El Redescubrimiento Del Oriente Proximo y Egipto Antiguos

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En el curso del siglo XVIII, y sobre todo durante el XIX, Europa se sintió profundamente interesada por los pueblos de Oriente. La expedición napoleónica de 1798 y la competencia franco-británica abrieron el camino. El desciframiento de los jeroglíficos y de la escritura cuneiforme y las excavaciones arqueológicas trajeron a la actualidad el mensaje y la realidad de una historia compleja, rica y sorprendente. Nacía así una nueva Historia El redescubrimiento del ORIENTE PRÓXIMO y EGIPTO antiguos La aventura de la Historia en Oriente Joaquín María Córdoba Zoilo Egipto. Mito y redescubrimiento Covadonga Sevilla Cueva Fascinación europea Joaquín María Córdoba Zoilo

Transcript of El Redescubrimiento Del Oriente Proximo y Egipto Antiguos

En el curso del siglo XVIII, y sobre todo durante el XIX,Europa se sintió profundamente interesada por los pueblos

de Oriente. La expedición napoleónica de 1798 y lacompetencia franco-británica abrieron el camino. El

desciframiento de los jeroglíficos y de la escrituracuneiforme y las excavaciones arqueológicas trajeron a la

actualidad el mensaje y la realidad de una historia compleja,rica y sorprendente. Nacía así una nueva Historia

El redescubrimiento delORIENTE PRÓXIMO y

EGIPTO antiguos

La aventura de la Historia en OrienteJoaquín María Córdoba Zoilo

Egipto. Mito y redescubrimientoCovadonga Sevilla Cueva

Fascinación europeaJoaquín María Córdoba Zoilo

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Arriba, Baalbek ( D.

Roberts, 1843). En la

portadilla, toro asirio

y el rey Sargón con

un oficial (por

Flandrin); grupo de

árabes con las

pirámides al fondo

(por D. Roberts).

catastrófica sería la destrucción del sistema de re-gadíos y la eliminación de la población rural, por-que así se hizo imposible cualquier intento de re-cuperación. Y en el curso del siglo XVI, la conquis-ta turca de la región no significaría mejora alguna,sino, bien al contrario, el inicio de una era marca-da por un dominio aplastante y la conversión delpaís en campo de batalla entre turcos y safávidasiraníes.

Por esas fechas, numerosos europeos llegaron a

Oriente en busca de fortuna o ejercien-do misiones diplomáticas. Entre los pri-meros, hay que recordar al alemán Le-onhard Rauwolf, que viajó por Palestina,Siria, Mesopotamia y otras regiones en-tre 1573 y 1575, ejerciendo como mé-dico que era y realizando curiosas ob-servaciones, como la dedicada a la céle-bre zigurat de Aqar Quf, erróneamenteidentificada con la misteriosa torre babi-lónica de la Biblia. Más lejos aún irían otros dos viajeros no-tables de comienzos del XVII, el italianoPietro della Valle y el español Don Gar-cía de Silva y Figueroa. El primero, buenconocedor de Irán, en diciembre de1616 visitó con interés la región de Ba-bilonia, suponiendo que la gigantescamasa de la terraza artificial de adobe–siglos después, Robert Koldewey de-mostraría que era uno de los palacios dede la ciudad– era la tan buscada torre deBabel.Don García de Silva y Figueroa, embaja-dor de Felipe III de España ante el shaAbbas el Grande, un adelantado a sutiempo por su forma de pensar, su con-ducta y su calidad humana, ignorado en-tre la pléyade de aventureros, agentes yembajadores presentes entonces en lacorte de Irán, fue realmente el primeroen comprender la realidad de Persépolis,en señalar los signos cuneiformes comoverdadera escritura y en redactar uno de

los más interesantes y comprensivos libros sobre elIrán de la época y sus peculiares costumbres.

A finales del mismo siglo, el alemán EngelbertKämpfer copiaría en Persépolis largos fragmentosde inscripciones, tratando de descifrarlas sin éxito.Él, antes que Thomas Hyde de Oxford, hablaría decunaetae, cuñas, para referirse a esta extraña es-critura. Era la que hoy llamamos cuneiforme, la quehabía permitido expresarse a los antiguos Imperiosde Oriente.

García de Silva descubre Persépolis

García de Silva y Figueroa (Zafra, 1551-1623) fue el primer viajero queaportó a Europa noticias precisas de la olvidada civilización persa,contenidas en su diario, redactado con motivo de su embajada ante la

corte del Sha, representando a Felipe III. Parte de esas anotaciones está con-tenida en los Comentarios a mi embajada a Persia, cuyo manuscrito -pro-bablemente, no el original- se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Entre las muchas cosas interesantes del libro, su capítulo VI describeunas maravillosas ruinas que identifica -con toda propiedad, como se de-mostraría más tarde- como Persépolis. Entre las descripciones, resulta no-table por su precisión la de un relieve que se ha querido identificar con larepresentación de Darío I: "Entre la variedad de imágenes y formas de ellasque aquí se pudieron notar, fue un muy venerable personaje sentado en unalto escaño o silla, a las espaldas de la cual, que tenía un descanso o es-paldar más levantado del medio, en figura piramidal como las cátedras

episcopales, estaba otro personaje en pie, del mismo traje y autoridad delque estaba sentado. El uno y el otro tenían grandes barbas, que les llega-ban muy abajo de los pechos, con el cabello de la cabeza crecido, que lescubrían las orejas, toda la cerviz y parte del cuello posterior... Tenían bo-netes redondos y bajos en las cabezas y vestían unas grandes ropas que lesllegaban a los pies, muy anchas y con muchos pliegues, no del todo dife-rentes a las togas y ropaje antiguo de los romanos, y más propiamente co-mo las de los magníficos y senadores de Venecia: con larguísimas mangasy tan anchas de boca que les llegaban a las rodillas..."

Las precisas informaciones y sus dibujos tardaron mucho en llegar a Es-paña, pues García de Silva falleció al regreso de su embajada, a la altura deLuanda. Las descripciones de Engelbert Kämpfer y los dibujos de Corneliusde Bruin, un siglo posteriores, pondrían de manifiesto la precisión de lasobservaciones y apuntes del embajador de Felipe III.

DOSSIER

Arriba,

reconstrucción de

la puerta de

Jorsabad, Asiria,

(por Thomas).

Abajo, entrada al

templo asirio de

Nimrud (por

Layard).

Joaquín María Córdoba ZoiloProfesor Titular de Historia AntiguaUniversidad Autónoma de Madrid

M UCHO ANTES DE QUE, A MEDIADOSdel siglo XIX, comenzaran a producir-se los revolucionarios hallazgos de lasgrandes capitales asirias; mucho an-

tes de que los signos cuneiformes pudieran ser des-cifrados, revelando historias olvidadas de monarcaspersas, guerreros asirios, legisladores babilonios ohéroes sumerios; mucho antes de que naciera unahistoria nueva y los museos de París, Londres oBerlín mostraran orgullosos lo mejor de lo halladoen Kalhu, Dur Sarrukim, Babilonia, Assur, Susa,Persépolis o Hattusa; mucho antes detodo eso, el recuerdo difuso de un Orien-te lejano, el silencio de las ruinas y la in-mensidad de las llanuras había atraídola curiosidad viajera de gentes singula-res. Por fuerza, sus trabajos y aventurasconstituyen las primeras páginas de laHistoria académica o literaria del redes-cubrimiento del Oriente antiguo.

Reabriendo los caminosEn época medieval, el viaje a Oriente

solía estar determinado por razones reli-giosas las más de las veces, aunque seconozcan expediciones comerciales o di-plomáticas. Las condiciones solían serextremadamente dificultosas: desplaza-mientos muy lentos a lomos de asno o

caballo, grandes distancias a través de regiones po-co habitadas, nómadas o campesinos poco amisto-sos, situaciones climáticas extremas.... Los pocoscuriosos que buscaban referencias del pasado lohacían todavía, claro está, a través de sus lecturasreligiosas –pues las fuentes clásicas eran de limita-do acceso–, y las colinas mesopotámicas, por gran-des que fuesen, difícilmente podían asociarse conlas rutilantes ciudades de Assur, Nínive, Babilonia,tal y como venían descritas en los textos de la Bi-blia. Un temprano viajero de Occidente, célebre porhaber sido el primero conocido en dejar memoriaescrita de su viaje, fue Benjamín de Tudela, rabinoespañol que entre finales de los sesenta y comien-zos de los setenta del siglo XII peregrinó por Pales-tina, Siria, Egipto, Mesopotamia y otras regiones deaquel entorno, haciéndose eco –junto a los datosque más le interesaban: el estado, número y bie-nestar de las comunidades judías que visitaba– delaspecto y entorno de lugares tales como Baalbek,Palmira, Nínive, Babilonia o la zigurat arruinada deBorsippa –que describió tal y como aún se ve:“hendida por el fuego de Dios”–, confundiéndolacon la mágica torre de Babilonia.

Pocos años después, en 1285, Hulagu y susmongoles atacaron Bagdad y ejecutaron al últimocalifa abbasí. La destrucción de Bagdad, de susmonumentos, bibliotecas y moradores, fue desas-trosa para la cultura y la Historia; pero todavía más

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La aventura de laHistoria en OrienteSe descubren lasantiguas ciudades deMesopotamia, sedescifra el cuneiforme ynace una ciencia nueva,la Asiriología que, a lapar que la Egiptología,reescribe la historiaremota del mundo

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Mapa de la zona,

con las principales

excavaciones,

fechas y nombres

de sus impulsores.

Comenzaba la carrera colonial que había de ter-minar en el reparto sancionado por el acuerdo deM. Sykes y G. Picot en 1916 y la Declaración Bal-four de 1917. Y comenzaba, también, la recons-trucción del Oriente islámico con estereotipos,fronteras imaginarias y perversas deducciones quehan producido tantos desencuentros y conflictos alo largo de todo el siglo XX.

A comienzos del siglo XIX, publicado en los ana-les de la Academia de Ciencias de Göttingen, apa-reció un trabajo firmado por Georg Friedrich Grote-fend. Partiendo de las láminas con inscripcionespublicadas por Karsten Niebuhr, y escogiendo lainscripción trilingüe de Darío, Grotefend pensó queel desciframiento debía empezar por la lengua de

los últimos en usarla, evidentemente los persas.Escogió la más sencilla de las tres, que supuso

la desarrollada para aplicar a la lengua persa. Pocoa poco, utilizando numerosos estudios sobre el per-sa antiguo y medio, las titulaturas de los reyes y susnombres –repetidos a lo largo del tiempo–, actuan-do como en un rompecabezas, consiguió alcanzarel valor de los sonidos, obteniendo una lectura co-rrecta de hasta un tercio de los treinta y seis ca-racteres de la escritura cuneiforme persa. La puer-ta al pasado empezaba a abrirse.

El retorno de la vieja HistoriaLa campaña de Francia en Egipto había abierto

los ojos a las potencias. La Compañía de Indias bri-

DOSSIER

MA

R M

ED

ITE

RR

ÁN

EO

M A R R O J O

M A RC A S P I O

G O L F OA R Á B I G O

B a j a M e s o p o t a m i a

A l t a Me s o p o t am

ia

D E S I E R T OA R Á B I G O

A N AT O L I A

M I TA N I

I R Á N

A C A D

S U M E R

S I N A Í

PA L E S T I N A

F E N I C I A

Mar Muerto

É U F RATES

Ugarit

BiblosPalmira

DAMASCO

Mari

Borsippa

Nippur

Nuzi

Assuri

Kalhu

NívineBalawat

Dúr Sarrukin

Uruk

Ur

Girsu

BABILONIA

Sidón

Tiro

JERUSALÉN

Ebla

KarkemisTell Halaf

Samál

Hattusa

TI

G RIS

JOR

N

ORO

NT

ES

Map

a: J

uan

Seb

asti

án

Hattusa. 1906, H. Winklery Th. Macridi Bey

Kalhu. 1845, A. H. Layard

Ebla. 1964-1974, P. Matthiae

Nínive. 1847, A. H. Layard

Mari. 1933, A. Parrot

Babilonia. 1899, R. Koldewey

Persépolis. 1931, E. Herzfeld

Arriba, Acceso a uno

de los túneles de

Kuyunjik (por

Cooper). Abajo, una

de las ruinas con las

que los viajeros de

comienzos del

siglos XIX

pretendieron

identificar la mítica

Torre de Babel.

El siglo XVIII marca un cambio notable en laconducta y los intereses de los viajeros europeos enOriente. Porque el espíritu de la Ilustración marcótambién a la mayor parte de los que allí se aventu-raron. Una orientación científica variada y constan-te, un deseo de conocer las gentes y su entorno, unánimo de abrir fronteras al comercio y a los inter-cambios humanos resulta patente en la vida y lasobras de gentes como Karsten Niebuhr, A. Michauxo del conde de Volney.

La magia de las inscripcionesEn 1761, Federico V de Dinamarca envió una

expedición a Oriente –de la que formaba parte unmatemático llamado Karsten Nieubuhr–, con la mi-sión de visitar Egipto, Palestina, Siria y Arabia. Lamuerte sucesiva de los miembros de la expedición–el filólogo, el naturalista, el médico, el artista– le

dejó solo, pero lejos de amilanarse continuó su via-je alcanzando la India y a Europa en 1767, a tra-vés de Omán, Irán, Mesopotamia y Anatolia. Su re-lato, publicado luego en varias lenguas, mostrabainusitado interés por el comercio, las técnicas arte-sanales, la geografía y la agricultura, las costum-bres y los monumentos de la Antigüedad. Notablesson sus observaciones sobre las pirámides de Egip-to o sobre las ruinas de Persépolis, donde una es-tancia de tres semanas le permitiría realizar planosy copias excelentes de inscripciones, que seríanluego la primera llave del desciframiento.

El interés por la antigua y misteriosa escritura nohacía sino crecer. En 1786, un botánico francésvolvía a su país después de una estancia en Orien-te, a donde había ido llevado de su curiosidad y suestudio, acompañando al cónsul en Irán. Traía con-sigo una pesada piedra grabada y con bajorrelieve,encontrada al sur de Bagdad.

En lo sucesivo sería conocido como el guijarroMichaux. Se trataba del primer texto cuneiforme,

largo y completo, llegado a Europa. Y como no po-día ser menos, los primeros intentos de descifra-miento produjeron versiones realmente sorprenden-tes por lo desatinadas. Pero era inevitable, porquefaltaba cualquier elemento de comparación, cual-quier extremo del necesario hilo de Ariadna.

Notable también por sus escritos de viaje –pu-blicados en 1787– y por sus reflexiones filosóficasdespertadas por la visión majestuosa de las ruinasde Palmira (1791) sería el conde de Volney. Peropoco después, la expedición napoleónica a Egipto yla publicación de sus resultados cambiarían nota-blemente las conductas y las formas de ver de loseuropeos en Oriente, despertando al tiempo en losGobiernos –particularmente, en los de Francia e In-glaterra, en perpetua pugna por la hegemonía– eldeseo de ganar parcelas de influencia, mercados asus productos y reconocimiento mundial de sugrandeza.

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Adolfo Rivadeneyra llega a Babilonia

Adolfo Rivadeneyra (1841-1882) era hijo del famoso Manuel Rivadeneyra, edi-tor de la Biblioteca de Autores Españoles. Educado en Madrid, Francia, Bélgi-ca y Alemania, poseía un especial don de lenguas para los idiomas antiguos y

modernos. Diplomático, sirvió a su país en Líbano, Ceilán, Egipto, Irán y Singapur, en-tre otros destinos. Aprovechando las contingencias de su servicio, publicaría dos delos libros de viaje más interesantes del siglo XIX, fruto de los viajes hechos de Ceilána Damasco y por Irán. En el primero de ellos narra emocionado la llegada a Babilo-nia, en julio de 1869:

“A los pocos minutos atravesé dos arroyos que allí se unen para entrar en el Éu-frates, y luego, salvando los declives que estrechan la hoya en un foso, todos a una se-ñalaron un gran montículo que enfrente de mí, a lo lejos, se alzaba; y repetidas vocesexclamaron: ¡Babel!, ¡Babel!

A tales voces, electrizado por el recuerdo, veo levantarse las gigantescas murallas,las enormes fortalezas que ciñen la ciudad de Belo: oigo resonar las herramientas dedos millones de artífices, atareados en los templos, en los palacios de Semíramis;aquí construyendo puentes, galerías subterráneas; allí levantando o desviando lasaguas del río; por todas partes afanándose en labrar figuras destinadas a perpetuar lafama de los babilonios, sus riquezas, sus héroes y sus dioses... Entra Nabucodonosorarrastrando reyes, pontífices y profetas... ¡Azares de la fortuna...! Llegan las embesti-das de Ciro; ya se acercan, entronizadas, las iras devastadoras de Darío y Jerjes... Lasnubes de arqueros partos, las estrepitosas correrías de los mahometanos, persas, tur-cos, acaban por arrasar del todo lo que aún subsistía de vida en este suelo, ayer ricoy próspero; hoy pobre y sin ventura”

(A. RIVADENEYRA.- Viaje de Ceilán a Damasco, Laertes, Barcelona, 1988, p. 78)

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Abajo, izquierda,

Paul-Emile Botta

(Champmartin’s,

1840, M. Lovre,

París). Centro,

Henry C.

Rawlinson, en 1850

(Thomas Phillips).

Derecha, extracción

de uno de los toros

alados de una sola

pieza hallados por

Layard en Nimrud.

todo el mundo antiguo que hasta ese momento só-lo los franceses de Botta habían encontrado.

Inmediatamente, entró en contacto con Henry C.Rawlinson, representante británico en Bagdad des-de 1843, antiguo oficial del ejército inglés en la In-dia, miembro de los servicios de información y po-líglota notable –autor de la mejor versión inglesa deLas mil y una noches– dedicado entonces, comootros muchos en Europa, al intento de descifrar elcuneiforme y las lenguas escritas con este sistema.H.C.Rawlinson respaldó el trabajo de su compatrio-ta y preparó el traslado a Gran Bretaña de los mo-numentos y esculturas rescatados.

Además de su éxito en Nimrud, la fortuna sería

amiga de Layard en Kuyunyik: allí encontraría loque Botta no pudo hallar. Y entre 1847 y 1852 lle-garon a Londres los relieves y esculturas que for-man el grueso de una colección excepcional.

Layard volvió a Inglaterra en abril de 1851, de-jando en su puesto al iraquí Hormuz Rassam. Con-tra todo pronóstico abandonó para siempre las ex-cavaciones en beneficio de una carrera en el servi-cio exterior. Su renuncia no tenía que ver con ellopero, aunque nadie lo barruntara, la primera etapade hallazgos y descubrimientos estaba a punto determinar. Lo mismo que él, pero por otras razones,P. E. Botta se vería relegado a destinos secundariosque sobrellevó amargado, lejos de sus rutilantesdescubrimientos. Un cruel Gustave Flaubert le evo-caría en sus notas de viaje, cuando en 1850 se be-neficiaba de la hospitalidad del entonces cónsulfrancés en Jerusalén.

Guerras, abandonos, desciframientosLa Gran Partida jugada entre las potencias por el

reparto de las colonias y las zonas de influencia es-tá en el origen de la Guerra de Crimea. Entre 1853y 1856, Francia e Inglaterra se enfrentaron a Rusiaen una guerra extremadamente sangrienta, llevada

DOSSIER

Los grandes descubrimientos1618. García de Silva y Figueroa,embajador de Felipe III ante el shaAbbas el Grande, identifica Persé-polis. Sugiere que los signos cunei-formes habían sido una escritura.1751. Wood y Dawkins visitanPalmira y su libro Las ruinas dePalmira (1753) inicia el redescu-brimiento de la ciudad.1752. Los filólogos Barthelémy ySwinton descifran el alfabeto palmi-riano.1770. El danés Niebuhr copia lasinscripciones cuneiformes de Per-sépolis y establece la base del des-ciframiento.1802. Grotefend establece el tri-lingüismo de las inscripcionesaqueménidas y descifra parte delalfabeto cuneiforme usado para elpersa antiguo.1811. Rich, residente británico enBagdad, levanta los primeros ma-pas y planos de las ruinas que iden-tifica con Babilonia.1812. El suizo Burckhardt visitaPetra y señala laexistencia e im-portancia desus ruinas.1843. Bottadescubre lasruinas de Dur

Sarrukin, la capital de Sargón II.1845. El británico Layard descu-bre al sur de Mosul la ciudad asiriade Kalhu.1847. El mismo Layard identificaa las ruinas de Quyunyik como lasde Nínive.1852. El francés Place reanudalos trabajos de Dur Sarrukim y am-plía lo conocido del palacio y capi-tal de Sargón.

1857. Hinks,Oppert, Rawlin-son y Talbot ve-rifican el desci-framiento de laescritura cunei-forme y de la

antigua lengua asiria.1859. J. Oppert decide que losacadios no fueron los inventores dela escritura cuneiforme.1872. El filólogo G. Smith descu-bre, en una tablilla hallada en Níni-ve, la más antigua versión del Dilu-vio Universal.1877. E. de Sarzec descubre enTello la ciudad de Girsu y la culturasumeria, con sus inscripciones ymonumentos.1878. El iraquí H. Rassam en-cuentra al sureste de Nínive lasPuertas de Balawat.

1888. Los alemanes Hu-mann y Von Luschan descu-bren Zincirli y la cultura lu-vio-aramea.1889. Los norteamerica-nos Hilprecht y Haynes des-cubren la ciudad santa su-meria de Nippur.1897. El francés Morgancomienza el gran proyecto de Susa.Se descubren importantes monu-mentos (Estela de Naram Sin, Có-digo de Hammurabi). El sistemade trabajo resulta lesivo para la do-cumentación. 1899. La Sociedad OrientalistaAlemana inicia el proyecto de Babi-lonia, dirigido por Koldewey. Hasta1914. Se descubren grandes tem-plos, palacios y monumentos comola Puerta de Istar. Se impone en lasexcavaciones la más rigurosa meto-dología. Se descubren la realidad yproblemas de la arquitectura deadobe.1902. Koldewey localiza las rui-nas de Borsippa. Su gigantesca to-rre –considerada durante años co-mo la de Babel– es identificada co-mo la del famoso templo del diosNabu.1903. El alemán Andrae excava enQalat Sherqat, identificada como la

vieja capital de Assur. Mejora de lametodología de trabajo y documen-tación.1906. En Bogazköy, Anatolia, lamisión germano-turca de Wincklery Makridi Bey descubren Hattusa,capital del Imperio hitita, sus archi-vos y una nueva lengua escrita encuneiforme: el hitita, lengua indo-europea.1908. En Yerablus, el británicoHogarth desubre la capital luvita deKarkemis.1911. En las fuentes del Habur, enSiria, el alemán Von Oppenheimdescubre en Tell Halaf una capitalaramea y la evidencia cerámica deuna cultura prehistórica de notableimportancia: la cultura Halaf.1912. El alemán Jordan, jefe de lamisión en Babilonia, abre un nuevoproyecto en Warka. Verifica la re-mota antigüedad de la ciudad, lla-mada Uruk.

La prensa escrita de Europa, con su

recién adquirida capacidad de difusión y

comunicación, prestó a la hazaña

francesa un impacto notable, que los

británicos estaban obligados a equilibrar

Personajes asirios

esculpidos en una

pared pétrea de

Bavian. Layard está

representado en

posición acrobática,

examinando de

cerca los relieves.

tánica y los Ministerios correspondientes se apre-suraron a inaugurar delegaciones y consulados enlas capitales más importantes del Oriente bajo ad-ministración turca: Alepo, Damasco, Mosul, Bag-dad, Basora y otras ciudades comenzaron a contaren su parva colonia europea, con los representantescomerciales y diplomáticos que allí defendían losintereses de sus respectivas naciones.

Como el tiempo libre era mucho y la afición a lasantigüedades muy común, inmediatamente comen-zaron a ofrecerles cuanto aparecía aquí y allá: unresto, un topónimo, una leyenda... Claudius JamesRich, cónsul en Bagdad y residente de la Compañíade Indias desde 1807, sería el primero en trazarplanos de las ruinas de Babilonia, intentando veren ellas el recuerdo de la vieja capital. Pero tam-bién visitó y dibujó planos de Birs Nimrud en elSur, o Nimrud y Mosul en el Norte, acompañadopor su secretario Bellino, asiduo corresponsal de G.F. Grotefend. La casa de Rich sería hogar de mu-chos viajeros británicos de entonces –como JamesBuckingham o Robert Ker Porter, autor de excelen-tes acuarelas de Irán y Mesopotamia–. A su muerteen Shiraz, en 1821, la curiosidad sobre la antigüe-dad oriental despertaba ya un interés oficial. Su co-lección de antigüedades e inscripciones formaría elnúcleo inicial de las antigüedades mesopotámicasdel Museo Británico.

En 1842, Francia abríauna delegación diplomáticaen Mosul. El designado paraostentar la representación se-ría Paul-Emile Botta, unhombre de probada experien-cia en Oriente, adquirida du-rante el largo tiempo vividoen Egipto y Yemen. JulesMohl, secretario de la Socie-dad Asiática Francesa, quehabía leído los informes deRich sobre Nínive y conocidola colección depositada enLondres, animó a P. E. Bottaa indagar en busca de la vie-ja capital asiria. Así lo haríael flamante cónsul a poco desu llegada, excavando con es-casos resultados en la colinade Kuyunyik, al otro lado delTigris.

A finales de marzo de1843, frustrado en sus ex-pectativas, envió a algunosde los suyos a buscar en la al-dea de Jorsabad, a unos die-ciséis kilómetros al norestede Mosul, aceptando los in-formes que le daban. Y acer-tó. El 5 de abril enviaba a Ju-les Mohl y a la Academia ins-cripciones que confirmabanel hallazgo del primer palacioasirio, de una gran capital

que suponía, con error, Nínive. La importancia po-lítica y cultural del descubrimiento –no era Nínive,como luego se demostraría, sino la capital de Sar-gón, Dur Sarrukim– hizo que los Ministerios se vol-caran en la dotación de medios económicos, facili-tando además a Botta la incorporación del pintor ydibujante Eugène Flandin.

Años después, Victor Place volvería a abrir el ya-cimiento de Jorsabad, multiplicando por mil lo ha-llado en tiempos de Botta. Con él fue Gabriel Tran-chand, autor de las primeras fotografías tomadas

en una excavación y acaso delas primeras hechas en Orien-te. Lástima que el metódico yejemplar trabajo de V. Placese viera desmerecido por laaccidental pérdida de sus ha-llazgos en el Tigris.La prensa escrita de Europa,con su recién adquirida capa-cidad de difusión y comuni-cación, prestó a la hazañafrancesa un impacto notable,que los británicos estabanobligados a equilibrar. Unviajero y aventurero inglés,Austen Henry Layard, muchotiempo residente en Irán–protagonista de sorprenden-tes episodios en el corazóndel Luristán– y que había re-corrido Palestina, Siria eIraq, supo ganarse la confian-za del embajador británico enConstantinopla, StratfordCanning. Con medios econó-micos que puso a su disposi-ción y con su respaldo diplo-mático Layard se dirigió aMosul y, tras algunas investi-gaciones menores en Kuyun-yik y Bavian, marchó a Nim-rud a fines de noviembre de1845, comenzando de inme-diato a recuperar los primerosrelieves asirios, esculturas y

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Falsificaciones en Hamadán

Uno de los viajeros y pintores más curiosos de los que surcaron las rutas deOriente durante el siglo XIX fue Eugéne Flandin (1803-1876). Adscrito a laembajada remitida al sha de Persia, realizó junto a P. X. Coste un largo viaje

por Irán en el curso de los años 1840 y 1841, fruto del cual sería un libro excelentey una portentosa colección de láminas. Estando en Hamadán, Flandin supo de unaverdadera industria de la falsificación:

“Los judíos fabrican allí una inmensa cantidad de monedas griegas y sasánidas.Sobre todo aquellas que llevan la efigie de Alejandro o Ardesir y son muy comunes”…“Se han puesto a fundir y a reproducir facsímiles de las encontradas en el suelo(en obras de aterrazamiento). Se me ha dicho que las exportan incluso para los co-leccionistas de Europa”.

(E. FLANDIN Y P. X. COSTE, Voyage en Perse (2 vols.), París, 1851, vol. I, p.383.)

9

Ramsés II en su

carro de guerra,

dispara su arco

contra los hititas

(por Ippolito

Rosellini,

Monumentidell’Egitto e dellaNubia). Rosellini

fue discípulo de

Champollion y el

primer egiptólogo

italiano.

Covadonga SevillaProfesora Titular de Historia AntiguaUniversidad Autónoma de Madrid

E N EL AÑO 47 A.C. SE INCENDIÓ LABiblioteca de Alejandría a consecuenciade la conquista de la ciudad por Julio Cé-sar. Entre los cerca de 700.000 volúme-

nes con que contaba, había libros sobre la historiay la cultura del país, escritos por egipcios. Existíanduplicados que se guardaban en la biblioteca deltemplo de Serapis en la misma ciudad, que serándestruidos a su vez en el año 391 por cristianos fa-

náticos, perdiéndose definitivamente todo lo que sehabía salvado del desastre del año 47 a.C.

En el año 313, el emperador Constantino pro-mulga un decreto por el que se permitía la libertadde cultos dentro del Imperio romano. En Egipto, elcristianismo ya contaba con muchos adeptos; entodo el valle del Nilo se construyen y habitan mo-nasterios y eremitorios y ya eran escasos los cre-yentes en las ancestrales divinidades faraónicas. Eledicto de Teodosio I, en el 391, prohibió el culto entodos los templos paganos: fue el golpe definitivo ala antigua religión y a la vieja cultura pues, con lossantuarios, se cierran sus escuelas de escribas. Por

DOSSIER

Egipto, mito yredescubrimientoLa cultura egipcia nunca desapareció de la memoriaeuropea. Creada y recreada a través de los tiempos, seconstituyó en un mito que aún perdura

Arriba, Austen H.

Layard, vestido de

bakhtiyari, según

una acurela hecha

en Constantinopla,

en 1843. Abajo,

transporte por el

río de uno de los

toros colosales

extraídos por

Layard en Nimrud y

que terminarían en

Gran Bretaña.

a cabo con notable incompetencia poruno y otro de los bandos contendientes.Además de las pérdidas humanas y lainseguridad generalizada, la guerra con-geló los proyectos de investigación enOriente. Incluso era difícil conseguir unbarco que fuera hasta Basora para reco-ger las antigüedades acaparadas porfranceses e ingleses.

Integrado ya en el Ministerio de Asun-tos Exteriores, A. H. Layard sería testigode las batallas en Crimea y del asalto aSebastopol. Sorprendido por la incapa-cidad militar de los mandos y la inten-dencia británicos, horrorizado por la si-tuación sanitaria y los sufrimientos inú-tiles de los soldados, a su vuelta a In-glaterra atacaría en el Parlamento el sis-tema de provisión de los mandos, enmanos de una cierta nobleza, enfrentán-dose por ello con el conservadurismopropio de la Cámara y el rencor del pri-mer ministro, Palmerston.

Las circunstancias, pues, debieronayudar a que entonces llegaran a puertolos intentos de desciframiento. Tras mu-chos tanteos de H. C. Rawlinson, del ir-landés E. Hincks –por el que Rawlinsonsintió una innoble envidia y antipatía–,del francés Jules Oppert y de otros, se conseguiríaal fin descifrar la lengua principal de las inscrip-ciones conocidas: el asirio. La prueba colectiva pro-puesta por la Sociedad Asiática de Londres en1857 sería la muestra palpable. A partir de enton-ces, las inscripciones de los palacios y estelas, olas tablillas de los archivos, permitían conocer unahistoria ignorada, grandiosa y muy superior a loimaginado, en cuyos mitos y comportamientos losherederos del mundo greco-romano encontraban unnuevo antepasado.

El desciframiento de la lengua asiria y la escri-tura cuneiforme tendría algunas consecuenciasinesperadas. La primera, la evidencia de que mu-chos de los mitos bíblicos se habían inspirado en

tradiciones mesopotámicas varias veces milena-rias. La segunda, que cuanto más se avanzaba enla publicación y en los hallazgos se imponía unarevisión total de la perspectiva académica de lahistoria antigua, refugiada en la supuesta superio-ridad clásica o en la inmutabilidad del referentereligioso.

Durante el último tercio del siglo XIX, superadasya las secuelas de la Guerra de Crimea y, poco des-pués, las del conflicto franco-prusiano de 1870-71, sobrevendría una nueva oleada de interés porOriente. Entre 1877 y 1901, un vicecónsul deFrancia destacado en Basora iniciaría los trabajosen las desoladas llanuras mesopotámicas, en un lu-gar llamado Tello. Sus inauditos esfuerzos y sacrifi-cios se verían recompensados con el descubrimien-to de un pueblo y lengua mucho más antiguos delo hasta entonces conocido: los sumerios. Y conellos, el origen último de la escritura.

Poco después, un grupo estadounidense iniciaríasus trabajos en Nippur, la ciudad santa de los su-merios y, a finales de siglo, la Sociedad Orientalis-ta Alemana encargaba al arquitecto Robert Kolde-wey el proyecto de descubrir y estudiar Babilonia.Allí se produciría lo que se ha llamado el segundodescubrimiento de Mesopotamia: fueron los estu-diosos alemanes de R. Koldewey y sus discípulos,como W. Andrae, quienes desvelaron los misteriosde la antigua arquitectura de adobe, su excavacióny su documentación. Para entonces, los museos ylas universidades europeas sabían ya de una cien-cia nueva, la Asiriología, que a la par que la Egip-tología venía a escribir de nuevo la realidad de laHistoria más remota del mundo.

8

Se ponía en

evidencia que

muchos de los

mitos bíblicos se

habían inspirado

en tradiciones

mesopotámicas

varias veces

milenarias

11

Página izquierda,

mapa con algunos

de los hallazgos,

excavaciones y

estudios

arqueológicos del

siglo XIX en Egipto.

Arriba, miembros de

la expedición

científica francesa

de Napoleón miden

la Esfinge de Giza.

Grabado alusivo a

las medidas

adoptadas por el

papa Sixto V

respecto a los

obeliscos.

sólo al alcance de unos pocos y que no puede ma-nifestarse por los medios de comunicación habi-tual, sino a través de formas veladas. Los pensado-res renacentistas, siguiendo al gramático griego Ho-rapollo de Nilópolis (s. IV d.C.) que escribe sus Hie-roglyphica, pensaron que los jeroglíficos egipciostranmitían esa sabiduría y que sólo mediante su in-terpretación, se llegaría al Conocimiento. Uno desus seguidores, ya en el siglo XVII, será el jesuitaalemán Athanasius Kircher. Erudito de conocimien-tos enciclopédicos, nos ha legado gran cantidad deobras sobre los monumentos egipcios en Roma, so-bre los jeroglíficos e incluso una gramática de cop-to. El padre Kircher siguió al pie de la letra la ideade Horapollo: los signos escritos en obeliscos y es-tatuas debían ser interpretados. Desarrolla así unafantasía desbordante. Lo que resulta paradójico esque, conociendo el copto (es decir, la lengua y laescritura de los egipcios cristianos), no se dieracuenta de que la lengua que anotaban los jeroglífi-cos era la misma, sólo que perteneciente a periodosmás antiguos. Su error sólo se solventará en el si-glo XVIII cuando algunos eruditos reco-nozcan en los signos una escritura yque, por tanto, debe ser leída y no inter-pretada.

En este contexto se reanudan los via-jes a Oriente, favorecidos por las medi-das aperturistas de los sultanes otoma-nos y los intereses comerciales europe-os. Viajar será fácil para peregrinos, di-plomáticos y mercaderes, que recalaránen el puerto de Alejandría. Hasta estemomento, los europeos cultivados noposeían ninguna documentación seriasobre Egipto, a excepción de algunasnarraciones de viajeros o noticias diver-sas traídas por los cruzados en los siglospasados. Empiezan a publicarse en Eu-ropa libros de viajes; algunos son total-mente fantásticos como El viaje y la navegación deSir John Mandeville, caballero, protagonizados porpersonas que nunca existieron. Otros, sin embargo,son el reflejo fiel de las vicisitudes del trayecto. Co-mo León el Africano quien, en el siglo XVI, recorrióel Norte de África remontando el Nilo hasta Asuán.Su obra, Historia y descripción de África, es el pri-mer acercamiento objetivo a algunos monumentos

del Egipto faraónico. Más tarde, otros eruditos, co-mo el profesor John Greaves, de Oxford, efectúanmediciones de las Pirámides, iniciando así una eva-luación científica de los edificios.

El viajero de estos momentos tiene intereses di-versos en Egipto: no sólo busca lugares bíblicos si-no que queda extasiado ante los vestigios faraóni-cos. Se encarga como diplomático y comerciantede interceder ante las autoridades egipcias en be-neficio de su país y aprovecha para contratar inter-cambios provechosos: no sólo se buscan especias yotras materias exóticas Se transportan también pie-zas que enriquecerán las colecciones privadas; se

incluirán en los llamados "gabinetes de curiosida-des" que serán el precedente de los futuros muse-os. De hecho, el coleccionismo se va a convertir enalgunos casos en actividad de Estado.

En el siglo XVII Jean de Thévenot viaja simple-mente por la pasión del conocimiento; el padreVansleb, enviado por Luis XIV, busca piezas e in-formación científica sobre Egipto. Los diplomáticosson los mayores coleccionistas de este periodo. Elcomercio de antigüedades se desarrollará en el si-glo XVIII, facilitado por los contactos con los fun-cionarios locales. Benoît de Maillet, Le Maire oPaul Lucas son algunos ejemplos. El jesuita ClaudeSicard realizará un mapa del valle del Nilo ubican-do todos los asentamientos y monumentos por en-cargo del regente Philippe de Orléans.

DOSSIER

La profecía de Hermes Trimegisto

Tiempos vendrán en los que parecerá que los egipcios hayan honrado en vanoa sus dioses (...) Regresarán a su cielo, abandonarán Egipto (...) Y entoncesesta tierra tan santa, patria de santuarios y templos, quedará enteramente cu-

bierta de sepulcros y de muertos. ¡Oh Egipto, Egipto! Sólo fábulas van a quedar de tuscultos, y ni siquiera tus hijos creerán más tarde en ellas. No sobrevivirán más que pa-labras esculpidas sobre las piedras que relatan tus piadosas obras... Sin dioses y sinhombres, ¡Egipto no será más que un desierto! ". La profecía de Hermes Trimegisto,recogida en el Corpus Hermeticum, conjunto de textos de variada procedencia reu-nidos entre los siglos I y III, señala la oscuridad que se va a cernir sobre toda la ci-vilización egipcia.

La cruz sobre el obelisco

La popularidad de los vínculos genealógicos con Egipto, fue contrarrestada poralgunos papas durante la época de la Contrarreforma. Sixto V lanza acusacionesde un nuevo paganismo y toma medidas: la erección de algunos obeliscos en

Roma se culmina con la ubicación sobre su aguja de una cruz o de reliquias, que-riendo manifestar al mundo el triunfo de la verdadera fe; "La Santidad de nuestro se-

ñor Sixto V (...) ha aborrecido el culto de los falsos dioses delos gentiles,(...). El primer año en que, (...), recibió el pon-tificado, intentó borrar por completo la memoria de los ído-los que fueron tan exaltados por los paganos con las pirámi-des, los obeliscos, (...). Él quiso (...), dar cuerpo a este de-seo tan piadoso(...) con el Obelisco del Vaticano(...) pur-gando esta "aguja" y consagrándola en tanto que soporte ypie de la muy Santa Cruz".

tanto, los pocos que aún sabían leer y escribir loscaracteres jeroglíficos y hieráticos fueron dispersa-dos. En torno al 450, no sólo no quedaba nadie quepudiera leer o comprender los textos del Egipto an-tiguo sino que, además, había desaparecido cuan-to habían escrito de sí mismos los propios egipcios.

Entre los siglos IV y VII el país, bajo la órbita po-lítica del Imperio bizantino, recibió la visita de pe-regrinos deseosos de conocer los lugares mencio-nados en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Viaje-ros fervientes que querían ver con sus propios ojoslos graneros de José –las pirámides–, el árbol bajocuya sombra se cobijó la Virgen María cuando tuvoque huir de Herodes con el Niño Jesús, o las tum-bas de los mártires. Se trataba de peregrinacionesperfectamente organizadas –para las que se escri-bieron itinerarios o guías de viaje– que culminan enJerusalén. Los templos egipcios se utilizaban comocantera para la construcción de iglesias, monaste-rios o palacios. Las representaciones esculpidas seeliminaban o se cubrían con revoco por ser impúdi-cas o idólatras. En todas partes, sobre los jeroglífi-cos aparecen cruces.

La conquista y el asentamiento musulmán cerróEgipto a los peregrinos. Los creyentes de la nuevareligión admiraban y temían los vestigios faraóni-cos. Se extendió entre los musulmanes la creenciade que templos, tumbas o pirámides fueron cons-truidas por magos y gigantes en tiempos pretéritosy que guardaban en su interior incalculables teso-ros. Así, algunos más valientes o ambiciosos pene-traron en los edificios en busca de riquezas, aguje-reando suelos y muros.

La recreación renacentista del mitoCon el naciente humanismo y el mecenazgo de

algunas familias italianas como los Médicis, los es-tudios sobre escritores griegos y romanos cobran unnuevo auge. Se fomenta la traducción al latín deDiodoro de Sicilia o del Corpus Hermeticum. Dio-doro describió las costumbres y la religión egipcias,destacando su sabiduría y su extensión a otros lu-gares, sobre todo europeos. El dios Osiris y su es-posa Isis habrían exportado el progreso enseñandotécnicas y leyes. Los sabios europeos buscarán deforma frenética los lazos entre sus países y esta di-fusión primitiva de la civilización egipcia. Se escri-ben así estudios de carácter pseudo-histórico quepretendían enlazar a determinadas familias europe-as con sus "antepasados", sobre todo Hércules elEgipcio, hijo de Isis y Osiris, creando verdaderasgenealogías. Es el caso de los Borgia o, en Alema-nia, de la familia Habsburgo. Los "lazos familiares"se acaban plasmando en las decoraciones de pala-cios, arcos de triunfo o historias de familia.

En 1460 se traduce al latín el Corpus Hermeti-cum, o Hermes Trismegisto. Autores como MarsilioFicino o Pico della Mirandola estudiarán esta reco-pilación de textos gnósticos, judíos, griegos y "egip-cios" escrito en el siglo III d.C. que ponen de ma-nifiesto una sabiduría ancestral vinculada a los co-nocimientos arcanos, la filosofía y la magia natural.Se busca la obtención del Conocimiento absoluto,

10

M A R M E D I T E R R Á N E O

GO

LFO D

E SU

EZ

B a j o E g i p t o

E g i p t o M e d i o

O A S I SD E L

FAY U M

A l t o E g i p t o

SUDÁN

Canal de Suez

Primera catarata

LagoNasser

Alejandría

GizaEL CAIRO

Tanis

Ismailia

SUEZ

PortSaid

MenfisSaqqara

El-Amarna

Abydos

Dendera

TEBAS

Esna

Map

a: J

uan

Seb

asti

án

Edfu

Kom Ombo

ASUÁNFilae

Elefantina

Abu Simbel

KarnakLuxor

Valle delos Reyes

Quena

NIL

O

RÍO

N

I LO

0 100 200 km

Rosetta

13

Vivant Denon,

miembro de la

expedición

napoleónica.

Giovanni Belzoni,

uno de los pioneros

de la Egiptología.

Jean-Fançois

Champollion, el

descifrador de los

jeroglíficos.

Gran pórtico del

templo ptolemaico

de Filae (por David

Roberts). Se trata de

la sala hipóstila de

ese templo,

dedicado al culto de

Isis y convertido

–obsérvense las

cruces– en iglesia

cristiana en el siglo

VI d.C. El templo se

conserva

actualmente,

después de haber

sido rescatados de

las aguas del

embalse de Asuán.

peración europea para modernizar el país, no poneninguna traba a la extracción de piezas y a su pos-terior traslado a Europa. La actividad "arqueológica"se convierte en uno más de los motivos -a veces ex-cusa- de Francia e Inglaterra para intervenir enEgipto. Sus cónsules, Drovetti y Salt, organizan ex-cavaciones para "recuperar" objetos que posterior-mente venden a los recién creados museos occi-dentales. El propio Champollion, durante su estan-cia en Egipto, llama la atención del virrey para po-ner fin al expolio sistemático. Sin embargo,Muhammad Ali, poco concienciado, si bien en prin-cipio considera seriamente las advertencias del sa-bio francés, acaba regalando las piezas incautadasa aquellos Estados de quien espera obtener algunaventaja.

Egipto se convierte a lo largo de este siglo en ellugar turístico por excelencia. El valle del Nilo, ade-más, posee el mejor clima recomendado para recu-perarse de enfermedades tales como la tuberculo-sis o, simplemente, la depresión. Así, es fácil en-contrar viajando por Egipto a personajes célebres,como el escritor francés Flaubert o el pintor inglésDavid Roberts. Ambos nos han legado, en sus res-pectivas obras lo mejor del espírtu romántico, vin-culado no sólo a las antigüedades faraónicas, cris-tianas e islámicas, sino también a la vida egipciade su tiempo.

La situación con respecto al patrimonio va acambiar a mediados de siglo. August Mariette,egiptólogo autodidacta y furtivo en un principio, to-ma conciencia del peligro que para la nueva disci-

plina y para el propio Egipto tienen las excavacio-nes indiscriminadas. Su labor fue incalculable.Consiguió convencer y concienciar a los virreyes y ala población de la necesidad de conservar su patri-monio en tierra egipcia. Para ello, creó un Serviciode Antigüedades que controlará a partir de 1858las excavaciones y los traslados de piezas fuera delpaís. Además, fundará un museo con clara inten-cionalidad didáctica. Si Champollion había abiertoel camino hacia el conocimiento histórico a travésde los textos escritos, Mariette lo hará a través dela arqueología.

¿Puede realmente hablarse de redescubrimien-to de Egipto? Sí, si se piensa en lo que los propiosegipcios dejaron –escrito y representado en susmonumentos y manifestaciones de todo tipo– so-bre sí mismos. Su conocimiento se lo debemos aespecialistas filólogos, arqueólogos e historiado-res, sobre todo a partir del desciframiento de losjeroglíficos en 1822; su constante fascinación, atodos aquellos curiosos, viajeros y eruditos que pi-saron sin interrupción la tierra del Nilo, desde elsiglo XVI, legando a la posteridad relatos y repre-sentaciones, a veces de extraordinaria calidad.Sin embargo, es preciso puntualizar que Egiptonunca desapareció de la memoria europea. Crea-do y recreado a través de los tiempos, se consti-tuyó en un mito del que, aún hoy en día, todos so-mos deudores.

DOSSIER

Cronología Egipto1799. Pierre Bouchard, oficial de Bonaparte, descubreen el Delta Occidental la Piedra de Rosetta.1813. Burckhardt alcanza Abu Simbel.1817. Belzoni abre Abu Simbel y la tumba de Sethi I enel Valle de los Reyes.1818. Belzoni alcanza Berenice, en el Mar Rojo.1822. Champollion descifra en París los jeroglíficos.1851. Mariette descubre el Serapeum, en Menfis.1859. Mariette excava la tumba de la reina Ahhotep, enDra Abu el-Nagga, Tebas oeste.1871. Mariette excava la mastaba de Rahotep y Nofret,en Meidum.1880-1. Maspero halla los Textos de las Pirámides, enla pirámide de Pepi I, en Saqqara, y descubre el escon-drijo de Deir el-Bahari, en Tebas oeste.1891-2. Petrie excava en el-Amarna, Egipto Medio.1895. Excavaciones de Petrie en Nagada, Alto Egipto.1895-6. Amélineau halla el cementerio de los faraonesde las primeras dinastías en Abydos, Alto Egipto.1898. Loret descubre, en el Valle de los Reyes, la tum-ba de Amenofis II.1913-4. Borchardt halla en el-Amarna, Egipto Medio,el taller del escultor Tutmés y la Cabeza de Nefertiti.1922. Carter descubre la tumba de Tutankhamon, en elValle de los Reyes.1925. Reisner halla en Giza la tumba de la reina Hetep-heres.1939. Montet halla las tumbas reales de Tanis, en elDelta Oriental.La expedición

franco-toscana en

las ruinas de

Karnak, a finales de

1829: en el centro,

vestido a la usanza

egipcia, J. F.

Champollion –jefe

de la misión– ; en

pie, con útiles de

dibujo en la mano,

Ippolito Rosellini

(por Giuseppe

Angelelli, Museo

Arqueológico de

Florencia).

Los viajeros del siglo XVIII tendrán gran influen-cia en la organización de la expedición que Napole-ón Bonaparte llevará a cabo en 1798. Entre estoscabe destacar a Richard Pococke, Frederick Nor-den, François de Chasseboeuf-Volney, Savary o JeanPotocki. En sus obras encontramos desde la narra-ción de la aventura, incluyendo descripción entu-siasta de las peripecias vividas, hasta análisis máso menos rigurosos de monumentos, formas de viday folklore. Se unía así la atracción por lo antiguo ylo moderno.

El redescubrimientoEl inicio del redescubrimiento del Antiguo Egip-

to suele vincularse con la expedición de NapoleónBonaparte a esta región en el año 1798. Acompa-ñando al general francés y su ejército iba un grupode 167 especialistas en todos los campos, encar-gados de reunir toda la información científica sobreEgipto. Entre ellos, el dibujante Vivant Denon. Unade las tareas encomendadas a estos sabios era di-

bujar, ubicar, medir y describir todos los monu-mentos que encontraran. El resultado final fue lapublicación de la Description de l'Égypte, una gi-gantesca obra de unas 4.000 páginas y 600 lito-grafías. Frente a una visión mítica y pseudo-cientí-fica incrementada con el paso de los siglos, la pre-sencia francesa proporcionaba ahora un conoci-miento directo, real y bastante completo.

La expedición de Napoleón abrirá las puertas ne-cesarias para el nacimiento de una disciplina cien-tífica: la Egiptología. El hallazgo de la piedra deRosetta en 1799 puso en manos de Jean-FrançoisChampollion la posibilidad de descifrar los jeroglí-ficos. Ya en el siglo XVIII, dos eruditos, el abadBarthélémy y Georg Zoega habían entendido quelos signos jeroglíficos expresaban una escritura yque por tanto se debían leer. Descubrieron que loscaracteres encerrados en un cartucho anotaban losnombres propios de faraones y precisaron la direc-ción en que debían leerse los signos, atendiendo asu orientación. Champollion hallará la clave, al in-tuir que la escritura jeroglífica era al mismo tiempoideográfica y fonética. O, dicho con otras palabras,que unos signos se leían y otros no, siendo la fun-ción de estos últimos aportar sólo un acercamientoa su significado. En 1822 se abría, por fin, la po-sibilidad de entender todo aquello que los propiosegipcios habían dejado escrito.

Durante la primera mitad del siglo XIX proliferanlas excavaciones y el saqueo de los vestigios ar-queológicos bajo el auspicio de Muhammad Ali, vi-rrey de Egipto. Éste, interesado en buscar la coo-

12

Mariette tomó conciencia del peligro

las excavaciones indiscriminadas y

creó el Servicio de Antigüedades, que

controló las excavaciones y los

traslados de piezas fuera de Egipto

15

Ruinas de lamezquita de ElHaken (detalle, por

Prosper Marilhat, El

Cairo 1840).

vertirse en tierra admirada, anhelada desde el fríoconvencionalismo de la Europa de Metternich. Lavida aventurera de Byron y sus evocaciones litera-rias de albaneses indomables, valientes turcos ytronos decadentes empujarían los indignados pin-

celes de Delacroix en su Matanza de Quíos (1824)o en la Muerte de Sardanápalo (1827). El Orientesoñado, el Oriente literaturizado de Victor Hugo ysu obra Les Orientales (1829) se convertiría en eldestino obligado: el voyage en Orient como necesi-dad personal, como madurez de formación artísti-ca. El impacto de la realidad en aquellos cuya pa-sión se había nutrido en la literatura y el ensueñofue enorme.

Delacroix viajó a Marruecos en 1832, con la em-bajada del conde de Mornay. Fue su gran momen-to, porque luego nada sería como antes en su pin-tura: “estoy aturdido por todo lo que he visto. Soy,en este momento, un hombre que sueña y descubrecosas que teme vayan a desaparecer”. Sus cuader-nos de viaje, llenos de apuntes, esbozos, colores ysensaciones serían el tesoro de su estilo para el res-to de su vida.

Antes que él incluso, otros menos populares yadmirados, como Prosper Marilhat, habían partidopara Oriente y conocido los desiertos y las carava-nas, la luz, las ruinas y los monumentos de Siria,Palestina y Egipto. En el Salón de 1834, los cua-dros de Marilhat fueron una revelación. ThéophileGautier escribiría comentando uno de ellos: “Penséque acababa de reconocer mi verdadera patria ycuando apartaba los ojos de la ardiente pintura, mesentía exiliado”. Por entonces, entre 1832 y 1833,Alphonse de Lamartine viajaba como gran señor,

Un pintor ante el paisaje de Egipto

Uno de los más reputados pintores orientalistas fue Eugène Fromentin (1920-1876), muy estimado en la corte del Segundo Imperio. Además de su habili-dad para la pintura, Baudelaire señaló, ya en el Salón de 1859, su capacidad

para escribir. Su recuerdo del paisaje visto desde el tren, cuando se acercaba a El Cai-ro, resulta un fragmento puramente pictórico:

“Un cuarto de hora antes de llegar, a la vuelta de una curva (son las dos, el sol es-tá en pleno ardor y el aire en plena incandescencia), en el medio de una bruma gri-sácea se perciben la punta rígida y de color suave de dos grandes pirámides más alláde vastas extensiones de verdor, en medio de las cuales, de un lugar a otro, se ve bri-llar el Nilo. A la izquierda y más cerca, cúpulas y flechas de alminares, cuya base sepierde en la bruma: es la ciudadela. Más a la izquierda aún, un espacio oscurecidodel que sale un gran número de alminares: es la ciudad. La línea inflamada del de-sierto arábigo cierra el horizonte por el este, se pierde, se reencuentra, se entraña enla cadena del Mokattam que domina todo el centro de este vasto cuadro, para moriren los lejanos azules del desierto líbico, sin que a tal distancia pueda notarse que unancho valle separa las dos cadenas montañosas, dejando que el río pase por el me-dio”.

(J.-Cl. Berchet, Le voyage en Orient. Anthologie des voyageurs français dans leLevant au XIXe siècle, Robert Laffont, París, 1985, p. 929).

DOSSIER

Combate en lasmontañas árabes,pintado por

Delacroix en 1832,

tras su viaje a

Marruecos (National

Gallery of Art,

Washington D.C.).

Joaquín María Córdoba ZoiloProfesor Titular de Historia Antigua. UAM

E N LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII,el arte europeo comenzó a hacerse eco deideas y estilos inspirados por Oriente yEgipto. Por eso, cuando Giovanni Piranesi

llevó a cabo en Roma la decoración egipcia del Ca-fé Inglés (1760), próximo a la plaza de España, nolo hizo por extravagancia, ni merecía desde luego elambiguo elogio de James Barry cuando escribía aun amigo: “pasará a la posteridad a pesar de suegipcio y su afición a la arquitectura que fluye des-de la misma cloaca que la de Borromini y otros mo-dernos chiflados”. Porque bien al contrario, G. Pi-ranesi vivía entonces el interés que el mundo cul-tural y artístico sentían por lo oriental, un interésque se remontaba en el tiempo incluso antes de laedición de los cuentos de Las mil y una noches quehiciera Antoine Galland entre 1704 y 1714. Por-que en el siglo de las Cartas persas de Montesquieu(1721), en la época en que Johann Joachim Känd-ler empezó a modelar en Meissen sus series de fi-guritas de porcelana de nobles y sirvientes turcos,cuando sobre las tablas del Teatro am der Wien so-naban las melodías y duos del mozartiano Raptodel serrallo (1782); en un tiempo en el que viaje-ros ilustrados, como Carsten Niebuhr o el conde deVolney, difundían en las páginas de sus libros deviaje y sus grabados la vida y las costumbres de lospueblos de Oriente y Egipto, o el aspecto imponen-te de sus enormes y silenciosas ruinas, en ese tiem-po parecía como si el arte europeo estuviera a pun-to de abrirse a un mundo nuevo. Y sin embargo, elorientalismo en el arte se debería no a este acerca-miento lento y pacífico, sino a un episodio inespe-rado y fruto de la lucha entre las potencias: la ex-pedición napoleónica a Egipto en 1798.

Los orígenes del Orientalismo en lapintura

Desde comienzos del siglo XIX y hasta bien en-trado el XX, la pintura europea sabría de un nume-roso grupo de artistas activos en un campo singu-lar, que no era escuela nacional ni estilo en senti-do estricto: el Orientalismo. Con lejanas raíces in-

telectuales en el espíritu ilustrado del XVIII, lasmás próximas y artísticas estarían en la expediciónfrancesa a Egipto y las imágenes que sus libros di-fundieron, en los cuadros de Historia que recorda-ban los hechos notables de la campaña –que, comola Batalla de Abukir o Napoleón socorriendo a losapestados de Jaffa, de Antoine-Jean Gros, trazaríanmodelos de representación–, en el espíritu liberalperseguido tras los Cien Días y en el Romanticismovital y artístico naciente.

Por todo eso y por más, Oriente había de con-

14

La moda egipcio-oriental se convirtió en una verdaderafiebre de consumo que invadió Europa, atrapando en suencanto y posibilidades económicas al arte, la literatura y lamúsica... El fenómeno todavía persiste, tintando detrivialización no pocas ideas

Fascinación europea

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Página izquierda, Elmonte Sinaí (por

Edward Lear). Página

derecha, arriba, Larecepción (detalle,

por John Frederick

Lewis, Yale Center

for British Art).

Abajo, Moiséssalvado de lasaguas (Edwin R.A.

Long, 1886, Museum

and Art Gallery,

Bristol).

bién, anhelo de libertad y, al final, otras cosas sinduda. Para los orientalistas viajeros, la pinturaorientalista había encontrado su sitio.

Poesía y verdadComo definió Philippe Jullian, orientalistas eran

los artistas que pintaban escenas orientales autén-ticas para los europeos. Tiempo y pasión de su épo-ca, el orientalismo era una manifestación del Ro-manticismo, personalizada más por la iconografíaque por la técnica o el estilo. Formados en su ma-yor parte en las leyes académicas y clásicas, bue-nos en el tratamiento y uso de los materiales, en elmanejo del dibujo y el color, desaparecerían de laHistoria de la Pintura cuando los ismos y las van-guardias –como recuerda Lynne Thornton– barrie-ran el academicismo. Como buenos románticos, enOriente suponían encontrar al tiempo lujo y fanta-sía, sensualidad y luminosidad; y, en su viaje, al-canzar el exotismo y enlazar con el pasado. Susfuertes anhelos de libertad les proponían Orientecomo evasión del puritanismo oficial de la sociedadde entonces.

El creciente comercio y la siembra de delegacio-nes diplomáticas y embajadas facilitaron los des-plazamientos de curiosos y artistas. Franceses ybritánicos en su mayoría, también italianos, aus-triacos, españoles y alemanes buscaron en Orientelos mitos que se iban forjando poco a poco. Algu-nos serían avispados cazadores de temas vendibles,pero la mayoría amaba sinceramente su aventurapersonal y un mundo que les fascinaba. Si el tra-bajo era fácil en las grandes ciudades como Cons-tantinopla, Alejandría, El Cairo, Damasco o Tehe-rán, donde podían instalarse y encontrar talleres ypúblico, la experiencia viajera era insustituible. Encaravanas, casi solos o acompañados por numerososéquito, como David Roberts, captaban en bosque-jos y acuarelas lo esencial de la imagen, dada la di-ficultad de permanecer demasiado al aire libre, loinusitado del hecho para los campesinos o los nó-madas, o el terrible efecto del calor sobre el óleo olos mismos artistas. Andando el tiempo, algunos

llegarían a utilizar el daguerrotipo y la fotografía co-mo medio rápido de tomar instantes que luego de-sarrollarían en la paz del taller.

A mediados de siglo, el orientalismo era ya unamoda consolidada que tenía su propio mercado ydemanda. Un público burgués formado por indus-

triales, financieros, comer-ciantes y altos funcionariosestaba dispuesto a comprarla pintura moderna de enton-ces que, junto a precios inte-resantes, le ofrecía en suslienzos coloristas la vida quefaltaba en su entorno: esce-nas fastuosas, abigarradas y,a demanda, incluso una mor-bosa sensualidad supuesta-mente propia de Oriente –Lasmil y una noches era el espe-jo–, que, presentada como te-ma histórico y oriental, podíaser aceptada en ambientesdominados por rígidas cos-tumbres.En Europa, las mejores ven-tas se hacían con ocasión del

DOSSIER

por un Oriente que durante toda su vida “había si-do el sueño de los días de tinieblas en las brumasde mi país natal”. Su experiencia vería la luz nomucho después -Voyage en Orient, 4 vols., París,1835-, y en sus páginas destacaría, junto a la exal-tación romántica y literaria de los paisajes y las ca-

balgadas, una reflexión política que señalaba aFrancia la necesidad de contrarrestar en Oriente lasambiciones inglesas. Pocos años más tarde, EdgarQuinet hablaría del renacimiento oriental, portadorde un nuevo humanismo capaz de enriquecer la he-rencia clásica. Literatura pues, sensaciones tam-

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Una perspectiva más precisa del Orientalismo

Si se mira el fenómeno atendiendo también al entorno que rodeó a lospintores en Oriente y Europa –la época de los descubrimientos ar-queológicos y de la definición de una nueva historia de Oriente y

Egipto más allá de la referencia bíblica–, podría tenerse una perspectivamuy distinta, aunque más generosa en la amplitud del concepto general,Orientalismo. Y así cabría señalar hasta cuatro tendencias:

– Una, esencial, marcada por el descubrimiento del mundo oriental,sus paisajes, sus gentes, colores y ambientes, perceptible en la obra de losfranceses E. Delacroix (1798-1863), P. Marilhat (1811-1847), Th. Frère(1814-1888), J. Laurens (1825-1901); los británicos J. F. Lewis (1805-1876) –el más elegante intérprete de los interiores domésticos–, F. Dillon(1823-1876) y Ch. Robertson (1844-1891); el alemán C. Haag (1820-1915) y los españoles M. Fortuny (1838-1874), F. Lameyer (1825-1877)–muy influido por Delacroix, y al que no le bastaron Marruecos, Egipto yPalestina, pues viajó también por Filipinas, China y Japón– y A. Muñoz De-grain (1841-1924), cuyos paisajes de Palestina, que visitó bien, constitu-yen una visión originalísima. Esta tendencia es la que adoptaron artistasviajeros impenitentes, que a veces residieron largo tiempo en Oriente, loque les facultó para captar la atmósfera y los ambientes populares y do-mésticos con verdadero interés.

– Una segunda estaría representada por aquellos que podría llamarseanticuarios, más atraídos por los monumentos antiguos y la recuperaciónde un pasado que empezaba a entreverse –algunos incluso participaríanen las primeras excavaciones arqueológicas–, que por el exotismo delOriente contemporáneo. Entre ellos destacan los británicos Robert KerPorter (1777-1842) –de novelesca vida, viajero por Oriente entre 1817 y1820, cuyas acuarelas sobre las ruinas de Irán y Mesopotamia fueron laprimera imagen fiable y colorista de los monumentos del Oriente anti-guo–, D. Roberts (1796-1864), autor de hermosos lienzos y de la monu-mental serie de litografías coloreadas que recogía monumentos y ruinas deEgipto, Palestina y Siria. Los cronistas artísticos de las excavaciones ingle-sas de H. A. Layard en Nimrud-Kalhu y Nínive, entre ellos F. C. Cooper yotros. Al mismo grupo pertenecen los franceses E. Flandin (1803-1876)–que, junto a sus cuadros expuestos en el Salón y esbozados en el cursode su gran viaje con P. X. Coste por Irán, recogería en 1844 la primera se-rie de dibujos y reconstrucciones de calidad sobre los relieves y los pala-

cios asirios de Jorsabad-Dur Sarrukin– y J.-G. Bondoux y M. Pillet, cro-nistas y evocadores de las excavaciones francesas en Susa y de la historiade la ciudad.

– La tercera tendencia agruparía a los reconstructores de Orienteque, partiendo del realismo y el naturalismo más exigente, se verían for-zados a atender la demanda de unos clientes que deseaban sobre todosensaciones fuertes, llenas de crueldad algunas, pero sin duda más deerotismo. Así, el maestro central de la pintura orientalista, Jean-LéonGérôme (1824-1904), honrado artista y excelente profesor de muchospintores de la segunda mitad del XIX, que tuvo la mala fortuna de acabarsus días en plena victoria de los ismos y la crítica antiacadémica. Y, sobretodo, un grupo de orientalistas tardíos cultivadores de escenas cargadasde tórrida sensualidad, como Pierre Bonnaud (1865- ?) o Adrien Tannoux(1865-1923), cuyos bellos y excitantes cuadros, estimadísimos en la épo-ca, ayudaron sin embargo a falsificar la realidad oriental y a confundir laestima de su mundo, en una de las mistificaciones más criticadas por Ed-ward W. Said.

– Finalmente y aunque los estudios específicos sobre la pintura orien-talista no los consideren dentro del grupo –porque, de hecho, no practi-caron la pintura que estudiamos aquí–, lo cierto es que debe recordarse laobra de algunos pintores de Historia, abocados a la recuperación de unOriente Antiguo y Egipto que las excavaciones del pasado siglo estaban ha-ciendo tan visibles como las de Pompeya o Atenas lo habían hecho con Ro-ma y Grecia. Este grupo viene representado, sobre todo, por pintores bri-tánicos, amigos de mezclar sus apegos bíblicos con los datos deparadospor las excavaciones en curso. El mejor de todos ellos, quizás, LawrenceAlma-Tadema (1836-1912) –que visitó Egipto en 1902–, con sus mágicasescenas sobre Moisés y la hija del Faraón o José en Egipto, atentas a de-talles de exactitud arqueológica; Edwin Long (1829-1891), autor del fa-moso lienzo sobre el Mercado del matrimonio de Babilonia (1875) –queinspiraría luego al cineasta D. W. Griffith para la escenografía de uno de losepisodios de su película Intolerancia– y muchos más de tema egipcio obíblico-egipcio. Y en fin, E. J. Poynter (1836-1919), con sus gigantescasreconstrucciones egipcias de llamativa ambición, o el francés J. A. Rixens(1846-1924), cuya Muerte de Cleopatra demuestra un buen conocimien-to de la cultura egipcia hasta entonces descubierta.

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Arriba, Salammbô(por Adrien

Tanoux, 1921,

Whitford and

Hugues Gallery,

Londres). Abajo,

vaso de Sèvres,

llamado

“Champollion”

diseñado al estilo

egipcio por Develly,

1832, Archivo de la

fábrica de Sèvres).

historicismo de la segunda. Pero otras artes, comola arquitectura, la música, la literatura o las deco-rativas experimentaron también el influjo de las lá-minas de la Description de l’Egypte, las memoriasde excavaciones o la literatura viajera, aunque condistinta fortuna y tal vez más discutibles resulta-dos. Porque acaso muchos de estos intentos no sig-nifiquen más que lo que supusieron las juguetonaschinerías del siglo XVIII.

La famosa fachada del Egyptian Hall londinensede P. F. Robinson (1812) –primera fachada egipciade una larga serie– marcó una moda que mereció ladesaprobación de John Soane: “¿Qué puede sermás pueril y desafortunado que el mezquino inten-to de imitar el carácter y la forma de sus obras (lasde los egipcios) en espacios pequeños y confina-dos? Y sin embargo, tal es el predominio de esemonstruo, la moda, y tal es el afán de novedad quecon frecuencia vemos intentonas de esta clase aguisa de decoración”.

John Soane puso el dedo en la llaga de lo que seconvertiría en una verdadera fiebre de consumo –laegiptomanía–, que invadió Europa y quetodavía persiste tintando de trivializa-ción no pocas ideas. En arquitectura,del Egyptian Hall de P. F. Robinson ala puerta del Cementerio de New Ha-ven (1845-1848), obra de Austin,Europa y América conocerían todo tipode experiencias. Y más tarde seguirían,sin duda. Como seguirían en otrosámbitos, como las artes decorativas.Los temas egipcios se prestabanbien a la ornamentación: pronto, laManufacture Impériale de Sèvres produciríaservicios de mesa dedicados a la expediciónfrancesa o a los monumentos egipcios. Y a po-co, su estela sería seguida por las fábricas de por-celana de Kassel, Wedgwood, Meissen, Berlín y Vie-na, entre otras muchas.

La literatura vería también algunas obras decalidad, influídas, pero no anuladas por la pa-sión oriental, como La novela de la momia(1850), de Th. Gautier; Salammbô (1862), de

G. Flaubert o la famosa Fara-ón (1895-1896), de Boles-law Prus. Pero en la música,la reconstrucción literaria yescenográfica de Aida en1871, pese a las mejores in-tenciones y la calidad del tra-bajo de sus promotores, A.Ghislanzoni, E. Mariette y G.Verdi, no dejó de señalar unnuevo paso en la trivializa-ción del mensaje, postura ala que tan apegada empezó amostrarse cierta burguesíaeuropea.La egiptomanía no tuvo unasparalelas babilomanía o asi-riomanía. Dejando aparte laevidente diferencia en el es-

tado y grandiosidad visual de los monumentos con-servados, sería interesante analizar el por qué deesta inexistencia. Los pocos intentos habidos, par-ticularmente en el mundo anglo-sajón, ya sea en ar-quitectura, joyería, literatura o cinematografía, ape-nas si merecen comentario. Al final de todo quizás,sólo Salammbô se levanta en su soledad y en su be-lleza, como la mejor muestra de que el viaje aOriente dejó grabado en Flaubert algo más que unapasión momentánea, pero siempre evocada con de-seo y un punto de nostalgia. Con la piel, la danza yel recuerdo de Kuchiuk Hanem, el mito de unaprincesa de Cartago.

Para saber másCLAYTON, P. A., Redescubrimiento del Antiguo Egip-to. Artistas y viajeros del siglo XIX, Ediciones delSerbal, Barcelona, 1985.CÓRDOBA, J. M., “Del Éufrates y el Tigris a las mon-tañas de Omán. Algunas observaciones sobre via-jes, aventuras e investigaciones españolas enOriente Próximo”, Arbor CLXI, 635-636 (1998).DONADONI, S., CURTO,S. Y DONADONI-ROVERI, A. M.,L'Égypte du mythe à l'Égyptologie, Istituto Banca-rio San Paolo, Torino, 1990. Existe edición en cas-tellano.GÓMEZ ESPELOSÍN, F. J. Y PÉREZ LARGACHA, A., Egipto-manía, Alianza, Madrid, 1997.LARSEN, M. T., The Conquest of Assyria. Excava-tions in an antique land 1840-1860, Routledge,London & New York, 1994.MARÍ, A. Y ARIAS, E., Pintura orientalista española(1830-1930), Fundación Banco Exterior, Madrid,1988.SIEVERNICH, G. Y BUDDE, H. (EDS.), Europa und derOrient, 1800-1900, Berliner Festpiele-Bertels-mann Lexikon Verlag, Berlin, 1989.SAID, E. W., Orientalismo, Libertarias, Madrid 1990.THORNTON, L., Les Orientalistes. Peintres voyageurs,1828-1908, ACR Edition, Courbevoie, 1983.VERCOUTTER, J., Egipto, tras las huellas de los fara-ones, Claves, Madrid, 1998.

DOSSIER

Fachada del

Egiptian Hall de

Londres, primera

fachada egipcia de

una larga serie (por

P. F. Robinson,

1812).

Salón de París o de las muestras de la Royal Aca-demy en Londres, pero la creciente comercializa-ción en manos de los marchantes llevaría las obrasde estos artistas por todo el continente e incluso aAmérica. Sin embargo, los pintores orientalistas yviajeros también encontraban fervorosos clientes enOriente: notables persas y residentes europeos eranlos mejores devotos de Jules Laurens en Teherán.Comerciantes, grandes señores y sus familias, re-presentantes consulares y viajeros, los de ProsperMarilhat en Alejandría.

Maestros, tendencias, modasLa pintura orientalista suele ordenarse en tres

momentos: el primero, dominado por E. Delacroix(1798-1863) y sus continuadores –en especial E.Fromentin (1820-1876) y Th. Chassériau (1819-1856)– que responde a un fuerte romanticismo ycubre los años cuarenta y cincuenta del siglo. Unsegundo, desarrollado a lo largo de la siguiente dé-cada y comienzos de los setenta, que vendría do-minado por Jean-Léon Gerôme (1824-1904) y susdiscípulos, definido por un profundo sentimientonaturalista y realista. Y en fin, el tercer y últimomomento –superada la supuesta decadencia queJules Castagnary señalara en 1872: “Es evidenteque el Orientalismo ha muerto”–, que responderíaa la fase más idealista, regida por la fundación dela Sociedad de Pintores Orientalistas en 1893 y lademanda de un mercado muy preciso que buscabasensaciones fuertes, como imagen supuestamentetípica de Oriente. Era justo el momento en que ya

la moda, una buena parte de los marchantes, laburguesía progresista y los ismos estaban arrasan-do la idea académica misma.

La pintura orientalista significó un episodio sóli-do y concreto del arte europeo. Incluso la pinturade reconstrucción histórica encontraba su hueco enun género sumamente extendido durante el sigloXIX, con el romanticismo de la primera mitad y el

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Los sentimientos de Gustave Flaubert

El novelista Gustave Flaubert (1821-1880) realizó un viaje a Oriente entre octu-bre de 1849 y junio de 1851, en compañía de su amigo Maxime Du Camp. Susnotas de viaje sorprenden, pues sin duda el lector confía encontrar algo distin-

to. Entre unas y otras anotaciones –hechas sin intención de que fueran publicadas,desde luego– sobresale la experiencia vivida junto a Kuchiuk Hanem, a cuyo hechizosucumbió con certeza. La carnalidad femenina de la figura de Salammbô nacería en surecuerdo, en su añoranza.

“La danza de Kuchiuk es brutal, se aprieta el pecho dentro de su vestido de modoque sus dos senos desnudos se acercan estrechándose uno contra otro. Para danzar sepone a modo de ceñidor, doblado como una corbata, un chal de color pardo a rayasdoradas, con tres borlas colgadas de cintas. Se alza tan pronto sobre un pie, tan pron-to sobre otro, es algo maravilloso. He visto esa danza en antiguos vasos griegos.”

“Kuchiuk nos danza la abeja... Kuchiuk se ha desnudado danzando. Cuando estádesnuda no conserva más que un pañuelo, con el cual hace como si se cubriera y aca-ba por tirarlo: en eso consiste la abeja”

“Otra vez me quedé adormilado con el dedo enganchado en su collar, como pararetenerla si se despertaba. Pensé en Judith y Holofernes acostados juntos...”

(G. Flaubert, Cartas del viaje a Oriente, Laertes, Barcelona, 1987, pp. 316, 317 y318).