El romanticismo francisco de goya y lucientes

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(1746 1828) Francisco de Goya y Lucientes

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(1746 – 1828)

Francisco de Goya y Lucientes

El Primer Goya

Aunque pertenece a la generación del neo-

clasicismo, la ignora y prescinde de esta estética

para investigar sobre unos problemas plásticos

distintos y nuevos.

El arte goyesco supone, asimismo, el comienzo

de la Pintura contemporánea, y se considera

precursor de las vanguardias pictóricas del siglo

XX.

Su producción plástica se ubica en un nuevo

mundo visual creado por el.

No hay normas, modelos apriorísticos, ni épocas

ideales a imitar.

No es de cuidadoso desarrollo.

Demasiado vital, su búsqueda y resultados

artísticos no pueden ser lineales.

Formación

Francisco Goya Lucientes nació en 1746 en el

seno de una familia de mediana posición social

de Zaragoza, que ese año se había trasladado al

pueblecito de Fuendetodos, situado a unos

cuarenta kilómetros al sur de la capital, en tanto

se rehabilitaba la casa donde vivían.

Su padre era un artesano de cierto prestigio,

maestro dorador, cuyas relaciones laborales sin

duda contribuyeron a la formación artística de

Francisco.

A la edad de diez años, ya comenzados sus

estudios primarios probablemente en los

Escolapios de Zaragoza, la familia atravesó

dificultades económicas que pudieron obligar al

jovencísimo Goya a ayudar con su trabajo a

superar la crisis.

Quizá este hecho explique que su ingreso en la

Academia de Dibujo de Zaragoza, dirigida por

José Luzán, no se produjera hasta 1759, una

edad (trece años) algo tardía para lo que era

habitual.

Se han atribuido a esta etapa algunos cuadros de

tema religioso que acusan el estilo barroco tardío

napolitano de su primer maestro, que se puede

percibir en Sagrada Familia con San Joaquín y

Santa Ana ante el Eterno en gloria, datada entre

1760 y 1763.

Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana ante el Eterno en

gloria

hacia 1789.

Tuvo acercamiento al pintor Francisco Bayeu —

con cuya familia tenían parentesco los Goya—,

que había sido llamado a Madrid en 1763 por

Mengs para colaborar en la decoración del

Palacio Real de Madrid.

En diciembre de 1764 un primo de Bayeu casó

con una tía de Goya. Es muy probable que el

pintor de Fuendetodos se trasladara a la capital

de España por estas fechas en busca de

protección y nuevo maestro, como indica el

hecho de que Goya se presentara en Italia en

1770 como discípulo de Francisco Bayeu.

Tras los dos intentos frustrados de obtener apoyo

material para llevar a cabo el obligado viaje para

estudiar a los maestros italianos in situ, Goya,

con sus propios recursos, parte hacia Roma,

Venecia, Bolonia y otras ciudades italianas,

donde consta su aprendizaje de la obra de Guido

Reni, Rubens, El Veronés o Rafael, entre otros

grandes pintores.

Acerca de su recorrido y actividades durante este

viaje de estudios existe un valioso documento, un

álbum de apuntes denominado Cuaderno

italiano, que inaugura una serie de cuadernos de

bocetos y anotaciones conservados en su mayor

parte en el Museo del Prado. Estos álbumes se

distinguen con una letra que va de la A a la H y

que marca un orden cronológico.

En ellos se encuentra el grueso de los dibujos de

Goya, una expresión muy valiosa de su arte por

la libertad y rapidez con que están ejecutados.

En este terreno, sin embargo, es el Cuaderno

italiano el más convencional, pues supone un

cuaderno de trabajo, de ejercicios, más que un

corpus de obra original.

Anibal vencedor contempla Italia desde los Alpes. Dibujo

preparatorio en el Cuaderno Italiano, 1771.

Cuaderno italiano, p. 45 – Mascherone.

En Parma concursa en una convocatoria

pictórica, con tema obligado de género histórico,

en la que, si bien no obtuvo el máximo galardón,

sí una mención especial del jurado.

Su Aníbal vencedor contempla por primera vez

Italia desde los Alpes muestra cómo el aragonés

se ha despojado de las convencionales

composiciones de estampa devota aprendidas de

José Luzán y del cromatismo tardobarroco (rojos,

azules oscuros e intensos y glorias anaranjadas

como representación de lo sobrenatural religioso)

para adoptar una invención más arriesgada,

inspirada en los modelos clasicistas, así como

una paleta de tonos pasteles, rosados, suaves

azules y grises perla.

Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes,

aprox. 1770

Goya en Zaragoza

Goya ha asumido con esta obra la estética

Neoclásica, recurriendo a la alegoría mitológica

en figuras como el minotauro que representa las

fuentes del río Po o la Victoria laureada bajando

del cielo en el carro de la Fortuna.

Ya en 1771, Goya vuelve a España, quizá urgido

por la enfermedad de su padre o por haber

recibido el encargo de la Junta de Fábrica del

Pilar de realizar una pintura mural para la bóveda

del coreto de la capilla de la Virgen.

Decora con un gran fresco que terminó en 1772,

―La adoración del nombre de Dios‖, la bóveda del

coreto de la Basílica del Pilar, obra que satisfizo a

la Junta de Fábrica del templo.

Inmediatamente emprende la realización de las

pinturas murales de la capilla del palacio de los

condes de Sobradiel, conjunto de pintura

religiosa que fue arrancado en 1915 y dispersado

en piezas que se conservan en su mayor parte

en el Museo de Zaragoza. Destaca el que fue el

techo, El entierro de Cristo, que se puede

contemplar en el Museo de la Fundación Lázaro

Galdiano.

El mayor empeño lo constituye el conjunto de

pinturas de la iglesia de la Cartuja del Aula Dei de

Zaragoza, un monasterio situado a una decena

de kilómetros a las afueras de la ciudad.

Lo conforma un friso de grandes pinturas al óleo

sobre muro que relata la vida de la Virgen desde

sus antecedentes familiares (San Joaquín y

Santa Ana) hasta la Presentación de Jesús en el

templo.

El esfuerzo culminó en 1774 y es muestra de la

capacidad de Goya para este tipo de pintura de

carácter monumental, que fue resuelto con

formas rotundas y pincelada enérgica.

Nacimiento de la Virgen. Fresco de la Cartuja Aula Dei de

Zaragoza (detalle), 1772.

Goya en Madrid (1775–1792)

A finales de 1774, posiblemente gracias a la

influencia de su cuñado, Goya es llamado por

Mengs a la corte para trabajar como pintor de

cartones para tapices.

El 3 de enero de 1775 emprende el viaje a

Madrid, donde comenzó una etapa que le llevaría

a un trabajado ascenso social como pintor real,

no exento, sin embargo, de puntuales

decepciones.

La confección de tapices para las dependencias de

la realeza española había sido un empeño de los

Borbones que se ajustaba al espíritu de la

Ilustración, pues se trataba de una empresa que

fomentaba la industria de calidad.

A partir del reinado de Carlos III, las estampas se

esforzarán por representar motivos españoles, en

línea con el pintoresquismo vigente en los

sainetes teatrales de Ramón de la Cruz o las

populares estampas grabadas por Juan de la

Cruz Cano y Olmedilla, Colección de trajes de

España tanto antiguos como modernos (1777-

1788), que tuvieron una enorme repercusión.

Para llegar al tapiz había de elaborarse un

modelo previo en cartón, que servía de base en

el telar y que reproducía un lienzo de alguno de

los pintores secundarios que elaboraban bocetos

y luego cuadros para tal fin.

Entre estos figuraban José Camarón, Antonio

González Velázquez, José del Castillo o Ramón

Bayeu; todos ellos bajo la dirección de Francisco

Bayeu y Mariano Salvador Maella, y en última

instancia, por Anton Raphael Mengs. Este fue

además el rector del gusto neoclásico en

España, aunque solo pudo ocuparse

personalmente, en el periodo en que trabajó

Goya, de la dirección de la Real Fábrica de

Tapices entre 1775 y 1776, fecha en la que parte

hacia Roma.

Goya comienza su labor, menor como pintor,

pero importante para introducirse en los círculos

aristocráticos, con la dificultad añadida de

conjugar el Rococó de Tiépolo y el Neoclasicismo

de Mengs para alcanzar el estilo apropiado para

unos cuadros destinados a la decoración de las

estancias reales, donde primaba el buen gusto y

la observación de las costumbres españolas;

todo ello, además, dotando a la escena de

encanto no exento de variedad en la unidad.

No es aún realismo pleno —si bien algunos de

sus óleos para cartones denotan verismo, como

La nevada (1786) o El albañil herido (1787)—,

pero sí fue necesario alejarse tanto del barroco

tardío de la pintura religiosa de provincias como

del ilusionista Rococó, inadecuado para obtener

una impresión de factura «del natural» (como

pedía siempre el pintoresquismo).

Nevada, 1786.

El albañil herido, 1786-87

También era necesario distanciarse de la

excesiva rigidez academicista del Neoclasicismo,

que no favorecía la narración y la vivacidad en la

anécdota requerida en estas imágenes de

costumbres, protagonizadas por tipos populares

o aristócratas disfrazados de majos y majas,

como se puede apreciar en La gallina ciega

(1789).

La gallina ciega, 1789 (Rococó)

Lo pintoresco necesita que el espectador sienta

que el ambiente, los tipos, los paisajes y escenas

son contemporáneos, cotidianos, como los que

puede contemplar él mismo; pero a la vez, la

vista debe ser entretenida y despertar la

curiosidad, pues de lo contrario carecería de

interés.

Por otro lado, el realismo capta el motivo

individualizándolo; los personajes de la pintura de

costumbres son, en cambio, tipos representativos

de un colectivo.

La actividad de Goya para la Real Fábrica de

Tapices se prolongó durante doce años, de 1775

a 1780 en un primer quinquenio de trabajo y de

1786 hasta 1792 (otros siete años), año en que

una grave enfermedad, que le provocó su

sordera, lo alejó definitivamente de esta labor. En

total realizó cuatro series de cartones.

Retratista y académico

Desde su llegada a Madrid para trabajar en la

corte, Goya tiene acceso a las colecciones de

pintura de los reyes, y el arte del aragonés tendrá

en la segunda mitad de la década de 1770 un

referente en Velázquez.

En 1778 publica una serie de grabados al

aguafuerte que reproduce cuadros de Velázquez.

La colección fue muy bien recibida, pues la

sociedad española demandaba reproducciones

de las poco accesibles pinturas de los sitios

reales.

También en sus cuadros Goya aplica los

ingeniosos toques de luz velazqueños, la

perspectiva aérea y un dibujo naturalista, visibles

en el retrato de Carlos III cazador (hacia 1788),

cuyo rostro arrugado recuerda el de los hombres

maduros del primer Velázquez.

Carlos III, Cazador. 1786

En 1780, es nombrado por fin académico de

mérito de la Academia de San Fernando. Con

motivo de este acontecimiento pinta un Cristo

crucificado de factura ecléctica donde muestra su

dominio de la anatomía, la luz dramática y los

medios tonos, en un homenaje que recuerda

tanto al Cristo de Mengs, como al de Velázquez.

Cristo Crucificado, 1780

A lo largo de toda la década de 1780 entra en

contacto con la alta sociedad madrileña, que

solicita ser inmortalizada por sus pinceles,

convirtiéndose en su retratista de moda.

La familia del infante don Luis de Borbón.

Los duques de Osuna y sus hijos, 1788.

La proporción de las figuras es más reducida,

con lo que se destaca el carácter teatral y rococó

del paisaje. La naturaleza adopta un carácter

sublime («Lo Sublime» del paisaje era una

categoría definida por entonces en las

preceptivas estéticas).

Se aprecia la introducción de escenas de

violencia o desgracia, como sucede en La caída,

donde una mujer acaba de desplomarse desde

un árbol sin que sepamos de la gravedad de las

heridas sufridas, o en el Asalto de la diligencia,

donde vemos a la izquierda un personaje que

acaba de recibir un disparo a bocajarro mientras

los ocupantes de un carruaje son desvalijados

por una partida de bandoleros.

La conducción de un sillar

En ―La conducción de un sillar‖, de nuevo

destaca lo innovador del tema, el trabajo físico de

los obreros de las capas humildes de la

sociedad.

Esta preocupación incipiente por la clase obrera

habla no solo de la influencia de las

preocupaciones del Prerromanticismo, sino

también del grado de asimilación que Goya había

hecho del ideario de los ilustrados que frecuentó.

La década de los noventa (1793–

1799)

En 1792 presenta un discurso en la Academia

donde expresa sus ideas respecto a la creación

artística, que se aleja de los supuestos idealistas

y de las preceptivas neoclásicas vigentes en la

época de Mengs para afirmar la necesidad de

libertad del pintor, que no debe estar sujeta a

estrechas reglas.

Según sus ideas «la opresión, la obligación servil

de hacer estudiar y seguir a todos el mismo

camino es un obstáculo para los jóvenes que

profesarán un arte tan difícil». Es toda una

declaración de principios a favor de la

originalidad, de dar curso libre a la invención y un

alegato de carácter decididamente prerromántico.

A fines de 1792 Goya se encuentra en Cádiz

hospedado por el industrial Sebastián Martínez

(de quien hace un excelente retrato), para

recuperarse de una enfermedad, posiblemente

saturnismo, una progresiva intoxicación de plomo

que era habitual en pintores.

En enero de 1793 Goya se encuentra encamado

y su estado es grave; en marzo comienza la

mejoría, pero le dejó como secuela una sordera

de la que ya no se recuperará. No tenemos más

noticias suyas hasta 1794, año en que el pintor

envía a la Academia de San Fernando una serie

de cuadros «de gabinete».

Los cuadros a que se refiere son un conjunto de

obras de pequeño formato entre los que se

encuentran ejemplos evidentes de Lo Sublime

Terrible: Corral de locos, El naufragio, El

incendio, fuego de noche, Asalto de ladrones e

Interior de prisión.

Sus temas son ya truculentos y la técnica

pictórica es abocetada y plena de contrastes

lumínicos y dinamismo. Estas obritas pueden

considerarse el inicio de la pintura romántica.

Asalto de Ladrones, 1794.

A pesar de que se ha insistido en la repercusión

que para el estilo de Goya ha tenido su

enfermedad, hay que tener en cuenta que ya

había pintado motivos similares en el Asalto de la

diligencia de 1787.

Sin embargo, incluso en este cuadro, de similar

motivo, hay notables diferencias. En el pintado

para la quinta de recreo de la Alameda de Osuna,

el paisaje era amable y luminoso, de estilo

rococó, y las figuras eran pequeñas, por lo que la

atención del espectador no reparaba en la

tragedia representada hasta el punto en que lo

hace en el Asalto de ladrones de 1794, donde el

paisaje es ahora árido, la víctima mortal aparece

en escorzo en primer término y las líneas

convergentes de las escopetas hacen dirigir la

mirada hacia el hombre suplicante que se ve

amenazado de muerte.

Gracias.