El Pensamiento de La Apocalíptica Judía

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EL PENSAMIENTO DE LA APOCALÍPTICA JUDÍA CARLOS BLANCO E D I T O R I A L T R O T T A ENSAYO FILOSÓFICO - TEOLÓGICO

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  • el pensamiento de la apocalpticajuda

    carlos blanco

    e d i t o r i a l t r o t t a

    ensa yo f i lo sf i co- teolg i co

    En medio de la efervescencia teolgica que caracteriz el perodo del Segundo Templo, la apocalptica destaca tanto por su influjo en el judasmo rabnico y en el cris-tianismo primitivo como por la centralidad que adquie-re en su discurso la temtica escatolgica.

    Este libro examina el contexto histrico-cultural de la apocalptica juda, las caractersticas fundamenta-les que vertebran este movimiento y su relacin con otras religiones del Prximo Oriente. Aborda, asimis-mo, cuestiones de cadencia filosfica latentes en sus escritos ms sealados, como el problema del deter-minismo histrico y la dialctica entre inmanencia y trascendencia en la imagen de Dios. Se pretende as subrayar la existencia de un pensamiento en la apoca-lptica juda, el cual, aun siendo prefilosfico, exhibe importantes similitudes con algunas de las reflexiones ms profundas que han definido la tradicin filosfi-ca occidental.

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    Carlos Blanco (Madrid, 1986)

    Es doctor en Filosofa, doctor en Teologa y licenciado en Ciencias Qumicas. Entre 2009 y 2011 ha sido Visi-ting Fellow en el Comit para el Estudio de la Religin de la Universidad de Harvard. Ha publicado nueve li-bros, entre ellos, Philosophy and Salvation (2012) y Why Resurrection? (2011), as como numerosos artculos.

    9 788498 794311

    ISBN 978-84-9879-431-1

  • El pensamiento de la apocalptica juda

  • E D I T O R I A L T R O T T A

    El pensamiento de la apocalptica judaEnsayo filosfico-teolgico

    Carlos Blanco

  • Editorial Trotta, S.A., 2013Ferraz, 55. 28008 Madrid

    Telfono: 91 543 03 61Fax: 91 543 14 88

    E-mail: [email protected]://www.trotta.es

    Carlos Blanco Prez, 2013

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    ISBN (edicin electrnica pdf): 978-84-9879-449-6

    COLECCIN ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Religin

    Esta obra ha recibido una ayuda a la edicin del Ministerio de Educacin, Cultura y Deporte

  • 7NDICE

    Prefacio ................................................................................................ 9Introduccin ......................................................................................... 13

    1. Contexto histriCo y soCiopoltiCo de la apoCalptiCa juda ...... 17

    I. Sociedad, economa y cultura en Palestina bajo el helenismo ..... 19 II. Historia poltica y religiosa del Segundo Templo ....................... 31 III. Los hasidim y la efervescencia religiosa en poca macabea ........ 39

    1. El contexto religioso posterior a la revuelta macabea ............ 392. Los esenios y la apocalptica .................................................. 44

    2. CaraCterstiCas fundamentales de la apoCalptiCa juda .............. 55

    I. Hacia una definicin de apocalptica ...................................... 55 II. La apocalptica y el profetismo .................................................. 59 III. El lenguaje apocalptico y su dimensin sociopoltica ................ 68 IV. La apocalptica y su entorno cultural ......................................... 79

    1. La muerte en la literatura de Egipto, Mesopotamia y Ca-nan ................................................................................... 82

    2. Muerte e historia en el helenismo y el zoroastrismo .............. 903. A modo de conclusin .......................................................... 100

    3. algunas Cuestiones filosfiCas latentes en la apoCalptiCa juda ... 103

    I. Una cosmovisin genuinamente apocalptica? .......................... 103 II. Periodizacin de la historia y determinismo en la apocalptica ... 115

    1. Cosmos e historia .................................................................. 1152. Tiempo y eternidad; libertad y necesidad; protologa y esca-

    tologa ................................................................................. 125 III. La cosmovisin apocalptica y la concepcin de la historia en

    Hegel ........................................................................................ 132 IV. El Dios trascendente y la crtica antropolgica de la religin ..... 139

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    V. La importancia de la apocalptica en la teologa de Wolfhart Pan-nenberg .................................................................................... 147

    VI. Escatologa apocalptica y karma ............................................... 158

    Apndice I. apoCalptiCa, resurreCCin e historia ............................. 165

    1. Helenismo, apocalptica y destino del individuo ......................... 1652. Clasificacin de las doctrinas escatolgicas de la literatura inter-

    testamentaria juda .................................................................... 1693. Resurreccin, etnocentrismo y universalismo .............................. 171 a) Restauracin colectiva ............................................................ 172 b) Resurreccin individual (espiritual o de la carne) .................... 176 c) Pervivencia (espiritual) ........................................................... 182 d) Escatologa realizada .............................................................. 1864. Principales niveles de significacin de la idea de resurreccin en

    la literatura intertestamentaria ................................................... 1895. Evaluacin crtica de la escatologa apocalptica .......................... 192

    Apndice II. algunos textos intertestamentarios para la Compren-sin del pensamiento apoCalptiCo ............................................... 197

    1. Ciclo de Henoc .......................................................................... 1972. 2 Baruc ....................................................................................... 2023. 4 Esdras ...................................................................................... 2064. Orculos Sibilinos ....................................................................... 210

    Bibliografa ........................................................................................... 213

  • 9PREFACIO

    Este ensayo posee un objetivo ntido: exponer las caractersticas funda-mentales del fenmeno de la apocalptica juda antigua para lectores con intereses de ndole filosfica y teolgica. El historiador del judasmo del Segundo Templo, el especialista en literatura intertestamentaria, el ver-sado en filologa semtica, el socilogo del judasmo primitivo o el biblista difcilmente encontrarn datos que no conozcan ya, y no pertenezcan al acervo de erudicin actualmente disponible sobre la apocalptica juda. No se aportan nuevas fuentes documentales ni se procede a un anlisis minucioso de las ya existentes1.

    La pretensin ha sido bien distinta: nos hemos afanado en mostrar que textos destacados de la apocalptica juda alumbran, mediante sus reflexiones sobre la historia, la muerte o la escatologa, una Weltan-

    1. Por ello, hemos intentado ceirnos, en la medida de lo posible, al consenso ms amplio (sumamente complicado de encontrar en ciertos casos) entre los especialistas en la apocalptica juda. Algunas de las tesis podrn parecer, a los estudios de vanguardia, tpicas e incluso superadas, pero dada la profusin de trabajos sobre el contexto socio-histrico de la apocalptica juda, as como las discrepancias, difciles de solventar, entre los eruditos ms reconocidos en cuestiones como el origen preciso de este movimiento (si surgi como reaccin frente al judasmo tradicional o como desarrollo interno desde los estamentos sacerdotales) o la naturaleza de la secta de Qumrn y el significado esca-tolgico de sus textos, no siempre nos hemos sentido legitimados para tomar partido por una u otra posicin sujeta a controversia. Reiteramos que el propsito de este ensayo es de ndole filosfica: pretendemos acentuar la importancia, para una reflexin especu-lativa, de numerosos conceptos que gozan de gran relevancia en el seno de la apocalptica del judasmo primitivo (algunas de cuyas obras ms influyentes datan ya de comienzos del siglo ii d.C., como veremos), por lo que no hemos podido (ni deseado) descender a la arena de muchas de las disputas acadmicas contemporneas (algunas de ellas irresolu-bles, mientras no se disponga de un mayor nmero de fuentes documentales).

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    schauung que, si bien pecaramos de anacronismo al calificarla de filo-sfica, entronca con algunas de las grandes cuestiones planteadas por la tradicin filosfica y teolgica occidental. La expresin filosofa de la apocalptica juda quizs manifieste, de manera suficientemente escla-recedora, la intencin que hemos albergado en esta obra, en la cual hemos condensado ciertas consideraciones sobre esta temtica que ya hemos for-mulado en otros trabajos (vid. Bibliografa).

    Para cumplir nuestro propsito, ofreceremos una descripcin sucin-ta del contexto histrico y sociopoltico en que se forj la idiosincrasia propia de la apocalptica juda del Segundo Templo. Nos detendremos tambin en el examen de algunas de las categoras religiosas que desempe-an un papel ms importante a la hora de definir su hipottico ncleo, en torno al cual gravitaran las constantes esenciales de este movimiento. En esta seccin, hemos limitado nuestro objeto a dos temticas princi-pales: la relacionada con la idea de Dios y la que alude a la concepcin de la historia y del tiempo (una de cuyas ramificaciones ms sugeren-tes remite a la acuciante antinomia entre libertad y el determinismo). Por razones de espacio, hemos descartado otras dimensiones de indis-cutible potencial filosfico, y de proyeccin universal, subyacentes a no pocos libros de la apocalptica juda, como la riqueza de los elemen-tos alegricos para abordar interrogantes ltimos, la conexin entre pensamiento e intertextualidad, las diferentes hermenuticas evocadas por los textos apocalpticos o los esbozos de crtica sociolgica presentes en muchos de ellos. Tampoco, y por motivos anlogos, exploraremos en detalle problemas ms genuinos de la apocalptica juda, como la res-tauracin de Israel o la vasta materia del mesianismo2. Por otra parte, incidiremos, aunque de modo imperiosamente breve e incompleto, en los posibles influjos exgenos a la cultura del pueblo de Israel (cana-neos, zoroastrianos, helnicos...) que habran moldeado la identidad de la apocalptica juda.

    Al circunscribir nuestro escrito al mbito de la apocalptica juda, excluimos otros movimientos de cariz similar, tambin significativos en la historia de las ideas religiosas, en especial, la apocalptica del cris-tianismo primitivo y la que vibra en las enseanzas de figuras como Joaqun de Fiore. Ello obedece a criterios puramente pragmticos, pues

    2. Para una introduccin a la relacin entre apocalptica y mesianismo, remitimos al estudio de J. C. Vanderkam, Messianism and apocalypticism, pp. 193-228, en el cual se examinan tanto las fuentes propiamente apocalpticas como las que proceden de los manuscritos del mar Muerto, as como de escritores judos tales que Filn de Alejandra y Flavio Josefo. [La referencias abreviadas en las notas remiten a la Bibliografa que figura al final del presente volumen].

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    el entrelazamiento de la apocalptica juda con la del cristianismo pri-mitivo parece fuera de toda duda; de hecho, establecer una frontera entre ambas resultar, a ojos de muchos, artificioso3. Ms lejano an de nuestra atencin se halla el florecimiento de la apocalptica en aquellas civilizaciones en cuyo desarrollo el judeocristianismo no ha jugado un rol determinante. El lector instruido en otras tradiciones habr de juz-gar si cabe hablar de convergencias profundas entre ellas y algunas de las ideas de la apocalptica juda revestidas de mayor relevancia4.

    El adjetivo apocalptico (del griego apocaliptiks, revelador) ex-hibe una serie de resonancias susceptibles de llegar a ejercer una pode-rosa atraccin sobre la mente contempornea. Lo apocalptico se asocia con la visin de catstrofes colosales conducentes al fin del mundo y a la emergencia de un orden nuevo. Lo apocalptico tambin se vincula a la re-cepcin de revelaciones sobrenaturales, capaces de descorrer el crptico velo del cosmos divino para descubrir la verdad (inasequible a la mera observacin de los sentidos) sobre ese orbe celestial, cuyos presagios slo germinan en algunas almas privilegiadas, las cuales disfrutan de un acce-so nico a sus arcanos dominios. Lo apocalptico, en definitiva, seduce la imaginacin porque promete mostrar lo oculto, lo inaprehensible, lo inconceptualizable. Ya infunda pnico o esperanza, ya vaticine una clau-sura gozosa o una aniquilacin abrupta para la historia, lo apocalptico nos transporta a un universo que guarda escasa relacin con nuestra percepcin ordinaria de la vida.

    3. Sobre la estrecha dependencia de la apocalptica del cristianismo primitivo con respecto a la juda, as como sobre las relaciones entre sus sendas fuentes documentales, vase J. C. Vanderkam y W. Adler (eds.), The Jewish Apocalyptic Heritage in Early Chris-tianity, y la seccin Apocalypticism in early Christianity, en J. J. Collins (ed.), The Ency-clopedia of Apocalypticism, vol. I, pp. 267-453 (especialmente el artculo de D. Frankfur-ter, Early Christian apocalypticism: literature and social world, pp. 415-453, en el que tambin se hace nfasis en las particularidades de la apocalptica del cristianismo primitivo frente a su matriz juda y a sus influjos extrajudos). Recomendamos, asimismo, los trabajos llevados a cabo por la profesora Adela Yabro Collins, de la Universidad de Yale. En Cosmology and Eschatology in Jewish and Christian Apocalypticism, por ejemplo, Co-llins ofrece un estudio sumamente detallado de los elementos simblicos que vinculan las tradiciones apocalpticas judas con las del cristianismo primitivo, tales como el motivo de los siete cielos (pp. 21-54), el simbolismo numrico (pp. 55-138) o la temtica del Hijo del Hombre (pp. 159-197); todo ello asociado a una investigacin sobre el contexto sociolgico al que se hallan ligados y sobre su conexin con simbolismos parejos en las culturas circundantes; cf. tambin A. Y. Collins (ed.), Early Christian Apocalypticism. 4. Para un estudio de la apocalptica en la historia occidental, cf. B. McGinn (ed.), The Encyclopedia of Apocalypticism, vol. II; sobre la apocalptica en las culturas moder-na y contempornea, cf. S. J. Stein (ed.), The Encyclopedia of Apocalypticism, vol. III; A. Baumgarten, Apocalyptic Time.

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    Detrs de toda ficcin resplandece una realidad, normalmente ex-plicable desde los cnones del deseo o del temor. Al observador contem-porneo, muchas de las especulaciones de la apocalptica juda sobre el reino celestial o el final de mundo presente se le antojarn vacuos deli-rios, ilusiones fantsticas de espritus de la Antigedad que no haban em-prendido un proceso de estricta racionalizacin y de desencantamiento desmitologizador del mundo y de la historia, pues su pensamiento per-maneca an avasallado por el gravoso peso del miedo, de la ignorancia y del secuestro de la conciencia por parte de la esfera mtico-teolgica.

    Sin embargo, estamos firmemente convencidos de que la tarea de quien se acerca al estudio de las concepciones religiosas de la Antigedad no estriba en poner de relieve lo inverosmil de muchas de sus creencias (algo que salta a la vista por s solo), sino, como sugiriera Hegel, en trascender la representacin para penetrar en el concepto. Las elucu-braciones de la apocalptica juda, aun en su extravagancia, reflejan un contenido humano, teolgico e incluso filosfico de notable hondura. Es deber nuestro iluminarlo desde categoras que resulten inteligibles para el lector de nuestro tiempo. Se constatar, as, que las indudables gestas del progreso material e intelectual no son bice para advertir la persistencia de nociones, ansias y esperanzas que, ms all de las me-tamorfosis experimentadas a lo largo del sinuoso decurso de los siglos, perduran, y probablemente permanezcan sin lmite vislumbrado, en la subyugante psique humana.

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    INTRODUCCIN

    Se hace necesaria una no siempre fcil clarificacin terminolgica. En-tendemos por apocalptica un movimiento literario, sociopoltico y teolgico que surgi en el judasmo del Segundo Templo, el cual posea importantes conexiones con el profetismo clsico de Israel. Se caracteri-z, primordialmente, por enfatizar la revelacin de un mensaje sobrena-tural, en el que desempeaba un papel central la temtica escatolgica (es decir, la reflexin sobre el destino ltimo del mundo y de la historia). La apocalptica juda gener un notable conjunto de escritos, engloba-dos dentro de lo que suele denominarse literatura intertestamentaria (esto es, entre los dos Testamentos)1.

    El estudio del fenmeno de la apocalptica, como movimiento reli-gioso y sociolgico, es de vital importancia para la comprensin del sustrato cultural que alumbr creencias (tan relevantes para la teologa occidental) como la de resurreccin de los muertos y la del reino de Dios. Entender los condicionantes que alentaron el auge de la apocalptica en el judasmo antiguo exige, como herramienta metodolgica privilegia-da, examinar las estructuras sociales, polticas y religiosas subyacentes a la evolucin de algunas de las nociones fundamentales del judeocristia-nismo. Sirve, por tanto, como complemento ineludible al estudio exclu-sivamente intrabblico de la escatologa juda.

    La apocalptica representa uno de los movimientos religiosos ms fecundos, en la esfera teolgica, del judasmo antiguo. Conocida es la

    1. El problema del uso indiscriminado del trmino apocalptica fue sealado por K. Koch en Ratlos vor der Apokalyptik. Sobre el alcance de la literatura intertesta-mentaria, vase G. Aranda Prez, F. Garca Martnez y M. Prez Fernndez, Literatura juda intertestamentaria; G. W. E. Nickelsburg, Jewish Literature between the Bible and the Mishnah.

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    frase del telogo alemn y eminente estudioso del Nuevo Testamento, Ernst Ksemann (1906-1998): La apocalptica es la madre de la teolo-ga cristiana2. No slo la fe en la resurreccin brot (aun sin negar la relevancia de no pocos precedentes bblicos) y cobr fuerza en el seno de grupos de tendencia apocalptica, sino que otras categoras investi-das de una no menor pujanza conceptual, como los rudimentos de una visin universal de la historia, tambin le deben mucho a la creatividad de la apocalptica juda en el terreno de las ideas religiosas. Trataremos de argumentar, a lo largo del trabajo (en especial, en el captulo Algunas cuestiones filosficas latentes en la apocalptica juda), esta ltima tesis (influida por el pensamiento de Wolfhart Pannenberg, en el que tambin nos detendremos), la cual, si bien sumamente problemtica, pues puede prestarse a malentendidos y suscitar la sospecha de anacronismo (como si pretendiera proyectar una categora filosfica sobre unos textos, los apocalpticos, hondamente enraizados en muchas de las inquietudes que definen la religiosidad bblica y en especial de los escritos profti-cos, como la preocupacin por la restauracin de Israel y el mesia-nismo), creemos que ofrece sugerencias vlidas a la hora de explorar elementos de cadencia filosfica en aspectos nucleares del firmamento teolgico y simblico de la apocalptica juda.

    Desarrollaremos la hiptesis de que en la Biblia hebrea late una din-mica de orientacin progresiva hacia una visin trascendente de Dios, del mundo y de la historia (que coexiste, sin embargo, con elementos in-soslayables de apego a una perspectiva ms inmanentista, nacionalista y antropomrfica, como sealaremos a lo largo de este trabajo). El mar-co de relacin entre lo divino y lo humano se sita, cada vez con mayor vigor, en un plano que va ms all de los acontecimientos puntuales y de las apariciones milagrosas de Dios en la historia. En estratos significati-vos de la literatura apocalptica florece, gradualmente, una teologa ms depurada, la cual conduce a la adopcin de una ptica de cierta atemati-cidad (por tomar una expresin empleada frtilmente por Karl Rahner en el campo de la teologa sistemtica)3 en lo que respecta a la compren-sin del ser de Dios y de la naturaleza de los procesos histricos: la ima-gen de Dios se despoja, paulatinamente, de sus primitivos elementos antropomrficos para extrapolarse a aquello que trasciende todo con-

    2. E. Ksemann, The Beginnings of Christian Theology, en R. W. Funk (ed.), Apocalyptic, pp. 17-46. 3. Rahner expone la idea de atematicidad en, entre otras obras, Curso fundamen-tal sobre la fe. Sobre la teologa de Rahner, vase H. Vorgrimler, Karl Rahner; R. Gibelli-ni, La teologa del siglo xx, pp. 241-254.

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    cepto y todo deseo humano4. La historia no se contempla ya a la luz de los avatares protagonizados por el pueblo de Israel como nico ngulo, sino que el predominio de un enfoque etnocntrico cede el testigo a un planteamiento que, aun frgilmente, evoca una historia universal, cuyo decurso comprende todos los imperios de la Tierra, y cuya dinmica la rige el poder absoluto de la divinidad. Asimismo, la revelacin no se restringe a teofanas particulares (intervenciones especficas de Dios en la historia de Israel, como la zarza ardiente en el episodio de Moiss en el Sina o la apertura del mar Rojo durante el xodo de los israelitas desde Egipto), sino al vasto escenario de la historia que, como un todo, se encamina decididamente hacia su consumacin escatolgica.

    En cualquier caso, esta ampliacin del sentido de las nociones tradi-cionales de la teologa bblica coexiste, casi siempre, con una propensin a afirmar la centralidad de Israel en ese plan divino sobre el mundo, as como a enfatizar la esperanza en una restauracin de la nacin. Semejante tensin entre trascendencia e inmanencia, y entre apertura al universa-lismo y acentuacin de los elementos ms propiamente etnocntricos, no se resolver en la apocalptica juda. Resultara, por tanto, anacrni-co aplicar en retrospectiva un universalismo que, inspirado (quizs con matices) en el paulinismo, no es ubicuo o uniforme, ni en la apocalp-tica ni en el cristianismo primitivo. Con todo, semejante apelacin a la latente universalidad de muchas de las afirmaciones de los grandes escritos apocalpticos no se halla desprovista de fundamentacin: tal y como examinaremos ms adelante, pese al compromiso indiscutible con enseanzas y simbolismos que remiten a opciones ms nacionalistas, es legtimo sostener que se aprecian importantes indicios de universalis-mo, aunque ste se subordine, en no pocas ocasiones, a los intereses propios de Israel.

    4. Esta perspectiva vibra ya en el Deutero-Isaas. As, en Is 45, 15 el Seor de Israel es el Dios escondido, el clebre Deus absconditus de la tradicin teolgica posterior.

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    1

    CONTEXTO HISTRICO Y SOCIOPOLTICO DE LA APOCALPTICA JUDA

    Los cambios sociales pueden interpretarse como las condiciones nece-sarias, aunque no suficientes, de los procesos que acontecen en el plano de las ideas. La perspectiva ofrecida por las ciencias sociales dificulta en extremo, si no imposibilita, preservar una historia paralela de las con-cepciones religiosas que fluya con independencia de los fenmenos so-ciales, polticos y culturales concomitantes1. De modo anlogo a como el trnsito del nomadismo al sedentarismo imprimi una importante hue-lla en la religin de Israel (algo perceptible, con particular nitidez, en el mbito de las leyes y de las costumbres rituales y festivas)2, o a como, en el terreno propiamente poltico, el destierro a Babilonia estableci una demarcacin difana, un antes y un despus claramente diferenciados, en la autoconciencia del pueblo de Israel3, la situacin de Palestina en el siglo iii a.C. (y, por encima de todo, la creciente presencia del helenis-mo en los diversos estratos de la vida social) influy decisivamente en el auge de la apocalptica en el judasmo.

    En este sentido, resulta necesario abrazar una metodologa de traba-jo que emprenda una tarea similar a la llevada a cabo por la sociologa del conocimiento. Es preciso examinar cmo el pensamiento subjetivo

    1. Ninguna historia de las ideas tiene lugar con independencia de la sangre y del sudor de la historia general (P. Berger y Th. Luckmann, The Social Construction of Reality, p. 117). 2. Cf. R. de Vaux, Les Institutions de lAncien Testament, vol. I, donde se presenta un estudio detallado de la relacin entre el nomadismo, la familia y las instituciones civiles del primitivo pueblo de Israel. La evolucin social de la civilizacin israelita se plasm, progresi-vamente, en su corpus legal, como ya advirtiera el gran socilogo alemn Max Weber al carac-terizar las leyes de Israel como ndices de desarrollo social (cf. Ancient Judaism, pp. 61-70). 3. En palabras de R. Albertz, ninguna etapa en la historia de Israel contribuy tanto a la teologa como el Exilio (Israel in Exile, p. 435).

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    de actores individuales se transforma en una objetividad social, tal que adquiere la condicin de factum (como es el caso de la cosmovisin sub-yacente a obras destacadas de la apocalptica juda, en especial, en su escatologa). Si bien, y en palabras de Peter Berger y de Thomas Luck-mann, el pensamiento terico, las ideas, las Weltanschauungen no son tan importantes en la sociedad, ya que slo un grupo muy limitado de personas en cualquier sociedad participa en el proceso de teorizacin, en la empresa de las ideas, y en la construccin de Weltanschauungen, mientras que todos en la sociedad participan en su conocimiento de un modo u otro4, no puede ignorarse que las Weltanschauungen se me-tamorfosean, con extraordinaria facilidad, en hechos sociales, los cuales determinan la percepcin que una sociedad posee tanto de s misma como del mundo y de la historia. Afectan, por as decirlo, la psique de la prctica totalidad de los miembros de la sociedad, pese a que slo un nmero muy reducido haya intervenido activamente en su desarrollo. Proyectos historiogrficos recientes, como la historia de los conceptos (Begriffsgeschichte) de Reinhart Koselleck, constituyen una frtil prueba de la fecundidad de un examen diacrnico y pragmtico (menos abstrac-to que las tradicionales historias de las ideas, pues explora sus usos so-ciales, polticos...) de categoras clave en la autoconciencia de una cultura (en el caso de Koselleck, la Europa moderna y contempornea), las cuales han desempeado un doble papel: el de indicadores y factores del pro-pio proceso histrico5.

    El objetivo de todo anlisis sociolgico de las ideas religiosas estriba en el esclarecimiento del contexto en que emergieron. Al prestar espe-cial atencin a las motivaciones de aquellos actores que jugaron un pa-pel significativo en su gnesis (sean individuos o grupos con afinidades e intereses comunes) se entiende, en mayor profundidad, las razones latentes a su impacto y a su eventual extensin a otros grupos sociales. Es importante, asimismo, estudiar las circunstancias que permitieron que colectivos a priori desligados de la problemtica que interpelaba a los principales artfices de esas concepciones religiosas se adhirieran, sin em-bargo, a ellas, y las integrasen en su propia Weltanschauung.

    En lo que se refiere a la apocalptica del judasmo antiguo, las ante-riores consideraciones sobre la sociologa de las ideas pueden proyec-tarse sobre dos ejes fundamentales: el que vincula helenismo y apocalp-

    4. P. Berger y Th. Luckmann, The Social Construction of Reality, p. 13. 5. Remitimos a la monumental obra de Koselleck, editada junto a O. Brunner y W. Conze, Geschichtliche Grundbegriffe. Para una introduccin a la obra de Koselleck, vase su Historia de conceptos.

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    c o n t E X t o H i s t R i c o Y s o c i o p o l t i c o d E l a a p o c a l p t i c a j u d a

    tica y aquel que conecta apocalptica y judasmo. Se aspira, por un lado, a comprender la naturaleza del influjo de la cosmovisin helena en el alumbramiento de ciertos conceptos clave de la apocalptica, tanto po-sitiva (aceptacin) como negativamente (rechazo); por otro, se pretende elucidar el alcance de las relaciones entre la apocalptica y el judasmo: qu aspectos asume la apocalptica del judasmo tradicional y contem-porneo, y en qu facetas se distancia de manera relevante.

    I. SOCIEDAD, ECONOMA Y CULTURA EN PALESTINA BAJO EL HELENISMO

    El contexto sociohistrico en que surgi la apocalptica juda exige prestar atencin a la incidencia del helenismo en Palestina. Las investigaciones sobre la gnesis de este movimiento han puesto de relieve, sin embargo, la importancia de sus races prehelensticas6. Por razones de espacio, en este captulo nos detendremos en la exposicin de los hechos histricos que acontecieron con posterioridad al dominio heleno sobre Palestina, aunque en otras secciones insistiremos en su estrecha dependencia tanto de eventos histricos previos como, sobre todo, de categoras religiosas anteriores a la llegada del helenismo.

    La presencia del helenismo en el Mediterrneo oriental abarca, en trminos generales, el perodo comprendido entre los aos 333 (al can-dor de las victorias de Alejandro Magno sobre el Imperio aquemnida de Daro III) y 31 a.C. (fecha de la batalla de Actium, en la cual Octavio Augusto obtuvo un sonoro triunfo sobre la flota reunida por Marco An-tonio y Cleopatra)7.

    Palestina nunca constituy una regin aislada del resto del mundo antiguo. Ya desde el segundo milenio a.C. existen evidencias de intercam-bios comerciales entre Palestina, Chipre y las islas del mar Egeo, y cons-ta que, desde el siglo vii a.C., mercenarios griegos haban arribado a tierras palestinas y sirias. De hecho, se han hallado monedas griegas del siglo vi a.C. en un suburbio de la ciudad fenicia de Tiro, as como ins-cripciones de ofrendas a Apolo por parte de hieronautas (navegantes

    6. Aunque examinaremos con mayor detalle esta cuestin en captulos como el rela-tivo a la conexin entre apocalptica y profetismo, remitimos a los trabajos de G. Boccac-cini sobre el contexto histrico (tanto poltico como intelectual) asociado a la gnesis de la apocalptica juda (en especial a sus libros Middle Judaism y Roots of Rabbinic Judaism). 7. Vase P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 219. Las consideraciones de carcter histrico que expondremos a continuacin, relativas al contexto en el que se enmarca la apocalptica juda, proceden, en gran medida, de nuestra obra Why Resurrection?, pp. 76 ss.

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    sagrados). En palabras de Martin Hengel, esto indica que los fenicios fueron los mediadores de la cultura griega para Palestina en el perodo pre-helenstico8. Los fenicios, pueblo caracterizado por una extraordina-ria expansin comercial a lo largo del Mediterrneo (alcanzaron, entre otros lugares, las costas del norte de frica y de la pennsula ibrica) y por un notable genio creativo (desempearon un papel esencial en la difusin del alfabeto)9, habran favorecido los contactos entre Grecia y Palestina, aunque por aquella poca las comunicaciones parecen cons-treirse al terreno econmico, sin que se perciba una influencia cultural importante.

    Qu transformaciones significativas conllevaron, entonces, tanto la conquista macedonia de Palestina como el inicio del movimiento cultu-ral conocido como helenizacin? Para Hengel, la invasin de Alejandro Magno no comport el advenimiento de unas formas culturales del todo novedosas para los pueblos semitas de Siria y Palestina, sino que se limit a propiciar una intensificacin de muchas maneras de las influencias griegas anteriores10. Y, ms relevante an, la invasin macedonia san-cion el carcter del griego como lingua franca del Mediterrneo orien-tal, as como la imposicin de los patrones griegos de pesos y medidas11. Signific, tambin, una internacionalizacin del comercio, y foment la

    8. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 32. 9. Los egipcios disponan ya de un sistema alfabtico, el cual coexista, sin embar-go, con signos bilteros, trilteros e ideogrficos. Los fenicios fueron determinantes en la extensin de un cdigo de escritura puramente alfabtico en el mundo occidental. El alfabeto fenicio parece, con todo, depender estrechamente de la denominada escritura proto-sinatica (cuyas muestras se han encontrado en la pennsula del Sina en reas como Serabit al-Khadim, y datan, por lo general, de en torno al 1700 a.C.), as como de las inscripciones alfabticas descubiertas en Ugarit (actual Ras-Shamra, en Siria). El al-fabeto fenicio, creado hacia el 1100 a.C., habra influido decisivamente en el griego. Vase J. F. Healy, Reading the Past, pp. 16-25. 10. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 32. 11. En libros como Esdras y Nehemas encontramos menciones de divisas griegas como darkemonim, una moneda tica. As, en Esd 2, 69 leemos: segn sus posibilidades, entregaron al tesoro de la obra 61.000 dracmas de oro, 5.000 minas de plata y 100 tni-cas sacerdotales. Y en Neh 7, 69: Algunos de los cabezas de familia hicieron ofrendas para la obra. El gobernador entreg al tesoro mil dracmas de oro, 50 copas, 30 tnicas sacerdotales y 500 [minas de plata]. Adems, parece que la moneda griega era ms usada que la persa, lo que dara una idea de la importancia de los intercambios comerciales entre griegos y gentes de la franja de Palestina y Fenicia. Estos datos llevan a Hengel a afirmar que en la esfera fenicia de influencia, se puede hablar de una cultura mixta en la que influencias egipcias, persas y de modo creciente griegas se encontraron entre s (Judaism and Hellenism, p. 34). El comercio estaba en manos de fenicios y de cananeos y, de hecho, pocos judos desempeaban tareas comerciales.

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    creacin de una cultura cosmopolita, en la que, ms all de la pujante diversidad del Mediterrneo oriental, se produjo una cierta unificacin, hilvanada por los cnones culturales importados del mundo griego.

    Tras la muerte de Alejandro Magno, y despus de las sucesivas gue-rras deflagradas entre sus generales (los diadocos) por el reparto de tan gigantesco imperio, los Ptolomeos de Egipto detentaron el gobierno de Palestina. La rivalidad entre los Ptolomeos (o Lgidas) y los Selu-cidas fue prcticamente constante. La superioridad del imperio de los Selucidas en Siria sobre el de los Ptolomeos en Egipto era ntida en el plano militar, pero los Lgidas disponan de una ingente riqueza agrco-la, asociada al trigo egipcio, que les proporcionaba una inconmensura-ble fuente de recursos econmicos a la hora de movilizar a sus tropas y de financiar sus enfrentamientos blicos.

    El rey de Egipto disfrutaba de un monopolio casi absoluto sobre de-terminados productos, tales como los aceites vegetales y los metales, as como sobre la acuacin de monedas12. Egipto se haba convertido en sinnimo de opulencia, de bienes fabulosos y casi ilimitados. El dominio sobre las rutas caravaneras que surcaban el desierto de Palestina y Jor-dania les permiti a los Ptolomeos controlar, aunque por escaso tiempo, a los nabateos (constructores de la clebre ciudad de Petra, capital de su reino), pero se trataba de un vasallaje circunscrito, principalmente, al mbito comercial: los fundamentos de la poltica ptolemaica descansa-ban sobre todo en consideraciones econmicas13.

    Esta fijacin por la dimensin econmica manifest no pocos efectos beneficiosos de cara a la preservacin de las tradiciones de Israel, porque los Ptolomeos no se propusieron implantar los cnones culturales hele-nos, menos an su religiosidad, sobre los pueblos vecinos. Interesados nicamente en la supremaca econmica y en el acopio de riquezas mate-riales que los capacitasen, eventualmente, para vencer a los Selucidas y consagrar su hegemona sobre todo el Oriente Prximo, los Lgidas no se preocuparon por establecer una unificacin religiosa o cultural, a dife-rencia de lo que intentar lograr, dcadas ms tarde, Antoco IV.

    La ausencia de una tentativa clara de sometimiento de los pueblos conquistados a la cultura helena no debera hacernos olvidar que exis-tieron tensiones ocasionales, especialmente en el contexto de las pugnas que enfrentaron a miembros de las clases bajas egipcias con griegos de ex-traccin social alta. No es fcil, en cualquier caso, elucidar si estas dispu-tas se explican en trminos meramente socioeconmicos o si realmen-

    12. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 36. 13. Ibid., p. 38.

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    te implicaron, de manera quizs concomitante, colisiones de naturaleza cultural y religiosa. El hecho de que entre los grupos opuestos existiese una disparidad econmica significativa permite pensar que asistimos, en realidad, a un conflicto de clases socioeconmicas, y no a una hostilidad motivada por cuestiones religiosas o culturales. Como seala Hengel, la helenizacin acab por convertirse en una alternativa entre la pobreza o la riqueza14. La asuncin de los cnones propios de la cultura helena constitua un indicio palmario de que se haba coronado un estatus dis-tinguido, mientras que el aferramiento a las formas culturales nativas se interpretaba, en la mayora de los casos, como rbrica indecorosa de la pertenencia a grupos econmicamente menos favorecidos.

    En sus inicios, el proceso de helenizacin consisti en un fenmeno eminentemente econmico, que se tradujo en cambios que afectaron, sobre todo, la dinmica de clases sociales de las regiones involucradas. En las fases ms tempranas, penetraron los modos de produccin econ-mica y de organizacin social importados de Grecia y Macedonia15, que slo con el transcurso de los aos irrumpiran en el universo cultural. La oposicin entre judasmo y helenismo arreciar cuando el helenismo rebase la esfera socioeconmica, para interferir en el campo religioso y cultural, en el ncleo ms profundo de la identidad del pueblo de Israel, lo que acaecer bajo el reinado de Antoco IV. La ausencia de conflictos reseables entre judos y helenos con anterioridad a las revueltas contra los Selucidas se comprueba, por ejemplo, en la presencia pacfica de in-migrantes judos en Egipto16 (tanto trabajadores libres como esclavos) ya desde tiempos de Ptolomeo I17.

    A juicio de Hengel, se produjo una autntica eclosin de la actividad comercial en Palestina en el siglo iii a.C.: se intensific la produccin de asfalto en las zonas cercanas al mar Muerto, y es probable que se in-trodujera la irrigacin artificial, por lo que puede asumirse que en Pa-lestina, como en Egipto, la produccin agrcola y comercial aumentaron

    14. Ibid. 15. Para un estudio de las formas de organizacin social y econmica asociadas con el helenismo, vase A. Erskine (ed.), A Companion to the Hellenistic World, especialmente pp. 331-354 (Society and Economy). 16. La presencia de judos en Egipto es, sin embargo, anterior. Los papiros en lengua aramea encontrados en Elefantina se remontan al siglo v a.C., y dan cuenta de una colo-nia en tiempos de la ocupacin persa de Egipto, aunque los orgenes de esta comunidad podran ser ms tempranos. Remitimos a A. Joisten-Pruschke, Das Religise Leben der Juden von Elephantine in der Achmenidenzeit. Los papiros arameos pueden encontrarse en P. Grlot, Documents aramens dgypte. 17. El comercio de esclavos en Palestina habra adquirido gran importancia en la poca de los Lgidas. Vase M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 38.

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    c o n t E X t o H i s t R i c o Y s o c i o p o l t i c o d E l a a p o c a l p t i c a j u d a

    considerablemente18; gesta que condujo no slo a un incremento sustan-cial de los ingresos por va de impuestos, sino a un crecimiento demogr-fico de notable relevancia19.

    Nuevamente, el helenismo manifest su pujanza, en primer lugar, como fenmeno econmico y social. De hecho, difcilmente se com-prender el florecimiento de ideales como los de cosmopolitismo, racio-nalidad y propensin al dilogo y al intercambio cultural sin una slida base de prosperidad material, similar a la que se obtuvo durante el apogeo del helenismo en el Mediterrneo oriental. Reiteramos que subrayar la importancia de los cambios en el orden socioeconmico y en los modos de produccin que tuvieron lugar con el advenimiento del helenismo no significa atribuirles una causalidad unvoca y exclusiva, como si pu-dieran erigirse en causas suficientes de la emergencia de una filosofa y de una ideologa de influencia determinante en el pueblo de Israel. Los aspectos socioeconmicos no deben marginarse en el anlisis de la evolucin de las ideas religiosas, pero tampoco absolutizarse, tal que se subestimen otros elementos de no menor envergadura.

    18. Ibid, p. 47. 19. El asirilogo y biblista alemn Rainer Albertz tambin expone esta idea: bajo el rgimen de los Ptolomeos, Palestina vivi una poca de gran prosperidad econmica. De los Papiros de Zenn se deduce que, hacia el ao 260 a.C., Palestina experiment un febril desarrollo econmico. Ahora bien, el objetivo primordial de los Ptolomeos que, fieles a la mentalidad econmica de los antiguos faraones, consideraban el territorio nacional como propiedad privada de la Corona, consista en aprovechar lo mejor posible los recur-sos de la tierra. Para ello, impusieron a la provincia siro-fenicia una rgida administracin econmica y financiera perfectamente centralizada. El gobernador regional (dioktes), con residencia en Alejandra, se ocupaba de supervisar, segn el patrn griego de economa domstica, todo un ejrcito de funcionarios locales de finanzas (oikonmoi) y de agentes centrales, hasta el ltimo rincn del pas, en prcticamente todos los resultados econmi-cos, desde la produccin agrcola y los rendimientos comerciales hasta la exaccin de tri-butos. De este modo, se impuls el cultivo de las plantaciones ms rentables y productivas (trigo, vino, aceite), se introdujeron sensibles mejoras en los mtodos de labranto (como la construccin de terrazas y la implantacin de sistemas de riego artificial), para incrementar lo ms posible el potencial econmico del pas, y se fomentaron en especial las relaciones comerciales con la difusin del sistema monetario. Por medio de un sofisticado sistema de impuestos, que superaba con mucho al modelo persa, se logr multiplicar significativa-mente la recaudacin en cada una de las regiones, con respecto a los ingresos de la poca persa. Se puede partir del hecho de que tambin la regin de Judea sali considerablemen-te beneficiada de esa gran prosperidad econmica [...]. Pero los que ms se beneficiaron del desarrollo econmico fueron las familias acomodadas de la aristocracia [...]. A eso se aada, como una posibilidad totalmente nueva, el sistema de arrendamiento del derecho a recaudar impuestos pblicos con el que el Estado ptolemaico sacaba provecho de la desmesurada ambicin de ganancia de los aristcratas (R. Albertz, Historia de la religin de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, vol. II, pp. 734-735).

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    Paolo Sacchi, destacado estudioso de la apocalptica juda, ha sealado que los griegos exhibieron, al comienzo, un gran nivel de tolerancia hacia los hbitos religiosos de los pueblos conquistados. De hecho, la interac-cin entre el mundo griego y el orbe oriental, como consecuencia de las conquistas de Alejandro Magno, afect hondamente la idiosincrasia de los propios helenos, quienes se afanaron, en no pocas ocasiones, en adaptarse a las costumbres orientales. Se percibe en esa poca la seduc-cin de los cultos religiosos orientales, los cuales llegaran a ejercer una poderosa atraccin sobre la mente helena. En el plano estrictamente po-ltico, el mismo Alejandro Magno no permaneci inmune a las catego-ras orientales. La ideologa imperial, a la que se adhiri fervientemente, acusa clamorosamente esa huella20.

    Las diferencias culturales entre griegos y orientales eran insoslayables. El hombre griego posea una mayor conciencia de la libertad y de la au-tonoma individual que el oriental, y si bien la tolerancia no constitua, necesariamente, un ideal del espritu heleno, deriv en una realidad social fehaciente: los soberanos griegos fueron relativamente respetuo-sos con las religiones de los pueblos sometidos: los griegos eran ms abiertos, menos vinculados o no vinculados de hecho a preceptos religiosos, puesto que su tica era ciudadana y separada del culto. La faci-lidad con la que Alejandro asumi las costumbres orientales muestra la fascinacin que ejerci en l la ideologa imperial del Oriente21.

    El helenismo favoreci la ampliacin del concepto de griego. Para no pocos filsofos de la Grecia clsica, griegos y brbaros se hallaban abocados, irremediablemente, a la enemistad, sin posibilidad real de entablar un dilogo intercultural22. Aristteles (384-322 a.C.) llega a sugerir que los brbaros son, por naturaleza, ms serviles que los griegos. Propone, por tanto, una drstica diferenciacin entre ambos grupos. La identidad griega se defina, ante todo, con base en factores de ndole ra-cial. Con el advenimiento del helenismo, la contraposicin entre griegos y no griegos se desplaz desde lo tnico hacia lo cultural: griego es todo aquel que conoce la lengua y las costumbres griegas (el pepaideumenos), aun sin poseer su sangre europea23. Este cosmopolitismo universalista heleno, este alejamiento de un criterio estrictamente tnico a la hora de decidir quin perteneca a la cultura griega y quin no, imprimi tambin una profunda huella en el judasmo. Frente a una actitud tendente a

    20. No podemos detenernos a analizar esta cuestin, pero remitimos al trabajo de P. Freeman, Alexander the Great, y a A. Erskine (ed.), A Companion to the Hellenistic World. 21. Cf. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 223-224. 22. Vase Aristteles, Poltica 1.2-7; 3.14. 23. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 221.

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    separar, en su radicalidad, a judos y gentiles, la cual se tradujo en refor-mas que, como las de Esdras y Nehemas24, discriminaban al extranjero frente al judo, ya se haban alzado voces (como las de los libros de Rut y Jons) que abogaban por una perspectiva distinta, y posteriormente, cierta apocalptica seguir decididamente la va del universalismo25.

    El impacto de la cultura griega se dej sentir, con especial fuerza, en el judasmo de la Dispora, sobre todo en el de Alejandra. Escritos como la Carta de Aristeas traslucen una ambivalencia tensa entre la pro-pensin a aceptar la cultura griega y la voluntad de mantenerse fieles a las tradiciones heredadas de antao26, no sin el desarrollo de un cierto complejo de inferioridad, ante la palmaria superioridad griega en te-rrenos como el cientfico, el filosfico, el tcnico y el militar. As, a par-tir del siglo ii a.C., muchas personas importantes comenzaron a ponerse nombres griegos y a absorber la lgica de poder segn los esquemas del mundo que las rodeaba27.

    La extraordinaria vitalidad cultural, social y econmica que insufl el helenismo en Oriente Prximo contribuy a irradiar la conviccin de que exista una politeia, una ciudadana griega que una a los hombres ms all de su dispar origen tnico. El triunfo poltico del helenismo sig-nific tambin una mayor difusin del conocimiento. Se construyeron mltiples bibliotecas, algunas de ellas verdaderamente grandiosas, como la erigida por el rey Ptolomeo I Ster en Alejandra. Se propici, asimis-mo, una honda reflexin antropolgica sobre el individuo y el sentido de su existencia, que impuls el auge de las religiones mistricas, cuyos credos y rituales integraban elementos orientales (palpables, por ejem-plo, en la nocin de salvacin) e ideas genuinamente griegas28.

    Por otra parte, es preciso advertir que el desarrollo econmico y cul-tural parejo a la expansin del helenismo estuvo vinculado a una orga-nizacin comunitaria muy particular: la primaca de la ciudad sobre el medio rural29. El helenismo era una civilizacin eminentemente urbana. El ideal de polis griega, si bien modificado sustancialmente por el ima-

    24. Sobre la importancia de estas reformas, vase J. Blenkinsopp, Judaism, especial-mente pp. 189 ss., en lo que se refiere a la discusin sobre el carcter sectario de sus reformas. 25. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 222. 26. De hecho, no pocos autores han contemplado en la Carta de Aristeas un intento de legitimacin apologtica del judasmo frente al helenismo. Vase N. L. Collins, The Library in Alexandria and the Bible in Greek, p. 3. 27. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 226. 28. Ibid., p. 225. 29. Sobre la importancia del elemento urbano en el helenismo, vase P. Green, Alexander to Actium, especialmente la seccin The new urban culture: Alexandria, Antioch, Pergamon.

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    ginario imperial de Alejandro Magno, se perpetu en la preponderancia de lo urbano sobre lo rural bajo el helenismo. Este fenmeno acentu las desigualdades entre las ciudades, ms esplendorosas y boyantes, y las periferias rurales, por lo general ms empobrecidas.

    En las ciudades se establecieron prsperos centros comerciales, que concentraban los flujos comerciales (terrestres y martimos) con las dis-tintas regiones del Mediterrneo. Los Ptolomeos potenciaron la creacin de ciudades como Alejandra, en detrimento del campo egipcio, conside-rado como un mero proveedor de recursos agrcolas. Este hecho, que Hengel califica de explotacin, en toda regla, del campesinado egipcio por parte de la dinasta ptolemaica y de la aristocracia helena, junto con la intensificacin de reclutamiento de la fuerza de trabajo esclava necesa-ria para preservar los pilares de un vasto imperio, se habra traducido en graves tensiones sociales, y habra generado un profundo resentimiento de la poblacin indgena hacia el opresor heleno. Las grandes masas de la poblacin, que en Egipto residan en el campo, se beneficiaron poco o nada de la pujanza econmica que se perciba en los ncleos urbanos ms destacados.

    Los diadocos privilegiaron tambin lo griego sobre lo nativo. El ren-cor que todo ello suscit no se habra circunscrito a los nativos egipcios, sino que habra alcanzado tambin a los habitantes de Palestina. Muchos judos, por otra parte, se sentan tentados de ascender socialmente, sin inquietarles que esta ambicin conllevara asumir un compromiso, ex-plcito o tcito, con el helenismo30. La tendencia de muchos israelitas a contemporizar con la cultura helena, as como a relativizar la centralidad de las tradiciones heredadas de sus padres, se intensificar durante la crisis macabea.

    El pensamiento religioso judo no permaneci inclume ante las mu-dables circunstancias socioeconmicas y polticas de la poca31. Si la teo-loga sacerdotal haba exhibido una cierta ambigedad con respecto a la valoracin moral de la riqueza (quizs porque sus artfices suscriban, aun veladamente, las tesis favorables a los estratos ms privilegiados de la so-ciedad juda, que haban sucumbido a un relativo grado de helenizacin), al combinar aprecio y condena del dinero32, en la tradicin hasdica, que recelaba del helenismo cultural, se reprueba ntidamente al rico y se ma-

    30. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 50. 31. Para un estudio exhaustivo de la evolucin del pensamiento religioso del Se-gundo Templo, el trabajo de Gabriele Boccaccini constituye una referencia obligada, en especial, sus libros Middle Judaism y Roots of Rabbinic Judaism. 32. Sobre el tratamiento de la riqueza y de la pobreza en el Antiguo Testamento, vase H. L. Bosman et al. (eds.), Plutocrats and Paupers. Sobre la importancia de la urba-

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    nifestaba una clara simpata hacia el pobre33. La importancia creciente adquirida por la economa la denuncia, con vehemencia, la literatura sapiencial de la poca34. Los judos ms tradicionales, conturbados ante la creciente influencia del helenismo y sus efectos, potencialmente negati-vos, sobre la genuina identidad del pueblo de Israel, censuraron el afn de acumulacin de riquezas. Con el triunfo de los Macabeos, la problemtica adquirir tales dimensiones que se optar por restringir el comercio en-tre judos y extranjeros para implantar una poltica econmica de tintes proteccionistas.

    El dinero promova una relajacin de las costumbres y un alejamien-to de las prcticas tradicionales de Israel. Este materialismo se cebaba, principalmente, con las clases bajas, privadas del disfrute de la prosperi-dad econmica que se palpaba en los grandes ncleos urbanos de pobla-cin. Con el tiempo, lo que se haba manifestado primariamente como un fenmeno de cariz socioeconmico se interpretar como un peligro, de extraordinaria envergadura, para la supervivencia de la fe de Israel. Como seala Hengel, la fijacin exclusiva por el aspecto pecuniario que haban favorecido los diadocos helenos, y de la que se habran contagiado las cla-ses altas judas, slo contribuy a exacerbar la desconfianza que sentan, en gran medida, los miembros de los estratos ms bajos de la sociedad. Ello abonaba el terreno para el auge de movimientos de rasgos apocalp-ticos, as como para las especulaciones sobre la deflagracin de guerras csmicas entre el bien y el mal, que inundan este tipo de literatura35.

    Jonathan Goldstein ha cuestionado que existiese una tensin tan mar-cada entre el judasmo y el helenismo como la sugerida por, entre otros autores, Hengel. Segn l, la tesis que postula un enfrentamiento radi-cal entre helenismo y judasmo no hace justicia a la realidad. El helenis-mo no desempe, a su juicio, el papel de gran antagonista cultural del judasmo desde su irrupcin en Palestina a finales del siglo iv a.C. Este autor acusa a Hengel de haber sobredimensionado la oposicin entre judasmo y helenismo36. Goldstein cree que rechazar determinadas prc-ticas estrechamente asociadas a la cultura griega no implicaba repudiar el helenismo en cuanto tal. En su opinin, el helenismo posee seis notas irrenunciables para su cabal comprensin: la presencia de un cierto nme-

    nizacin potenciada por el helenismo, remitimos a A. I. Baumgarten, The Flourishing of Jewish Sects in the Maccabean Era, pp. 137-151. 33. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 52. 34. As, en Qo 10, 19 leemos: para holgar preparan su banquete, y el vino alegra la vida, y el dinero todo lo allana. 35. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 56. 36. Cf. J. Goldstein, Jewish Acceptance and Rejection of Hellenism, p. 65.

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    ro de individuos de etnia griega, el conocimiento y el uso de la lengua griega, el influjo de filosofas de corte racional (frente a la exclusiva preva-lencia de concepciones religiosas), el impacto literario (en forma de pi-ca, drama y lrica), el desarrollo de una educacin atltica y gimnstica y, por ltimo, la constatacin de un legado arquitectnico que responda a los cnones estticos propios de la cultura griega. Ninguna de ellas fue explcitamente prohibida, y ni siquiera rechazada, por la Biblia hebrea37.

    Goldstein insiste en el elevado grado de tolerancia hacia el judasmo en poca helenista, al menos hasta tiempos de Antoco IV38. Los grie-gos emprendan, s, negocios y otras actividades en Jerusaln y Jeric, pero no se les permita fijar su residencia en esas reas. Los gentiles expulsados por Judas Macabeo (segn relata 2 Mac 14, 14) podran ha-berse instalado en tiempos de Antoco IV y no antes. El enfrentamiento directo entre judasmo y helenismo slo se habra tornado real con el advenimiento de lo que Goldstein llama el perodo crtico, entre los aos 175 y 163 a.C., al son de las reformas helenizadoras promovidas por el usurpador del sumo sacerdocio Jasn. El establecimiento de un gim-nasio y de una organizacin efbica en Jerusaln lo habran rechazado, contundentemente, los sectores ms apegados al judasmo tradicional. Sin embargo, Goldstein considera que Antoco IV no pretenda oponerse al judasmo en cuanto tal, sino transformar su imperio a imitacin de la Roma republicana, su enemigo poltico por antonomasia. Por ello favoreci, entre otras cosas, la creacin de espacios de reunin para los ciudadanos. La Tor, el conjunto de libros sagrados de la Ley, no ve-taba la entrada a gimnasios, y las reformas helenizadoras de Jasn no incitaban a violar la Ley, ni tenan por qu representar una afrenta para los judos ms piadosos39.

    Pese a que las tesis de Goldstein introducen algunas matizaciones per-tinentes, las cuales atenan la supuesta radicalidad del enfrentamien-to entre judasmo y helenismo, su argumentacin adolece de no pocas

    37. Goldstein considera que, frente a lo que pudiera pensarse en primera instancia, el Libro de la Sircida no se opone al helenismo (cf. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 73), pues, de hecho, nunca emplea el trmino griego. Sin embargo, este aspecto no prueba nada, ya que el rechazo pudo ser implcito. As parece colegirse, por ejemplo, de textos como Si 2, 12; 3, 20-23; 41, 8, o de su rechazo del dualismo alma/cuerpo, que con-trasta con la actitud, ms conciliadora, presente en el Libro de la Sabidura; cf. J. L. Sicre, Introduccin al Antiguo Testamento, pp. 265-266. 38. Parece que, hasta entonces, la prctica de cultos paganos fue severamente res-tringida, y documentos como el denominado Papiro de Zenn demostraran que los griegos no posean propiedades en Judea. Cf. J. Goldstein, Jewish Acceptance and Rejec-tion of Hellenism, p. 76. 39. Cf. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 81.

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    flaquezas. El hecho de que la Tor no repruebe, expresamente, acudir a gimnasios carece de valor a efectos de examinar la oposicin entre am-bas culturas. En la Tor, y sobre todo en sus estratos ms tempranos, los gimnasios no constituan un conflicto serio, digno de tomarse en consi-deracin, ya que no haba irrumpido an el helenismo en Palestina con la suficiente intensidad40. El antagonista principal no era una civilizacin, la griega, que an no se haba implantado en Palestina, sino la cananea, frente a la cual la historiografa israelita reflejada en la Biblia hebrea despleg su ms enconada furia ideolgica41. Si el helenismo no hubiera supuesto un desafo de primera magnitud para el judasmo, difcilmente nos toparamos con la profusin de historias sobre mrtires perseguidos a causa de su lealtad inquebrantable a la Ley juda, y menos an con un movimiento teolgico del alcance de la apocalptica, que, en determi-nados aspectos, ofreca una alternativa cultural y teolgica al helenismo (aun influenciada, como analizaremos ms adelante, por conceptos clave de la propia cosmovisin griega). Adems, la resistencia a la penetracin cultural helena y a su proyecto de oikumene en todo el Oriente, que ame-nazaba con ahogar las tradiciones locales, no se circunscribi a una poca o a una regin, sino que provoc que se alumbraran diversos mitos sobre la superioridad de las civilizaciones pre-helenas de Oriente42.

    Por otra parte, Goldstein presta excesiva atencin al factum, incues-tionable, de la aquiescencia de muchos judos hacia el proceso de heleni-zacin, evidencia que se pone de manifiesto en la adopcin de nombres y costumbres griegas, pero no examina el sustrato sociolgico subyacente: qu sectores fueron propicios a la helenizacin y qu colectivos (la gran mayora de la poblacin) quedaron excluidos de este fenmeno. El an-lisis de Hengel resulta ms convincente, porque examina la polarizacin en clases y grupos sociales exacerbada por el proceso de helenizacin, el cual se constrea, casi por completo, a los sectores privilegiados de Jerusaln, y desdeaba a las clases populares y medias. Las zonas rurales permanecieron, por lo general, al margen de las potenciales ventajas del

    40. Sobre la redaccin del Pentateuco, vanse F. Garca Lpez, El Pentateuco, pp. 319 ss.; M. D. Coogan, The Old Testament, especialmente la seccin: The formation of the Pentateuch. 41. Sobre la percepcin de los cananeos en la Biblia hebrea, y la reconstruccin de la hipottica conquista de Canan para satisfacer determinadas tentativas de legitimacin ideolgica, vase K. van Bekkum, From Conquest to Coexistence; una panormica bastan-te amplia sobre este tema la encontramos en M. Liverani, Oltre la Bibbia. 42. Vase S. K. Eddy, The King is Dead. Como escribe J. H. Han (Daniels Spiel, p. 47), se advierte que el Libro de Daniel es un vigoroso esfuerzo para contrarrestar el impacto que la cultura griega estaba introduciendo en la sociedad juda.

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    helenismo. Si la coexistencia entre judasmo y helenismo hubiera sido, en lo esencial, de naturaleza pacfica, no se entendera entonces el amplio apoyo del que gozaron los Macabeos en su rebelin contra Antoco IV43.

    Tanto las florecientes clases medias de Jerusaln (compuestas por pe-queos comerciantes y trabajadores cualificados) como el campesinado contemplaban con recelo a la aristocracia judeo-helena. La extraccin so-cial de los Macabeos remite al bajo clero levtico procedente de las afueras de Jerusaln. Habran encarnado, de manera sumamente fructfera para sus ambiciones polticas, ese resentimiento latente hacia las clases heleni-zadas de Jerusaln, el cual, con el tiempo, se habra traducido tambin en una repulsa hacia el helenismo en sus dimensiones culturales y religiosas44.

    En la esfera estrictamente teolgica, es interesante percatarse de que el helenismo sembr un terreno inmensamente frtil para el tratamiento de problemticas que, hasta entonces, no haban desempeado un papel tan destacado en el seno de la conciencia juda45. Por ejemplo, el nfasis de la filosofa griega en el logos, en el uso de la razn como instrumento preeminente para acceder a la verdad, concitaba, en paralelo, interro-gantes como los referidos al alcance del conocimiento humano. Estas incgnitas se plantean, directa o indirectamente, en obras de la literatura juda de la poca, como el Libro de Qohelet (o Eclesiasts), adems de en diversos escritos de ndole apocalptica. Para Sacchi, se introdujo, gradualmente, una tendencia a llevarlo todo hasta sus ltimas consecuen-cias, en sintona con el inters de la filosofa griega por la metafsica, esto es, por las preguntas ltimas sobre la naturaleza del mundo y de la existencia humana: es como si en la conciencia juda actuase enton-ces un catalizador que impulsara todos los problemas hacia soluciones extremas. Este catalizador debe identificarse con el pensamiento griego, tal como fue conocido por los judos a travs del helenismo46.

    La preocupacin por el sentido de la vida y por la bsqueda de salva-cin (a ttulo personal, ya no exclusivamente colectivo) se pone de relieve

    43. En cualquier caso, no puede negarse que la helenizacin tuvo sus lmites, ya que, con anterioridad a las reformas de Antoco IV, se preservaron patrones lingsticos, teolgicos y religiosos que remitan a las prcticas tradicionales de Israel. Cf. J. J. Collins y G. E. Sterling (eds.), Hellenism in the Land of Israel. Estos lmites habran estado rela-cionados con el afianzamiento de una frrea distincin entre el centro y la periferia, que circunscriba el proceso de helenizacin a los estratos ms elevados de la sociedad de Jerusaln. 44. M. Hengel, Judaism and Hellenism, p. 54. 45. Sobre el impacto del encuentro con el helenismo en distintos mbitos de la vida social juda en poca macabea, vase A. I. Baumgarten, The Flourishing of Jewish Sects in the Maccabean Era, pp. 81-112. 46. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 226.

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    en el auge de los cultos mistricos, los cuales prosperaron en el contexto de un acusado sincretismo religioso47. La creciente individualizacin en los distintos estratos de la vida social se verifica, por ejemplo, en el tipo de prctica funeraria que prevalece en poca macabea, cuando las fami-lias ms acomodadas empiezan a erigir sepulcros conmemorativos para sus miembros, costumbre no testimoniada en perodos anteriores de la historia del pueblo de Israel48.

    El surgimiento de un incipiente (y en ocasiones rudimentario) univer-salismo en la teologa apocalptica difcilmente se explica sin la profun-da impronta (que constitua tambin un hondo desafo) creada por el helenismo. Se produjo un autntico cambio en el Zeitgeist, en el espritu de la poca, por difcil que se nos antoje tematizar el contenido preciso de esta serie de transformaciones. En palabras de Sacchi: se tiene la impresin de que mientras el helenismo llev a los griegos al desarrollo de los elementos irracionales y patticos de su nimo, el judasmo, tras el contacto con Grecia, desarroll los elementos ms racionales y huma-namente autnomos de su espritu en la bsqueda de una organizacin sistemtica de los datos49.

    El influjo descoll, por tanto, de modo recproco. Ninguna cultura qued al margen de la interaccin propiciada por el helenismo. Los grie-gos incorporaron elementos de irracionalidad a su pensamiento (bien es cierto, en cualquier caso, que esta dimensin subsista ya en la Grecia clsica)50, o al menos acentuaron aquellas facetas que cabra asociar a lo irracional, pero las cuales conformaban ya su cultura. Por su parte, pueblos prximo-orientales como el judo, que no haban desarrollado una reflexin sistemtica (sino preferentemente mtico-religiosa) sobre el cosmos y el hombre, adoptaron una dinmica que remite, de alguna manera, al mpetu racionalizador despertado por la cultura griega.

    II. HISTORIA POLTICA Y RELIGIOSA DEL SEGUNDO TEMPLO

    La relacin pacfica entre helenismo y judasmo, sujeta ya a crecientes ten-siones sociales, cambi radicalmente de rumbo con el ascenso al poder de

    47. Cf. K. M. Woschitz, Parabiblica, pp. 37-41, sobre el individualismo religioso en el helenismo. 48. Cf. J. Schaper, Eschatology in the Greek Psalter, p. 153. 49. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 227. 50. Prueba de ello es la contraposicin entre lo apolneo y lo dionisaco en la Grecia clsica que expusiera Friedrich Nietzsche en su obra El origen de la tragedia, publicada en 1872. La temtica de lo irracional en la cultura posee un indudable inters. Remitimos al trabajo clsico de E. R. Dodds, The Greeks and the Irrational.

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    Antoco IV Epifanes. El dominio selucida sobre Palestina se remontaba a la batalla de Panin, que el ao 200 a.C. haba enfrentado a Ptolomeo V (205-180) de Egipto con Antoco III (232-187) de Siria. El monarca selucida se alz con la victoria frente al lgida, pero este triunfo no se tradujo en un gobierno directo e inmediato de la dinasta selucida sobre Palestina: el paso de una esfera de influencia a otra no fue tan brusco como podra suponerse por haber sucedido tras una batalla. Se produjo, ms bien, un trnsito gradual del poder ptolemaico al seluci-da, en cuyo lapso de unas pocas dcadas se experiment tambin una profunda evolucin de la mentalidad juda51.

    Lo cierto es que despus de la batalla de Panin, y de la progresiva transferencia de poder de los Ptolomeos a los Selucidas, el helenismo, que hasta este momento parece haber penetrado lentamente en Jeru-saln, protegido por las medidas de Esdras contra toda contaminacin pagana, irrumpe en la ciudad bruscamente; es cierto que no con sus va-lores ms profundos sino con sus manifestaciones ms patentes: indivi-dualismo, amor por la gloria que llega a ser fcilmente sed de poder, una economa que lleva fcilmente al desarrollo de los grandes patrimonios, tendencia al sincretismo que difcilmente poda ponerse de acuerdo con los principios de la ms autntica tradicin yahvista52.

    El escollo fundamental para lograr un conocimiento fidedigno de la (por tomar la clebre expresin de Ferdinand Braudel) histoire v-nementielle asociada a la revuelta macabea contra el dominio selucida sobre Palestina reside en la escasez de fuentes disponibles, as como en las dudas razonables sobre su rigor en la narracin de los hechos (tanto para las de matriz bblica como para las de procedencia extra-bblica). La referencia principal nos la brinda el libro XII de las Antigedades judas del historiador judo Flavio Josefo (37-100), que cubre desde la muerte de Alejandro Magno hasta la de Judas Macabeo. Sin embargo, la mayora de los crticos alberga sospechas bien fundadas sobre la fiabilidad de los testimonios que toma Josefo para la elaboracin de su obra, ya que sta presenta caractersticas que, en determinados casos, la aproximan ms a la categora de novela que a la de historia propia-mente dicha53 (por no mencionar las serias confusiones cronolgicas

    51. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 231. 52. Ibid., p. 235. Sacchi contempla Qohelet como la expresin de una crtica pro-funda de la sociedad de Nehemas, que tambin se aplica a la del siglo ii a.C. Significa este hecho que, en la poca en que se redact Qohelet, seguramente en el siglo iii a.C., existan ya grupos en Palestina que profesaban fe en la vida eterna y en la inmortalidad del alma, lo que habra constituido el detonante de la especial virulencia que el hagigrafo de Qohelet muestra contra estas doctrinas? 53. Ibid., p. 231.

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    en fechas de reinados y de sumos sacerdotes en las que reiteradamente incurre su autor)54.

    Segn Josefo, tras la batalla de Panin, Cleopatra, hija del vencedor Antoco III de Siria, se cas, el ao 193, con el rey Ptolomeo V de Egipto, y aport como dote rentas de Fenicia, Siria y Palestina55. Este hecho tam-bin aparece recogido en fuentes griegas56, y explicara la disparidad de obediencias vivida en Palestina en la primera mitad del siglo ii a.C. Se alcanz un acuerdo, mediante el cual, al estamento sacerdotal (presidi-do por el sumo sacerdote Onas II) se le habra concedido la exencin en el pago de impuestos, privilegio del que no habra sido partcipe el pueblo llano. Esta flagrante injusticia subyacera a no pocos conflictos sociales gestados en esa poca. El rgimen de exenciones fiscales, surgido en respuesta al apoyo de los judos de Jerusaln a Antoco III frente a los Ptolomeos, vino acompaado de una serie de prerrogativas, como, por ejemplo, la de permitir a los judos obtener gratuitamente lea de las po-sesiones estatales, y exoner a los sacerdotes y a las clases ms pudientes de pagar impuestos, mientras que para favorecer la repoblacin de la ciudad, concedi una exoneracin anloga de tres aos de duracin a quienes se establecieran en Jerusaln57.

    Las exenciones fiscales no beneficiaron a las clases populares, entre otras cosas, porque el acuerdo firmado al trmino de la batalla de Pa-nin estipulaba, en una de sus clusulas, que los Ptolomeos de Alejandra recaudaran las tasas provenientes de Celesiria, Fenicia, Samaria y Ju-dea, con excepciones poco claras58. Quien s qued exonerada de las cargas fiscales fue, como ya hemos comentado, la casta sacerdotal de Jerusaln, cuyo poder era inmenso. El sumo sacerdote Onas II osten-taba no slo la potestad religiosa (tim arjieratik), sino tambin la civil (prostasa to lao). Sin embargo, Onas se habra visto forzado, ante el creciente malestar generado por las palpables injusticias fiscales, y a cau-sa del temor a una incipiente rebelin de las clases populares, a solicitar una abolicin o, al menos, una rebaja sustancial de las onerosas cargas

    54. E. Meyer considera que Josefo se sirvi de tres fuentes principales: una novela de Alejandro, la Carta de Aristeas y la novela de los Tobadas (cf. Ursprung und Anfnge des Christentums, vol. II, p. 128; cit. por P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 232). 55. Segn relata Flavio Josefo, Antigedades judas XII, 154. 56. Se trata, fundamentalmente, del historiador griego del siglo ii a.C. Polibio de Megalpolis. Sobre la discusin en torno a la relacin entre Polibio y Flavio Josefo, van-se S. J. D. Cohen, Josephus, Jeremiah, and Polybius, pp. 366-381; A. M. Eckstein, Jo-sephus and Polybius, pp. 175-208. 57. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 236. 58. De ello deja constancia Flavio Josefo en Antigedades judas XII, 155.

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    impositivas. Envi, para ello, a su sobrino Jos el Tobada a Alejandra para negociar con los Ptolomeos. Finalmente, sus gestiones fructificaron en una reduccin de impuestos para Judea, y Jerusaln se desarroll rpidamente bajo la gestin de Jos el Tobada, que aprovech su posi-cin nica dentro del Estado ptolemaico59.

    La riqueza flua por Jerusaln (urbe en cuyo majestuoso Templo se acumulaban importantes depsitos pecuniarios que, aos ms tarde, codi-ciar Antoco IV), pero el poder se escapaba, paulatinamente, del entorno del sumo sacerdote. Hircano, hijo de Jos el Tobada y sobrino-nieto de Onas II, suplant a su padre en el control de los impuestos, pero con su ascenso aflor una problemtica nada desdeable: Hircano se mostraba favorable a los Ptolomeos de Egipto, mientras que sus hermanos mani-festaban simpatas hacia los Selucidas de Siria. A Onas II le sucedi en el sumo sacerdocio Simn II, su hijo, tambin afn a la faccin pro-siria. Con el reinado de Seleuco IV de Siria (187-175) despuntaron los primeros sntomas de disgregacin interna dentro de la comunidad de Jerusaln, visibles ya en la divisin en dos grandes partidos, uno pro-egipcio y otro pro-sirio. Jerusaln habra sufrido disensiones que el sumo sacerdote, en-tonces debilitado en su autoridad, no era capaz ya de controlar. De estas crecientes disensiones da testimonio 2 Mac 3, 4-8. El ansia de los sirios por apoderarse de las riquezas del templo de Jerusaln resulta del todo plausible, si tenemos en cuenta que Seleuco haba contrado abultadas deudas con Roma tras la derrota sufrida en Magnesia60.

    Un acontecimiento de suma relevancia para la comprensin de la crisis macabea, as como del auge de la apocalptica en el seno del ju-dasmo, lo constituye la subida al trono de Siria de Antoco IV Epifanes el ao 175 a.C. El sumo sacerdote, Onas III, se haba acercado pal-mariamente a la faccin pro-egipcia (encabezada por Hircano), y dej constancia de su fidelidad sobrevenida hacia los Ptolomeos a travs de actos provocativos, como la expulsin forzada de los hermanos Toba-das (leales a Siria) de Jerusaln. Su estrategia, sin embargo, le cosech escasos resultados, porque su hermano Yasha (Jess), que reemplaz su nombre por el de Jasn61, obtuvo el cargo de sumo sacerdote de manos del Selucida, gracias a un desembolso econmico y a una pro-mesa ntida de helenizacin. El sumo sacerdocio de Jerusaln se hallaba, por tanto, en manos extranjeras, y para arrogarse tan alta posicin era imprescindible la prctica de la simona62.

    59. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 238. 60. Ibid., p. 239. 61. Flavio Josefo, Antigedades judas XII, 239. 62. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 241.

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    Las promesas de helenizacin efectuadas por Jasn a Antoco pronto se tradujeron en la fundacin de un gimnasio en Jerusaln63, enclave uti-lizado principalmente por las clases adineradas y de estirpe sacerdotal. El uso de un gimnasio podra parecer una cuestin inocua, pero, como advierte Sacchi, transparentaba una realidad ms profunda: la admi-racin por la cultura griega implicaba de alguna manera el desprecio de la propia64. La situacin alcanz tales extremos que Jasn lleg a enviar dinero a Antoco para ofrecer un sacrificio al hroe pagano Hr-cules65. El hecho se nos antojara una simple invencin del autor de 2 Mac, cuya escasa simpata hacia Jasn est perfectamente atestiguada, si no fuera porque entronca de lleno con la dinmica de sumisin al helenismo emprendida por el nuevo sumo sacerdote. Como leemos en 2 Mac 4, 13-15:

    Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasn, que tena ms de impo que de sumo sacerdote, que ya los sacerdotes no sentan celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el templo; descuidando los sacrificios, en cuanto se daba la seal con el gong se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la palestra contrarios a la ley, sin apreciar en nada la honra patria, tenan por mejores las glorias helnicas.

    Por 1 Mac sabemos que muchos judos renegaron de la circuncisin, y aplicaron tcnicas de ciruga plstica para ocultarla, algo que tambin figura en los escritos de Flavio Josefo66. La gravedad de la situacin re-sida no tanto en el afn de los sirios por introducir el helenismo en Judea como en la participacin, activa y decisiva, de muchos judos en esta empresa:

    En aquellos das surgieron de Israel unos hijos rebeldes que sedujeron a mu-chos diciendo: Vamos, concertemos alianza con los pueblos que nos rodean, porque desde que nos separamos de ellos, nos han sobrevenido muchos males. Estas palabras les parecieron bien, y algunos del pueblo se apresu-

    63. Cf. Antigedades judas XII, 241; 2 Mac 4, 9; 1 Mac 1, 14. El hecho de que 2 Mac y 1 Mac coincidan en este punto, pese a sus frecuentes divergencias, parece indicar, con nitidez, la afrenta tan profunda que la construccin de un gimnasio tuvo que suponer para el pueblo judo. 64. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 242. 65. El impuro Jasn envi embajadores, como antioquenos de Jerusaln, que llevaban consigo trescientas dracmas de plata para el sacrificio de Hrcules. Pero los portadores prefirie-ron, dado que no convena, no emplearlas en el sacrificio, sino en otros gastos (2 Mac 4, 19). 66. Vase Antigedades judas XII, 241.

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    raron a acudir donde el rey y obtuvieron de l autorizacin para seguir las costumbres de los paganos (1 Mac 1, 11-13).

    La reaccin no se hizo esperar. El problema no estribaba en la asimi-lacin de una forma mentis helena, ni en el establecimiento de un inter-cambio cultural entre ambas civilizaciones, sino en la asuncin, superficial y sincretista, de las prcticas griegas: si poda darse una confrontacin e incluso un acercamiento entre judasmo y helenismo, slo poda reali-zarse sobre bases mucho ms profundas, a saber, cuando los valores de la cultura griega hubieran sido comprendidos por los judos y a condicin de que se hubiera sabido distinguir entre la tolerancia cosmopolita y el sincretismo, cosa no fcil en ningn perodo de la historia67.

    La degradacin de la institucin del sumo sacerdocio, con la pro-liferacin de un sinnmero de abusos y la difusin desenfrenada de la simona, era de tal envergadura que un pretendiente, Menelao, intent comprar tan magno honor a Antoco IV. Se aprovech, para ello, de los problemas econmicos a los que se enfrentaba el soberano sirio a causa de sus conflictos con Roma. Menelao no era de origen sadoquita, como caba exigirle a un sumo sacerdote judo, pero las dificultades pecunia-rias del monarca selucida propiciaron que obtuviera, finalmente, tan egregio puesto. Aun as, la asfixia monetaria de Antoco IV se intensifi-c, y el soberano sirio decidi asaltar Jerusaln para, entre otras cosas, aduearse de los tesoros custodiados en el Templo.

    Segn Josefo, Antoco IV no encontr mucha resistencia en Jeru-saln, gracias, en gran medida, a la ayuda prestada por la faccin pro-siria68. Antoco expoli los tesoros del Templo e instaur una heleni-zacin forzosa. Prohibi el cumplimiento de la Ley y la prctica de la circuncisin. La abominacin ms absoluta, la abominacin de la de-solacin a la que aluden los textos bblicos (Dn 9, 27; 11, 31; 12, 11), aconteci el 15 de diciembre del 167 a.C., cuando se erigi un altar pa-gano en el templo de Jerusaln: enviar fuerzas que profanarn el san-tuario y la ciudadela, suprimirn el sacrificio permanente e instalarn el dolo maldito (Dn 11, 31).

    Aunque fuentes como 2 Mac aseguran que se desencaden un ata-que virulento contra los judos, Sacchi opina que el redactor de este libro exagera al sugerir una persecucin indiscriminada, porque Antoco IV, por intereses puramente polticos, no poda desear que estallase una confrontacin radical con el judasmo tradicional, sino tan slo afianzar

    67. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 242. 68. Flavio Josefo, Antigedades judas XII, 246.

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    su dominio sobre Judea (frente a los Ptolomeos y contra el floreciente poder de Roma). De hecho, muchos judos se avergonzaban de la circun-cisin ya con anterioridad a las reformas de Antoco IV, y no hemos de olvidar que, a diferencia de Nabucodonosor II de Babilonia o de lo que ordenar Tito, hijo del emperador Vespasiano, siglos ms tarde, Anto-co IV no destruy el templo de Jerusaln.

    Lo ms probable es que Antoco IV no buscase acabar con el judasmo en cuanto tal, sino tan slo con el de tipo sadoquita, sumamente refrac-tario al influjo del helenismo, y cuya frrea oposicin poda constituir un peligro para la hegemona selucida sobre una regin de gran relevancia geopoltica: Antoco quera destruir aquel judasmo, no el judasmo69. En cualquier caso, y como tambin reconoce Sacchi, resultara harto sim-plificador reducir el judasmo de la poca a una crasa dialctica entre uno tradicional sadoquita70 y otro ms abierto al helenismo: el problema de la autocomprensin de Israel era antiguo y complejo71.

    La reaccin frente a Antoco IV superpuso dos planos, como no po-da ser de otra manera: el poltico y el religioso. El primero implicaba la lucha contra el poder sirio en Palestina, mientras que el segundo conduca a un enfrentamiento con el helenismo, necesario para la su-pervivencia del judasmo tradicional. Quienes abanderaron la lucha armada contra Antoco IV fueron los Macabeos72, si bien Sacchi sos-pecha que su utilizacin de la Ley (como arenga para enfervorizar al pueblo frente al soberano extranjero) se debi ms a causas polticas que a razones lmpidamente religiosas. Su ideal habra sido la conquis-ta de los dos poderes, el laico y el religioso, para fusionarlos en una misma persona73.

    69. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 244. 70. Para una panormica sobre la cosmovisin teolgica que define el judasmo sa-doquita, vase G. Boccaccini, Roots of Rabbinic Judaism, pp. 73-82. 71. P. Sacchi, Historia del judasmo en la poca del Segundo Templo, p. 245. 72. Matatas, el lder de la revuelta frente a Menelao y contra el poder sirio de Antoco IV, no era de ascendencia sadoquita, aunque s perteneca a una familia sacerdo-tal, los Yehoyarib, que aparecen mencionados en 1 Cro 24, 7: toc la primera suerte a Joarib; la segunda a Yedaas. 73. Para Sacchi (cit., p. 247), quienes permanecieron en Jerusaln y en sus alrede-dores mantuvieron una teologa basada en la idea de la Alianza, en sintona con las tradi-ciones anteriores del pueblo de Israel, mientras que los grupos que huyeron de Jerusaln habran dado lugar a una teologa de la promesa, de tintes ms apocalpticos. Lo cierto es que ya se encuentran vestigios de la teologa de la promesa en textos bblicos antiguos (por ejemplo, en la promesa de la descendencia davdica en 2 Sam 7), aunque no se puede negar que, con el advenimiento de la apocalptica, el acento se situ en la proyeccin escatolgica de la promesa de Dios al pueblo.

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    Hemos sealado ya la constatacin, dotada de insoslayable trascen-dencia, de que las reformas impulsadas por Antoco IV contaron con el apoyo de amplios sectores de la sociedad juda. El mrito de los Maca-beos habra consistido en capitalizar la oposicin a la corriente helenista y pro-siria encarnada por Menelao, gracias a enarbolar dos insignias: la de la libertad poltica, frente al Imperio selucida, y la de la prstina pu-reza religiosa del judasmo, frente al desafo de las leyes helenizadoras de Antoco. Sacchi cree que los Macabeos, ms que abogar por la ley de Israel y por su estricto cumplimiento, ambicionaban arrebatar el poder a Menelao. Para ello, se habran afanado (con xito) en transformar el movimiento contrario a Menelao y a Antoco en una autntica guerra de liberacin nacional frente al opresor extranjero74.

    Matatas el Macabeo muri el ao 166 a.C., y el liderazgo de la re-vuelta fue asumido por su hijo Judas, quien habra alcanzado un acuerdo con Menelao, de manera que ste conservara el sumo sacerdocio, pero a costa de reconocer la victoria poltica de cuantos disputaban la domi-nacin siria. El triunfo de los Macabeos cristaliz en la celebracin de la Hanukkah, o nueva dedicacin del templo de Jerusaln, el 25 de diciem-bre del 164 a.C., un acto de resarcimiento colectivo de la abominacin de la desolacin que haba acaecido slo tres aos antes75.

    En Siria ascendi al trono Demetrio I (162-150 a.C.), sobrino de An-toco IV76 e hijo de Seleuco IV, y el flamante soberano selucida decidi nombrar sumo sacerdote a Alcimo. Judas y Menelao haban convenido en una divisin pacfica de poderes: el religioso lo detentara Menelao y el civil, Judas. Alcimo se sum a esta tendencia. Sin embargo, este hecho deja entrever que la victoria de los Macabeos no fue tan contundente como po-dra colegirse en primera instancia. La designacin de Alcimo como sumo sacerdote por parte del emperador sirio demuestra que el partido helenis-ta gozaba an de gran pujanza por aquel entonces77.

    Despus del fallecimiento de Judas Macabeo, el poder poltico pas a manos de su hermano Jonatn. En el lado helenista, el sumo sacerdote Alcimo muri sbitamente el ao 159 (el 153 de la era selucida, la cual comienza el 312 a.C.). Jonatn maniobr con astucia y se ali con el

    74. De hecho, Matatas, segn cuenta Flavio Josefo, habra convencido a sus segui-dores de la necesidad de luchar incluso en sbado, para no estar en desventaja frente al enemigo (Antigedades judas XII, 276). 75. Ibid. XII, 321. 76. Sobre la muerte de Antoco IV, se ofrece una interpretacin divergente entre Poli-bio (quien la asocia a una expedicin de saqueo del templo de Artemisa en Elimais, Persia) y Flavio Josefo (para el que habra sido el merecido castigo por el saqueo del templo de Jerusaln). Cf., respectivamente, Historias 31, 9; Antigedades judas XII, 9. 77. De ello deja constancia Flavio Josefo, Antigedades judas XII, 393.

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    c o n t E X t o H i s t R i c o Y s o c i o p o l t i c o d E l a a p o c a l p t i c a j u d a

    pretendiente selucida Alejandro Balas, quien, al obtener el trono de Siria, recompens sus servicios con el ansiado cargo de sumo sacerdote. Los Asmoneos acaparaban as, en una sola persona, las potestades civil y religiosa, gesta que, sumada a la independencia paulatina de Siria que exista ya de facto, les confiri un vasto poder sobre el destino del pue-blo judo. Jonatn muri el ao 143, y fue sucedido por su hermano Si-mn, quien ser elegido sumo sacerdote por el pueblo, en lugar de que lo nombre un gobernante extranjero78. Haba comenzado la dinasta de los Asmoneos.

    III. LOS HASIDIM Y LA EFERVESCENCIA RELIGIOSA EN POCA MACABEA

    1. El contexto religioso posterior a la revuelta macabea

    Como consecuencia de la penetracin del helenismo en Palestina, tuvo lugar un notable desarrollo econmico y cultural, que propici que mu-chos judos, y en especial aquellos que pertenecan a las lites, se identi-ficasen con las formas culturales de raigambre griega. Sin embargo, esta situacin tambin provoc que las clases bajas, ancladas en la cultura tradicional, y en gran medida ajenas a la incipiente prosperidad econ-mica que se palpaba, recelaran, cada vez, ms del helenismo.

    La rebelin macabea del 167/166 a.C. marc un punto de inflexin, tanto en las relaciones entre judasmo y helenismo como en la propia identidad del pueblo judo. Supuso el aflorami