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PÁGINA INDÓMITA

EL OBSERVADOR COMPROMETIDO

CONVERSACIONES CON JEAN-LOUIS MISSIKA Y DOMINIQUE WOLTON

RAYMOND ARON

Traducción deLuis González Castro

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© Éditions de Fallois, 2004© de la traducción, Luis González Castro

© de la presente edición, página indómita, s.l.u.Providencia 114 bis, 4º 4ª. 08024 Barcelona

www.paginaindomita.com

Diseño de cubierta y composición: Ángel UzkianoImpresión y encuadernación: Romanyà Valls

Primera edición: octubre de 2019

Todos los derechos reservados

isbn: 978-84-949992-1-5Depósito legal: C-1520-2019

Título original: Le spectateur engagé,publicado originalmente por Éditions Julliard en 1981

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ÍNDICE

Prólogo, por Jean-Louis Missika y Dominique Wolton 11

Primera parte. Francia en la tormenta 31

1. Un joven intelectual de los años treinta 331. Calle de Ulm, 1928 - Berlín, 1933 332. El Frente Popular. A la izquierda le encanta celebrar sus derrotas 56

3. La decadencia de Francia 75

2. Los años sombríos (1940-1945) 991. La partida hacia Londres 992. De Gaulle y Pétain 1093. El holocausto 129

3. Las desilusiones de la liberación 1391. La reconstrucción Francia 1392. El virus de la política 1463. Yalta, la leyenda de la división del mundo 158

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Segunda parte. Democracia y totalitarismo 177

4. El gran cisma (1947-1956) 1791. ¿Quién ganó la Guerra Fría? 1792. La Agrupación del Pueblo Francés (RPF) 2053. El opio de los intelectuales 213

5. La descolonización 2371. La tragedia argelina 2382. De Gaulle y la descolonización 2573. Los intelectuales y el anticolonialismo 263

6. Paz y guerra entre las naciones 2731. Pensar la guerra nuclear 2732. Crecimiento económico y rivalidad ideológica 288

3. De Gaulle, Israel y los judíos 305

Tercera parte. Libertad y razón 311

7. La izquierda, inmutable y cambiante 3131. Mayo del 68 3132. El círculo cuadrado 333

8. El choque de los imperios 3411. Las ilusiones de la distensión 3412. La decadencia del Imperio americano 3513. China y el tercer mundo 3554. Los derechos humanos no son una política 361

5. La Europa decadente 369

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9. El observador comprometido 3771. La unidad de la obra 3772. Periodista y académico 3843. Las elecciones políticas 3894. Los valores 395

Conclusión, por Raymond Aron 405

Bibliografía 423

Índice onomástico 431

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PRÓLOGO

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Raymond Aron ocupa un lugar aparte entre los intelectua-les franceses. Su formación filosófica y política debería ha-berle llevado a un compromiso semejante al de los demásintelectuales de su generación, entre los que destacan Jean-Paul Sartre, su amigo de juventud, y Maurice Merleau-Ponty. ¿Por qué, pues, se ha inscrito gradualmente en lacorriente del pensamiento liberal, hoy minoritaria en Fran-cia —donde, sin embargo, pueden encontrarse sus fuentesen Alexis de Tocqueville, Benjamin Constant y otros—,una corriente que en la historia contemporánea ha pros-perado más en los países anglosajones?

¿Por qué, concluida la guerra, se opuso a la corrientedominante de la intelligentsia francesa, cuyos valores ycuya sensibilidad él compartía hasta cierto punto, y aceptóasí la ruptura con sus amigos y un aislamiento sin duda di-fícil?

¿Por qué, mientras que la mayoría de los intelectualesrechazaban la escisión creada por la Guerra Fría, se pro-nunció claramente a favor de la Alianza Atlántica y encontra del neutralismo, y concretó esa elección convirtién-dose en editorialista de Le Figaro y militando por el re-greso del general de Gaulle al poder?

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Tales son las preguntas que nos hicieron acercarnos aRaymond Aron y proponerle estas conversaciones. Enlugar de sostener con él una discusión teórica sobre las in-terpretaciones de la historia, la moral y la política, sobrelas contradicciones entre las diferentes filosofías políticas,preferíamos comprender cómo se situaba en él en el labe-rinto de la historia contemporánea. ¡Y qué historia! LaFrancia de los años treinta, el nazismo, la Segunda GuerraMundial, la Guerra Fría, la descolonización, la coexistenciapacífica, Europa... Queríamos conocer el pensamiento yel análisis de un intelectual inconformista, considerado dederechas en Francia desde la Guerra Fría, alguien quehabía ido a contracorriente de las ideas predominantes deizquierda, que había comprendido antes que los demás lanaturaleza del régimen soviético, del estalinismo y de otrosasuntos, que había tenido el coraje de mantenerse en suposición a riesgo de ser marginado por la intelligentsia yque, al mismo tiempo, había desarrollado una obra de unrigor científico indiscutido. Y es que resulta raro que, du-rante un periodo tan largo, con tantos acontecimientos yproblemas, y en registros tan distintos como el de perio-dista, historiador, filósofo y sociólogo, un intelectual tratéde analizar la historia en curso, la historia en la que él seinscribe, manteniendo cierta distancia crítica.

Esas tres actitudes de analista, intérprete y actor eranlas que, con sus presiones, sus contradicciones, sus gran-dezas, nos seducían y nos intrigaban.

* * *

Para nuestra generación, que descubrió la política en Mayodel 68, el pensamiento de Raymond Aron ha representadouna especie de «polo negativo». En la décadas de 1960 y

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1970, la formación intelectual estaba orientada principal-mente por el marxismo. Se consideraba indispensable ubi-carse en ese pensamiento, con sus distintas variantes, susdesviaciones, sus negaciones y sus cambios. No todos éra-mos marxistas en el sentido de un compromiso político ode una elección filosófica, y sabíamos que, antes de noso-tros, buena parte de los intelectuales había evolucionadodesde mediados de la década de 1950, y que algunos habíanhecho «autocrítica»; pero, en definitiva, casi todos seguíanreflexionando en el marco de ese pensamiento que, des-pués de su «renovación» de mediados de los sesenta, im-pregnaba el ambiente de la época. Dicho pensamiento pa-recía proporcionar las herramientas teóricas necesariaspara imaginar el mundo. Además, la gran cantidad de con-troversias filosóficas y la diversidad de interpretaciones yde regímenes políticos que se inspiraban en él parecían darprueba de su riqueza y justificar la fórmula de Sartre: setrataba del horizonte insuperable de nuestro tiempo. ¿Esquizá esta una ideología dominante?

En cualquier caso, nuestra generación se imbuyó demarxismo, se involucró en Mayo del 68, se calentó bajo lossoles del izquierdismo. ¿Por qué razón aceptó esa explica-ción determinista de la historia? Es difícil decirlo. Quizáporque los horrores de las guerras y las revoluciones de laprimera mitad del siglo xx solo podían soportarse conayuda de una explicación coherente. ¿Podía ser la historiatan absurda? Era necesario que, más allá del absurdo, hu-biese en alguna parte un sentido. En cierto modo, carecía-mos de conciencia histórica y de una reflexión geopolítica,pues los trágicos acontecimientos del siglo parecían haberroto algo en la cadena del tiempo. Y cuando, a mediadosde los años sesenta, nuestra propia visión de la historia sefue formando, pusimos en el centro de la diana al imperia-

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lismo americano —ya que en aquel momento tenía lugarla guerra de Vietnam.

Después, a mediados de los setenta, parte de nuestrageneración experimentó la ruidosa revelación de los límitesdel marxismo y de los crímenes de la Unión Soviética, ybuscó la redención en el asunto de los derechos humanos.Ese giro, esa adhesión radical a lo que ayer era detestado,nos inquieta, puesto que vemos en ello mecanismos depensamiento similares: la suficiencia, la intolerancia, eldogmatismo. La forma de expresarse que algunos han es-cogido no concuerda con las ideas que han descubierto trasun largo desvío; así, la toma de conciencia de la compleji-dad de los hechos es menos frecuente que el paso de unmaniqueísmo a otro.

Para nosotros dos, que desde los años setenta noshemos apartado progresivamente de las pretensiones mar-xistas de monopolizar la idea de progreso y de arrogarseel derecho a saber quién es de derechas o de izquierdas,descubrir el pensamiento de Raymond Aron fue un ver-dadero placer. Lo cierto es que no nos resultaba comple-tamente desconocido; lo habíamos estudiado en la univer-sidad, pero estaba catalogado como «reaccionario». Enrealidad, más que entendido como tal, era percibido recu-rriendo a un filtro ideológico y a la división izquierda-de-recha. En suma, era inteligente, ¡pero de derechas! Asípues, uno reconocía la calidad de sus análisis y al mismotiempo se precavía contra ellos.

No obstante, el riguroso conocimiento que RaymondAron tenía del marxismo y su capacidad para refutarlomolestaban un poco. Sobre todo porque sus análisis de lastransformaciones de nuestras sociedades utilizaban algu-nos conceptos y esquemas marxistas, pero menos comodogmas y sistemas de referencia que como simples herra-

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mientas de análisis entre otras más. En cualquier caso, du-rante el periodo 1968-1978, sus posiciones moderadas, suseditoriales en Le Figaro, su antisovietismo y su vínculo conlos filósofos de la historia relativistas y con los liberalesdel siglo xix bastaban para que uno se convenciese de que—como afirmaba un semanario de izquierda que lo habíaentrevistado— «Raymond Aron no [era] de los nuestros».

En resumen, descubrimos el pensamiento del autoren tres etapas. La primera consistió en una lectura con an-teojos ideológicos, sobre todo de Dieciocho lecciones sobrela sociedad industrial y de Paz y guerra entre las naciones.Después vino el reconocimiento de que Aron era quienhabía tenido razón antes que los demás con respecto al es-talinismo, como queda reflejado en El opio de los intelec-tuales. Finalmente, con la lectura de Introducción a la fi-losofía de la historia accedimos a un pensamiento que nosolo es crítico sino también positivo, y que se inscribe enuna de las grandes corrientes del pensamiento filosóficoy político, una que durante mucho tiempo ha sido carica-turizada en Francia. Y en los libros del autor encontramosuna cierta filosofía de la historia que orientó esos diferen-tes comportamientos.

Para Aron, la historia no está determinada ni orien-tada de antemano por una finalidad o un sentido. Perma-nece abierta, dependiendo en última instancia de la acciónde los hombres, de la libertad y del arbitrio de estos. Elloexplica que el autor rechace ese mesianismo en cuyo nom-bre se han perpetrado tantos crímenes durante el siglo xx,y que desconfíe de la ideología en cuanto interpretacióngeneral del mundo y en cuanto guía de la acción. Tal con-cepción relativista de la historia se alía en el plano filosó-fico con la idea de razón. Retiene de la filosofía kantianala idea de la razón como único medio del que disponen los

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hombres para ordenar su representación del mundo y paraguiar su propósito de transformarlo. Finalmente, Aron en-cuentra en la filosofía liberal el sistema de valores quepodía estructurar un modelo de acción. Para él, la mencio-nada filosofía liberal, al respetar el pluralismo de ideas ydar prioridad al empirismo en el análisis y la acción, repre-senta el sistema menos malo para orientar la política.

A partir de ahí, asoma una forma completamente dis-tinta de considerar los acontecimientos del siglo xx: la es-trategia nuclear, el enfrentamiento del Este y el Oeste, elcrecimiento y la mutación de las sociedades industriales yla decadencia del Imperio americano son contemplados deotro modo, no a través del marxismo reinante que, por pe-reza o por tranquilidad de conciencia, ordenaba ese caosde acontecimientos y de relaciones de fuerzas. El mar-xismo ya no puede ser considerado como una herramientade conocimiento, sin olvidar que es también, y quizá sobretodo, el modelo de referencia y de acción de uno de losdos sistemas económicos y políticos que se enfrentandesde comienzos de siglo. El problema ya no es solo el im-perialismo americano, sino la capacidad de Occidente parapreservar un modelo de civilización, con independencia desi uno se adhiere parcial o totalmente a él. En ello hay porsupuesto una inversión del «sentido» de la historia, perosobre todo una toma de conciencia de la contingencia y lafragilidad de nuestro sistema de valores. Lo que, en elcurso de estas entrevistas, hemos encontrado en el pensa-miento de Raymond Aron es la materialización de un cam-bio que se había operado en nuestra representación delmundo. En cierto modo, sabíamos lo que él pensaba, es-tábamos de acuerdo en muchos puntos; así pues, la nove-dad no proviene tanto de los análisis como de las conse-cuencias que se derivan de ellos, en términos de opciones

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y de responsabilidad, para nosotros y para nuestra gene-ración. Es decir, se trata de actuar en una dirección impen-sable hace diez años. Hemos aceptado poco a poco la au-sencia de otro modelo porque el que lleva ese nombre esmucho peor de lo que parece según las críticas que ofrece-mos aquí. En consecuencia, es dentro del sistema occiden-tal donde debemos actuar, y la única alternativa consisteen velar por que los actos de los países occidentales se co-rrespondan con los valores que invocan. Lo cual es menoscomún de lo que parece, pues no hay más que recordar lafalta de coraje y de determinación de los europeos de estesiglo, quienes, en múltiples circunstancias históricas, olvi-daron sus ideales.

* * *

Cuando Raymond Aron habla de los acontecimientos queha vivido, se comprende la distancia existente entre unageneración arrastrada por el torbellino de la historia ynuestra generación, que de momento, en Francia, ha po-dido experimentar la sensación de hallarse al margen dedicha historia. La historia ha transcurrido antes, o en otraparte, no aquí. De ahí que algunos la hayan buscado enPekín, Hanói o Cuba. Raymond Aron y su generación hanvivido la barbarie de la que son capaces los regímenes po-líticos en nombre de los grandes ideales. Han visto la ar-bitrariedad y la violencia, tan bien resumida en la fórmulaque a él tanto le gusta: «History as usual». Él sabe quenuestra sociedad es mortal, algo que a nuestra generaciónde momento le cuesta creer, aunque lo comprenda de unamanera abstracta. Habiendo vivido el desmoronamientode las sociedades, Aron ha experimentado su fragilidad.Ha comprendido que cuando se instaura un desequilibrio

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fundamental ya nada puede detenerlo. De ahí su constantepreocupación, e incluso obsesión, por la cohesión social ypor evitar los enfrentamientos que puedan dividir y debi-litar a la sociedad.

Se comprende, pues, la diferencia con nuestra gene-ración, que nació y creció en sociedades estables y casi sinhistoria, y que nunca ha experimentado la sensación de fra-gilidad y el riesgo de hundimiento. Para nosotros, la his-toria era ante todo el resultado de contradicciones socialesinternas. Los conflictos y los cambios vinculados al tra-bajo, la urbanización, la educación y las costumbres pare-cían ser la principal fuente de cambio, sin riesgo de que losdesequilibrios locales afectaran a la cohesión general. Nisiquiera Mayo del 68, pese al desorden que representó,ejerció efectos desestabilizadores sobre la sociedad. Tenía-mos la impresión de que los conflictos en esos sectoreseran al mismo tiempo un medio para superar la lucha declases en el sentido exacto de la palabra y para cambiar es-tructuralmente la sociedad. Además, desde 1958 no habíaen el país alternancia política; con la izquierda excluida delpoder, la estabilidad política era evidente, de modo quepese a todos los conflictos que la agitaban, la sociedad pa-recía inmóvil, o al menos no parecía en absoluto que suequilibrio estuviera amenazado.

Pero la conciencia de la fragilidad de las sociedades esprobablemente una de las fuentes de eso que suele llamarseel escepticismo aroniano. Su experiencia histórica y su per-cepción del estrecho margen de acción de que gozaronquienes gobernaron en Francia y en los Estados Unidostienen mucho que ver, sin duda, con el hecho de que Aronno se haga ilusiones con respecto a las posibilidades decambio político. De ahí nuestra dificultad para compren-der su concepción del orden y del cambio. Para nosotros,

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de manera burda, el orden simboliza la derecha, y el cam-bio, la izquierda, mientras que Aron no cesa de repetir quela Francia gobernada por la derecha ha cambiado enorme-mente. En efecto, se ha modernizado, el nivel de vida seha elevado de manera considerable, se han reducido algu-nas desigualdades sociales y el sistema escolar se ha demo-cratizado de manera parcial. Sin embargo, como nuestrageneración vivió directamente esas transformaciones sinhaber conocido la situación anterior, las encontró en ciertosentido naturales y se movilizó más bien contra la persis-tencia de algunas desigualdades sociales y culturales en vezde mostrarse satisfecha con el desarrollo y el enriqueci-miento. Raymond Aron no está seguro de que, si la expe-riencia histórica hubiese sido otra, la izquierda habríallevado a cabo la misma política de modernización. Con-sidera que la oposición entre izquierda y derecha es unaoposición entre dos concepciones del cambio. La derechaprefiere movilizar la iniciativa individual, la competencia;la izquierda preconiza la redistribución, la planificación.Nosotros seguimos sin compartir la desconfianza de Aronhacia la izquierda, pero hemos comprendido rápidamenteque dicha desconfianza nada tiene de conservadurismo.Es el fruto de una reflexión sobre, y una experiencia de,la contradicción entre libertad e igualdad, contradicciónque sin duda es mucho más difícil de superar de lo quealgunos —y no solo los de nuestra generación— imagi-nan. Pero, por otro lado, sabemos también que los nuevosconflictos sociales —la transformación de los comporta-mientos culturales y de la relación entre el individuo y lasociedad— que han dado forma a nuestra manera de viviry de pensar desde los años sesenta, cuestiones a las queRaymond Aron y otros fueron relativamente poco sensi-bles, se corresponden con mutaciones invisibles pero es-

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tructurales de nuestras sociedades. Esas transformacionesculturales han venido acompañadas de una apertura delmovimiento de ideas a, por ejemplo, enfoques lingüísticoso psicoanalíticos que tal vez sean útiles para la compren-sión de los mecanismos sociales. Por su parte, RaymondAron, sin negar esas nuevas ideas, tiende a ubicarlas conrelación a los grandes temas y a las grandes filosofías dela historia. De ese modo, parecen de pronto frágiles o se-cundarias.

Por supuesto, esas transformaciones culturales nocambian el equilibrio del mundo, pero pueden forjar he-rramientas intelectuales, abrir otras maneras de aprehenderlo real, diversificar el campo del conocimiento. Termina-remos viendo si esos cambios culturales que tanto hanmarcado a nuestra generación repercuten en la vida socialy política, y en qué medida lo hacen, o bien si solo han sidovariaciones secundarias en relación con la gran historia enun periodo excepcional de fuerte crecimiento económicoy de estabilidad política.

* * *

Lo que quizá nos ha seducido más en Raymond Aron hasido el carácter anticonformista, con respecto a los esque-mas de derecha y de izquierda, de sus análisis de los gran-des acontecimientos contemporáneos. Poco importa quehaya tenido o no razón en determinados asuntos; nos in-teresa comprender cómo sus posiciones filosóficas y polí-ticas cuestionaban el pensamiento de izquierdas. Ambasposiciones dialogaban finalmente dentro de un mismocampo, de tal modo que, aun siendo rechazado violenta-mente por los intelectuales de izquierda, Aron los hizosentir a menudo culpables al proclamar en voz alta lo que

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algunos de ellos no osaban pensar ni decir. Hay varios as-pectos de ese enfoque que nos han impresionado de ma-nera especial.

En primer lugar, tenemos la cuestión de la diferenciaentre moral y política. Aron dice que Sartre era ante todoun moralista. De ahí que le costara no condenar moral-mente a quienes no adoptaban posiciones similares a lassuyas. Tal oposición rebasa ampliamente a ambos hombresy podría extenderse a muchos intelectuales; casi representalo que separa a Raymond Aron de la izquierda. Para él,todos los sistemas sociales son imperfectos, y la políticano consiste en la lucha entre el bien y el mal, sino en laelección entre lo preferible y lo detestable. Lo cual no sig-nifica que Aron desee excluir toda moral de la política,sino más bien que reconoce la especificidad de dicha polí-tica y la necesidad de no aplicarle categorías morales de lamisma manera que a otras actividades humanas. Hacer po-lítica no consiste tan solo en hacer el bien. Y es que nadiesabe a ciencia cierta cuál es el bien de la comunidad, y loserrores más graves se deben a menudo a la incapacidad deadmitir que los hechos son persistentes y que la moral nobasta para dominarlos. Se trata de un problema que vuelvea ser relevante en Francia desde el acceso de la izquierdaal poder. Aceptar la distancia entre moral y política implicaen la práctica más coraje de lo que parece. Conduce notanto al cinismo o al maquiavelismo como a la preocupa-ción por pensar la actividad política en relación con suspropias categorías. Querer hacer coincidir moral y políticao imaginar la política como una moral lleva fácilmente a latranquilidad de conciencia, a la virtuosa indignación, a lavisión del mundo en blanco y negro y al rechazo a aceptarla política con su violencia, sus cambios, sus relaciones defuerza, esto es, con su amoralismo. De ahí que Raymond

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Aron se interrogue sobre la moral en cuanto una forma deevitar pensar la política. O, por decirlo de un modo máspolémico, sobre la oposición entre las «almas bellas» y losque aceptan los dudosos combates de la política. Es lo queexplica, por ejemplo, sus reticencias a considerar que laacción en favor de los derechos humanos baste para esta-blecer una política. Es evidente que la batalla por los men-cionados derechos humanos representa un compromisopolítico loable, pero no constituye en sí una política.

Esta concepción de la política implica el rechazo delmaniqueísmo en la historia. Lo que piensa el adversario norepresenta necesariamente el mal absoluto, a menos que setrate del totalitarismo. De ahí los juicios flexibles, a vecessorprendentes, que Aron emite sobre el Frente Popular, laFrancia de Vichy, Argelia, Vietnam, el gaullismo. En cadaocasión sopesa los pros y los contras, desarrolla amplia-mente los argumentos contrarios a la opción escogida.

El segundo aspecto que nos impresionó se refiere a lamoral del ciudadano a la que Raymond Aron aspira. Paranuestras generaciones, la idea de la patria siempre ha so-nado anticuada.No es que seamos supranacionales o sim-plemente europeos, pues toda nuestra educación y nues-tros valores nos arraigan en nuestro país. La cuestión esque ha habido tantas guerras en nombre de la nación quepara nosotros la democracia se encarna más en la sociedadque en la patria. Ahora bien, si es difícil hoy pensar la de-mocracia sin la sociedad, más raro aún es asociar la idea dedemocracia con la defensa de un territorio físico, aunquesepamos de manera abstracta que una sociedad incapaz deasumir su defensa está condenada a corto o a largo plazo.Para Aron, la moralidad del ciudadano es la condición parael mantenimiento de la democracia. O, para ser más exac-tos, una democracia, para subsistir, requiere de ciudadanos

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que se autoimpongan cierta disciplina. En última instancia,la democracia supone dos cosas: una sociedad y una na-ción. Nosotros hemos idealizado un poco la primera, yhemos olvidado la segunda porque estaba demasiado li-gada a acontecimientos trágicos de la historia contempo-ránea, y también porque implica obligaciones que a nues-tra generación nunca le gustaron demasiado.

Raymond Aron no es solo un intelectual que se ha de-dicado al periodismo. Y es que un intelectual que hace talcosa suele elegir los temas y el ritmo de aquello con res-pecto a lo cual desea hablar y tomar partido. Aron, por elcontrario, se ha impuesto la tarea de comentar los aconte-cimientos de forma regular, sin elegir causas que defendero momentos puntuales para hacerlo. Ese deseo de ejercerfrontalmente dos carreras lo obliga desde hace 35 años aalgo más que a una disciplina y a una organización rigurosadel tiempo. Le impone la tarea de lograr la convivencia dedos tipos de reflexiones distintas, que suelen excluirse mu-tuamente y que en este caso se llevan a cabo en una tensiónpermanente. Ese vaivén entre dos lógicas, estos dos puntosde vista, el comentario del acontecimiento y la interpreta-ción global, conducen a una representación del mundo quees más sensible a la contingencia y a la fragilidad de lascosas que a las grandes teleonomías. Quizá esa elección secaracterice por cierto deseo de superación personal y porel sello del relativismo histórico. En cualquier caso, la obli-gación autoimpuesta de enfrentarse de forma regular a losacontecimientos económicos y políticos probablemente hacontribuido a preservar a Raymond Aron del vértigo ideo-lógico. Imposible elegir solo los hechos que verifican unateoría; hay que tomarlo todo.

* * *

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