podría todavía huir? ¿No le castigaríDios por ello... o aún peor, le castigarí
de inmediato a través del archidiáconodesterrándolo a un lugar mucho peor quaquel del que había escapado?
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El archidiácono observó a Franz cosus ojos claros y penetrantes. Se diríque miraba directamente su corazón.
‒Siéntese, reverendo Lange. Estusted muy pálido. ¿El reencuentro con lfamilia? ¿O acaso siente ya l
responsabilidad de su oficio?
Franz musitó algo incomprensible y srecompuso.
‒Todavía no he roto el ayuno admitió.
Los futuros misioneros habían pasada noche antes de su ordenación rezand ayunando, y Franz casi había
desfallecido de hambre durante e
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servicio. A continuación, el encuentrcon su familia le había quitado eapetito, mientras que sus hermanastro
posiblemente se habían puesto las botacon la comida que se servía en ecampus.
El archidiácono asintió. Contemplcon discreción al delicado joven. FranLange era de estatura media, mu
delgado y siempre andaba algnclinado, como si se encogiera bajo uátigo. Apenas llenaba el solemne hábit
negro. William Woodcock echó un brev
vistazo al informe de los profesores dLange sobre sus aptitudes para eejercicio de misionero. «Digno dconfianza, de una fe sólida, tien
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paciencia y una facilidad extraordinaripara citar la Biblia, aunque podesgracia no es un buen orador», poní
en el documento. El joven tambiéparecía tener dificultades para sostenea mirada de su interlocutor. Pese a ello
Woodcock no apartó la vista. Miraba urostro redondo y casi infantil con unograndes ojos azules. Era evidente que eellos había miedo. Woodcock no querí
atormentar al joven. Le habló coamabilidad.
‒Entonces no debo retenerle much
iempo. A fin de cuentas, tiene usted questar fuerte para enfrentarse a lodeberes que le esperan. Dígamereverendo Lange... si tuviera usted qu
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elegir entre las tareas que se realizan euna misión, ¿que preferiría? ¿Qué paíelegiría, qué tareas?
Franz se frotó las sienes. ¿Cabía lposibilidad de que el archidiácono lhiciera partícipe de la toma de decisión
Lo mismo era una pregunta capciosa. Spadre, al menos, habría interpretado unrespuesta franca como una muestra d
falta de humildad y le habría confiaduna tarea que le repugnarespecialmente.
‒Yo... yo aceptaré el lugar al que mdestine Dios ‒titubeó‒. Yo...
El archidiácono lo interrumpió con u
gesto.
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‒Claro que lo hará. Yo ya parto desta premisa. Pero debe de habeabores que le atraigan más o menos
Que le gusten más que otras.
Franz volvió a morderse el labioBuscaba febrilmente una respuesta qu
no le comprometiera.
‒Me gusta dar clases ‒afirmó‒Enseñar a los niños.
De hecho, Franz nunca había tenidnada que ver con otros niños que n
fueran sus nuevos hermanos, y estos lparecían con frecuencia algo duros dmollera. Pese a ello, no le molestabque Anna le pidiera que les explicar
algún deber de la escuela. A cambio
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mientras les enseñaba, su padre no lenviaba a trabajar a los campos. Y ecuanto a la misión, si los nativos eran l
suficiente civilizados como para enviaa sus hijos a la escuela, no debían de sean peligrosos.
El archidiácono asintió y escribió unnota en el expediente que tenía delante.
‒Así que un maestro nato ‒dijcordialmente‒. Bueno es saberlo. Podesgracia, ninguna de nuestras misionesolicita expresamente maestros. N
obstante, seguro que se necesitpersonal en alguna misión más grandcuyo trabajo con los infieles ya esté upoco avanzado. ¿Le agradaría ocupar u
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cargo en uno de esos establecimientoshermano Franz? ¿O le resultarídemasiado aburrido? Tengo aquí un
solicitud de Nueva Zelanda. Uno dnuestros veteranos, el reverendVölkner, pide refuerzos. ¿No es ciertque usted y su familia proceden d
ueva Zelanda, reverendo Lange?
Franz sintió que la esperanza nacía e
su interior. No era que vinculara coueva Zelanda sus mejores recuerdosDe hecho, la colonia que su padre habífundado allí con sus compatriotas de
norte de Alemania había sucumbido una inundación. La ciudad de Nelsonsin embargo, le había gustado, y en epaís no había serpientes, escorpiones n
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animales salvajes.
‒Soy de Mecklemburgo ‒corrigió‒
Raben Steinfeld...
El archidiácono lo interrumpió con ugesto.
‒Pero vivió en Nueva Zelanda. Franz¿le gustaría que le destinara allí? Pofavor, ¡sea sincero! No puedo satisfaceodos los deseos, pero si cabe l
posibilidad siempre intento que midecisiones se adapten a las preferencia
de los jóvenes misioneros. Por ejemplosus tres primeros cofrades deseabafundar juntos una nueva misión en ChinaTambién necesitaríamos allí a un cuart
hombre. Así que si prefiere...
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‒¡No! ‒La réplica de Franz brotdemasiado rápida y demasiado fuerte. Sel archidiácono lo estaba poniendo
prueba, era posible que al día siguienta estuviera camino de China‒. Yo.
quiero decir que... yo... claro quocuparé el cargo en... en tierras lejanaso...
El archidiácono sonrió.
‒Pero no siente la llamada realment‒observó‒. Bien, reverendo LangeEntonces le enviaremos oficialmente
Opotiki. Está en la Isla Norte de NuevZelanda, la misión tiene pocos añosMucha suerte, hermano Franz! ¡Vay
usted con Dios!
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Franz se sentía mareado cuandvolvió a salir al soleado campus... ndeciblemente aliviado. En es
momento habría podido dirigirse a lomanjares expuestos en las largas mesasacallar el hambre y bromear con sucofrades sobre su vocación de ir China, quizás hasta habría podidsoportar sus inofensivas pullas acercde que él «solo» se marchaba a Nuev
Zelanda. Pero de hecho, dejó el campu entró de nuevo en la pequeña iglesia.
Lleno de fervor, dio gracias a Dios.
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‒Ya verás, Carol, ¡esta vez ganaremonosotros el premio! El año pasado, coJeffrey, solo se trataba de ir remandoJoe me enseña una técnica totalment
nueva! Al fin y al cabo, él viene dOxford. Su ocho ganó la Boat Race, ysabéis, esa regata tan famosa de
Támesis...Linda contuvo un suspiro d
aburrimiento. La señora Butler habí
abandonado por unos minutos el jardípara ocuparse del té y su hijo Olivevolvía a abordar su actual tema favoritoa inminente regata en el Avon, en la qu
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participaba el club de remo dChristchurch. A Linda le resultabdifícil fingir interés. Su hermanastr
Carol, por el contrario, se esforzabpacientemente por escuchar sonriendoanimosa, la enésima explicación de sprometido y por comentarlacomplacida.
Linda y Carol se alegraban de que s
celebrara la regata, de las canoapintadas de colores, de la vida social del picnic en la orilla del río. TodChristchurch y sus alrededores s
reunirían junto al Avon, las carreraconstituían el merecido cambio despuédel trabajo agotador de primavera en lagranjas de ovejas. El repetitivo discurs
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de Oliver acerca de la técnica de remoacerca de Joe Fitzpatrick, sextraordinario compañero en los doble
, sobre todo, el interminable análisis dsus propias posibilidades de victoriacansaban al más paciente auditorio. ACarol solo la consolaba el hecho de qusu prometido exhibía en su compromiscon el deporte perseverancia, empeño ambición, cualidades de las que carecí
en el trabajo en la granja de ovejas de sfamilia. Al menos de eso se quejaba ecapitán Butler, su padre. La madre dOliver encontraba lógico que su hijo s
actase de ser caballero y no granjero.
‒El arte reside en no remaexactamente al mismo tiempo
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proseguía Oliver‒. El jefe tira un pocantes que el segundo. De ese modo sdisminuye el tambaleo que se produc
cuando...
Mientras Linda reprimía un bostezoCarol asentía diligente e intentab
concentrarse más en la agradable modulada voz de tenor de Oliver que esus palabras. Amaba la voz del joven
así como su esbelta figura, su cabellnegro y rizado, su rostro de rasgoaristocráticos y sus expresivos ojocastaños bajo unas espesas pestañas. E
ese momento brillaban de emoción, pera Carol también le gustaban cuando soscurecían dulcemente o se abstraían ealguna ensoñación, lo que ocurría co
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más frecuencia. En tales ocasionesLinda solía decir irrespetuosamente quOliver estaba medio dormido o apático.
En su aspecto, el prometido de Carose parecía mucho a su madre, unbelleza fuera de lo común procedente d
os mejores círculos de la sociedanglesa. Los padres de Carol y Lind
siempre se preguntaban con desdén
cómo el tosco capitán Butler habíconseguido convencer a la mimada ladDeborah para que emigrara a su granjde ovejas recién fundada en Nuev
Zelanda. Era posible que DeboraButler simplemente se hubiermaginado de otro modo muy distinto s
vida como «baronesa de la lana» en la
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vastas llanuras de Canterbury salpicadade granjas dispersas. En cuanto a la viden el campo, debía de haber pensad
más en cacerías, comidas campestres fiestas en jardines que en dar de comer pastores, controlar el esquileo de laovejas y recibir las visitas más bieescasas de sus alejados vecinos.
En Nueva Zelanda había poca
nvitaciones para tomar el té, la gentsimplemente solía servir café en lacocinas comedor. Las conversacionegiraban menos en torno al cuidado de la
rosas que acerca del adiestramiento dperros y cruces entre ovejas merino romney. Sobre estos temas discutíaambién en ese momento el marido d
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Deborah y Catherine Rat, la madre dLinda. Catherine, a quien para espantde Deborah todo el mundo llamaba Cat
se había dirigido enseguida al cobertizde esquileo, tras saludar a la señora da casa y dejar a Linda bajo su custodia
Había rechazado amablemente pero coresolución la invitación a tomar el té.
‒A lo mejor luego tomo una taza
antes de marcharnos. Pero ahora eurgente que hable con su marido, señorButler. A causa de ese joven carnero. Yuego tenemos que marcharnos. Georgi
nos llevará. No contamos con muchiempo.
El barquero proveía de mercancías
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as granjas junto al río Waimakariri repartía también el correo. Esa mañanhabía llevado a Cat y a las dos chicas
casa de los Butler; era la únicposibilidad de recorrer el trecho entrRata Station y Butler Station en un díaEl trayecto a caballo duraba al menodos días, pese a que el camino que sextendía a lo largo del río estaba yaplanado y pavimentado. Unía Rat
Station con las granjas de los hermanoRedwood y los Butler, así como con donuevas colonias fundadas más al norteEn general, a Cat no la molestaba esta
dos días de viaje y pernoctar edistintos lugares. Aprovechaba loportunidad para charlar. Pero en lactualidad, estaban en pleno esquileo
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Las últimas ovejas madre parían y en lagranjas tanto hombres como mujereenían mucho que hacer. Únicament
Deborah Butler, a quien nunca se lhabría ocurrido acercarse a una ovejaenía tiempo en octubre para organiza
una relajada tea party en su cuidadoardín.
Linda se preguntaba qué pensaría e
capitán Butler de esa vida parasitariaEl viejo lobo de mar, que antes dnvertir su dinero en la cría de ovejas s
había enriquecido siendo capitán de u
ballenero, todavía parecía, tras veintaños de matrimonio, locamentenamorado de su hermosísima esposaTodo en Butler Station daba testimoni
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de tal delirio de amor. La casa señoriano estaba amueblada de forma modesta práctica como las casas de Rat
Redwood Station, sino que parecía mábien un castillo. Para el cuidado de loardines se había recurrid
expresamente a un especialista inglés en los establos se guardaban sensiblepurasangres en lugar de caballos márobustos y pequeños ejemplares de raza
cruzadas. Era evidente que el capitáButler trataba a su esposa como uncriatura de lujo similar a sus caballospero no así a su hijo. Si fuera por s
padre, Oliver estaría trabajando en locobertizos de esquileo en lugar de estasentado tomando el té con su prometidahablando sin parar de regatas.
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‒¡Y ahora deja de aburrir a laseñoritas, Oliver!
Deborah Butler apareció por erecortado césped seguida de una jovemaorí con uniforme de sirvienta inglesque llevaba en una bandeja el servici
de té y unas pastas. La señora Butlevestía un elegante vestido de tarde azuclaro con un cuerpo ceñido, chaquetit
bolero y crinolina. Un encaje de colocrema adornaba el borde de la falda, eescote, las mangas y la chaquetaDeborah se había peinado el espes
cabello oscuro hacia atrás, apartado derostro y sujetado con una redecilla dcolor crema. Como siempre, su aspectcorrespondía al de una perfecta lady
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Tanto Linda como Carol siempre ssentían mal con sus sencillas faldas blusas en presencia de Deborah. Y es
que Carol se había esforzado poarreglarse. Su blusa blanca de muselinestaba adornada con los bramantes azuoscuro de rigor. Había renunciado a lcapa a juego pues al sol ya hacía ucalor primaveral. Se había recogido ecabello rubio y brillante en u
complicado peinado, Linda la habíayudado a trenzarlo y a anudarle unacintas azul oscuro que conjugaban con lblusa y la falda. De hecho, el resultad
podría haber satisfecho a Deborah, perodespués de horas de viaje en barco aaire libre, algunos mechones se lhabían soltado. Los rizos revoloteaba
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por consiguiente alrededor del hermosrostro de Carol. Oliver la encontrabarrebatadora, mientras que su madre l
contemplaba con desaprobación.
La severa mirada de Deborah Butleera inmisericorde al juzgar el aspecto d
Linda. Después de aconsejar y ayudar una nerviosa Carol a elegir la ropa y epeinado, no le había quedado tiemp
para embellecerse a sí misma. Lindlevaba una blusa azul y una falda gris, se había recogido el cabellsimplemente en la nuca. Esto habí
ofrecido al viento más posibilidades dataque que las trenzas de Carol. Tambiéalrededor del rostro de Lindrevoloteaban unos mechones rubios.
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Ambas jóvenes pasaban sin esfuerzpor mellizas, las dos cumpliríadieciocho años en mayo y tenían grande
ojos azules, los de Carol algo máoscuros y expresivos, los de Linda de uazul más claro y más dulces. Estaban upoco demasiado juntos y, al igual quos labios carnosos, eran herencia de s
padre común, Ottfried Brandman. Lmayoría de los hombres no podí
apartar los ojos de los sensuales labiode Carol y Linda. El rostro de Carol ermás delgado y el de Linda más bieoval. Pero uno percibía todo eso cuand
miraba con atención. A primera vistapesaba más la impresión de que las dohermanas se parecían muchísimo.
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‒¿Qué tal le va con sus trabajomanuales, miss Carol? ‒preguntcortésmente Deborah Butler, mientra
servía el té a las dos jóvenes. Siguienda costumbre inglesa, ella misma s
encargaba de hacerlo personalmente. Lchica maorí no tenía otra tarea que la dquedarse de pie a cierta distancia esperar nuevas órdenes‒. ¿Se las apañbien con el dibujo?
Carol asintió inquieta. Su futursuegra la había introducido unasemanas antes en el arte del petit poin
El ribete en que estaba trabajandadornaría más tarde su traje de noviaPero por desgracia, Carol no mostrabni talento ni disposición para las labore
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de primor y por mucho que se cepillaras manos, si había manipulado todo e
día riendas de caballos y correas d
perros, si había tocado lana de oveja almohazado caballos, por las más finaestrías de sus dedos y bajo las uñaodavía quedaba suciedad que teñía d
gris el ribete en lugar de hacerlresplandecer con distintos matices colocrema.
Por fortuna, Linda siempre layudaba. Era un poco más casera que shermanastra y, sobre todo, mucho má
paciente... cuando no se trataba de estaescuchando discursos interminablesobre regatas.
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‒Por desgracia tengo muy pociempo para bordar ‒respondió co
franqueza Carol‒. Colaboro en lo
rabajos de la granja y por la nochestoy cansada. Además, es mejor la ludiurna para esta labor tan refinada.
Deborah Butler hizo una mueca.
‒Sin duda que sí ‒convinamablemente‒. Aunque no entiendo poqué una señorita tiene que andaajetreada ocupándose de ovejas y perropastores. Quiero decir que... No teng
nada en contra de que monte usted upoco a caballo, de que tenga un perrito.Por Dios, yo tenía un gatito cuando erpequeña, eso puede ser monísimo. Per
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mi marido me ha contado que ha ganadusted el concurso de perros pastores dChristchurch...
Al hacer esta observación, Deboraadoptó de nuevo un gesto ddesaprobación, mientras Carol asentí
resplandeciente y buscaba a su collicon la mirada. Estaba orgullosa de lperra tricolor Fancy, un animal de pur
raza criado por los Warden de KiwarStation. Chris Fenroy solía afirmar quancy había costado una fortuna, pero
que valía cada uno de los céntimos qu
se había gastado en ella y que en lopróximos años se convertiría en lmadre de toda una camada propia dRata Station.
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‒Cuando viva aquí con nosotroendrá más tranquilidad para dedicarse areas femeninas ‒prosiguió Debora
Butler, antes de que Carol llegara contestar‒. En ningún caso permitiré qumi marido involucre en las tareas de lgranja a la esposa de Oliver. Commiembro de la familia Butler tiene ustedeberes de representación. Me refiero que... no se habla porque sí de lo
barones de la lana.Linda y Carol intercambiaron un
mirada furtiva y casi se habrían echad
a reír. Los deberes de representación duna baronesa de la lana en las llanurade Canterbury se reducían a acompañaa su marido una vez al año a la reunió
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de los criadores de ovejas que scelebraba en Christchurch. Allí sencargaba de que este no s
emborrachara hasta perder el sentido ea cena del White Hart Hotel. L
anterior existencia de muchos baronede la lana, como cazadores de ballenas de focas, era poco representativa, y nera del agrado de las damas quempezaran a rememorar, ya borrachos
sus experiencias durante la solemncena de clausura de la reunión dcriadores.
‒Me gusta trabajar con los perros defendió Carol la forma de vida quhabía llevado hasta entonces. No siguiópues en ese momento Cat Rat apareci
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en el jardín.
‒¿Podría tomar una taza de té rápid
ahora, señora Butler? ‒preguntsonriendo y deslizando la mirada por lextensión de césped.
En ese lugar se habían convertido casdos hectáreas del pastizal original en uardín y, excluyendo un haya del sur qu
Deborah Butler toleraba por la sombrque proyectaba, no había ni una solplanta autóctona de Nueva ZelandaDeborah y sus jardineros habían puest
oda su energía en eliminar hasta loubicuos matorrales de rata, que no soldaban el nombre a la granja de Cat, sinhasta al apellido de la mujer. Cat habí
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crecido sin familia; Suzanne, su madrbiológica, era una prostituta adicta aalcohol que se vendía en una estació
ballenera y que ni siquiera recordabsus apellidos. Tampoco habíconsiderado importante dar un nombrde pila a su hija. Ala niña la llamabasimplemente Kitten, «gatita».
Ya hacía tiempo que Cat lo habí
superado. Había huido a los trece añode la estación ballenera y luego habívivido unos años con una tribu maordonde había recibido el nombre de Pot
«gata». La esposa del jefe tribal sanadora, Te Ronga, que más tardmoriría en el incidente de Wairau, lhabía adoptado. Cat la consideraba s
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auténtica madre.
‒Qué jardín más bonito ‒observ
cortésmente‒. Aunque algo... raro. Soasí en Inglaterra, ¿verdad?
Deborah contestó afirmativamente
mirando a Cat de forma tan crítica comesta antes había contemplado el jardínSi no hubiera sido tan educada, habríelegido las mismas palabras pardescribirla: muy bonita, pero raraCatherine Rat era una mujer que atraía latención, aunque no hacía nada po
mejorar su aspecto. Al contrario, segúa escala de valores de Deborah ibvestida de forma sumamente desaliñadaCat llevaba un vestido marrón de cotó
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de corte muy sencillo y totalmentnapropiado para un civilizado té de larde. Debajo no llevaba crinolina
Deborah temía que posiblemente nuviera ninguna.
Claro que una crinolina habría sid
muy poco práctica para trabajar en lgranja y, precisamente ese día, parviajar en el bote, y Deborah casi habrí
podido