El periodismo y la eliminación del puesto de corrector de estilo - Autora: Victoria Dellara

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“EL PERIODISMO Y LA ELIMINACIÓN DEL PUESTO DE CORRECTOR DE ESTILO”

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En 1997 el puesto de corrector de estilo de los medios gráficos a nivel mundial fue eliminado. La justificación de esta determinación fue la falta de presupuesto de los medios y la posibilidad de que cada periodista realice la corrección en sus computadoras con la herramienta de Office. Esto trajo aparejado que los periodistas y jefes de redacción se distribuyeran las tareas que anteriormente ocupaba el corrector, debiendo incrementar sus horas de trabajo y provocando precarización laboral. Como consecuencia final, los diarios salen a la calle con errores ortográficos, de coherencia en las redacciones y con repeticiones de palabras que antes un corrector hubiese corregido.

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“EL PERIODISMO Y LA ELIMINACIÓN DEL

PUESTO DE CORRECTOR DE ESTILO”

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Alumna: Victoria Dellara

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EL PERIODISMO SE QUEDA SIN LOS CORRECTORES DE ESTILO

En 1997 el puesto de corrector de estilo de los medios gráficos a nivel mundial fue eliminado. La justificación de esta determinación fue la falta de presupuesto de los medios y la posibilidad de que cada periodista realice la corrección en sus computadoras con la herramienta de Office.

Esto trajo aparejado que los periodistas y jefes de redacción se distribuyeran las tareas que anteriormente ocupaba el corrector, debiendo incrementar sus horas de trabajo y provocando precarización laboral.

Como consecuencia final, los diarios salen a la calle con errores ortográficos, de coherencia en las redacciones y con repeticiones de palabras que antes un corrector hubiese corregido.

En su lugar, se utiliza la herramienta de Office ABC ortografía y gramática (F7) (recurso técnico), la cual no cumple la misma función que una persona. Es decir, la máquina no puede plantearse: "¿Qué habrá querido decir el periodista?". Este problema no se presenta en algunas revistas que siguen conservando el puesto.

Éste tema es de suma relevancia para los lectores, quienes esperan adquirir un producto de primera calidad. Pero también lo es para los periodistas, quienes se han visto perjudicados por esta eliminación. A partir de esa decisión, han tenido que incrementar su tiempo de trabajo, agregándose funciones que no les correspondían.

Silvia Cristina Ortigosa, correctora del diario argentino Ámbito Financiero explicó en junio de 2003 a www.unidadenladiversidad.com que “la función del corrector es cuidar la calidad de los textos escritos, pulirlos, vigilar que digan lo que quieren decir y no otra cosa, y que lo hagan correctamente”.

En un sentido más específico, su tarea es corregir los errores ortográficos, de tipeo y gramaticales, la redacción confusa, entre otros. También se ocupa de aspectos más formales, como cuidar los textos una vez que se realiza la prueba de página: que estén completos, que los epígrafes se correspondan con las fotos, que los títulos coincidan con los contenidos de los artículos; que si hay referencias al interior de la publicación, sean las correctas, entre otros detalles. Además de diarios, revistas, editoriales y algunos escritores, hay otros espacios de trabajo menos convencionales como las agencias de publicidad.

“Me da la impresión de que hay crecientes dificultades para expresarse con fluidez y precisión, y con un rico vocabulario. Sería interesante tratar de encontrar las causas de este problema para revertir la situación. Por otro lado, en un sentido hay más formación ya que se estudia la carrera de periodista, en la facultad, en institutos, cosa que antes no existía; un periodista era alguien que se autoformaba. Y ésta es una base interesante”, expresa la correctora.

Sobre la relación entre las nuevas tecnologías y la tarea del corrector, Ortigosa declara que “las nuevas tecnologías son maravillosas para

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procesar textos, porque podés armarlos, cortar, pegar, cambiar partes de lugar, suprimir, corregir. No obstante, no resuelven los peores errores: de concordancia, de pobreza de vocabulario, de puntuación, al menos por ahora. Yo dudo de que alguna vez lo vayan a hacer, pero a lo mejor es falta de imaginación”, concluye.

Manuales de estilo periodísticos, tales como “Así se hace periodismo: manual práctico del periodismo gráfico” de Sibila Camps y Luis Pazos, mencionan al puesto del corrector expresando: “Una vez que los materiales periodísticos están tipeados, los correctores eliminan los errores de ortografía y tipeo antes de enviar los textos para su armado".

El diario es un producto que no sólo es leído por personas que desean informarse, sino que también se utiliza en las escuelas como material de estudio.

José Martínez de Sousa sostiene en “La ortografía en la prensa” que “no es cierto que un periódico pasado de fecha solo sirve para envolver bocadillos; con frecuencia se trata de un texto de referencia o consulta muy importante, y cada vez más los periódicos y revistas de calidad, o recortes de ellos, se guardan y archivan y sus textos se citan para disipar dudas y documentar usos lingüísticos. Por ejemplo, los textos de los periódicos forman parte, en los porcentajes correspondientes, de los corpus lingüísticos en que se basan los diccionarios de uso, los de lengua, los bilingües e incluso los enciclopédicos. De aquí la importancia de cuidar bien los textos que se publican en los medios informativos, ya que con ello se contribuye en medida no despreciable al desarrollo y buena presentación de los hechos culturales”.

Lo importante de este planteo es producir conocimiento sobre la necesidad del puesto del corrector de estilo en la gráfica local. Al quitarse este puesto por falta de dinero, los periodistas y jefes de sección se encuentran sobrecargados de trabajo. No sólo deben realizar su trabajo de investigación, sino que también deben corregirlo y corregir el de otros. Esto me lleva a pensar en la precarización laboral (cada vez más trabajo y por el mismo sueldo).

Los dueños de los diarios deben darse cuenta que un periodista que ha estado 8 horas trabajando en una crónica y que la ha escrito, corregido y releído, suele estar cansado intelectualmente como para detectar sus propias fallas. Como resultado, el producto final (diario impreso), llega a manos de los lectores con errores.

Gaye Tuchman expresa: “A menos que el periodista desarrolle un trabajo de investigación más extenso, normalmente dispone de menos de un día para familiarizarse con el contexto de una historia, para reunir información, y redactar la noticia”.

Es por ello que la revisión de los textos que puede hacer un corrector de estilo es siempre un buen apoyo que recibe el redactor.

“Sabemos que los periodistas no son buenos correctores tipográficos, como no lo son los autores respecto de sus propios libros: comprobado está hasta la saciedad que, preocupados por el fondo de lo escrito, descuidan su forma. Las erratas tienen, así, el camino despejado para su aparición masiva y para convertir un texto interesante en una calamidad indigerible. Nada hay más enojoso que un texto lleno de erratas. Las erratas son

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heridas del texto, decían los tipógrafos clásicos y así se reconocía. De hecho, son algo más: una errata puede hacer cambiar el sentido de lo escrito, aspecto muy importante en el proceso de comunicación de la información”, expone Martínez de Sousa.

En la ciudad de Rosario existen dos medios gráficos que tuvieron en su redacción el puesto de corrector de estilo. Éste es el caso de “La Capital” y “El Ciudadano y La Región”.

En el caso del suplemento rosarino, “Rosario 12”, nunca existieron los correctores, ya este es enviado a Buenos Aires para que revisen su contenido y luego lo publiquen dentro de las páginas del matutino porteño “Página 12”. Es por esta razón, que los redactores del suplemento no padecieron el cambio en la rutina.

Es común que cada mañana llegue a los diarios de la ciudad una carta de algún lector quejándose de las faltas de ortografía. Desde lo medios, se toma la decisión de no publicarlas y de “retar” a los redactores.

Tuchman expresa que un periódico es una colección de muchas noticias y es por ello que si hay que rehacer demasiadas de esas noticias, el periódico no cumplirá su hora de cierre de edición y los beneficios se reducirán.

Si los diarios contaran con los correctores trabajando a la par de los redactores las notas podrían tener un material sin errores en los kioscos sin demoras. Sin embargo, los empresarios prefieren que los editores corrijan a los apurones las páginas y las entreguen a tiempo. Por supuesto, de esta manera, los dueños no deberían quejarse si hay fallas.

Como resume Tuchman, lo que no se dan cuenta los empresarios es que si los redactores y editores se retrasan por culpa de la saturación de trabajo “los camiones que lleven el periódico a provincias saldrán tarde; sus conductores pedirán horas extraordinarias. Si una edición se retrasa, la programación de las sucesivas ediciones se verá afectada; los trabajadores de talleres de composición reclamarán horas extras también. Además si las ediciones de la mañana no llegan a primera hora a los kioscos, los consumidores comprarán el periódico de la competencia que sí ha llegado, y con ello mermarán los beneficios de la empresa”.

Para reducir las fallas, los dueños le dieron a los editores de cada sección la tarea de la corrección. Sin embargo, las faltas de ortografía siguen apareciendo con igual intensidad, por lo que al parecer, no es suficiente.

La función de los correctoresLas empresas periodísticas contaban hasta 1997 con personas

dedicadas a corregir los textos escritos. Los correctores de estilo, eran encargados de leer y releer cada párrafo para corregir errores.

Su tarea no sólo era controlar las faltas de ortografía (erratas), sino también la sintaxis y la semántica de cada oración, es decir asegurarse que esté correctamente construida y que se entienda la idea que se quiere transmitir. Además, de verificar que el estilo del medio se respete. La línea editorial de un periódico siempre lo destaca del resto. Eso hace que los lectores elijan cuál leer.

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Desde la Universidad de Valencia aseguran que “no cualquiera puede ser corrector de estilo. Aunque no es necesario tener un título universitario, es un oficio para el que hacen falta una gran concentración y muchos conocimientos generales. El mejor aliado de un corrector es el diccionario, al que recurre en casos de duda”.

Este es un oficio histórico, que surgió con la aparición de la imprenta. Su trabajo humano es irremplazable, porque aunque hoy las computadoras tienen programas que corrigen la ortografía, ninguna máquina es capaz de controlar el estilo y el ajuste de significado de un texto.

Existe una predisposición a pensar que los correctores sólo corregían los errores ortográficos y gramaticales, pero en realidad, su tarea también era la revisión del contenido.

Martínez de Sousa explica: “La función del corrector tipográfico es leer atentamente las pruebas de un texto ajeno para comprobar que todas y cada una de las palabras que lo forman están bien escritas desde el punto de vista de las reglas ortográficas y tipográficas y corregir aquellas que no se ajusten a tales reglas. Por desgracia, este profesional (si es que aún queda alguno vivo) es, cada vez más, raro en las empresas periodísticas, las cuales, apoyadas en los modernos medios de composición y compaginación, confían ese trabajo a los periodistas que tienen a su cargo la sección del periódico en que aparece el texto”.

Los diarios son leídos por miles de personas y no todas poseen el mismo nivel cultural. Para que todos puedan informarse, es necesario que los textos sean comprensibles y no contengan pasajes de difícil interpretación.

Es necesario quitar del texto toda frase que provoque ambigüedad. Una noticia sólo puede tener una interpretación. Una crónica no puede ser interpretada de diferentes maneras según el lector. El trabajo del periodista es traducir los hechos para que todos lo comprendan. No para que cada quien comprenda algo distinto.

Los profesores de la Universidad de Valencia sostienen que “el estilo es un aspecto fundamental. Para conseguir un texto con buen estilo resulta fundamental prestar atención a cuestiones de léxico y sintácticas. Hay que atender así a la longitud de las oraciones y evitar alargarlas innecesariamente”.

La corrección ortográfica no es un pormenor, hace a la calidad de un texto. En nuestro país y al igual que la mayoría de los países que hablan español, nos regimos por la Real Academia Española.

“Las reglas o normas de ortografía son los procedimientos que representan el uso considerado normal y general en la escritura de una lengua. La normalidad o generalidad en el uso escrito de una lengua no es siempre una elección libre e individual. Ni siquiera del conjunto de los hablantes de esa lengua. Aunque a fin de cuentas las formas del lenguaje tarde o temprano las impone la sociedad, en el campo de la ortografía estrictamente considerada, de sus normas, es, en el mundo hispanohablante, cuestión de las academias, comenzando por la Real Academia Española, con sede en Madrid”, manifiesta Martínez de Sousa.

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Es por ello que los correctores de estilo, profesionales en la escritura saben bien qué corregir y cómo escribir correctamente. Su presencia es siempre un valor agregado en una redacción.

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LA MIRADA DESDE DE LA COCINA DE LAS NOTICIAS

Pensar que se puede eliminar el error es una utopía, pero existieron tiempos donde los correctores de estilo persiguieron ese sueño.

Ellos concurrían a sus puestos de trabajos para lograr que los diarios de Rosario salieran a la calle con la menor cantidad de falencias gramaticales, de ortografía o de tipeo posibles. Además, de tener en sus espaldas la tarea de asegurarse que las crónicas de los distintos periodistas respetaran el estilo del diario. Tarea nada fácil cuando hablamos de cientos de personas con diferentes criterios y formas de redactar.

En los matutinos de nuestra ciudad, “La Capital” y “El Ciudadano y la Región”, trabajaron muchos correctores. Algunos de ellos siguen formando parte de los staff en puestos de redactores. Otros fueron echados o se fueron por sus propios medios, en el momento en el que a nivel mundial se eliminaron los puestos de correctores de estilo en los medio gráficos.

Los UtópicosCarlos Pulvirenti, es uno de los utópicos, ya que en él se refleja la

pasión por la correcta escritura. Su historia comenzó el año 1983 cuando ingresó a La Capital en el puesto del corrector de estilo. En ese entonces el diario contaba con una oficina de correctores con 18 profesionales, distribuidos en 3 turnos. Actualmente escribe para la sección Regionales.

Con sus 24 años de carrera, sus anécdotas salpicadas de humor y algo de tristeza permiten remitirnos a las años precedentes a 1998, año en que el matutino toma la decisión de eliminar el puesto de corrector.

“Me acuerdo como sucedieron los hechos. En el 97 La Capital pasa de ser de la familia Lagos al Grupo Uno a cargo de Vila y Manzano. Además, deja de ser sábana para pasar a ser formato tabloide y deja de ser de blanco y negro para imprimirse a color. Al año vinieron los paros, los despidos y se eliminan los correctores, quienes la mayoría pasan a otra sección”, recordó.

Con la adquisición del medio, los nuevos dueños lanzaron un proyecto en el cual el corrector era innecesario. La hipótesis que plantearon fue que hoy por hoy con el desarrollo que tiene la tecnología, la corrección la podía hacer cada uno de los periodistas desde sus computadoras.

Luego de una introducción por la historia del medio, Carlos tomó un trago de su taza de café para poder bajar el sabor amargo que le produjo recordar esa explicación y agregó: “El corrector de la PC corrige un 35 por ciento de los errores. Convengamos que en la ortografía, la gramática y la sintaxis puede detectar un error, pero ¿cómo hace una máquina para analizar frases ambiguas?”.

Los empresarios traían como experiencia que ya en algunos diarios de Buenos Aires la sección corrección no funcionaba y que en el diario Uno

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de Mendoza y Los Andes también de dicha provincia (que era de su propiedad), tampoco había corrección.

Pulvirenti recordó las épocas donde llegaba a su escritorio y se ponía a corregir las redacciones antes de que se las enviaran a las rotativas. Esos tiempos donde los correctores se sentaban junto a los periodistas cuando una frase no estaba bien explicada y cuando había un trabajo en grupo donde los puestos se complementaban.

“Hoy en día mis compañeros me piden que les revise las crónicas. Siguen confiando en mí. Es cierto que el periodista es más conciente, antes escribía como le parecía y se lo mandaba al corrector para que lo corrija. Hoy es su cabeza la que pone bajo la guillotina, es por eso son más responsables. Creo que los correctores deben volver, pero es obvio que a los empresarios no les conviene económicamente”, aseguró.

Pasada la hora de charla, Carlos comenzó a desplegar sus papeles. Anotaciones de errores del día y ejemplos que utiliza cuando dicta clases de periodismo.

Entre sus hojas se ven tildes que no van, nombres mal escritos y fechas que no coinciden. Errores cotidianos de una redacción que todavía no ha salido a la calle. Después de releer las hojas comentó: “Hoy en La Capital hay un secretario o pro secretario que lee el diario antes de la impresión. La diferencia es que es una sola persona, en un solo turno. Él lee 60 páginas y es imposible pedirle que no se equivoque. Además, no lee todo, sólo controla los títulos, volantas, bajadas y algún destacado”.

Es notable la gran diferencia a la que debieron adaptarse los periodistas del medio. Pasaron de tener 18 profesionales a una sola persona que por más buena voluntad que ponga, es imposible que no se le pase algún error.

“Hoy nadie valora la experiencia, el nivel cultural o el estudio. Mientras haga un trabajo a medias está bien. Si hay errores le dicen a la gente que errores tiene cualquiera y después bajan línea adentro del diario. El nivel de los periodistas es cada vez peor. Los periodistas no saben escribir”, expuso.

Otro de los grandes puntos que destacó fue que el diario no solo llega a los hogares de cada gente, sino que también es una herramienta de aprendizaje en las escuelas. Son muchas las instituciones que utilizan las crónicas para indicarles a los chicos como escribir correctamente. El problema surge cuando se aprende del error, cuando el material de estudio es el que llega a las manos de los estudiantes con falencias.

“El diario va a las escuelas de manera gratuita. Tiene errores y los chicos aprenden con ellos. Hasta los docentes escriben con errores. Yo he visto a docentes escribir examen con tilde. Todos saben que las terminadas en n, s o vocal no llevan tilde. Luego los estudiantes la escriben así porque creen que si el docente la escribe así es porque está bien”, comentó.

La entrevista dejó entrever una persona enamorada de su profesión. Un hombre que dedica sus horas a las palabras y sus combinaciones. Un corrector que no pierde el entusiasmo por enseñar la correcta manera de escribir.

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Otro corrector que trabajó menos años en el puesto y que actualmente escribe en la sección Información General del diario La Capital es Alfredo Montenegro.

En el momento de la entrevista, Alfredo se encontraba en su horario de trabajo y tenía el segundero del reloj pisándole los talones. La hora de cierre se acercaba y las crónicas estaban a medio escribir.

“Con la eliminación de los correctores de estilo noté que hay muchos más errores. Hay una sobrecarga de trabajo porque ese era un trabajo que lo hacía gente especializada. Había un plantel muy grande de correctores, con un jefe de corrección. Hoy todo eso no existe”, comentó para romper el hielo.

Los primeros minutos realizó un repaso por la historia para poder hacer una comparación con los tiempos actuales. “Uno escribía un material, un original. Después lo tomaba el jefe de la sección. Este escrito pasaba a manos de un corrector, quien lo aprobaba luego de corregirle errores ortográficos y se tenía una consulta con el redactor que había utilizado un término que no estaba bien claro. Además estaba el jefe de corrección quien tenía la tarea de que todo saliera lo mejor posible. El texto pasaba por cuatro o cinco filtros antes de salir impreso”, recordó.

No sólo se trataba de una cadena que seguía el material sino que según expresó Montenegro, al redactor le daba tranquilidad saber que un corrector iba a leer el material. Si bien siempre trataban (los redactores) de no cometer errores, les podía ocurrir que al estar sumergidos en una idea, se le pasaran errores como por ejemplo decir un mujer.

En todo momento Alfredo reivindicó el pasado. Era como si el presente no fuera lo que él quería. Como si se hubiera perdido lo esencial, lo primordial, por lo menos para él.

Su paso por la corrección no fue muy largo y es por ello que cuando hablaba de esa sección lo hacía como desde afuera.

“Cuando se elimina la sección corrección y se los distribuye en distintas secciones, la primera idea era que esos correctores sigan la corrección de los materiales en su sección correspondiente. Sin embargo, la realidad demostró que las condiciones de trabajo empeoraron: se encontraron con que tenían más laburo y que con los francos de sus compañeros tenían que ponerse a escribir. Hoy en día les dan una mirada general a las crónicas pero no siempre hay tiempo”.

Alfredo es un periodista que no sólo le preocupa la rutina interna de los redactores, los editores o la inexistencia de los correctores. Para él lo primordial es el producto que sale a las calles y cómo los lectores se encuentran con errores que no deberían existir.

“Antes era mejor. Hoy en día hasta el mismo lector pierde el sentido en la lectura por encontrar un error. Pierde la idea de lo que venía leyendo y se queda con ese error. El hecho de contar con un corrector garantiza que el trabajo salga mejor. El corrector que estaba más capacitado lo leía desde afuera y esto servía para evitar errores”, analizó.

Lo que más lo indigna es que las posibilidades de mejorar están al alcance de las manos de los empresarios de los medios. Ellos son lo que pueden tomar la decisión de contratar nuevamente a los correctores o de

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redistribuir a los empleados para que más personas puedan controlar que el diario se imprima sin errores.

“Por supuesto que las empresas tienen un fin económico. El objetivo no es que el material salga mejor, sino tener mejor venta y publicidades y al desactivar esta sección se mandó más gente a redacción para cubrir los puestos que hacían falta. Fue para poner un parche al problema de falta de mano de obra”, aseguró.

Casi con indignación Montenegro hablaba sobre los medios gráficos a nivel nacional y cómo estos fueron eliminando el puesto. Entre sus acotaciones había frases como “Muchos diarios vivieron esto y en algunos hubo quejas y volvieron, pero no sé la situación de todos”.

Su experiencia como profesor de Seminario de Investigación Periodística en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y como periodista de “Noticias Piratas”, programa que se emite por FM Universidad, le indica que las personas que lo rodean notan errores en los diarios impresos.

Desde su condición de ex corrector y redactor del diario afirmó que esos comentarios no le son muy amenos. En su discurso siempre resaltó la importancia de poseer en el staff de La Capital profesionales que se dedicaran a leer detenidamente las crónicas.

“Se dice que el periodista tiene que ser completo: debe escribir, diagramar, buscar la foto. Esto esta relacionado directamente con la capacidad de cada uno. No es una explotación, pero si una sobrecarga de trabajo. Si hay un tipo que es fotógrafo, diagramador o corrector lo mejor es que tomen ese trabajo porque tienen la preparación. No quiero decir que el periodista puede escribir con errores ortográficos y de sintaxis, pero el corrector serviría para que salga mejor el material”, analizó.

Alfredo hizo hincapié en que una computadora no puede cumplir el papel de una persona. Ese desplazamiento le molesta y no hace nada para esconderlo. No apoya la decisión que años atrás tomaron los dueños del medio.

“Con lo de la tecnología-argumentó-se dice que cada PC tiene sus propios correctores pero, ¿Cómo sabes si está bien lo que subraya la máquina como error? Los correctores de Office no toman el sentido de la palabra sino como está escrita. Papa puede ir con tilde o sin tilde. Puede ser un tubérculo, el padre de alguien o el obispo mayor”.

Sus ejemplos por momento eran cómicos, pero lo que no era chiste, era el hecho de que al día siguiente esas palabras estaban mal escritas en los diarios o no respetaban la idea.

En la entrevista relató ejemplos de nombres que la PC modificaba automáticamente. Un ejemplo de esto es el apellido Sartre del filósofo existencialista Jean Paul Sartre. La PC por defecto toma la palabra y de manera automática la cambia a Sastre.

Antes de retirarse y en un tono de alivio Montenegro dijo que lo positivo fue que cuando se despidió a todos los correctores, los colegas hablaron para pedir su reincorporación y el cese de despidos. De esa manera lograron que no los echaran, no así que regresara la sección. “Por lo menos no se perdió la fuente de trabajo”, expresó.

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El último de los utópicos es Manuel López de Tejada, quien trabajó como corrector de estilo en el diario “La Capital” desde 1983 hasta 1997 y de “El Ciudadano y la Región” desde 1998 y hasta fines del 2000.

En sus años de carrera, además de pertenecer a los staff de los medios, se dedicó a la literatura. En la actualidad sus días pasan lejos de las correcciones, ya que no quiso reincorporarse como periodista.

“Ingresé al diario El Ciudadano antes de que saliera a las calles. La forma de corregir en este medio era diferente al de La Capital. En este último los periodistas te pasaban el trabajo a vos, uno lo corregía y lo enviaba a las rotativas. En El Ciudadano, antes de que me llegara el material, hacían una corrección los jefes y me lo pasaban en el papel. Aquí había mejor nivel. Los profesionales eran mejor elegidos”, analizó.

Su paso por ambos matutinos le permitió poder hacer una comparación de la manera de trabajar. En especial cuando en el diario de calle Entre Ríos había 3 correctores y en el de Sarmiento 18.

“En La Capital se corregían hasta los avisos fúnebres”, dijo y recordó una anécdota: “Eran las últimas horas de la noche y había fallecido la mujer del síndico del diario. Había varias participaciones y todas iguales. El problema fue que nos confundimos en una en la cual salió publicado que había muerto el síndico y no la mujer. Al día siguiente los dueños nos llamaron para saber si había sido una broma o un error”.

López de Tejada recordó los días en los que llegaba al diario (sea uno o el otro) y se encontraba con la pila de redacciones por corregir. “uno llegaba a la redacción e iba tomando cada texto y lo corregía. Si tenía alguna duda sobre una expresión me acercaba al periodista que lo había escrito y se lo consultaba. No hay peor error que el que introduce el corrector. Si le sacás una coma podés cambiar el sentido de la oración”.

Para él su tarea no era valorada. Los periodistas se felicitan entre ellos por crónicas bien escritas en el diario impreso, cuando en realidad habían sido los correctores los que habían reescrito la nota la noche anterior.

“La tarea del corrector es muy ingrata. Sólo se nota la existencia de nuestra labor cuando aparece un error. Si está bien corregido nadie se entera que existimos”, argumentó.

En sus días de corrector descubrió su pasión por la literatura y la necesidad de escribir libros. Fue allí cuando comenzó a expandirse y pasó de leer los materiales ajenos a crear los propios.

“En mis primeros años de esta profesión (corrector), me tomaba mi tiempo para dejar el texto perfecto. Era una manera de aprender a escribir. Me metía con problemas de escritura de otras personas y eso provocó que me llamaran la atención varias veces”, recordó entre risas.

Con respecto al despido de los correctores en el La Capital explicó que los dueños de este medio convocaron a una consultora europea para que analice si realmente eran necesarios y fue ésta quien indicó que su puesto no era indispensable.

“La realidad es que apareció una consultora española que tomó el mando del diario en el momento en que La Capital andaba mal. Ellos sostuvieron que en vario diarios de Europa no se usaba el corrector. Lo que

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sucede es que en los principales medios de ese continente, los periodistas hacen una sola nota por día”, expuso.

La gran diferencia con la manera de trabajar en Rosario y en Argentina en general, es que aquí los redactores escriben varias crónicas y los europeos tienen más tiempo para elaborar sus escritos.

“A pesar que allá (por Europa) hay más competencia- analizó-, es todo más relajado y los profesionales trabajan más cómodos. Acá los periodistas hacen todo tipo de notas. De temas que entienden y de algunos que no comprenden. Los jefes los mandan a hacer cualquier cosa y eso es una complicación extra. Aquí es todo más difícil”.

En su libro “La Culpa del corrector”, de Editorial Sudamericana, escrito en tiempos donde no se sabía si iban o no los correctores de estilo a perder su trabajo, queda al descubierto el sentimiento de dolor que padeció en aquellos días.

En él, López de Tejada presenta a la personalidad de los correctores mediante dos posturas: el que se ve a él mismo como un error él en si y por el otro lado, un profesional que sostiene que su tarea es la más importante.

En el texto se pueden leer párrafos como “padecimos la expulsión del paraíso” o “yo era un corrector, pero no podía certificarlo ni compartir con mis compañeros la desdicha de quedar en la calle”. Expresiones de desolación que nacieron cuando en los pasillos de la redacción se enteró que lo iban a despedir.

“En ese momento me sentía muy afligido y creo que me reconozco a mi mismo con uno de los personajes de mi libro. Me refiero a Martín quien al momento de ser despedido pensó: si me condenan a muerte, mi última voluntad sería corregir una página de sociales”, analizó.

Manuel asegura que el oficio de corrector puede en ocasiones transformarse en una obsesión. “Hay veces donde me noto corrigiendo folletos que me entregan en la calle. Cuando veo un error en las placas de la TV me pongo como loco”, confesó.

No todas las personas tienen la misma actitud frente a una falla ortográfica. Para algunos, los errores son humanos y deben ser aceptados y es por ello que dijo: “Para mi la gente se ha acostumbrado al error. Los diarios se relajaron a la hora de admitir un error. No sólo me refiero a los locales sino que también a matutinos como Clarín y La Nación donde salen errores garrafales. No obstante, la gente se cansó de llamar para quejarse o puede ser que creen que las palabras se escriben así”.

Para él las cosas bien escritas reflejan un servicio que se le brinda al lector. La degradación de la escritura, según expresaba, se debe a que hoy es más importante la información que la manera en la que está escrita. “Hay frases que no se entienden. Hay párrafos escritos a los apurones y confunden a la gente”, finalizó.

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El visto bueno Marcelo Castaño, quien hoy integra el staff de la redacción de la

Página Web de La Capital (www.lacapital.com.ar), ingresó al diario como redactor. Años más tarde se transformó en el editor de la sección Ciudad cuando la presencia del puesto de corrector ya era inexistente.

“Cuando se eliminaron a los correctores, tuve que asumir la labor que habían dejado. Me tuve que hacer cargo de ese hueco”, expresó.

En sus comienzos en el medio su tarea era la de redactor y no le daba mayor importancia a la presencia del staff de correctores. Su trabajo se centraba en la tarea de la creación de las notas y de entrevistar a las diferentes fuentes.

“Cuando estaban los correctores el redactor trabajaba más libre. Se preocupaba menos por los errores que pudiera generar el hecho de escribir rápido, contra reloj y con la tiranía del espacio (cantidad de líneas). Estas condiciones hacen que aparezcan fallas”.

En los días en los que la sección corrección existía, las diferentes fallas eran marcadas por dichos profesionales, quienes leían detenidamente los materiales antes de la impresión.

Al respecto Castaño dijo: “La aparición de fallas las afrontaban en cierta medida los correctores, con distinto nivel de eficiencia. No por el hecho de trabajar en dicha sección se era buen corrector. Siempre recuerdo que ellos tenían un principio que defendían a raja tabla que era que el principal responsable del error que sale publicado es de quien lo introduce. Es decir, el redactor”.

Cuando la sección corrección desaparece Marcelo todavía estaba en una situación en la que siguió haciendo el mismo trabajo y según recordó, no distinguía la falta. “Como no recaía sobre mis hombros esa labor no me daba cuenta. Esa responsabilidad fue un salto que no llegué a distinguir bien. He de suponer que en los redactores caía una responsabilidad mayor a la hora de entregar los materiales. Al no haber corrector, desaparecía esa red que hacía que los materiales salieran mejor”.

Si bien la figura del corrector fue eliminada, no ocurrió lo mismo con la función que cumplían. Esa tarea fue designada a otras áreas, en especial a figura del editor.

Con varios años de carrera en La Capital, fue ascendido al puesto de Editor de la sección Ciudad y fue allí cuando comenzó a padecer en carne propia la tarea de la corrección.

“Cuando trabajaba de editor no sentía una sobre carga. Siempre y cuando la labor estuviera enfocada al trabajo de editar. Mientras mi función era mirar los materiales, modificarles las cabezas no me sentí aturdido. Tiempo más tarde, cuando tuve más responsabilidades en la sección Ciudad y además tuve que hacer la edición, fue en ese momento en el que me sentí con mucho trabajo, expresó.

En su experiencia en dicho puesto, fue testigo de las falencias que aparecían en los textos. De hecho, revisando el archivo del diario, se pueden encontrar errores que salieron publicados habiendo sido revisados por editores.

“Los errores más vistos eran conceptuales, ortográficos y los que llamamos de dedo, que son los que se producen cuando uno tipea mal. Los

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escritores saben que el error aparece si no miran lo que están escribiendo”, comentó.

La necesidad de que alguien lea las redacciones que hace otro periodista, permite encontrar errores conceptuales que el propio redactor no puede ver.

“Hay algo que es fundamental: todo trabajo que haga un redactor siempre alguien lo tiene que mirar. Yo lo noto ahora porque estoy en la sección de Internet donde no hay editor. Uno se da cuenta que los materiales hay que mirarlos mucho más porque sino se publican con fallas. Aún así salen errores”, argumentó.

En cuanto a las falencias del diario Castaño analizó: “El primer problema del medio es que es muy chico. Le faltan centímetros de texto y por lo tanto se sacrifica información. Por otro lado, en cuanto a nuestro trabajo propiamente dicho, a mi gusto le falta investigación y opinión”.

Estos puntos que destaca tienen un trasfondo que están relacionados a “la políticas del diario y decisiones editoriales”, que no están relacionadas de manera directa a la eliminación del puesto de corrector y que podrían ser materia de estudio para otra investigación.

No obstante, Marcelo volvió a resaltar que si tuvieran más espacio podrían ampliar los títulos, agregar más recuadros y profundizar más en los temas. “Esa es una cuestión de generosidad con el lector. Un diario más grande que le permita al lector elegir más temas y más explicados”, agregó.

A Castaño no le parece relevante cuál es la figura que se encarga de la corrección. En tanto y en cuanto se cubra la función de mirar a conciencia el trabajo del todo, él se siente satisfecho. “Lo que no puede desaparecer es la función, porque el redactor está muy presionado por otras cosas. Es cierto que el periodista no tiene que escribir con errores y debería escribir con estilo, pero eso no es así”, finalizó.

El problema de la falta de corrección no son sólo los errores ortográficos, de sintaxis, sino que se evidencia la falta de un estilo que caracterice al medio.

Pablo Macovski trabaja en “El Ciudadano y La Región”, desde julio de 1998. En la actualidad es director de la sección Cultura y sub jefe de la Página Web del diario (www.elciudadano.net).

Para él lo importante no es la eliminación del corrector que se dedicaba a los errores, sino del profesional que controlaba el estilo de las redacciones.

“Cuando se eliminó el puesto de corrector de estilo, no hubo mucho especio para los errores en las rutinas de trabajo porque había abierto con otro formato. La manera de trabajar fue otra y hubo que adaptarse”, argumentó.

Macovski sostiene que el cambio fue para los documentos de la empresa, pero que de cierta manera, los textos se siguen corrigiendo. Dicha tarea se encuentra en manos de los editores de cada sección.

“En los papeles se eliminó el puesto del corrector de estilo propiamente dicho, pero en realidad, sigue existiendo la labor en el trabajo del jefe de sección. No es lo mismo y se nota, pero por lo menos alguien lee las crónicas”, comentó.

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La carencia de una línea editorial es evidente para él. Obsesionado por las formas de la escritura, aseguró no comprender cómo un diario puede salir a la calle sin un sello único.

“Lo que si le elimino fue el trabajo de editar el diario con estilo. Hoy no hay estilo. No creo que sea necesario que regresen los correctores, pero si que regresen los editores que editaban el estilo. Si no hay editor, no hay estilo”, resaltó.

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Los correcaminosDetrás de cada noticia existe un periodista que la produjo. Ese

profesional que llega a la redacción, se encuentra con un dato de interés general y a partir de ese momento comienza su carrera contra el reloj para dar con sus contactos, hacer las entrevistas, redactar la nota, releerla para ver sus errores y pasársela a su jefe de redacción.

Ambos medios gráficos rosarinos, “La Capital” y “El Ciudadano y La Región”, viven la misma rutina. Cada medio tiene su forma de procesar la información, pero a grandes rasgos, los dos siguen los mismos pasos.

Como decía anteriormente, el reloj es el gran enemigo del redactor (expresado de manera metafórica) y es él, el que limita la calidad de las crónicas. Además de las propias fallas que puedan tener los redactores como profesional.

Como explica Martínez de Sousa: “Las disgrafías o faltas de ortografía, también llamadas cacografías, son las equivocaciones que comete el escritor o periodista por insuficiente conocimiento o aplicación equivocada de las reglas de escritura de la lengua que utiliza al comunicarse con sus lectores. Las suelen cometer no solo los ignorantes, sino también los apresurados y los despreocupados. Los ignorantes escriben mal creyendo que escriben bien, razón por la cual solo conseguirán corregirse si alguien les hace ver que determinadas grafías que utilizan recurrentemente son erróneas. Los apresurados carecen de tiempo para comprobar las grafías dudosas que emplean; intuyen que tal vez aquella no es la forma correcta de escribir una determinada palabra, pero, pese a la duda, no hay tiempo para la consulta de un manual de ortografía o un diccionario”.

Es común escuchar a un periodista decir que si tuviera más tiempo y quizás un poco más de inversión económica por parte de los dueños, el diario saldría a las calles con productos más profundos y con mayor cantidad de fuentes.

Un ejemplo de esto son las notas relacionadas a localidades alejadas a Rosario. Si el redactor contara con un apoyo económico más elevado, podría viajar al lugar del hecho para lograr indagar más a fondo sobre lo sucedido y no haría las entrevistas por teléfono.

La CapiJorge Naymark es uno de los correcaminos. Además de ser redactor

de la sección Policiales del diario La Capital, trabaja como profesor en la UNR, donde dicta clases con Montenegro.

Su ingreso al diario fue en el año 1997 y es por ello que vivió el antes y el después de la eliminación del puesto de corrector de estilo. Su rutina de trabajo debió acostumbrarse a los diferentes cambios del medio.

“En La Capital la sección corrección se eliminó en el año 1998. Se excluye en el marco de todo un proyecto que trajeron los nuevos dueños del diario. En el 98 el diario pasa de manos de la familia Lagos al grupo Uno en la cabeza de Vila y Manzano”, recordó.

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En ese entonces no se sabía muy bien por qué era ese cambio y es por ello que comentó: “Por ese entonces, como toda escoba nueva, el grupo Vila-Manzano decide limpiar bien y entonces plantea mediante un engañoso retiro voluntario y una falsa hipótesis de que en el diario sobraba gente, la opción de doscientos tipos en la calle”, comentó con un todo algo enojado.

Para él, los cambios no fueron para lograr un mejor producto, sino más bien, una limpieza a nivel económico. Los empresarios buscaron en su momento la reducción de inversión en sueldos y el incremento de ingreso a través de publicidades y los clasificados.

Retomando la explicación de la limpieza de personal recordó: “En ese momento eran doscientas cesantías y se terminó negociando en retiros voluntarios con un pago que superaba en aquel momento lo que era la indemnización de convenio”.

Entre las personas que se fueron se encontraban no sólo compañeros de trabajo sino también amigos de él. El recuerdo lo afecta y se evidencia en una mirada triste y un tono de voz suave. No sólo para ellos fue difícil, sino también para los familiares de las personas separadas de sus puestos.

Naymark explicó que dicha situación lo hizo sentir mal. El hecho de haber quedado en el medio lo hizo sentir de cierta manera culpable. La pregunta ¿Por qué a ellos y no a mí? dio vueltas en su cabeza en aquellos días de reestructuración.

“En ese marco -dijo- se fue gente de todo tipo. Gente muy comprometida con el proceso anterior, gente comprometida con la gestión sindical y gente que decidió irse porque en aquel momento le convenía la plata. Se venía venir el nuevo organigrama”.

Con respecto a los correctores de estilo, recordó lo que Montenegro y Pulvirenti habían mencionado: “En esa reformulación del organigrama del diario, ya sea en su faz administrativa como en la periodística, el grupo decide eliminar la corrección. La excluye diciendo que hoy por hoy con el desarrollo que tiene la tecnología, la corrección la podía hacer cada uno de los periodistas desde sus computadoras”.

Al igual que los correctores, Jorge sostiene que utilizar la PC no es la mejor manera de corregir una nota antes de enviarla a las rotativas. “La PC no me diferencia la palabra esta de está. No me corrige los acentos ni las subordinadas. Me corrige los groseros problemas de tipeo. ¿Quién dice que una máquina puede hacer lo mismo que una persona?”.

Antes de la eliminación del puesto, el proceso que seguían los materiales comenzaba con el redactor que hacía el material, cuando éste terminaba lo autorizaba y pasaba al jefe de sección, luego pasaba al corrector quien le daba el último visto bueno para que ese material vaya a página.

Una vez armada la página (por entonces se hacía en collage de papel y plasticola), ésta iba al jefe de cierre quien entre las 10 de la noche y las 2 de la mañana leía todo el diario. Desde la fecha de cada página hasta el último punto, con el fin de corregir los defectos que por allí al corrector se le habían pasado por alto.

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En el 98 se dan dos cambios en el matutino de calle Sarmiento, se elimina el corrector y se elimina el jefe de cierre. La responsabilidad recae en el redactor que hace la nota y en el jefe de sección que la edita.

En estos días, el proceso se ha modificado: el redactor hace la nota, el jefe la edita y hay un secretario de cierre que en realidad se limita al grueso del material (título, volanta y bajada).

La tarea del secretario es verificar que no se repitan títulos en una misma página, que la fecha corresponda con la que está saliendo el diario. En otras palabras, se limita al impacto visual.

Verifica que por ejemplo en una página de Policiales no haya 3 títulos con la palabra mató. No posee tiempo para leer detalladamente los materiales como para salvar los detalles pequeños que son los que en realidad pueden molestar al lector.

“El peso de la corrección recae en el redactor y en el jefe de sección. Indudablemente con este cambio al jefe le lleva más tiempo la edición de las páginas, porque debe leer detalladamente cada una de las páginas, ver la página armada para ver que no se repitan estos tipos de errores”, expresó.

Naymark no sólo habló sobre su rutina sino que también analizó el trabajo diario de los editores. Para él no sólo los periodistas se vieron perjudicados por este cambio, sino que todos los trabajadores sufrieron las modificaciones.

“Los editores no sólo se limitan a su tarea de administrar su trabajo, distribuir la nota y producir la nota, sino también están viendo todos y cada uno de los materiales que se hacen en la sección”, analizó.

Para él la línea editorial de un diario habla muy bien de este. Es por ello que critica el hecho de que La Capital, a su parecer, no posea una línea propia que lo identifique.

Teniendo en cuenta la cantidad de profesionales que trabajan en el matutino, la idea de que todos se pongan de acuerdo para escribir de una manera similar se hace complicada.

“Desgraciadamente -reflexionó- el diario no tiene un estilo propio. Al no haber una forma, hay mucha libertad y cada uno de los que escriben (casi 90 personas) tiene su propio estilo. Después de que uno está varios años en el medio reconoce quien escribió cada nota aunque no lleven firma. Te das cuenta por los giros idiomáticos que usan, por los nexos. Eso es un error que jamás se tuvo en cuenta”.

Jorge no se limitó a hablar sobre su trabajo y el de sus colegas, sino que también analizó al medio en sí. Luego de tantos años de experiencia y siempre en La Capital comentó: “Creo que si hay algo que a los empresarios de este diario no les importa es el producto como diario. Si les interesa el producto como elemento de negociación, presión y comercialización de algunos espacios”.

Para él, el problema de fondo es que los dueños no tienen real importancia por el producto en si. “Jamás se plantearon hacer un producto digno o más digno, más allá de que nosotros creemos que sobran plumas para hacerlo. El redactor antes hacía más la calle. Levantaba el material, lo producía, lo redactaba y se lo sacaba de encima. Le echaba un vistazo, pero general. El jefe hacía lo mismo. Se planteaba la página, titulaba, ordenaba lo grueso y se lo sacaba de encima. Hoy por hoy le deben prestar

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mucha atención y no todos asumen eso con la misma responsabilidad”, agregó.

Realizando un análisis más de fondo planteó que lo que necesita el diario es una reestructuración. Sostiene que para que el material salga con mejor calidad, los dueños deberían analizar con mayor profundidad las cualidades de cada trabajador. De esta manera cada uno puede dar lo mejor de si.

Cada persona se destaca en algo. Es por eso que expresa que si los empresarios supieran analizar mejor a su staff este podría funcionar mejor y así lograr compensar las áreas más débiles de cada uno.

“Hay secciones -reflexionó- en los que hay buenos escribas que son malos editores. Así como hay secciones donde los sectores se compensan y se saben distribuir mejor los trabajos. Esto hace que la sección salga más correcta. Lo que quiero decir es que uno puede ser muy buen entrevistador y a la hora de bajarlo al papel no sabés como hacerlo, como traducirlo para que la gente lo entienda”.

Naymark no le hecha toda la culpa a los dueños, sino que también se miró a sí mismo y a sus compañeros y analizó: “Creo que en gran parte el responsable de esto es la empresa y en gran parte de quienes laburamos todos los días adentro. Porque no se pone el empeño, las fuerzas, las ganas o hasta la vergüenza personal de que decir: che, si yo escribo esto por lo menos que salga bien, y hay una cuestión de desidia de decir: si total el diario no es mío. Eso afecta al producto”.

Jorge no se queda con la reflexión y da como ejemplo su propia sección en la cual él es segundo jefe. En la misma se utiliza su teoría y la experiencia le dice que tiene razón y que con un poco de empeño se puede lograr que las cosas funciones mejor.

“Los días en que trabajamos en manera conjunta nos compensamos. El jefe es mucho mejor escriba que yo. Tácitamente nos separamos el trabajo y el hace la producción, y yo que soy más meticuloso y rápido para editar me encargo de esa tarea. Además de escribir el tema sobre el que este trabajando”, comentó.

Su modelo demuestra que tratando de aprovechar al interior de la sección las capacidades de cada periodista se logra que salga mejor.

Esto no pasa en todas las secciones. Policiales se organizó de esa manera porque los jefes quisieron, no porque sea una política del medio. Lo que implica que la realidad no es la misma en todos lados.

“Hay algunas secciones donde hay 2 jefes trabajando todo el día, hay más periodistas. Sin embargo, cuando sale la página impresa para ir a planta están los chicos corrigiendo. Puede entenderse que se hayan pasado 3 errores en una página, pero otra cosa es que sean 60. Lo que quiero decir, es que hubo un mal proceso de edición. Si desde arriba se dieran cuenta dirían que esa sección necesita un editor”, expresó.

Esta observación lo lleva a asegurar que sería necesario el regreso inminente de los correctores de estilo. Con su regreso podrían organizarse de mejor manera las diferentes áreas.

“Creo que sería sumamente útil el retorno de los correctores, no se si es necesario la incorporación de nueva gente a la planta sino una reubicación. Los casos de los ex correctores que trabajan como redactores

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en estos días se notan muchísimo. En policiales hay un chico que trabajaba como corrector y vos notas que periodísticamente le falta, no es lo de él. Se vio obligado a hacerlo para no quedar afuera del diario. Escribe, pero se nota que le cuesta más que a los demás. Ahora cuando le das un material hecho es fabuloso. Indudablemente lo de él es la corrección”, aseguró.

Esto genera una mala condición de trabajo. Los redactores que en realidad son correctores no se sienten cómodos como para poder rendir. Se dan cuenta ellos mismos que su lugar es otro. Que esa tarea podría hacerlo mejor otro profesional.

Naymark afirmó que el diario tiene una carencia en lo que es recursos humanos. Es por ello que dijo: “Acá hay compañeros que han ganado premios por concursos y el diario no se lo reconoció. El diario no sabe quienes son los tipos que hacen el producto. Ellos no saben que sabemos cada uno o cómo nos pueden explotar mejor y eso es claramente porque no les interesa el producto. Los periodistas se dan cuenta y algunos hacen un trabajo digno y otros piensan: si al jefe no le interesa, porqué me va a interesar a mí”.

Antes de retirarse y como broche de oro soltó una frase:”Creo que como hoy está el diario sería indispensable que regresen los correctores, aparte porque lo leo todas las mañanas”.

Como un ciudadanoNo sólo La Capital sufrió la eliminación del puesto de corrector de

estilo. “El Ciudadano y La Región” también padeció muchas modificaciones.El medio no tiene recuerdos muy agradables. Los conflictos siempre

estuvieron presentes. Los despidos, las reformas y los cierres del diario fueron repetitivos.

Miguel Pasarini, segundo jefe de la sección Espectáculos y profesor de Arte y Espectáculos en TEA (escuela de periodismo) analiza los cambios que sufrió el diario. Su ingreso al medio fue en junio del 98, meses antes de que el diario saliera a las calles.

Sentado en la entrada del medio (en la actualidad ubicado en Entre Ríos al 600), los recuerdos que contó se mezclaban con risas que denotaban su bronca por los hechos sucedidos.

“Yo tuve la suerte que ingresé el 1 de junio y el primer número salió el 7 de octubre de ese año. Es decir que estuve haciendo el número cero con la tranquilidad de que el diario no estaba en la calle. Uno experimentó mucho y trabajó sobre las formas sin saber en realidad si alguien lo leería”, comentó.

Para lograr comprender la eliminación del puesto de corrector en “El Ciudadano y La Región” es necesario conocer su historia. Comienza el 7 de octubre de 1998 cuando sale a la calle el primer ejemplar. Fundado por Orlando Vignatti de Voces S.A. y con sede en Dorrego 912, el diario surge con un espíritu de competencia hacia La Capital, Clarín y Página/12.

La ilusión del surgimiento se convierte en un sueño, ya que trece meses más tarde el medio es vendido a Multimedio La Capital. Este cambio no fue favorable, ya que queda en un segundo plano y es utilizado únicamente

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como obstáculo para el desembarco de un medio gráfico capitalino en la ciudad.

El 29 de abril del 2000 comienzan los conflictos cuando 140 de los 176 empleados del diario reciben telegramas de despido y el matutino cierra sus puertas para –según sus dueños- “darle un nuevo perfil al producto”.

Durante el mes de mayo El Ciudadano no sale a las calles, y en medio del dolor de muchos despedidos, quedó lugar para la solidaridad ya que el antiguo personal de 176 empleados (entre recontratados y cesanteados) decidió realizar un “fondo común” con sus sueldos de ese mes, para que las familias de los trabajadores perjudicados no sufran las consecuencias del conflicto.

“Los correctores desaparecieron con el primer cierre del diario. Hay una tarea que se les ha sumado ahora a los jefes de sección que es la lectura en papel, más allá de las lecturas que hacen los actuales secretarios y prosecretario. Además, hay un compromiso de los jefes de sección, porque es un hábito no entregar el material sin corregirlo previamente. A los que estamos habituados a leer en papel, la lectura digitalizada hace que se te escapen cosas. No tanto del estilo, sino de tipeado: cómo va el acento, comillas entre comillas, etc.”, explicó Pasarini.

La importancia de contar con un profesional que controle que todo esté bien escrito es fundamental para él. La calidad del producto (diario) es relevante para Miguel. Su pasión por su profesión está íntimamente relacionada con un material que llegue a manos del lector lo más perfecto posible.

“Cuando abrió El Ciudadano, se daba la particularidad de que el jefe de redacción era Pedro Cantini, actual director de la editorial municipal. Una persona gratamente obsesionada con el estilo periodístico. La suerte que tuvimos los que trabajamos con él fue la de incorporar una forma de escritura que se instaló de modo tal que no podríamos escribir en un medio gráfico de otra manera que no sea respetando el estilo periodístico”, argumentó.

Luego de su primer cierre, la redacción abrió sus puestas los primeros días de junio, tomando a 67 trabajadores. Pero el cambio era notorio ya que el ex matutino de Vignatti apuntó a un producto con un perfil más amarillo y popular. El contenido futbolístico y policial había aumentado e incluso se podían apreciar en la contratapa, fotos de señoritas con poca ropa, siendo muy similar en su portada y contratapa al Diario Popular.

Al respecto y haciendo un poco de memoria, Miguel expuso: “El despido de los correctores no es casual. Creo que tiene que ver con un descuido sobre la escritura en si. Me parece que está relacionado a la aparición de Internet y los diarios digitales. Hay una especie de pérdida de respeto por el lector. Se ha perdido el cuidado en las formas de la escritura y se han aceptado, entre comillas, nuevas formas que por ahí remiten más al lenguaje literario y que poco tiene que ver con lo periodístico”.

A lo largo de la conversación, Pasarini destacó de manera constante la etapa del diario en la cual Cantini era el corrector de estilo. Resaltó que se cuidaba mucho la manera de escribir. La forma en que los periodistas del diario se ocupaban de rescribir las notas bajadas de agencias de noticias y automáticamente le incorporaban un estilo propio.

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“Rescato y me parece sumamente valioso el corrector de estilo y obviamente la eliminación de este puesto nos generó a los periodistas una tarea adicional. Nadie tiene la suficiente capacidad como para pensar que no se le puede escapar nada”, comentó.

En cuanto al estilo en si, Miguel analizó que El Ciudadano siempre fue de lectura muy ágil. Como en este momento no hay un profesional que corrija las notas como lo hacían los correctores, “cuando viene alguien nuevo a trabajar los viejos lo guiamos para que escriba como nos enseñó Cantini”.

Desde su condición de segundo jefe de la sección Espectáculos, siempre buscó redactar con un estilo que lo identifique. Su especialidad es el teatro.

Su tarea no sólo se limita a escribir sobre las puestas en escena o hacer coberturas de los espectáculos, sino que también realiza entrevistas en profundidad. Él mismo asegura que le apasiona tener un contacto directo con los actores o directores.

“En mi sección, antes había una tendencia a construir un perfil del personaje a entrevistar (en una entrevista de personaje) y hoy muchas entrevistas arrancan con un encodillado o con un pequeñísimo perfil. Ya no es fundamental intentar poner al lector en caja. Tratar de ponerse en el lugar del lector”, explicó.

No se olvida que su profesión consta de contarle los hechos a la gente lo más explicativamente posible. Que no hay que dejar nada por sobreentendido. No siempre la gente conoce a los entrevistados o fuentes que son citadas en las páginas de los diarios.

Pasarini siempre supo, o por lo menos tenía una idea de quienes eran las personas que leían El Ciudadano. Eso le permitió en sus años de carrera saber cómo redactar para que lo entiendan y disfruten de la lectura del artículo.

“Cuando abrió el diario sabíamos que lo leía la clase media pero que también era un diario muy leído en los barrios. Tratábamos de no usar un lenguaje muy técnico. Hoy se ha ido perdiendo ese estilo. De todas maneras, es una decisión de cada uno de los periodistas el grado de compromiso que tenga ante el oficio”, analizó.

Él confía en el profesionalismo de sus compañeros y asegura que con ganas y compromiso la calidad de las crónicas pueden ser buenas. “Se puede seguir escribiendo bien sin el corrector, pero sí uno ha tenido que agudizar el ingenio para poder escribir, editar la nota más de una vez y tratar de ver el papel para que no se te escape nada. No es lo ideal, pero es lo que hay”.

Con respecto a los correctores de las PC, no tiene una buena imagen. Confía más en las personas que en una máquina y es por eso que intenta no utilizarlos. Antes de entregar sus materiales los lee y los corrige la mayor cantidad de veces que pueda.

“Yo no uso el corrector de Office, porque vengo de otra época. Yo empecé haciendo periodismo escribiendo en una máquina de escribir y ya tengo una forma. La PC sólo me ayuda a buscar un sinónimo”, agregó.

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Como consecuencia de la falta de tiempo que tiene a la hora de sentarse a escribir un texto con profundidad, confiesa que intenta evitar el ruido de la redacción y buscar un lugar más tranquilo para hacer su trabajo.

“Trato de no hacer notas firmadas en el diario. Las escribo en mi casa y las traigo en disquete. En la redacción sólo le pego una limpiada (corrección), ya que es un lugar con mucho ruido y propicio para equivocarse”, comentó.

No hay duda de que para los redactores el contar con un corrector los ayudaría a sentirse más seguros a la hora de mandar los materiales a las rotativas y al igual que Naymark afirmó: “Creo que un corrector de estilo mejoraría todo. Es como un ideal. Por lo general son licenciados en letras y saben mucho sobre las formas de la escritura. Es un valor agregado”.

Otro de los periodistas de “El Ciudadano y La Región” es Juan Pablo

Sarkisssian, redactor de las secciones Mundo y El País. Además de trabajar en el diario, pertenece al Sindicato de Prensa de Rosario y es por ello que las necesidades de la prensa es materia corriente para él.

“El Ciudadano pasó por tres épocas: la apertura, el multimedia y la era López. Sólo hubo correctores en la primera época. Con la política del cierre quedaron las personas indispensables que eran los periodistas, diagramadores, reporteros gráficos. Ni siquiera el archivo quedó. Por la presión de los propios laburantes, logramos que volviera el archivo”, comentó.

Para Juan Pablo el problema es que el medio es chico y a los dueños no les interesa instalarlo como un diario importante en la región. Otros diarios a nivel nacional poseen otra forma de trabajar. Otras prioridades que destacan a ese medio de otro.

“El corrector no aparecía como una cosa necesaria (en el momento de la eliminación). Esto tiene que ver con cómo están armadas las empresas y que trascendencia le dan al producto. Una empresa como Clarín le interesa que su producto esté bien posicionado. Por lo general, las empresas no se desesperan por el producto, los que se interesan son los escritores, los trabajadores tratan que su trabajo sea lo más digno posible”, analizó.

El cambio más notable, luego del despido de los correctores, se evidenció en la rutina diaria de los redactores. Fueron ellos los que debieron adaptarse a los cambios. Además, los editores de las diferentes secciones tuvieron que hacerse tiempo para leer con profundidad las crónicas, tarea que antes realizaban los correctores.

Al respecto expresó: “Sin los correctores se recarga el trabajo del redactor. Ante dudas preguntamos o nos manejamos con consultas recurrentes a los diccionarios de la Real Academia Española. En nuestra redacción proliferan pequeñas sábanas que colgamos donde aparecen palabras recurrentes donde dice cómo se escribe algo”.

Desde su sección Mundo han realizado entre los cronistas, una unificación a la hora de escribir nombres o palabras relacionadas a Medio Oriente.

“En nuestra sección tendemos a castellanizar las palabras que se relacionan a lo que es Medio Oriente. Esto es un acuerdo de partes que lo definimos para adentro de la sección. Puede haber alguien que esté más

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especializado o que conozca más el tema producto de la práctica y es a él a quien se le consulta ante una duda”, explicó.

Como esto es un acuerdo entre los colegas y no una regla que expresen los diccionarios, las contradicciones aparecen cuando en épocas de vacaciones comienzan a entrar al diario reemplazantes o ingresa gente nueva al staff.

“Cuando entra gente nueva por reemplazos, tiene que preguntarnos a nosotros la unificación de criterio, porque no hay alguien que corrija. Todas las secciones van logrando pequeños convenios que están en soporte papel pegadas en la redacción y otras están en formato digital, donde se puede acceder ante una duda”, dijo.

Este método no es del todo perfecto, sucede que a veces las inquietudes de un periodista no son de carácter ortográfico. Es allí donde la ausencia del corrector se evidencia más.

“En la cuestión etimológica o giros sintácticos debes consultar con algunos que tienen más hábito o más gimnasia en el área. Se resuelve de manera casera. Si bien hay correctores de Office y uno los utiliza, éste no es exacto. Nosotros en el diario usamos setiembre y el corrector de la PC te pone septiembre”, comentó.

Los periodistas de “El Ciudadano y La Región” siempre son los que solucionan los problemas del medio, aun cuando las responsabilidades les corresponden a los ejecutivos del medio.

Como son ellos los que trabajan día a día en la redacción y son ellos los que padecen las malas condiciones, son los redactores los que buscan las soluciones.

“La corrección que hacemos nosotros tiene más que ver con una cuestión operativa y conceptual. Lo que no resuelven las empresas lo termina resolviendo el periodista. Eso implica una recarga y es renunciar a una segunda lectura, sobre todo en términos formales. Es decir, que haya una coherencia dentro de una página y ésta dentro del contexto del diario”, analizó.

Juan Pablo está cansado de luchar siempre por lo mismo, especialmente cuando las respuestas no llegan. El interés de la empresa por recaudar dinero es evidente y eso descontenta a los redactores y por ello denunció: “A las empresas les interesa un cuerno. Para ellos el negocio es la publicidad y los clasificados. Cuando vos le planteas en términos periodísticos que no tenés gente para cubrir las notas, la respuesta es pongan fotos más grandes. Si no tenés fotos peguen cables y si no tenés cables rescriban la nota de ayer”.

Ese tipo de respuestas provocan en los trabajadores un desinterés por seguir peleando. No se puede luchar siempre contra la corriente. Si los intereses no son los mismos, llega un momento en el que las energías desaparecen.

“Estas respuestas te llevan a pensar, está bien si a vos no te importa… es tu diario yo sólo vengo a trabajar acá. Lo que entra en contradicción es la dignidad del trabajo que estás haciendo y ellos saben en el fondo que siempre vas a intentar hacer lo mejor”, comentó.

Retomando el tema de la eliminación de los correctores de estilo, Sarkisssian comentó que ya están acostumbrados a esa falta. Son tantos

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los reclamos que elevan desde la redacción y desde el Sindicato de Prensa, que ese pedido hoy no es prioridad.

“En el caso de los correctores, se ha ido asimilando esa carencia y de algún modo, en todos los niveles del diario, los jefes de sección editan las notas chicas de la página y los secretarios/editor corrigen lo más grande. Luego se lo pasan al diagramador que imprime las páginas y se corrige en papel. Esto lo hacen los editores, quienes deben dejar de hacer su trabajo y ponerse a corregir. A veces no llega a hacerse y así aparecen los errores”, argumentó.

La falta de redactores, el atraso de los sueldos y el pedido de un aumento salarial son más urgentes que un corrector. Al respecto explicó: “Estamos en una etapa donde nos faltan periodistas. Además de problemas de sueldo. La carencia de mano de obra se nota. Estamos un paso atrás. No es que no falten correctores es que primero necesitamos periodistas para que el corrector pueda tener trabajo, sino qué va a corregir”.

Los reclamos de los periodistas del diario son elevados por dos ámbitos. Por un lado son los editores del medio quienes presentan un pedido y por el otro, desde el Sindicato de Prensa se presenta un petitorio con cuatro puntos. De esta manera, “El Ciudadano y La Región”, logra que cinco pedidos lleguen a manos de los responsables. Para finalizar, Sarkissian expresó: “Se necesitan correctores, pero la demanda central son los periodistas que escriban las páginas”.

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Agradecimiento:

Deseo expresar mi agradecimiento a todos aquellos que hicieron posible este trabajo. La elaboración del mismo no podría haber sido posible sin ellos y sin su buena predisposición a sentarse a charlar conmigo.

Sus experiencias de vida y su calidad humana me incentivaron a querer saber cada día más sobre los cambios que padecieron con la eliminación del puesto de corrector de estilo.

Gracias a Carlos Pulvirenti, Alfredo Montenegro, Sergio Naymark, Marcelo Castaño, Pablo Makovsky, Juan Pablo Sarkissián, Miguel Pasarini y Manuel López de Tejada.

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Nota del autor

Si a lo largo de la lectura de este trabajo notan errores ortográficos, de sintaxis o gramaticales, les pido disculpas. Lo que sucede es que este trabajo no fue revisado por un corrector de estilo.

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