El retrato de Van Gogh

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CP Reina Sofía. Albacete. Proyecto “Por amor al arte, en este cole pintamos todos” Abril 2013 1 EL RETRATO DE VAN-GOGH Autoras: Amelia y su madre. 3º A Ilustradores: Amelia, Samuel, Lucía, Rocío, Adrián y Diana. 3º A Me llamo Amelia, tengo 8 años, no me quito mis gafas rojas ni en la ducha y odio las habas de Tobarra que mis padres adoran. Me pasaría el día comiendo pasta e inventando historias de caballos mientras juego con mis amigos por los parques de Albacete, mi ciudad. Soy alumna de un pequeño colegio que a mí me parece el más grande y divertido. Se llama CP Reina Sofía, pero los únicos reyes que han pasado por allí han sido los Magos. He tenido la suerte de caer en una clase, la de 3ºA, que siempre acaba envuelta en emocionantes e increíbles aventuras. Si el año pasado os conté una historia de dinosaurios, la de 2013 va a ser aún más ‘pintoresca’. A mis maestros se les había ocurrido que el tema que inspirase nuestras lecturas tenía que ser el del arte. Nos hablaron de un pintor al que le volvían loco los colores del sol, las pinceladas en libertad y los tonos cálidos. Mi cuadro favorito de este señor, que se cortó una oreja mientras se afeitaba, es ‘La noche estrellada’. También nos hablaron de un genio un poco loco, como todos, al que le gustaban la pintura y la escultura. Este artista, que cuando estaba triste lo pintaba todo de colores amargos y fríos, también era capaz de trasladar al lienzo sus momentos de felicidad. Otro que llamó mi atención fue un tal Miró, al que, como a mí, le gustaban los animales, solo que los pintaba centrándose sobre todo en los ojos. Tampoco nos podemos olvidar del fotógrafo más famoso de cuando no había cámaras, Velázquez, el pintor de ‘Las Meninas’ El caso es que esta historia comenzó, como siempre, como la de un día cualquiera. Aunque madrugué, llegué por los pelos a la fila del patio. Juan ya estaba el primero y Ana asomaba justo antes de que Ramón, el portero, cerrase la puerta. Era un día importante, porque en el colegio se celebraba la Gincana 2013. Toda mi clase iba vestida de cuadros y pintores, menos Luisa, mi maestra, a la que, como a mi madre, no le va mucho lo de disfrazarse.

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Poyecto por amor al arte. Cuento de Amaleia y su madre 3º de Primaria

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CP Reina Sofía. Albacete. Proyecto “Por amor al arte, en este cole pintamos todos”

Abril 2013

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EL RETRATO DE VAN-GOGH Autoras: Amelia y su madre. 3º A Ilustradores: Amelia, Samuel, Lucía, Rocío, Adrián y Diana. 3º A

Me llamo Amelia, tengo 8 años, no me quito mis gafas rojas ni en la ducha y odio las habas de Tobarra que mis padres adoran. Me pasaría el día comiendo pasta e inventando historias de caballos mientras juego con mis amigos por los parques de Albacete, mi ciudad. Soy alumna de un pequeño colegio que a mí me parece el más grande y divertido. Se llama CP Reina Sofía, pero los únicos reyes que han pasado por allí han sido los Magos. He tenido la suerte de caer en una clase, la de 3ºA, que siempre acaba envuelta en emocionantes e increíbles aventuras. Si el año pasado os conté una historia de dinosaurios, la de 2013 va a ser aún más ‘pintoresca’.

A mis maestros se les había ocurrido que el tema que inspirase nuestras lecturas tenía que ser el del arte. Nos hablaron de un pintor al que le volvían loco los colores del sol, las pinceladas en libertad y los tonos cálidos. Mi cuadro favorito de este señor, que se cortó una oreja mientras se afeitaba, es ‘La noche estrellada’.

También nos hablaron de un genio un poco loco, como todos, al que le gustaban la pintura y la escultura. Este artista, que cuando estaba triste lo pintaba todo de colores amargos y fríos, también era capaz de trasladar al lienzo sus momentos de felicidad. Otro que llamó mi atención fue un tal Miró, al que, como a mí, le gustaban los animales, solo que los pintaba centrándose sobre todo en los ojos. Tampoco nos podemos olvidar del fotógrafo más famoso de cuando no había cámaras, Velázquez, el pintor de ‘Las Meninas’ El caso es que esta historia comenzó, como siempre, como la de un día cualquiera. Aunque madrugué, llegué por los pelos a la fila del patio. Juan ya estaba el primero y Ana asomaba justo antes de que Ramón, el portero, cerrase la puerta. Era un día importante, porque en el colegio se celebraba la Gincana 2013. Toda mi clase iba vestida de cuadros y pintores, menos Luisa, mi maestra, a la que, como a mi madre, no le va mucho lo de disfrazarse.

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Al entrar al colegio, comprobamos con sorpresa que estaba irreconocible. Había

colores, cuadros e historias y murales de pintores por todas las paredes. Parecía que en lugar de dirigirnos hacia nuestras clases habíamos entrado de cabeza en el museo del Prado o en el Reina Sofía. No sé por qué la vista se me fue hacia un autorretrato de Van-Gogh. Aquel hombre pelirrojo, con barba y sombrero de paja, me miraba, pero cuál no sería mi sorpresa cuando, de repente, me guiñó un ojo. Seguí mi camino hacia clase asustada y sin atreverme a abrir la boca.

Creía que mi imaginación me la había jugado. Aun así se lo conté a mis amigas Diana, Ana, Rocío, Carmen, Iris y Marta. Para mi desconsuelo, solo me creyó Samuel, que me había escuchado contar la historia. Y es que a él le había pasado lo mismo que a mí.

Como nadie nos creía, al acabar la clase de Lengua, Samuel y yo

convencimos a nuestra maestra Luisa para que toda la clase nos acompañara a la entrada, donde ‘supuestamente’ nos había guiñado un ojo el mismísimo Van-Gogh. La ‘seño’ nos hizo caso por no escucharnos más y porque, de paso, pensaba repasar de nuevo la vida del pintor. La fila avanzó en medio de las risas de nuestros compañeros. No faltaron los chistes de Mateo, las carcajadas de José Ángel, los cuchicheos de Carlos y Marcos González, las lucías pensando que esa mañana no habíamos desayunado o Marcos García tapándose la boca para que no se notara que estaba a punto de estallar, igual que Daniel, quien ya no podía disimular. Todos nos apreciaban, pero de ahí a creerse una historia tan rara había un trecho. Solo Vera, Nico, Mario , Inés y Adrián estaban callados.

Y ¿por qué no iba a ser verdad? Todas las dudas se disiparon en cuanto todos nos pusimos delante del retrato. A Luisa se le cayeron las gafas del susto y a José Ángel, el bocadillo de las manos. El resto, simplemente, enmudeció. Van-Gogh no solo guiñó un ojo. Asomó la cabeza primero, el cuerpo después y, como por arte de magia, dio un salto hasta plantarse en medio de la entrada del colegio. Había perdido las pinceladas desenfadadas del impresionismo y, aunque conservando los colores, estaba allí, igual que nosotros, de carne y hueso. Empezó a tocarse las manos, la cabeza y el cuerpo y con cara de susto miró a su alrededor y nos pidió ayuda. “¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¡Quiero volver al lienzo al que pertenezco!”. Nadie se atrevía a abrir la boca. Solo Luisa acertó a decirle que estaba en un colegio de Albacete y que haríamos todo lo que estuviese en nuestras manos para que regresara al cuadro. Mientras, la maestra se pellizcaba un brazo para asegurarse de que no estaba dormida. Y, nada, estaba más despierta que un águila.

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Al tiempo que unos salían corriendo, otros gritaban, unos pocos se quedaban inmóviles y otros tantos se cogían asustados de la mano. Mateo, Ana y yo corrimos

hacia la clase de Nacho, el hermano de Mateo, convencidos de que un experto en magia como él sabría qué hacer. Eso sí, sacarlo del aula fue toda una odisea. Tuvimos que decirle a su ‘profe’ unas mentirijillas, pero funcionaron. Corrimos con él de la mano y no lo llevamos hasta donde habíamos dejado al artista. Nacho pensó que la clave estaba en pintar entre todos el autorretrato del que había salido Van-Gogh. Estaba seguro de que coger los

pinceles delante del pintor al tiempo que recordábamos su vida y su obra lo transportarían de nuevo al lugar del que había venido. Unos pintamos el fondo, otros trazaron el dibujo y poco a poco el pintor se fue borrando de la vida real y reapareciendo en la pared.

Todo volvió a la normalidad, pero

la historia corrió de boca en boca con tanta fuerza que aun hoy vienen turistas al colegio Reina Sofía con la esperanza de que el autorretrato pintado por la clase de Luisa le guiñe un ojo. ¿Qué si ha vuelto a ocurrir? Visítanos y compruébalo. FIN