El Perdon De Los Pecados

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Amados Apóstoles de Distrito y Ayudantes Apóstol de Distrito: En ocasión de la parte espiritual les quisiera comunicar algunos pensamientos sobre el perdón de los pecados. 1. “Yo creo en […] el perdón de los pecados” La fe en el perdón de los pecados (también llamado “Absolución”) es uno de los elementos básicos de la fe crisana: es mencionada expresamente en las Confesiones de fe de la Iglesia angua y también en el tercer arculo de nuestra Confesión de fe. La posibilidad del perdón de los pecados ene su origen en el sacrificio de Cristo. La liberación fundamental del dominio del pecado ene lugar en el Santo Bausmo con Agua, en el cual es lavado el pecado original. En cada Servicio Divino, el Apóstol o un portador de ministerio autorizado por él anuncia la Absolución en el nombre de Jesús. Si se la recibe con un corazón creyente, borra el pecado y la culpa individual ante Dios. Pero ni el Bausmo con Agua ni la Absolución liberan de la inclinación al pecado (concupiscencia). Apenas liberados de nuestros pecados, los cometemos otra vez, a pesar de todos nuestros esfuerzos por no hacerlo. Para hablar del perdón de los pecados, muchas veces nos valemos de la imagen del lavado: nuestros pecados contaminan nuestra alma y la Absolución la lava. Esta explicación no está equivocada, pero es insuficiente. Si sólo tomamos en cuenta este aspecto de la Absolución, corremos el peligro de no darle la importancia adecuada. Algunos podrían verse tentados a relacionar la frecuencia del “lavado” con el grado de “contaminación”. Otros, por su parte, podrían cuesonar su ulidad: ¿De qué sirve el perdón de los pecados anunciado en el Servicio Divino, si su efecto sólo dura muy poco? De todas maneras, el Señor nos debe volver a perdonar cuando Él venga otra vez, pues en ese momento ninguno de nosotros estará sin pecado. Tomándola estrictamente, la importancia del perdón de los pecados trasciende en mucho la purificación espiritual. Aunque no es un Sacramento, el perdón de los pecados dentro del Servicio Divino es una parte importante de nuestra preparación para la recepción digna de la Santa Cena, y por lo tanto, también para el retorno del Señor. En primer lugar, obtener el perdón requiere un trabajo de preparación. Como es sabido, debemos · examinarnos profundamente nosotros mismos y ser conscientes de nuestros errores. ¿Quién de nosotros, sin esta “obligación”, haría esta autoexaminación por impulso propio y regularmente? · confesar nuestras faltas ante Dios, esto significa, no sólo reconocer nuestras faltas, sino también nuestra culpa. El confesarlo es un recurso excelente en la lucha contra las excusas, que nos gusta inventar. · arrepenrnos, es decir expresar claramente nuestra decisión de querer mejorar. · acudir de inmediato al camino de la reconciliación con nuestro prójimo. Realizado regularmente de esta manera, este trabajo espiritual previo contribuye sin duda alguna a nuestra sanficación. Entonces el perdón de los pecados redunda irrenunciablemente en nuestro bienestar espiritual; pues la Absolución no sólo borra nuestras faltas, también nos concede la paz del Resucitado: · El Señor nos confirma que no nos ha desechado; su amor a nosotros permaneció invariable. · Jesucristo nos recuerda que Él venció el mal. Aunque Satanás nos puede hacer caer, no nos puede separar del amor de Dios. Parte espiritual AADI 12-13 de marzo de 2015 en Zúrich Pág. 1 de 4

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Amados Apóstoles de Distrito y Ayudantes Apóstol de Distrito:

En ocasión de la parte espiritual les quisiera comunicar algunos pensamientos sobre el perdón de los pecados.

1. “Yo creo en […] el perdón de los pecados”

La fe en el perdón de los pecados (también llamado “Absolución”) es uno de los elementos básicos de la fe cris�ana: es mencionada expresamente en las Confesiones de fe de la Iglesia an�gua y también en el tercer ar�culo de nuestra Confesión de fe.

La posibilidad del perdón de los pecados �ene su origen en el sacrificio de Cristo. La liberación fundamental del dominio del pecado �ene lugar en el Santo Bau�smo con Agua, en el cual es lavado el pecado original. En cada Servicio Divino, el Apóstol o un portador de ministerio autorizado por él anuncia la Absolución en el nombre de Jesús. Si se la recibe con un corazón creyente, borra el pecado y la culpa individual ante Dios. Pero ni el Bau�smo con Agua ni la Absolución liberan de la inclinación al pecado (concupiscencia). Apenas liberados de nuestros pecados, los cometemos otra vez, a pesar de todos nuestros esfuerzos por no hacerlo.

Para hablar del perdón de los pecados, muchas veces nos valemos de la imagen del lavado: nuestros pecados contaminan nuestra alma y la Absolución la lava. Esta explicación no está equivocada, pero es insuficiente. Si sólo tomamos en cuenta este aspecto de la Absolución, corremos el peligro de no darle la importancia adecuada. Algunos podrían verse tentados a relacionar la frecuencia del “lavado” con el grado de “contaminación”. Otros, por su parte, podrían cues�onar su u�lidad: ¿De qué sirve el perdón de los pecados anunciado en el Servicio Divino, si su efecto sólo dura muy poco? De todas maneras, el Señor nos debe volver a perdonar cuando Él venga otra vez, pues en ese momento ninguno de nosotros estará sin pecado.

Tomándola estrictamente, la importancia del perdón de los pecados trasciende en mucho la purificación espiritual. Aunque no es un Sacramento, el perdón de los pecados dentro del Servicio Divino es una parte importante de nuestra preparación para la recepción digna de la Santa Cena, y por lo tanto, también para el retorno del Señor.

En primer lugar, obtener el perdón requiere un trabajo de preparación. Como es sabido, debemos

· examinarnos profundamente nosotros mismos y ser conscientes de nuestros errores. ¿Quién de nosotros, sin esta “obligación”, haría esta autoexaminación por impulso propio y regularmente?

· confesar nuestras faltas ante Dios, esto significa, no sólo reconocer nuestras faltas, sino también nuestra culpa. El confesarlo es un recurso excelente en la lucha contra las excusas, que nos gusta inventar.

· arrepen�rnos, es decir expresar claramente nuestra decisión de querer mejorar.

· acudir de inmediato al camino de la reconciliación con nuestro prójimo.

Realizado regularmente de esta manera, este trabajo espiritual previo contribuye sin duda alguna a nuestra san�ficación.

Entonces el perdón de los pecados redunda irrenunciablemente en nuestro bienestar espiritual; pues la Absolución no sólo borra nuestras faltas, también nos concede la paz del Resucitado:

· El Señor nos confirma que no nos ha desechado; su amor a nosotros permaneció invariable.

· Jesucristo nos recuerda que Él venció el mal. Aunque Satanás nos puede hacer caer, no nos puede separar del amor de Dios.

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· Si nuestros pecados son borrados, podemos atrevernos a un nuevo comienzo sin estar cargados por el peso del pecado.

Además, el perdón de los pecados en el Servicio Divino contribuye a que los hijos de Dios estén más cerca unos de otros y se fortalezca la unidad deseada por el Señor:

· En el canto de arrepen�miento y en la oración del “Padre Nuestro” antes de la Absolución, la comunidad confiesa sus pecados. Cada uno confiesa públicamente sus pecados y admite que no es mejor que su prójimo.

· Esta confesión conjunta está ligada a la pe�ción conjunta: “Líbranos del mal”. Esta pe�ción subraya la solidaridad de la comunidad en la lucha contra el pecado: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados“ (Stg. 5:16).

· La Absolución es anunciada a todos. Cada uno puede oír el perdón que le es concedido al otro, y alegrarse por ello.

Finalmente y ante todo, la importancia del perdón de los pecados resulta de su relación directa con el festejo de la Santa Cena. Tomar la Santa Cena dignamente es imprescindible para la vida en Cristo. El perdón de los pecados en sí, por su parte, es indispensable para recibir dignamente la Santa Cena. Se debe a varios mo�vos:

· Debemos purificarnos para tener comunión con Cristo.

· La par�cipación en la Santa Cena queda reservada a los bau�zados, a aquellos que se esfuerzan por apartarse del mal para seguir a Cristo. Arrepin�éndonos para recibir el perdón de los pecados, confirmamos que todavía, a pesar de nuestros errores, estamos firmemente decididos a guardar la promesa que dimos en el Bau�smo (el voto de la Confirmación representa una reafirmación de la promesa de creer en Jesucristo y vivir conforme al Evangelio). Recién entonces podemos tomar dignamente la Santa Cena.

· Durante la Santa Cena, la comunidad se comunica entre ella. La verdadera comunión sólo es posible cuando uno se ha perdonado recíprocamente.

¡Necesitamos el perdón de los pecados porque la Santa Cena es imprescindible para nosotros!

2. “Yo creo que el Señor Jesús […] ha enviado a sus Apóstoles […] con el encargo de […] perdonar pecados en su nombre”

Después de su resurrección, el Señor confió a sus discípulos el encargo de perdonar pecados en su nombre: “Como me envió el Padre, así también yo os envío. […] A quienes remi�ereis los pecados, les son remi�dos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos“ (Jn. 20:21 y 23). Nuestro cuarto ar�culo de la fe hace referencia a ello. El Catecismo (2.4.4) explica cómo entendemos esta indicación bíblica: “Otra función del apostolado consiste […] en el anuncio legí�mo del perdón de los pecados a los hombres por el sacrificio y el mérito de Jesucristo”.

El hecho de que nuestra Confesión de fe mencione en dos ar�culos la fe en el perdón de los pecados y el encargo de los Apóstoles para perdonar los pecados, �ene un significado especial:

· El perdón mencionado en el tercer ar�culo de la fe habla de un acto de Dios. En efecto, el perdón de los pecados es un privilegio que goza Dios: sólo el trino Dios puede borrar los pecados y lo puede hacer en todo momento. Jesús, el Hijo de Dios, dijo de sí mismo que Él �ene potestad en la �erra para perdonar pecados (cf. Mr. 2:10) y esto incluso antes de ofrecer su sacrificio en la cruz.

· El cuarto ar�culo de la fe hace referencia con mayor precisión al obrar de Jesús en su Iglesia. En la Iglesia de Cristo, aquellos que creen en Jesucristo, el Redentor, pueden recibir la gracia del Bau�smo experimentando así el lavado del pecado original. Dentro de la Iglesia, los Apóstoles recibieron el encargo de anunciar en forma vinculante el perdón de los pecados.

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El Apóstol anuncia el perdón, pero Dios es el que perdona. La autoridad de los Apóstoles en términos del perdón de los pecados no es comparable a un automa�smo. Sólo el anuncio del perdón de los pecados por un Apóstol no es suficiente para lavar los pecados. El perdón sólo es efec�vo cuando el pecador cumple con las condiciones necesarias para ello.

La autoridad con la que los Apóstoles anuncian el perdón de los pecados, se basa esencialmente en el debido anuncio de la palabra y en la debida administración de los Sacramentos. El pecador �ene la seguridad de alcanzar el perdón de sus pecados cuando con�a con fe en la autoridad del ministerio de Apóstol.

Los Apóstoles están ac�vos como embajadores de Cristo: a través de ellos es Jesucristo mismo el que anuncia al creyente la Absolución. El perdón, anunciado por el Apóstol, es determinante, independientemente de la opinión y de la aprobación de los hombres. El pecador puede recibir perdón de Dios incluso si los hombres lo siguen acusando…

Ahora bien, ¿excluye el encargo confiado a los Apóstoles de perdonar los pecados toda posibilidad de alcanzar el perdón de los pecados también fuera del apostolado?

Recordemos en primer lugar que el encargo de los Apóstoles �ene límites de �empo, ya que consiste principalmente en anunciar el retorno de Cristo y preparar a los creyentes para ese acontecimiento. En el retorno del Señor serán transfigurados los vivientes que estén preparados para su venida. Recibirán un cuerpo glorificado y entrarán en la comunión eterna con Dios. Ya que se trata de pecadores, necesitarán inevitablemente el perdón de los pecados para poder entrar. Este perdón no será pronunciado por los Apóstoles, sino que será concedido directamente por Dios. Lo mismo rige para los már�res que resucitarán después de la gran tribulación. En el juicio final será Dios mismo quien conceda gracia a aquellos que puedan entrar en la nueva creación.

Por lo tanto, nuestra doctrina de fe menciona expresamente la posibilidad de alcanzar el perdón de los pecados también después de que haya culminado la ac�vidad de los Apóstoles. Sobre el �empo previo a que nuevamente hubiera portadores del ministerio de Apóstol, cita nuestro Catecismo que es imaginable que Dios haya aplicado gracia y perdón (6.4.2.2).

¿Cómo es en nuestro �empo? El Catecismo menciona una verdad fundamental: “Dios en su omnipotencia siempre puede perdonar pecados” (12.1.8.1). ¿Cómo podemos excluir, por ende, toda posibilidad de perdón de los pecados sin la par�cipación de un Apóstol o de alguien que ha sido autorizado por él como corresponde? Nadie puede poner límites al obrar de Dios.

En el pasado a veces se vio la importancia del ministerio de Apóstol ante todo en el encargo de perdonar los pecados. El que opina de esa manera, no puede admi�r que se podría imaginar el perdón de los pecados sin el ministerio de Apóstol, no poniendo en duda el ministerio. En aquel �empo, se ponía el acento en el perdón de los pecados; la Santa Cena sólo era un mero elemento secundario de la Absolución, en cierto modo una forma de confirmación o recibo del perdón de los pecados. Hoy vemos a la Santa Cena como un acontecimiento central del Servicio Divino y el perdón de los pecados como una condición previa imprescindible para este festejo. Creemos que la Santa Cena es un recurso importante en la preparación para el retorno del Señor, y que su administración está confiada a los Apóstoles vivientes. Nuestra doctrina de fe destaca claramente que el ministerio de Apóstol es imprescindible para la preparación para el retorno del Señor, porque únicamente él puede dispensar el Sacramento del Santo Sellamiento (por el cual �ene lugar el llamamiento a la primogenitura) y el de la Santa Cena

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en todos sus aspectos (es decir, la verdadera presencia del cuerpo y la sangre de Jesucristo, haciendo presente el sacrificio de Cristo). De esa manera, la pregunta de si podría exis�r el perdón de los pecados también fuera del apostolado, habrá perdido su carácter extremadamente delicado…

¿Por qué tendríamos que afirmar una y otra vez, necesariamente, que queda excluido que Dios hoy no perdone ningún pecado a un creyente si este no cree en los Apóstoles ac�vos en la Iglesia Nueva Apostólica? No creo que esto sirva para fortalecer el ministerio de Apóstol, ni tampoco que un argumento así mo�varía a la gran masa a acudir a nosotros…

Como hijos de Dios tenemos el encargo de llamar la atención de los hombres hacia el obrar de los Apóstoles vivientes. Lo podemos hacer siendo una carta del apostolado, conocida y leída por los hombres (cf. 2 Co. 3:2). ¡En la comunidad se debe reconocer la ac�vidad y el significado del ministerio de Apóstol!

Observemos el encargo del apostolado así como Pablo lo describió: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios“ (2 Co. 5:20). El Apóstol Mayor Leber nos hizo redescrubrir la importancia y el valor del arrepen�miento. ¡Sigamos el camino que él nos trazó! ¡Proclamemos la gracia del Señor Jesucristo, prediquemos el arrepen�miento y demos un buen ejemplo!

¡Demos tes�monio de que los Apóstoles �enen la autoridad de anunciar el perdón de los pecados! Mostremos al mundo que los cris�anos nuevoapostólicos

· �enen el valor de cues�onarse y que están decididos a cambiar algo.

· están dispuestos al perdón y la reconciliación.

· se esfuerzan por alcanzar la unidad de unos con otros.

Una ac�tud así nos traerá la bendición de Dios y aumentará el interés de nuestros contemporáneos por la causa apostólica.

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