EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. - Inicio - Ateneo de Madrid...privilegiada, concentrada hasta ahora en...

32
NÚM. 202 6 iíS \ ÁÑO-'V. EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. Un precursor de Schopenhauer, Leopardi. Será verdad que el mundo sea malo, que haya un mal radical, absoluto, invencible en la natu- raleza y en la humanidad, que la vida sea el don funesto de un poder malévolo ó la manifesta- ción de una voluntad irracional; será verdad, en una palabra, que la existencia sea una des- gracia, y que la nada vale más que el sor? Estas proposiciones suenan de un modo extraño en los oídos de los hombres de nuestro tiempo, aturdi- dos por el ruido de su propia autoridad, orgu- llosos con justicia de los progresos de la indus- tria y de la ciencia, y cuyo temperamento, me- dianamente elegiaco, se acomoda perfectamente á una existencia prolongada sobro esta tierra, á las condiciones de trabajo que les son impuestas y á las sumas de bienes y de males que les han tocado. Existe, sin embargo, esta filosofía que maldice la vida, y no sólo se manifiestan en al- gunos libros brillantes como un desafío lanza- do al optimismo científico é industrial del siglo, sino que se desenvuelve por la misma discusiou y se propaga por un contagio sutil entre ciertos espíritus á quienes turba. Es una especie de enfermedad intelectual, pero una enfermedad privilegiada, concentrada hasta ahora en la esfera de la alta cultura, de la cual parece ser una es- pecie de refinamiento, morboso y de elegante corrupción. Se ha hablad© aquí en diversas ocasiones de estas teorías del pesimismo, á propósito de los sistemas de Schopenhauer y de Hartmann, de los cuales constituye la parte moral. No volve- remos á empezar lo que ya está hecho. Quere- mos colocarnos en otro punto de vista. La cues- tión merece ser profundizada en sí misma y ge- neralizada, aparte de las formas doctrinales que le impone la nueva filosofía alemana ó de la ex- plicación metafísica que ella se propone. Existe aquí algo como una crisis intelectual y literaria á la vez, que traspasa los límites de un sistema. TOMO X!. Trataremos de analizarla en algunos grandes ob- jetos de estudio, de observar sus analogías á tra- vés de los medios más diferentes, y por el examen de las formas comparadas y de los síntomas, re- montarnos hasta el origen de este mal esencial- mente moderno. Un estudio semejante,es más de curiosidad psicológica que de utilidad práctica. No es mucho de temer que esta filosofía sea nunca otra cosa en Europa, que una filosofía excepcio- nal y que la humanidad civilizada se abandone un dia á la seducción mortal de estos consejeros de la desesperación y de la nada. Pero esta ex- cepción merece ser analizada con cuidado, en ra- zón misma de los autores que la han prestado un lugar en la ciudad de las ideas, ciudad muy confusa y discorde, mas de un interés inagotable para el observador. I Hemos dicho que el pesimismo era un mal esencialmente moderno: es preciso entenderse. En todos los tiempos ha habido pesimistas, ó lo que es igual, hay un pesimismo contemporáneo de la humanidad. En todas las razas, en todas las civilizaciones, algunas imaginaciones pode- rosas fueron preocupadas por lo que hay de ia- completo y de trágico en el destino humano, dando á este sentimiento la expresión más con- movedora y más poética. Grandes crisis de tris- teza y de desesperación han atravesado los si- glos, acusando la decepción de la vida y la su- prema ironía de las cosas. Este desacuerdo del hombre con su destino, la oposición de sus ius-' tintos y de sus facultades con el medio en que vive, la naturaleza hostil ó malévola, los azares y las sorpresas de la suerte, el hombre mismo, lleno do duda y de ignorancia, sufriendo por su pensamiento y por sus pasiones, la humanidad entregada á una lucha sin tregua, la historia lle- na de los escándalos de la fuerza, la enfermedad en fin, la muerte, la separación violenta de los seres que más se aman, todos estos sufrimientos y estas miserias forman como un clamor in- menso quo resuena desde el fondo de las con- ciencias, en la filosofía, en la religión, en la poe- 1

Transcript of EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. - Inicio - Ateneo de Madrid...privilegiada, concentrada hasta ahora en...

  • NÚM. 202 6 iíS \ • ÁÑO-'V.

    EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

    Un precursor de Schopenhauer, Leopardi.

    Será verdad que el mundo sea malo, que hayaun mal radical, absoluto, invencible en la natu-raleza y en la humanidad, que la vida sea el donfunesto de un poder malévolo ó la manifesta-ción de una voluntad irracional; será verdad,en una palabra, que la existencia sea una des-gracia, y que la nada vale más que el sor? Estasproposiciones suenan de un modo extraño en losoídos de los hombres de nuestro tiempo, aturdi-dos por el ruido de su propia autoridad, orgu-llosos con justicia de los progresos de la indus-tria y de la ciencia, y cuyo temperamento, me-dianamente elegiaco, se acomoda perfectamenteá una existencia prolongada sobro esta tierra, álas condiciones de trabajo que les son impuestasy á las sumas de bienes y de males que les hantocado. Existe, sin embargo, esta filosofía quemaldice la vida, y no sólo se manifiestan en al-gunos libros brillantes como un desafío lanza-do al optimismo científico é industrial del siglo,sino que se desenvuelve por la misma discusiouy se propaga por un contagio sutil entre ciertosespíritus á quienes turba. Es una especie deenfermedad intelectual, pero una enfermedadprivilegiada, concentrada hasta ahora en la esferade la alta cultura, de la cual parece ser una es-pecie de refinamiento, morboso y de elegantecorrupción.

    Se ha hablad© aquí en diversas ocasiones deestas teorías del pesimismo, á propósito de lossistemas de Schopenhauer y de Hartmann, delos cuales constituye la parte moral. No volve-remos á empezar lo que ya está hecho. Quere-mos colocarnos en otro punto de vista. La cues-tión merece ser profundizada en sí misma y ge-neralizada, aparte de las formas doctrinales quele impone la nueva filosofía alemana ó de la ex-plicación metafísica que ella se propone. Existeaquí algo como una crisis intelectual y literariaá la vez, que traspasa los límites de un sistema.

    TOMO X!.

    Trataremos de analizarla en algunos grandes ob-jetos de estudio, de observar sus analogías á tra-vés de los medios más diferentes, y por el examende las formas comparadas y de los síntomas, re-montarnos hasta el origen de este mal esencial-mente moderno. Un estudio semejante,es más decuriosidad psicológica que de utilidad práctica.No es mucho de temer que esta filosofía sea nuncaotra cosa en Europa, que una filosofía excepcio-nal y que la humanidad civilizada se abandoneun dia á la seducción mortal de estos consejerosde la desesperación y de la nada. Pero esta ex-cepción merece ser analizada con cuidado, en ra-zón misma de los autores que la han prestadoun lugar en la ciudad de las ideas, ciudad muyconfusa y discorde, mas de un interés inagotablepara el observador.

    I

    Hemos dicho que el pesimismo era un malesencialmente moderno: es preciso entenderse.En todos los tiempos ha habido pesimistas, ó loque es igual, hay un pesimismo contemporáneode la humanidad. En todas las razas, en todaslas civilizaciones, algunas imaginaciones pode-rosas fueron preocupadas por lo que hay de ia-completo y de trágico en el destino humano,dando á este sentimiento la expresión más con-movedora y más poética. Grandes crisis de tris-teza y de desesperación han atravesado los si-glos, acusando la decepción de la vida y la su-prema ironía de las cosas. Este desacuerdo delhombre con su destino, la oposición de sus ius-'tintos y de sus facultades con el medio en quevive, la naturaleza hostil ó malévola, los azaresy las sorpresas de la suerte, el hombre mismo,lleno do duda y de ignorancia, sufriendo por supensamiento y por sus pasiones, la humanidadentregada á una lucha sin tregua, la historia lle-na de los escándalos de la fuerza, la enfermedaden fin, la muerte, la separación violenta de losseres que más se aman, todos estos sufrimientosy estas miserias forman como un clamor in-menso quo resuena desde el fondo de las con-ciencias, en la filosofía, en la religión, en la poe-

    1

  • REVISTA EUROPEA.—6 DS ENERO DE 1 8 7 8 . N.° 202sía de los pueblos. Mas estas quejas ó estos gri-tos de insurrección, por profundos y apasiona-dos que sean, son, por lo general, en las razas yen las civilizaciones antiguas accidentes indivi-duales: expresan la melancolía de su tempera-mento, la gravedad triste de un pensador, lostrastornos de un alma bajo el golpe de la deses-peración; no expresan, para hablar con propie-dad, una concepción sistemática de la vida, ladoctrina de la renuncia del sor. Job maldice eldia en que ha nacido: uEl hombre que nace demujer vive pocos días llenos de miserias;»pero Jehovah habla, deshace la duda ingrata,la injusta queja, la vana protesta de su servi-dor, lo levanta iluminándolo y lo salva de simismo. Salomón declara »que está enojado de lavida viendo todos los males que se encuentranbajo el sol, y que todas las cosas son vanidad yaflicción para el espíritu: n (1) mas seria una in-terpretación bien superficial la que no quisieraver en esta triste poesía del Ecclesiaste otro as-pecto que el de la desesperación, sin percibir almismo tiempo el contraste de las vanidades dela tierra que disgustan un alma grande, con losunes rnás altos que la atraen, y como la antíte-sis eterna que resume todas las luchas del cora-zón del hombre, sintiendo su miseria en la em-briaguez de sus alegrías y buscando encima desi lo que debe desvanecer su hastío.

    Análogos sentimientos se encuentran en la an-tigüedad griega y romana. Se han observadorasgos de profunda melancolía, lo mismo en He-siodo y Simónides de Amurgos, que en los corosde Sófocles y Eurípides, que en Lucrecio y Vir-gilio. De la Grecia ha partido esta queja con-movedora. IILO mejor para el hombre es no na-cer, y cuando ha nacido, morir joven.» Mr. deHarmann no ha dejado de sacar un pasaje de laApología, en que Platón le proporciona una ima-gen expresiva para comprobar la proposiciónfundamental del pesimismo, de que el no ser espreferible al ser: »Si la muerte es la privaciónde todo sentimiento, un sueño sin ensueños, ¡quégran ventaja será morir! Porque, que cualquie-ra elija una "noche así pasada en un sueño pro-fundo que no haya turbado ningún" ensueño, yque compare esta noche con todas las noches, ytodos los dias que han llenado el curso entero desu vida; que reflexione y que diga en conciencia

    t,l) Eoolesiastes, II, 17.

    cuántos diasy cuántas noches lia tenido en su vi-da más felices y más dulces que ésta: estoy per-suadido de que no tan sólo un simple particular,sino el mismo rey de Persia, encontraría un nú-moro bien pequeño y bien fácil de contar. » Aris-tóteles ha notado con profunda observación, quehay una especie de tristeza que parece ser la com-pañera del genio. Trata la mentira como fisiólogo;mas no se podrá decir, bajo otro punto de vista,completando su pensamiento, que la altura áque se eleva el genio humano no sirve mas quepara mostrarle con más claridad la frivolidad delos nombres y la miseria de la vida? Recordare-mos, en fin, que hubo en Grecia como una es-cuela de pesimismo abierta por el famoso Hegé-rias, tan elocuente en sus sombrías pinturas dela condición humana, que recibió el nombro dePeisithanatos, y que fue preciso cerrar su escue-la para evitar á sus oyentes el contagio del sui-cidio . El fondo de esta amarga filosofía, que noconocemos sino por algunas frases de Diógenes,Laerces y de Cicerón, permanece muy oscuro;es bastante difícil averiguar si este consejero,harto persuasivo de la muerte, predicaba á susdiscípulos el desprecio do la vida considerada ensí ó sólo en comparación de la vida futura, lamuerte como una emancipación ó como un pro-greso .

    Resulte lo que quiera de esta singularidadfilosófica, queda bien sentado qua este género desentimientos es raro entre los antiguos, y es ungrave error del poeta del pesimismo, de Leo-pardi, el haber querido persuadirnos en pro dosu causa, de que el pesimismo se hallaba en elgenio de los grandes escritores de Grecia yRoma: sistema ó error, este punto de vista bor-ra alguna vez en él el sentido tan penetrante ytan fino que tiene de la afltigüedad. Nada másquimérico que esta Safo, meditando sobre losgrandes problemas:

    Arcano é tutíoFuor che il nostro dolor

    Ya no es la inspirada sacerdotisa de Venus laque aquí habla; es una blonda alemana que sue-ña con un Werther desconocido, y exclama:uTodo es misterio, exceptuando nuestro dolor.»Conel mismo sentido, y bajo el imperio de lamisma idea, Leopardi fuerza la interpretaciónde las dos frases célebres de Bruto y de Theo -phrastes en el instante de morir; el uno, rene-gando de la virtud por la que muere; el otro, re-

  • N.° 202 E. CARO.—EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

    negando de la gloria por la que ha olvidado vi-vir. Aun suponiendo que estas palabras seanauténticas, y que no hayan, sido recogidas en al-guna vaga leyenda por Diógenes, Lacrees y DionCasio, no podian tener, de ningan modo, en laboca que las ha pronunciado, la significación mo-derna que les atribuye un comentario demasia-do sutil é ingenioso. Por otra parte, Leopardi secorrige á sí mismo, entra en la verdad de lahistoria moral de las razas y de los tiempos,cuando dice de pasada en la misma obra, nqueel origen de estos pensamientos dolorosos, pocoesparcidos entre los antiguos, se encuentrasiempre en el infortunio particular ó accidentaldel escritor ó del personaje puesto en escena,imaginario ó real.u Mas dá frecuentes mentís áesta observación tan justa. El fondo de la creen-cia antigua es que el hombre ha nacido para serfeliz, y que cuando no logra serlo, es por culpade alguna divinidad envidiosa ó por una ven-ganza de los dioses. Lo que domina entre los an-tiguos es el gusto de la vida y la fe en la felici-dad terrestre que persiguen con terquedad: cuan-do sufren parecen despojados de un derecho.

    M. de Hartmann señala con rasgos precisosesta idea del optimismo terrestre que rige elmundo antiguo (judío, griego, romano). El judíoañade un sentido temporal á las bendiciones delSeñor: la felicidad para él, es que sus granerosestén llenos, y sus lagares no puedan soportarel vino (1). Sus concepciones de la vida nadatienen de trascendentales, y para llamarle á esteorden superior de pensamientos y de esperanzas,es preciso que Jehovah le hable por sus profetasó le avise castigándole. La conciencia griega,después que ha agotado la noble embriaguez delheroismo, busca la satisfacción do esta necesidadde dicha en los placeres del arte y de la ciencia,se complace en una teoría estética de la vida (2).La existencia es el primero de los bienes; re-cuérdese la frase de Aquiles en la Odisea, ha-llándose en los infiernos: "No trates de conso-larme de la muerte, noble Ulyses: quisiera máscultivar como mercenario el campo de un pobrehombre, que reinar sobre toda la muchedumbre delas sombras, ii Dice también el Eclesiastes: "Másvale un perro vivo, que un león muerto(IX, 4).uLa república romana introduce ó desenvuelve

    (1) Proverbios III 10.(2) Filosofía de lo Inconsciente.

    un elemento nuevo; ennoblece el deseo de la fe-licidad, trasportándola, señalando al hombre eseobjeto todavía humano, pero superior, al cual elindividuo debe inmolarse; la felicidad de la ciu-dad, el poderío de la patria. Hó aquí, salvo al-gunas excepciones, los grandes móviles de lavida antigua: las bendiciones temporales en laraza de Israel, los goces do la ciencia y del arteentre los griegos; entre los romanos el deseo dela dominación universal, el sueño de la grande-za y de la eternidad de liorna. En estas diversascivilizaciones no hay lugar sino por accidentepara las inspiraciones del pesimismo. El ardorviril en el combate de la vida en estas razas enér-gicas y nuevas, la pasión de las grandes cosas,el poder y el candor, virgen de las grandes esperanzas que la experiencia no ha destruido elsentimiento de una fuerza que no conoce aun suslímites, la conciencia reciente que la humanidadacaba de adquirir de sí misma ea la historia delmundo, todo esto explica la fe profunda de losantiguos, en la posibilidad do realizar aquí aba-jo la mayor suma de felicidad. Todo esto se hallaen contraposición con esta moderna teoría queparece ser la triste herencia de una humanidaddecrépita, la teoría del dolor universal ó irreme-diable.

    En cambio, y por contrastar con el mundoantiguo, no es posible negar que existen in-fluencias y corrientes pesimistas en el seno dela doctrina cristiana, ó al menos en ciertas sectasque la han interpretado. ¿Puede dudarse, porejemplo, de que tal pensamiento de Pascal ó talpágisa de las Veladas de San Petersburgo no de-ben ocupar un lugar como ilustraciones de ideaó de estilo al lado de los análisis más amargosde la Filosofía de lo Inconsciente ó entre las can-ciones más desesperadas de Leopardif Esta apro-ximación no parecerá forzada á los que sabenque el pesimismo del poeta italiano ha revestidodesde un principio la forma religiosa. Existe enel cristianismo un aspecto sombrío, dogmas te-merosos, un espíritu de austeridad, de abnega-ción, hasta de ascetismo, que sin duda no es todala religión, pero que es una parte esencial deella, un elemento radical y primitivo anterior álas atenuaciones y á las enmiendas que la impo-nen sin cesar las complacencias del yo ó los des-mayos de la fe. Por otra parte, cada cual haceun poco la religión á su imagen y la imprime elsello peculiar de EU espíritu. El cristianismo,

  • REVISTA EUROPEA. 6 DE ENK11O BE 1 8 7 8 . N.° 202

    visto exclusivamente do este lado y bajo esteaspecto, como una doctrina de expiación, comouna teología de lágrimas y de espaato, puedemuy bien herir las imaginaciones enfermas éinclinarlas á una especie de pesimismo. No estálejos, en efecto, esta manera de comprender elcristianismo del jansenismo. La naturaleza hu-mana corrompida, la perversidad radical puestaal desnudo, la incapacidad absoluta de nuestrasfacultades para lo verdadero y lo bueno, la ne-cesidad de distraer este pobre corazón que quie-re huir de sí mismo y de la idea de la muerteagitándose en el vacío, y sobre todo esto el per-petuo pensamiento del pecado original que arro-ja sobre esta miserable alma con sus consecuen-cias más extremadas y más duras, la unión con-tinua y casi sensible del infierno, el pequeño nú-mero de los elegidos, la imposibilidad de salva-ción sin la gracia,—¡y qué gracia! uno sólo lagracia suficiente que no basta, M—por último, esteespíritu cruel de mortificación, este desprecio dela carne, este terror al mundo, la renuncia detodo lo que constituye el precio de la vida, uncuadro semejante extraído de las Provinciales yde los pensamientos, era muy propio para agra-dar al futuro autor del Bruto minore y de la Gi-nestra, en sus sombrías meditaciones de Eecana-ti. Pero esta analogía de sentimientos no dura.¿Quién no percibe la diferencia entre las dos ins-piraciones desde que se entra en una conversa-ción familiar con el alma grande de Pascal tandolorida y tan tierna? El pesimismo de Pascaltiene por fondo una ardiente y activa caridad;quiere atemorizar y consternar al hombre. ¡Peroqué profunda piedad en esta violenta lógica!Cierra todas las salidas á la razón, mas es parallevarla de un vuelo recto al Calvario y trasfor-mar estas tristezas en eterna alegría. Torturasu genio para descubrir nuevas demostracionesde su fe; se diría que sucumbe bajo la responsa-bilidad de las almas que no ha podido conven-cer, de los espíritus que no ha iluminado.

    Lo mismo sucede bajo cierto aspecto, aunquepor diferentes razones, con lo que podría lla-marse el terrorismo religioso de José de Mais-tre. Es muy cierto que á primera vista pareceuna especie de pesimismo esta lúgubre apologíade la Inquisición, este dogma de la expiación,aplicado á la penalidad social, esta teoría místi-ca y feroz del sacrificio sangriento, de la guerraconsiderada como institución providencial, del

    cadalso colocado en la base del Estado. El cora-zón se encoge ante el espectáculo de la vida hu-mana, presa de poderes formidables, y de la so-ciedad sometida á un yugo de hierro bajo unamo, que es un Dios terrible, servido por minis-tros sin compasión. Pero este aparato de terrorno puede resistir un instante de reflexión. Bienpronto se advierte que todo esto son paradojasde combate, apologías y afirmaciones violentas,opuestas á los ataques y á las negaciones deotros. José de Maistre es más bien un polemistaque un apologista del cristianismo; la batallatiene sus arrebatos; la elocuencia, la retórica,tienen también su embriaguez en medio de lalucha; á M. de Maistre le arrastran sin que ten-ga fuerzas para gobernarlas. Los argumentosno le bastan, los lleva hasta la hipérbole. Es ungran escritor á quien falta un poco de razón, ungran pintor que abusa del efecto: su pesimismotiene un valor extremado.

    En vano se buscaría en la historia del cristia-nismo, salvo quizá en algunas rectas gnósticas,nada semejante á esta nueva filosofía. En la In-dia es donde el pesimismo tiene sus verdaderosabuelos; así lo reconoce él mismo y se vanaglo-ria de el!o. La afinidad de las ideas de Scliopen-hauer con el budihismo ha sido mostrada confrecuencia. Nosotros no insistiremos sobre estepunto; recordaremos tan sólo que el pesimismoha sido fundado en la noche solemne en quesentado bajo la higuera de Gaja, meditando so-bre la miseria del hombre y buscando los me-dios de libertarse de estas existencias sucesivas,que no eran más que un cambio sin fin de mi-serias, el joven príncipe Qakya exclama: "Nadaes estable sobre la tierra. La vida es como lachispa producida por el frotamiento de la made-ra. Aparece y se extingue sin que sepamos dodónde viene ni á dónde va.

    ...Debe de haber una ciencia suprema, en lacual podríamos encontrar el reposo. Si yo la al-canzase podría llevar á los hombres la luz. Si yofuera libre podría libertar al mundo... ¡Ah! des-graciada juventud, que la vejez ha de destruir.¡Ah! desgraciada salud, que tantas enfermeda-des destruyen. ¡Ah! desgraciada vida, en la cualel hombre permanece tan pocos dias!... ¡Sinohubiera vejez, ni enfermedad, ni muerte! ¡Si lavejez, la enfermedad y la muerte fuesen parasiempre encadenadas!" Y la meditación conti-núa extraña, sublime, desolada. "Todo fenóme-

  • M ° E. CARO.—EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. 5

    no es vacío, toda sustancia está vacía; fuera nohay mas que el vacío.n Y"también. "El mal esla existencia; lo que produce la existencia es eldeseo; el deseo nace de la percepción de las for-mas ilusorias del ser. Xodos estos son efectos dela ignorancia. Así, pues, la ignorancia es, enrealidad, la causa primera de todo lo que pareceexistir. Conocer esta ignorancia es al mismotiempo destrnir los efectos (l).n La ciencia su-prema es la ignorancia cuando cesa do engañar-se á sí misma. Es al mismo tiempo la libertadsuprema, la cual posee cuatro grados recorríaossucesivamente por el Buche moribundo: conocerla naturaleza y la vanidad de todas las cosas,abolir en sí el j uicio y el razonamiento, alcanzarla indiferencia, llegar, en fin, á la desapariciónde todo placer, de toda conciencia, de toda me-moria. Aquí es donde comienza elnirvana: todaluz se extingue, es la noche, la nada; pero lanada se consuma únicamente en la más alta es-fera del nirvana, donde no existe ni aun la ideade la nada: ni ideas, ni ausencia de ideas, nada.

    "El mal es la existencia, n hé aquí la primeray la última palabra del pesimismo. Hé aquí elextraño pensamiento en el cual se abstrae eneste momento algún piadoso indio, buscando lahuella de los pasos de Cakya-Monni sobre elmármol del templo de Benares. Hó aquí el pro-blema sobre el que meditan vagamente á estashoras millares de monjes budhistas en la China,en la isla de Ceylan, en la Indo-China, en elNepal, dentro de sus conventos y de sus pago-das, ebrios da sueños y de contemplaciones infi-nitas. Hé aquí el texto sagrado que sirve de ali-mento intelectual á todos estos anacoretas átodos estos sacerdotes, á todos estos teólogosdel Triptáka y del Lotus de la buena ley, á estasmultitudes que piensan y que oran en tornosuyo, y que se cuentan por cientos de millones.Tal es también el lazo misterioso que une estospesimistas del extremo Oriente, desde el fondodélos siglos y á través del espacio, á estos filó-sofos refinados de la Alemania contemporánea,que después de haber atravesado todas las gran-des esperanzas de la especulación, después de ha-ber agotado todos los sueños y todas las epope-yas de la metafísica, vienen saturados de ideasy de ciencia á proclamar la nada de todas las co-sas, y repiten con sabia desesperación la frase de

    (1) Max Muller.—Ensayo sobre las religiones.

    un joven príncipe indio, pronunciada hace másde veinticuatro siglos en las orillas del Ganjes:uEl mal es la existencia.n

    Ahora se comprende en qué sentido y hastaqué punto la enfermedad del pesimismo es unaenfermedad esencialmente moderna. Es moder-na por la forma científica que ha tomado ennuestros días, es nueva en las civilizaciones delOccidente. ¡Qué cosa tan extraña es este renaci-mienso del pesimismo budhista ai que asistimos,con todo el aparato de los más doctos sistemas,en el corazón do la Prusia, en Berlín! Que 300millones de asiáticos beban á grandes sorbos elopio de estas fatales doctrinas que enerban y em-bolan la voluntad, es ya muy extraordinario;pero que una raza enérgica, disciplinada, tanadmirablemente constituida para la ciencia ypara la acción, tan práctica, y al mismo tiempotan calculadora, belicosa y dura, lo contrario se-guramente de una raza sentimental; que una na-ción formada de estos robustos y vivos elemen-tos, haga una acogida triunfal á esías teorías dela desesperación, resucitada por Hehopenhauer,que su optimismo militar!acepte con cierto en-tusiasmo la apología de la muerte y de la nada,es*cosa que á primera vista parece inexplicable.Y el óxito de la doctrina nacida entlas márgenesdel Ganjes, no ate detiene en las tirillas delSpreo. La Alemania entera tiene fija su aten-ción en este movimiento do las ideas. La Italiacon un gran poetf se habia adelantado á la cor-,riente; la Francia, como veremos, la ha seguidohasj^ cierto punto: también tiene sus pesimis-tas. La raza eslava no ha escapado á esta extra-ña y funesta influencia. Mirad esa propagandadesenfrenada del nihilismo, de la cual se asusta,no sin razón, la autoridad espiritual y temporaldel Czar, y que esparce por toda la Rusia .un espíritu de negación desvergonzada y de fria in-,,moralidad. Mirad, sobre todo, esa monstruos^secta de los Skopsy, de los mutilados que*(tha«ciendo, como dice Leroy-Beaulier, un sistém*moral y religioso de una práctica degradante delos harefts del Oriente, materializando el asce-tismo'y reduciéndolo á una operación quirúrgi-ca, ti proclaman por este vergonzoso y sangrientosacrificio, que la vida es mala y que es conve-niente secar la /uente de ella. Esta es la formamás degradante del pesimismo; pero es Umbiensu expresión más lógica. Es un ^esimisjno parauso de las naturalezas groseras y arrebatadas

  • G BE VISTA EUROPEA.. G DE ENERO DE 1878 . N.° 202

    que van derechas al fin del sistema, sin detener-se en las inútiles elegías y en las elegantes ba-gatelas de los espíritus cultos que pasan la vidalamentándose.

    IIObservemos de más cerca la filosofía moder-

    na del pesimismo, y tratemos de recojer sus pri-meros síntomas en el siglo xix. La ocasión senos presenta con la publicación de los profun-dos estudios que jóvenes escritores como M. Bou-chó-Leclercq y M. Anlard, han consagrado enestos últimos años á Leopardi, y que dando no-vedad sobre ciertos puntos al asunto (1) nos per-miten comprender mejor el carácter de su obra.Agradezco á M. Anlard él haberse aplicado áponer de relieve el pensamiento del filosofo, bor-rado con frecuencia por los pálidos resplandoresdel poeta y el lirismo del patriota. Hubiera de-seado todavía más atrevimiento y decisión enel desempeño de esta idea. ¿Qué importa queLeopardi sea menos dogmático que los filósofosalemanes, que no tenga sistema y que su pesi-mismo derive de una negación universal en vezde ser la deducción de una teoría metafísica? ¿Noos la ausencia de todo sistema, un sistema tam-bién que ha figurado en el mundo, pues es el delos excépticos? Se nos dice que Schopenhaner haquerido fundar escuela y que en efecto la hafundado, mientras que Leopardi, aunque hablavarias veces de "su filosofía" no escribe parapropagar su doctrina. ¿Quién lo sabe? jPor ven-tura, un hombre poeta ó filósofo, escribe paraotra cosa que para esparcir sus ideas, y no espropagarlas el expresarlas con tanto brillo y conlauta fuerza? Aquellas son razones muy ende-bles. Lamento que el joven autor, hallándose encamino de un problema tan interesante no loliaya resuelto; pero nos ha dado facilidad pararesolverlo por la rica variedad de documentos

    (1) Giacomo Leopardi, su vida y sus obras, porü . Boucher-Leclerq.—Un capítulo de los Ensayos so-bre Italia, porM. Gebhart.—Ensayo sobre las ideas fi-Uittójicasy la inspiración poética de G. Leopardi seguí»do de obras inéditas, etc., por M. Anlard.—No olvide-1003 que eu este asunto, como en tantos otros, M. deSainte-Renne había abierto el camino por medio de untrabajo magistral publicado en la Revista de dos mun-dos el 15 de Setiembre de 1844, y recordemos que nues-tro colaborador Mazade ha consagrado un estudio deuna simpatía muy decidida á los Sufrimientos de unpensador italiano, en la Revistada 1.° de Abril de1831;

    que nos ofrece, las traducciones y los comenta-rios que ha coleccionado y que nosotros vamos áaprovechar.

    ¿Por qué el capítulo titulado Leopardi y Scho-penhauer, no es más que un capítulo episódico,uno de los más insignificantes del libro ea vezde ser el más importante? En estas páginas hartobreves, trataremos de mostrar que ha existidoproducción casi simultánea de las mismas ideasen el poeta italiano y en el filósofo alemán, sinque pueda observarse ninguna recíproca influen-cia del uno sobre el otro. Precisamente en elaño de 1818, mientras que en el retiro de su so-ledad amarga y enojosa de Iiecanati se presen-taba en el alma de Leopardi esa fase tan graveque le hacia pasar casi sin transición desde elcristianismo á la filosofía de la desesperación,fue el mismo año en que Schopenhauer partíapara Italia después de haber entregado á un edi-tor su manuscrito de El Mundo considerado comovoluntad y como representación. El uno, confinadoen la pequeña ciudad que servia de cárcel á suardiente imaginación; el otro impaciente de la ce-lebridad que debia tardar aun veinte años, igual-mente oscuros ambos, seguramente no se encon-traron; es también cierto que Leopardi no leyójamás el libro de Schopenhauer, que no debiapropagarse hasta mucho más tarde aun en Ale-mania, y que Schopenhauer no conoció hastamucho tiempo después, si es quo llegó á cono-cerlo, el pesimismo de un escritor que Niebuhrhabia dado á conocer á sus compatriotas como unhelenista, y quo en Francia no era entoncesapreciado mas que como un poeta patriota.

    En cuanto á la cuestión de saber si Leoparditiene derecho á ser colocado entre los filósofos,basta comparar la teoría de la infelicilá, con loque se ha llamado nía enfermedad del siglo,» laenfermedad de Werter y de Jacobo Urtis, la deLara de Kenó y de Kolla (1). Se ha hablado conpoco fundamento del pesimismo de lord Byronó del de Chateaubriand; este no es, bien consi-derado, mas que una forma del romanticismo, elanálisis idólatra y morboso del yo del poeta,concentrado respetuosamente en sí mismo ycontemplándose hasta que se produce en él unaespecie de éxtasis doloroso de embriaguez, dan-

    (1) M. Bouohe Leclercq, ha tocado con acierto estepunto interesante en vftrioa pasajes de su obra sobretodo, pág-. 75-76.

  • N.° 202 E. CARO. EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

    do gracias á Dios, nde haberle hecho fuerte ysolitario (1)", oponiendo su sufrimiento y suaislamiento á los goces de la multitud grosera,pagando á este precio su grandeza y esforzándo-se en hacer de la poesía un altar digno de la víc-tima.

    La antigüedad, que en este punto era del sen-tir de Pascal, odiaba al yo, y lo proscribía: lascostumbres, de acuerdo con el gusto general, áduras penas permitían estos desahogos de unapersonalidad llena de sí misma, y aficionada na-turalmente á dar demasiada importancia á sustristezas y alegrías. Los dioses, les héroes, lapatria, el amor, sin duda también, pero en laexpresión de sus sentimientos generales no en elanálisis de los incidentes biográficos, hé aquí elfondo de la poesía antigua; la poesía personal esrara. Esta fuente de inspiración tanto tiempocomprimida, ha brotado en nuestro tiempo, ya sesabe á qué altura y con qué abundancia.—Deeste culto, alguna vez extravagante, del yo, ha sa-lido el lirismo contemporáneo con sus grandezasy sus pequeneces, sus inspiraciones sublimes ysus infatuaciones; de ahí todos estos dolores lite.rarios que han agitado tan profundamente,conmovido toda una generación, y que las nue-vas generaciones, con su educación científica ypositiva, la cuesta trabajo tomar en serio. Peroestas altaneras ó elegantes tristezas nada tienende filosóficas, no proceden de una concepciónacerca del mundo y de la vida; salidas del yo,tornan á él, en él se encierran y en él se compla-cen con un delicado orgullo: se guardarían, comode una profanación, de compartirlas con el vul-go. No es la humanidad la que sufre, es el poe-ta, es decir, una naturaleza excepcional. Paraque semejantes sufrimientos puedan ligarse áuna teoría filosófica, no tanto les hace falta sin-ceridad y profundidad, como la generalidad delsentimiento en que se inspiran. El pesimismo,)or el contrario, no hace del dolor un privile-io, sino una ley: no crea una aristocracia deesesperados. La sola superioridad que reivin-ica para el gónio es la de ver con claridad lole el vulgo siente de un modo confuso. Lacistencia entera la dedica á la desgracia, y estay de padecer la extiende del hombre á la natu-leza, de la naturaleza á su principio, si es quelhayypuede conocerse. El mal subjetivo po-

    l) Alfredo de Vigny, Moisés.

    dría no ser más que un accidente insignifican-te en el mundo: el mal objetivo es lo que hacever el mal impersonal absoluto, que reina entodos los grados y en todas las regiones del ser.Esto sólo puede ser una filosofía: lo demás es li-teratura, biografía ó novela.

    Ahora bien: aquello es lo que caracteriza lateoría de la infelieüá en Leopardi. Ha sufrido,sin duda mucho, de todas maneras, por desgra-cias físicas, que pesaron de un modo muy fuertesobre su juventud, y por una salud arruinada quearrastró á través de su vida como una amenazaperpetua de muerte, por ese hastío desesperadoque le consumió en la pequeña ciudad de Reca-nati, por la pobreza de la cual conoció los máshumillantes sinsabores y, sobre todo, por esasensibilidad nerviosa que trasformaba en supli-cio intolerable las menores contrariedades, y ámás de esto las amarguras de la ambición fraca-sada, las decepciones todavía más amargas de uncorazón enamorado del amor y que no pudo per-cibir de él mas que el fantasma.—Sí, es mucholo que ha sufrido. No obstante, su teoría no esúnicamente, y él no consiente que se vea en ellala expresión de sus sufrimientos: si procede deuna experiencia, es de una experiencia generali-zada; se trasforma en un conjunto de conceptosrazonados y enlazados acerca de la vida hu-mana.

    Es preciso ver cómo el filósofo, que Leopardinota dentro de sí, se defiende por no haber lanza-do en el mundo mas que el grito de un dolor ínti-mo, CQSIO teme exponer su corazón dolorido ála curiosidad pública, con qué orgullo rechaza lalimosna de las simpatías que no ha solicitado yque le avergüenza. uNo es más que por un efectode la cobardía de los hombres que necesitan serpersuadidos del mérito de la existencia, por loque se han querido considerar mis opiniones fi-losóficas como el resultado de mis sufrimientosparticulares, y se atribuya á mis circunstanciasmateriales lo que es debido sólo á mi entendi-miento. Antes de morir quiero protestar contraesta invención de la debilidad y de la vulgari-dad, y suplicar á mis lectores que traten de con-batir mis observaciones y mis razonamientos,mejor que acusar á mis enfermedades (l).n Queexista un enlace entre las desgracias de esta vi-da y la dura filosofía en que se refugió el poeta

    (1) Carta i M. de Simitr.—24 Mayo 183?.

  • 8 REVISTA EUROPEA. 6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

    como en un último asilo, no ofrece ninguna du-da; no es posible separar la figura acongojada deLeopardi del fondo monótono de sus pinturasy de sus doctrinas (1); pero es preciso reconocerque por un esfuerzo meritorio de libertad inte-lectual, borra, hasta donde es posible, sus re-cuerdos personales para la solución queda al pro-blema de la vida. Eleva esta solución á un gra-do de generalidad en que comienza la filosofía;su pesimismo es un pesimismo sistemático y nola apoteosis de su miseria. Por un rasgo quequisiéramos poner bien en claro, se distingueperfectamente de la escuela de los líricos y des-esperados, en la cual se ha querido introducirle;no tiene mas que un parentesco muy lejano conlos Rolla, que le han reclamado por hermano;los sobrepuja por la altura del punto de vistacósmico, al cual se eleva; ha querido ser filósofo,ha merecido serlo; lo es.

    Juzguémosle, pues, como él desea ser juzgado,y veamos con qué exactitud la teoría de la infe-licitá, esparcida en todas las poesías, recuerda ó,mejor dicho, anuncia las inspiraciones de la filo-sofía alemana contemporánea.

    E. CABO.

    Trad. do A. P. V.(Continuará.)

    TROMBAS Ó SIFONES MARINOSSUS CAUSAS.

    Uno de los meteoros más imponentes, á la parUne, en ciertas ocasiones, terrible y hasta el pre-sente no muy bien observado, es la tromba ó si-íon marino.

    Y decimos esto, primero: porque su aspecto si-niestro determina el asombro en el áriímo del ma-yor número de personas que lo contemplan, sobretodo, por primera vez.

    Segundo: porque, aunque sea susceptible de oca-sionar serios desastres, es, por fortuna, las másde las veces inofensivo.

    Tercero y ulámo: porque todos los autores, á lomenos los que han llegado á nuestras manos, in-cluso Benoit y Peltier, que se han ocupad» de se-mejante meteoro, ó se hallabjai preocupados en elacto de practicar sus observaciones, ó lo efectua-ban á considerable distancia del sitio en donde te-

    (1) M. de Anlard traspasa lo justo cuando toma alpió de la letra la protesta de Leopardi y examina, bajoeste punto de vista, para refutarla, lo que él llama laleyenda dolores», formaba por sus Wojrafí.v.

    nialugar el fenómeno, ó bien, que es lomas pro-bable, se dejaron guiar por referencias vulgares,las más de ellas contradictorias entre sí, y que noconducen á otra cosa que á sepultar la verdad enlos tenebrosos antros dal más profundo abismo.

    La tromba ó sifón, impropiamente llamado así,no absorbe, ni atrae, ni traga, como muchos supo-nen: infinitos son los buques de menor porte que sehan visto rodeados á cortísima, distancia de cinco,seis y más sifones á la vez, sin que ellos ni sus tri-pulantes exparimentasen otro perjuicio que la na-tural zozobra de contemplarse envueltos por unformidable enemigo que, en determinadas cir-cunstancias, puede ocasionar, respecto á las em-barcaciones, averías de suma consideración.

    Tampoco, cuando recorre espacios más ó menosconsiderables, lo efectúa en forma de chimenea, nide enorme serpiente, retorciéndose en terriblesconvulsiones y lanzando rayos y descargas eléctri-cas á diestro y siniestro, como no falta quien secomplace en contar.

    La columna de fuego, de que nos haVa Peltier,y que, según dicen, en 23 de Agosto de 1826, atra-vesó el distrito de Carcasona, y, arrasando loscampos, lo asoló todo á su paso, podria ser otrometeoro, pero de ningún modo la consabida trom-ba ó sifón marino, como se ha querido suponer.

    La tromba ó sifón, no hay duda ninguna, que áveces recorre espacios más ó menos considerables,envuelve, arrastra, levanta, arroja, destroza, vuel-ca en su carrera todo lo que se opone á su paso, yno es susceptible de resistir su poderoso y violen-to empuje, pero no absorbe ni traga, y en aqu •,-líos casos, como verán más adelante, ha dejado deser sifón, es decir, ha abandonado su forma primi-tiva, y á no mediar el ruido sordo que produce sumovimiento da rotaciony traslación, los estallidosresultantes de sus choques contra cuerpos más ómenos resistentes que interceptan su marcha, yque pueden, á veces, confundirse con el estam-pido de un fusil, y el polvo y objetos ligerosque levanta y acompañan en su carrera, seriaimperceptible para nuestros sentidos, y no lo ad-vertiríamos hasta hallarnos envueltos en su foco.

    Entre las varias trombas de esta naturaleza qu<hemos presenciado, pues son bastante comunes e;los mares que nos cercan, citaremos una que sformó en el interior de nuestro puerto, la cual, ;desatarse, derribó gran parte de la cortina postrior del convento de monjas, y arrojó al agua vrios botes y lanchas que se hallaban sobre -muelle.

    Las causas de este meteoro son atribuidas jrunos á dos vientos encontrados, y por otros á i»tensión eléctrica considerable.

    Nosotros sentimos mucho no poder partici>r

  • N.° 202 A. HERNÁNDEZ GUASOO. TROMBAS O SIFONES MARINOS. 9

    de ninguna de entrambas opiniones; pero antes deemitir nuestro parecer acerca del particular, per-inítasen s exponer las circunstancias que proce-den á la formación de toda tromba ó sifón, cómoéste empieza á formarse, prosigue, y, por último,concluye.

    Preesde siempre á la aparición de una tromba ósifón una calma completa, el barómetro baja con-siderablemente mientras asciende el termómetro,y se nota pleamar en la costa; todo lo cual indicaaumento de temperatura y suma rareza de la at-mósfera.

    Una nube densísima de color muy oscuro, queparece como enclavada en un punto por su inmo-vilidad, á causa de la calma que raina, y cuya pe-sadez la mantiene muy próx ima á la tierra, es ladestinada á formar el sifón.

    Debajo de esta nube acontece todo lo contrariode lo que acabamos de manifestar; el barómetroasciande mientras baja el termómetro, y experi-mentando igual presión las aguas que se hallan bajosu influencia, determina aquella la agitación delmar que, para restablecer su equilibrio, desde undiámetro considerable viene á arremolinarse haciaaquel punto, en donde simula como una especiede hervidero.

    Así las cosas, la superficie inferior de la nubeempieza bien pronto á descender en forma de conoinvertido, más ó menos regular, y el agua, haciadonde dirige su vértice, á elevarse, no en figuracónica de posición opuesta y hasta dar vérticecon vértice, como muchos pretenden, sino en for-ma de surtidor circular, cuyos chorros se dirigenhacia arriba, llegando en ciertas ocasiones á.as-cender á la altura de la mitad del cuerpo del sifón,que ocupa el centro, para volver á precipitarse envirtud de su propio peso, de la misma manera quese efectúa cuando soplam.03 con fuerza vertical-mente, por medio de un cono hueco invertido, so-bre una cofaina llena de agua.

    Creemos oportuno consignar aquí, que según ladirección y reflejo de los rayos solares, los indica-dos chorros toman, con alguna frecuencia, la apa-riencia de un tubo de cristal, en el cual se vensubir y bajar vapores, que no son otra cosa queagua pulverizada por la violenta presión ejercidapor el meteoro, y que, despueg de elevarse bajo suimpulso, se precipita de nuevo, obedeciendo lasleyes de gravedad,

    Haciendo caso omiso, por el escaso interés queofrecen, de un sin fin de trombas, que apenasasoman para desvanecerse luego, y de otras mu-chas cuyo desarrollo no llega á completarse, dire-mos que la mayor parte de los sifones, después dehaber efectuado la precitada operación, que sueledurar de un cuarto á media hora escasa, vuelven

    á replegarse sobre sí, sin ocasionar otro desperfec-to que un hoyo más ó monos profundo, que notarda en restablecerse, cuando su acc 011 se haejercido sobre el líquido, y queda más ó menospermanente, cuando lia tenido lugar sobre tierra,arena, etc.; y en tales casos, esto es, siempre quelos sifones son inofensivos, el vulgo ó la buena fedice: que han sido cortados, en virtud de haberrecitado alguna buena persona el Evangelio de SanJuan, y dado, al terminar, con un cuchillo doscortes al aire en forma de cruz.

    El último de que hemos sido testigos oculares,después de haber atravesado do» veces por debajode la nube que lo formó, ganamos tierra á la dis-tancia de 25 metros, desde cuyo punto, y al abrigode la entrada de una de las minas del castillo deSan Felipe, pudimos observarle con toda seguri-dad. Su duración sólo fue de veintitrés minutos,y terminó por disolverse, arrojando la nube única-mente algún granizo.

    Así como una vez observada, es fácil de conocerla nube dispuesta á producir el fenómeno que no9ocupa, no es tampoco difícil de apreciar, cuandoéste amenaza producir serios desastres.

    Efectivamente, en este último caso, la nube eamucho más densa, y de un color lívido oscuro,mucho más pronunciado que la que dá lugar alsifón ordinario ó inofensivo, y desciende tanto,que la parte inferior de la tromba baja á muy cor-tas distancia sobre el nivel del mar, ó de la tierra,si el meteoro se desenvuelve sobre este punto.

    Una vez desarrollado el sifón, su vientre ó cuer-po no tarda en aumentar de .volumen, hasta ad-quirir un grosor considerable; y entonces la gentedice que bebe.

    Como la dilatación que experimenta dicho cuer-po se eífectúa á expensas del espesor de sus pare -des, acontece que estas terminan por romperse ydan paso á una columna de aire, que se desprendede ellas, y ii favor de un movimiento giratorio yde traslación, con una velocidad vertiginosa re-corre espacios más ornónos largos, y lleva el es-trago por do quiera que pase; en tanto que la nu-be, que contenia aquel fluido, se desata, y una llu-via torrencial acompañada, las más de las veces,de pedrisco, según el parage á donde se precipita,viene á completar la desdicha.

    No há mucho que, en uno de los predios de es-tas cercanías, tuvo lugar un hecho de esta natura-leza, que sembró el terror y produjo male3 que,aun á costa de innumerables sacrificios pecunia-rios, permanecerán indelebles por espacio de mu-chos años.

    Si á la calma que precede á la aparición de unoó más sifones, la sucede, después de formados es-tos, algún vientecillo, acontece que, empujadas

  • 10 REVISTA EUROPEA. 6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

    por Ó3te las nubes que los formaron, les haca an-dar como arrastrados por ellas, y les imprimeciertos movimientos ondulatorios más ó monosextraños; pero en tales casos no tardan ea desha-cerse, sobre todo, por poco que el aire arrecie,pues basta la conmoción atmosférica que deter-mina un cañonazo disparado con pólvora sola, pa-ra obtener un resultado idéntico.

    Cualesquiera que considere que, dicho meteoro,tiene la figura de un cono hueco invertido, ó si sequiere, cierta semejanza con un gran embudo, cu-yo pabellón se pierde en la nub¿ productora, y laextremidad delgada sa aproxima más ó monos alsuelo ó á la superficie del mar.

    Que para que el sifón poseyera la facultad deabsorber, sería de todo punto indispensable que elvacío fuese susceptible de establecerse en su cavi-dad ó hueco.

    Que estando formadas las paredes de aquel era"budo por el vapor acuoso procedente de la mismanube, no podria pi-acticarse el tal vacío, sin seraquellas inmediatamente comprimidas por la pre-sión atmosférica exterior, y por consiguiente re -ducida á la nada su cavidad.

    Que, á lo manos, por el orificio que se nota enel vértice del cono que nos ocupa, su hueco se ha-lla en comunicación directa con el aire exterior,circunstancia, por sí sola, suficiente para imposi-bilitar aquella operación.

    Y á lo expuesto añadimos, en corroboración denuestros asertos: que, aunque el meteoro se hayaformado sobre el mar, el agua que arroja al des-atarse, es dulce como la de la lluvia ordinaria.

    Que, en aquel acto, se desprende de él una grancolumna de aire, gtte alrigaba en su seno.

    Y por último: que, al encontrarse con dicha co-lumna, para evitar el peligro,, el único medio estenderse en el suelo.

    So convendrá con nosotros en que es un ab-surdo suponer qua este meteoro se haya tragado1 agunas por completo con sus ranas y renacua-jos, para arrojarlos después, en forma de lluvia,sobre otros sitios más ó monos lejanos, indudable-mente con el objeto de emitir explicaciones satis-factorias acerca de unas especies que, por más queconsten en letras de molde, no son dignas de me-recer el menor crédito.

    Apropósito, recordamos que, hará bastantesaños, en una de las comarcas rurales de esta isla,después de un fuerte aguacero, aparecieron loscampos materialmente cuajados de sapos. Loscomarcanos creían á pié j un tillas que habíancaído con la lluvia. Pero el caso era que nadie losliabia visto caer; que todos aquellos animales es-taban sanos y ostentaban mucha vivacidad, cir-cunstancia que, al parecer, contrastaba con la

    caida que habían de haber experimentado desdeuna altura algo más que regular; y para colmo degracias, que en los tejados y azoteas no so encon-traba siquiera sombra de tales bichos.

    En vista de lo cual, nosotros presumimos queaquel suceso podia muy bien haber dimanado, deque en el varano y otoño anteriores las lluviasfueron en extremo escasas, á consecuencia de locual los charcos y lagunas se habían completa-mente secado, y que aquellos batracios se debierondesparramar en busca de su elemento favorito;que en esta situación lea sorprendió el invierno, yse alejaron en los escondrijos que estuvieron másá su alcance, en donde permanecieron aletargadosdurante la cruda estación; vino la primavera, susmiembro» entumecidos recobraron su perdida agi-lidad, y á la primera lluvia quo sucedió á estenuevo estado, abandonaron aquellas extrañas gua-ridas y salieron á disfrutar de la humedad porellos tan apetecida.

    Con todo, esto podrá no ser así; pero, sea comofuere, lo cierto, lo indudable es que la tromba ósifón marino no absorba, ni atrae, ni traga; porel contrario sopla, y con tal vehemencia, que. á lapresión de su soplo ea debido el polvo que levan-ta, ó el chorro de agua que hace saltar, como tam-bién el hoyo que al desvanecerse ó desatarse dejaen el punto sobre el cual ejerció su influencia; yen cuan ¿o á la propiedad de soplar y sorber á untiempo mismo, que alguno que otro se ha aventu-rado á concederle, no merece la pena que de ellonos ocupemos; baste decir, que constituye uno delos mayores imposibles.

    Respecto á la causa de e3te meteoro, ya hemosindicado, que nosotros no estábamos conformescon los que la atribuyen á una tensión eléctrica, nicon aquellos que la consideran dimanada de dosvientos encontrados, pues, atendidas las observa-ciones que acabamos de aducir, nosotros opinamosque el desarrollo de semejante fenómeno es debidoá dos temperaturas opuestas, la una en la nubedonde se forma, excesivamente baja con relacióná la otra que reina en lo restante de la atmósfera,y que es comparativamente mucho más elevada.

    Así, pues, la nube en cuestión se ampara delcalor de las capas atmosféricas más inmediatas áella, las cuales, en virtud de esta pérdida, se con-densan y precipitan; primero, como es consecuen-te, las contiguas á su superficie inferior, que des-cienden y son reemplazadas por otras, que después

    • las siguen, y así sucesivamente vienen á gravitarsobre el líquido, y determinan en él aquella agi-tación, de que hemos dado cuenta anteriormente,y que se manifiesta en el mar momentos antes deaparecer el sifón.

    En tanto que esto acontece en las capas inferió-

  • N.° 202 I>\ MOJA Y BOLÍVAR. UN BUEN JIJAN. 41

    res, las superiores, esto e3, las capas de aire que sealojan sobre la superficie superior de dicha nube,condensadas— como toda condensación empieza áefectuarse por un punto, cuyo diámetro y espesor,á medida que aquella aumenta van gradualmenteaumentando — dirigen su presión sobro un puntodo esta nube, y á semejanza del vidriero, cuandosoplando por medio del tubo trata de fabricar unaampolla, la arrastran hacia el suelo en forma dacono invertido, hasta abrirse paso en su vértice, ygravitar directamente sobre la superficie del maró de la tierra,, produciendo los efectos que lleva-moa indicados y que fuera ocioso repebir.

    Si al llegar á e3to estado, lo cual sucede las másde las veces, se restablece el equilibrio entre lanube y la atmósfera, los vapores acuosos que for-maban la tromba, vuelven á ascender, replegándo-se hacia la nube de donde partieron y desapareceel meteoro.

    Pero si, por el contrario, persisten Lis desigual-dadeg mencionadas, aumenta la condensación, ycon ella las capas atmosféricas que, obedeciendo aldeclivio, se precipitan por el caño del sifón, cuyoconducho cede á su presión y dilata á espensas delespesor de sus paredes, hasta que al fin se rompeny desprende de ellas, con una rapidez asombrosa,la gran columna de aire que abrigaban en su seno,resultando de este repentino desprendimiento otraperturbación en toda la nube, por la pérdida rá-pida de gran parte de su volumen, la cual, no sindejar de soltar alguna descarga eléctrica, se deshace en pedrisco y lluvia torrencial.

    Como la susodicha columna de aire, en virtudde su densidad, conserva, al desprenderse de- lanube, la figura de un cono más ó monos perfecto,con el vértice hacia abajo—punto en que gravita,en razón á su mayor pesadez específica y menorvolumen—y arrastrada por su propio peso se lanza,resba'ando sobre la parte relativamente más re-sistente de la atmósfera por donde atravi¡sa, endirección á la más rara ó que menos resistencia leofrece, adquiere, como no puedo monos do ser así,aquel movimiento giratorio de que hemos habla-do en su respectivo lugar, tan anexo al de trasla-ción de lodo cono, cilindro, esfera, etc.; el cual,como es regular, experimenta aquellas variaciones1

    consecuentes álos obstáculos con q\xe aquel cuerpoeminentemente elástico, tropieza en su vertiginosacarrera, y concluye con el restablecimiento de suequilibrio.

    Inútil nos parece indicar aquí, que las causasde los sifones, que apenas asoman para desvane-cerse luego, como asimismo de aquel os cuyo des-arrollo no llega á completarse, son idénticas á lasque obran respecto á la formación de las otrastrombas de que nos hemos ocupado, pues es fácil

    de comprender que tales diferencias únicamentedependan y se hallan en razón directa de la des-igualdad que existo entre la temperatura de lanuba y la de la atmósf era que la circuye.

    Por último, debemos añadir: que de la circuns-tancia de ser indispensables para la aparición detoda tromba dos temperaturas opuestas, la una enla nube donde se forma, excesivamente baja -— ácausa, probablemente, de proceder de puntos frios—con relación á la otra, que reina en el restantede la atmósfera, y que es, comparativamente, mu-cho má3 elevada, dimana que este meteoro sea, porlo general, más común en las zonas cálidas y tem-pladas que en las frígidas, y aparezca en unas yotras con mayor frecuencia sobre los mares y vas-tos arenales que en el resto del interior; todo locual revela, hasta la evidencia, la exactitud denuestros principios.

    ANDRÉS HERNÁNDEZ GUASCO.

    Malion, Diciembre 1877.

    UN BUEN JUAN.POEMA EN VERSO Y PROSA.

    CANTO PRIMERO.Juan se moria de fastidio, y para evitarlo pensó

    en matarse, que no es lo mismo sufrir una muertepaulatina que acabar de golpe y porrazo. Aquellarenueva á cada hora el tormento de la vida, mascon la muerte violenta no es iterable el dolor.Finis cor\>natopus. Aquí paz y después la Es-finge de lo Eterno.

    Escasamente se hallará por esos mundos de Dioaun hombie que no haya pensado alguna vez enquitarse de en medio, ó que no haya tenido du-rante el curso de su existencia motivo para hacer-lo; si e3 'QO.Q dentro del humano sentir, y con rela-ción á nuestra miseria, hay jamás motivo paraponer punto final al párrafo de la vida.

    Afortunadamente para la conservación de laespecie, si son muchos los tentados, son pocos loadecididos. El olvido, esa preciosa faz negativa dela memoria; la resignación, esa virtud que podriallamarse la abdicación de los mandrias; el deseode vivir, el instinto de conservación, otras ciencausas más prolijas de enumerarse que difícilesde ser conocidas, impiden que un crecido contin-gente de desesperados ó de infelices se borre de lalista de los vivos.

    La mayor parte de las veces son los dolores delalma y no los del cuerpo los que nos impulsan alcrimen del suicidio. Contra los males de la mate-ria se ha inventado la Medicina, ciencia ó arte decurar (en esto hay opiniones) que ha servido, sir-ve, y servirá admirablemente para hacer vivir álos médicos. Respecto á los males del alma, si ea

  • REVISTA EUROPEA. 6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

    cierto que algunos se curan por diversos procedi-mientos, también es verdad que otros resisten átodo tratamiento espiritual.

    Hay, pues, desahuciados del alma y del cuerpo,siendo para los primeros el suicidio una especiede doctor Garrido que los espera en su farmaciade ultratumba.

    Pero convengamos en que los que se matan porcuestiones puramente psicológicas son unos ton-tos que no saben vivir. Yo comprendo al mártirque, viéndose atenaceado por crueles dolores, cuyofin no ve jamás, llega al colmo ilol sufrimiento, yle pone término recibiendo de la boca de una pisto-la el beso helado de la muerte; lo comprendo, repi-to, aunque lo repruebo. ¿Con cuánta más razón, porlo tanto, no he de reprobar al que padeciendo mo-ralmente, vá, coje, y se pega un tiro, destruyendoá la vez no sólo el espíritu, sino también la mate-ria que no entraba para maldita la cosa en lacuestión? ¿Qué tiene que ver el cuerpo1! ¿Qué deli-to ha cometido1? ¿Qué dolor le atormenta, qué in-fortunio le amenaza, qué pruebas le aguardan1?¡Ah! cuan sabios son los que matando el alma,nada más que el alma, dejan que el cuerpo engor-de hasta que reviente de satfsf accionen.

    El alma puede enfermar de anemia como de plé-tora ; lo mismo pueden faltarle el amor, la amis-tad, la esperanza, la idea, que sobrarle la digni-dad, la energía, la consecuencia y la sindéresis. Essusceptible de recibir esas profundas heridas queotras almas infieren, asestando una traición. Tienesus tisis correspondientes. Se afeeta, padece, ago-niza. Pues bien: muchos de los que llevan enfer-mo el espíritu, pero que saben la aguja de marear;muchos vividores, en una palabra, han resuelto elproblema de una manera admirable.

    Así se explica que ardientes enamorados quitenla mancha de la mora con otra verde; que inquie-tos analizadores de la verdad se pongan la vendade la fe, asustados de lo que vislumbran; que ca-racteres enteros se dobleguen ante los dispensado-res de gracias; que reputaciones intachables sedejen arrastrar el mejor dia por el coche del dia-blo, y, ¡á vivir! Esto es lo que se llama matar elalma. El cuerpo, libre ya de un peso, de aquella im-portuna que tanta guerra le movia, asiste gozosoá los funerales, y, ¡á vivir! se ha dicho.

    Hay que casarse por interés ; hacerse tránsfugapolítico por medro; condesconder con el error, porconveniencia; ser cómplice en algún desaguisado,por tolerancia. Luego se tapa la boca á los maldi:cientes, desplegando ante ellos el aparato de lafortuna: se hace callar á los rectos, hablándole3 dela experiencia de la vida, y probándoles que estemundo es un fandango, y el que no le baila estonto.

    Una vez muerta el alma, entra el cuerpo enplena posesión de la existencia, gozando por sí, yá nombre de la antigua compañera de glorias y fa-tigas, hasta que, trabajado por accidentes físicos,se agrieta, cuartea, desnivela y derrumba, quedan-do reducido á un montón de polvo.

    Por desgracia ó por fortuna, hay enfermedadesdel alma que exigen para su extirpación la muer-te del cuerpo, siendo una de ellas el fastidio. Losmás acreditados filósofos moralistas, que son losmódicos espirituales, recomiendan para su cura-ción el amor en grandes dosis y á todo pasto; sieste remedio heroico resulta ineficaz, entonces elpaciente puede darse por perdido.

    Ya es llegado el momento oportuno de decir quenuestro buen Juan, el héroe del poema, muñén-dose de fastidio, y habiendo decidido matarse, es-cribió una carta ó Manifiesto al país, concebido enlos siguientes términos:

    AL PAÍS.

    He pensado saltarme la tapadera,y escribir una carta de esta manera:

    iiA ninguno se acuse; me doy la muerteporque el picaro mundo no me divierte.

    La rutina carcome nuestro organismo:siempre pasa lo mismo, siempre lo mismo.

    Las semanas se forman de siete diasmientras rigen antiguas cronologías.

    Primavera, Verano, Otoño, Inviernouniformes consuman su giro eterno,y uniformes nos brindan las Estacionesamor, baños, tristezas y sabañones.

    Siempre sale de ñocha la triste Diana,siempre sale la Aurora por la mañana.

    Una mano se lava con otra mano.¡ Vil amaneramiento de que huyo en vano!

    Me fastidia en extremo ver la Naturafuncionando con orden, paso y mesura.

    Es inútil pedirle peras al olmo;el concierto del orbe llega á su colmo;y no existe en el orbe mayor trabajoque mirar cómo llueve siempre hacia abajo.

    El amor no ha cambiado de cantinela,según quiere Juanita, quiere Manuela:tienen todas las hembras igual manía,pretensión, coquetismo y ortografía.

    Comer, beber, dormirse como cualquiera,divagar bajo el pese de la chistera,fingir ante los hombres, hacer saludos,suprimir en visita los estornudos,pagar cuentas del sastre, del zapatero,discutir cien ministros de Enero á Enero,armar e >n las ideas torpe balumb acada vez que un amigo baja á la tumba,consumir de la vida las temporadas

  • N.° 202 F. MuJA Y BOLÍVAR—UN BUEN JUAN.

    repitiendo las bromas enumeradas,soportando la horrible monotoníade ganar el pan nuestro de cada di:i,tales son las delicias de este planetaque á mi juicio no valsn una peseta.Cansado de gozarlas me suicido.Agur. ¡Viva la muerte! Juan Aburrido. K

    CANTO SEGUNDO.LLOVIENDO;

    (Confidencias de un pirata callejero.)Cuando el sol brillante

    se encapota huraño,y las nubes pardasse truecan en fangopor dejar el cielopara refrescarnos,surgen mis deseoscomo electrizados,ruedan al abismo,y celebran pactoscon el rey absoluto que llevalas riendas del Báratro.

    Apenas divisola dama de garbo,que, pulcra, recojocon discreta manola elegante faldade erugiente raso,brota de mi pechoel himno encomiásticoen pro de la formaque ensalzan los bardos ,la paleta irisada, la música,el bronca y el mármol.

    Para mis sentidos,la que á breves saltosesquiva impurezasen el empedrado,tiene una gramáticade todos los diablos.Pió, brevis et breve;trámite, acentuado;puntos suspensivos;y excelentes párrafosque la moda releva y agrandacon un pleonasmo.

    Todas mis potenciasluchan con fracaso,quedando mi espíritude ruinas sembrado.Ni la fantasía

    tiende el vuelo raudo,ni el entendimientosabe á dónde vamos;y el libre albedrío,do la forma esclavo,en sus tumbos parodia al atletadel circo romano.

    Misteriosa fuerzade fatal encantome lleva á la damacomo encadenado,á prueba de baches,arroyos y charcos.Arrecia la lluvia,me mojo, me calo;necio el transeúntese queda mirando,y la hermosa que atisban mis ojosaprieta su paso.

    Yo sé que navegopor mar ignoradoen pos de la dichaque voy brujuleando;conozco el peligroque corre mi barcosiguiendo la estelade un buque fantástico;pero no si me aguarda el refugiode algún puerto franco,ó si al ver la región hiperbóreame pierdo y naufrago.

    Tales fueron las impresiones de Juan poeo des-pués de dejar sobre su mesa de despacho el Mani-fiesto al Raís, y de lanzarse á la calle para buscarun sitio cómodo desde donde pudiera emprenderel viaje á lo Infinito.

    Llovía á cántaros, circunstancia enojosa para unsuicida romántico, de esos que escojen escrupulo-samente el lugar de la escena, se arreglan el trajey caen con gracia, á fin de que los cien gacetillerosde la prensa periódica den el mismo dia, ó al si-guiente, con todos sus polos y señales, la noticiado un suicidio irreprochable, cuyas circunstanciasganen el ánimo de los lectores á favor del desgra-ciado, y hasta arranquen de tierno pecho de algu-na lectora sentimental esta exclamación, envueltaen un suspiro vagaroso: ¡Qué lastima de chico!

    A quien tiene pensado matarse porque se abur-re, una lluvia á torrantes puede ser provechosa,pues lleva en sus aguas la eficacia necesaria paraapartarle del mal camino, del camino de la tumba.Esta eficacia consiste en la gran incomodidad quelas lluvias causan á todo el mundo. No hay

  • 14 REVISTA EUROPEA.—6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

    na, por muy preocupada que vaya con sus asuntos,que soporto paciente uno y otro chaparrón, sinacelerar el paso y tratar de acojerse bajo techado.

    Como á Juan le importaba un ardite ponerse óno hecho una sopa, siguió imperturbable su mar-cha hacia las afueras de Madrid, al azar, guiadopor el capricho del Destino. Juan era llevado poruna fuerza misteriosa, y parecia que sólo so con-cretaba á poner en movimiento su aparato loco-motivo, dejando la iniciativa, la dirección delrumbo, á una entidad invisible que le guiaba.

    Al cuarto de hora de marcha empezó á moles-tarle la pesadez de la ropa mojada que le enfriabalas carnea.

    De allí á poco notó con disgusto la humedad.Era aquella una impresión tan desagradable,

    que el alma de Juan, ocupada hasta entonces endivagar sobre las dichas de ultratumba, no tuvomás remedio que adaptarse exactamente al cuer-po, y sentir el frió húmedo de que estaba pene-trado. El cuerpo humano las gasta así. En ocasio-nes permite al alma que haga una escapatoria porlos espacios imaginarios, relevándola de los múl-tiples cargos que ejerce an el organismo. En estoscaaos, el cuerpo rutinario funciona por la fuerzade la costumbre; come, bebe, anda, hace otrasoperaciones, mientras el espíritu sutil se baña enel éter, pensando en las Batuecas empíreas. Parosucede que al cuerpo le ocurre cualquier incidenteextraordinario, y entonces es de ver como da untirón al sutilísimo hilo fluídico, merced al cualel alma se ha elevado, como se elevan las cometasen la atmósfera, sin desprenderse de la mano dequien las retiene. El alma, al sentir el llama-miento, da un suspiro, baja rápida al cuerpo, seidentifica con él, y participa de sus miserias, olvi-dada por completo del bienestar gozado haciaunos instantes.

    Como Juan no ora un suicida de tres al cuarto,ni obraba arrebatado por causa del momento;como era suieida recalcitrante, á macha martillo,lleno de convicción acerca del bienestar que elaniquilamiento subsecuente á la muerte produce,lo pensó mejor, y aplazó para otro dia el golpemortal. ¿Cómo quieren Vds. que tenga ánimospara quitarse la vida un hombre calado de aguahasta los huesos, con la ropa pegada á las carnes,sintiendo el frió molesto de una humedad de cuer-po entero?

    Además, ¿quién les ha dicho á Vds. que ungran dolor, un gran disgusto físico ó moral no son,en determinadas circunstancias, causa eficiente dereacciones tanto físicas como morales?r¿Es cierto que Juan, liado en que lo mismo da hoyque mañana, sólo se ocupó en volver grupas paraganar BU domicilio y despojarse de la empapada

    vestimenta, de las mojadas botas, del sombreroconvertido en alero de tejado; mas por sabido secalla que apenas hubiera descansado del ajetreocon que emprendió la retirada, después de bienenjugado su cuerpo, se vestiría otro traje paraconvertirle en propia mortaja cuando el tiempolo permitiera.

    El hado próspero- lo dispuso de otro modo. Elmalestar originado por la lluvia reaccionó en elinterior dé Juan hasta el punto de obligarlo á an-dar ligero en busca de casa, calor y comodidad.Quien ansia estas cosas no se mata, por el pronto.Quien después goza poseyéndolas, tampoco soaburre. El que no se aburre no se suicida portedio. Hay más; Juan no las poseía mientras ibapor la calle, pero sabia que dentro de quince mi-nutos, á lo sumo, estaria arrellanado en el sillónde gutapercha de su despacho, envuelto en la flo-reada bata, junto á la encendida chimenea de már-mol, una pierna sobre la otra, y haciendo saltaren la punta del pié libre la cómoda chinela de ta-filete encarnado con vivos de charol. De modo quese deleitaba de antemano con la seguridad de laposesión en un breve plazo, cuyo deleite le ibapredisponiendo á recibir otra serie de agradablessensaciones muy distintas de la ingrata sensacióndel frió húmedo. Por ejemplo, el escarabajo de unnuevo amor, el reconcomio que le inclinaba haciauna magnífica mujer rubia que se atravesó en sucamino, el prurito de seguirla hasta el fin delmundo, olvidándose enteramente del sillón, de labata, de la chimenea, y de la chinela.

    Nada más cierto. Una expléndida rubia quepasó ante su vista, recogiendo con. discreta manola elegante falda de crugiente raso, como dice unade las estrofas arriba puestas, le había flechadoinconscientemente. ¿Cómo? Hagamos una metáfo-ra en obsequio do la moral' quisquillosa do algúnlector ó lectora.

    Supongamos que la rubia era una. charada com-puesta de varias sílabas. Supongamos, también,que por efecto del aguacero, la pulcra rubia, alrecoger sus faldas, dejaba al descubierto algunasílaba. Supongamos, por último, que Juan quoriaadivinar las demás y conocer el todo. En cuantollevo dicho, la criminalidad, si la hay, es de Juan,y no de una dama de garbo que procura conservarlimpia la hoja do higuera, heredada de su primeramadre Eva. Juan era el que pecaba suponiendodepuesta la cascara, é imaginándose cómo seria"la parte mollar de aquella fruta. Después vendríala cuestión de hincarla el diente.

    Como dije ántefe, las impresiones que Juan re-cibió, posteriores al frió, van de manifiesto en lacanción del pirata callejero.

  • N.° 202 IT. .MOJA Y BOLÍVAR. UN BUEN JUAN.

    CANTO TERCERO.Coma el aiío 187El sol habia entrado ya en Aries; la Primavera

    ge había inaugurado oficialmente en loa almana-ques el invariable dia 20 de Marzo; no obstante, elcariz del tiempo en Madrid no tenia nada dehalagüeño. Porque la Primavera es fiesta movible.De nada sirve que el año astronómico ajuste lascuentas á la Naturaleza, diciéndole el dia que debeempezar á sonreírse, en qué signo ha de quemar-nos la sangre, cuándo ha de ponerse romántica, ycuándo ha de sumirse en el letargo, imagen de lamuerte.

    Muchas veces la Naturaleza deja con un palmode narices á la astronomía, y no empieza á son-reírse hasta fines de Abril ó principios de Mayo;otras nos quema al comienzo de Junio ó termina-ción de Setiembre; maltratándonos la mayor partede los años con Io3 rigores invernales, sin que estépara caer el dia 21 do Diciembre, época en que elinvierno crudo debe tomar posesión de su destino.

    Como digo de mi posma, el sol habia entradoya en Aries el 187 y marchaba hacia Tauro,percibiendo confusamente los balidos do aquelcornúpeta y muy ciar "s los mugidos de éste, sinque asomara por la villa del oso y del madroño larosada faz de la Primavera.

    El cielo estaba de continuo fosco, descargandosu mal humor en forma dé chaparrones. Las pun-tiagudas brisas del Guadarrama más tiraban ápinchazos de novia enojada que á ósculo» de apa-sionada amante. L03 embozos de las capas seamoldaban aún cariñosos á los rostros.

    En esta temporada fue cuando Juan vio la cha-rada rubia, ds la cual no diré que se enamoró, porque mal podía sentir tan súbitamente una organi-zación tan aburrida, pero sí que se encaprichó.

    En pleno invierno ¡lo que son las cosas! quizáno hubiera tenido constancia para empezar, con-tinuar y terminar una aventura galante. Tantosson los obstáculos que la climatérica estación sueleoponer á los Tenorios al aire libre. A fin de in-vierno y principio de Primavera ya es harina deotro costal. Un amorío de Marzo, bien empollado,puede romper el cascaron y salir piando en Mayo,al paso que uno de Diciembre puede salir pitando,sin consistencia para soportar una larga incu-bación.

    Después que Juan se enteró del domicilio de larubia, á la que no tuvo ocasión de abordar porimpedirlo el tiempo, se volvió á su casa.

    Lo primero que vio sobre la mesa de despachofue el Manifiesto al país; lo primero que vio en elManifiesto fuá aquello de

    El amor' no ha cambiado de cantinela;Como quiera Juanita quiere Manuela.

    Este pareado le sirvió do punto do meditacióndurante el largo rato que pasó al amor de la lum -bre, envuelto, por fin, en la bata floreada.

    Consideró la naturaleza femenina, su fragilidady ligereza, cómo todas las miras de la mujer se re-ducen á la satisfacción de su vanidad, y cómo bajouna aparenta mansedumbre no tienen otro obje-tivo que el dominio tiránico del hombro sojuzgadopor el sentimiento.

    Ponderóla serie de molestias, riKas, rompimien-tos, graves males y hasta terribles desgracias quede ello se originan; sacando en consecuencia quedebia perdonarse el bollo por el coscorrón.

    Así preparado por un saludable ejercicio de lamente, unido al somero examen amoroso de con-ciencia que hizo en pocos instantes, pasando re-vista imaginaria á sus trapícheos, dedujo que larubia habia de ser como las demás, no concurrien-do en ella circunstancia excepcional viaibie que laapartara del resto de sus conciudadanas.

    Por lo tanto, terminada la meditación, y ha-biendo clareado el tiempo, se vistió para salir,salió é inmediatamente se dirigió hacia la casade la rubia, con intenciones de averiguar su nom-bre, estado, posición y cuanto interesar pudiere almás nimio y precavido aspirante al amor de labella.

    Porque si 63 verdad que la mujer es vana, frá-gil, ligera y tozuda, también es verdad que elhombre es caprichoso ó inconstante, amigo de ha-cer su santísima voluntad, aunque so contradiga.De cuyas premisas, un filósofo cuyo nombre so haperdido en la oscuridad de los tiempos remotos,por más que algunos sabios afirmen y prueben es-peciosamente que se llamó Pero Gi'ullo, sac> enlimpio esta profunda sentencia: No hay peor genteque hombres_ y mujeres.

    Hago graoia al lector de los preliminares enta-blados por Juan para la conquista da la rubia, queresultó ser soltera, pensionista, independiente,pagada da su hermosura, llsna de pretensiones, ypor contera romántica furiosa. Sólo diré que Juantenia su táctica para enamorar. No era de esosque, á las primeras de cambio, espetan uua decla-ración por si pega. Era de los contados que inda-gan, averiguan, inquieren cuanto se roza con ladama desús pensamientos, y luego de bien ente-rados dan el golpe.

    En tales operaciones se le fuó algún tiempo, domodo que, cuando decidió declararse, ya la Prima-vera, esa Pascua de R.3surro3cion de la tierra, ejer"cía exclusivo imperio.

    En el campo sambraban, ingertaban ó plantaban. Las rosas habían debutado con éxito asom-broso. Infinitas larvas habían ascendido á insec-tos con brillantes alas. Do quier se construían ni-

  • 16 REVISTA EUilOPEA. 6 DE ENK11O DE 1 8 7 8 . N.° 202

    dos por pájaros de cuenta que fabricaban su ca-sita como pequeños propietarios rurales.

    Los árboles, más felices que muchoa hombresque no pueden estrenar cada año un traje, se ha-cian uno nuevo por procedimientos inversos á losnuestros. Nosotros, lo último de que nos ocupa-mos y ponemos en los vestidos son los botones;pero los árboles echan los botones antes que nada.

    La Naturaleza entera se habia presentado ri-sueña y rozagante, como quien dice: mirad quéguapa soy; y los hombres la contemplaban embo-bados y alegres, como si la contestaran: ¡Viva lagracia!

    De tanta hermosura no llegaban á Madrid, co-mo no suelen llegar á las ciudades populosas, másque los reflejos en el color del cielo, los fluidos enla agradable sensación de suave calor infiltrado enlas venas, y los perfumes que arrastran tibiasauras ligeras. Como los ciudadanos noa contenta-mos con poco, en cuanto se refiere á goces cam-pestres, bastan la luz, el calor y las brisas, paraque, saliendo del entumecimiento invernal, abra-mos nuestros peehos á la espansion, y amemos cuan-do la Naturaleza entera ama, apurando la copa delnéctar amoroso hasta ponernos como unos pepeseróticos.

    Así nuestro buen Juan. Sintió el rejoncillo co-mo todo el mundo, y tanto so espaviló, que se de-claró á la rubia, en esta forma:

    EN PRIMAVERA.Á ELLA..

    Huyendo el mundo de los encantosvienen las auras primaverales,y á las violetas de la campiñanarran historias espirituales.

    Vienen del mundo de los encantospara decirnos lo que es amor:blando susurro, tierno coloquio

    murmurador.

    De las regiones inmaculadasrápidos llegan silfos sutilesque se deleitan enloquecidoscon el aroma de los pensiles.

    Llegan los silfos inmaculadospara decirnos lo que es amor:suave perfume que se desprende

    de hermosa flor.

    Con raudo vuelo bajan del éteralborozadas las aves puras,y en lo sombrío de la enramadacantan á trinos sus aventuras.

    Bajan del cielo las avecillaspara decirnos lo que es amor:

    música leda que arroba el almadel amador.

    Tienen tus ojos color de cielo,áureos cambiantes tu cabellera,lirios y rosas forman tu rostrodonde sonríe la primavera.

    Eres el hada que se aparecepara decirnos lo que es amor.Tú eres el aura, tú eres la música,

    tú eres la flor.La romántica rubia dio el sí.Juan pardió una ilusión de las muchas que so

    habia formado para sostener aquellas relaciones.jY por qué? preguntará confusa alguna lectora.

    iPómo es que lo que llena al hombre de felicidad,el primer sí de la mujer aún pura, que dice elpoeta, es causa del disgusto de otros?

    Porque á Juan le gustaba la lucha. Su aburrí •miento nacia de habérselo encontrado todo hechoen el mundo, de no habsr tenido que dejar en loszarzales del camino de la vida, unas veces los gi-rones de sus vestiduras, y otras la sangre de sucuerpo. Cuando un alma como la de Juan, forma-da para algo elevado, se agita en el vacío de una,existencia rutinaria, fácil y sin lances, se asfixia,muere.

    No vaya á crearse que la rubia decia amen á to-do. Juan le siguió la corriente, dio cuerda al ro-manticismo de la hermosa, hasta que un dia seempeñó en descifrar la charada.

    Entonces la rubia dijo que no.Juan perdió otra ilusión.Y vuelta á preguntar -la confusa lectora. Pero,

    hombre de Dios, jeómo es que gustándole á Juanla lucha, perdia también las ilusiones cuando lecontrariaban? Por fas ó por nefas ese bendito Juanes incomprensible.

    A semejante objeción respondo diciendo, queJuan, como todos los hombres que tienen la vo-luntad poco mortificada por las contrariedades,era voluntarioso y aparecia como dotado de unadoble naturaleza. Queria la lucha porque apañashabia luchado; y cuando se lo presentaba, la aborrecia por lo mismo, por no tener costumbre deluchar. Además, si no careciera de genialidadesno podría sor el héroe de un poema.

    Planteado ya el problema, conocidos los térmi-nos de la ecuación, sabiendo que la rubia deciaque SÍ cuando se le hablaba por todo lo alto, y queno cuando se le hablaba por todo lo bajo, la solu-ción era facilísima.

    La rubia vivía vagando por las alturas; mascomo Juan se la habia encontrado como caida delas nubes el célebre dia de la Huvia, no acertaba ácomprender tanta elevación, tanta sublimidad en

  • F. MOJA Y BOLÍVAR.—UN BUEN JUAN. 47una pensionista, buena moza é independiente.

    Por lo demás, repito que la solución era facilí-sima. 0 herrar ó quitar el banco.

    En el herrar (también se puede decir siu ache)van comprendidas otras dos operaciones de que ensu tiempo habló San Pablo: ó quemarse ó casarse.El terrible santo optaba por la segunda si la pri-mera habia de durar por siempre jamás amen.

    Juan optó por la segunda, ajustándose á la opi-nión del apóstol: determinó casarse.

    Y, en efecto, se casó con otra.¡ Admirable prueba de buen sentido, de las po-

    cas que daba nuestro héroe!En eso estoy conforme con él. Apelar al matri-

    monio para la consecución de un fin terrena], de-clarándose sin brios para triunfar de un estorbo,es poquedad de ánimo, delata á un ruin. Si áello se agrega lo cobarde que me parece pedirayuda á la sociedad con sus leyes; lo impío que esganar á su causa al mismo Dios, solicitando elministerio de la religión, la bajeza sube de punto,prestándose á consideraciones que mi pluma nopuede desenvolver ahora ni en mucho tiempo sinherir ciertas conveniencias que sirven de códigomoral á muchísimas personas.

    Juan acabó por casarse para ver lo que era lavida matrimonial y buscar en ella remedio á lamanía de suicidarse por fastidio.

    Antes, sin embargo, de hacerlo, rompió con larubia de una manera irónica, incisiva; burlándosede su romanticismo. La despedida fue el dardoarrojado por el Parthoal emprender la fuga.

    Hela aquí:

    ME LO TEMO.

    Para contar los astros luminososó las gotas del mar,

    necesito vivir quinientos siglos,poco menos ó más.

    Para contar las gracias que atesoras,que es el cuento más largo de contar,según cálculo fiel, tendré bastante

    con una eternidad.• Antes que á tí la muerte inevitable

    el abrazo de hielo me dará,y mi espíritu libre, ya depuesta

    la envoltura carnal,á proseguir la suma de tus graciasdo quiera que estuvieres volará.

    Por sufrir menos, morirás más tarde,pero, al fin, morirás:

    y encargada la química implacablede destruir tu cuerpo escultural,no tendré más remedio que evocarte

    para poder sumar.Cuando oyendo la tuba del arcángel,

    TOMO X I

    cuando rota la piedra sepulcral,como somos ahora nos veamosen el sagrado valle Josafat, ' '•y por haber amado nos destinen

    á la gloria eternal:cuando estés de patitas en el cieloy me veas dispuesto á continuarla suma de tus gracias,¡considera!tú, irradiando beldad,yo, embebido en tu esencia y con el lápiz

    cuenta que contarás,vamos á hacer el oso y va á silbarnos

    la Corte Celestial.

    CANTO CUARTO.ME EXTRAÑA.

    Tiene Juan por consorte una señora,excelente mujer,

    hábil modista, pulcra bordadora,con faz de rosicler. «

    Treinta mil duros son el argumentode su carta dotal;

    repentiza en el piano y suelta al vientosu voz angelical.

    Si la arrulla un galán con el gracejode quien echa una flor,

    ofendida le muestra un entrecejoque anubarra el honor..

    Lucrecia de Tarquinos ilusoriosblasona de su fé.

    i Ay de ella si los últimos Tenoriosno fueran de douilé! .

    Cumple con su deber de esposa honrada0» con tanta precisión,

    que parece la célebre Casadade fray Luis de León.

    Y á pesar de su mérito es odiosa;le falta un no sé qué,

    rasgo esencial de la mujer hermosaque el hombre en sueños ve.

    Cuando presieiíte Juan que va á afligirsepor ese malestar

    que nos produce el alma al sumergirsede lo triste en el mar:

    Cuando el dolor en su existencia brota,cuando empieza á rugir .

    la tempestad de lágrimas que azotaal que sabe sentir,

  • REVISTA EUROPEA.—6 DE ENEEO DE 1878. N.° 202

    Demanda auxilio al serafín casero,á su noble mitad,

    y la encuentra á seis grados bajo cerode sensibilidad.

    No comprende la dama superfinaque se llegue á verter

    llanto por el dolor que uno imagina;eso no puede ser.

    Ignora que el espíritu franqueasu cárcel material;

    que se lanzt al espacio y se paseapor el mundo ideal.

    No comprende el afán de su marido,no ve la aspiración

    misteriosa del hombre que ha nacidocon mucho corazón.

    Juan aprecia las dotes de su esposa,confia en su virtud,

    j , sin embargo, es débil mariposaque deslumbrá otra luz.

    Siempre que el frió del hogar le choca,como tierno doncel

    pide calor al alma de una locaque se muere por él.

    ¡Dicen que Dios castiga con su sañael crimen de los dos!

    Ello será vsrdad; p9ro me extrañaque los castigue Dios.

    Como se ve, Juan habia encontrado su medianaranja fuera de las leyes divinas y humanas.

    Ya ni podía suicidaras por aburrimiento. Ama-ba á todo pasto.

    Esas mismas leyes me impiden sacar la moraleja,la finalidad épica. De modo que el lector se encar-gará de hacerlo por mí.

    F. MOJA Y BOLÍVAR.

    LAS HABITACIONES.

    La necesidad imprescindible de ponerse al abri-go de la intemperie, ha obligado al hombre en to-das épocas á buscar los medios de libertarse delos rigores estacionales que, en la generalidad delos casos, puede asegurarse que son incompatiblescon la salud y con la vida. Troncos de árboles,cavernas, escavaciones, lié aquí lo que constituyóla primera habitación del hombre, cuya insufi-ciencia debió reconocerse inmediatamente, puestoque no tardó en buscar y construir más seguros yciertos, ya que no muy cómodos abrigos.

    La civilización -ha ido, como es natural, mar-cando sus huellas en las construcciones. Asi esque los árabes se alojan bajo sus tiendas, que lle-van en unas picas que colocan en tierra; los tárta-ros habitan chozas de madera ó mimbres, cubier-tas de cemento espeso, en cuya parte alta hay unorificio circular, destinado al paso de la chimenea,y estas chozas son portátiles, pues las trasportanen carros tirados por bueyes; los groenlandesesocupan casas cuyos cimientos, son de tierra ó cés-ped, cubiertas de madera y materia turbosa, todomezclado generalmente con témpanos do hielo.

    La antigua civilizacio;i egipcia, construía susciudades con habitaciones que tenían jardines ytodas las comodidades de una vida holgada y unlujo refinado.

    Uno de los asuntos que hay necesidad de estu-diar en las habitaciones, es su situación, que pordesgracia rara vez se atiende como debiera en pri-mer término á la razón de salubridad, sino quesuele ser el ultimo de los motivos que se tienenen cuenta para instalar viviendas.

    Respecto al clima, puede asegurarse, en generalque el hombre, como sír cosmopolita, es suscep-tible de vivir en todos los países, pero sujeto sinembargo á las condiciones de aclimatación. Sinembargo, desde luego, la higiene debe señalarcomo climas más sanos, los templados, porque sonmás compatibles con un buen estado desalud.

    La altura que tienen las habitaciones sobre elnivel del mar es de importancia para la salud.Una elevación media es la más conveniente, puesá una altura muy considerable, la disminución dela presión atmosférica, el descenso de temperatu-ra, las corrientes de aire impetuosas, hacen queestas habitaciones ofrezcan graves peligros paralos que padecen enfermedades crónicas del cora-zón ó los pulmones, á veces determinan su desar-rollo en las personas predispuestas á ellas. Por eso,cita Becquerel en su obra de higiene, que los reli-giosos del monte de San Bernardo mueren jóve-

  • N.° 202 J. OLMEDILLA Y PUIO.—LAS HABITACIONES. 19

    nes, atacados en su mayoría de enfisema pul-monar.

    De igual manera es perjudicial para la salud lahabitación en la profundidad de un valle, puesto'que el aire tiene difícil renovación y entonces seven desarrollarse el bocio y el cretinismo.

    La naturaleza del terreno sobre que se hallanconstruidas las habitaciones, merece tenerse muyen cuenta, así como la exposición, pues á ser posi-ble, deberían elegirse las del Mediodía para el in-vierno y las del Nordeste para el estío; y no pu-diendo esto tener lugar, se debe suplir, disponien-do en las fachadas las puertas y ventanas de ma-nera que sea posible el cambio de habitación conlas diversas estaciones del año.

    Las habitaciones subterráneas puede afirmarseque, en general, son perjudiciales á la salud. Hayuna humedad constante, el aire es renovado conmucha dificultad, y consecuencia de esto es el des-arrollo de multitud de enfermedades, figurando enprimer término el escrof ulismo con todas sus aná-logas. Así sucede en algunas poblaciones mineras,que habitan en el interior de las extensísimas ga-lerías construidas para la explotación. Ademástienen también el inconveniente de respirar losgases nocivos que se desprenden de los minerales,y á más, como acontece eu las de carbón de piedra,se hallan expuestos á las mezclas detonantes quetienen lugar entre el aire y el carburo tetrahídricoque se origina en aquellos sitios, dando lugar áterribles catástrofes, que por desgracia no son tanraras, sin embargo de haberlas evitado en granmanera el descubrimiento del inmortal Davy consu lámpara de mineros.

    La proximidad de bosques y jardines, puedeasegurarse que, en general, es conveniente para lasalud, pero es indispansable que esta proximidadno sea demasiado inmediata. Los árboles y la ve-getación convienen cerca de las viviendas, porqueademás de absorber el ácido carbónico producidoen la respiración, sirven de recreo y adornan lossitios donde están colocados, pero no deben hallar-se en tal abundancia que intercaptan log rayos so-lares.

    L03 ríos caudalosos han servido en general parala fundación de las grandes ciudades, lo cual obe-dece no sólo á conveniencias sanitarias, sino quefacilita á los habitantes medios de trasporte, su-ministrándoles también las aguas indispensablespara todos los usos de la vida.

    Los pantanos y aguas estancadas son una vecin-dad malísima, y es muy raro que los habitantesde estos sitios disfruten de perfecta salud. Cuandoforzosamente haya que permanecer en estos sitios,lo que convendrá es poner entre la vivienda y elpantano una plantación que pueda neutralizar,

    aunque sólo en parte, los miasmas que se des-prenden.

    La construcción de las casas ha de practicarsecon materiales adecuados: ladrillos ó piedras muyporosas ó capaces de atraer la humedad y maderasviejas procedentes de los derribos, deben ser pros-critos en la edificación. La forma y dimensionesvarían extraordinariamente, pero la higiene deberecomendar desde luego una proporcionada alturade techos, ventilación suficiente, escaleras claras,espaciosas y no demasiado altas, edificios alinea-dos que formen anchurosas y bien aireadas calles,es lo más conveniente y lo que debe consignarse entoda Ordenanza municipal de una población algúntanto numerosa.

    Los edificios públicos deben hallarse, á ser posi-ble, aislados, y aquellos establecimientos en losquo se producen gases nocivos, como son hospita-les, fábricas de curtidos, de productos quími-cos, etc., se situarán todo lo más distante posiblede los barrios populosos.

    Una de las circunstancias que no deben tampocedarse al olvido, son las pinturas y papeles que seaplican á las paredes de las habitaciones con obje-to do decorarlas. No deben formar parte de los co-lores de estas'paredes ni el oropimente, ni berme-llón, ni el verde de Scheele, ni el minio, puestodos ellos son sustancias en alto grado venenosas,y no son raros los accidentes desgraciados ocur-ridos á consecuencia de la constante respiraciónde un aire en el que flotan partículas pequeñísi-mas de alguna de las sustancias enumeradas.

    Las puertas deben tener las suficientes dimen-siones y hallarse situadas frente á las ventanas óchimeneas para establecer las corrientes de aire, yestas ventanas, de magnitud proporcionada á ladel cuarto, á una distancia próximamente de unpió del Biso.

    Las casas recién construidas es conveniente de-jar trascurrir para habitarlas un plazo prudencial,para dar lugar á que se haya evaporado la hume-dad de los suelos y paredes, así como la desecacióntotal de las pintaras, todo lo cual variará según laépoca del año en que se considere.

    Otra de las cuestiones que no debe descuidar lahigiene es la calefacción artificial, tan necesaria enla estación fria, sobre todo á las personas valetu-dinarias, pues, de lo contrario, sobrevienen fleg-masías agudas y crónicas en los órganos de la res-piración y agravación de los reumatismos, comoconsecuencias de las habitaciones frias. La com-bustión directa de la madera es lo que primera-monte so empleó como medio de calefacción, y lamayor parte de los pueblos salvajes alimentan deesta manera el fuego en medio de sus chozas.

    Los proce