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EL RETORNO DE LO INCIERTO

Colonialidad del poder y pandemia

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El retorno de lo incierto : colonialidad del poder y pandemia /

Yuri Marat Gómez Cervantes ... [et al.] ; compilación de Yuri Marat Gómez Cervantes ;

Editado por Yuri Marat Gómez Cervantes. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :

Del Signo, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-3784-38-5

1. Pandemias. 2. Descolonización. I. Gómez Cervantes, Yuri Marat, comp. III.

CDD 303.48

Ilustración de tapa: Daniela Lucía Távara Fernández

© Ediciones del Signo. 2021Anibal Troilo 942 5° 11Buenos Aires - Argentinainfo@edicionesdelsigno.com.arwww.edicionesdelsigno.com.ar

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ÍndiceIntroducción_ Yuri Gómez

Panorámicas

Nuevo horizonte histórico/cambio de época_ Walter D.

Mignolo

Modernidad global, colonialidad y pandemia de Covid-19_ Julio Mejía Navarrete Introducción Pandemia, poder globalizado y política local Intensificación de la precarización, pobreza y desigualdad social Destrucción de la naturaleza Vida cotidiana en el encierro Patrón moderno digital Mercado, Estado y comunidad frente al Covid-19 Conclusión

La apertura del horizonte…_ Yuri Gómez

Situadas

Coronialidad pandemónica del poder y de género_ María Haydeé García BravoIntroitoCapas y nudos entre colonialidad y coronialidad: excurso sobre los khipus

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El pandemónico patrón de poderLa coronialidad del género: la exacerbación de la violencia en el enclave doméstico durante la pandemiaDesanundando, hebras-reflexiones a manera de cierre

Pandemia, Pachacuti global y la autoridad pública social_Carolina Ortiz FernándezIIIEl resquebrajamiento del discurso del Estado-nación moderno El discurso sanitarioEl discurso de aislamiento y distanciamiento socialIIILos movimientos de la sociedad y la autoridad pública social Coda

Entre el miedo, la vergüenza y la confusión. O cuando lo comunal no se activa. Brasil y Perú frente a la pandemia y extremaderechas abyectas_ Danilo Assis ClímacoBrasil: ¿un genio político que no cree en la política?La pandemia lleva el Perú a la década de 2010Las manifestaciones en contra del golpe de Merino en noviembre de 2020La exitosa estrategia de la ultraderecha contra #ElenãoLa extrema derecha Coda: la pandemia

Información AdicionalAlgunos de nuestros títulos

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Coronialidad pandemónica del poder y de género

María Haydeé García Bravo15

Háblame de las cosas que el mundo todavía tiene que comprender, del sig-nificado instantáneo del canto de cada pájaro, de los pensamientos secretos

de un niño en el vientre de su madre, del tiempo rítmico medido de la respiración de cada hombre y cada mujer, de los verdaderos colores dentro de la luna, de los más grandes milagros en las cosas pequeñas, los misterios

más profundos.

Edwidge Danticat, Cosecha de huesos

Introito

Nuevamente es sábado, en este presente continuo y, a estas alturas del confinamiento —casi un año—, se vive como eterno; confina-miento que es un deber de quienes podemos quedarnos en casa. Veo desde la ventana del departamento ubicado en un cuarto piso los toldos de los incontables puestos del tianguis que cuasi reli-giosamente se coloca los fines de semana en esta zona de la ciu-dad, ocupando una parte de la calle y extendiéndose por un buen trecho. Sólo un mes, muy al inicio de la pandemia no llegaron a

15 CEIICH-UNAM, México.

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instalarse, pero luego de ello, la circulación de comerciantes y mar-chantes no dejó de fluir, disminuía a veces, pero no paraba. Ahí, en un puesto pequeño y modesto que inaugura la zona de verduras y frutas, luego de la zona de ropa y objetos de plástico, se ponía una señora ya mayor ofreciendo productos frescos de la milpa: flor de calabaza, huitlacoche, calabacitas, setas de diversos tipos, y va-riados quelites: quintoniles, huauhzontles, romeritos, epazote, etc., básicamente lo que un empresario agroindustrial llamó despecti-vamente “malezas”,16 pero que forman parte de una cocina típica en México. Ese fin de semana me tocó ir a hacer la despensa —con mi compañero nos vamos turnando— y aproveché para preguntarle a la señora que estaba atendiendo, mucho más joven, por la ausencia de la mujer de mayor edad y me dijo que en la familia habían deci-dido que su mamá no fuera por un tiempo, para dejarla descansar al menos unos días, que tuviera reposo y se quedara resguardada para no “pescar el bicho”.

Cuento esta anécdota primero para dar cuenta de esas pequeñas historias que estamos viviendo y que pocas veces son registradas,

16 Personajes en quienes claramente se manifiesta una lógica racializante hasta en la comida. En su lucha contra el decreto de prohibición gradual del uso del glifosato en México, Bosco de la Vega, en ese entonces presidente del Consejo Nacional Agropecuario (CNA), señaló en una entrevista: “[…] las posiciones radicales de todo el equipo [del gobierno] muy lamentables, ellos nos quieren regresar a hace cincuenta u ochenta años atrás, nos quieren regresar a una agricultura que ellos llaman agroecológica, […] quieren que la agricultura mexicana retroceda, así lo pensamos desde el sector privado […] solo el 59% de lo que consumimos lo producimos […] ellos están haciéndonos retroceder con sus visiones. […]” (Aristegui, 2020, 7’ 33’’ y ss.). El entrevistado continúa: “[…] ahí es donde está el verdadero problema, activistas que no conocen de la situación productiva y que realmente no quieren trabajar en equipo […] la agroecología se puede hacer en el patio de tu casa […] no vamos a empezar a comer quelites […] no podemos vivir de quelites, no tienen mercado, son malas yerbas que afectan al campo […]” (Aristegui, 2020, 7’ 52’’ y ss.).

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pero forman parte del pulso vital y pueden dar pie para conectar una serie de reflexiones incipientes, tentativas y hasta fragmenta-rias, como pueden serlo en este momento; hebras que hacen parte de una urdimbre más compleja y que sólo podemos tejer en colec-tivo. Pinceladas que voy a esbozar en este artículo para pensar la pandemia y sus consecuencias: el peso del comercio informal en nuestras sociedades latinoamericanas y del Sur global debido a una economía capitalista que se fincó en la división entre explotación para los centros metropolitanos y expropiación para las colonias y los territorios en ocupación; el papel imprescindible de las muje-res racializadas dentro y fuera de casa; la lógica jerarquizante que atraviesa la organización y distribución del trabajo, la desigualdad profunda, en breve, la prevalencia de la colonialidad del poder y del género dentro de esta época incierta y su imbricación con lo que aquí hemos llamado la coronialidad, es decir, la irrupción pro-vocada en el capitaloceno de un virus, que ha modificado casi por completo, al menos hasta ahora, nuestras vidas.

Luego de un año de decretada la pandemia y las distintas medidas que se han tomado a lo largo y ancho del globo, desde la vigilancia y el control hasta otorgar corresponsabilidad a la ciudadanía para ge-nerar acuerdos y compromiso, la percepción de una situación insóli-ta tiende a disminuir, pero sigue presente y latente la pregunta por el futuro, por las posibilidades de otros horizontes por venir.17 ¿Cuál es

17 Hemos visto a los “grandes filósofos occidentales” oscilando entre la irrupción de un estado de excepción permanente y el gran hermano vigilante instaurado en nuestro hogar (Agamben, 2020) hasta el inminente y casi inexorable arribo del comunismo (Žižek, 2020). Sin embargo, también se dieron reflexiones colectivas abordando cuestiones que se han impulsado desde Amé-rica Latina como la cancelación de la deuda, el aumento de la carga impositiva a los más ricos, la distribución social del excedente, la discusión de un ingreso mínimo universal y una rica varie-dad de miradas sobre la pandemia y el futuro situadas en el Sur (Grimson et al., 2020).

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la significación de este acontecimiento? Un estremecimiento recorre el mundo, un murmullo, polifónico y expectante. ¿Cuáles son los aprendizajes colectivos y las perspectivas a futuro? La moneda sigue en el aire, el punto de bifurcación no está decidido de antemano. ¿Qué historias se contarán después de la pandemia, sobre la misma y sobre lo que aconteció? ¿Quién(es), cómo y para quiénes se conta-rán las historias? ¿Es el capitalismo un ave fénix que resurge de sus cenizas? ¿Cómo vamos a desanudar o desatar las dimensiones que han dado como resultado la coronialidad?

Capas y nudos entre colonialidad y coronialidad: excurso sobre los khipus

El concepto de coronialidad que aquí se sugiere, recupera la idea de que la citación significa poner en movimiento, movilizar y activar una referencia, en este caso la de Quijano con su propuesta de colo-nialidad del poder que —aunque podemos rastrear su elaboración a lo largo de su trayectoria (Pacheco, 2016)— cobró forma en el texto que en 2020 cumplió 20 años (Quijano, 2000). En 2019, con mi com-pañero de vida y trabajo preparamos y publicamos —sin vislumbrar siquiera lo que vendría— un artículo en el que aventuramos ima-ginativamente pensar a Quijano como un secreto khipukamayuq (Gandarilla y García-Bravo, 2019). Al darnos cuenta de la premi-nente noción que atraviesa su obra: la del nudo (gordiano, histórico, arguediano), y yendo más allá, hablamos del nudo quijaniano, el que amarra en la modernidad/colonialidad, la raza, el género, el trabajo, y las relaciones intersubjetivas en un patrón global de poder. Vincu-lamos su quehacer —que se llevó a cabo con tintes interdisciplina-

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rios pues sus intereses teóricos y práxicos surcaron varios campos de conocimiento y configuró explicaciones causales complejas que enlazaban datos y caracterizaciones— con la labor constructiva e interpretativa de los hacedores de khipus (dispositivo complejo que contiene cuentos y cuentas)18 en la zona andina de nuestro conti-nente.

Como con muchas otras prácticas se piensa que los khipus y sus usos han quedado en el pasado, que son vestigios de arcaísmos, y que han perdido su significación, sin embargo, perviven y bullen. No sólo comprenden historias, relatos, canciones o dan cuenta de cantidades, sino que “[…] nos introducen en un mundo de presa-gios y ritos” (Cereceda, 2005, p. 21). Estudios recientes señalan que han coexistido hasta nuestros días en diálogo con la escritura en es-pañol introducida con la conquista y que operan bajo una semiótica intrincada (Salomon, 2006)19 que demanda activación de la memo-ria y establecimiento de conexiones. Nelson Pimentel, antropólogo boliviano, registró tipologías de khipus: “Ch’alla chinu (khipu de ofrenda), Jaqi khipu (khipu de gente), Sartañäni (nos levantare-

18 Verónica Cereceda (2005) señala que: “Los khipus son lenguajes visuales, gestuales y táctiles y utilizan –como lo hacen las artes plásticas– una cierta correlación entre su manera de expre-sarse y el contenido que expresan […]” (p. 18); son también “[…] una unidad de sentido, una isotopía” (p. 20)

19 Sería muy interesante rastrear las líneas de continuidad y los intercruces en espacios de gran espesor histórico, pues el antropólogo y etnohistoriador estadounidense Frank Salomon hizo su etnografía en la comunidad Tupicocha, pueblo de Huarochirí, y no podemos olvidar que fue José María Arguedas, en 1966, quien tradujo del quechua al español el manuscrito referido a ese lugar de inicios del siglo XVII. Y es por esos años, mediados de los años sesenta, que Quijano comenzará su amistad profunda con el escritor quechua-peruano que lo hará plantear la utopía arguediana de la lengua y la cultura.

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mos)” (Cereceda, 2005, p. 15). Y enfatizo, por ahora, el primer tipo, en el que se señala la implicación entre tiempos, el presente y el futu-ro, cuando el khipukamayuq al sacar a pacer y campear a las llamas, que nunca se cuentan solas de una en una, sino que se cuentan en parejas y por grupos de 10, nos posibilita pensar en el tipo de enla-zamientos por hacer:

Vemos que las llamas se ch’allan de a diez –formando grupos enteros– pero, luego, más abajo en la cuerda, se hace un nudo ‘corral’. Es como si el movimiento de la mano al contar los nudos y dirigirse hacia el nudo final, permitiera no sólo contarlas, sino lograra, al mismo tiem-po, protegerlas, guardarlas. (Cereceda, 2005, pp. 21-22)

Quijano, que abrevaba, tal vez inconscientemente, de su raíz que-chua, nos planteó la metáfora del nudo como un desafío metodo-lógico y epistemológico. Sabía que a todo proceso o problemática presente subyace un fondo histórico, una profundidad histórica que le da densidad al presente y que es necesario tomar en cuenta en el análisis y en el planteamiento de alternativas. Por tanto, hay que visualizar el engranaje de procesos simultáneos, el ensamblaje de dimensiones diversas y la coetaneidad de temporalidades y rit-mos sociales (García Bravo, 2021, pp. 206-211). Hemos de recor-dar aquí que su proposición de la colonialidad del poder se presen-tó en el panel “Alternativas al eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano contemporáneo” organizado por Edgardo Lander dentro del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Sociología, que se llevó a cabo en Montreal en agosto de 1998. Ahí se señaló que estos fenómenos (eurocentrismo y colonialismo) “[…] son como cebollas de múltiples capas […]” (Lander, 2000, p. 7). Una de estas capas, la del presente, nos remite así a la coronialidad, la que consideramos que sólo puede intentar

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comprenderse jalando los hilos del pasado que hacen reverbera-ción en el presente.

El virus llega a insertarse en esa trama de la modernidad/coloniali-dad, prevalece y se reproduce donde se manifiestan la desigualdad y las condiciones de precariedad. No en vano, éste ha causado más muertes entre la gente pobre, en poblaciones racializadas. El flujo planetario de la vulnerabilidad, con claridad desde el siglo XVI, no se distribuye igualmente. Ahora bien, no hablamos del poder de la corona haciendo referencia a una forma imperial, sino al mecanis-mo mediante el cual el virus se introduce y coloniza nuestras células. Este nuevo hilo del nudo histórico está proporcionando una confi-guración distinta a la organización social. La pandemia y el confina-miento, en sus diversas versiones, es ya una cicatriz en la historia del sistema-mundo. Primero, puso de manifiesto la articulación plane-taria, porque no hay lugar en donde la coronialidad no se manifieste. Ahora, con el acaparamiento de las vacunas por los países “ricos” nordatlánticos, poniendo, otra vez, a las demás poblaciones en cali-dad de restos o desechos. No obstante, como lo sabemos histórica-mente, el resto resiste y, no sólo eso, propone y sobrevive.

El pandemónico patrón de poder

[…] antes toda la miseria y calamidad hubo de caer sobre los mismos in-dios, porque, como anduviesen tan corridos y perseguidos con sus mujeres

e hijos a cuestas, cansados, molidos, hambrientos, no se les dando lugar para cazar o pescar o buscar su pobre comida […] vino sobre ellos tanta de enfermedad, muerte y miseria, de que murieron infelicemente de padres y

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madres e hijos, infinitos. Por manera que con las matanzas de las guerras y por las hambres y enfermedades que procedieron por causa de aquellas, y

de las fatigas y opresiones que después sucedieron […] no quedaron de las multitudes que en esta isla, de gentes había desde el año de [14]94 hasta el

de [149]6, según se creía, la tercera parte de todas ellas.

Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias

Comprendida desde un encuadre de largo aliento —esto es: des-de la perspectiva de larga duración—, el momento inaugural de la modernidad está asociado con una gran devastación poblacional de todo un núcleo o nodo de los circuitos o complejos civiliza-torios que quedaron atrapados en el nuevo arreglo de la historia que arrancó con el descubrimiento/encubrimiento/ocultamiento/invasión/invención de América. Ese descalabro del complejo civi-lizatorio de los pueblos originarios del continente está asociado in-negablemente con un proceso socio-ambiental-cultural-político y económico que les afectó enormemente. Este otro (nuevo) mundo fue significativamente bautizado, como todos los territorios-con-tinentes, en femenino, bajo una cosmografía y geografía también sexualizadas, con el nombre del muy masculino y fantasioso co-merciante, explorador y piloto mayor de la Casa de Contratación de Sevilla, Amerigho Vespucci.20

20 Vespucci, al parecer, se encargó de difundir, en la obra que se le atribuye, el Mundus Novus (1504), algunas de las primeras imágenes sobre el canibalismo de los aborígenes. A lo largo de todo el siglo XVI los bellos grabados de Marten de Vos y Adriaen Collaert con las alegorías de los cuatro continentes conocidos (Europa, Asia, África y América), la icónica alegoría del descubrimiento de América dibujada por Jan Van der Straet y grabada por Theodoor Galle, así como la profusión de imágenes de Theodor de Bry, entre otros, van conformando un imaginario de la conquista mascu-linista sobre los territorios y cuerpos feminizados.

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Este proceso de conquista y colonización propagó también múlti-ples epidemias, de lo que hoy llamamos viruela, influenza, saram-pión,21 varicela, peste, paperas, tosferina (Guerra, 1985; Adame, 2000; Semo, 2019) y la asociación de esos procesos, todos parasita-rios, diezmaron a las sociedades amerindias. La conquista significó simultáneamente destrucción, invasión, ocupación, domesticación, evangelización, creación de un mercado mundial de bienes y ex-propiación de recursos. No sólo de los metales preciosos, sino de todos los recursos tildados de naturales, entre ellos las poblaciones originarias racializadas y engenerizadas, así como la instauración de formas de trabajo extenuantes y sacrificiales. Esa argamasa fue configurando un sistema-mundo, un orden social, un armazón que se replica fractalmente en sus distintas escalas, enmarcado por la instauración de una jerarquía, dicotomizada, en la cual un lado del binomio tiene preponderancia: hombre-mujer, sociedad-naturaleza, norte-sur, blanco-negro (o no-blanco), razón-emoción, alma-cuer-po, civilización-salvajismo, sujeto-objeto y su consiguiente pero pa-radójica asociación objetividad-subjetividad, conocimiento-creen-cia, logos-mitos, belleza-fealdad, etcétera.

El llamado patrón mundial de poder que caracterizó Quijano, en diá-logo y discusión, con otres, en donde “[…] las novedades fueron cua-

21 En un artículo colectivo se da cuenta de estas epidemias y su impacto: “En ningún lugar fueron los indios tratados con equidad y en ningún aspecto padecieron más que con las enferme-dades del hombre blanco, para ellos desconocidas” (Mandujano et al., 2003, p. 12). También se intenta abordarlas desde el punto de vista de los amerindios: “Al sarampión lo llamaron záhuatl tepiton, que quiere decir lepra chica, para distinguirla de la viruela […] Varias epidemias fueron de matlazáhuatl, nombre indígena para designar el tabardete o tabardillo pintado de los españo-les, o sea el actual tifus exantemático […] Otra denominación de las epidemias del siglo XVI fue cocoliztles. Cocoliztle en náhuatl quiere decir plaga o epidemia” aunque perdió generalidad para referirse a casos específicos (Mandujano et al., 2003, pp. 14-15).

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tro: una pegada a la otra: colonialidad, etnicidad, racismo y el concepto de la novedad misma […]” (Quijano y Wallerstein, 1992, p. 584), aca-so podemos hacer equiparables estos elementos, pues siguen estando presentes. Con la irrupción del coronavirus estamos experimentando una sensación que podemos considerar análoga, de desconcierto y es-tupefacción, de incertidumbre y asombro. Lo que el fraile y teólogo dominico Las Casas narra en la cita que inscribo más arriba como epígrafe nos resuena hoy con enorme contemporaneidad. El capital, asociado a una racionalidad instrumental, ha provocado colapsos de varios tipos, un desequilibrio ambiental tremendo, crisis económicas en ciclos cada vez más cortos y de mayor profundidad, la desestruc-turación del tejido social en amplias zonas del mundo, y el recrudeci-miento de una lógica patriarcal que incrementa los feminicidios.

La modernidad/colonialidad, aunque se encuentre agonizante, es muy persistente: el capital va buscando oxígeno de múltiples áreas y vuelve con renovado ímpetu a colonizar nuestras vidas y espacios, y, como en otros tiempos, a costa de poner en mayor riesgo ciertas vidas y ciertos cuerpos. Si, como enunciaran Quijano y Wallerstein (1992, p. 583), “[…] una economía mundo capitalista no hubiera tenido lugar sin América […]”, hoy podemos señalar, con Dussel (2020), que esa economía mundo capitalista ha sido puesta en jaque. Esta totalidad histórica-estructural se está desestructurando o, al menos, ha entrado en una ralentización forzada por la irrupción del virus SARS-CoV-2. Situación que ha establecido una primera gran división, entre quie-nes pueden llevar a cabo su trabajo desde casa y quienes no. Como lo relató la intelectual Arundhaty Roy, aunque se refiere a la India, bien puede aplicarse a todo el mundo:

El encierro funcionó como un experimento químico que repentina-mente reveló cosas ocultas. Conforme iban cerrando las tiendas, los

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restaurantes, las fábricas y la industria de la construcción, mientras los ricos y la clase media se encerraban en sus colonias enrejadas, nuestros pueblos y megaciudades comenzaron a expulsar a los ciu-dadanos de la clase trabajadora —los trabajadores migrantes—, a esa acumulación no deseada. | Muchas personas echadas por sus empleadores y caseros, millones de personas empobrecidas, ham-brientas, sedientas, jóvenes y viejas, hombres, mujeres, niños, per-sonas enfermas, ciegos, personas con discapacidades, sin un lugar al cual ir, sin transporte público, comenzaron una larga marcha de regreso a sus pueblos. (Roy, 2020, §§ 25-26)

Aún desconocemos si estamos transitando hacia un nuevo arreglo social, pero constatamos que la ruptura que se instaló entre natura-leza y cultura no es más válida. El capital voraz y depredador conti-núa haciendo emerger en nuestro mundo a virus que se encuentran en medio de la diversidad ecológica. Ello forma parte de la prolon-gada crisis multisistémica capitalista que, en el último medio siglo, ha tenido al menos dos expresiones, en el ámbito económico, de una hondura todavía incalculable: la crisis financiera de 2008 y la crisis económica global agudizada por el coronavirus de 2019, que puso de manifiesto un trágico escenario sanitario en casi todos los países del mundo. No obstante, debemos resaltar el hecho de que en medio de este panorama se presentan dos procesos globales de lucha que han cuestionado insistentemente las violencias estructurales del orden vigente.

Procesos que aquí distinguimos, pero que se encuentran largamente imbricados: las movilizaciones y proposiciones de los grupos po-blacionales de origen afroamericano y amerindio, así como el gran movimiento de mujeres, feminismos de varios cuños y matices, a los que se han unido la gama de la diversidad sexo-genérica, en distin-

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tos puntos del globo que denuncian el embate inédito de las “[…] nuevas formas de la guerra contra las mujeres […]” (Segato, 2016) e imaginan formas distintas de relación en todas las dimensiones de la vida lejos del machismo y la violencia de género. Tanto Fanon en su momento, luego Quijano, como ahora Mbembe (2016), han señalado el papel que ha jugado el proceso de racialización en nues-tro mundo. El primero lo llamó la zona del no-ser (Fanon, 2009); el segundo, la indigenización de las poblaciones (Quijano, 2011), y el tercero apuntó el devenir negro del mundo (Mbembe, 2016). Este recorrido da cuenta de la vigencia del patrón colonial ahora mismo y de su potencia de impregnarse en muchos espacios, ya no sólo en Sur global, sino también en el corazón mismo del Norte global.

No podemos evitar señalar la partición simultáneamente geopolítica y biopolítica que la colonialidad instauró. La asimetría de los estados intervinientes en la configuración de un sistema planetario. Cues-tión que de forma lamentable sigue prevaleciendo y que podemos constatar en el acaparamiento de las vacunas, de la cura relativa y paliativa, que hacen los países llamados ricos o desarrollados, de-jando en la indefensión a una buena parte de la población mundial. En ese sentido y siguiendo a Mbembe (2011), hoy cada vez más el capital opera bajo una necropolítica. Así como Fanon (2009) abordó los impactos en la psique de las personas debido a su clasificación por el color de la piel, y las feministas decoloniales y disidentes tam-bién han subrayado las secuelas y refracciones en las vidas, mentes y cuerpos de las mujeres y sujetes engenerizados bajo el patriarcado y la colonialidad, ahora se aúnan a ello las repercusiones psicológicas diferenciadas de la pandemia. Para muchas mujeres, ¿cómo sentirse cuando la casa es un lugar de trabajo extenuante y puede llegar a ser el lugar de la violencia más atroz?

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La coronialidad del género: la exacerbación de la violencia en el enclave doméstico durante la pandemia

Debe haber otro modo que no se llameSafo ni Mesalina ni María Egipciacani Magdalena ni Clemencia Isaura.Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

Rosario Castellanos, Meditación en el umbral (1948)

Como hemos constatado, el expansionismo colonialista fue siempre patriarcal y se engarzó con formas de dominación masculina preva-lentes en otros territorios (Segato, 2015). El patrón mundial de poder se extendió imponiendo una lógica racial y de género concomitantes, pues como han remarcado varias autoras “[…] no existe sexo sin ra-cialización […]” (Rojas Miranda et al., 2017). María Lugones propuso un hilo que había quedado velado por la teoría en la enredada madeja de la colonialidad. Ella señaló que ésta, en el mismo plano temporal (al alba de la modernidad), no sólo racializó a los sujetos, sino que también los engenerizó de maneras muy específicas y, sobre todo, ten-dió a fijar la frontera entre los géneros, asignando tareas y ámbitos para cada uno de ellos; aunado a ello estableció una regulación he-teronormativa, de ahí su formulación del sistema colonial de género. Lugones propugnó tanto por dar cuenta de la diversidad de les sujetes generizades como por analizar la experiencia de la colonialidad de manera interseccional. Como lo señaló Ochy Curiel (2014, p. 328): “[…] las categorías como raza, clase, sexo, sexualidad, entre muchas otras son concebidas como ‘variables dependientes’, porque cada una está inscrita en las otras y es constitutiva de y por las otras”.

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Este complejo proceso ha configurado una trama de dominaciones y opresiones, imprescindible para prestar atención a cómo se mani-fiesta este entramado en la vida concreta de las mujeres. Los femi-nismos decoloniales han tenido la virtud de desestabilizar la estruc-turación binaria, politizar las corporalidades dadas por supuestas y las relacionalidades invisibilizadas.22 En ese sentido, las mujeres y sujetes feminizades rebasan la categoría de víctima, pues desde for-mas disidentes hacen propuestas creativas de re-existencia. A partir de estas perspectivas ya no se habla más desde la abstracción de la mujer blanca, heterosexual, de cierta clase, sino desde la pluralidad de condiciones de las mujeres concretas. De ahí la relevancia de vi-sualizar la articulación de los procesos de clasificación, tanto los que aluden a la racialización como a la clase, la engenerización y la se-xualidad. En términos de Aura Cumes:

[…] lo generado por feministas negras, indígenas, “del tercer mun-do”, de “color”, “de las fronteras”, quienes desde hace casi tres décadas han venido insistiendo que lo complejo y perverso del sistema de dominación que se inscribe en sus cuerpos no logra explicarse con nociones unidimensionales. Pero que tampoco se trata de encapsular su realidad en una simple suma o reducirse en la popular frase de la triple opresión. La propuesta es otra, es la de entender cómo las formas de dominación interactúan, se fusionan y crean interdepen-dencias. (Cumes, 2012, p. 6)

En el mundo de la colonialidad de género, en ese proceso que de-vino sistema, “[…] no hay dualidad, hay binarismo. Mientras en la dualidad la relación es de complementariedad, la relación binaria es suplementar, un término suplementa —y no complementa— al otro

22 Véase Curiel, Falquet y Masson (2005), Lugones (2008), Bidaseca y Vázquez (2011), Cumes (2012), Espinosa, Gómez y Ochoa (2014) y Ochoa et al. (2019).

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[…]” (Segato, 2015, p. 89). Así pues, la naturaleza se antropomorfizó y las relaciones sociales se naturalizaron. La misma naturaleza fue externalizada, convertida en lo otro de la cultura, en la otra, es decir, igualmente engenerizada, feminizada y cosificada, puesta en un lu-gar inferior, como recurso cuasi inagotable, explotable y disponible.

[…] los grupos dominantes […] han llevado a la especie a imponer su hegemonía explotativa sobre las demás especies animales y una conducta predatoria sobre los demás elementos existentes en este planeta. Y, sobre esa base, el Capitalismo Colonial/Global practica una conducta cada vez más feroz y predatoria, que termina poniendo en riesgo no solamente la sobrevivencia de la especie entera en el planeta, sino la continuidad y la reproducción de las condiciones de vida, de toda vida, en la tierra. (Quijano, 2014 [2011], p. 855)

La coronialidad ha hecho mella en un terreno terriblemente des-igual como lo es América Latina.23 Es revelador que en el núcleo etimológico de los términos eco-nomía y eco-logía está el oikos, el hogar, la casa, ese lugar que con el confinamiento ha cobrado pre-ponderancia. En esta fase, de “crisis raigal” del capitalismo (Quijano, 2014 [2011], p. 855), las condiciones provocadas por la irrupción del coronavirus han exacerbado el patriarcado de alta intensidad.24 El

23 Una serie de encuestas y estudios durante este periodo muestran que “En Argentina, Chile, Ecuador, México y Bolivia al menos la mitad de la población perdió parte de sus ingresos por causa de la pandemia, siendo Bolivia el país con mayor nivel de afectación” (CELAG, 2020). En esa línea: “En Chile, Ecuador y México casi la mitad de la población buscó endeudarse en los últimos meses para poder cubrir gastos” (CELAG, 2020).

24 Aunque para visibilizar se ha usado el slogan “la otra pandemia”, la de la violencia de género, en realidad “[…] el femicidio, la violación, la violencia de género no son enfermedades. Están extendidas de modo amenazante sobre todas las mujeres y sexualidades disidentes como con-tracara de los privilegios de quienes detentan las condiciones de poder hegemónico. Es por eso

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desafío que ha representado quedarse en casa, para ciertas mujeres ha sido mortal y las mujeres redoblamos esfuerzos por mantener un espacio doméstico extendido, en el sentido que ahora el hogar es simultáneamente oficina, escuela y, en muchas ocasiones, hasta hos-pital.25 El capital ha separado e instituido esa disociación entre eco-nomía doméstica y el ámbito propiamente económico, pero, como bien ha sido señalado por las feministas marxistas (Arruzza et al., 2019), están estrechamente vinculados, porque la casa es la primera producción. Esa producción y mantenimiento de la vida que hace-mos las mujeres como trabajo impagado es parte del engranaje del capital, y frente al recrudecimiento de esas condiciones, cómo lo va-lorizamos sin hacerlo entrar en su lógica mercantil, ya que es una la-bor imprescindible, pero debe democratizarse. Porque nuevamente se delegan en otras mujeres precarizadas y racializadas los trabajos de cuidado y reproducción, pagando salarios míseros y demandan-do cada vez más tiempo:

que las feministas decimos que los violentos no son enfermos, son hijos sanos del patriarcado” (Maffía, 2020. p. 186).

25 En un estudio realizado en Argentina (Bidaseca et al., 2020) se ha puesto de manifiesto que hay una sobrecarga de trabajo —doméstico, de cuidados y educativo— para las mujeres. Y que se ha incrementado la percepción de la violencia de género (en poco más de 80% entre las muje-res tanto urbanas como rurales encuestadas). En efecto, se anota: “Resulta importante observar el impacto sobre las condiciones laborales de las mujeres: el aumento de la precarización del trabajo, la pérdida de ingresos —al ser parte muchas mujeres de las economías populares, ar-tesanas— y por las propias condiciones materiales de infraestructura de los hogares y barrios donde residen. El estudio muestra cómo estos indicadores de vulnerabilidad se incrementan por segmentación entre mujeres afrodescendientes, trans/travesti, originarias, migrantes” (p. 9). De ahí que señala: “Observamos así que el impacto negativo de la pandemia se agudiza sobre po-blaciones históricamente excluidas desde las condiciones de género, clase, étnico-raciales o de residencia” (p. 10).

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Algunas mujeres, desde su privilegio de clase, exigieron a las trabaja-doras permanecer y pernoctar en el hogar familiar a cambio de man-tener su salario, alejándolas con ello de sus propias familias y del des-canso adecuado; otras más, optaron por permitir que las trabajadoras se quedaran en sus propias casas pero disminuyendo o suspendiendo su salario hasta el fin de la pandemia, haciéndose cargo ellas mismas de la organización de los cuidados materiales y relacionales en su propio hogar, reflejo de una opresión de género vivida desde una po-sición de privilegio de clase y enfrentándose con frecuencia a dobles y triples jornadas sinfín en un mismo espacio. (Tena, 2020, pp. 81-82)

El confinamiento ha agrandado tanto la carga de trabajo como las formas de violencia hacia las mujeres. Los feminicidios no han ce-sado, sino que, muy por el contrario, se han incrementado.26 En este contexto, que ha sido denominado “la crisis de los cuidados” (cate-goría utilizada también por la CEPAL y otros organismos interna-cionales para señalar la sobrecarga de trabajo de cuidados que recae sobre las mujeres durante la pandemia), corresponde plantearnos lo adelantado por Natalia Quiroga (2011) al analizar las relaciones ten-sionales entre ese enfoque y la propuesta del buen vivir. Esta autora considera que es necesario examinar esa perspectiva (economía del cuidado), ya que sigue reificando un enfoque occidental, de un fe-minismo liberal, desconociendo, primero, la diversidad en los tipos de sobrecargas y quiénes lo padecen más y, en segundo lugar, que las

26 En México, la Secretaría de Seguridad Pública y Ciudadana (SSPC) reportó “[…] un aumento anual de 0.3% en los feminicidios en 2020, lo que significaría que al menos 1,015 mujeres fue-ron asesinadas por violencia machista o de género” (Infobae, 2021). La Red Nacional de Refu-gios (RNR) indicó a finales de noviembre, que había dado acompañamiento y atención a 34,716 personas, de las que unas 12,000 fue vía telefónica o redes sociales. Según la RNR, esta cifra representa un 51% más solicitudes de ayuda y orientación que en los mismos meses de 2019. En el 71% de los casos los agresores son la pareja de la mujer y el 11% su expareja, en tanto el 16% corresponde a otro hombre de su familia (Arteta, 2020).

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nociones del buen vivir no necesariamente se plantean en los mis-mos términos. Quiroga propone poner a dialogar ambas elaboracio-nes para configurar una perspectiva más inclusiva, dando cuenta de las múltiples realidades de las mujeres. Quedan, entonces, muchas “cuestiones abiertas” pero debemos apuntalar que las mujeres hemos luchado constantemente, de formas colaborativas y creativas insos-pechadas, por desterrar el lugar descartable en el que una economía de la muerte nos ha puesto.

Desanundando, hebras-reflexiones a manera de cierre

El orden mundial se encuentra todavía en ese momento de bifurca-ción, las inercias son enormes y arrastran con fuerza. Las distintas esferas del mundo moderno/colonial están en entredicho: la econo-mía, la política, la ciencia. Debemos intentar rehacerlas todas, bajo otra lógica decolonial y decoronial. Hay un horizonte utópico que también se manifiesta, el de reintegrar el oikos en cada una de las ac-ciones, personales y colectivas, un quiebre ontológico y epistémico es deseable y posible. La pandemia nos posibilita cuestionar profun-damente la razón patriarcal y moderno/colonial que ha privado y es-calado en magnitud en el capitaloceno. La ventana histórica abierta por el coronavirus se finca en la fragilidad de la vida, pero también paradójicamente, en la importancia del contacto, pues cada cuerpo está vinculado con otros cuerpos, mi cuerpo comienza en el del otre. Así como en la trascendencia de la respiración, de mantener y posi-bilitar el pulso vital, en generar atmósferas vivibles y que posibiliten la cadencia colectiva.

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La coronialidad que estamos viviendo nos demanda reinterpretar el mundo, generar nuevas categorías que acompañen la transfor-mación, sobre todo conceptos que surjan de intersubjetividades en sintonía. Intentar la metamorfosis del orden sistémico, requiere otros imaginarios, que se desplieguen a ras de tierra, que tengan un tempo distinto, que rechacen la aceleración, que permita el vernos a los ojos, el comprender la potencia de los abrazos y las caricias, la renovación del espacio público, no como espacio del consumo, sino del encuentro y la energía social. Ir más allá de esta colonialidad y coronialidad realmente existentes, desanudarlas en cuanto proyec-tos, pasa por reanudar el pasado con el porvenir, retomar pasados invisibilizados que están siempre presentes y nos posibilitan pen-sar otros horizontes históricos y de significaciones diferentes a lo ya dado. Las opresiones múltiples generan también alianzas múltiples. La savia americana de los feminismos decoloniales puede alimentar la configuración de esos horizontes para desatar el nudo de la mo-dernidad.

Apuntar —pensando en Quijano como khipukamayuq y en los fe-minismos decoloniales como imprescindibles para hacer otra cuer-da de todos los colores— hacia la llamada inmunidad de rebaño, no sólo como lo entiende el saber médico occidental, sino desde nues-tras historias. Recordemos aquí los tipos de khipus de los que hablá-bamos al principio, el ch’alla chinu, de ofrenda-presagio, para que tal como pasa con las llamas, nos contemos, por grupos —y las que están emparejadas con vínculos de complementariedad— de acom-pañamiento donde florecen los afectos y la reciprocidad; hagamos el nudo de corral, contemos juntes para resguardarnos y protegernos. Para enfilar al khipu sartañäni (“nos levantaremos”, en aymara). Vuelvo a la visión abigarrada del tianguis cuando voy este sábado

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por mis “malezas” y la hija de la señora mayor me cuenta con emo-ción que su madre está por recibir la primera dosis de la vacuna, su mirada y la mía traslucen esperanza, “porque ella se siente viva vi-niendo, hasta extraña el trabajo, ya no aguanta el encierro” y pienso que seguimos estando vivas para contarlo.

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