El Pucherazo. Aventura de la Historia 65

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H ubo un brigadier que se pre- sentó candidato a diputado, por el partido del gobierno en el distrito de Berga, Bar- celona, y sacó millón y medio de votos en una comarca donde había unos mi- llares de votantes. Naturalmente, ganó las elecciones. Las impugnaciones, que se produjeron, fueron rechazadas por im- procedentes y el brigadier, con toda la ca- ra, se presentó en el Congreso, pese a la rechifla de la prensa opositora. La anéc- dota la contaba el político, jurisconsulto y escritor Valentí Almirall, quien escribía: “Si no fuera por las grandes desgracias que causan al país, nuestras elecciones serían uno de los espectáculos más di- vertidos que podría verse en Europa. Realmente, sólo tenemos una mala pa- rodia de elecciones. Listas de electores, urnas, escrutinios... todo está falsificado...” (L'Espagne, telle que'elle est, 1886) No era una exageración: poco antes, se había de- nunciado que, en Valladolid, un 25 por ciento del censo estaba compuesto por enfermos, fallecidos o ausentes y, sin em- bargo, ¡habían votado! Estaban falsifica- dos el censo y la votación. Hoy, las cosas son bien diferentes, aunque a veces se denuncie la recau- dación fraudulenta de votos en el ex- tranjero, entre emigrantes españoles. Se ha dicho que, en ese ámbito de los vo- tos por correo, muchos fueron compra- dos e, incluso, que fueron milagrosos, pues se emitieron desde ultratumba. Es rara la elección en que algún energú- meno no rompa una urna, que se de- nuncien falta de papeletas de algún par- tido o que surja alguna irregularidad. Pe- ro se trata, en general, de problemas ve- niales que afectan a pocos votos y que no influyen en los resultados de las elec- ciones, aunque, a veces, hayan podido decidir un acta de diputado. Las irregularidades más comunes que hoy se denuncian en nuestras elecciones, más que con las papeletas y la emisión del voto, es decir con el pucherazo, es- tán relacionadas con el empleo por las diversas administraciones de los medios de comunicación públicos, de las cade- nas de televisión y de las radios estatales o autonómicas, fenómeno que, de algu- na forma, recuerda facetas del viejo ca- ciquismo. Con todo, nada que ver con el viejo sistema decimonónico, en el que las elecciones, en frase de Antonio Maura, “no se votan, sino que se escriben”. La hora de los caciques Cacique, en origen “señor de indios”, sig- nificaba ya en el siglo XVII notable de una localidad. Aplicado el término a la política, el cacique comenzó a distin- guirse a partir del primer tercio del siglo XIX. Era un personaje que dominaba, controlaba y dirigía una población o una 62 JOSÉ DÍEZ ZUBIETA es historiador. Lacras del pasado EL PUCHERAZO Alcaldes que cambiaban la hora del reloj del pueblo para cerrar antes los colegios electorales; urnas en sedes de partidos políticos que sólo dejaban votar a los poseedores de carnet de afiliado; censos inflados con los nombres de los difuntos... José Díez Zubieta presenta las mil tretas a que recurrían los caciques para cocinar los amaños electorales Venta de votos. Esta caricatura, publicada en la revista Blanco y Negro en 1919, ilustra bien los fallos y la falta de credibilidad del sistema electoral de la Restauración.

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Hubo un brigadier que se pre-sentó candidato a diputado,por el partido del gobiernoen el distrito de Berga, Bar-

celona, y sacó millón y medio de votosen una comarca donde había unos mi-llares de votantes. Naturalmente, ganó laselecciones. Las impugnaciones, que seprodujeron, fueron rechazadas por im-procedentes y el brigadier, con toda la ca-ra, se presentó en el Congreso, pese ala rechifla de la prensa opositora. La anéc-dota la contaba el político, jurisconsultoy escritor Valentí Almirall, quien escribía:“Si no fuera por las grandes desgraciasque causan al país, nuestras eleccionesserían uno de los espectáculos más di-vertidos que podría verse en Europa.Realmente, sólo tenemos una mala pa-rodia de elecciones. Listas de electores,urnas, escrutinios... todo está falsificado...”(L'Espagne, telle que'elle est, 1886) No erauna exageración: poco antes, se había de-nunciado que, en Valladolid, un 25 porciento del censo estaba compuesto porenfermos, fallecidos o ausentes y, sin em-bargo, ¡habían votado! Estaban falsifica-dos el censo y la votación.

Hoy, las cosas son bien diferentes,aunque a veces se denuncie la recau-dación fraudulenta de votos en el ex-tranjero, entre emigrantes españoles. Seha dicho que, en ese ámbito de los vo-tos por correo, muchos fueron compra-

dos e, incluso, que fueron milagrosos,pues se emitieron desde ultratumba. Esrara la elección en que algún energú-meno no rompa una urna, que se de-nuncien falta de papeletas de algún par-tido o que surja alguna irregularidad. Pe-ro se trata, en general, de problemas ve-niales que afectan a pocos votos y queno influyen en los resultados de las elec-ciones, aunque, a veces, hayan podidodecidir un acta de diputado.

Las irregularidades más comunes quehoy se denuncian en nuestras elecciones,más que con las papeletas y la emisióndel voto, es decir con el pucherazo, es-tán relacionadas con el empleo por lasdiversas administraciones de los medios

de comunicación públicos, de las cade-nas de televisión y de las radios estataleso autonómicas, fenómeno que, de algu-na forma, recuerda facetas del viejo ca-ciquismo. Con todo, nada que ver con elviejo sistema decimonónico, en el que laselecciones, en frase de Antonio Maura,“no se votan, sino que se escriben”.

La hora de los caciquesCacique, en origen “señor de indios”, sig-nificaba ya en el siglo XVII notable deuna localidad. Aplicado el término a lapolítica, el cacique comenzó a distin-guirse a partir del primer tercio del sigloXIX. Era un personaje que dominaba,controlaba y dirigía una población o una

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JOSÉ DÍEZ ZUBIETA es historiador.

Lacras del pasado ELPUCHERAZOAlcaldes que cambiaban la hora del reloj del pueblo para cerrar antes loscolegios electorales; urnas en sedes de partidos políticos que sólo dejabanvotar a los poseedores de carnet de afiliado; censos inflados con los nombresde los difuntos... José Díez Zubieta presenta las mil tretas a querecurrían los caciques para cocinar los amaños electorales

Venta de votos. Esta caricatura, publicada en la revista Blanco y Negro en 1919, ilustra bienlos fallos y la falta de credibilidad del sistema electoral de la Restauración.

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El reparto del pastel. Caricatura de Sagasta y su organizado reparto de prebendas (Madrid, Biblioteca Nacional).

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zona. A efectos electorales, controlaba losvotos y los canalizaba hacia su partido,su tendencia o sus intereses. El caciquetuvo, pues, gran influencia en los resul-tados electorales españoles desde losaños treinta del siglo XIX hasta comien-zos del XX y su peso fue mayor confor-me se ampliaron los censos de votantes.Lógicamente, en un país donde votabaapenas el uno por ciento de la población,en la época del sufragio censitario másrestrictivo, buena parte de los que vota-ban eran los caciques, es decir, los ecle-siásticos, militares, terratenientes, médi-

cos, farmacéuticos, industriales... Por tan-to, en esos momentos, el verdadero ca-cique era aquel que dominaba toda unaprovincia o una gran región y pastorea-ba a caciques menos poderosos.

Fue la gran época en que “Provinciasenteras se convertían en feudos intoca-bles de algunos prohombres y hasta desu linaje. Incontables son los ejemplosreferidos no sólo a un ayer pretérito, si-no un pasado reciente y, a veces, casiactual. Durante generaciones, los Salva-dor fueron señores de vida y haciendaen La Rioja –uno de sus últimos vásta-

gos, el controvertido ministro de Ha-cienda del primer Gobierno socialista,sería representante de aquella región enel Congreso (Miguel Boyer Salvador).Los Rodríguez Acosta mantuvieron bajosu férula, durante largo tiempo, exten-sos sectores de la provincia granadina.Desde 1885, igual harían en Sevilla losRodríguez de la Borbolla y desde un po-co antes, los Loring y Heredia, en Má-laga, los Gamazo, en Valladolid, los Bas-set, en la Coruña, los Cierva en Murcia,los Pidal en Asturias, los Díaz Ambro-na en Badajoz...” (José Manuel CuencaToribio, El Caciquismo en España).

Electorado dócilLa edad del oro del caciquismo llegó enlos momentos de ampliación de los cen-sos electorales: en el final de la regen-cia de Espartero (1843); en el Bienio Pro-gresista (1854-56); en los diversos pro-cesos electorales organizados tras LaGloriosa (1868) o a partir de la Restau-ración (1875). Era lógico: concurrían mu-chos más electores, escasamente infor-mados, ideológicamente influenciablesy económicamente muy vulnerables.

Los caciques eran los personajes demayor peso en la unidad electoral bá-sica en la mayoría de las legislacioneselectorales: el municipio. En aquella Es-paña analfabeta –en 1863, la poblaciónalfabetizada ascendía al 19,96 por cien-to–; muy religiosa, sobre todo en lasáreas rurales; esencialmente agraria y enla que gran parte de las tierras cultiva-bles eran propiedad de terratenientes,que las alquilaban a aparceros o las ex-plotaban por medio de ganapanes, ha-bía una serie de personajes con un enor-me peso en los municipios: el cura-pá-rroco, con cierta cultura, gran influenciaespiritual, el púlpito como tribuna y elconfesionario como forja de conciencias;el secretario del Ayuntamiento, en ge-neral bien informado de cuestiones ju-rídicas municipales y siempre enteradode problemas de lindes, compras, ven-tas y litigios, en connivencia con el abo-gado local y con el notario, dos perso-najes con formación política y profundainfluencia no sólo en escrituras, heren-cias, pleitos y desavenencias familiareso vecinales; el médico, con acceso a to-dos los hogares comarcales, del que de-pendía un buen parto o la salud y la vi-da según sus diagnósticos fueran acer-tados o errados; el boticario, otro per-

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Antología del pucherazo

Hace siglo y medio, eran usuales ma-niobras tan sucias y tramposas como

hoy divertidas, que reflejan el estado deatraso, ignorancia y arbitrariedad que im-peraba en aquella España.

En el distrito orensano de Cea acudierona votar las gentes de la comarca, pero nadieles daba razón de dónde estaba el colegioelectoral. Pasada la hora del cierre de las ur-nas, se abrió una puerta y se comunicaronlos resultados.

Y, el colmo, se llegaron a instalar cole-gios electorales en locales del partido do-minante, en los que estaba prohibida la en-trada a los que no fueran miembros.

Un alcalde permitió verbalmente a unosvecinos cortar leña en el monte comunal.

El pueblo entero se les unió. Horas despuésllegaba la Guardia Civil y tomaba la filia-ción de todos, presentando la correspon-diente denuncia. Quien pasó por el aro devotar al candidato del alcalde se quedó conla leña; quien no, pasó horas en el calabo-zo, las suficientes para perderse la votación.

O aquel otro alcalde que reunió a los ve-cinos asegurándoles que les serían condona-das las contribuciones si se portaban ade-cuadamente votando al candidato oficial. Fueelegido el candidato y como no se cumplie-ra lo prometido, el alcalde se disculpó ase-gurando que en Madrid no estaban conten-tos porque había habido disidencias... con locual todos volvieron su furia contra los disi-dentes. ciento del total. (Fuente: INE).

Triunfo electoral. En esta caricatura, del 18 de abril de 1872, figuran todos los sistemas defraude: de los votos de los resucitados (los lázaros) a las partidas de la porra (La Flaca).

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sonaje culto y habitualmente politizado–recuérdese el debate religioso, políticoo cultural de las tertulias de las reboti-cas, que ha trascendido en la literatura–;el militar de alta graduación, acaso yaretirado, con prestigio social, casa sola-riega, ciertos posibles, amigos en la po-lítica; el terrateniente, auténtico dueñode vidas y haciendas, de quien depen-día la concesión de tierras, la fijación delas rentas y su cobro y la contrataciónde peonadas en el campo.

De ahí que la geografía del caciquis-mo se diera preferentemente en lasregiones más atrasadas, como Galicia–véanse los retratos caciquiles de Emi-lia Pardo Bazán en Los Pazos de Ulloa–o en los latifundios andaluces, extreme-ños y de Castilla la Nueva y en muchascomarcas rurales de Castilla La Vieja,Aragón y Asturias.

La práxis caciquil fue muy rica, dadasu dilatada vida, su amplia distribucióngeográfica y la variada procedencia desus protagonistas. Las presiones sobre elvotante iban desde la pura y simple com-pra de votos, a la influencia sobre loscensados por medio de la religión o la

ascendencia social; desde las presioneslaborales al chantaje sobre la propiedad,la honra o las cuentas con la justicia; des-de el puñado de votos arrojado a la ur-na al cambio de lugar o de horario elec-torales; desde la contratación de gruposde matones a la utilización de la Guar-dia Civil para controlar disidencias; des-de la rotura de las urnas desfavorables ala lectura capciosa de las papeletas,apuntándoselas al candidato amigo; des-de las promesas de rebajar impuestos alas de conseguir el adecuado enchufe pa-ra el votante o sus familiares.

No todas estas prácticas son descono-cidas hoy, sobre todo en las municipa-les. Pero recordemos alguna digna de en-

grosar la literatura picaresca, como la quese cuenta de la villa coruñesa de Carba-llo, en una jornada de elecciones queconcluía a medio día. El alcalde ordenóque se adelantara una hora el reloj dela torre de la iglesia, cerrando las urnasa las 11, por más que el reloj indicara elmediodía, cuando ya habían votado suspartidarios, convenientemente avisados.Como hubiera protestas, la Guardia civilse encargó de disolver o enseñar a leerel reloj a los contestatarios.

Otra antológica es la que se cuenta delmunicipio pontevedrés de Lalín, don-de el colegio electoral fue establecidoen una casa a la que acudieron los vo-

tantes del candidato caciquil antes de lahora fijada para la apertura de la urna.Cuando llegó la hora oficial, según cuen-ta Tuñón de Lara, “Ábrese la puerta delimprovisado colegio, no la principal dela casa, sino una de servicio y el espec-táculo que se les ofreció (a los electoresno avisados) a la vista y al olfato fue unenorme montón de estiércol, digna ba-se de aquella elección, por el que teníanque subir hasta llegar a una escalera demano y trepar enseguida por ella paraencontrar a la terminación la urna y de-trás al alcalde, rodeado de amigos con-vertidos en interventores”.

Ambos casos ocurrieron en Galicia, acausa, según Unamuno, del general anal-fabetismo del campo: “En Carballeda deAbajo o en Garbanzal de la Sierra, las másde las gentes no saben leer y los que sa-ben leer no leen apenas y son pocas laspersonas que reciben periódicos (...) ira hablar allí de libertad de prensa resul-ta ridículo (...) Hay en España más Car-balledas de Abajo y Garbanzales de laSierra que no Barcelonas, Madriles y Za-ragozas (...) y como es así, el caciquismoprende que es un gusto”. (Citado porCuenca Toribio).

Encasillados y cunerosLa designación gubernamental de un can-didato por una determinada circunscrip-ción electoral recibía el nombre de en-casillamiento y el candidato pasaba a serel encasillado, quien dependía de las ar-timañas del cacique para ser elegido.

El colmo de la figura del encasilladofue el cunero, término que designaba

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LACRAS DEL PASADO, EL PUCHERAZO¡A LAS URNAS!

La manipulación del voto mediante la coacción física a la puerta de los colegios electoralesaparece denunciada en esta caricatura de La Flaca, de abril de 1872.

Cunero era el candidato que no estabavinculado a la circunscripción por la que eraelegido (Blanco y Negro, 1907).

El caciquismo era más fuerte en Galicia,Andalucía, Extremadura y comarcas delas dos Castillas, Aragón y Asturias

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a aquel candidato por una cir-cunscripción con la que noestaba vinculado por el naci-miento, la propiedad o la resi-dencia y que, con frecuencia,desconocía. Caso paradigmá-tico de cunero es el del grannovelista Benito Pérez Galdós,diputado por Puerto Rico por-que Sagasta le encasilló enaquella isla, en la que el no-velista jamás puso un pie.

Joaquín Costa asegurabaque el encasillado era una delas fórmulas utilizadas por elGobierno para falsear la vo-luntad nacional. No menos con-tundente era Cristino Martos que,ante las propias Cortes, decía en1885: “Parece que el cuerpo electo-ral vota, parece que se hacen dipu-taciones y Ayuntamientos y que se eli-gen Cortes y que se realizan, en fin, to-das las funciones de la vida constitucio-nal, pero éstas no son sino meras apa-riencias, no es la opinión la que deci-de, no es el país el que vota, sois voso-tros (los ministros) que estáis detrás, ma-nejando los resortes de la máquina ad-ministrativa y electoral”.

El Gobierno, fundamentalmente el mi-nistro del Interior, proponía al encasi-llado y éste, de la mano del cacique,apenas si hallaba oposición dada la mí-nima estructura y medios de los parti-dos. El cacique, aunque mayoritaria-mente solía ser conservador, podía per-

tenecer a cualquier partido: liberal oconservador, progresista o moderado pe-ro, sobre todo, miraba por sus intere-ses y, casi siempre, éstos pasaban por elGobierno y las prebendas que desdeMadrid podían llegarle. El cacique tra-bajaba sobre terreno seguro cuando per-tenecía al partido en el poder: le basta-ba seguir las instrucciones del ministrodel Interior y sacar adelante el acta delencasillado. Los problemas podían sur-gir cuando cacique y Gobierno perte-

necían a partidos enfrenta-dos en las elecciones. En esecaso, podían saltar chispas,dependiendo mucho de la

fortaleza del cacique y de la per-sonalidad del ministro. En ge-neral, los caciques solían evi-tar la confrontación con elGobierno, sobre todo si el mi-nistro del Interior era “peli-groso”, porque podían la-brarse su ruina: “Eran ame-nazados por el gobernador ci-

vil de ser carlistas, procedién-dose, como consecuencia, si no

colaboraban, al embargo de susbienes y a mandarlos a Estella” (M.

Alcántara Sáenz, sobre las eleccionesde 1876).

Los artistas del sistemaMuñidor supremo de estas prácticas fueFrancisco Romero Robledo, uno de lospolíticos más característicos y notablesde la segunda mitad del siglo XIX. Co-mo diputado, fue de todo, elegido porel distrito de su nacimiento, Antequeray por el de su residencia, Madrid, ade-más de por otros varios lugares, comoLa Bañeza o Montilla. Fue liberal y con-servador, aliado de Sagasta y de Cáno-vas. Fue antiisabelino en la La Glorio-sa y restaurador en Sagunto. Desempe-ñó numerosas carteras ministeriales, co-mo Ultramar y Gracia y Justicia, pero,sobre todo, Gobernación en media do-cena de ocasiones. De él escribió Ray-mond Carr: “Pirata político, era el mi-nistro de Gobernación ideal que des-de un despacho atestado de toreros,clientes y caciques de provincias, ma-nejaba la maquinaria electoral del par-tido conservador.” Una de sus palancasfue la utilización de los gobernadoresprovinciales, cargo que él entendía co-mo un servidor del partido y del minis-tro; y en época electoral, como la ex-presión de la voluntad del propio Ro-mero Robledo. Se cuenta que envió es-te telegrama al gobernador de Tarrago-na: ”No teniendo candidato natural ne-cesito me diga terminantemente si pue-de prometerse la victoria a un candi-dato que yo designe”.

Dentro del apartado caciquil hay fi-guras verdaderamente señeras. Deacuerdo con Cuenca Toribio, Natalio Ri-vas fue una de las más notables; aquelauténtico señor de las Alpujarras grana-

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Manual del perfecto cacique

Los inefables caciques, que dirigían susfeudos electorales como auténticos re-

yezuelos, tenían un auténtico manual de ac-tuación.

– El Gobierno solía cambiar goberna-dores provinciales y alcaldes poco antes delas elecciones, gentes agradecidas que ocu-paban el cargo dispuestos a todo, por ejem-plo desde la coacción contra los candidatosrivales a la suspensión de sus reuniones a laconfección fraudulenta de listas y la cons-titución de mesas electorales propicias.

– En las listas se solía escamotear a algúnrival político que, mientras reclamaba, per-día la ocasión de presentarse, o se incre-mentaba con personas ya fallecidas etcétera.

– En la composición de las mesas se bus-

caba gente afín y decidida, dispuesta a darun puñetazo intimidador o a echar un pu-ñado de votos dentro de la urna si era ne-cesario.

– La votación en si misma podía ser in-terferida, bien por coacción, bien por com-pra de votos, bien por modificación de pa-peletas y horarios.

– El escrutinio era momento peliagudo,pues podían alterarse los datos verdaderoso cambiar las papeletas.

– Y, tras el recuento, podía pasar cual-quier cosa. Si los datos no eran satisfacto-rios, bien podían alterarse, bien perderse lasactas y no llegar nunca al centro electoralprovincial.

(Resumido de Manuel Alcántara Sáenz)

Encasillado era el político designado por elGobierno y apoyado por el cacique para serelegido en las urnas (Blanco y Negro, 1907).

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dinas durante buena parte de la Restau-ración desempeñó numerosas cargos po-líticos en Madrid y pasaba por ser el me-jor conseguidor de España: durante unmitin en su feudo granadino de Albuñol,en la apoteosis final de su discurso, losreunidos comenzaron a gritar: “Natalico¡colócanos a todos!”

Otro ilustre fue el asturiano AlejandroPidal, a quien se debe una interesantedefinición de caciquismo: “El noble an-helo de mortificarse para servir al pai-sano”. Alejandro Pidal y Mon dominó elpanorama político asturiano durante elúltimo tercio del siglo XIX. Fue diputa-do desde 1872 hasta su muerte, en 1913;varias veces ministro, presidente delCongreso y embajador. En estos cargosse distinguió por favorecer los intere-ses de sus deudos; según un diplomá-tico británico “Entendía a la perfecciónel carácter de sus coterráneos y estabasiempre dispuesto y deseoso de ayu-darles en sus asuntos particulares, ob-sequiándoles con lo que pidieran o en-contrándoles alguna credencial bien re-munerada, y no se conocía persona porél recomendada que permaneciera mu-

cho tiempo sin algún empleo, a cuen-ta, desde luego, del Estado”.La disminución del analfabetismo, el de-sarrollo de partidos de origen marxistay de los sindicatos de clase, el paulati-no incremento del censo electoral y delelectorado urbano –mucho menos sus-ceptible de la manipulación caciquil– eldescrédito de la figura por parte de po-líticos e intelectuales, como Cristino Mar-tos, Joaquín Costa, Angel Ganivet, Va-lentí Almirall o Francisco Silvela, fueronsocavando el poder del cacique, que lle-gó a su ocaso en las últimas convoca-torias electorales celebradas bajo el sis-tema de la Restauración.

Ocaso caciquil Un golpe contundente se lo propinóPrimo de Rivera, pues el dictador veíaal cacique como una lacra de la políti-ca local, creada por gente sin escrúpu-los que había hecho de la materia elec-toral una profesión lucrativa. La ins-tauración de la República, el 14 de abrilde 1931, les propinó el golpe de gracia.En las elecciones Constituyentes, el cen-so se elevó a seis millones, de los que

votaron 4,3. la Constitución de 1931concedió el voto a la mujer, de modoque en las elecciones de 1933, el elec-torado había pasado a trece millones,de los que votó un 67,5 por ciento. Erael sufragio universal auténtico y, porvez primera, sin intervención caciquildigna de reseña.

Con todo, el franquismo volvió a re-currir a las viejas mañas para dominar susconvocatorias electorales tan dispersascomo amañadas: “Asimilando e inte-grando la figura del tradicional caciqueen el seno de las organizaciones localesdel Movimiento, contó con una fuerza depresión y de propaganda paralela, fácil-mente movilizable (...) La prohibición dela propaganda de las candidaturas ‘in-dependientes’ en la prensa, la agresiónfísica, el bloqueo de las credenciales deinterventores para los representantes delos ‘independentistas’, la expulsión de losinterventores de los locales a la hora delescrutinio, las sanciones económicas con-tra cierta prensa...” (Alcántara Sáenz). To-das esas lacras y aún otras caracterizaronlas convocatorias franquistas a las urnas,como ocurrió en el referéndum de 1966,en el que acudió a las urnas el 89 porciento del censo y los votos afirmativosa la Ley Orgánica del Estado alcanzaronel 95 por ciento. Evidentemente, no sepermitió propaganda en contra, se de-tuvo a quienes lo intentaron y se emple-aran todos los recursos propagandísticosdel Estado.

Aquel manejo alejaba a los electores delas urnas, de modo que en las munici-pales, también de 1966, los votantes noalcanzaron al 50 por ciento del censo yen ciudades como Barcelona sólo acudióa las urnas el 15,5 por ciento del censo...Ayuntamientos hubo en que, gracias alcelo de sus alcaldes, votaron todos suscensados, ausentes incluidos. Y en algu-nos, que por vergüenza hubieron de re-ducirse a límites menos escandalosos,aparecieron más votos que electores...Afortunadamente, agua pasada. ■

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El dibujante Xaudaró representó a Maura y La Cierva enfangados en excrementos, por lamanipulación de la consulta electoral (Blanco y Negro, 1907. Coloreado por ordenador).

ARTOLA, M., Las Cortes de Cádiz, Madrid,Marcial Pons, 1991.

FAGOAGA, C., La voz y el voto de las mujeres. El su-fragismo en España, 1877-1931, Barcelona, Ica-ria,1985.TUSELL, J., El sufragio universal, Madrid, MarcialPons, 1991.TUSELL, J., Manual de Historia de España, vol. 6.Siglo XX, Madrid, Historia 16, 1994.

PARA SABER MÁS

LACRAS DEL PASADO, EL PUCHERAZO¡A LAS URNAS!