El Protectorado español en Marruecos€¦ · de España en el Protectorado de Marruecos. A través...

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1877 1921 Colección páginas de historia www.lahistoriatrascendida.es Repertorio biográfico y emocional El Protectorado español en Marruecos Volumen I Dirección de José Manuel Guerrero Acosta Esta obra nace con ánimo de trasladar al lector a la época más significativa de la presencia española en el norte de África. Me- diante una selección de semblanzas y biografías, se recorren los diferentes periodos cronológicos en los que se desarrolló la obra de España en el Protectorado de Marruecos. A través de sus páginas desfilan numerosas historias personales, enmarcadas en batallas, traiciones, hazañas, esperanzas y esfuerzos sociales y artísticos. Enlazado de forma temporal y temática se presenta un repertorio de los personajes de toda índole y nacionalidad que protagonizaron aquellos hechos. Esta recopilación, que no pretende ser exhaustiva, pero sí cuida- dosa en su selección, esboza la trascendencia de la obra humana en campos tan diversos como la educación, la literatura, la pintura, la diplomacia o la política, sin olvidar la mención a los muchos héroes de las campañas militares. Encontrará el lector biografías extensas junto a otras de menor densidad, y que se han comple- tado con unas semblanzas más escuetas recogidas de la web www.lahistoriatrascendida.es. Han sido realizadas por un abani- co de especialistas, conformando un todo donde priman la emo- ción y el sentimiento más que el corsé academicista. Todo ello se acompaña de una cuidada selección de fotografías documentales y de un ensayo visual contemporáneo. Con esta obra se pretende ofrecer al investigador y estudioso, o simplemente al público interesado en la materia, una herramienta útil y amena, a la vez que una muestra de la riqueza intelectual y humana de algunos de los hombres y mujeres que forjaron la his- toria de nuestro Protectorado en Marruecos.

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    Coleccin pginas de historiawww.lahistoriatrascendida.es

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    Volumen I

    Direccin de Jos Manuel Guerrero Acosta

    Esta obra nace con nimo de trasladar al lector a la poca ms signifi cativa de la presencia espaola en el norte de frica. Me-diante una seleccin de semblanzas y biografas, se recorren los diferentes periodos cronolgicos en los que se desarroll la obra de Espaa en el Protectorado de Marruecos. A travs de sus pginas desfi lan numerosas historias personales, enmarcadas en batallas, traiciones, hazaas, esperanzas y esfuerzos sociales y artsticos. Enlazado de forma temporal y temtica se presenta un repertorio de los personajes de toda ndole y nacionalidad que protagonizaron aquellos hechos.

    Esta recopilacin, que no pretende ser exhaustiva, pero s cuida-dosa en su seleccin, esboza la trascendencia de la obra humana en campos tan diversos como la educacin, la literatura, la pintura, la diplomacia o la poltica, sin olvidar la mencin a los muchos hroes de las campaas militares. Encontrar el lector biografas extensas junto a otras de menor densidad, y que se han comple-tado con unas semblanzas ms escuetas recogidas de la web www.lahistoriatrascendida.es. Han sido realizadas por un abani-co de especialistas, conformando un todo donde priman la emo-cin y el sentimiento ms que el cors academicista. Todo ello se acompaa de una cuidada seleccin de fotografas documentales y de un ensayo visual contemporneo.

    Con esta obra se pretende ofrecer al investigador y estudioso, o simplemente al pblico interesado en la materia, una herramienta til y amena, a la vez que una muestra de la riqueza intelectual y humana de algunos de los hombres y mujeres que forjaron la his-toria de nuestro Protectorado en Marruecos.

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    1 Joaqun Costa retratado por Victoriano Balasanz, 1913. Cortesa Ayuntamiento de Zaragoza. p. 47

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    2 El Padre Lerchundi retratado por Federico Godoy, 1894.

    p. 72

    3 Thophile Pierre Delcass, ministro de la Guerra francs. Agence Meurisse. Bibliothque Nationale de France. p. 64

    4 El pintor Josep Tapir en su estudio. El Heraldo de Catalua, 1921.

    p. 112

  • 5 Muley Hafi d Ben Hassn, el sultn destituido, en el exilio. Marsella, 15 de agosto de 1912. Agence Rol. Bibliothque Nationale de France. p. 121

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  • 6 Alfonso XIII vistiendo el uniforme del Cuerpo de Ingenieros en 1909. Fotografa de Ortiz Echage. Cortesa AGMM-IHCM. p. 117

    7 El general Francisco Larrea y Liso. Domin el Rif oriental sin disparar un tiro en 1909, organiz las fuerzas indgenas y fue comandante general de Ceuta al inicio del Protectorado. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islmica Flix M Pareja (Aecid). p. 130

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  • 8 El general Lyautey visita Madrid en 1914. De derecha a izquierda: general Marina (alto comisario), Lyautey, Geoff ray (embajador de Francia en Madrid). Agence Rol. Bibliothque Nationale de France. pp. 120 y 135

    9 El presidente del Gobierno Eduardo Dato y el general Marina. Madrid, marzo de 1914. Agence Rol. Bibliothque Nationale de France. pp. 135 y 204

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  • 10 El cabo Luis Noval Ferrao, fototipia basada en el pergamino conservadoen el Museo del Ejrcito.Coleccin particular. p. 137

    11 Retratos de Felipe Alfau Mendoza y Jos Marina Vega, Tetun. Fotografa de Francisco Garca Corts. Legado Fernando Valderrama. Biblioteca Islmica Flix M Pareja (Aecid). pp. 135 y 191

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  • 12 Retrato fotogrfi co de El Roghi, Illustrated London News, 1910. p. 142

    13 El general Manuel Fernndez Silvestre. Cortesa AGMM-IHCM. p. 196

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    14 Grupo de mandos con ocasin del viaje del ministro vizconde de Eza al territorio de Melilla. En la primera fi la, el quinto por la izquierda es el general Neila (con su Laureada ganada en la defensa de Cascorro en 1897, cuando era capitn); a su izquierda, con salacot, el coronel Jimnez Arroyo, detrs, el coronel

    Morales; a su izquierda, el coronel Gmez-Jordana Sousa, jefe del E. M. del general Berenguer; Berenguer mismo y despus el ministro Eza, con lazo de pajarita al cuello; de seguido Fernndez Silvestre con su tullida mano izquierda en impremeditado gesto; a su izquierda, el general Monteverde, segundo jefe de la

    Comandancia; los dos ltimos son el coronel Snchez Monge, jefe del E. M. de la Comandancia, y el teniente coronel Dvila, jefe de Operaciones con Silvestre. Fotografa sin fi rma ni sello, atribuible al capitn Carlos Lzaro, julio de 1920. Legado Silvestre. Coleccin Pando.

    pp. 192, 196 y 342

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    15 Fotografa de Felipe Navarro y Ceballos-Escalera durante su cautiverio en Axdir. Revista Nuevo Mundo, 1923. p. 197

    16 Visita de la reina Victoria Eugenia a Marruecos, 1927. Postal de poca. Cortesa Archivo Jos Luis Gmez Barcel. p. 203

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    17 Dmaso Berenguer (izquierda) acompaa al ministro De la Cierva (centro) y al general Cabanellas (derecha), enero de 1922. Fotografa de Lzaro. Archivo Agencia EFE. p. 192

    18 Los generales Silvestre y Navarro en Afrau, el da de su ocupacin por las fuerzas de la Comandancia General de Melilla, invierno de 1920. Postal de poca. pp. 196-197

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    19 El coronel Pedro Vives Vich, padre de la aviacin militar espaola.

    p. 215

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    20 El general Jos Villalba Riquelme. Cortesa Archivo Martnez-Simancas.

    p. 210

    21 El teniente coronel Antonio Garca Prez poco despus de su regreso de Marruecos. Cortesa Archivo Martnez-Simancas. p. 205

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  • 22 El alto comisario Gmez Jordana (padre), junto al presidente conde de Romanones, en su visita a Marruecos, julio de 1914. Cortesa Archivo Gmez-Jordana.

    p. 209

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    23 Fotografa del capitn de Infantera Asensi, hroe de la retirada de la columna de Zoco el-Telatza hacia la zona francesa, 1921. Cortesa Archivo Jorge Garrido Laguna.

    p. 234

    24 El capitn Alonso Estringana. Cortesa Archivo Javier Snchez Regaa.

    p. 221

    25 El sargento Francisco Basallo se reencuentra con su madre en Melilla, tras su regreso del cautiverio en Axdir. Revista Nuevo Mundo, 1923.

    p. 255

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    26 El capitn Jos de la Lama convaleciendo de sus heridas,1911. Fotografa de Juan Pando Despierto.

    p. 327

    27 Estatua yacente en cobre, que homenajea al comandante Julio Bentez Bentez, muerto en la defensa de Igueriben, de Julio Gonzlez Pola. Museo del Ejrcito de Toledo. p. 257

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  • 28 El teniente coronel Fernando Primo de Rivera, laureado por su comportamiento en la retirada de Annual y defensa de Monte Arruit al frente del Regimiento de Alcntara. Cortesa AGMM-IHCM.

    p. 344

    29 Busto en bronce de Diego Flomesta Moya, prisionero en Abarrn, de Garrn. Academia de Artillera de Segovia.

    p. 323

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  • 30 El coronel Gabriel de Morales, gran conocedor de los indgenas del Rif, durante una visita a la cabila de Beni Bu Ifrur, 1920. Cortesa Archivo General de Melilla. Colecciones Grfi cas. p. 342

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  • 31 Los hermanos Abd el-Krim con el empresario y fi lntropo Echevarrieta durante las arduas negociaciones para la liberacin de los prisioneros de Monte Arruit, 1923. Cortesa AGMM-IHCM. pp. 349 y 383

    32 El jerife de Yebala El Raisuni en Tazarut, septiembre de 1922. Archivo Agencia EFE. p. 411

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  • Tras la fi rma del Convenio franco-espaol del 27 de noviembre de 1912 y la posterior acepta-cin del sultn a travs del dahir del 13 de mayo de 1913, se instaur el Protectorado hispa-no-francs en Marruecos. El artculo 1 del Convenio determin que El Gobierno de la Rep-blica francesa reconoce que, en la zona de infl uencia espaola toca a Espaa velar por la tranquilidad de dicha zona y prestar su asistencia al Gobierno marroqu para la introduccin de todas los reformas administrativas, econmicas, fi nancieras, judiciales y militares de que necesita, as como para todos los Reglamentos nuevos y las modifi caciones de los Reglamen-tos existentes que esas reformas llevan consigo, conforme a la Declaracin franco-inglesa de 8 de abril de 1904 y al Acuerdo franco-alemn de 4 de noviembre de 1911. Las regiones comprendidas en la zona de infl uencia determinada en el artculo II continuarn bajo la au-toridad civil y religiosa del Sultn en las condiciones del presente Acuerdo. Dichas regiones sern administradas, con la intervencin de un Alto Comisario espaol, por un Jalifa que el Sultn escoger de una lista de dos candidatos presentados por el Gobierno espaol. Las funciones de Jalifa no le sern mantenidas o retiradas al titular ms que con el consentimien-to del Gobierno espaol.

    Marruecos qued dividido en dos mitades, asimtricas en su extensin y poblamiento, siendo el norte de Marruecos la parte asignada a Espaa para ejercer su protectorado. Los artculos 2 y 3 del Convenio establecieron los lmites de la zona de Marruecos que quedara bajo la infl uencia espaola.

    En el Norte de Marruecos, la frontera separativa de las zonas de infl uencia espaola y francesa partir de la embocadura del Muluya y remontar la vaguada de este ro hasta un kilmetro aguas abajo de Mexera Klila [...] Al Sur de Marruecos, la frontera de las zonas espa-ola y francesa estar defi nida por la vaguada del Uad Draa, remontndola desde el mar hasta su encuentro con el meridiano 11 al Oeste de Pars y continuar por dicho meridiano hacia el Sur hasta su encuentro con el paralelo 27 40' de latitud Norte. Al Sur de este parale-lo, los artculos V y VI del Convenio de 3 de octubre de 1904 continuarn siendo aplicables. Las regiones marroques situadas al Norte y al Este de los lmites indicados en este prrafo pertenecern a la zona francesa.

    Habiendo concedido a Espaa el Gobierno marroqu, por el artculo 8. del Tratado de 26 de abril de 1860 un establecimiento en Santa Cruz de Mar Pequea (Ifni), queda enten-dido que el territorio de este establecimiento tendr los lmites siguientes; al Norte el Uad Bu Sedra, desde su embocadura; al Sur el Uad Nun, desde su embocadura, al Este una lnea que diste unos 25 kilmetros de la costa.

    El norte de Marruecos

    La parte norte de Marruecos es una zona litoral con una extensin de veinte mil kilmetros cuadrados. Al norte linda con el mar Mediterrneo y al oeste con el ocano Atlntico. Sntesis de sus cuatro pases: Garb, Gomara, Rif y Yebala, el conjunto protectoral conservaba, en su fachada mediterrnea, las ciudades de Ceuta y Melilla, que mantuvieron como hasta aho-ra su condicin de plazas de soberana espaola. A esto se sumaba el condominio diplom-tico de las grandes potencias sobre Tnger, que dio lugar al establecimiento, en 1912, de la llamada Zona Internacional.

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    Mapa que representa la divisin administrativa de la zona de protectorado espaol sobre Marruecos editado por Francisco Villar Salamanca, delineante de la Administracin de la Zona, septiembre de 1943. Archivo Legin / Agencia EFE.

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  • En un principio, el territorio qued dividido en amplias demarcaciones bajo la autori-dad de las comandancias generales de Ceuta, Melilla y Larache (Real Orden de 24-4-1913), que eran las encargadas de extender la infl uencia espaola y administrar las zonas ocupa-das a travs de las correspondientes ofi cinas de Asuntos Indgenas segn las instrucciones del alto comisario.

    Posteriormente, en 1918 (Real Decreto de 11-12-1918), se transform su organizacin, quedando dividido el territorio en dos zonas, una occidental y otra oriental, sometidas a las comandancias militares de Melilla y Ceuta. En 1927 el territorio se organiza en regiones.

    Ms tarde, el rgimen de la Segunda Repblica estableci, a travs del Decreto de 29-12-1931, seis regiones: tres civiles (Yebala Occidental, Yebala Oriental y Oriental) y tres militares (Yebala Central, Gomara-Chauen y Rif).

    El Servicio de Intervenciones dividi en el ao 1935 el territorio en cinco regiones, a travs del Decreto de 15-2-1935: Yebala, Lucus, Gomara, Rif y Kert, mantenindose esta divi-sin hasta el fi nal del Protectorado, excepto la integracin de Beni Said en Yebala.

    Las regiones se constituyeron como las unidades poltico-administrativas que agrupa-ron a las diferentes cabilas o tribus. La Alta Comisara adscribi a cada cabila una ofi cina interventora.

    Tnger, ciudad internacional

    Tnger, una de las ciudades mticas del Mediterrneo de los aos treinta y cuarenta del siglo XX, goz de un estatus especial. La Zona Internacional de Tnger comprenda la ciudad marroqu y su hinterland. Tnger no estuvo, por tanto, bajo control espaol excepto por un corto perio-do de tiempo, a pesar de estar situada geogrfi camente en el norte de Marruecos, sino que su gobierno y administracin estuvieron bajo el mando de una comisin internacional com-puesta por varios pases.

    Por su situacin geogrfi ca, junto al estrecho de Gibraltar, Tnger fue un enclave es-tratgico en el norte de frica desde la Antigedad, convirtindose en el centro del trfi co mediterrneo. No en vano fue denominada la puerta de frica.

    Su estatus de ciudad internacional la convirti en el punto de encuentro de las culturas rabe, cristiana y juda, y su permisividad en materia impositiva, en lo que hoy denominara-mos un paraso fi scal, por lo que all instalaron su sede muchas empresas multinacionales de aquella poca.

    El contexto histrico en el que se sita el Estatuto de Tnger como ciudad internacio-nal fue un periodo convulso dentro de la historia. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, la ciudad se llen de refugiados, aventureros y espas de diferentes nacionalidades, convirtin-dose en un centro de negocios, bohemia cultural y espionaje, y en escenario para la fantasa pictrica, literaria y cinematogrfi ca.

    El Estatuto de Tnger fue suscrito en un primer momento por Espaa, Francia y el Reino Unido el 18 de diciembre de 1923. La administracin de la ciudad y la de su periferia pasaron a ser confi adas a los representantes de las tres potencias, a las que se uni Italia en 1928, y posteriormente se sumaran Portugal, Blgica y los Pases Bajos.

    El Estatuto de Tnger dispuso en su artculo 5 que la Zona de Tnger dispondr, por delegacin de S. M. jerifi ana y a reserva de las excepciones previstas, de los ms amplios

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  • poderes legislativos y administrativos. Esta delegacin es permanente y general, salvo en materia diplomtica, en la que nada se deroga de las disposiciones del artculo 5 del Tratado de Protectorado de 30 de mayo de 1912.

    El sultn, como soberano del Imperio jerifi ano, conserv su jurisdiccin sobre la pobla-cin indgena de la Zona, y estaba representado por un mendub (alto comisario), que sera el jefe de la Administracin indgena. Para auxiliar al mendub se nombr a un personal con-trolado por el Negociado de Asuntos Indgenas de la Residencia General Francesa de Rabat. En todos los dems asuntos de inters interior, la zona y la Administracin de Tnger fueron autnomas.

    El poder legislativo estaba controlado por la Asamblea Legislativa internacional, com-puesta de veintisis miembros, de los cuales seis eran musulmanes, cuatro espaoles, cuatro franceses, tres ingleses, tres italianos, tres judos, uno belga, uno holands, uno portugus y uno norteamericano. Las decisiones de la Asamblea Legislativa deban ser ratifi cadas por un Comit de Control, compuesto por los cnsules de carrera de las potencias participantes. Adems de legislar sus propias leyes, tena un rgimen arancelario especial, un tribunal mixto de justicia y su propia polica.

    A pesar de las tesis incorporacionistas de Espaa para que la zona de Tnger formara parte de su Protectorado, fue el criterio internacionalista britnico el que se impuso y, excep-to por un periodo de ocupacin espaola durante la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo como un enclave internacional hasta la independencia de Marruecos.

    La ocupacin espaola de Tnger tuvo lugar entre 1940 y 1945. El 14 de junio de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, el mismo da de la entrada de las tropas alemanas en Pars, una nota del Ministerio de Asuntos Exteriores, del ministro Juan Beigbeder, estable-ca que con objeto de garantizar la neutralidad de la Zona y ciudad de Tnger, el Gobierno Espaol ha resuelto encargarse provisionalmente de los servicios de Vigilancia, Polica y Se-guridad de la Zona, para lo cual han penetrado esta maana fuerzas de la Mehalla. Quedan garantizados todos los servicios existentes, que continuarn funcionando normalmente.

    El 30 de julio de 1940 el ministro de Espaa en Tnger, Manuel Amieva y Escandn, fue nombrado administrador de la ciudad al frente de la Asamblea Legislativa. El 3 de noviembre del mismo ao, un bando del coronel Antonio Yuste orden el cese de las funciones del Comi-t de Control, de la Asamblea Legislativa y de la Ofi cina Mixta de Informacin, asumiendo las funciones de delegado del alto comisario e incorporando la Zona de Tnger al Protectorado espaol en Marruecos.

    Dos das antes, otro bando haba restablecido la circulacin de la peseta en Tnger con fuerza liberatoria, suprimida desde 1936. En noviembre de 1940, Tnger sera anexiona-da al Protectorado espaol de Marruecos y suprimidos los rganos internacionales que hasta entonces haban regido su destino. Esta anexin vino acompaada por la aplicacin de la Ley de Responsabilidades Polticas, del ao 1939, seguida de represin contra aquellos fun-cionarios que haban permanecido fi eles a la Repblica espaola.

    Al fi nal de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, las autoridades franquistas devolvie-ron la ciudad a su estatus internacional: el 11 de octubre sera restablecida la administracin internacional por iniciativa de los Gobiernos norteamericano, britnico y sovitico.

    El 1 de enero de 1957, tras la independencia de Marruecos, las potencias administra-doras pusieron fi n al rgimen internacional, no siendo defi nitiva la incorporacin de Tnger a Marruecos hasta el 11 de abril de 1960.

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  • Este libro se encadena, ampliando su dimensin informativa, con la pgina web www.lahistoriatrascendida.es

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    Volumen I

    Direccin de Jos Manuel Guerrero Acosta

  • I. Los precursores1877 1912

    I.I Con el pensamiento en la otra orilla

    43 Cervera Baviera, Julio 47 Costa Martnez, Joaqun 64 Delcass, Thophile Pierre 68 Ribera y Tarrag, Julin

    I.II Ensoaciones y realidades

    71 Cenarro Cubedo, Severo 72 Lerchundi y Lerchundi, Jos Antonio Ramn de (Padre Lerchundi) 109 Nieto Rosado, Juan 110 Ovilo Canales, Felipe 112 Tapir i Bar, Josep

    I.III Prncipes y embajadores

    115 Abd al-Aziz, Muley Ben Hassn 117 Alfonso XIII 118 Canalejas y Mndez, Jos 119 Figueroa y Torres, lvaro de 120 Geoff ray, Lon Marcel 121 Hafi d Ben Hassn, Muley 125 Muley Hassn I 130 Larrea y Liso, Francisco 131 Len y Castillo, Fernando, marqus del Muni 135 Marina Vega, Jos

    I.IV Heridas tempranas

    137 Noval Ferrao, Luis (el cabo Noval) 142 Yilali Ben Salem Zerhuni el Iusfi (conocido como Muley Mohammed

    Ben Muley el Hassn Ben Es-Sultan Sidi-Mohammed Bu-Hamara. El Rogui)

    Presentacin

    31 Ignacio Snchez Galn 33 Jos Manuel Guerrero Acosta

    II. Aos de tempestades1912 1927

    II.I Los responsables

    191 Alfau Mendoza, Felipe 192 Berenguer Fust, Dmaso 193 Bermdez de Castro y O'Lawlor, Salvador, segundo marqus de Lema y segundo duque de Ripalda 196 Fernndez Silvestre, Manuel 196 Marichalar y Monreal, Luis de 197 Navarro y Ceballos-Escalera, Felipe

    Sangre en los campos del Rif (1912-1921)

  • II.II Los imprescindibles

    199 Angoloti y Mesa, Carmen, duquesa de la Victoria 203 Battenberg, Ena de (Victoria Eugenia) 204 Dato e Iradier, Eduardo 205 Garca Prez, Antonio 209 Gmez Jordana, Francisco 209 Pags Mirav, Fidel 210 Villalba Riquelme, Jos 215 Vives Vich, Pedro

    II.III Los sacrifi cables

    221 Alonso Estringana, Francisco 229 Alzugaray y Goicoechea, Emilio 232 Arenas Gaspar, Flix 234 Asensi Rodrguez, Francisco 253 Barreiro lvarez, Manuel 255 Basallo Becerra, Francisco 257 Bentez y Bentez, Julio 265 Bens Argandoa, Francisco 268 Bernal Gonzlez, Elas y Dueas y Snchez, Francisco de 290 Buzian, Al-lal-Gatif Ben y Vicente Cascante, Moiss 319 Casado Escudero, Luis 322 Castro Girona, Alberto 323 Flomesta Moya, Diego 325 Garca Martn, Mariano 327 Lama y de la Lama, Jos de la 342 Morales y Mendiguta, Gabriel 343 Muoz-Mateos y Montoya, Luis 344 Primo de Rivera y Orbaneja, Fernando 345 Ramos-Izquierdo y Gener, Rafael 347 Rodrguez Fontanes, Carlos 347 Vzquez Bernabu, Antonio

    II.IV Los rebeldes

    349 Abd el-Krim El Jattabi, Mhamed 383 Abd el-Krim El Jattabi, Mohammed 406 Amezzin, Sidi Mohammed 411 El Raisuni, Muley Ahmed Ben Mohammed Ben Abdallah

    II.V Los leales

    449 Abd el-Kader Tayeb, Ben Chiqri Ahmed El Hach 452 Abd el-Malek Meheddin

    Apndices

    482 Cronologa Juan Pando Despierto

    498 ndice Onomstico / Toponmico / Temtico

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    En noviembre de 2013, tuve el honor de presentar, junto al ministro de Asuntos Exteriores y Cooperacin del Gobierno de Espaa, Jos Manuel Garca-Margallo, la obra El Protectorado espaol en Marruecos: la historia trascendida, que ya se ha convertido en una referencia obligada para todos los estudiosos de este periodo histrico.

    Aquel da manifest que, para Iberdrola, era una grandsima satisfaccin respaldar un proyecto editorial que, coincidiendo con el centenario de la instauracin del Protectorado espaol en Marruecos, tena como principal objetivo contribuir a recuperar unos hechos his-tricos que no deben caer en el olvido.

    Dos aos despus, damos continuidad a ese proyecto con la publicacin de una nue-va obra, El Protectorado espaol en Marruecos. Repertorio biogrfi co y emocional, con la que queremos recordar a las personas que protagonizaron esos hechos histricos, en campos tan diversos como la diplomacia, la poltica, la educacin, la literatura o la pintura, sin olvidar a los militares que participaron en las distintas campaas.

    Para ello, este libro rene ms de ciento sesenta biografas de personajes relevantes, a travs de las cuales podemos seguir profundizando, desde un punto de vista ms humano, en un protectorado que con sus luces y sus sombras tanto supuso para Marruecos y para Espaa.

    En este sentido, hay que destacar la singularidad de este protectorado que, despus de unos primeros aos algo convulsos, se caracteriz por una buena convivencia social, gra-cias a las mujeres y a los hombres espaoles y marroques que lo vivieron en primera persona y que supieron construir un espacio comn de entendimiento, sobre las bases de la cooperacin y el respeto a la diversidad; un espacio de infl uencia recproca, que se retrata a la perfeccin en la obra La historia trascendida y que ahora se completa con el Repertorio biogrfi co y emocional.

    Personalmente, considero que la refl exin histrica es clave para las sociedades y para los individuos, por cuanto nos permite aprender de los errores, profundizar en los acier-tos, entender los distintos comportamientos y ahondar en las diferentes sensibilidades. Por ello, agradezco a todas las personas que han participado en esta publicacin su trabajo y su esfuerzo, y animo a todos los estudiosos y afi cionados a disfrutarla y a ahondar an ms en este periodo de nuestra historia.

    Ignacio Snchez Galn Presidente de Iberdrola

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    Este libro no es un diccionario biogrfi co. Tampoco pretende ser una exhaustiva recopilacin de personajes importantes. nicamente aspira a servir de amena herramienta a aquel lector que quiera aproximarse a la vida de unos seres que fueron protagonistas de las pequeas y grandes historias de nuestro Protectorado en Marruecos.

    Esta obra es deudora tanto en su gnesis como en una parte fundamental de su conte-nido a la labor entusiasta y sentida de nuestro entraable historiador Juan Pando Despierto, a su maestra para el ensayo y a su cario por nuestra Historia con maysculas. Y en particu-lar, a su sensibilidad para comprender y saber divulgar la enorme, y poco conocida, cuando no denostada, labor de Espaa en aquella parte del norte de frica que nos correspondi administrar en nombre del sultn de Marruecos.

    Algo que llamar la atencin del lector ser la diversa extensin de las biografas recopiladas en este trabajo. Cierto nmero de estas semblanzas biogrfi cas nacieron con ocasin de la publicacin del libro El Protectorado espaol en Marruecos: la historia trascen-dida y la web www.lahistoriatrascendida.es, creada para complementarlo. El resto han sido elaboradas por un elenco de autores que han dedicado a cada personaje una extensin simi-lar, matizada por su importancia y por la informacin disponible. En ambos extremos, tanto las biografas ms largas como la mayor parte de las de menor extensin impresas desde la web se deben a la mano de Juan Pando, decano de los que hemos formado parte de este equipo de trabajo.

    Desfi lan por las pginas de este libro una galera de mujeres y hombres, un reparto de papeles agrupados por los quehaceres, profesiones o ideales que les unieron ante el destino. En este dramatis personae, que dira el teatro clsico, abundan los militares, como no poda ser menos por el destacado papel que jugaron en los aos de campaas y en la administra-cin. Pero tambin mdicos, arquitectos, educadores, escritores... Y, durante la lectura de sus respectivos recorridos vitales, aparecen las acciones que protagonizaron y sus realizaciones, a veces inmensas, a veces anecdticas, otras veces sencillamente heroicas, aunque no est de moda el trmino. Sus aciertos y errores, las luces y sombras de la poltica, de la diploma-cia y de la milicia de una poca convulsa, pero apasionante. Entre la tinta de las letras y las imgenes impresas se encontrarn la tragedia de la guerra y las esperanzas y realizaciones de la paz.

    Jos Manuel Guerrero Acosta Director de la obra3

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    En gran medida Espaa afront su labor en el Protectorado con un espritu muy cer-cano a aquel en que tradicionalmente se haba fundamentado nuestra obra de conquista y evangelizacin en ultramar. Baste recordar la forma en que deban desarrollar su labor los interventores, los representantes ms visibles de la administracin espaola desplegados por aquella agreste zona norte del Imperio de Marruecos. En los escritos fundacionales de la aca-demia de formacin de estos se defi na al interventor como hombre joven, cristiano, generoso y dado a la hidalgua. La frase resume unos postulados bsicos: juventud para enfrentar la tarea con entusiasmo, y religiosidad y desinters para dar el mejor trato a los administrados.

    Al interventor se le ha defi nido como la piedra angular del Protectorado espaol en Marruecos1. Sus cometidos eran muy diversos. Eran los ejes del engranaje de la Delegacin de Asuntos Indgenas, el enlace entre las autoridades espaolas y las del jalifa o representan-te del sultn. Supervisaban la educacin, los impuestos, el censo de la poblacin, las armas particulares; mediaban en justicia; ayudaban a los mdicos en las campaas de vacunacin o en el control de las epidemias y en el funcionamiento de los dispensarios. Ello da idea de ese espritu con que Espaa quiso afrontar sus responsabilidades en el Protectorado. Como ejemplo de estos interventores puede citarse a Andrs Snchez Prez, una de las muchas fi -guras rescatadas del olvido con las que el lector va a encontrarse a lo largo de estas pginas.

    Antes de que se materializara el Protectorado, hubo hombres que soaron con una Espaa volcada en la labor social, poltica y apostlica en el norte de frica. Porque desde siempre, la orilla sur del Mediterrneo haba estado ms presente en la vida de muchos espa-oles que la realidad del otro lado de los Pirineos. Los proyectos de la intelectualidad del fi n del diecinueve el Padre Lerchundi, Joaqun Costa o Severo Cenarro, o las mistifi caciones orientalistas refl ejadas por los pinceles de Josep Tapir abrieron el camino a polticos y diplomticos. Aunque los ideales no siempre cristalizaron como hubieran querido aquellos que los imaginaron.

    Es evidente que hubo luces y sombras. Al socaire de aquellas buenas intenciones, medraron tambin no pocos oportunistas, aunque en aquellas improductivas tierras que nos tocaron en el reparto de la Conferencia de Algeciras pudieron enriquecerse ms bien pocos. En el acta de dicho acuerdo diplomtico se estableca que las potencias administradoras, Espaa y Francia, se ocuparan de asegurar el orden, la paz y la seguridad. La primera etapa de nuestra presencia choc con la rebelda de algunas de las tribus rifeas ms irre-ductibles y de lderes como El Roghi; y luego, bajo la idea de la penetracin pacfi ca, con la resistencia armada de algunos lderes normarroques El Raisuni, Abd el-Krim que nunca reconoceran la autoridad del sultn ni la de sus infi eles representantes europeos. La colisin entre dos mundos de tan diferente cultura, religin, economa e intereses caba esperarse. Sin embargo, es evidente que en trminos generales fue mucho menos virulenta que la que encontraron otras aventuras coloniales europeas en el continente africano.

    Qu duda cabe de que los prejuicios ancestrales contra los moros se hallaban vivos en parte de la sociedad espaola de principios del siglo XX, y abundaban actitudes despreciativas o cuando menos de claro signo paternalista. Pero tambin fueron muchos los que vieron en los nativos seres humanos merecedores de todo el respeto. Frente a los abusos comunes en todas las guerras de ciertos individuos, convertidos en vulgar soldadesca los hubo por ambas partes en momentos puntuales, como las atrocidades cometidas contra nuestros soldados indefensos de Monte Arruit o la posterior revancha espaola, brillan los ejemplos de espa-oles y marroques que trataron al vecino de la otra orilla con consideracin y con afecto.

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    Hubo muchos normarroques que fueron amigos fi eles, como aquel Abd el-Malek Mehed-din, igual que hubo espaoles que comprendieron y conocieron a los marroques, como, por citar un ejemplo, el coronel Morales, ofi cial de la Polica Indgena cuyos adversarios rifeos devolvieron respetuosamente su cadver tras la debacle de Annual. Por estas pginas des-fi larn semblanzas sencillas de muchos de los soldados que cayeron en cumplimiento del deber en las colinas y barrancos del Rif, Yebala, el Kert o Gomara, y completas y emocionan-tes biografas que por vez primera ponen en valor la grandeza de fi guras de leyenda como Gnzalez-Tablas, Valenzuela o los capitanes Alonso y Asensi, hroes olvidados de la retirada de Zoco el Telatza en el verano de sangre de 1921. No faltan personajes arquetpicos de la violenta aventura africana, como El Raisuni y su enemigo, el general Fernndez Silvestre, cuyas personalidades enfrentadas quedaron defi nidas en aquel ttulo cinematogrfi co de El viento y el len.

    La tnica general con que la mayor parte de los representantes de la milicia y de la administracin hispana en el Protectorado se enfrentaron a su labor no fue la de sacar prove-cho del moro; ms bien, fueron los habitantes del norte de Marruecos los que resultaron a la postre benefi ciados por la accin de una Espaa que, dentro de sus limitaciones materiales, puso en marcha una enorme maquinaria. En un primer tiempo, sera de carcter blico al servicio del sultn; posteriormente lo fue de desarrollo social, poltico y cultural. En realidad, esta ltima siempre estuvo en funcionamiento de forma paralela a la militar, pero alcanzara su cenit a partir de la tercera dcada del siglo XX, tras el punto de infl exin que signifi caron el desembarco de Alhucemas y la paz de 1927.

    Espaa no poda esquilmar el norte de Marruecos como hicieron otras potencias co-loniales, aunque se lo hubiera propuesto, porque las posibilidades naturales del territorio que nos fue adjudicado en el reparto de 1912 no lo permitan. Pudo haberse desentendido de la suerte de sus habitantes, pero tampoco lo hizo. Para la historia quedan ejemplos como la generosa obra asistencial de la efi caz doctora y grandiosa mujer Mara del Monte, que desarroll durante el mandato en la Alta Comisara de su protector, el teniente general conde de Jordana. Y, despus de la guerra, mientras en la Pennsula se pasaban hambre y estreche-ces econmicas y el Auxilio Social no daba abasto en pueblos y ciudades, en el Marruecos espaol se hacan obras pblicas y se levantaban dispensarios mdicos y escuelas. Y se ampliaban y desarrollaban los ncleos urbanos, donde aparecieron barriadas integradas en las antiguas medinas y no de espaldas a estas. Mientras en la metrpoli de la posguerra estaba prohibida toda especie de actividad poltica al margen del Rgimen, en el Marruecos espaol se permitieron los partidos y hasta recibieron fi nanciacin sus actividades y medios de difusin.

    La misma Liga rabe reconoci el aumento del nivel de vida que se produjo en la zona espaola gracias al empeo del Gobierno de Madrid. Su mayor expresin se alcanz proba-blemente durante el periodo de mandato como alto comisario del bilaureado general Jos Enrique Varela Iglesias. Varela desarroll una importante labor para elevar las condiciones de vida de la poblacin autctona entre 1945 y 1951. Tanto el alto comisario como la doctrina ofi cial del Gobierno espaol sobre el Protectorado consideraban que el fi n del mismo era la emancipacin del pueblo marroqu y que para ello era fundamental la educacin2. Un ejemplo de la labor por avanzar en el campo educativo y cultural es el de Mariano Bertuchi, el pintor de la luz, el paisaje y el paisanaje de Marruecos y su labor al frente de la Escuela de Bellas Artes de Tetun. Y, como no hablamos solo de espaoles y marroques, recordaremos

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    al escritor Paul Bowles, que, ms all de la fama obtenida de sus novelas, brilla en estas p-ginas por su labor de recopilacin del folclore de la zona norte que constituye hoy da una coleccin nica en su gnero en todo el continente africano.

    En aquellos aos cuarenta y cincuenta, destacados arquitectos como Pedro Muguru-za proyectaban ensanches urbanos en ciudades como Tetun, de una forma diametralmente opuesta a los que se realizaban en la zona francesa, es decir, integrando la parte nueva de la ciudad en la parte tradicional de la antigua medina musulmana, evitando as su aislamiento o convertirla en un gueto, como ocurri en el Argel de los aos cuarenta.

    Si bien es cierto que la relativa libertad poltica concedida en el Protectorado espaol durante la posguerra fue una herramienta que la administracin franquista utiliz para en-cauzar el incipiente nacionalismo y oponerse a la accin de Francia en la zona sur, tambin lo es que facilit el camino hacia la madurez poltica y la independencia. Una independencia ya presentida como inevitable en informes que manejaban los servicios de informacin espa-oles y el propio alto comisario Garca-Valio a primeros de 1955, cuando el caos se adue-aba del Protectorado francs, mientras en el espaol la situacin era de calma. Las instruc-ciones que recibieron todas las autoridades y consulados espaoles en la zona rezaban as3:

    No discutir ni cuestionar el hecho de la independencia. Ayuda ilimitada al partido Magreb Horr. Apoyo a notables amigos. No apoyar insurgencia. Simpata sin colaborar. Mostrar hon-radez, seriedad y energa. Armar a los mejaznies de ciudades y fronteras. Poltica en el cam-po: vista gorda a las movilizaciones nacionalistas pro hispanas.

    Aunque fi nalmente los acontecimientos se precipitaron y el nacionalismo que haba crecido durante aos protegido por nuestra administracin, como el de Abd el-Jalek Torres, acab volviendo la espalda a Espaa, la transferencia de la soberana a las legtimas autori-dades de Marruecos fue ejemplar. Muchas familias civiles y militares hubieron de abandonar casi de la noche a la maana sus lugares de nacimiento o adopcin, mientras se transfe-ran la administracin y las instalaciones a las nuevas autoridades alauitas y se retiraba un enorme contingente militar con todos sus medios y equipamiento. Fue una retirada que se desarroll durante seis aos y en la que ms de ciento diez mil espaoles abandonaron las ciudades de Arcila, Xauen, Larache, Villa Sanjurjo, Nador, Tetun... Adems, ms de nueve mil funcionarios civiles y casi treinta y tres mil efectivos de los tres ejrcitos. En cuanto a material, se movieron el equipo, armamento, municin, vehculos, etc. correspondientes a siete grandes guarniciones, cincuenta y siete destacamentos y campamentos, decenas de posiciones de artillera de costa y cuatro aerdromos. A este respecto, cabe recordar una de las frases con que el ltimo general en jefe del ejrcito espaol en el norte de frica, Alfredo Galera Pania-gua, despeda ofi cialmente nuestra presencia en aquel territorio, en su Orden general de 31 de agosto de 1961:

    Somos el ejrcito de una nacin que nunca fue colonialista, que cuando hace siglos em-prendi una labor ultramarina, la consum dando vida a veinte nuevas nacionalidades de su estirpe. Por eso hoy, en la plenitud de la soberana de Marruecos, dejamos esta tierra en la que han vivido y muerto generaciones de soldados espaoles, con la satisfaccin de otro histrico deber cumplido y con la esperanza en la mayor felicidad y ventura del pueblo de Marruecos...

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    Paradjicamente, el pas que con mayor altruismo cuid los intereses de los marro-ques fue el ms maltratado por estos en la independencia; la infl uencia espaola, la lengua y la cultura hispnicas fueron postergadas, cuando no atacadas frontalmente. La lite pol-tico-militar que dirigi los destinos del pas a partir de 1956, formada mayoritariamente a la sombra de Francia, prefi ri utilizar la lengua de Molire y los usos de aquellos que les haban tratado con mano de hierro, dejando de lado el importantsimo legado espaol. Comenz una poca de desencuentros entre los dos vecinos, en el marco de las rivalidades entre los dos bloques y la guerra fra. Para muchos espaoles que conocan profundamente la situacin, como era el caso de Muoz Grandes y sus colaboradores del Alto Estado Mayor en Ceuta, se desvaneci poco a poco la ilusin de que las relaciones entre ambos pases podan y deban sustentarse en la confi anza mutua y en un espritu fundado en aos de conocimiento y de intereses muy cercanos. Saban que estbamos condenados a entendernos, pero entraron entramos, casi sin darnos cuenta, en una era de enfrentamientos comerciales y polticos. Cabe preguntarse hasta qu punto los lderes polticos de ambas orillas estuvieron a la altura de las circunstancias.

    Sin embargo, y a pesar de todo, la huella de Espaa fl ota an sobre los campos y las ciudades del norte de Marruecos. Para el visitante espaol actual de aquellos lugares, la sensacin en general es la de ser recibido como un antiguo vecino. Como testigos vivos de la accin espaola quedan los edifi cios emblemticos de las ciudades principales, mientras que el abandono en que se encuentran otros da cuenta por s solo de la decadencia de una herencia lamentablemente dilapidada. Encontrar el lector retazos de todo ello surcando estas pginas, entre las semblanzas de algunos de los hombres y mujeres que se esforzaron por hacer avanzar la cultura, la educacin o la sanidad, y las imgenes de la realidad viva del Marruecos actual. Completan este trabajo referencias a los escritores y personajes que han descubierto a muchos lectores de todo el mundo aspectos de nuestro pasado, como Mara Dueas y sus Beigbeder y Rosalinda, la Juanita Narboni de ngel Vzquez o el comandante Bentez de Rafael Martnez-Simancas, ya para siempre personajes legendarios de nuestro Protectorado.

    En esta obra se ha querido abarcar un amplio espectro temtico, para lo cual hemos tenido la fortuna de contar con un equipo de notables especialistas. A cada uno de ellos se le ha pedido que seleccionara un elenco de personajes emblemticos que proporcionaran una idea lo ms completa posible sobre un campo determinado de los muchos que caben en la historia del Protectorado. As, Irene Gonzlez ha acometido la labor de dar a conocer a las mujeres y hombres de tres culturas que destacaron por su empeo en pro de la educacin y las artes. Jos Luis Isabel ha rebuscado entre sus documentos y datos de archivo para poner en valor los historiales de una representacin de los millares de militares que combatieron en los campos africanos, unos conocidos y otros apenas mencionados; Jess Albert proporcio-na nuevas perspectivas sobre personajes tan poco tratados como los polticos espaoles y franceses de los aos treinta, los militares represaliados en 1936, un buen puado de perso-nalidades marroques o los ingenieros y arquitectos cuyas obras an pueden contemplarse en el Marruecos actual. El autor de estas lneas ha tratado de refl ejar la vertiente literaria ms actual y de xito relacionada con el Protectorado, as como dar a conocer nombres de m-bitos diversos de la milicia. Otros autores como Francisco Ramos, Luis Feliu o Jorge Garrido han contribuido con enriquecedoras aportaciones individuales, con perspectivas novedosas y emotivas. Como ya ha quedado indicado, Juan Pando ha dedicado muchas horas de su

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    tiempo ms bien cabra decir que se ha consagrado en los ltimos aos a esta tarea a recopilar una ingente cantidad de documentacin, en gran parte indita, que va desgranan-do en cada prrafo de sus extensas y ricamente ambientadas biografas. En ellas prima la emocin sobre la erudicin, que tambin es inmensa. Por ello, y en gran parte por su culpa y por la de los dems autores que hemos aceptado idntico reto, esta obra lleva en su ttulo el aadido deliberado de emocional.

    El lector encontrar esta publicacin estructurada en dos volmenes, distribuidos cronolgicamente. Una presentacin de cada captulo pretende ayudar a situarse en el pe-rodo correspondiente e introducir al grupo de personajes protagonistas seleccionados en ella. Unos cuadernillos amplan grfi camente el sentido del relato provocando una relacin entre dos estratos histricos y registros narrativos: el dilogo entre fotografas documentales histricas y un ensayo visual del Marruecos actual. Las imgenes, la cartografa y los ndices hacen de especial pegamento de este variado contenido. Al fi nal, y en un mismo conjunto, se ha agrupado el ndice onomstico, temtico y toponmico, que se completa con un glosario que el lector ir encontrando a pie de pgina a medida que los trminos vayan apareciendo en el texto.

    Confi amos en que este trabajo suponga una contribucin que apunte a la realizacin futura de un diccionario biogrfi co del Protectorado. Cuestin que solo ser posible cuando el nivel de estudios en cuanto a produccin bibliogrfi ca y a clasifi cacin y por supuesto, el acceso a la documentacin alcance el nivel que la cuestin se merece. Quizs no es desca-bellado pensar que algn da pudiera crearse un archivo unifi cado sobre el Protectorado, al estilo del Archivo General de Indias de Sevilla.

    Resta agradecer a Ignacio Snchez Galn, presidente de Iberdrola, las muchas facili-dades dadas para poder desarrollar este trabajo. Especialmente tambin al equipo formado por Montse Barb, Ana de la Fuente y Ana Martn. Al buen hacer editorial de Guillermo Pane-que y al estudio de diseo grfi co Snchez/Lacasta. A los autores, por su trabajo de bsque-da y seleccin de fuentes documentales, bibliogrfi cas y archivsticas. En ocasiones han sido necesarias horas y horas de bsqueda y de lectura y una gran capacidad de anlisis y al mismo tiempo, de sntesis para enfrentarse a la tarea de redactar un simple prrafo de una biografa. Especial agradecimiento debemos a Jess Albert y sus valiosos consejos sobre la materia. Al personal de la Biblioteca Nacional, que amablemente nos facilit el acceso a los fondos fotogrfi cos de la coleccin Garca Figueras. A la Biblioteca Islmica y su personal, encabezado por Luisa Mora. Al Archivo General Militar de Madrid por la cesin de fotografas de su rica seccin de iconografa; y al resto de las entidades que las han proporcionado, incluyendo al Grupo de Estudios Melillenses en la persona de Benito Gallardo, cuyo apoyo ha sido muy importante. A Jorge Garrido por la cesin de fotografas de su archivo familiar. A Francis Tsang por su esfuerzo para dotarnos de una interesante recopilacin fotogrfi ca del Marruecos de hoy. Y, por supuesto, dejar constancia de la sensibilidad por los temas nortea-fricanos de Julin Martnez-Simancas, de su iniciativa, entusiasmo y prestigio, que han sido ejemplo y acicate permanente para todos desde el primer momento de enfrentarnos a las muchas horas dedicadas a esta tarea.

    Notas

    1 J. L. Villanova Valero, Los interventores, la piedra angular del Protectorado espaol en Marruecos, Barcelona, Bellaterra, 2006.

    2 F. Martnez Roda, Varela. El general antifascista de Franco, Madrid, La Esfera de los Libros, 2012, p. 389.

    3 Nota manuscrita que resume el contenido de una reunin mantenida con el alto comisario Garca-Valio el 27 de diciembre de 1955. Ver J. M. Guerrero Acosta, La vida dos veces, [Madrid], Estudios Especializados, 2014.

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    Jess Albert Saluea J. A. S.

    Luis Feliu Bernrdez L. F. B.

    Jorge Garrido Laguna J. G. L.

    Irene Gonzlez Gonzlez I. G. G.

    Jos Manuel Guerrero Acosta J. M. G. A.

    Jos Luis Isabel Snchez J. L. I. S.

    Juan Pando Despierto J. P. D.

    Francisco Ramos Oliver F. R. O.

    Francis Tsang Fotografas. Marruecos hoy

    Los autores

  • 1877 1912I.I Con el pensamiento en la otra orilla42

    I.II Ensoaciones y realidades70

    I.III Prncipes y embajadores

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    I.IV Heridas tempranas136

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  • A fi nales del siglo diecinueve, Espaa perda sus ltimas posesiones en Amrica y Asia. Tras fi nalizar el sueo de ultramar, llegaba la corriente regeneracionista de los intelectuales del 98. Los ideales de reforma y renovacin social, cultural y poltica de la Espaa que estrenaba siglo se encontraban con el contrapunto de un nuevo campo hacia el exterior. frica era para algunos el continente hacia el que deba proyectarse una renovada accin colonizadora que, mediante la penetracin pacfi ca, llevara los ideales de progreso y modernidad a la otra orilla del Mediterrneo. Los Costa, Giner de los Ros, Len y Castillo, Ovilo, Cenarro, Lerchundi, y tantos otros idelogos y hombres de accin, haban dado desde los aos ochenta decimon-nicos los primeros apuntes de la propuesta civilizadora de Espaa en el norte del Imperio de Marruecos. El territorio que nos fue asignado por el reparto de la conferencia de Algeciras de 1906 y el tratado hispano-francs de 1912 se converta en el sueo de frica. Pero la empre-sa iba a quedar marcada por la poca del colonialismo europeo y sus connotaciones de ex-plotacin econmica, y condicionada por una metrpoli que tena en su seno graves proble-mas por resolver. Naca, adems, enfrentada a un imperio que exista solo sobre el papel y a espaldas de cuyas autoridades y habitantes se haba repartido su territorio. La resistencia ante cualquier imposicin autoritaria, tanto del propio sultn como extranjera, por parte de las belicosas tribus norteas, no se hara esperar. Los ecos de las conversaciones de diplom-ticos, polticos y embajadores se fueron apagando a la par que surga el tronar de las armas de los guerreros que se cubran con chilaba o con el uniforme de rayadillo.

    J. M. G. A.

    Marruecos es un pueblo menor de edad, hay que actuar con l como con un amigo desvalido: protegerle siempre que se pueda hacer sin perjuicio de Espaa.

    Felipe Ovilo y Canales, 1894

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    I.I Con el pensamiento en la otra orilla

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    Cervera Baviera, JulioSegorbe, Castelln, 23 de enero de 1854 - Madrid o Valencia, 1929-1936?

    Ingeniero militar, con amplios conocimientos sobre Marruecos, pas sobre el que public varios trabajos. Explor el Shara. Uno de los precursores de la telegrafa y telefona sin hilos. Diputado, milit en el partido republicano.

    Nacido en el seno de una familia acomodada, de tendencias liberales, comenz los estudios de Ciencias Fsicas y Naturales en la Universidad de Valencia, abandonndolos dos aos despus para ingresar en la Academia de Caballera. En 1875 fue promovido a segundo te-niente. Siendo alumno solicit que se le eximiese por razones mdicas de la clase de equita-cin, lo que no le auguraba un gran futuro en la caballera de la poca.

    Tras un breve periodo como ofi cial de Caballera, en el que no lleg a participar en combates contra los carlistas, en 1877 solicit dos meses de licencia por asuntos propios que emple en visitar Larache y Fez.

    Un ao ms tarde, Julio Cervera ingres como alumno en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, de donde sali promovido a primer teniente en 1882. Al parecer, en ese mis-mo ao dibuj un plano de la ciudad de Melilla en escala 1/5000, quizs como parte de las prcticas acadmicas. En ese momento, ms de veinte aos despus del tratado de paz con Marruecos de 1860, Espaa an no haba ocupado ni fortifi cado los lmites que ese tratado conceda a la ciudad de Melilla.

    En 1884, Cervera public en la Revista Cientfi co-Militar su Geografa Militar de Ma-rruecos, obra escrita fundamentalmente a partir de sus numerosas lecturas sobre el pas. En su introduccin deca textualmente:

    Si al alumno de estado mayor y al de ingenieros se le exige el conocimiento detallado de los teatros de la guerra de Silesia, de Salzburgo, de Transilvania y del Cucaso, con mayor razn debe exigrseles el conocimiento, ms detallado an, de los teatros de la guerra en el Moghreb.

    Este prrafo descubre que el inters de Julio Cervera por Marruecos estaba motivado por la previsin de hipotticas operaciones militares espaolas en ese pas.

    En la Academia de Ingenieros Julio Cervera haba coincidido y establecido relaciones de amistad con los tres alumnos marroques becados por Espaa (Hamet ben Shucron, Abde-selam el Fassi y Mohammed Schedadi) que, tras estudiar en el Colegio Alfonso XII de El Esco-rial, continuaron su formacin para convertirse en ingenieros militares. Es muy probable que estos marroques ayudasen a Cervera con su libro colaborando en la transcripcin de la complicada fontica marroqu e incluso con aclaraciones a las informaciones recogidas en los textos que le sirvieron de fuente.

    El xito de su Geografa despert el inters de la Sociedad Geogrfi ca de Madrid, que en el verano de 1884 propuso a Julio Cervera que solicitase al ministro de la Guerra cuatro meses de permiso, al objeto de realizar un viaje por Marruecos. La fi nalidad de esta expedi-cin era confi rmar sobre el terreno lo tericamente descrito en su obra. El ministro de la Guerra,

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    raJuan de Dios Crdoba, no solo concedi permiso a Cervera, sino que declar la expedicin como comisin de servicio apoyndola en todo lo necesario. No en vano la expedicin, ms que exploracin geogrfi ca, era un reconocimiento militar.

    Desde Ceuta pas a Tetun, siguiendo a Alcazarquivir, Fez, Rabat, Mehda (La Mamo-ra de los portugueses), Larache, Arcila y Tnger. En defi nitiva, la zona noroccidental del Impe-rio de Marruecos, comprendida dentro del bled-es-majzn.

    El resultado del viaje a Marruecos qued plasmado en la obra Expedicin geogrfi -co-militar al interior y costas de Marruecos, publicada en 1885, tambin por la Revista Cien-tfi co-Militar. Lo ms interesante del libro, ms que las descripciones geogrfi cas de los itine-rarios, son las apreciaciones sobre la sociedad marroqu, su organizacin administrativa, poltica y militar. En Fez, Julio Cervera encontr a sus antiguos condiscpulos marroques de la Academia de Guadalajara. Estos se mostraban decepcionados ante el desprecio que mos-traba el Gobierno marroqu hacia los conocimientos tcnicos adquiridos en Espaa. Al pare-cer, solo para mantenerles ocupados el Majzn les haba ordenado proyectar un canal para la ciudad de Fez que saban nunca se construira.

    La publicacin de este nuevo libro motiv que se contase con Julio Cervera para nuevas expediciones. En 1886, junto con el gelogo Quiroga, el intrprete Rizzo y una escol-ta de los Tiradores del Rif de la guarnicin de Ceuta, que actuaran tambin como intrpre-tes, fue comisionado para recorrer las costas del Shara y del sur de Marruecos. All fi rm algunos tratados con los notables de la regin por los que estos aceptaban la proteccin de Espaa. La exploracin estaba apoyada por la Sociedad Geogrfi ca de Madrid y por la Sociedad Geogrfi ca y Comercial. A su regreso, los expedicionarios fueron recibidos en Madrid como hroes. A los ojos de la opinin pblica de la poca, Cervera se haba conver-tido en el mximo experto en asuntos marroques. Sin embargo el Gobierno de Sagasta no publicit la exploracin ni los tratados, algo que de acuerdo a la Conferencia de Berln era imprescindible para que las otras potencias reconociesen los derechos de Espaa en la regin.

    En 1888 fue nombrado agregado militar en la legacin espaola en Tnger, donde como muchos de sus predecesores y sucesores en el cargo tuvo diferencias con los diplom-ticos espaoles. Cervera se enfrent con el representante de Espaa en Tnger, Francisco Rafael Figuera, y como consecuencia perdi su destino, quedando disponible. Junto a l volvieron a Espaa, por los mismos motivos, los hermanos lvarez Cabrera, miembros de la misin militar de asesoramiento al Ejrcito del sultn.

    Aunque se argument que Cervera haba tenido un violento enfrentamiento con un marroqu, el problema fundamental radicaba en las crticas que tanto l como muchos de los espaoles residentes en Marruecos hacan tanto a la actuacin de Figuera en Tnger como a la poltica que pretenda desarrollar el nuevo Gobierno conservador de Cnovas del Castillo. Cervera consideraba que el respeto a la independencia de Marruecos y a la soberana del sultn Hassn I (ver biografa) era poco realista y que Espaa deba actuar en Marruecos antes de que se le adelantasen otras potencias. Esta postura era radicalmente opuesta a la que Cnovas haba defendido desde la Conferencia de Madrid de 1880.

    De vuelta a Madrid, el da 17 de diciembre de 1890 pronunci una conferencia en el Centro Militar cuya tesis era la descomposicin del Imperio de Marruecos y la prdida de autoridad del sultn, a quien consideraba incapaz de dominar su territorio. En algunos de los prrafos de su conferencia deca:

    Bled-es-majzn

    Territorios sometidos a una suprema autoridad nacional, centralizada e indiscutida. En esencia, pas del orden. Este hecho no evitaba que tal poder central cometiera todo tipo de excesos contra sus habitantes, pero tambin actos contrarios a su continuismo como Estado, dada su arbitrariedad y subsiguiente inestabilidad.

    Majzn

    Del rabe makhzen (almacn), pero en el sentido de tesoro pblico del Gobierno. En Marruecos defi ne, histrica y socialmente, al poder central, tanto por la familia real alau como por las oligarquas (comerciales, empresariales y polticas) coincidentes en su defensa del orden monrquico vigente. Durante el Protectorado, su funcin

    y misin confl uan en el Gobierno jalifi ano, presidido por el gran visir (primer ministro) y los dems miembros del Gabinete, entre los que destacaban los ministros de los Bienes Habs y el titular de Hacienda (Amin al Umana). Este trmino, de uso habitual, puede utilizarse, indistintamente, con o sin acento: majzen.

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    ... all no hay emperador, no hay ms que un hombre investido de cierto poder religioso que domina en un puado de tribus, un ser vicioso e ignorante, como quien no ha recibido la menor instruccin. [...]

    Marruecos se derrumba, y lo peor es que el derrumbamiento nos coge con las manos en los bolsillos, por perezosos y porque no servimos para salvar el estrecho. [...]

    Marruecos es una vaca que Espaa sujet por los cuernos en 1860 para que la ordeasen otras naciones.

    An remach estas ideas con un artculo publicado en El Imparcial el da 19 del mismo mes. Como consecuencia de la conferencia y del artculo, Julio Cervera fue arrestado, debiendo cumplir el castigo en el castillo de Santa Brbara, en Alicante.

    De nuevo afl oraba el enfrentamiento entre los partidos conservador y liberal sobre cmo debera actuar Espaa en Marruecos. Los conservadores de Cnovas propugnaban la poltica de mantenimiento del statu quo, mientras que los liberales apoyaban la poltica de intervencin, la penetracin pacfi ca que defenda Sagasta. Cervera iba ms all que el lder liberal y propona una actuacin ms activa, incluso con medios militares, anticipndo-se a Francia, pas al que consideraba el gran rival de Espaa en Marruecos.

    Cervera, como muchos otros militares de la poca, con ideas ms o menos avanzadas, militaba en la masonera. Haba ingresado durante sus aos de alumno en Guadalajara en la logia Alvarfez. Y sigui manteniendo actividad masnica gran parte de su vida. Su nombre simblico en la masonera era Volta, quizs como homenaje al fsico italiano Alejandro Volta. En el breve periodo en que vivi en Tnger, promovi la constitucin del Gran Oriente de Ma-rruecos, del que fue gran maestre. El fi n perseguido era unifi car todos los grupos masones que actuaban en el pas, proyecto que fracas.

    Durante la campaa de 1893 se encuentra de nuevo en Melilla, como ayudante de campo del general Macas, comandante militar de la plaza. Tambin all volvi a tener prota-gonismo como masn. El Gran Oriente Espaol deleg en el Poderoso Hermano Julio Cerve-ra Baviera para instalar en Melilla la logia frica n. 202, que reuna a los numerosos milita-res masones trasladados a la ciudad como consecuencia de la campaa y del aumento de su guarnicin.

    Julio Cervera sigui al general Macas a sus destinos, primero en Canarias y luego como ltimo capitn general de Puerto Rico. All lleg a participar en combates contra las tropas norteamericanas.

    A su vuelta a la Pennsula, Cervera se centr en los estudios tcnicos. En la primavera de 1899 fue comisionado por el Ministerio de la Guerra para estudiar el enlace de telegrafa sin hilos (TSH) que Marconi acababa de establecer en el Canal de la Mancha. Tras esta expe-riencia, Cervera estableci el enlace TSH entre Tarifa y Ceuta.

    Cervera abandon el Ejrcito y en 1902 fund la sociedad Telegrafa y Telefona sin Hilos, de la que era director tcnico. El objeto de esta sociedad era explotar las numerosas patentes que Cervera haba registrado en Espaa y otros pases. Hay autores que afi rman que Cervera fue el primero que lleg a disear aparatos que permitan transmitir la voz huma-na a travs de TSH. En todo caso, la sociedad fracas, posiblemente por falta de apoyo ofi -cial, a lo que no seran ajenos los enfrentamientos de Cervera con el Gobierno.

    Sultn

    Proviene del rabe sultn (soberano), dignidad otorgada o conquistada militarmente con la que, entre los pueblos islmicos, se diferenciaba la suprema autoridad del monarca reinante (o instaurado por la fuerza) de los titulares de otras instituciones monrquicas de inferior rango, tales como principados y emiratos.

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    raEn 1903 fund, segn rezaba la publicidad de las mismas, las Escuelas Libres de Inge-

    nieros Electricistas, Ingenieros Mecnicos, Ingenieros Mecnico-Electricistas, Ingenieros Agr-colas, Electro-Teraputicos, Arquitectos Constructores y Telegrafi stas Navales, impartiendo por correspondencia todas esas especialidades.

    En 1908, tras varios intentos fallidos, logr ocupar escao como diputado a Cortes por Valencia representando al Partido Republicano-Radical. En el escao sustitua a Blasco Ibez, quien renunci a su acta al emigrar a la Argentina. Cervera no logr revalidar el esca-o en sucesivas elecciones.

    En julio de 1909, siendo diputado en el Congreso y director y propietario de El Radical, un peridico valenciano de tendencia republicana, public varios artculos, relacionados con la campaa en Melilla, que le valieron nueve suplicatorios por graves delitos (ofensas al Ejr-cito, injurias a la Guardia Civil, injurias al ministro de la Gobernacin, instigacin a la rebe-lin, instigacin a la insurreccin, etc.) Tambin en el Congreso actu con energa, acusando al Gobierno de la falta de medios que sufran las tropas que actuaban en Melilla.

    En 1912, momento de implantacin del Protectorado, Julio Cervera Baviera haba abandonado el Ejrcito y, aparentemente, estaba alejado de sus inquietudes africanistas. Sin embargo, no cabe duda de que el Protectorado espaol en Marruecos fue un hecho, en parte, gracias a los trabajos de este militar, gegrafo e ingeniero.

    Junto a sus obras sobre Marruecos Geografa militar de Marruecos (1884), Expedi-cin geogrfi co-militar al interior y costas de Marruecos (1885) y Viaje de exploracin por el Sahara occidental. Estudios geogrfi cos (1887), Cervera public numerosas obras tcni-cas, muchas de ellas como textos para sus cursos por correspondencia: Enciclopedia cient-fi co prctica del ingeniero mecnico y electricista (1904), lgebra y medidas (1911), Aritm-tica (1911), Complemento de lgebra elemental (1911), Dibujo (1911), Geometra y problemas geomtricos (1911), Las escuelas por correspondencia en Espaa y en el extranje-ro (1911), Trigonometra (1911) o Coleccin de problemas y preguntas para el estudio y exmenes de los conocimientos propios de la ingeniera (1915).

    A partir de 1929 su rastro se pierde. Segn algunos autores falleci en ese ao, mien-tras que otros apuntan a que lo hizo en 1936, en la ciudad de Valencia. Casado en 1883 con Mara de los Desamparados Jimnez Baviera, tuvo dos h as, Mara de los Desamparados y Antonia. Esta ltima, al solicitar su pensin de vejez en 1962, declaraba desconocer la fecha de muerte de su padre.

    J. A. S.

    Bibliografa

    Cervera Baviera, Julio, Geografa militar de Marruecos, 1884.

    , Expedicin geogrfi co-militar al interior y costas de Marruecos, Revista Cientfi co-Militar, 1885.

    , Las escuelas por correspondencia en Espaa y en el Extranjero, Valencia, Mirabet, 1911.

    Expediente personal. Archivo General Militar de Segovia.

    Faus Belau, ngel, La radio en Espaa (1896-1977), Madrid, Taurus, 2007.

    Protectorado

    Sistema de gobierno impuesto por las potencias europeas sobre determinados territorios en los que, tericamente, subsista un gobierno autctono independiente, pero que, en la prctica, quedaba sometido a las directrices polticas, administrativas y tributarias decretadas por la potencia ocupante del pas. En el caso concreto del Protectorado hispano-francs en Marruecos, el fenecido

    Imperio jerifi ano qued dividido en dos mitades, asimtricas en su extensin y poblamiento: - El centro y sur de Marruecos, que inclua las urbes atlnticas y las tres capitales imperiales, junto con las tierras ms aprovechables y frtiles, y los ros con un caudal ms regular. Fez fue su capital protectoral, siendo luego sustituida por Rabat.- El norte de Marruecos, sntesis de sus cuatro pases: Garb, Gomara, Rif

    y Yebala. El conjunto protectoral conservaba, en su fachada mediterrnea, las ciudades de Ceuta y Melilla, que mantuvieron (como hasta ahora) su condicin de plazas de soberana espaola. A esto se sumaba el condominio diplomtico de las grandes potencias sobre Tnger; que dio lugar al establecimiento, en 1912, de la llamada Zona Internacional.

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    Joaqun CostaEspaa en la mente; el Derecho en el alma

    A Manuel Aragn Reyes

    Costa Martnez, JoaqunMonzn, 1846 - Graus, Huesca, 1911

    Jurisconsulto, historiador, pedagogo y polgrafo, idelogo del regeneracionismo panhis-pnico, del que fue su representante ms lcido y combativo, dotado de una capacidad expresiva sin igual. Su fe y honestidad diputado electo (1901) por Madrid y Zaragoza decidi no recoger su acta como parlamentario en prueba de su rechazo frontal a las confabulaciones polticas imperantes; la precisin y agudeza de sus crticas; su indo-mable tesn por sacar a Espaa de su abatimiento moral y del secuestro de sus institu-ciones bajo siglos de psimos gobernantes, an admiran y enardecen. Despus de su muerte, la historia poltica de Espaa dictaduras y guerra civil aparte revalu la justifi cacin de sus denuncias a lo largo de cinco periodos inequvocamente sombros y vergonzosos: 1913-15, 1917-23, 1974-75, 1993-95 y 1999-2014. Un siglo extra de fraca-sos como desesperante prueba del desdn institucional a las advertencias de Costa.

    A infancia ignorada y adolescencia desatendida, juventud perialzada y triunfante

    Nace el 14 de septiembre de 1846, en Monzn, poblacin al pie de monte encastillado y for-taleza afn: ciclpea mole de origen rabe, que pas a manos de los Templarios en 1142 y donde el que luego sera Jaime I el Conquistador se instruy (1214) en el arte de tomar cas-tillos y defenderlos, sntesis anticipada del afn costista. Al Joaqun nio lo bautizan en la iglesia de Santa Mara del Romeral. Sin ms demora que darle el pecho, su madre vuelve a trabajar y el padre no ha dejado de hacerlo. Avenadas por el Cinca, las tierras de Monzn posean recia fertilidad, traducida en cultivos del camo, las hortalizas, frutas y verduras, la remolacha azucarera y el abanico de los cereales. Campo agradecido para los seoros, enemigo a muerte de jornaleros desrionados o campesinos pobres, cortos de lumbre y pan.

    La Espaa de la poca se adentraba en la dcada moderada, senda trazada por un liberalismo biempensante, obligado a compartir viaje con una monarqua mal criada, la de Isabel II y su lianta madre, Mara Cristina de Borbn, viuda de Fernando VII y luego Reina Gobernadora, quien viva su vida con quien fuera su amante, Fernando Muoz, excapitn de los Guardias de Corps, aunque ya marido legalizado y adems ennoblecido como duque de Rinsares. La jefatura del Gobierno era responsabilidad de Francisco Javier Istriz, un liberal convencido y realista de los de aceptar la realidad, fuese en las calles o los cuarteles. Y estos ltimos eran quienes gobernaban bajo el bicornio de tonantes nombres: Ramn Mara Nar-vez y Baldomero Espartero, quien cediese a Istriz el bastn gubernativo el 5 de abril de 1846. Espartero, que haba sido Regente (1840-43) mandaba desde lejos; Narvez muy de cerca, en Palacio mismo, donde se presentaba con audiencia o a deshora, pues a l acuda

    Regeneracionismo

    Movimiento que surgi tras el Desastre del 98 e incidi, positivamente, en la vida pblica espaola hasta 1930. Sus afanes tendan hacia un enrgico replanteamiento, tanto moral como social, a la par que econmico y poltico de todos los aspectos de la

    vida nacional. A sus lderes les guiaba el patritico empeo de moralizar las Instituciones y modernizar las estructuras productivas del pas. Su cabeza pensante fue Joaqun Costa (muerto en 1911), sucedindole polticos de la talla de Jos Canalejas

    (asesinado en 1912); Melquades lvarez (fusilado en 1936) y, sobre todo, Antonio Maura Montaner (fallecido en 1925), representantes de un vigoroso reformismo espaol, merecedor de un mayor respeto institucional y mejor destino.

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    ezIsabel II si el asunto tena aspecto de inaceptable. Que pudo ser el califi cativo ms

    amable al que recurriese la reina cuando le d eron el nombre de su acicalado novio: Francisco de Ass de Borbn y Borbn, fi gurn de porcelana, barbilindo y repeinado, liviano como pluma y, en consecuencia, hombrn huidizo de toda mujer ardorosa y oronda, caso de Su Majestad.

    Por aquello de redondear errores, se decidi casase la reina y a la par su hermana, la infanta Mara Luisa Fernanda segunda y ltima h a de Fernando VII, con Antonio Mara Felipe Luis de Orlans, duque de Montpensier, benjamn de Luis Felipe, rey de Francia. La cere-monia se celebr, a las diez de la noche, en el Saln de Embajadores del Palacio Real, hora probatoria del mucho miedo que se tena a los abucheos de la plebe madrilea ante tan des-apaados matrimonios de Estado, que desastrosos para Espaa resultaron, aunque hicieran la fortuna de gacetilleros, caricaturistas y panfl etistas. Aquella ttrica boda, siniestro por du-plicado, tuvo lugar el 10 de octubre de 1846, veintisis das despus de nacer Joaqun Costa.

    Primognito de once hermanos, nacidos de cuna humilde, con los padres dedicados a una agricultura de mera subsistencia, Joaqun se enfrent a un recinto acuartelado en lo afectivo y adusto en lo familiar, con rdenes en lugar de juegos y malos gestos en vez de frases tiernas. En 1852 la agobiada familia Costa Martnez se traslad a la localidad de Graus tras recibir aviso notarial de una herencia que all les aguardaba. Severa decepcin. La heredad no es gran cosa y la fertilidad de sus tierras, anodina. Al menos, es una propiedad.

    Joaqun acude a la escuela cuando las exigentes labores del campo se lo permiten y su padre, persona de trato hosco, se lo consiente. Trabaja como un adulto y come como un nio. Ms esqueleto que adolescente, se esfuerza por no faltar a clase, aunque a su progenitor Joaqun Costa Larrgola poco le importen sus desvelos y a su madre Mara Martnez Gil, persona no menos distante, tampoco. Joaqun crece entre un padre que le considera empleado para todo y una madre que le ignora porque es el mayor de sus hermanos y, como tal, debe valerse por s solo. Su primogenitura no le aporta tutela alguna; tan solo exigencias, voces y obligaciones. El desinters paterno y el egosmo materno le duelen mas no le vencen.

    Costa se hace hombre de cabeza fuerte sin serlo todava en cuerpo. Tiene padres, pero ni familiares parecen. La dureza del trato no har de l un ser asocial. Al contrario. Tenaz escultor de s mismo, autodidacta a tiempo completo, se volcar en los conceptos que intuye unen a las gentes: la patria y la justicia, la libertad y la paz, el progreso y el trabajo, pero tambin la ciencia y la cultura, as como el reconocimiento a los propios mritos de cada uno.

    Su maestro de escuela, Julin Daz, y un sacerdote, Jos Salamero Martnez, to mater-no suyo, quedan admirados por las dotes del esculido estudiante. El primero anima al segun-do a mover las infl uencias que pueda. Don Jos hace ms: pone dinero de su bolsillo para que el aprendiz encuentre hogar y pupitre en un instituto de Huesca. Salamero no es otro seor cura al uso. Instruido y perspicaz a la vez que hombre justo, en su sobrino intuye una perso-nalidad dotada de vigoroso porvenir. El to Jos se convierte en el relevo idneo de un padre insensible. Joaqun no desmerecer la confi anza puesta en l por sus nuevos padres.

    Con dieciocho aos empieza el bachillerato. No es tarde si se posee fortaleza mental. Ese mismo ao siente las primeras molestias musculares. Es dolor no insoportable pero que tarda en desaparecer y de repente se va. Sufre una distrofi a muscular progresiva, enferme-dad invalidante y hereditaria, pero Joaqun nada sabe. Lo achaca al trabajo, que es mucho, pues su labor escolar la alterna con otras asignaturas: criado de pudientes seores o pen albail de lunes a domingo. Un arquitecto y contratista de obras, Hilarin Rubio, fi gura del carlismo regional, le ayuda a cumplir sus primeros anhelos: dibujar, calcular, ensear. Fasci-

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    nado por las opciones que se le ofrecen, en un solo ao obtiene los tres ttulos: delineante, agrimensor y maestro. Un hecho as no pasa desapercibido. Mucho se habla de l en Huesca.

    Viaje al futuro: las bicicletas son para todo el ao y ms si vienen de Pars

    No por mucho estudiar y trabajar en Huesca, el joven Costa subsista separado de sus races renacentistas: Graus. Sus padres poco le echan en falta, pero sus mentores siguen sus pasos con afecto y le facilitan, con tanta discrecin como determinacin, su audaz caminar en la vida. El binomio maestro-sacerdote (Daz-Salamero) consigue que la Diputacin de Huesca facilite a su pupilo una beca con destino subyugante: informar sobre la Exposicin Universal que se celebrar en Pars. Sorpresa mayscula y entusiasmada movilizacin del elegido. Y a la capital de Francia se va. A sus veinte aos, Joaqun es soldado quinto, pero demostrar tal aplomo y veterana que, al regresar, por sus informes ser ascendido a ofi cial puesto al frente de compaas irrenunciables para su eticidad en expansin. Cuatro de ellas fundamentales sern para su concepcin del mundo y de la vida: Justicia y Libertad, Pueblo y Nacin.

    El verano de 1867 avanza. Francia se muestra exhuberante en virtudes agrarias y di-versas magnifi cencias: comerciales, educacionales y sociales unas; fabriles, ferroviarias, mercantiles y municipales otras. Su capital cubierta est de andamios, hierros, tablones y zanjas. Pars no es ciudad, sino campo de batalla contra esa parte medieval que forma parte de su epidermis milenaria. Introducir lo nuevo exige demoler la parte invlida de lo decrpito, pero sin ofender su espritu. Haussmann disea bulevares y espacios monumentales en un Pars vuelto del revs, que Napolen III aprueba y fi nancia, pues quiere lo mejor para su h o, el prncipe Louis Napolon, con diez aos entonces, el heredero que le ha dado sa belle es-pagnole, Eugnie.

    Ochocientos km al Este, el binomio integrado por un jefe del Estado Mayor y un canci-ller (Moltke-Bismarck) hace desfi lar divisiones y bateras de artillera ante un rey fastidiado en sus rutinas por tan incesante acopio de nmeros blicos, Guillermo I de Prusia. Pars se hace la manicura urbanstica mientras Berln ajusta el minutero de su estrategia invasora hacia el Oeste tras haber aplastado, aos atrs (en 1864), a la democrtica Dinamarca, arrebatn-dola Schleswig-Holstein, y abofeteado despus (en 1866) a la orgullosa Austria-Hungra en Sadowa (Bohemia), batalla de grandes masas probatoria del carcter de Francisco Jos I, emperador manitico del protocolo e indiferente ante los disparates que cometen sus engo-minados generales. Pars anhela seducir a Europa con sus boutiques, bulevares y diversiones sin asustarla; Viena busca olvidarse de su humillante derrota en los Balcanes, que pretende anexionar sin mirar costes ni riesgos; Berln anhela aduearse del escudo oriental galo (Alsa-cia y Lorena) convirtindolo en sendas catapultas que descoyunten todo contraataque fran-cs. Francia es la puerta de frica, pero tambin abalaustrada galera con vistas al Mar Rojo y el ndico, pasiones secretas de los Hohenzollern. Los aspirantes al trono mundial del colonia-lismo son dos: Berln y Londres. Pars se entretiene con su universalismo expositor y su capita-lidad mundial en la elegancia, mbito donde impone su criterio, que nadie discute. Tales distracciones la pondrn al borde del abismo: verse aniquilada como nacin soberana.

    El joven Costa queda cautivado por el festival de audacias y coherencias, de tcnicas y ciencias que Francia expone. Su mano y mente se enlazan para trazar dibujos de casas para obreros, complejos mecanismos hidrulicos, inverosmiles estructuras frreas y mqui-nas tan estticas como prcticas: le bycicle. Perfi l sugerente de un futuro en marcha. La Ex-

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    ezposicin tiene plazo de exhibicin y cierra. Francia permanece abierta. El pas y sus poblado-res, he ah la mxima exhibicin universal. Joaqun viaja con una subvencin, que emplea juiciosamente: estudia los cultivos vitivincolas en el Bajo Garona las bodegas del Medoc en Lasperre y despus se afana por conocer los mtodos educativos franceses, dando clases y aprendiendo a la vez, gerundios imprescindibles para crecer como ciudadano y persona.

    En 1868 regresa y presenta, en Huesca, su Memoria: Ideas apuntadas en la Exposicin de Pars de 1867. Costa en s mismo es el producto importado por una Espaa atrevida y solidaria, que ha invertido cuanto tiene en poner la quilla de un destroyer que llevar su nom-bre y apellido: el Joaqun Costa, torpedero de abulias y desidias, de maldades y ruindades, de caciques y oligarcas, de politiquillos de tres al cuarto sin cultura ni decencia, pero que ponen fi rmes a la Guardia Civil y saquean su provincia o regin como feudos suyos. Isabel II se exilia en Francia y Espaa es ilusin y confi anza, reconvertida en ira y venganza.

    De las guerras de la patria al combate personal: comer, vestir y pagar, batallas rehuidas

    Estamos en 1870, ltimo ao en la vida de Prim, mientras Napolen III se lanza, como toro enfurecido, sobre el telegrama de Ems redactado por un conciliador rey Guillermo de Pru-sia, manipulado por un malvolo Bismarck, trapo rojo de la guerra, que oculta una trampa con afi ladas estacas en las que se clavan el emperador y su imperio, incluso la monarqua fl ordelisada y el aristcrata que la representa: el conde de Chambord (Henri Ferdinand DAr-tois), quien perder el trono que se le ofrecer (en 1873) al abominar de la bandera tricolor y La Marsellesa. El Segundo Imperio cae tras recibir sendos puetazos propinados por una re-volucin y su contrarrevolucin, a cual ms excedida. Los incendios de la Commune (1871) devastan los coquetos pabellones de 1867. Pars es humo, cenizas y escombros; sangre es-tampada en sus fusilados muros y fosas comunes a medio cubrir en el cementerio del Pre Lachaise. En Madrid reina el primer (y nico) monarca demcrata, Amadeo I, elegido por las Cortes. Durar dos aos y dos meses. Los carlistas se ponen en pie. Las hogueras fratricidas cubren Navarra y las Vascongadas, las dos Castillas, Levante todo y Catalua entera. Los alfonsinos conspiran maana y tarde; los cantonalistas se independizan noche y da, obse-sionados por hacer de cada puerto conquistado un reino de la piratera y de sus promesas un mundo de inutilidades. Espaa sufre y combate para no partirse en pedazos.

    Joaqun est en su guerra: saber para proponer. Y se aplica a su manera: sin darse tregua y olvidndose de comer cuanto no sea pan con aceite. Su ropa es penoso destrozo. l la cose y recose, pero as no la rejuvenece, pues la descuartiza. En cuanto rene algn dinero, paga deudas, compra papel y lpices y retorna al estudio. Entre libro y libro, que unas veces le prestan y otras compra privndose de comida, rehye al sastre, Lucas Franelli, porque su cuenta es penitente deuda que le desazona. Sobreviene un vodevil de excusas y escapadas folletinescas aunque ciertas, con esquinas callejeras salvadoras del huido estudiante o con disfraces concebidos por instinto, iniciativas que a Costa le atormentan. Solo as consigue desvanecerse ante el seor Lucas, quien no deja de ser desconcertado bho: sus ojos creen verlo todo, pero su olfato como alimaero de malos pagadores es un desastre. Joaqun se convierte en un fantasma urbano. Cree morirse de vergenza, pero como es joven, sortea ta-quicardias nocturnas y, puntual, resucita por las maanas. Cuantos ms esquinazos da al frustrado Franelli, ms se encorajina y estudia. Devora libros como si fueran panecillos.

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    Adelante hasta la botadura y ver fl otar su esfuerzoen aguas procelosas (universitarias)

    En 1872 consigue la licenciatura en Derecho; en 1873 repite proeza en Filosofa y Letras. Parece alimentarse del aire, pero el caso es que su cuerpo adquiere cada vez mayor corpu-lencia. El saber no engorda; la ansiedad, s; mxime si adquiere forma de grandes hogazas de pan bien aceitadas, men bsico en esa poca de su vida. La prominencia de su abdomen es aviso de su enfermedad, que su dieta unilateral agrava. Costa persevera en conocer, dedu-cir y escribir. Todava nada determinante propone, pero armamentos para sus futuras convo-catorias rene unos cuantos: engulle y asimila libros de agricultura, economa, historia, juris-prudencia, poltica y relaciones internacionales; prosigue con biografas, enciclopedias y obras de memorialistas. Por si no fuera bastante, deglute artculos de opinin, editoriales, manifi estos y poemarios. Traga libros como irrefrenable Garganta enciclopedista.

    Apunta ideas y redacta planes, que luego aparta o tacha con el fi n de recomponerlos en sus noches de insomne laboral compulsivo. Duerme sin descansar y trabaja en sueos. Persevera en sus escaladas por entre las cordilleras del conocimiento. Se siente con energas para coronar esas cumbres, por inaccesibles que sus aristas parezcan desafi arle. Consigue los doctorados en Derecho y Filosofa y Letras con un ao de diferencia: 1874-1875. Tal ha-zaa se divulga y, como es propio de espaoles, el hecho incomoda e incluso preocupa. Porfa en su carrera para conseguir Premio Extraordinario en el doctorado. Compite con Mar-celino Menndez Pelayo, diez aos ms joven y desenvuelto. El historiador cntabro se salta los cauces exigidos. El pensador altoaragons se atiene a los fi jados por la ley... y pierde. Primer revs a lo largo de una avenida de injusticias que recorrer hasta el fi nal. Al cumplir los veinte y nueve aos, dos dcadas se le han ido en continuo trabajar. Espaa cambia. O eso parece.

    El calendario del Estado lo marcan los militares. El gaditano Manuel Pava y Rodrguez de Alburquerque manda a la Guardia Civil desalojar (03.01.1874) el Congreso de los Diputa-dos con el fi n de rescatar a un honesto Castelar, expulsado por traidores y exaltados. A Pava le da por inclinarse ante el escalafn, con lo que entrega el mando al huido exregente (Serra-no), quien se autoproclama presidente del Poder Ejecutivo de no se sabe qu, si consulado mesetario o dictadura antonina por empeo de su mujer, la cubana Antonia Domnguez y Borrell, que manda ms como seora esposa y duquesa que su esposo como general y presi-dente. El resultado es un Estado carente de causa, sin valedor convincente y extrao al pue-blo, que pasa de Primera Repblica a Una Repblica Menos, por cuanto se derrumba sin gloria, pena ni estrpito. Manuel Gutirrez de la Concha, el mejor tctico de los liberales, cae herido de muerte en las tiroteadas laderas de Monte-Muru (cerca de Estella, Navarra), por lo que la antorcha del alfonsismo conjurado a dos manos pasa a Martnez Campos, quien se subleva en Sagunto (Valencia) y all proclama (29.12.1874) rey de Espaa al prncipe Alfonso. Arsenio Martnez Campos es golpista a la moderna, por lo que recurre al telgrafo. Sus avisos movilizan a media Espaa militar, que los reexpide a la otra media. Puestas de acuerdo, de su conciliacin nace una paloma de exposicin: cuerpo grande y poca cabeza, de mucho comer pero estreida en modales, de vuelo corto y atolondrado, conocida como La Restauracin. Volar de aqu para all, extravindose a menudo, pues sus palomeros son turnistas, atentos solo a su estricto inters particular, importndoles un rbano si a esa paloma-estado le dispa-ran al salir del palomar nacional o al entrar, cuando se crea a salvo.

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    ezAgredido por tribunales exuniversitarios decide armarse caballero y escudo elige

    Costa vive inmerso en torturante obsesin: obtener plaza de catedrtico para dar clases en la Universidad. En la Espaa canovista soar a tales alturas equivale a pedir la mano de la mismsima Luna como prometida de uno mismo. Dado que el padre de la diosa satelizada es el efecto gravitatorio terrestre, por fuerza el aspirante a marido cae sobre el planeta donde naciese, esfera a la defensiva tras ser informada de su llegada. Costa se dirige, meterico l, hacia confabulaciones ocultas bajo Tribunales sostenidos por su disfuncin misma: el clien-telismo ideolgico, el corporativismo sectario, el parentesco clasista, la impavidez absolutista hacia quien sea nuevo en la plaza, por muy preparado que ese joven est. Son los ejrcitos endogmicos, que ya hubiese querido Jerjes para s. El Estado Restaurado ms Persia es que su modelo. Espaa, pas de strapas en tierra de emboscadas.

    En Valencia se hallaba vacante la ctedra de Derecho Poltico y Administrativo. Costa acude al torneo: tiene ganas de pelea y mritos le sobran. Es intil. La ctedra estaba desti-nada a pariente directo de, efi caz ganza que abra cualquier puerta tribunalicia. Cuaren-ta y cuatro aos despus de aquel hurto descarado, el buen escritor barcelons Santiago Valent y Camp (1875-1934) se referir a tales hechos como sigue: fue propuesto para cte-dra uno de sus contrincantes, Vicente Santamara de Paredes, inferior a Costa en potencia mental, en cultura y en palabra, pero que, a falta de mritos indiscutibles, era yerno del ilus-tre Prez Pujol, a la sazn rector de la Universidad de Valencia. En aquella Espaa y en la de hoy exactamente igual, pues la endogamia cautivo y desarmado en razones tiene al 73% de nuestro profesorado universitario caba luchar contra el politicismo rampln o el bizan-tinismo departamental, nunca contra familias portadoras de acadmicas sangres.

    La guerra contina. Otra batalla se plantea en la Universidad Central tras jubilarse Emilio Castelar, con lo que libre deja su ctedra de Historia de Espaa en la Facultad de Filo-sofa y Letras. Costa se presenta... y lo apartan. De quien le venciera en mala lid, mejor recu-rrir de nuevo a Valent y Camp, quien (en 1922) sentenci: obtuvo la ctedra Juan Ortega y Rubio, que solo fue un mediano cultivador de la historiografa. Ortega y Rubio era el cate-drtico de Historia Universal en la Universidad de Valladolid. Acudi a tomar Madrid como plpito idneo para revaluar su mediocre labor. Valent se mostr amable con el triunfante opositor, porque quien haya ledo algunas de sus obras con epicentro en la monarqua vi-sigoda comprobar que el califi cativo de mediano era generosa nota. De lo mucho pade-cido por el pensador aragons, Valent hizo esta sntesis: Estas pretericiones causaron una vivsima contrariedad a Joaqun Costa; porque l, que era un espritu noble y recto, no poda avenirse con la injusticia erigida en sistema (la cursiva es ma). Esa cruz la soportara el resto de su vida.

    Hacer amigos en aguas libres y atraer enemigos, a los que con sus denuncias espanta

    Costa haba sufrido dos encalladuras consecutivas contra uno de los peores males de Espa-a: la conjura tribunalicia que premia al familiar de o al amigo de en detrimento penal del opositor respetuoso del procedimiento y poseedor de sobresalientes cualidades. Esta ini-quidad le malhiere y ser causa de enrabietadas arremetidas suyas contra los claustros

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    universitarios, que no eran claustrales sino grupales al propiciar el atraso didctico y el cerri-lismo en lugar de la universalidad del conocimiento y la libertad en la docencia. Espaa ca-mina hacia atrs. Nacin an fuerte en su conciencia colectiva, falta est de