El peligro de revelar los deseos en Ojos bien cerrados, de Stanley Kubrick

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El peligro de revelar los deseos en Ojos bien cerrados Benjamín Pacheco López Los deseos reprimidos, largamente guardados en el interior de cada persona, pueden volverse potentes motores con miras a la destrucción en caso de ser revelados, según se puede apreciar en la película Ojos bien cerrados del director Stanley Kubric (EU, 1928-1999). El filme, estrenado en 1999 luego de una intensa campaña de publicidad debido al protagonismo de Tom Cruise y Nichole Kidman –casados en ese entonces-, fue la última de 16 realizadas por uno de los directores considerados por la crítica especializada como uno de los “más influyentes cineastas del siglo XX”. Sin embargo, también es muestra de algo que caracterizó la polémica carrera de Kubrick a lo largo de 48 años de trabajo: su gusto por la libre reinterpretación de los textos al llevarlos al lenguaje cinematográfico. En principio, Ojos bien cerrados está basada en la noveleta Relato soñado (1925) del escritor austriaco Arthur Schnitzler (1862-1931), donde se narra la aventura de un doctor vienés –casado y con una hija- que se sumerge en una especie de viaje ambiguo con tintes oníricos, tras las revelaciones sobre deseos sexuales de su esposa. Schnitzler, médico de profesión y quien se apoyó continuamente en la teoría del psicoanálisis elaborada por Sigmund Freud, plantea una de las interrogantes que incluso pueden turbar a una persona en la actualidad: ¿realmente quiero saber todos los sueños y deseos de mi pareja? El personaje Fridolin inicia este juego con su esposa Albertine, quien le confiesa que durante unas vacaciones que pasaron en Dinamarca estuvo a punto de dejarlo todo si se lo hubiera pedida un oficial atractivo a quien vio de pasada; él, aunque lleno de celos, confiesa a su vez que le atrajo una adolescente. De esta forma, el gran tema está planteado: lo que importa es el deseo no cumplido y que podría cumplirse, la eterna inquietud de que un individuo sea capaz de abandonar a otro, a pesar del supuesto amor y fidelidad expresados. Tras la confesión, Fridolin conocerá distintos personajes de una Viena oscura, será tentado sexualmente en diferentes ocasiones, e incluso conocerá de cerca las grandes orgías de la clase acomodada, donde se

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Reseña cinematográfica de la película Ojos bien cerrados del director Stanley Kubrick, publicada en la columna Ovejas Eléctricas del periódico El Vigía, Ensenada, B.C., México, por Benjamín Pacheco López.

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El peligro de revelar los deseos en Ojos bien cerrados

Benjamín Pacheco López

Los deseos reprimidos, largamente guardados en el interior de cada persona, pueden volverse potentes motores con miras a la destrucción en caso de ser revelados, según se puede apreciar en la película Ojos bien cerrados del director Stanley Kubric (EU, 1928-1999). El filme, estrenado en 1999 luego de una intensa campaña de publicidad debido al protagonismo de Tom Cruise y Nichole Kidman –casados en ese entonces-, fue la última de 16 realizadas por uno de los directores considerados por la crítica especializada como uno de los “más influyentes cineastas del siglo XX”. Sin embargo, también es muestra de algo que caracterizó la polémica carrera de Kubrick a lo largo de 48 años de trabajo: su gusto por la libre reinterpretación de los textos al llevarlos al lenguaje cinematográfico.

En principio, Ojos bien cerrados está basada en la noveleta Relato soñado (1925) del escritor austriaco Arthur Schnitzler (1862-1931), donde se narra la aventura de un doctor vienés –casado y con una hija- que se sumerge en una especie de viaje ambiguo con tintes oníricos, tras las revelaciones sobre deseos sexuales de su esposa. Schnitzler, médico de profesión y quien se apoyó continuamente en la teoría del psicoanálisis elaborada por Sigmund Freud, plantea una de las interrogantes que incluso pueden turbar a una persona en la actualidad: ¿realmente quiero saber todos los sueños y deseos de mi pareja? El personaje Fridolin inicia este juego con su esposa Albertine, quien le confiesa que durante unas vacaciones que pasaron en Dinamarca estuvo a punto de dejarlo todo si se lo hubiera pedida un oficial atractivo a quien vio de pasada; él, aunque lleno de celos, confiesa a su vez que le atrajo una adolescente. De esta forma, el gran tema está planteado: lo que importa es el deseo no cumplido y que podría cumplirse, la eterna inquietud de que un individuo sea capaz de abandonar a otro, a pesar del supuesto amor y fidelidad expresados. Tras la confesión, Fridolin conocerá distintos personajes de una Viena oscura, será tentado sexualmente en diferentes ocasiones, e incluso conocerá de cerca las grandes orgías de la clase acomodada, donde se celebra el triunfo de la irracionalidad ante la racionalidad. Fridolin tendrá constantes opciones pero fracasará en concluirlas, tras una noche en la que también aprenderá que su vida correrá peligro si se entera de demasiadas verdades.

Kubrick, por su parte, adaptó la historia a su gusto y antojo. En lugar de recrear la época y la ambigüedad del relato en la Viena finisecular, centró la acción en una ciudad de Nueva York que entra al nuevo milenio. Cineasta al fin, remarcó por medio de la imagen lo tenebroso que pueden ser las personas: tanto al momento de revelar una fantasía, como ante la posibilidad de cumplirla. La película generó morbo por sus desnudos frontales femeninos y la recreación de orgías en las que la imaginación del espectador coloca a su gusto distintos tipos de individuos acomodados: empresarios, políticos e incluso del clero. De esta forma, la cámara de Kubrick nos lleva a la realidad de Bill Harford y su esposa Alice, siguiendo de manera lineal las bases y circunstancias del relato austriaco, pero transfiguradas al entorno estadounidense y con el sello musical György Ligeti, colaborador también en 2001: Una odisea en el espacio y El Resplandor.

Kubrick murió antes de finalizar el montaje definitivo y su equipo concluyó la película. Al parecer uno de sus asistentes decidió que la última línea fuera “Fuck”, en voz de Kidman, en lugar de la bella narrativa de Schnitzler: -“¿Qué vamos a hacer, Albertine? Ella sonrió y tras una breve vacilación, repuso: -Dar gracias al Destino, creo, por haber salido tan bien librados de todas esas aventuras… de las reales y las soñadas

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[…] Tan segura que sospecho que la realidad de una noche, incluso la de toda una vida humana, no significa también su verdad más profunda”.