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EL QUIJOTE Y EL CERVANTISMO ESPAÑOL EN LOS SIGLOS XVIII, XIX Y XX DIEGO MARTÍNEZ TORRÓN Universidad de Córdoba Puede decirse que el cervantismo constituye ya de por sí un auténtico género literario, expresado a través de trifulcas, polémicas, extravagancias y también aportaciones, sobre todo las de base documental y las que han tenido relación con la biografia de Cervantes. A Cervantes le han abordado desde eruditos de amplia formación positivista como Rodríguez Marín y Astrana Marín, a escritores sensitivos y sugerentes en su brevedad de apunte lírico como Azorín. Y siempre puede considerarse que el cervantismo ha definido el modo peculiar de la filología de cada época, con interpretaciones siempre curiosas, vinculadas en ocasiones a un modo bohemio y libre de entender la crítica literaria, que despertaba al interés apasionante de la obra de Cervantes. Todo esto sigue vigente hoy día, y puede comprobarse en la sana polémica que se ha establecido entre los seguidores de Francisco Rico -Guillermo Serés incluido- cuyo Quijote acaba de reeditarse [Rico, 2004] con las valiosas aportaciones de críticos que ya aparecían en la primera edición, y con correciones al texto desde un criterio neolachmaniano, y la obra de Antonio Rey Hazas y Florencio Sevilla Arroyo, y más en concreto las recientes del mismo Sevilla Arroyo en solitario [Sevilla, 2002 y 2005] hasta fecha reciente en la edición de Sial, que defiende el respeto escrupuloso al texto de las prínceps, como ya hiciera en su momento de otro modo Vicente Gaos [1987], pero con nuevo concepto ecdótico y de anotación. 373

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EL QUIJOTE Y EL CERVANTISMO ESPAÑOL EN LOS SIGLOS XVIII, XIX Y XX

DIEGO MARTÍNEZ TORRÓN Universidad de Córdoba

Puede decirse que el cervantismo constituye ya de por sí un auténtico género literario, expresado a través de trifulcas, polémicas, extravagancias y también aportaciones, sobre todo las de base documental y las que han tenido relación con la biografia de Cervantes.

A Cervantes le han abordado desde eruditos de amplia formación positivista como Rodríguez Marín y Astrana Marín, a escritores sensitivos y sugerentes en su brevedad de apunte lírico como Azorín. Y siempre puede considerarse que el cervantismo ha definido el modo peculiar de la filología de cada época, con interpretaciones siempre curiosas, vinculadas en ocasiones a un modo bohemio y libre de entender la crítica literaria, que despertaba al interés apasionante de la obra de Cervantes.

Todo esto sigue vigente hoy día, y puede comprobarse en la sana polémica que se ha establecido entre los seguidores de Francisco Rico -Guillermo Serés incluido- cuyo Quijote acaba de reeditarse [Rico, 2004] con las valiosas aportaciones de críticos que ya aparecían en la primera edición, y con correciones al texto desde un criterio neolachmaniano, y la obra de Antonio Rey Hazas y Florencio Sevilla Arroyo, y más en concreto las recientes del mismo Sevilla Arroyo en solitario [Sevilla, 2002 y 2005] hasta fecha reciente en la edición de Sial, que defiende el respeto escrupuloso al texto de las prínceps, como ya hiciera en su momento de otro modo Vicente Gaos [1987], pero con nuevo concepto ecdótico y de anotación.

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En todo caso, sin óbice para las aportaciones más rigurosas de nuestra filología actual, no cabe duda de que el cervantismo constituye en muchos casos un género paralelo a la obra del propio Cervantes y con valor en sí mismo. Esto queda sobre todo de manifiesto en la edición póstuma del Quijote de Rodríguez Marín, que he estudiado en otro sitio [Martínez Torrón, 2003 y 2004], en donde la anotación se convierte en un ensayo en paralelo, que puede leerse con fruición.

Lo que me parece obvio de todos modos es que la asignatura pendiente de parte del cervantismo actual reside en la necesidad de recuperar el rico bagaje de conocimientos y documentación que aportó la crítica cervantina de los siglos XVIII y XIX. En este sentido son loables intentos como los del Gobierno de Aragón [Cervantes, 2004], que ha realizado una espléndida reproducción facsimilar del hermoso Quijote de Ibarra de 1780, con reproducciones de calidad muy superior a las editadas en su día por Ediciones Turner, y que nos aporta la deliciosa fantasía de poseer la edición original.

Una edición que tanto me interesa por su composición tipográfica -los tipos siguen los de Ibarra en más reducido tamaño- y por los aportes documentales y críticos que lleva anejo, es la de Gorchs [Cervantes, 1833-1835], a la que tendré ocasión de referirme enseguida, y que constituye el corpus crítico más importante desde el punto de vista del cervantismo en la época, parejo en interés al de Clemencín, y lo siguió siendo durante mucho tiempo, con textos previos reeditados y otros nuevos correspondientes a su época, aunque hoy sea una edición injustamente olvidada.

Pero debemos rescatar las anotaciones al Quijote hechas en el XVIII y XIX, que a veces la crítica contemporánea olvida -un ejemplo es la citada edición de Gaos, con excepción de sus referencias a Clemencín-. Entre otras cosas porque, debido a la proximidad que tenían con la época cervantina, aportan documentación intrahistórica de sumo valor que hoy, en la distancia del tiempo, no podemos recuperar.

En fin, voy a intentar realizar aquí un repaso muy somero de algunos hitos del cervantismo en español de los siglos XVIII a XIX, resumiendo muy brevemente algunas de las numerosas voces que realicé para la tan esperada Gran Enciclopedia Cervantina [Alvar, 2005] que está en curso de publicación. El lector que quiera completar los apuntes que aquí hago, además de los autores que vaya tocar, puede allí consultar las voces de Juan Eugenio de Hartzenbusch, Adolfo de Castro, Nicolás Díaz Benjumea, José María Asensio, Azorín, Francisco Rodríguez Marín, Cristóbal Pérez Pastor, Luis Astrana, Bowle, Clemencín, Gaos, Mor de Fuentes, Fernández de Navarrete, Pellicer, V. Ríos, L. Rins, y la locura en Cervantes.

El primer Quijote al que quiero aludir es el de 1781 por John Bowle, que he estudiado ampliamente en otro sitio [Martínez Torrón, 2005: 241-318].

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Ante todo debe decirse que la fijación textual de este Quijote no es rigurosa, como demostró Merritt Cox [1971: 48-53], pues se basó en la edición, llena de errores, que hizo Pedro Alonso Padilla en 1750, cuyo original se encuentra en la Hispanic Society of America, cuando en 1760 se decidió a realizar su propia edición.

Debe tenerse en cuenta que cuando Bowle publica su edición, ya Mayáns y Siscar (1737) había escrito su vida de Cervantes que apareció en la edición londinense del Quijote de Tonson (1738). Y Pellicer en Noticias para la vida de Miguel de Cervantes, en Ensayo de una biblioteca de traductores españoles (1778) amplía con más detalles el trabajo iniciado por Mayáns, hasta llegar al Análisis del Quijote de Vicente de los Ríos en la edición de 1780 de la Real Academia. A destacar luego las anotaciones de Pellicer [1797-1798] en otras ediciones de la obra. Hasta el resumen biográfico de Cervantes por Quintana. La popularidad de Cervantes crece en España en los últimos veinticinco años del siglo XVIII, con referencias de Forner y Tomás Antonio Sánchez [Cox, 1971: 32].

Cox fue el pionero en el rescate de la obra de Bowle, que previamente había sido defendida por Ríus, José María Asensio y Agustín G. de Amezúa. Pero honestamente [Cox, 1971: 58-61] destaca la profunda impresión que en el cervantista inglés causó la obra de Fray Martín Sarmiento, Noticia de la verdadera patria (Alcalá) de MCS (Madrid, 1777).

De este modo quiero hacer hincapié en que aunque la obra de Bowle es admirable, y así ha sido aceptada por la crítica hasta la primera edición y la segunda de El Quijote de Rico, surge de un caldo de cultivo que se había gestado en España, y también, por supuesto, del gran aprecio que a la obra de Cervantes se profesó desde muy temprana época en Inglaterra. Fue de los primeros autores en seguir las correcciones textuales que hizo la edición de 1608 a la princeps de 1605, quizás porque entendió que en 1608 Cervantes, que vivía al lado de su impresor, debió haber realizado personalmente estas correcciones. Notemos que el prestigio de esta edición de 1608, quiero añadir, dura hasta la de la Real Academia de 1819, y en la fijación textual que sobre esta misma edición hizo por su parte Clemencín. Pero es importante señalar que Bowle utiliza para la Primera Parte la edición de 1608 y no las dos de 1605. Por el contrario, la crítica actual, ya desde la huella que dejó Gaos [1987], insiste en la necesidad de ser escrupulosamente deudores de la edición de 1605 que sería la única fiable [Sevilla, 2002 y 2005].

De todo esto puede deducirse que el interés de la fijación textual de la edición de Bowle es muy limitado, aunque totalmente representativo del modo en que se consideraba el texto cervantino en su época e incluso posteriores.

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Por otro lado, las notas de Bowle a su edición son de interés por cuanto contienen pistas para estudiar la intertextualidad de la obra, y con avances por ejemplo en señalar la de autores como Tasso sobre Cervantes, la obra de italianos, el valor del Tesoro de Covarrubias -del que son tan deudores hasta las ediciones más modernas en nuestra lengua todavía- y un largo etcétera.

Pero sí debe señalarse que la anotación de Bowle, escrita con criterios de pragmatismo anglosajón, no puede leerse de corrido, sino que contiene simplemente breves apuntes, referencias bibliográficas sumarias, notas para consulta y para desarrollo, especialmente como he indicado en los aspectos intertextuales.

Por el contrario, las anotaciones de Pellicer, Bastús o el propio Clemencín, constituyen auténticos ensayos en miniatura, a veces muy amplios, que se leen con agrado de un tirón, constituyendo ese texto crítico paralelo a la obra de arte que he mencionado también en la edición póstuma de Rodríguez Marin, que estaría en la misma línea.

Además, el conocimiento de Bowle del castellano es forzosamente limitado, y por supuesto carece del rico arsenal de datos intrahistóricos que podemos seguir en las anotaciones españolas.

Dicho esto, hay que reconocer el conmovedor interés que manifiesta un escritor británico, como era Bowle, por una obra española, a la que confirió muy tempranamente repercusión internacional, a la par que, de modo puntual eso sí, realizaba aportaciones valiosas en su anotación, que por la peculiaridad de los modos de los estudios anglosajones más pragmáticos, se diferencia notablemente de la española de época, siendo valiosas cada una en su campo e intereses.

De hecho la huella de Bowle puede seguirse en la apreciación de Pellicer, en su edición de 1797, que ensalza a la edición de 1608 para la Primera Parte, como correctora de los errores de la de 1605. Notemos que este prestigio de la edición de 1608 continúa a finales del siglo XIX cuando Montaner y Simón realiza su edición facsimilar de todo el Quijote y elige para la Primera Parte, no la de 1605 como luego la Academia en la facsimiliar de 1917, sino la de 1608. Pero a Cox [1971: 107] le puede su admiración hacia Bowle, y señala erróneamente, a mi juicio, que la contribución que hizo al cervantismo es superior a la de Pellicer, en lo que estoy en desacuerdo.

Para completar este breve repaso a la época del incipiente cervantismo científico -o si se quiere, riguroso-, debe notarse que el Quijote de Pellicer aparece en seis pequeños volúmenes, tres en 1797 y otros tres en 1798, con una Noticia de la vida y obras de C. debida a Quintana, ensayo muy elogiado por la crítica que luego este autor remodelará y rehará hasta la forma cn que aparece en sus Obras completas (1946). Hay que señalar que la importancia de Quintana, autor semiolvidado injustamente en nuestros días, radica tanto en su

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obra ensayística como en la lírica. Quintana es un autor riguroso y sugerente, cuyo temperamento humano informa la calidad de su poesía, que he apellidado de protorromántica, así como su temprano intento de dedicar su vida y su obra entera a la transformación de su nación en un país moderno y democrático.

En 1780 la Real Academia Española publicó una edición del Quijote con un Juicio crítico o Análisis del Quijote de Vicente de los Ríos (Madrid, Real Academia Española, 1780, 4 vols.) que se reeditaría en Madrid, Imprenta Real, 1819 (contiene en el volumen 1 el Juicio crítico por Vicente de los Ríos, pp. 1-175). Y luego, en plena época romántica, en el Quijote de Barcelona, Viuda de Gorchs, 1832-1835, también con tirada en volumen aparte; en la edición de esta casa catalana de la obra cervantina corresponde al volumen quinto de la misma -que consta de seis-; el volumen sexto de esta edición del Quijote en la casa de la Viuda de Gorchs, contiene las Nuevas anotaciones al Ingenioso Hidalgo DQM de MCS por Joaquín Bastús y Carrera (1834).

Añadiré que aunque el Quijote de la Real Academia de 1819 prefirió la Vida de Cervantes de Martín Fernández de Navarrete a la de Vicente de los Ríos, incluye el Juicio crítico y análisis del Quijote de este último. El dato me parece muy significativo, por cuanto muestra que esta edición de 1819 concilia un concepto protorromántico de la figura de Cervantes, con la visión ilustrada y neoclásica de Vicente de los Ríos. Ambos cervantistas representan estas dos actitudes. Navarrete supera de este modo el trabajo de Ríos, y este Quijote de 1819 sienta la base del texto de la edición canónica de los románticos, que seguirá vigente en la primera edición de Clemencín (Madrid, Aguado, 1833-1839,6 vols.), hasta la aparición de la segunda de Clemencín [1894] que sigue también su texto y sus correcciones, con un valioso texto crítico de Lista.

Habría que ubicar el sesgo ideológico que matiza de modo fundamental todo el aparato crítico que va a desplegar De los Ríos. Su crítica se sitúa en el ámbito de la Ilustración y el Neoclasicismo, y se quiere por ello rigurosa y científica, con una visión objetiva en la que se compara a Cervantes con los grandes escritores griegos como Aristóteles y Homero. Este rasgo que Cox señalaba como propio de Bowle se daba un año antes en De los Ríos por lo que podemos comprobar una vez más que a Cox le puede su amor hacia el personaje británico al que dedicó tantos estudios.

De los Ríos busca realizar un análisis exacto, parte de una posición racionalista, típica de la Ilustración, que además creo se caracteriza por su intelectualismo, alejado del sentir del pueblo al que quiere educar desde arriba, desde la distancia aristocrática, aunque muestre una preocupación por él.

De hecho quiero dejar claro que todo este Análisis constituye una brillante exposición, muy clara, de la estética de la Poética neoclásica de Luzán a la obra

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de Cervantes, aunque nunca la cita, quizás porque recoge más fielmente la fuente de esta obra a partir de los textos de Aristóteles.

Precisamente que el mencionado Análisis de Vicente de los Ríos se reedite en el Quijote protoITomántico de la Imprenta Real de 1819 y en el ya plenamente romántico de la Viuda de Gorchs en 1833-1835 es una prueba fehaciente de esta coexistencia del Neoclasicismo teórico y el Romanticismo.

Aunque De los Ríos supera la concepción de un Quijote burlesco, mantiene cierta huella de esta idea, basándose en la concepción del héroe que se presenta en la Poética de Luzán.

Por otro lado el texto de Ríos constituye una especulación de estética casi filosófica sobre la obra cervantina, con una singular profundidad de sus planteamientos, que considera la obra cervantina como texto paradigmático y perfecto emblema de belleza y calado ideológico.

De los Ríos supera en su análisis tanto las visiones burlescas de la novela cervantina como las triviales que la consideraron meramente como una simple crítica de los libros de caballerías sin más profundidad. En este sentido, el cervantismo de Juan Valera o José María Asensio, ya en la segunda mitad del XIX, constituirá creo, un paso atrás en la interpretación del Quijote.

Lo interesante del tema es que De los Ríos considera la obra de Cervantes superior tanto a la de Milton como a la de Homero por su raigambre democrática -aunque no lo exprese con estas palabras-o De hecho, creo, puede considerarse que el espíritu del pueblo español, aunque sojuzgado por coerciones institucionales propias de la época y de otros países europeos, posee siempre una aspiración a lo popular y democrático, un ansia de libertad, muy moderna para el momento, que podemos seguir en la novela picaresca, con la mitificación del marginal, del joven rebelde al margen de la sociedad, constituyendo la novela picaresca un género propio y genuinamente español que no tiene comparación en ninguna otra de las literaturas de la época.

Desde este punto de vista, De los Ríos va mucho más allá que el pensamiento de la estética aristocrática de los ilustrados y neoclásicos previos, y apunta ya a otros tiempos que se harán efectivos con la llegada del Romanticismo. El sentimiento nacionalista y la concepción del genio propia de los románticos está aquí en gennen, a finales del siglo XVIII español.

Otro aspecto destacable del análisis de De los Ríos radica en la insistencia con que estudia lo que desde un punto de vista moderno llamaríamos la estructura de la obra cervantina, poniendo de manifiesto su unidad y coherencia.

Fue, además, pionero en el estudio de la ironía burlesca cervantina, y en la peculiaridad del recurso a la locura que aparece en la obra. También en su belleza y características de estilo. Su concepto de moralidad en la obra no

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supone moralismo clerical sino la moral de estado laicista de los ilustrados y neoclásicos.

De los Ríos aporta una temprana revalorización de la figura de Sancho, frente a Mayáns por ejemplo, y muestra así la sorprendente modernidad de sus planteamientos.

En su análisis parte siempre de criterios teóricos, de estética filosófica, que luego va aplicando implacablemente a la novela. El texto de De los Ríos me parece así de una singular profundidad e interés, y supuso un paso importante en el cervantismo de la época.

Habría también que mencionar brevemente la importante labor que desarrollaron tanto Juan Antonio Pellicer y Saforcada como Joaquín Bastús y Carrera.

Las notas de Pellicer son muy conocidas, y aparecieron ya en la edición de Gabriel de Sancha, 1797-1798, 5 vols., prolongando en línea ascendente los esfuerzos de Mayáns y Martín Sarmiento.

La anotación de Pellicer, aunque generalmente poco utilizada por la crítica actual, es al menos en teoría sobradamente reconocida, pero no tanto la de Joaquín Bastús y Carrera, que -después de reimprimir las notas de Pellicer- ocupa el volumen VI de la citada edición de Gorchs [Cervantes, 1832-1835] y espera aún un reconocimiento. El texto de Bastús inicia su numeración en cada una de las cuatro partes en que se divide su volumen, acordes con los cuatro volúmenes de El Quijote citado y su anotación por Pellicer.

Creo que la crítica actual tiene una deuda pendiente con la anotación de Pellicer y de Bastús, particularmente valiosa en lo relativo a los libros de caballerías, tema este que enseguida ocuparía a Clemencín en su edición. Pero además, como he indicado antes, las anotaciones de Pellicer y de Bastús, aunque separadas en el tiempo, contienen datos y documentos valiosísimos para comprender la intrahistoria del Quijote, de máxima importancia hoy día cuando la homogeneización de las naciones por la visión globalizadora de la sociedad nos hace olvidar estos aspectos propios de la tradición y personalidad de una nación.

Pero, además, hay que destacar que críticos como Gaos, Murillo o muchos otros que obvio mencionar, aunque hayan desarrollado una labor importante para el cervantismo, han olvidado acudir a esta anotación de Pellicer, propia de finales del siglo XVIII, y que es ampliada sobre la misma base ya en la época propiamente romántica por Bastús. De hecho, toda la visión que nos ofrecen de los libros de caballerías supone un aporte documental que solo la filología actual del siglo XXI ha perfeccionado y bastaría con acudir a las bibliografias.

El interés de esta edición de Gorchs es que revela el estado de la cuestión en los estudios cervantinos desde el protorromanticismo de finales del siglo XVIII a

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la plenitud romántica de 1835. Y recoge lo más importante que sobre Cervantes se había escrito hasta la época, constituyendo en sí una edición de singular valor filológico y clave para saber cómo entendieron a Cervantes en el XVIII y el XIX español. Sigue para la novela cervantina el texto de la Real Academia de 1819, al igual que hará Diego de Clemencín en su edición. El tema es importante por cuanto Pellicer [1832: 1, 341] indica expresamente que la Academia sigue la edición del Quijote de 1608, como ya había hecho John Bowle, pienso que por iniciativa del propio Pellicer.

Las notas textuales de esta edición de Gorchs son interesantes por cuanto nos muestran que Pellicer es el primero en corregir los errores de imprenta del texto del Quijote, y en realizar un somero cotejo de ediciones, pionero en el tema. Además presta atención a la tan traída secuencia del robo del rucio de Sancho -que ha traído cola hasta hoy-, error cervantino enmendado por Cervantes, como ve Pellicer, en la edición de 1608.

Si cotejamos brevemente la diferencia y similitud entre la anotación de Pellicer y la de Bastús que figuran en este hermoso Quijote, puede verse que al principio Bastús parafrasea y resume a Pellicer, si bien citándolo expresamente, pero luego, conforme va avanzando en su anotación, que es sobre todo un comentario, se va haciendo más y más personal.

Pellicer ya usa a Covarrubias por ejemplo en la voz que dedica al nombre de Dulcinea [Pellicer, 1832: 1, 357, nota 12] y también Bastús [1833: VI, 6, nota 15], quien además del Tesoro del autor mencionado acude al Diccionario de Oudin, ampliando así la referencia.

De este modo quiero destacar la rica documentación que aporta la anotación de Pellicer sobre muy diversos aspectos del cervantismo que no es necesario aquí relatar por su prolijidad. Tanto en notas de consideraciones puntuales, aportando datos de primera mano sobre vocablos y costumbres, como en la revisión muy amplia y rica de los argumentos de los libros de caballerías, en una época en que eran libros ya de dificil acceso. Como director de la Biblioteca Real, Pellicer fue un privilegiado lector de todos estos textos. Bastús continuaría sus aportaciones sobre la misma base, hasta el extremo de que ambas anotaciones, en la citada edición de Gorchs, se interpolan frecuentemente.

Por otro lado muchas notas de Pellicer, sobre los perche les, sobre Dulcinea, la cueva de Montesinos, la peculiaridad de los tratamientos en la época cervantina -el «Don», etc.-, la existencia verídica de los Duques de la obra de Cervantes, y de la Ínsula Barataria, que ubica ... se han convertido en documentos clásicos para cualquier edición.

Bastús, por su parte, será un abanderado en defender la necesidad de una edición notada del Quijote por su singular complejidad.

Por otro lado, Bastús fija el canon crítico, como diríamos hoy:

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Por esta razón en las anotaciones que publicamos a más de cuanto interesante escribieron Bowle, Pellicer, Mayáns, Ríos, Navarrete y algunos otros anotadores de esta obra, damos un sucinto análisis de muchos de los libros de caballerías citados por Cervantes, y de las ediciones que de ellos se hicieron en España y fuera de ella ...

Bastús edifica sobre las notas de Pellicer, citándolo pero también ampliándolo con acierto en dos textos que a veces se hermanan, aunque poco a poco Bastús va independizándose de la poderosa influencia de Pellicer. Notas sobre la novela pastoril, sobre mitología, sobre aspectos etimológicos, sobre costumbres españolas perdidas ...

En fin, quiero concluir indicando que la base filológica de la anotación científica -si puede ser científica la filología, que al menos debe ser sólida­del Quijote, la fundamentan Pellicer y luego Bastús, quien prolonga su estela derivando desde la visión ilustrada teñida de protorromanticismo del primero, a la netamente romántica del segundo. Enseguida vendría Clemencín, un neoclásico tardío imbuido de ideas románticas en sus notas acerca de los libros de caballerías, que ya glosaran de otro modo los dos críticos precedentes.

Es verdad que Clemencín es constantemente referido en las notas del Quijote de Vicente Gaos. Pero también lo es que un inconveniente serio que encuentro en la crítica y edición cervantina del siglo XX es que a veces no ha prestado la suficiente atención a la anotación filológica de Pellicer y Bastús, que contiene como he ido indicando antes, material de sumo valor, muchas noticias intrahistóricas de una proximidad mayor a la época que comentan con información que hoy hemos perdido, y una concepción de la anotación que culminará en la edición póstuma del Quijote de Rodríguez Marín.

El camino hacia Cervantes es una escala ascendente en la que cada crítico establece un peldaño. Y esa senda debe ser andada desde la perspectiva de las importantes anotaciones que se hicieron a la obra a finales del XVIII y en el XIX, que no merecen el injusto olvido.

El Quijote español publicado en París, Baudry, en 1840, en pleno romanticismo europeo, reproduce también al principio la Vida de Mes de Martín Femández de Navarrete, aparecida en 1819 en la época protorromántica, lo que me parece un síntoma importante de su aceptación por parte de los románticos, que le ven como puente entre la Ilustración y el Romanticismo. A reseñar que esta casa francesa, en cuya labor editorial participaron emigrados españoles, divulga la obra de Navarrete a través del estudio de Ochoa en este mismo sello Apuntes para una biblioteca de escritores españoles ... (s.a. pero 1877 tal vez).

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Por otro lado la edición de 1819 indica expresamente, en su Prólogo de la Academia, que ha preferido la vida de Martín Fernández de Navarrete a la de D. Vicente de los Ríos. Aunque de este último incluye el Juicio crítico y análisis del Quijote. El dato me parece muy significativo, por cuanto muestra ya un concepto romántico o si se quiere protorromántico, y no ilustrado, de la figura de Cervantes, pues creo que ambos cervantistas representan estas dos actitudes.

Esta edición de la Academia de 1819 fue un hito importante en el ámbito cervantino, y fue largamente usada, tanto en su aparato crítico como en su fijación textual.

Lo que supone este texto de Navarrete es, por un lado, la fijación de las coordenadas documentales de la vida de Cervantes, relatadas con amenidad, y que la crítica posterior va a mantener en líneas generales. Cervantes es visto como un héroe romántico con quien la nación española y sus escritores se han comportado injustamente al no reconocer sus méritos.

Debe hacerse constar que la biografía de Cervantes por Navarrete fue durante mucho tiempo el texto más completo y acabado sobre el tema, pero, a partir del positivismo filológico hubo un enorme aluvión de documentación, sobre todo a partir de los dos libros de Cristóbal Pérez Pastor [1897 Y 1902] Y desde luego con la monumental obra de Astrana Marín. Por todo ello debemos ubicar la obra de Navarrete en su época, y una vez situados en ella comprender el paso relativo que supuso en la comprensión de la biografía del escritor, así como en su mejor valoración a partir del mejor conocimiento de los acontecimientos humanos que rodearon su figura. Lo que no es óbice para que los biógrafos posteriores, en especial Astrana -que parece querer escribir sobre su tumba-, detectaran muchos errores de apreciación en la misma. Insisto en que todo es relativo, y hay que entender un texto crítico situándolo en su momento. Desde este punto de vista no cabe duda del singular avance que representó para su época la obra de Navarrete, ampliamente reproducida y leída.

En todo caso quiero destacar que las inexactitudes de la obra de Navarrete corresponden a una visión idealizada y romántica que contribuyó a cimentar alrededor de la vida de Cervantes, y que hasta las biografías más recientes, como la muy respetable de Canavaggio, contienen una considerable cantidad de interrogantes que responden a la dificultad de establecer, a veces de modo objetivo, los sucesos que acompañaron a la vida del escritor y sus familiares.

Lo que pretende es una elucidación exacta, amena, clara y objetiva de algo que se desconocía hasta entonces: la vida de Cervantes contada en toda su totalidad, con el auxilio de pruebas de las que antes no se tenía noticia. El intento es loable, y su huella va a perdurar en el cervantismo durante mucho tiempo, a la vez que podemos considerar que su lectura es todavía interesante

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para el investigador moderno, conocedor de algunas inexactitudes que le fueron achacadas por Astrana.

Como buen protorromántico, Navarrete se extiende en el tema del cautiverio de Argel. Este punto también me parece remarcable, por cuanto hace alusión velada al tema de la homosexualidad durante el cautiverio de Cervantes. Pero de su texto y de otros muchos testimonios al respecto, no cabe deducir, como han hecho otros críticos actuales, que existiera homosexualidad en nuestro escritor, aunque la hubiera en sus captores. No hay secreto, no hay misterio alguno en este hecho que Navarrete toca con delicadeza y claridad simultáneamente.

Personalmente no creo en la homosexualidad de Cervantes por dos motivos fundamentales: porque de haberse dado en su cautiverio hubiera ido asociada, como en el caso de los jóvenes que captaban los turcos, a una abjuración de su fe que nunca se produjo. Y, lo más importante, que creo viene a desmontar toda teoría contraria: si hubiera actuado con conducta homosexual nunca hubiera obtenido el informe oficial elogioso de su vida en el cautiverio, según los testigos presenciales de los hechos que, más en aquella época, no se hubiera decantado en su favor. Pero la inteligencia de Cervantes le llevó a pedir esta información, prueba irrefutable en contra de su pretendida homosexualidad. La solicitó para hacer frente a las maledicentes insinuaciones de su compañero de cautiverio padre Blanco de Paz, por lo que ni siquiera puede considerarse una teoría nueva.

En conclusión, Navarrete es el primer biógrafo de Cervantes en sentido moderno, el primero que recogió el recorrido de su vida con documentación nueva abundante, y con algunos errores justificables por ser el iniciador de la empresa. Su biografía representó un gigantesco paso adelante en el género, y mostró el manejo de un gran aporte documental que solo sería superado, unos ciento veintisiete años más tarde, por la obra de Astrana Marín. A destacar su objetividad y su carácter sintético, de exposición clara y precisa.

Diego Clemencín es --con Rodríguez Marín- el cervantista que más ampliamente ha trabajado la obra de nuestro autor. Ana Luisa Baquero Escudero [1988] le considera neoclásico en un interesante librito a él dedicado. Aceptando el análisis que la profesora Baquero realiza, me parece sin embargo que en Clemencín se ejemplifica una idea que he estudiado en otros lugares: la coexistencia en España de un Neoclasicismo tardío con un Romanticismo maduro.

El valor de la notación de Clemencín traspasa las fronteras del tiempo y se extiende hasta nuestros días. De hecho, si Vicente Gaos casi ignora las aportaciones de Bowle, Pellicer, Ríos o Bastús, se deshace en elogios sobre la anotación del cervantista murciano a quien acude reiteradamente. Es una lástima que no se pueda patentizar -lo he intentado sin éxito con instituciones murcianas- una edición facsimilar de este Quijote [Clemencín: 1833-1839] tan raro hoy día, que

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incluyera si fuera posible los Índices de las notas de ClemencÍn por Bradford [1885]. La edición de Clemencín que hoy manejamos, en Ediciones Castilla, de la que toma los tipos Editorial Ortells -hay edición reciente- contiene importantes erratas que afectan al sentido del texto, según demostró Gaos, y además lleva las notas seguidas al final, cuando por su singular riqueza merecen ser leídas a pie de página como en la edición original.

En 1942 se editó un breve volumen de Clemencín con sus notas acerca de los libros de caballerías. Sabido es que proyectaba un volumen extenso para añadir a su Quijote -que tampoco llegó a completar en vida- y que versaría exclusivamente acerca de estos libros. De hecho, su edición contiene el más rico arsenal de conocimientos que nunca se ha recogido sobre los libros de caballerías, cuya fantasía le inspira ya con criterios propiamente románticos que desdicen de su adscripción tardía al Neoclasicismo encabezado por Alberto Lista, del que se separa en este punto.

Pero debe aceptarse que unido a este gusto por la literatura imaginativa, muy romántico, realiza correcciones de detalle frecuentes al estilo cervantino con criterio purista y academicista de base neoclásica. Es la misma fractura interior que podemos percibir en el Alberto Lista que defiende la novela histórica de Walter Scott, y al mismo tiempo posee criterios estéticos de fundamento neoclásico. Si bien la derivación de Clemencín al Romanticismo tradicional es más clara que en su amigo Alberto Lista.

Sería inútil intentar hacer un repaso de la rica anotación de Clemencín al Quijote, que además es de todos conocida aunque sea en la edición reciente de la valenciana casa Ortells. Simplemente querría insistir en la gran cantidad de conocimientos que muestra, enlazados a la obra cervantina, y -una vez más­la intrahistoria que contribuye a fijar de modo indeleble para unas generaciones que pronto habrán perdido todo rastro quizás de su pasado, el pasado que Clemencín contribuye a resucitar ante nuestros ojos.

Creo que una sugerencia que se contiene en el estudio preliminar de Alberto Lista a la segunda edición de la obra de Clemencín [1894, 8 vols.], pudo contribuir a cimentar todo el edificio ideológico que subyace en la magnífica edición póstuma de Rodríguez Marín.

Lista indicaba que quizás muchas de las correcciones de vocabulario y estilo que detectaba Clemencín en Cervantes, constituían posiblemente usos perdidos del lenguaje literario de la época. Rodríguez Marín lo demostró luego hasta la saciedad, acudiendo de modo admirable, con una riquísima documentación acopiada durante su trabajo en la Biblioteca Nacional. Lo hizo aportando siempre la prueba documental, textos rarísimos muchas veces, quizás nunca reeditados desde el siglo XVI, que suponían el refrendo sin dudas de las idea de Lista: que hemos perdido la riqueza de nuestro idioma -¡esto ya en 1833!, cuánto no

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ahora-, que desconocemos usos del mismo que vienen avalados por otras obras literarias de la época de las que cita los textos de modo incansable, disfrutando con el acopio de datos.

La obra de Rodríguez Marín es así otro monumento de sabiduría cervantina a la que debiéramos volver, aunque desde el punto de vista de la fijación textual haya sido desvalorizada por Gaos con pruebas de apartarse de las princeps. Pero Rodríguez Marín es mucho más fiel a la princeps y aportó también en este sentido un paso de gigante en el cervantismo frente al de la época romántica precedente, a la que autores como Hartzenbusch [1863] modificaron a placer. Por cierto que, sin embargo, las Notas de Hartzenbusch [1874] son útiles todavía, no como sugerencia de modificación arbitraria como él las concibió, sino por el cotejo entre las diversas ediciones que realiza, de modo muy temprano.

Con Clemencín nace la concepción romántica del Quijote, al que se incardina en el ámbito de la narración fantástica pero dotada de una infinita cantidad de matices. Su mayor aportación reside en la relación del Quijote con los libros de caballerías, a los que al mismo tiempo se venera y recrea como fuente de fantasía y visión idealizada de la dama y de la vida. Esto es lo más hermoso que aportó, con Clemencín, la crítica romántica al cervantismo de todos los tiempos. Si se había entendido esta obra como una crítica de los libros de caballerías, él se centra en su estudio y recreación, y nos lega una imagen muy interesante al ubicar la novela de Cervantes en el ámbito de un humus enormemente rico y de gran amplitud de sugerencias que recoge de modo inagotable y continuo en su anotación al respecto.

Junto a todo esto, las aisladas reconvenciones academicistas y pretendidas correcciones al estilo y lenguaje cervantino constituyen una simple anécdota que no empece el valor de su anotación en el sentido antes señalado, in superado por la crítica posterior. Nadie hubo más informado de los libros de caballerías que Diego Clemencín.

Así la anotación de Clemencín es quizás la más rica que nunca se ha producido sobre el Quijote junto a la de Rodríguez Marín, siendo ambas incomparables. Clemencín sepultó con su sabiduría a todas las ediciones anteriores y se convirtió en espejo y modelo para todas las siguientes que, en general, salvo el caso citado de Rodríguez Marín, no llegaron a sus pies. Sus notas pueden leerse -no así las de eruditos cercanos a él como Bowle- como si se tratara de auténticos y amenos, admirables ensayos sobre mil cuestiones diferentes que enriquecen nuestro espíritu y nuestra cultura.

Clemencín parte así de un amor romántico e intenso hacia nuestras tradiciones. En definitiva, sus conocimientos del lenguaje, la época y sobre todo la literatura caballeresca, hicieron entrar al cervantismo en una nueva dimensión.

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El texto de Astrana Marín es de consulta inexcusable para todo cervantista aún hoy día. Su riquísima y amplia documentación daría ya de por sí lugar a otra ponencia, y ha sido injustamente tratada por determinados filólogos del siglo XX. Pero su Vida ejemplar y heroica de Mes [Astrana, 1948-1958] muestra un inmenso amor a Cervantes y a las letras españolas, y puede decirse que después de leerlo conocemos mucho mejor y con mucha mayor profundidad a Cervantes y a su época, pues nos aporta una rica cantidad de noticias.

Se trata de un libro de riquísima iconografia y material gráfico, desde pinturas que reproducen los diversos lugares de la época de Cervantes, fotografias de los lugares que habitó, reproducción muy útil de las firmas de todos los personajes, transcripción facsimilar de documentos, recreación de la Historia que acompaña al decurso biográfico de Cervantes, interpretación literaria de sus obras ... En una época en que no se contaba con nuestros modernos medios de reproducción se trata de una texto admirable, ciclópeo. Si hay errores de apreciación detectados por la crítica moderna, esta debe reconocer que no ha aportado obra tan extensa, documentada, hermosa y completa.

Mucho se puede aprender leyendo este libro acerca de la Historia, la intrahistoria, la iconografía, y los aspectos humanos, culturales y literarios que rodean a la figura de Cervantes a quien se inserta así en un gigantesco mapa humano de personajes de mayor o menor valía, con una singular amenidad y sabiduría por parte del crítico. Porque Astrana y Rodríguez Marín, creo, inauguran la base del cervantismo moderno.

Por mucho que avance la filología, y teniendo en cuenta que su progreso no es siempre necesariamente ascendente, será dificil poder superar la rica documentación de esta obra, ni el valor intrahistórico de las notas de Pellicer, Bastús, Clemencín o Rodríguez Marín, también las de Astrana, porque la distancia del tiempo respecto a la obra que estudiamos nos hace perder el pulso cálido de su inmediatez y la noticia de su aspecto humano. La intrahistoria es mucho más viva cuando se escribe en la proximidad al autor que se analiza. Lo que luego se perfecciona es la fidelidad textual o la interpretación. Pero los textos críticos del pasado constituyen un eslabón imprescindible por su cercanía al momento vivo.

En todo caso me parece objetivo decir que ningún filólogo español ha sido comparable a Astrana Marín en su egotismo tanto como en su genial desmesura. Porque esto es Astrana y esto es este libro: apabullante, admirable y excesivo.

Quiero terminar finalmente con una apreciación que creo puede ser interesante, como botón de muestra de lo que podemos aprender releyendo a los cervantistas españoles del pasado.

En el libro de Pérez Pastor [1902: 561] el apéndice IV se refiere al Libro de la Hermandad de San Juan Evangelista a la Porta-Latina y de los Impresores de Madrid, concretando la noticia que daba en el volumen primero de su obra

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[1897: 138] Y que allí comentaba más ampliamente y de modo importante como veremos [1897: 285-295].

Esta Hermandad de San Juan Ante Portam Latinam de Madrid, cuyos libros estaban depositados en la casa del Fomento de las Artes, recibe por parte de Francisco de Robles, mayordomo de la Santa Hermandad, una serie de libros en 1604 que se relacionan con indicación de la fecha.

Pérez Pastor [1902: 565] refleja también que en dicho Libro, que se llevaba al día, figura la recepción de dos ejemplares del Quijote, y se constata se entregaron a la Hermandad el15 de mayo de 1605 (reproduce el folio 81 vuelto), y esto no plantea problema.

Pero Pérez Pastor [1902: 562; reproduce el folio 74 vuelto] anota también en un listado de obras recibidas en 1604 en relación de la Hermandad que se recibieron antes dos Quijotes «a 83 pliegos» el 26 de mayo de 1604.

Ya en el primer volumen de sus Documentos recaló en este hecho Pérez Pastor [1897: 285-295] y comenta la importancia de la existencia de una edición anterior a todas las conocidas del Quijote «si no hay error en la fecha y si el ejemplar se entregó completo» [1897: 286].

Si hacemos caso a la anotación de Pérez Pastor [1902: 562], siempre seria y rigurosa, la Hermandad recibe dos Quijotes, según relación de Francisco Robles, en 26 de mayo 1604, según consta en el Libro folio 74 vuelto. De aquí puede deducirse, como hace sabiamente y con cautela el citado crítico, que se puede anticipar la fecha de la primera edición del Quijote a 26 de mayo de 1604. Notemos que cervantistas actuales, como el profesor Canavaggio en su biografía de Cervantes, indican que el Quijote recibió una última revisión en verano de 1604, que se concedió privilegio real en 26 de septiembre de ese mismo año y se editó en diciembre de 1604.

Todo este asunto es importante porque tal vez puede explicar que las referencias que se conservan en determinados textos a la existencia de un Quijote ya impreso en agosto de 1604 -la carta de Lope de Vega de 1604, los versos de La pícara Justina de privilegio de 1604, y la anécdota del morisco Juan Pérez en su Contradicción de los catorce artículos de la fe cristiana (escrita en 1637) donde se refiere a un Quijote en la feria de Alcalá de 24 de agosto de 1604-, tienen aquí su fundamentación, aunque hayan sido descartadas recientemente por la crítica.

En fin, esto nos lleva a una conclusión clara: aprendamos del camino previo de los cervantistas de otras épocas, comprendámoslos sin arrogancia, y no los sumamos en un injusto e inmerecido olvido.

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