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EL ROMANTICISMO EN LA POESÍA CASTELLANA CÉSAR VALLEJO Ediciones elaleph.com

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E L R O M A N T I C I S M OE N L A P O E S Í A

C A S T E L L A N A

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Ediciones elaleph.com

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EL ROMANTICISMO EN LA POESIA CASTELLANA

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Señor Rector,Señores Catedráticos,Señores:

Hace más de una centuria que la mentalidad ger-mana echó las bases de la ciencia crítica en el Arte.Los hermanos Schlegel, que sin disputa representanesta epifanía, tienen la gloria de haber fundado deeste modo, el mejor instrumento con el que ennuestros tiempos se registran científicamente lasdiversas manifestaciones del arte bello.

Desde entonces la crítica artística ha dejado deser el ligero análisis de las formas y la observaciónmás o menos incompleta de una determinada mane-ra de la técnica, para convertirse en el juicio amplioy profundo, resultado de una visión científica hechaa través de un prisma, de cuyas múltiples facetas,concurren en armoniosa teoría, muchas luces a una

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alta y vigorosa conclusión. Queremos decir con es-to, que el crítico es hoy el maestro que corrige, elcincel que lima las obras de otras actividades, peroque corrige y lima conforme a los modelos que, afuerza de un ansioso trabajo de perfeccionamiento,ha logrado obtener como ideales.

Y no parezca hipérbole el atribuir a la criticacontemporánea esta elevada misión integrativa y demejora, si de antemano nos descartamos de creercon algunos publicistas didácticos, que el arte criticono tiene influencia modificativa sobre la obra quejuzga.

Toda ciencia como todo hombre, todo pensa-miento como todo mecanismo, pueden aportar unrayo más de luz o algún contingente de fuerza pro-gresiva para que la vida avance por horizontes másbrillantes en el camino de la civilización; o al contra-rio, pueden constituir un elemento negativo de pro-greso, que en último examen, es una corrienteestática. Y como para los fueros de la experiencia,base de toda ciencia, es necesario apreciar en todotrabajo lo que en justos términos, importe de algúnmodo los intereses del esfuerzo común; de ahí larazón de la existencia de los valores del espíritu, deahí la necesidad de poner en transparencia la labor

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humana, con el objeto de precisar en qué grado y enqué sentido ejerce influjo en la grandiosa obra uni-versal. Y he aquí el importante papel de la Crítica.

Hasta antes de la revolución romántica no ha ha-bido verdadera sanción en materia literaria, en todosse sintieron como iluminados por el Espíritu Santode la mentalidad pagana, y todos los que escribíaneran poetas, oradores, novelistas o autores dramáti-cos, pero ninguno quiso criticar. Y es que en unaépoca tan brillante para las letras europeas, un apa-cible ambiente de optimismo y de fe en los destinoshumanos, acariciaba los corazones: todo lo que sehacía era o debía ser bueno, y no había nada dignode censura en literatura. Más tarde el neo-clasicismodel siglo XVIII no podía ofrecer, por la naturalezamisma de su sistema una opinión imparcial sobrelabor alguna en poesía; era demasiado académico einexorable en su preceptiva, y este prejuicio no lepermitía encontrar en concepciones libres o querepresenten alguna innovación, nada que fuera bue-no. Y de este modo, hacia fines de aquella centuria,esta carencia de espíritu crítico tolerante y autoriza-do, con más o menos idénticos caracteres, era gene-ral a las más avanzadas literaturas de Europa.

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Faltaba, pues, entonces la acción benéfica de lacrítica verdaderamente científica; pues el espírituanalítico del siglo de Luis XIV no fue sino, como loafirma Le Bon en su obra Psicología de las Revoluciones,la tempestad que tala y destruye, cuya acción fertili-zante sólo floreció mucho tiempo más tarde, cuan-do después de la epopeya napoleónica, bajo el irisde la paz, remozada la humanidad, empieza a vivirde nuevo, y las ciencias, la filosofía y el arte tomanpor mejores derroteros, cuando el espíritu empiezaa pensar sobre la suerte de los pueblos y sobre todolo que ha hecho en los siglos pasados a favor de subienestar y progreso. Estalla entonces el movi-miento de autonomía romántica en el arte, y se le-vanta, como lógica consecuencia, la Críticaocupando el sitio que le corresponde en la literatura.

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IORIGEN DEL ROMANTICISMO

E1 genial Taine ha dicho: «La obra literaria es elproducto necesario de cierto número de causas ge-nerales y permanentes que se pueden reducir a tres:la raza, el medio y el momento. Hay una re-laciónconstante entre el estado de alma que produce lasíntesis de la raza, del medio y del momento, y elcarácter general de las producciones literarias queexpresan ese estado de alma.»

Sometiéndonos a este principio, vamos a estudiaresa triple virtualidad generadora en el espíritu espa-ñol, para darnos la explicación de la génesis de laescuela romántica. Mas, es necesario no olvidar queaquellas tres entidades creadoras, citadas por el sa-bio francés, entrañan en sus términos sintéticos to-da una nebulosa de motivos, que nosotros hemos

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procurado examinar pacientemente, para hacerosuna exposición sucinta, pero minuciosa y clara en loposible.

ELEMENTOS PROVENIENTES DE LARAZA

La raza española cumpliendo leyes fatales deevolución y de vida, llegaba a un período de desa-liento hacia el siglo XVIII, desaliento enraizado enel excesivo trabajo de las edades pasadas. Si regis-tramos el papel que en ese tiempo ha desempeñadoen el escenario de la civilización, si valuamos sucontribución al desenvolvimiento humano, no sedesmiente lo dicho: las manifestaciones sensibles deaquella época de su vida, todas expresan una visiblepostración moral e intelectual, como indolente can-sancio de las fiebres heroicas de su virilidad y de lasexaltaciones pensantes de su juventud de oro.

Mientras en esta raza latió en toda su fuerza elenérgico espíritu de los bárbaros, luchó en la EdadMedia contra la invasión árabe en una gloriosa cru-zada de religión y patriotismo, y llevando más tardesu pabellón a la proa de las naves de Colón con

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rumbo al descubrimiento de América, este pueblobatió entonces, entre todas las naciones del mundo,el récord de brillante y fecunda actividad. En armo-niosa comunión con este elemento de carácter, lasangre latina vibrando en profundos esfuerzos deespeculaciones filosóficas y sublimes creaciones dearte, rodeó al espíritu español de sólidos títulos desuperioridad intelectual, esparciendo ante la historia,luces tan bellas, que hacen honor a la especie hu-mana.

Pero las preponderancias tienen su fin: cuando sedebilitan los mecanismos internos y profundos en lamédula misteriosa de la vida, las fuerzas creadorasse tornan en estériles convulsiones de esfuerzo yacción, y el fósforo del cerebro también languidece.La historia puede ofrecernos muchos ejemplos deestas alternativas de decaimiento y pujanza en lospueblos; y sólo aceptando esta verdad es como seexplica el nacimiento, transformaciones y muerte detantas razas que han pasado por el escenario delglobo. El eminente sabio Le Bon ha probado que laraza ejemplifica exactamente las mismas operacio-nes de la vida; y desde que cada individuo comocélula del gran organismo ético a que pertenece, na-ce, crece y muere ¿por qué el todo organizado no ha

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de nacer, crecer y morir también, cuando la econo-mía humana está sujeta a las variaciones de fuerzavital que en el laboratorio soberano, origina el com-plejo concurso de mil diversas entidades que elabo-ran la vida?

Las fuerzas procedentes del interior del espíritu,aquellas fuerzas permanentes de que nos habla elmismo Taine, cediendo al círculo perenne de poten-cias externas, cediendo a la acción del medio, habíasufrido variaciones de dirección en la raza española,habían sufrido una modificación plural en las inten-sidades de sus diversas manifestaciones: el serenopensamiento de Calderón de la Barca y de Fray Luisde León, aquel pensamiento claro, alto y tranquilo,propio de la edad viril de un pueblo, aparece carac-terizado por el desbocado vuelo de fantasía, y al sentidoreflexión sucede el instinto por los delirios. Y es quehay una ley psicológica en los hombres y las razas,consistente en que, al cesar el pensamiento razona-do y sereno de la edad madura, como corolario fatalvuelve el predominio de la fantasía sobre la razón,vuelven los poéticos sueños de los tiempos primiti-vos, y entonces el espíritu piensa por imágenes, co-mo diría Grenier. Por eso Goethe podía cantarestos hondos versos, cuando declinaban sus años:

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Tornáis de nuevo hermosas imágenes flotantesque dulce y melancólico un día os contemplé.¿Asiros y teneros podré feliz como antes?¡Aún vuela hacia vosotros el alma, cuando os ve!...

El mismo principio anteriormente citado, noslleva a encontrar en esta raza otra cualidad, cual es,la asombrosa sensibilidad que la caracteriza en el mismomomento histórico al que la referimos, pues estanota es uno de los elementos característicos de todoestado de febril agitación. De aquí que las menoresimpresiones, las más sutiles influencias ambientes,haciendo una huella profunda en el perenne hastíode la vida y el adentrarse a los latidos del corazón,creyendo encontrar en ellos, como un ritmo de con-suelo, la revelación divina de los últimos destinos delos hombres.

Sobre estos elementos existen otras inclinacionesfundamentales, que residen en el fondo permanentede la raza; tales son: el espíritu pasional que ha in-formado siempre todas sus creaciones artísticas, yque se muestra acentuado grandemente en los últi-mos tiempos; los arranques de valor y arroganciaque hacen del español un espíritu de acometividad y

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altanería ciegas; los sentimientos innatos del hom-bre, como el de la dignidad, el amor y la religión,que tienen en esta raza fuerzas profundas y caráctereminentemente ardoroso, al extremo de constituirlas más violentas pasiones, debiendo advertir queeste último elemento, propio de la raza latina, hatomado en el español más energía por la influenciade la cálida sangre de los árabes; y en último térmi-no, surge aquella predilección que le es fundamen-tal, por la belleza formal, su afecto a las líneasrobustas, las proporciones grandiosas y los coloresfuertes. Tales el temperamento lírico del romanti-cismo castellano; el idealismo de Don Quijote en-lutado por el negro pesimismo de Espronceda: unapoesía en que los ideales se buscan no ya con la se-renidad del corazón sano, condición importantepara las especulaciones ontológicas, sino con las alasde la imaginación ardiente, dócil instrumento de lasfuerzas emotivas. Por último, no debemos olvidarsobre todo esto, la facilidad con que acepta el espí-ritu español el advenimiento de nuevos sistemas queno se opongan a sus caracteres de raza, facilidad quepermitió a la escuela romántica su generación y de-sarrollo.

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Ahora bien: resumiendo estas consideraciones,veremos que la raza ha dado a la poesía románticalos siguientes elementos:

1º-El predominio de la fantasía, expresado poruna filosofía idealista.

2º-Un fondo de melancólico y exquisito senti-mentalismo.

3º-Refinada sensibilidad.4º-Predominio de los sentimientos de amor, ho-

nor, patriotismo y religión, traducidos en sublimespasiones, violencias de sangre y misticismos fanáti-cos.

5º-El instinto por la belleza de las formas y lo so-noro y grandioso.

6º-Como medio que facilitó el triunfo del ro-manticismo, el carácter vehemente y voluble de supsicología.

ELEMENTOS PROVENIENTES DELMEDIO

La naturaleza. -Sabido es que la vida humana estádeterminada en sus distintas manifestaciones inte-lectuales, por las funciones elementales biológicas.

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Resultado de éstas es la organización débil o vigoro-sa de las altas funciones cerebrales; siendo no me-nos cierto que aun en la idiosincracia especial decada pueblo, gran parte de los matices diferencialesque lo separan de los demás, son florescencias delpeculiar modo como está organizada su vitalidadpor la naturaleza circundante. Siempre hubo unacorrelación, sujeta a leyes perfectamente fijas, entrela obra del individuo y la acción del medio que leofrecen las condiciones del territorio y clima, jun-tamente con la realidad objetiva formada por losdemás hombres.

La península española por su situación geográfi-ca, es desde todo punto, favorable para las creacio-nes artísticas. Pocos pueblos entre los que estánsituados en tierras europeas, pueden encerrar en síuna fuente tan copiosa e intensa de inspiración.Sólo sería comparable con las maravillosas regionesdel Oriente y de Asia, regiones en donde parece quela mano del Creador hubiera sido más pródiga enderramar tanta sublimidad de colores y murmullos,tan pomposos encantos en las formas de la natura-leza, tantas y tan bellas matizaciones de sonido y deluz. La belleza natural en España, sustentada por lavibrante vitalidad profunda de las bajas latitudes,

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por un poderoso lenguaje, movido y majestuoso,grácil y solemne, cándido y sensual, pero siempreesencialmente expresivo e inquietante, la bellezanatural ibérica, decimos, puede considerarse comola India del continente europeo, como una fuentefecunda para la vida del arte. Ahí puede el artistahacer brotar como la bíblica vara de Moisés, con elconjuro divino de su sentido intuitivo y creador, losmás robustos raudales de inspiración. En el senomatriz de aquellas comarcas late la belleza perenne,abierta para todos los latidos del corazón, para to-das las idealidades humanas, en fin, para todas lasdiversas capacidades del gusto estético. Todas lasbellas artes pueden encontrar en ellas eternas fuen-tes de inspiración, tanto porque ahí son múltiples yvariadas las condiciones del material con que se daconcreción a las bellezas naturales suministra infi-nitas esencias, órdenes elevadísimos de ideas medu-lares para todo género de obras artísticas,especialmente para las de literatura.

Decía Oscar Miró Quesada que «las emocionesestéticas que la contemplación de la belleza produ-ce, sacuden y revuelven el espíritu profundamente,agitando las actividades psíquicas, sentimentales

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más ocultas; y siendo de este modo un poderosoreactivo para el alma».

Efectivamente: la belleza natural, como entidadenvolvente del dinamismo espiritual del hombre,como un sistema de influencias de modalidades máso menos duraderas, labra la materia humana ajus-tándola a moldes determinados, a estados perfecta-mente precisos, haciendo en este caso los oficios deuna verdadera educación. Las primitivas formaspues cumpliendo la ley del doble mecanismo des-tructivo y constructivo al mismo tiempo que se ope-ra en todo orden de procesos, son modificadas. Elmedio ambiente natural de España con su bellezaexuberante, como es de suponer, ejerce su más di-recta influencia en la imaginación. De ahí que acor-dando esta influencia a la predisposiciónfantaseadora de la raza, dé por resultado el calurosoarrobamiento de la mente, la fuerza instintiva hacialas lucubraciones del ensueño y los infinitos viajespor el país de la pura fantasía.

Este consorcio entre la facultad suprema del es-píritu español y el estímulo del medio a avivar esarepresentación en el desenfreno locuaz, desviandoun tanto serena ponderación del mecanismo inte-lectual, acarrea desde luego un descenso de capaci-

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dad de la razón, reduciendo el campo de este poderculminante del espíritu. Después de la ruptura de lasformas anteriores del pensamiento, la naturalezaorganiza un florecimiento de nuevos sistemas, denuevas orientaciones en la actividad consciente, ins-tituyendo una psicología en que la imaginacióncreadora influye poderosamente sobre la inteligenciadel hombre. De esta imaginación que penetra lasinterioridades de todas las existencias y todos losmecanismos y que traspasa los tiempos y el espacio,de esta importante calificación del espíritu, surgeuna nueva nota en la psicología española, cual es aladelantarse por acción intuitiva al conocimiento delfuturo, la visión lejana de las edades venideras de lavida y el sentimiento de los remotos destinos. Unafuerte poesía metafísica es hija de esta potenciaimaginativa, una poesía toda hecha de nostalgia, deañoranza por lo que se contempla en sueños y faltaen la realidad, una poesía cuyo rasgo sincrético es eltema del pasado y el eterno problema del futuro.

De otro lado, una naturaleza como la de España,esencialmente sugestiva, por razón de su mismasublimidad generosa que atrae, que encanta y robacontinuamente la atención, tiene por fuerza quemodificar la sensibilidad en el sentido de refinarla,

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de acostumbrarla a perturbarse con los más sutilesroces de las exterioridades, de educarla, en fin; y deaquí la importancia dada a las realidades objetivasmás insignificantes, como fuertes motivos de revo-luciones profundas en el pensamiento, produciendodesde luego, la inquietud del espíritu y la tensiónvolitiva encaminada a la acción creadora.

La exquisita sensibilidad origina, pues, una fer-mentación de la voluntad; y como según Scho-penhauer «bajo cualquier forma que se presente loscuidados que nos inspira una voluntad que no cesade ser exigente, llenan y agitan sin cesar la concien-cia y sin reposo verdadero no hay bienestar posi-ble», es consecuente deducir que el último resultadode esta sensibilidad refinada es la inquietud doliente,el hastío que es el elemento inseparable de la poesíaromántica.

La sociedad. -Hemos dicho que había una deca-dencia en el pueblo español en el siglo XVIII, y estomismo se confirma por lo que dice un reputadohistoriador de nuestros días, cuando deplora que«cuando pasó de este mundo Carlos II, hacía tiem-po que habían pasado la gloria y el ingenio de la na-ción española. No quedaban más que el territorio y

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la raza: esta última muy disminuida y muy desalen-tada».

Pues bien; el advenimiento de la Casa de Borbónal trono, constituye un acontecimiento de gran im-portancia para la suerte de la Península, porque lostres primeros reyes de esta dinastía hicieron la rege-neración de la sociedad española. Bajo la influenciade Francia, España se convirtió en un pueblo mo-delado en todo orden en las formas de la sociedadparisiense. Todo se afrancesó: desde las altas esferasintelectuales hasta el modo de vestir, pudiendo de-cirse que solamente el carácter nacional, cuyos fue-ros son sagrados por fuertes, subsistió. Estainfluencia francesa se fortificó con la abdicación deCarlos VI y con la guerra que antes de este aconte-cimiento, se había realizado entre ambos países,guerra que ha sido considerada por los historiadoresno como la simple oposición entre el principio mo-nárquico y la democracia, sino como la lucha entreel antiguo régimen social, político y religioso y losdiversos nuevos sistemas de organización que sur-gían de la Revolución francesa; y así el proselitismode las guerras de Napoleón dieron sus frutos con laConstitución de Cádiz, Constitución que representaen términos precisos el triunfo de la libertad del

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hombre individual y socialmente considerado. Poresto dice Le Bon y otros autores que fue esta re-forma un hecho natural en el curso de los siglos;porque el espíritu de libertad es esencialmente nece-sario al ser humano, como parte integrante de sunaturaleza.

Con esta Constitución se derribó el dogmatismoteológico, la metafísica escolástica que eran la filo-sofía tradicional de España, enfrentada a las cere-braciones nuevas que habían sido originadas por lasnecesidades de la época y a la nueva orientación quehabía tomado el pensamiento científico con loselementos de observación y experiencia ya descu-biertos; resultando de esta caída del despotismo in-telectual, el sistema de inteligencias libres y nuevasque, primero en las clases ilustradas y más tarde enla masa popular, constituyó con posteriores refor-mas y nuevas direcciones, el espíritu del pensa-miento español en el siglo XIX.

El catolicismo que había sido el fondo de la uni-dad de las leyes, carácter y costumbres de la socie-dad, en suma del ser colectivo en la Península,también se debilitó con el nacimiento del principiode la duda metódica cartesiana en el pensamientoespañol y cuando se empezó a meditar indepen-

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dientemente de toda escuela, no tomando ya comofuente de consulta los venerables infolios clásicos,sino los libros franceses, porque éstos eran la liber-tad del pensamiento, el racionalismo justo, como lasobras de Voltaire, Rousseau y otros.

La moral cristiana con sus devociones piadosas,con el terror de que rodeaba a la práctica de los sa-cramentos de la penitencia, la superstición sobretradiciones piadosas y la creencia en espíritus sobre-naturales que habitan la tierra; la moral cristiana,decimos, con todo el cortejo de exageraciones bíbli-cas, regía la sociedad cuyos principios morales, apesar de este riguroso fanatismo, atravesaban unperíodo de relajación, en que cedían el triunfo de loscaprichos de la pasión y la fuerza con mengua de losfueros de la virtud; sin que por esto desfalleciera elsentimiento de la fe cristiana que continuaba fuer-temente arraigado, lo que hiciera decir al padre Co-loma que todos los españoles se arrepentían antesde morir.

Bajo el punto de vista económico, España no go-zaba de completa holgura en su riqueza pública yprivada, pudiendo decirse que a raíz de la Indepen-dencia de América, se produjo en la Península unprofundo desasosiego por la bancarrota de sus fi-

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nanzas; ya sea por el atraso de la ciencia económicaimportante para dar una mejor orientación al fo-mento de las industrias y agricultura, o ya porqueaquello fuera la consecuencia lógica de pasadas disi-paciones económicas llevadas a cabo en ingentesproporciones con motivo de las guerras de religióny de sucesión. La actividad intelectual, por este mo-tivo, languidecía desde el punto de vista científico,ganando en cambio artísticamente; puesto que es unhecho comprobado por la historia de la literatura ypor las leyes fisio-psíquicas humanas, que la más altay sincera poesía es hija de la pobreza, que parece seruno de los reactivos más enérgicos para despertar lainspiración en las facultades más nobles del artista,generando en el espíritu la ternura sentimental máspura y elevada.

Y por esto podía cantar un poeta colombianoque:

A1 blando arrullo de opulenta cunano se mece jovial la poesía.

La Constitución de 1812, pues, había declaradosin duda muchas libertades para la sociedad y el in-dividuo; pero quedaban aún latentes en el espíritu

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social otras tantas convicciones y anhelos de dere-chos y libertades. Por esto, en más de la mitad delsiglo pasado ha continuado en España viviendo lavieja tendencia llamada el liberalismo, en que seagitan tantos sanos ideales de perfección individualy social, y que ha dado lugar a las diferentes revolu-ciones habidas en España y en las que han tomadoparte, como era lógico, casi todos los poetas.

Período de declaración de libertades y toleranciasen todo orden de relaciones, los primeros lustrosdel siglo XIX en que la tierra del Cid se levanta conun nuevo chispazo de luz en el cerebro y un impul-so entusiasta en el pecho, fue también generador dela libertad en el arte. ¿Y por qué no había de pene-trar la literatura este hálito fecundo de libertad queestallaba como un volcán del seno de los pueblos yse derramaba desde las orillas del Sena hasta la Tie-rra del Fuego en ultramar? Ya lo dijo Victor Hugo,el caudillo romántico francés, que el principio esen-cial del Romanticismo era la libertad.

Tal vez el Romanticismo no hubiera triunfadosobre las demás escuelas de literatura si no se pro-duce la Revolución francesa; de aquí que este mo-vimiento de tanta trascendencia en el terreno de losprincipios y en el orden de la naturaleza, hallando

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eco en la península española haya sido en parte lacausa eficiente y la única causa ocasional de la re-volución romántica contra el estrecho clasicismoreinante.

Nadie puede, pues, poner en duda que la escuelaromántica en España tiene sus más sólidas bases enla revolución filosófica del siglo XVIII, a cuyo soplose pulverizaron las columnas del antiguo organismosocial y tuvo su aurora el espíritu de libertad en elarte; reforma de la que tuvieron que brotar entremuchas nubes de dudas y remolinos de inquietud,los nuevos intereses, las nuevas necesidades, losnuevos derechos que se insinuaban enérgicos, ur-gentes, improrrogables, como fórmula de soluciónde la nueva vida de los pueblos. Estas fuerzasopuestas en el seno de las modernas sociabilidades,aquellas agitaciones en la sombra, penetraron en elalma individual, en busca de cristalización. Españasintió como los pueblos que más estos afanes por lanormalidad, la orientación y el ideal de la civiliza-ción moderna, e informada por el nuevo espíritusocial que hemos descrito ligeramente, surgió lapoesía romántica, a cuya generación y desarrolloconspiraron los siguientes factores provenientes delmedio.

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1º-El amor a la naturaleza, la tendencia a ver enésta la clave del misterio del mundo y a descubrir entodos y cada uno de los seres un pedazo del grantodo que es la Creación, dirigiendo el poeta sus inte-rrogaciones filosóficas a las leyes y mecanismosuniversales en que cree palpitar el mismo ritmo quepalpita en el espíritu humano.

2°-Como consecuencia de estas concepciones, laidea de su relación secreta e íntima, intensa e invisi-ble entre las bellezas naturales y las del espíritu.

3°-El espiritualismo filosófico que es uno de loscaracteres esenciales del Romanticismo.

4°-La fantasía ardorosa traducida en los proble-mas de metafísica y teología que son el fondo co-mún de las creaciones románticas.

5°-La sutileza en los motivos de inspiración quehace que de los más simples y vulgares incidentes,broten a torrentes las más grandiosas creaciones.

6°-La fecundidad en la producción artística.7°-Libertad en los motivos de inspiración contra

el sentido aristocrático del neo-clasicismo; y en latécnica formal, contra la preceptiva de Boileau.

8°-La hegemonía individual sobre la sociedad,que es también la nota esencial en el Romanticismo.

9°-Libertad en los ideales.

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10°-De las guerras con Napoleón surgió el sen-timiento fuerte del patriotismo, por lo que la tradi-ción y la Edad Media fueron los temas favoritos deinspiración, porque ahí se encuentra la edad heroicaespañola y su misticismo de leyenda.

11°-La superstición religiosa.12º-De la libertad del pensamiento, surge la duda

en los destinos del hombre y la conspiración contralos dogmas católicos, traducida en cierta irreligiosi-dad desesperada y el pesimismo.

13º-Lucha de sentimientos y pasiones intelectua-lizados en una orientación más amplia y filosófica.

14º-Ternura exquisita, y pasiones intelectualiza-dos en una orientación más amplia y filosófica.

15º-Como elementos comprensivo de todos losanteriores, el lirismo llega a la cúspide de su desa-rrollo en la poesía.

ELEMENTOS EXTRANJEROS

Aquella nueva psicología, aquellas nuevas fuentesde inspiración que hemos dicho caracterizaban alpueblo español, resultado de su raza, de la naturale-za y de las últimas renovaciones de su sociedad, ne-

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cesitaban una nueva fórmula artística dentro de cu-yas proporciones y dirección se trasuntaran en obrasliterarias. Esta fórmula, estas direcciones surgieronprecipitadas y empapadas por las influencias ex-tranjeras.

Menéndez y Pelayo ha pontificado de este modo:«Debemos cultivar relaciones cada día más fre-

cuentes con los doctos de otros países, pospuestatoda mezquina rivalidad, domada toda sugestión deamor propio y hasta perdonando cuando necesitenindulgencias, las asperezas injustas de la crítica, losdesahogos de mal humor, los alardes de superiori-dad petulantes, siempre que estos defectos de crian-za y cortesía más que de literatura, vayancompensados con méritos y obsequios reales alídolo de nuestros amores, a la inmortal y des-venturada España, en cuyas aras debe consumir elfuego todo sentimiento impuro y menguado de ira-cundia o de vanagloria.»

Traemos esta verdad del caso para manifestar queel Romanticismo no es sólo producto de España,sino también del gran caudal de ideas que le ha ve-nido de las mentalidades de otros países europeos,como vemos a verlo:

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Italia. -A1 disiparse las últimas sombras delostiempos bárbaros, hacia el siglo XIV surgió unapoesía completamente autóctona en Italia. Lasobras del Dante y de Petrarca, conteniendo un fon-do de belleza completamente nuevo, como nuevaera la civilización de que brotaban, se esparcieronpor toda Europa, y en el mismo siglo, Iñigo Lópezde Mendoza, entre otros autores, escribía sus sone-tos a la manera italiana.

Aquellas obras traducidas al castellano, llevaronun sistema de pensamientos y sentimientos que de-bían florecer en todo su brío en la literatura del sigloXIX, en que encontraron tierras feraces para sumejor germinación y desarrollo. En primer lugar, laidea del Amor, según el alegorismo florentino, re-presenta la exaltación religiosa en un puro fuego decelestes gozos; es una llama del amor de Dios, baja-da al espíritu de la humanidad para enaltecerla eiluminarla, para vivificarla, manteniendo encendidoel sentimiento de una ventura remota, de un paraísocelestial, en donde aquella llama se acrecenta, se en-grandece al ser recibida en el amor eterno de loscielos. Y este sentimiento de un amor puro, benditopor la mano de Dios, atraviesa la Tierra como soplode consuelo, haciendo vivir al hombre una nostalgia

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infinita por el Empíreo; y aunque perfuma la vida,no satisface la sed del corazón que sólo encontrarála dicha completa con la muerte; despertandomientras tanto en el alma un vago anhelo, un pe-renne dolor de indefinibles ansias, en fin, esa adora-ción insaciable, ese místico arrobamiento de lapasión pura que hace ver en los ojos del ser amado,un lejano e inasible paraíso. Por esto el amor en elmundo, ese amor que inspirara al verbo dantesco,en este sentido, es una pasión cuanto más bella, másdolorosa, cuanto más metafísica, si cabe la palabra,más melancólica, porque mientras más se descubreun aliento de cielo en él, más intensa, y conmovedo-ra es la reacción a la gloria celestial, y es más triste ytormentoso hacer el viaje por la Tierra, atravesar lacárcel mundanal entre una leve sonrisa de esperan-zas y un espasmo de sombra e inquietud. Por estotambién la mujer, tierna y sentimental más que elhombre, cristiana y soñadora, dada a los fervores ypenumbras religiosas, lleva encerradas en su pechopasiones en botón que aguardan el conjuro de lassantas ternuras y los suspiros amantes, para abrirseen rosas y fragancias espirituales y en dulces desfa-llecimientos de tímida paloma en ebriedad de cielo.¡Porque el amor es supremo gozo! ¡Porque el amor

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es martirio! El amor es el alma del mundo, y todo logrande de la vida es obra suya; por consiguiente lapoesía encuentra en él sus motivos más elevados, esdecirlos dramas de la vida en que laten las másgrandiosas emociones, los delirios más santos, lossentimientos más nobles y abnegados, en una pala-bra, en donde la humanidad se manifiesta en la ple-nitud de sus bellezas y en las más profundas ysecretas pulsaciones del corazón. Pero como lossentidos en el hombre se sublevan en contra deaquel género de virtudes e idealidades puras, enton-ces surgen las luchas en el mundo interno, las bata-llas corazón adentro, luchas que deben ser vividaspor las musas donde quiera que se encuentren: en lacámara de los reyes, o en la choza delos míseros; enlas vírgenes que pasan sin mancha por el mundo, oen las figuras bacantes que se arrastran en el fangode la carne y de los vicios; en los héroes o en loscobardes; en los hombres idólatras del bosque o enlos ungidos por la luz del bautismo. El degenerado yel virtuoso, el asceta y el sacrílego, el triste y el quevive entre sonrisas y placeres, el poderoso y el sier-vo, todos constituyen la esencia inspiradora y elobjeto de la poesía.

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Siendo cada hombre el fondo mismo de la poe-sía, la inspiración es personal, subjetiva, porque en-cada canto va ya una esperanza y una pena, ya unadicha y un desengaño, ya una sonrisa y una lágrima.

El pensar en el amor absoluto, en la eternidad deeste sentimiento, espolea la imaginación españolaque en el siglo XIX más que nunca era preponde-rante.

Además de estas ideas y sentimientos, la influen-cia italiana, contribuyó para que el endecasílabo flo-rentino subsistiera en la poesía castellana del mismotiempo, porque estando escritos los versos delDante y de Petrarca en esa forma métrica, las tra-ducciones a nuestro idioma la conservaron.

Inglaterra. -Los literatos que más han influido parala producción del Romanticismo en España, hansido Shakespeare, Milton, Lord Byron y WalterScott. Pero es de notar que las leyendas románticasde algunos de estos autores, especialmente de losdos primeros, son de importación genuinamenteitaliana, es decir, tomadas de algunos poetas de Ita-lia imitadores a su vez de Dante y Bocaccio.

Shakespeare, coloso del teatro inglés y una de lasmás altas figuras del pensamiento humano, tenía

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que ejercer un extenso y poderoso influjo en las lite-raturas europeas. El genial autor de Hamlet fue len-tamente traducido al castellano en el siglo XVIII yal inaugurarse el XIX; pero de modo más fiel e in-tenso se han sentido las proyecciones de su tempe-ramento artístico en la mentalidad latina, por mediode la poderosa comprensión francesa que asimilan-do golosamente sus creaciones, las ha comunicadoen seguida al espíritu español. Pues parece que de-bido a que el pueblo francés tiene un poco más desangre germana en sus venas, es sin duda que tienefacultad más intuitiva y gusto más simpático paracomprender mejor el intelecto septentrional de Eu-ropa. La poesía de Shakespeare y Milton trajo a Es-paña el sentido del análisis filosófico del hombre, encuyo seno caben tantas sombras y oposiciones, trajoel estudio delos caracteres universales como la trai-ción y el crimen, la ambición y la intriga, los celos yel suicidio, al lado de grandes virtudes como el amorpuro y la piedad, la generosidad y el martirio, la ab-negación y el altruismo. Lo maravilloso cristiano, lasbrujas y los genios maléficos que se hermanan tam-bién con las tradiciones piadosas y el carácter su-persticioso español, produjeron admiración yentusiasmo entre los poetas castellanos; pues aque-

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llos elementos vienen por un lado, del Paraíso Perdidoy por otro, de Macbeth y Romeo y Julieta y otras obrasde Shakespeare, debiendo agregar que la gran con-cepción de la obra de Milton avivó en España lascreencias cristianas conjuntamente con la santidaddel amor, la debilidad de la mujer, la explicaciónbíblica del origen del mundo, la inmortalidad delalma y la existencia de los ángeles caídos que suelenvenir a la tierra a perturbar y tentar a la humanidad.

La novela de Walter Scott extendida tan prodi-giosamente en los países europeos suscitó en la lite-ratura española el gusto por el color local, elsentimiento de la naturaleza a la que el hombre con-fía sus efusiones y los secretos más íntimos de sussueños. La voz de la raza y del momento en las no-velas escocesas, también encontró eco en el senti-miento de patriotismo español.

Y por fin Lord Byron, el noble pesimista, lasombría figura tocada de inquietud y sed de placeresintensos y dolores profundos, llena de desilusiones yhambrienta de desengaños; el alma triste, símbolode la desesperación humana, llegó al seno de la lite-ratura castellana, y al encontrar en la Península aquelensimismamiento doloroso, aquella predisposiciónpara la tristeza y el pesimismo, consecuencia de la

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exquisita sensibilidad del espíritu español, al encon-trar, decimos, tan ancho campo, tanta hermandadpara su mal, puso su sello firme en la poesía caste-llana.

Los poemas de Ossian que llegaron a ser tan po-pulares en Europa y que tan fuertemente se infiltra-ron en el alma española, son más o menos delmismo espíritu que el de la poesía de los autoresanteriormente citados.

Respecto a la técnica, la influencia inglesa impli-caba la ruptura de principios y reglas absolutas en laejecución, cediendo sólo al espontáneo empuje de lainspiración.

Alemania. -Tardo fue el siglo de oro de la poesíaalemana, pero a fines del siglo XVIII las obras deGoethe y Schiller surgieron circundadas por la au-reola de lo original con una luz que al igual de la delalegorismo italiano en la Edad Media, era nueva yde brillantes orientaciones. El pensamiento sereno,el vuelo metafísico, las interrogaciones al infinito yel soplo de cristianismo que impregnan esa poesía,junto con el idealismo, las nebulosidades del Nortey el sincero sentimiento de la limitación de la vida,tales son las direcciones del romanticismo alemán

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impresas sobre la literatura española, quien lea elFausto y Werther seguramente recordará sin duda aEl Diablo Mundo; quien lea a Schiller recordará a Zo-rrilla, para no citar más obras que respondan a unacomunidad de ideas y sentimientos más íntima. Lasbellezas morales constituyen sus más preciosas ex-celencias, siendo la inspiración variada porque lapoesía penetra el cielo y el infierno, la virtud sinmancilla y las figuras mefistofélicas; el templo deDios y el aquelarre inmundo. Últimamente, ciertosuave sentimentalismo en una noche encantadacuando despunta la aurora sobre la negrura de uncrimen. Pero sobre todo, tiene relieve la lujuria dia-bólica despertada por el averno, que hace víctima ala mujer angelical entregada a Jesucristo, y que sinembargo es perdonada por la misericordia infinitadel Cielo.

La mezcla de géneros en la literatura alemana,como se puede ver por el plan y ejecución del Faus-to, es una tendencia que llega también a producirseen la literatura castellana del siglo XIX, y que es unode los caracteres del Romanticismo.

Francia. -La poesía francesa al finalizar el sigloXVIII se convirtió en un simple mecanismo y enuna fría versificación sin alma.

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Antes de Delille, el último de los poetas del sigloXVIII, había existido el tan recordado Andrés Ché-nier.

La ley de la herencia y de la transmisión a travésde la sangre de una determinada psicología étnica,aun cuando tan discutida y hasta despreciada en losactuales tiempos, es sin duda un hecho.

Ella está comprobada con el curioso fenómenode la progenización de Chénier. Hijo de padre fran-cés y de madre griega y nacido en Constantinopla,bajo el abrasador sol de Oriente, supo reunir en unbien señalado hibridismo el carácter de la revolu-cionaria Francia y las notas sencillas de la olvidadaGrecia. Y puede descubrirse en él claramente la lí-nea precisa que separando dos civilizaciones, marcael fin del Clasicismo y la aurora del Romanticismoen literatura, esferas las dos que están determinadasen su poesía: en el sentido clásico por lo mitológico,descriptivo y docente de su inspiración, y la senci-llez y la armonía de las formas; y en el sentido ro-mántico, por la duda, la inspiración sincera y sulibertad en la ejecución. La última manera de Ché-nier es en pocas palabras el preludio del romanti-cismo francés. Más tarde Chauteaubriand,consecuente con las ideas y sentimientos de su siglo,

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sobre aquella tendencia innovadora, intuitiva tal vezde Chénier, señaló definitivamente los dominiosmás precisos de la poesía romántica, dominios ente-ramente contrarios al neo-clasicismo pasado, ejer-ciendo de este modo una influencia profunda yduradera, tan grande, que como dice Grenier, desdeel Renacimiento, no la ha ejercido mayor otro es-critor. Fue este hombre el Dante del siglo XIX querenovó, como dice un crítico de nuestros días, porcompleto el Arte, no sólo en su forma, sino en lamateria misma de sus inspiraciones. Díganlo, si no,Atala tan semejante al Tabaré de Zorrilla de SanMartín, Los Mártires del Cristianismo y Renato.

Madame de Stäel ensanchó aun más el sistemaliterario de Chateaubriand en su obra. La literaturaconsiderada en sus relaciones con las institucionessociales, en la que dice al tratar de la crítica, siguien-do a Schlegel en cuyos principios se había empapa-do, que «para juzgar rectamente las obras de lainteligencia, es preciso colocarlas en el medio socialen que nacieron», destruyendo así los ideales abso-lutos de Boileau. «Ante todo una época nueva exigeuna nueva literatura. Será necesario siempre sin du-da alguna el estudio de las obras maestras de la anti-güedad y del siglo de Luis XIV, pero solamente para

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tomarlas como modelo de sencillez, de armonía, demedida y de gusto, no para alimentar eternamentelas obras modernas con sus ideas, ficciones y proce-dimientos, so pena de condenarse a obtener perpe-tuamente cada vez pruebas más débiles de losejemplares originales.» Madame de Stäel fue, pues,la que fijó después de los hermanos Schlegel losprincipios sobre los que descansan las orientacionesde la crítica artística contemporánea; aparte de querealizó los ideales románticos que predicaba, en no-velas de un fuerte sentimentalismo que penetraronhondamente en el espíritu español; habiendo sidoella quien, como repetimos, empapándose en elRomanticismo alemán llegó el término Romanti-cismo a la literatura francesa, de donde pasó a Es-paña.

Lamartine, Victor Hugo y Alfred de Musset in-fluyeron posteriormente en el lirismo castellano, yfue el autor de Los Miserables, quien declaró que elprincipio esencial de la escuela romántica era la li-bertad literaria.

La mentalidad francesa ha desempeñado el papelde precisar la orientación del Romanticismo con elmaterial de ideas y sentimientos de los otros pue-

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blos europeos y los suyos propios que eran losmismos, más o menos, que los de España.

Concluimos pues diciendo que todas estas in-fluencias efectuadas por las literaturas europeas enel espíritu español, fueron como el reactivo queprecipitó el florecimiento del romanticismo caste-llano.

LA POESÍA CASTELLANA ANTES DELROMANTICISMO

El gran siglo calderoniano había pasado. A lavista de las obras que en el siglo XVIII produjo elparnaso español se nota claramente una decadencialiteraria asombrosa. Fuerza era después de todo queel arte como que es el espejo de toda sociabilidad, seagitara entonces en un estertor de asfixia. La crisissocial de la época no menos que las preocupacionespolíticas y religiosas debían imprimir sus huellas enesa literatura. Y así fue. La poesía entonces no mo-dificaba las condiciones ambientes, no ejercía nin-guna reacción saludable en la sociedad, en unapalabra no llenaba su misión, porque se hallaba in-capacitada para ello.

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La poesía en el entender de Guyau y de la filoso-fía inglesa, para que se mantenga en su lugar conrespecto a su misión en la vida de los pueblos, nosólo debe reflejar, sino que debe refractar las cues-tiones que agitan al espíritu humano, es decir darlesotra dirección desviándolas en el sentido de la luz;principio que con mejor precisión está condensadoen la siguiente fórmula de Fouillée: «El genio y sumedio social nos ofrecen el espectáculo de tres so-ciedades ligadas por una relación de dependenciamutua: 1º-La sociedad real, preexistente que condi-ciona y en parte suscita el genio; 2º-La sociedadidealmente modificada que concibe el genio mismo,el mundo de voluntades y de pasiones, de inteligen-cias, que es una especulación acerca de lo posible;3º-La formación consecutiva de una nueva socie-dad, la de los admiradores del genio, que más o me-nos realizan en sí, por imitación, su innovación. Losgenios de acción como los de César y Napoleónrealizan sus propósitos por medio de la nueva so-ciedad que suscitan en torno suyo, y a la cual arras-tran consigo; los genios de contemplación y de arteno mueven los cuerpos sino las almas: modifican lascostumbres y las ideas.»

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Esto es lo que no realizaba la poesía castellana dela víspera del Romanticismo. Mientras al otro ladode los Pirineos, las letras oficiaban en los altares dela Filosofía y de las diversas ciencias sociales, lo queno quitaba que la poesía, al igual que en la penínsulaibérica, se ahogase entre las voces tumultuosas delevangelio enciclopédico; el espíritu español hacien-do parodia inconsciente de la Francia intelectual,rompía en las más fútiles disputas sin norte ni idea-les y tan sólo a nombre de los prejuicios de sectasliterarias que por entonces se jactaban de abarcartodas las preocupaciones de la época y que a decirverdad no abarcaban ninguna.

«Nadie niega la inferioridad artística de aquel si-glo -dice el eminente Menéndez y Pelayo-. Los ex-celentes líricos, uno de ellos verdaderamentegrande, que aquella centuria engendró en sus pos-trimerías, pertenecen al siglo XVIII por su naci-miento, educación e ideas y al XIX por la fecha desus más célebres composiciones en cuyo brío y pu-janza no influyó poco la tormenta política de 1808en todas sus consecuencias; no pudiendo omitirseque los más notables escritores del siglo XVIII sonprosistas, y que no pueden ser bien juz-gados sinodesde este punto de vista.»

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Como espíritu poético, pues, el último tercio delsiglo últimamente citado, tenía las alas muertas. LosMoratín en el teatro levantaban las bandera de lasunidades griegas, y en sus poesías se respira un pro-nunciado fondo de moral liberal entre la sencillez yarmonía del estilo; notándose un soplo glacial en susobras, producido por la falta de inspiración sincera.Don Leandro mostrándose opuesto a la tendenciadel Hamlet que tradujo él mismo, veía con enojo enesta obra un principio de rebelión contra sus con-vicciones académicas; todo lo que nos demuestraque correspondía el temperamento literario de am-bos poetas al clasicismo entonces imperante.

La poesía de don Ramón de la Cruz, represen-tando la voz del carácter nacional, del mismo modoque la de García de la Huerta, significaba la visiónretrospectiva de las letras del Siglo de Oro español,o por decirlo así una débil intención a favor de latradición literaria del pueblo castellano.

Como ya lo dijimos anteriormente, al afirmarse eltratado de Utrech, con el advenimiento de Felipe V,empezó a afrancesarse España en todos los órdenesde actividad, inclusive, desde luego en li-teratura,hecho que fue de fácil realización, por cuanto desdetiempos atrás se venía sintiendo en la Península un

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cierto movimiento de admiración por las letrasfrancesas, caracterizado por la traducción de algunasobras cornellianas al castellano. Enfrentóse esta re-volución extranjerista a las direcciones clásica y tra-dicional a que hemos aludido, y que traía desdeluego una indiscutible mejora; pues la Poética de Lu-zán, apóstol de la tendencia francesista comenzópor una crítica encomiable en algún modo, por laagudez con que embestía contra los centenares depoetas charlatanes y oscuros que pululaban enton-ces en España; enseñando a olvidar toda actualidadpara construir de nuevo la poesía española subordi-nándola a los principios de Boileau. Y sin embargo,no obstante el valor relativo que representaba estaescuela, así como el de las tendencias clásica y tradi-cional, todo esfuerzo para suscitar una literatura queestuviera a la altura del espíritu del siglo, fracasó.

¿A qué obedecía esta resistencia al resurgimiento?Sin duda, a que los movimientos de restauraciónque se efectuaban no respondían al estado del pue-blo español. Debilitado el pensamiento viril y filosó-fico del espíritu que había informado la poesía delSiglo de Oro, como lo hemos probado al hablar dela raza ¿cómo querer resucitarlo contrariando lasleyes de la naturaleza? Producida la voz de libertad y

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de renovación en las diversas esferas de la actividadhumana, como lo hemos visto al tratar del mediosocial ¿qué fuerza podía tener el carácter preceptivodel clasicismo? Y por fin, las doctrinas de Boileau, sibien servían de una especie de higienización en elparnaso español, como ideal artístico no podían ha-ber prevalecido, por cuanto en la misma literaturafrancesa, se desmoronaban al influjo arrollador delos nuevos ideales producidos por la revolución de1789. Arrinconados los literatos españoles de aque-lla época en la ruina y degeneración de la poesía, sela dieron en remedar los debates que sobre cienciassociales y filosofía se sostenían en Francia: in-capacitados para el vuelo por el éter luminoso de lasmusas, bajaban a la humilde prosa. Gil y Zárate diceque: «con la decadencia política de España yacíanexánimes las artes y las letras que acompañan siem-pre a los pueblos en su grandeza y los abandonan ensus adversidades».

Por otro lado, la aparición del espíritu satírico hasido siempre signo seguro de decrepitud o decaden-cia literaria. Y todo lo poco de poesía que se conocecomo producción de aquel siglo no son otra cosaque sátiras de distinta clase: Juan Pablo Forner, el P.Isla, los fabulistas Iriarte y Samaniego y el moralista

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Cienfuegos, cuyos versos ampulosos y amanerados,respiran una ironía amarga tras de las líneas de suspersonajes, todos estos fueron satíricos.

En consecuencia, pues, aquella poesía no corres-pondiendo a los horizontes nuevos que se abrían alespíritu humano, tenía necesariamente que morirpara dar paso a otra orientación artística, productodel estado de la raza, el medio y el momento histó-rico.

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IICRÍTICA DEL ROMANTICISMO

Estudiar una escuela poética, cuyas raíces se es-fuman en muchos siglos atrás y cuyas proyeccionesaún circulan en las actuales sociabilidades sin distin-ción étnica de ningún género, será arduo propósitonuestro, tanta por la seria importancia que reviste ensí, esta faz de la actividad intelectual del siglo pasadoen que tiene su más palpitante relieve, cuanto por-que su amplia visión no cabe dentro del ambientede este trabajo de suyo preciso y por lo mismo demodestas proporciones.

Gigantes son casi todos los literatos que han co-mulgado en el altar de la poesía romántica; y pro-fundos e inmensos los nuevos mundos que handescubierto en el campo del Arte. Y antes de criticara los representantes de esta escuela, debemos ad-

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vertir que si no damos previamente la definición delRomanticismo en la poesía castellana, es debido aque correspondiendo este término a tan complejanaturaleza de actividad intelectual y a tan inmensaorientación artística, se nos escapa a una nociónprecisa y sintética; y creemos que la exposición he-cha hasta acá y lo que expondremos seguidamente,dará una idea de la escuela.

* * *

Representantes del Romanticismo. -Don Manuel JoséQuintana es el padre de los poetas revolucionarios.

Con él empieza el Romanticismo. Algunos creena Quintana clasicista, sin duda por la heterodoxiaque respiran sus odas, por su calurosa elevaciónpindárica y por su adversión a la tradición española.Acaso podría ser cierto este juicio, procediendo conarreglo a un premeditado prejuicio de secta. Perofelizmente para la crítica contemporánea, todo exa-men debe realizarse desligado de toda pasión deescuela y dentro de un sano ambiente de imparciali-dad y tolerancia. El autor de la oda A la Imprenta esromántico de verdad, porque su inspiración bebe enla vida palpitante de su siglo. En su poesía hay una

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filosofía entre positivista y sombríamente soñadora,que se hermanaba también, de un lado con el espí-ritu del medio ambiente, y de otro con aquel ele-mento étnico intelectual que distinguía a la Españade aquellos tiempos.

¿Tuvo acaso ningún poema de motivo antiguo omitológico, ni en las formas de sus versos hay laescultura sencilla y la música clara y argentina, «co-mo leve lluvia de oro sobre campo de cristal», quecaracterizan a la poesía clásica? Ningún asunto deimportancia más permanente, en que se admire elpoderoso ingenio de un hombre repercutiendo enuna obra mortal, cuya gloria rece con el trascurso delos siglos, que A la invención de la imprenta, oda de ungénero de poesía que no pertenece por ningún mo-tivo al seudo-clasicismo, ni por su tema enteramentenuevo, ni por el cristal filosófico con el que ha sidoéste contemplado para transportarlo a los dominiosdel ideal estético, y por último, porque en esta com-posición se trasparenta la conciencia que la épocatenía del valor de cada siglo y de cada actividad. Lí-neas son éstas, que dan la filiación romántica de lapoesía de Quintana.

Además, en la odas patrióticas de este ingenio senota el tinte subido de la sangre española que cabri-

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llea bajo el sol meridional, así como el fondo de or-gullo patriótico y los velos evanescentes de ensueñovoluptuoso latino.

Todo esto era, pues, cosa propia, enteramentepropia de la tendencia romántica, confirmada por lalibre variedad del ritmo que hasta la disonanciacampea en las estancias del cantor madrileño, enque, para último testimonio de lo que aseguramos,surge ya aquel principio de reforma liberal en elpensamiento español, aquella variación de ideales, eltrotar imperioso de las ideas modernas en el solarcastellano, o para decirlo todo con un verso de Hu-go «la libertad en la luz», aquella reforma de que seexpresa Francisco García Calderón, que «disputabaa la tradición el alma de la raza, en el fondo de cuyoconflicto trágico, vibraba la gran lucha entre el or-den y la energía libre, la autoridad y la razón, el espí-ritu colectivo y el espíritu individual». Así, pues, elromanticismo proclamaba el relieve personal en laactividad del mundo, la nota de hegemonía subjetivapero colocada sobre el lozano campo de las cues-tiones del día.

También traduce el pindarismo de este poeta al-guna que otra nota de queda melancolía o algunasactitudes de nostalgia pensativa, como si agotado su

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plectro grandilocuente, inclinara la frente para to-mar aliento y sosegar: es entonces cuando es el es-pañol cansado, que suspira emocionado por elotrora de juventud ya pasada.

Mientras hacia 1830 Hugo y Lamartine, repre-sentantes del romanticismo francés, estaban poseí-dos de principios monárquicos y religiosos, donManuel Quintana en España, era, como hemosvisto, reformador en ambos sistemas sociales, sinque por esto aquella poesía francesa deje de teneruna íntima semejanza con el primer poeta románti-co español, por la inspiración moderna, libre y apa-sionada, la predilección por la metafísica hecha deun positivismo forzado por la crisis especulativa desu época, en el que entre un sombrío fondo demisterio y de tristeza, parpadean inciertas perspecti-vas de idealismo místico, lo que hiciera decir anuestro poeta que «la preocupación primaria y esen-cial de la poesía es pintar la naturaleza para agradar,como la de la filosofía explicar sus fenómenos parainstruir; así mientras que el filósofo observando losastros indaga sus propiedades, sus distancias y lasreglas de su movimiento; el poeta los contempla ytraslada a sus versos el efecto que en su imaginacióny en sus sentidos hace la luz con que brillan»; por

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esta metafísica decimos, por la espontánea y movidariqueza del ritmo, desenfrenada y abundante rima, ypara decirlo todo, porque llevaba Quintana, por de-lante de sus versos filosóficamente dulces y pene-trantes, como en la proa de dorados bajeles deensueño, la bandera de su raza y de su siglo.

Algunos escritores americanos creen ver en JoséJoaquín Olmedo y Andrés Bello, marcados acentosde romanticismo, por las fuentes de inspiración queen ambos poetas son contemporáneas, y por lasorgías de la imaginación, como llamaba Bello a lascreaciones puramente fantásticas en que se mengualos fueros de la razón; pero esto no es cierto, por-que en Olmedo está patente la entonación homéri-ca, por la sencillez de la descripción, elimpersonalismo de sus temas, las alusiones a laepopeya troyana, la reflexión preponderante aun enmedio de sus más sublimes arrebatos de la mente, yen fin, por la combinación estrófica que se resuelveen majestuosas silvas de versos clásicamente lim-pios, claros, en su mayor parte libres. Menéndez yPelayo ha dicho de él que «de todos los poetas clási-cos del siglo XIX, Olmedo es quizá el único que aduras penas puede dar materia para un pequeñísimovolumen», y cita después este símil:

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Tal el joven Aquiles

del Canto a Bolívar, calificándolo de asombroso y quepuede considerarse como la estrofa más literaria ymás clásicamente pura.

* * *

Por los mismos caracteres, debe descartarse alpoeta colombiano de la legión romántica; y bastapara ello citar la poesía científica y eminentementeobjetiva que informa su temperamento y el prismavirgiliano por medio del cual contempla la naturale-za en su Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida.

* * *

Esto mismo no podría decirse del cubano Here-dia, quien aunque conceptuado por algunos críticosmodernos entre ellos don José Martí, como de filia-ción clásica, nos parece, siguiendo a Francisco Gar-cía Calderón, de genuina cepa romántica. CantaHeredia sus ideas y sentimientos personales de unamanera persistente en los asuntos que elige como

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meras ocasiones para exteriorizar su vida íntima;pues ya se dirija al sol en penetrantes imágenes ad-mirativas, o se destroce el corazón en la tormenta,brilla en el cielo nebuloso de su vida de inquietud,siempre presente, como último refugio, la imagende Dios destacada en una filosofía propia de su ge-nio original y grande, mientras de noche sobre unmonte, descubierta la cabeza, alza la frente en latempestad; y «cuando haya abandonado a la mons-truosa y sublime visión niagaresca, como dice Martí,aquietará su espíritu desolado con el frescor de lalluvia nocturna, pero donde se oiga a los pies de unamujer bramar el mar y rugir el trueno». Esta lúgubrepreocupación que levanta en su alma, lo hermoso,lo grande, lo inefable que no cabe en la poesía seu-dorealista, razonada y serena del clasicismo pasado,¿no es acaso al entrar en el espíritu de Heredia, ideasque, evocadas constantemente, vienen a asimilarse,a organizar, por decirlo así, la psicología del granpoeta, porque es en él precisamente donde tienecaída, y donde aquel exterior sublime se humanapara siempre? Nos parece que sí, porque el inmortalcubano veía en cada una de esas imágenes objetivas,girones de su espíritu, sombrío como la noche,tempestuoso como el huracán y glorioso como el

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sol. Este es el caso del pesimismo de Alfred de Vig-ny, el otro caudillo del romanticismo francés, encuya poesía negrea el alma de Schopenhauer y enque los asuntos son meros pretextos para confiar-nos su manera íntima de pensar y sentir, como diceBrunetiere. En este sentido, Heredia es hermano deLord Byron.

El ritmo ligero y tumultuoso, el desenfreno de suvocabulario galicista y la pompa natural del versoque es tanta, como dice un autor, que «cuando de-cae la idea por el asunto pobre o el tema falso, vaengañado buen rato el lector, tronando e imperan-do, sin ver que ya está la estrofa hueca», son las no-tas características de Heredia. Pues bien ¿qué sededuce de este lenguaje poético, sino que corres-pondía perfectamente, en este respecto, también lapoesía herediana con las reglas románticas, cuyosprincipios de libertad literaria, eran, después de to-do, genuinas manifestaciones, de la libre, confusa ycompleja agitación social y política de la época?

Pues el lema de los adelantados caudillos delRomanticismo era la renovación del estilo y de lamétrica en moldes de espontaneidad más libre, a finde encerrar en ellos las nuevas actividades del siglo.

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«Las divergencias en el procedimiento -dice unsesudo escritor habanense-, al fin y al cabo se hanreducido a límites más circunscritos, convirtiéndose,o para ser más exactos, transformándose en el pleitosobre el estilo, pleito que en este campo se hallamejor fundamentado, envolviendo el problema depsicología que en definitiva ha de resolverse dentrode los principios más generales del arte literario.» Elestilo, pues en poesía, es la imagen del hombre in-terno proyectada en el paisaje variable del motivo deinspiración; y los hombres del siglo XIX siendo di-ferentes de los de tiempos anteriores, necesitaronotras formas de procedimiento literario. «El clasi-cismo -seguiremos al mismo escritor- hizo una len-gua encogida, estratificada, con no sé qué deinmovilidad y aspecto de momia en medio de suvitalidad. El romanticismo, como una erupción íg-nea de los períodos de formación del planeta, todolos acudió, rompió, resquebrajó y metamorfoseó,convirtiendo los elementos primordiales en már-moles, jaspes, pórfidos y piedras preciosas.» Y agre-garemos nosotros, que Heredia ha hecho estomismo, con el movimiento y flexibilidad que porobra de su espíritu inquieto y libre, ha dado al léxicoclásico.

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* * *

Llegamos a don José Espronceda «el hombre ti-po del Romanticismo».

La poesía de este hermano de Byron es la imagenfiel, el espíritu eminentemente preciso del romanti-cismo castellano. A la vista de sus versos que sehunden en el alma del lector como fantásticas lá-grimas de sombra y amargura, que horadan al cielotranquilo de la fe, como crepitantes ascuas de todoun pueblo, de toda una época acaso, que se estre-mece en las llamas torturantes de una filosofía pe-simista hasta el escepticismo; a la vista de susversos, vemos que en él se cumple de una maneraamplia y definitiva la doctrina romántica. Empezan-do por la orientación de los asuntos de inspiraciónde Espronceda, el personalismo es, en último análi-sis, el motivo de todos sus cantos, prestando estepositivo elemento de subjetivismo artístico, comodice el inglés Fitzmaurice-Kelly; la vida y colorido asus cantos, por lo que es sin duda el más distinguidopoeta lírico español de su siglo.

Espronceda se presenta en su poesía en toda susinceridad, es decir, tal como es en sí mismo, no ya

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prestando su personalidad para ocuparse delo que lerodea, como en el romanticismo francés de VictorHugo, que vino más tarde a dar origen al sentidoobjetivo y al naturalismo, en que acabó la escuelaromántica. No era Espronceda, decimos, nada deesto; pero esta mirada fija con que el poeta apuña-leaba su yo, era hija de la inestabilidad que palpitan-do en toda esfera de actividad de su siglo, originabala duda y el escepticismo. Y así, José Martí, ha di-cho: «Ni épicos ni líricos pueden ser hoy con natu-ralidad y sosiego los poetas; ni cabe más lírica que laque saca cada una de sí propio, como si fuera supropio ser el asunto único de cuya existencia notuviera duda, o como si el problema de la vida hu-mana hubiera sido con tal valentía acometido y contal ansia investigado, que no cabe motivo mejor, nimás estimulante, ni más ocasionado a profundidad ygrandeza que el estudio de sí mismo. Nadie tienehoy su fe segura. Los mismos que lo creen, se enga-ñan. A todos besó la misma maga. Aunque se des-pedacen las entrañas, en su rincón más callado estánairadas y hambrientas, la Intranquilidad, la Vaga Es-peranza, la Visión Secreta. Un inmenso hombre pá-lido, de rostro enjuto, ojos llorosos y boca seca,vestido de negro, anda con pasos graves, sin reposar

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ni dormir, por toda la tierra; y se ha sentado en to-dos los hogares, y ha puesto su mano trémula entodas las cabeceras, ¡qué golpes en el cerebro! ¡quésusto en el pecho! ¡qué demandar lo que no viene!¡qué no saber lo que se desea! ¡qué sentir a la pardeleite y náusea en el espíritu, náusea del día quemuere, deleite del alba!» Espronceda es este hombreque vive y vivirá al través de los siglos animando losversos de El Diablo Mundo. La filosofía de este poe-ta, es la de Byron, hasta tal parentesco, que no faltaquien crea ver en sus versos una imitación del autordel Caín. Pero no puede haber peor necedad queesta impostura. Si Espronceda no fuera quien es,una personalidad original, un genio de inconfundi-ble distinción, de sello único, tal vez se pudiera ad-mitir aquella especie. En el poeta español estálatente el alma de su raza, es la genuina expresión dela latinidad ibérica del siglo, que se debatía en luchasde todo género, social, político y filosófico, y másque todo, lo distingue su sentimentalismo ardorosoy apasionado, subyugador del cerebro, y el podercreador de su mente soñadora, dócil instrumentodel corazón castellano. En sus más sublimes ento-naciones, el genio de Espronceda no tiene símil conByron, y es precisamente en las que está de relieve la

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tendencia originalmente latina, por la fuerte exalta-ción emotiva, la emocionante fiereza del color vivoy el desbocado vuelo del ideal imposible perdiéndo-se por resquicios borrosos que dan a la noche de lanada y el desengaño. Abstracción vacilantementeirreligiosa, actitud como de quien se retira del ban-quete del mundo, hacia lo oculto, y que con la vistafija en lo que abandona, arma un despectivo ceñode protesta en la frente, y se eleva al flotante con-tacto de las sombras en que se pierde. Más bien,pudiera verse alguna influencia de Goethe, pero na-da más que por lo que toca a la ejecución y plan deEl Diablo mundo, y por el espiritualismo de su meta-física. Lo demás es cosa propia de la psicología es-pañola del siglo XIX, como se ve por este verso deEspronceda:

¡Dicha es soñar, y el riguroso ceñono ver jamás de la verdad impía!

Su principal poema, El Diablo Mundo, es la luchaentre lo vano y pasajero del mundo, y el eterno idealpor la inmortalidad, entre la realidad pueril de lavida

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a la que tanto nuestro afán se adhiere,

y los destinos eternos, que acaso por obra de inte-lectualización del sentimiento de perpetuidad ins-tintivo, ha creado el espíritu del hombre. Es pues,esta lucha la lucha de sentimientos de Espronceda,la personificación del espíritu del siglo y de España:es decir, el poeta no intentó pintar el aspecto objeti-vo de su obra, deliberadamente, con el propósitopreconcebido de que su lira fuera el diapasón al quevenía a estremecer el soplo tumultuoso y sublime dela vida humana, para, en choque formidable, arran-carle un eco que volviera a las orillas de la historia,como la queja de un siglo que pasa enfermo por elseno mudo de la naturaleza.

Esto no lo pensó Espronceda, como no pensó elManco de Lepanto que el fondo de Don Quijote ha-bía de espejar eternamente los dos modos opuestosde conceptuar la vida. Su psiquismo era el poema; ycabe decir que la poesía de Espronceda existió, des-de el momento en que vivió el poeta.

En El Diablo Mundo palpita de un lado el mundocon sus cosas que acaban, que nacen y que muerencomo fuegos fatuos, y de otro lado una quimeramágica lejana, difusa y misteriosa que atrae desde

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ultratumba. ¿Tendrá realidad esta visión ultraterres-tre? Y en caso de tenerla ¿es el paraíso de que noshabló el Nazareno en el Gólgota?

Esta epopeya que vivía en el alma de Espronce-da, es suya, es su idiosincracia, su personalidad ar-tística, su genialidad filosófica; y es legítima por eso,y porque caracteriza en la fisonomía particular yconcreta de un solo hombre, la preocupación meta-física de una época de la humanidad, preocupaciónconsistente en saber dónde está el fondo eterno yabsoluto de todas las revoluciones del pensamiento,de todos los ademanes de la sociedad, de toda lamarcha evolutiva de la naturaleza. José Espronceda,como romántico de alma, obsesionado por el re-cuerdo cercano aún, del análisis devastador del sigloanterior y contemplando la inseguridad y la revueltaque bamboleaban la sociedad en su tiempo, comoconsecuencia de la ausencia de una metafísica firmey fuerte, pensó que si todo, y hasta lo que es obra dela razón y la libertad del hombre, se desmenuza ypulveriza, muere y es reemplazado por otra fórmula,¿dónde está lo cierto, invariable y eterno? Y estepensamiento del poeta está hecho tangible en laenérgica pintura del «hombre agobiado por la edad,amargado por la dolorosa e inútil experiencia, que

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cierra desesperado un libro en que leía, y se conven-ce tristemente de la esterilidad de la ciencia».

Los demás poemas de Espronceda responden almismo espíritu de El Diablo Mundo, más o menos.

A un nuevo pensamiento, a una nueva cuestión,eterna, universal, había de exigirse una elocuciónnueva, un modo nuevo de expresión.

La manifestación artística del espíritu social quehable en términos tales a todos los hombres, quepueden estos entusiasmarse por ella, amarla, comoama el padre al hijo en quien se traduce dulcementeel alma de quien le dio vida, he allí el ideal del arte.Y esto lo que hizo Espronceda.

El idioma castellano, por ley de evolución semetamorfoseaba por obra del espíritu innovador delos poetas románticos, como evolucionaba la lenguafrancesa en el sentido de la riqueza y flexibilidad aprecio de quebrar la gramática dictatorial, incle-mente y errónea del neo-clasicismo pasado. Sin alte-rar la sustantividad del léxico español, se llenómuchos vacíos con que se tropezaba para la mani-festación de ideas que no podían pasar a la dicción,si las voces que las expresaban no eran consagradaspreviamente por la academia intransigente y déspo-ta; en una palabra se enriquecía la lengua. Pues bien:

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esto y la ruptura de leyes sobre el lenguaje poético,llevó a cabo Espronceda fatalmente, irresistible-mente, por fuerza ciega de su psiquismo; y aquelladura preceptiva del verso, al sentir en su seno el ro-busto temperamento poético de este hombre, esta-lló en un rompimiento de asfixia, sedienta deespacio y de luz.

Ros de Olano decía de él, que «aspirando nuestropoeta a compendiar la humanidad en un libro, loprimero que al empezar ha hecho, ha sido rompertodos los preceptos establecidos, excepto el de launidad lógica».

Basta leer El Diablo Mundo para darse cuenta de lavariedad métrica, del juego maravilloso y efectistadel ritmo, no menos que de la libertad bien entendi-da con que ha manejado la rima de modo tan inten-samente musical y profundo. Pero no es que élcreara esta poética, volvemos a repetirlo, volunta-riamente, reflexivamente, que en este caso no hu-biera hecho poesía de emoción, poesía desentimiento y entusiasta vitalidad rítmica: porqueEspronceda no es el parnasianismo que sacrifica lostonos de vida a los ingeniosos juegos de color y ar-monía, en que trasformaron el romanticismo lossucesores de Hugo; ni es el pasticismo griego o he-

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lenista, de fría pulcritud y simetría, de algunos pseu-do-clásicos anteriores suyos en el parnaso español;no es nada de esto, sino el canto sacudido, descui-dado, franco, tumultuosamente melodioso, imagende la emoción, palpitación intensa del pensamientogrande y hermoso, como un ardoroso toque de sol,dentro del cristal trasparente de la palabra, que seestremece y brilla; canto que se escucha repercutiren el fondo más íntimo del corazón, como la or-questa de la vida universal, en la que vibran desdelas silenciosas lágrimas, todas las notas de la gamadel corazón humano, hasta las carcajadas del placer.No podía ser otra la música para tan sublime letra.

Las estrofas llamadas de arte menor, con no séqué de frívolas, ligeras y pueriles, le prestaron suconcurso para lo que por razones de fidelidad en laexpresión, podían servir, como orquestación deideas vulgares por su poca importancia, o como ai-res juguetones y libres en que se exteriorizan las va-nidades del mundo. De eufonía variable, debido a lapropia naturaleza de sus organismos prosódicos,estas formas de la métrica no tuvieron nada quemejorar bajo el cincel de Espronceda, después decuanto las trabajaron los poetas docentes del sigloXVIII. Imagen de los seres, que van por el mundo

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tras los frívolos placeres, sin tener la idea inquie-tante y elevada del por qué de las cosas, en esta es-trofita:

Allá va la nave,bogad sin temor,ya el aura la arrulle,ya silve Aquilón.

Mas, aquel severo y olímpico endecasílabo de losArgensola, inflexible y majestuoso, adoptó una infi-nita variación de actitudes e intensidades: y con unadeterminado número de acentos tónicos de len-taduración o de desfile rápido, como cuando dice:

Los siglos a los siglos se atropellan,los hombres a los hombres se suceden...

O ya estallando den un bronco grito de ansiedad,de dolor o de ira, clava un acento profundo y soste-nido en la palabra que esto expresa, aunque por ellose disloque la cadencia total del verso y se altere elsonido prosódico de aquélla. Es el endecasílabo elverso por excelencia, favorito no sólo de Espronce-da, sino de todos los poetas románticos españoles.

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El alejandrino de Berceo y el dodecasílabo de Juande Mena, metros predilectos también de la musacastellana, parece que no gustaban o no estaban deacuerdo con la organización poética de Espronceda,pues no los ejercitó casi.

Las leyes del verso, sin duda, como las leyes dellenguaje en general, están basadas en las leyes psico-fisiológicas del hombre. Cada pueblo tiene su verso,como cada individuo tiene, por lo común, su vozpropia, un timbre especial en sus palabras: podríaconsiderarse a cada forma de la métrica y del ritmocomo el timbre especial de la poesía de un pueblo,así como la rima es la nota de distinción por exce-lencia entre los versos de música igual. Por eso, talcomo la Francia del romanticismo tuvo su medio deexpresión favorito en el alejandrino del siglo XVIIImodificado por Hugo, también el período románti-co español halló su mejor cristal de exteriorizaciónen el romance y en el endecasílabo, hecho flexible,adornado de una rima opulenta y rica; por lo quecabe asegurar, sin temor de equivocarnos, que eslógico y racional que aún una misma forma métricacorrespondiente a una sociabilidad determinada, essusceptible de trasformación y aun de abandonocon el trascurso del tiempo y con la evolución de

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dicha sociabilidad. Y he aquí la legitimidad de la re-volución que Espronceda llevó a efecto, siendo lavoz de su pueblo y del momento.

Don José Espronceda, a nuestro modo de ver, esel jefe del romanticismo en la poesía castellana,porque no es el caudillo de un movimiento intelec-tual o físico cualquiera, aquel que levanta por prime-ra vez la bandera revolucionaria, aquel que lanza lavisión naciente de una nueva actividad, sino aquelque aun militando ya después de otros predecesoressuyos en las filas ya formadas, coge el estandarte derebelión, y levantándose con él, hacia una alturadonde no llegó nadie antes, lo bate al lado del sol,como una águila victoriosa, y lo deja clavado arriba,mientras él vuela a la Gloria.

* * *

Tras el joven poeta que en treinta y tres años devida había realizado toda una definitiva misión en elprogreso humano, aparece el eminente don JoséZorrilla, en cuya figura literaria, según algunos críti-cos, muestra su más alto relieve el lirismo románti-co. Mas toca aquí resolver una cuestión de muchaimportancia para los principios de la escuela que

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recorremos y para su historia. El autor de Don JuanTenorio no representa el apogeo del romanticismo,por razones bien fundadas.

Muy por encima de las leyendas en que ha vacia-do Zorrilla la nota genuinamente española, en que lapoesía que las anima es el rancio perfume de las tra-diciones de la raza hilvanadas bajo el ardoroso solmeridiano, muy por encima de las leyendas, está elcanto polífono de El Diablo Mundo, de este grandio-so poema, hijo de las entrañadas de la humanidad, almediar la centuria pasada, y que de este modoaventaja en espontaneidad de motivo y en senti-miento cristiano, al Fausto de Goethe. Las leyendassi ganan por su fuente de inspiración, en cuanto esésta la historia del pueblo español, con todos su epi-sodios guerreros y sus fanatismos, con todas susefervescencias y sus frágiles ideales, en una palabra,si estos poemas «están escritos en el polvo y en lasruinas de los antiguos monumentos y castillos», po-drán siendo la voz de la raza, responder a uno de loscaracteres de la poesía romántica, pero su importan-cia intrínseca no llena el ideal del romanticismo ensus relaciones con la sociedad y la evolución huma-na. «No descuella, pues, Zorrilla, por la familiaridadcon los sistemas filosóficos modernos que forman

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el rasgo superior en las relaciones de Goethe -diceCamacho Roldán-pero es ante todo, un poeta, poetade la naturaleza, poeta de la música del lenguaje,poeta de la expresión feliz, que imita del roncoviento el mugidor empuje.»

Contemporáneo de Espronceda, Zorrilla Tuvouna vida más larga para llevar sus ideales de artista ala realidad; y así fue.

En la obra literaria de Zorrilla hay dos génerosperfectamente distintos: la dramática y la leyenda.Corresponden al primero el tan popular Don JuanTenorio y El puñal del godo, entre otros dramas, asícomo Más vale llegar a tiempo que esperar un año y Ganarperdiendo, entre sus comedias.

El juicio sobre estas obras lo tiene ya emitido elgran tribunal de la posteridad, y la crítica ha dichotanto ya sobre ellas, que aquí no nos cabe abordarlasde modo más necesario y nuevo, sino en cuantoestos poemas responden en tal o cual sentido a laescuela de que vamos tratando.

Desde luego el Don Juan Tenorio es a nuestro mo-do de ver, el drama de más popularidad de todo loque sobre teatro se ha escrito en lengua castellana; yeste prestigio hondo y sincero de que goza en elseno del pueblo, es, sin duda, motivado por dos ra-

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zones principales: la fuente en cuyas aguas bebió suinspiración Zorrilla, para elaborar el amplio pensa-miento de esta obra, y la forma con que ha sabidocorporeizar su ideas. Don Juan Tenorio no es una fi-gura creada por obra Zorrilla, prescindiendo de lavisión de la sociedad, por obra a priori de su asom-brosa fantasía que de eso y más aún era capaz, sinoun personaje que corresponde a la tradición delpueblo español y al espíritu de su sociabilidad; másaún: el protagonista de este drama es el tipo genuinode una idiosincracia del hombre, es en términosprecisos, la personificación pasionalmente erótica,irreligiosa y valiente de la humanidad romántica; ycomo imagen de estas ideas y sentimientos del espí-ritu, él ha brotado de la sociedad a la escena, comouna flor natural, obedeciendo a aquella ley de Guyauque dice que, así como en los macizos de montañasexiste algún rincón a donde va a resonar el ritmoplural de la naturaleza y en donde se compendianlas voces todas de la comarca; del mismo modo, enla actividad humana brota un hombre que encierraen su vitalidad psíquica superior las tumultuosaspalpitaciones del corazón. Tal es Don Juan Tenorio.Corresponde sin duda la médula simple y básica deesta figura del arte, a la existencia real de un hom-

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bre, que el pueblo conoció y que la tradición enga-lanó con fantásticos rasgos y lo pintó con las asom-brosas líneas de su rara organización psicológica.Tirso lo llevó a la escena, y en este sentido Tirso fueromántico. Mas Zorrilla le aventajó, porque ademásde presentarnos la figura en escena, con los caracte-res universales a que hemos aludido, le infundió unvigoroso espíritu de latinidad castellana; y es así co-mo Don Juan Tenorio es la imagen pura y fiel delhombre español, y por este motivo es tan favoreci-do de la estima popular. Y en cuanto al arte formaldel desarrollo de la obra, es otra fuerza poderosaque ha detenido y arraigado el pensamiento del au-tor en la imaginación de todo aquel que habla elidioma español. Por todas partes de oye recitar condeleite trozos enteros de los versos de Don Juan Te-norio, debido a la sublime sencillez del estilo, a lafamiliar elocución fraseológica y al empleo predi-lecto del metro romance y del endecasílabo que sonpara los españoles tan amados y dulces, como queson esos cortes de armonía, los latidos del pechocastellano.

Y qué distinto diremos de El puñal del godo? Laidea dramática organizadora de este poema, no tienediferente origen de la de Don Juan; también es flor

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de sangre y sentimiento español, también es el tra-sunto del espíritu social de la época en que fue es-crito, y por esto es de genuina inspiración popular,informado como está, por los legendarios recuerdosmedievales.

En el segundo género Zorrilla mantiene el tem-peramento romántico de los motivos de sus obrasdramáticas. Se diría que sus leyendas nos han traídopor un milagro de su genio portentoso, desde elcamposanto grave y melancólico de la España me-dieval, el vivo aliento del antiguo amor platónico, delos góticos monasterios solitarios y del místico yardiente entusiasmo patriótico de los Cides y Pela-yos. Nunca el lirismo español supo animarse tanenérgicamente del cálido soplo del alma ibérica;nunca distendió mejor en sus creaciones la malla delos gloriosos recuerdos remotos, ni dio a sus obrasmás nítidos primores de colorido local y de formasarquitectónicas. Otros poetas habrán hecho cosasmejores en materia de pensamientos altos, perfec-ción lineal y belleza en las tonalidades plásticas, peroninguno ha conseguido copiar tan fielmente lasmisteriosas mansiones señoriales de la Edad Media,llenas de penumbras inquietantes y abstraccionesmonacales, las negras noches de tempestad que en-

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lutan las bravías sierras de España y en las que bra-ma el viento y reina un religioso tono de tristezaespiritual; y en fin, ninguno ha logrado mostrarnostan claramente los matices esfumados ya, del espí-ritu de la raza, matices ora de salvajes ímpetus dealtanería, ora de suavísimos y alados deliquiso deternura, ya de sublimes fanatismos cristianos, ya demaldiciente y violenta irreligión; ora de sangre cri-minal, ora de púrpura de martirio. Admirad un bro-chazo de belleza quintaesenciada en la ejecución afavor de la idealización, cuando pinta la visión deMargarita la Tornera en el convento:

Pero con fulgor tan puro,tan fosfórico y tan tenue,que el templo seguía oscuroy en silencio y soledad.

Sólo de la monja en tornose notaba vaporosateñida de azul y rosauna extraña claridad...

Pero algunos críticos murmuran en sus tradicio-nes falta de estudio en cuanto a especulaciones filo-

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sóficas, defecto del que en verdad carece el lirismodel autor en cualquier trozo que se tome al azar desu inmensa obra. Es equivocada e injusta la censura.Dígalo, si no, cuando pontifica cantando que:

...la hermosuraes prenda que con envidiael cielo dio, y con perfidiapor castigo a la mujer.

Y que quien cifra sobre ellael bien del amor ajeno,no acierto más que venenoen su delicia verter.

Fácil es ver en la labor literaria de Zorrilla, un ca-rácter común que identifica todas sus poesías, cuales la forma dramática o cuando menos dialogadaque emplea siempre, circunstancia que tiene su ex-plicación en el espíritu de vida intensa que el autorquiso comunicar y comunicó a todas sus obras, y acuyo fin concurre tan fuertemente la dramatizacióndel pensamiento a favor de la claridad y vigor de lasideas.

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No aspiro a más laurel ni a más hazaña,que a una sonrisa de mi dulce España.

Tal cantaba el poeta en su preludio, cuando invi-taba a gustar en su poesía:

las sabrosas historias de otros días.

En efecto: mientras Espronceda perdía en elsentido nacional de sus temas de inspiración, lan-zándose al mundo para recoger de la actividad delespíritu humano las eternas inquietudes, las agita-ciones permanentes que lo afanan para la soluciónde los problemas metafísicos; mientras este colosodel pensamiento espiritualista, afrontando la odiseadel siglo en su camino hacia la conquista de susideales, cantaba todos los desencantos y todas lasdudas en una robusta entonación, libre, candente,arrolladora, como el empuje de la vida misma; Zo-rrilla, nostálgico de las mocedades de su raza, so-ñando las horas legendarias del pasado de supueblo, más español que humano, más patriota queuniversal, ponía como cuerdas de su lira las viejasfibras del corazón castellano; y de allí que en su

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poesía, como ya lo hemos dicho, prepondera la ar-diente fantasía de las bajas latitudes, la melancolíadorada del meridiano, la irreflexión heroica y fiera,la teología consoladora y la tristeza instintiva delalma española. En este sentido, la obra del autor deDon Juan es el resurgimiento del clasicismo español,en cuanto todos los argumentos de sus obras sontan genuinamente retratos de la realidad social, queparecen, como ya lo hemos dicho, proyecciones dela vida efectiva, repeticiones de hechos, ideas y sen-timientos que han pasado por la escena de la vida.

O si no, ved el hálito vital de que está penetradoun pensamiento que de otro modo expuesto hu-biera resultado de fugitiva comprensión:

¿No es verdad que cuando a solashablo con vos, Don Rodrigo,va vuestra alma en lo que os digocomo nave entre las olas,

esperando de un momentoa otro, verse sumergidapor la mar embravecidade mi airado pensamiento?

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Y la imagen enérgica de una actitud:

¿No es verdad que cuando clavomis ojos en vuestro rostro,os hielo el alma y os postroa mis pies como un esclavo?

¿Y qué decir de su técnica?Al hablar de Espronceda hemos dicho que el ver-

so predilecto del romanticismo en España ha sido elendecasílabo y esto mismo nos demuestra Zorrilla;pues la mayor parte de sus poemas dramáticos estándesarrollados en esta forma métrica, y en el roman-ce asonante secular, el que como muy bien dice Pi-ñeiro, sólo en el plectro zorrillesco goza del naturalencanto y la música bravía con que aparece en loscantares de gesta españoles.

Y por lo que respecta al género tradicionalista,inclusive el poema Granada y Al Hamar, preponderacasi exclusivamente la misma combinación de me-dida primitiva, algunas veces adornada de rima con-sonante que si bien le quita su valor deespontaneidad y fácil donaire como metro heroicopopular, le hace ganar en fuerza auditiva y en melo-día, así como en efecto plástico.

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En consecuencia, don José Zorrilla, puede decir-se, sin negar la influencia directriz de Lamartine yMusset, dada la preponderancia que tenía entre to-das las literaturas europeas el romanticismo francés,fue un genio cuyas obras son fruto exclusivo de suorganización artística y de su temperamento filosó-fico personales. Y esto está comprobado por el he-cho de que ningún poeta del grado suyo, ha sidorepresentante y voz de su raza y de su época en elpunto de superarlo o igualarlo; cosa que se mani-fiesta claramente no sólo en los asuntos, sino tam-bién en la técnica formal de sus obras, lo que dieralugar para que don Alberto Lista, como clásico decorazón, en una aguda censura a que diera lugar laultra libertad de la manera ejecutiva de Zorrilla, ex-clamara leyendo las grandiosas creaciones de esteautor, que «cuando en las alas de la idea quiere volarnuestra fantasía al empíreo, una expresión inco-rrecta, una voz impropia, un galicismo o neologis-mo imposibles nos advierte que estamos pegados alfango de la tierra». «No podemos atribuir este de-fecto a la escuela del Romanticismo actual, tantoporque sus caudillos de Francia no se han libertadonunca del yugo de la gramática, más pesada mil ve-ces en la lengua francesa que en la castellana, como

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porque existen entre nosotros muchos poetas quepertenecen a la misma escuela y que no obstante lalibertad que se toman en sus raptos de imaginación,no se atreven sin embargo a traspasar los límites queel lenguaje poético ya formado ha impuesto a laslicencias del genio.»

Sin duda, Zorrilla, dejaba muy abajo en cuanto ala técnica, a muchos de sus contemporáneos, en suexaltación autónoma y conocimiento profundo de laciencia de las bellas letras, de ahí que a despecho delos aristarcos y de los juicios de la preceptiva en vezde ser extravíos, como decía el maestro de la Uni-versidad de Madrid, aquellos rompimientos de lasreglas académicas del lenguaje, han resultado uno delos mejores méritos de su obra, porque en cuanto amorfología, el verdadero legislador y el motor parala transformación o desaparición de voces, no es laantojadiza voluntad de los literatos, sino la sociedad,que cumple así una de las varias proyecciones de laley de la evolución del espíritu humano. Por eso esque, Zorrilla penetrado de esta verdad, llevando a supoesía todo el sentir, querer y actuar de su pueblo,él mejor que nadie sabía hasta dónde iba, siguiendolos impulsos de su propia y original orientación ar-tística; y hoy la sociedad ve en su dicción, palabras y

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voces que todos los días se oyen en las relacionesdiversas de la vida del pueblo español. Por esto diceun autor que «no se encuentra en Zorrilla reminis-cencia de la grandiosidad de Homero ni de la deli-cada ternura de Virgilio, ni de la expresión filosóficay culta de Horacio: no se nota en sus versos el saborexótico pero agradable que la lectura de los literatosextranjeros comunica, pero de él puede decirse loque Michelet decía de Alejandro Dumas, que erauna de las fuerzas de la Naturaleza».

* * *

Es verdaderamente admirable la popularidad quellegó a despertar la musa de Zorrilla en las tierras deAmérica, y más sorprendente es todavía ver cómode todos los grandes bardos que han brillado en losmejores apogeos de las letras españolas, sólo el cis-ne de Valladolid logró imponer su sello en la poesíalatino-americana. Toda la producción del segundotercio del siglo pasado, está caracterizada por unatendencia bien distinta de la manera de Olmedo yBello, tendencia que puede descubrirse en GertrudisGómez de Avellaneda, honra y prez de la culturacubana, quien sus poesías líricas, sabe concertar de

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un modo superior, la febril fantasía de la místicaEspaña, con la voluptuosidad inquietantes de la flo-ra tropical. En esta poetisa, que muchos la calificancomo la más grande de su época, hay la sagradacomunión de los rasgos característicos de Iberia y laíndole de la sociedad hispano-americana indepen-diente: es decir que en la poesía de esta ilustre cuba-na palpita el beso de luz de la madre y el hijo en unaidentificación fecunda de ambas civilizaciones.Prueba de ello es la virilidad primitiva, la fuerza jo-vial que se muestra en los lirismos de doña Gertru-dis como expresión de americanidad, y lasenfermizas y melancólicas quimeras del arte espa-ñol. Dios y el Hombre es una concepción de visiblefiliación lamartiniana, por la altura del pensamientoy algún resquicio de panteísmo espiritual. En estapoesía defiende la idea de la libertad en todas lasmanifestaciones de la actividad humana; y expresaun fondo de misticismo cristiano y de fogoso sen-timentalismo.

* * *

Representa también el romanticismo de Zorrilla,Plácido, el mulato cubano, en cuya sangre palpita-

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ban más enérgicamente los ideales fervorosos deautonomía americana, y de protesta contra la orga-nización social aristocrática, sobre el sentido mo-nárquico de la psicología española. Los asuntosfavoritos de las fábulas en que vaciaba el humoris-mo escéptico y acre de su situación social deprimidapor equívocos principios de superioridad de otrasrazas, son en su mayor parte cuestiones de moralsocial elevadas a la categoría de los más avanzadosproblemas de filosofía. Respira sin embargo granparte de su poesía, al menos la que se refiere a sujuventud, un pronunciado acento erótico, que rebo-sa en sus sonetos, que son modelos de selección enla forma, a manera de una llamarada azul y escarlataque se infiltra en el corazón, y se desliza con suavi-dad de labios de mujer, en los más íntimos jardinesdel sentimiento. Fue también un sacerdote del Ro-manticismo, porque elevándose a muchos codosmás por encima de su época, con intención genero-sa de iluminado, predicó futuras conquistas de pro-greso para su patria, por quien lloró siempre en susmás tristes y bellas silvas. En la Siempreviva, la poesíaque todos la calificaron como la mejor de su plec-tro, que dedicó a Martínez de la Rosa, y que fuecomo la afirmación definitiva de su personalidad

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literaria, sobre un fondo de ideales monárquicos yde sentimientos de adhesión y cariño para el tronode Cristina, sopla una corriente robusta de panteís-mo espiritualista, cuando cree ver en los fenómenosde la naturaleza los reflejos del espíritu social.

POETAS ROMÁNTICOS PERUANOS

Como ya hemos dicho, el Romanticismo fue ob-jeto de gran entusiasmo por parte de la mentalidadlatino-americana; y no podía ser de otro modo. Li-gados nosotros a España por vínculos de sangre,idioma, religión e historia, tenemos razón para sen-tir en nuestro espíritu todo movimiento que se ope-re en aquel pueblo. Además, en las primeras épocasde nuestra independencia política, del Perú, al igualque los demás países de Hispano-América, ha sidocomo una mera proyección delas formas de activi-dad española, porque a pesar de que, al proclamarnuestra autonomía, había alguna cultura e cierta im-portancia entre nosotros, sin embargo por muchosaños no hemos podido ni podemos aún vivir sindejar de imitar a los pueblos europeos.

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La literatura peruana de casi todo el siglo XIX esun perfecto romanticismo; y gran popularidad hantenido y tienen aún entre nosotros Zorrilla y Es-pronceda.

Don Felipe Pardo y Aliaga, colega del autor de Elestudiante de Salamanca, en la Universidad de Madrid,de cuya labor literaria hemos oído disertar en la Fa-cultad de Letras de Lima, es un poeta romántico encierto modo, no por lo que le toca a la ejecuciónartística, en que siguió fielmente a su maestro donAlberto lista, sino por el humorismo tan picante y lagracia tan sabrosa e irónica; pues el Romanticismoentre nosotros tuvo en algunos poetas un carácteroriginal en cuanto la poesía tomó un pronunciadosabor ligero y ágil de sal ática, y en cuanto las cos-tumbres, carácter e ideas populares, al pasar a losdominios del arte, ocultan la personalidad del poeta.Don Felipe fue, pues, humorista y amante de pintarlas costumbres nacionales, exteriorizándolas en biencortados sonetos y bellísimas letrillas.

Manuel Acuña y Gutiérrez Nájera han cultivadoeste mismo género en Méjico, y por esta razón al-gunos críticos les niegan parentesco con la poesíaromántica, lo que no nos parece justo, puesto queeste mismo elemento de ironía y gracia picaresca,

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cierto más filosófica, surge en Campoamor, quienindudablemente, no por esto, deja de reunir muchosmotivos para ser considerado como un neo-romántico, calificativo que es aplicable también alos dos poetas mejicanos y a Pardo y Aliaga.

Después de éste, consideramos a Carlos AugustoSalaverry y Arnaldo Márquez, a quien estimabatanto el padre Zorrilla, sin duda porque veía en él aun hermano suyo en Apolo. Citamos a estos dospoetas juntamente, porque encontramos una gransemejanza entre sus temperamentos artísticos. Elprimero militar y el segundo diplomático, los doshan cantado en dulcísimas elegías el sentimentalis-mo romántico más penetrante. Hemos sentido pro-fundas emociones siempre que los hemos leído; ymuchas veces hemos tenido el propósito de hacerun estudio de ambos, especial y detenido, pero laimposibilidad de conseguir todas sus poesías nos loha privado. En los dos poetas el tema general y fa-vorito de inspiración es el amor; en Salaverry, elamor a un ángel, como él llama a la mujer objeto desus sueños; y en Márquez, es el amor a su madre.Lamartine decía que al escribir un verso, lo primeroque sentía era una disposición musical sin saber aúnqué idea iba a desarrollar, y que todavía mucho des-

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pués acudía el pensamiento; es decir le ocurría loque, en virtud de las leyes de la génesis del verso,ocurre a todo poeta verdadero: primero la emocióny después la idea. Pues bien: a Márquez le pasaba lomismo; casi todas sus poesías empiezan por unamera armonía para entrar después a la concepcióngeneral del poema, de lo que nos da una idea lacomposición titulada A solas, en que empieza di-ciendo:

Mi corazón rebosa de armonía.

Y después, sabe llorar amargamente pensando enla miseria humana, gimiendo que:

...El cielo tiene luz, la flor rocío,y hasta las olas de los turbios maresvisten de espumas el azul salobre...Yo sólo tengo lágrimas... ¡Soy pobre!

La falta de esperanza que guíe a manera de unaestrella al corazón despedazado por el dolor pro-fundo, en un momento de desengaño, un verso quepor su alta filosofía vale por todo un poema y esdigno del mismo Espronceda; esto es cuando se

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dirige a su tierna madre que acongojada vela, paraayudarla a sufrir diciéndole:

¡Quién te dará, aunque mienta, una esperanza!

Salaverry es menos místico que Márquez. La tum-ba de mis ensueños, tal es en nuestro parecer, su mejorcomposición, por el espiritualismo erótico, que lainforma, la concepción honda de la vida, y más quetodo, por el ansia de inmortalidad que la anima, porlas rotundas imágenes delicadamente melancólicas,tiernas, nostálgicas y por la casticidad en la elocu-ción y la sobriedad de los giros. Desengañado delmundo, el joven poeta se despedía de las vanasquimeras de la vida, cantando de este modo:

Quiero un celaje, un lánguido murmullo,un perfume, una queja, algún rumorque sollozando con doliente arrullorepita el eco de mi triste voz!

Luis Benjamín Cisneros y José Santos Chocano,he aquí otros dos grandes poetas que también guar-dan entre sí una íntima semejanza. Ya han sido losdos identificados por Ventura García Calderón.

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Ambos son románticos. El primero lo es en toda suobra; y el segundo es en su primera manera, distin-guiéndose éste de aquél, porque, en cuanto es ro-mántico no soporta ningún refinamiento, ningunareflexiva orientación en el gusto, mientras que Cis-neros sabe enfrenar su inspiración y la fuerza emo-tiva en formas delicadamente pulidas y armoniosas,como se puede ver por estos versos:

Mil veces triste, en mi abrasada manomi frente joven recliné abatida,y he preguntado a mi conciencia en vanoel último secreto de la vida.

que no habría escrito Chocano, autor de esta otraestrofa de su primera manera:

Alta la sien, más con dolor profundodejo la sociedad en que vivía,

en que se nota que la emoción de tristeza pareceque temblara en toda su vitalidad inarmónica en elsegundo verso.

Hugo es el maestro del autor de Iras Santas, enque es desde luego más subjetivo, personal y huma-

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no que en el naturalismo de su segunda manera, enque presta sus ideas y sentimientos para traducir enfelicísimas comparaciones la relación entre los fe-nómenos objetivos y los del espíritu.

Carlos Germán Amézaga pertenece también alromanticismo, no de una manera completa, por laausencia de sentimentalismo en su poesía, pero sípor la actualidad de sus asuntos de inspiración y porel sentido filosófico a veces demasiado reflexivo ymenos espontáneo. Dígalo, si no, su famoso poemaNon plus ultra, de ritmo tan variado y melodioso y dedicción tan pura.

* * *

Hoy en el Perú, desgraciadamente no hay ya elentusiasmo de otros tiempos por el Romanticismo;y digo desgraciadamente, porque siendo todo since-ridad en esta escuela, es de lamentar que ahoranuestros poetas olviden esta gran cualidad que debetener todo buen artista. Dados demasiadamente a laimitación, hoy más que nunca se desplega la ten-dencia desenfrenada por seguir en literatura el ca-mino de los de fuera. Si bien es cierto que, comodice José Enrique Rodó, en América todavía no se

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puede vivir en poesía sino de prestado, porque atra-vesamos aún por un período de formación; si bienes cierto que, como dice Justo Sierra, es necesariobeber en las fuentes puras de los autores extranjerospara suscitar el buen gusto y los ideales, no por estodebemos seguir ciegamente, de un modo servil a losmaestros, aun ahogando la voz de nuestra raza, denuestro gusto innato y nuestras costumbres. Razajoven aún, en una naturaleza tan rica y grandiosa,como es la nuestra, no debemos, los peruanos enespecial, leer a los extranjeros, sólo por leer, sinasimilar sus ideales, sólo para volver a escribir losmismos sentimientos y pensamientos, en las mismasformas y aun en el mismo género de elocución; no.Lectura metódica, tino para conocer nuestras voca-ciones y más cultura, he aquí todo lo que José de laRiva Agüero ansía como medio de proclamar nues-tra autonomía en literatura.

Mucho se habla entre nosotros de que los estu-dios literarios son inútiles. No necesitaremos aquíprobar lo erróneo y temerario de semejante afirma-ción; pero sí debemos declarar que esta aversión alArte, tan arraigada en el pueblo en los actualestiempos, es debida a la falta de educación, que nopermite tener una idea clara y completa de la vida

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armónica y plena del hombre, pues ningún puebloculto e ilustrado repele nunca el noble sacerdocio dela Poesía. Por ahora nosotros anhelamos, pues, ladifusión de la cultura en la masa popular y el desa-rrollo económico, como medio de formar una lite-ratura brillante, digna de nuestra amada Patria.

Trujillo, Setiembre 22 de 1915.