El mundo encantado de Ela - Gail Carson Levine

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No todo es plácido y sencillo en el mundo de los cuentos de hadas, un lugar en el que Ela podría lograr la felicidad, de no ser por el absurdo reglado mágico que le hicieron al nacer: el don de la obediencia. No es un obsequio inocente, ya que debido a ese conjuro, cualquiera puede forzar a Ela a realizar las más extrañas acciones.Además, su vida cada vez es más complicada: madrastras autoritarias, internados estrictos, órdenes por doquier… Indefensa en ese mundo poblado también por elfos, brujas y príncipes de ensueño, Ela decide ir en busca del hada que la hechizó. En su viaje descubrirá que sus más importantes dones son el ingenio, la simpatía… ¡y una chispa de magia!

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EL MUNDO ENCANTADO DE ELA

Gail Carson Levine

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ARGUMENTO: No todo es plcido y sencillo en el mundo de los cuentos de hadas, un lugar en el que Ela podra lograr la felicidad, de no ser por el absurdo reglado mgico que le hicieron al nacer: el don de la obediencia. No es un obsequio inocente, ya que debido a ese conjuro, cualquiera puede forzar a Ela a realizar las ms extraas acciones. Adems, su vida cada vez es ms complicada: madrastras autoritarias, internados estrictos, rdenes por doquier Indefensa en ese mundo poblado tambin por elfos, brujas y prncipes de ensueo, Ela decide ir en busca del hada que la hechiz. En su viaje descubrir que sus ms importantes dones son el ingenio, la simpata y una chispa de magia!

INDICE

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uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve diez once doce trece catorce quince dieciseis diecisiete dieciocho diecinueve veinte veintiuno veintidos veintitres veinticuatro veinticinco veintiseis veintisiete veintiocho veintinueve epilogo

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Gail Carson Levine EL MUNDO ENCANTADO DE ELA

Titulo original: Ela Enchanted Traduccin: Victoria Pradilla 1 edicin: febrero 2002

Para David. Ms melodas.

1 Lucinda, esa hada tonta, no quera echarme una maldicin, sino otorgarme un don. Yo no par de llorar durante mi primera hora de vida, y aquellas lgrimas fueron su inspiracin. Mir a mi

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madre, moviendo la cabeza con aire cmplice, toc mi nariz con su varita y dijo: -Mi regalo ser la obediencia. Ela ser siempre obediente. -Y tras anunciar aquello se dirigi a m ordenando-: Ahora deja de llorar de una vez. Y dej de llorar. Pap estaba fuera como de costumbre, en viaje de negocios, pero Mandy, nuestra cocinera, lo presenci todo. Ella y mi madre intentaron convencer a Lucinda de que su regalo era horrible. Puedo imaginarme la escena: Mandy con sus pecas resaltando ms que nunca, el cabello gris y rizado, alborotado, y la barbilla temblndole de rabia. Mam, en cambio, inmvil pero tensa, su cabello castao empapado de sudor tras el parto, los ojos llenos de tristeza. Lo que no puedo imaginarme es qu aspecto tendra Lucinda, que se empe en no deshacer el hechizo. La primera vez que fui consciente de mi desgracia fue cuando cumpl cinco aos. Recuerdo perfectamente aquel da, quiz porque Mandy me lo ha contado muchas veces. -Para tu cumpleaos -empieza siempre diciendo-, prepar un hermoso pastel de seis pisos. Bertha, nuestra ama de llaves, haba cosido un vestido especial para ti. Azul oscuro como la noche, con un fajn blanco. T no eras muy alta para tu edad, y parecas una mueca china, con una cinta blanca en ese pelo tan negro que tienes y las mejillas coloradas por la excitacin... En el centro de la mesa haba un jarrn con unas flores que Nathan, nuestro criado, haba recogido. Estbamos sentados a la mesa. Pap estaba fuera, como siempre. Yo haba visto ilusionada a Mandy hornear el pastel, a Bertha coser mi vestido y a Nathan recoger flores del jardn. Mandy parti el pastel, me ofreci un trozo y dijo: -Come. El primer bocado me supo delicioso. Me com todo el trozo contentsima. Cuando acab Mandy me dio otro pedazo, an ms grande, y cuando lo termin no me dieron ms, pero yo saba que tena que seguir comiendo y acerqu el tenedor al pastel. -Ela, qu ests haciendo? -me ri mam. -Qu tragona eres! -coment Mandy, riendo-. Es su cumpleaos, seora, djele tomar cuanto quiera. -Y me sirvi ms pastel. Me senta mal, asustada. Por qu no poda dejar de comer? Me costaba mucho tragar, y cada bocado que daba se haca ms difcil de masticar que el anterior. Entonces me puse a llorar, sin dejar de comer. Mam se dio cuenta enseguida. -Deja de comer, Ela -me orden, y yo obedec. Cualquiera poda controlarme con una orden. Tena que ser algo directo, como Ponte un chal, o Vete a la cama. Un deseo o una sugerencia no tenan efecto: Me gustara que te

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pusieses un chal, o Por qu no te vas a dormir?. Entonces era libre de hacer caso omiso. Pero ante una orden estaba totalmente indefensa. Si alguien me hubiera dicho que saltara a la pata coja durante un da entero yo lo habra hecho, aunque aqulla no era la peor orden que podan darme. Si alguien me hubiera mandado que me cortase la cabeza habra estado obligada a hacerlo. Viva en constante peligro. A medida que me fui haciendo mayor aprend a controlar mi obediencia, aunque me sala muy caro porque a menudo me quedaba sin aliento, senta nauseas, vrtigo y malestar. Nunca poda aguantar mucho tiempo. Unos pocos minutos significaban para m un enorme esfuerzo. Tena un hada madrina, a la que mam haba pedido que me librase del maleficio. Pero ella deca que slo quien lo haba hecho poda deshacerlo. Sin embargo, tambin haba dicho que el encantamiento poda romperse, algn da, sin la ayuda de Lucinda. Yo no saba cmo podra suceder aquello, ni tampoco quin era mi hada madrina.

En lugar de hacerme dcil, la maldicin de Lucinda me hizo muy rebelde. O quizs aqul era mi carcter por naturaleza. Mam casi nunca me obligaba a hacer nada. Pap no conoca la maldicin, y adems me vea tan poco que casi nunca se diriga a m. Pero Mandy s que era mandona. Me daba rdenes casi con la misma frecuencia con la que respiraba. rdenes cariosas, y siempre por mi bien: Ata esto, Ela, o Aguanta este cuenco mientras bato los huevos, cario. Yo odiaba aquellas rdenes, a pesar de que eran inofensivas. Sostena el cuenco, s, pero no dejaba de moverme para que Mandy tuviera que seguirme por toda la cocina. Ella me llamaba traviesa, y entonces trataba de darme instrucciones ms precisas para que no pudiera tergiversarlas tan fcilmente. A menudo era muy complicado que logrramos hacer algo juntas, y mam se rea cuando nos vea discutir. Al final todo terminaba felizmente, porque o bien yo haca lo que me peda Mandy o bien ella sustitua la orden por una peticin. Si Mandy, distrada, me peda algo sin caer en que estaba dndome una orden, yo deca: Tengo que hacerlo?, y entonces ella lo reconsideraba. Cuando tena ocho aos tuve una amiga que se llamaba Pamela, la hija de una de nuestras criadas. Un da estbamos las dos en la cocina mientras Mandy haca un roscn. Mandy me mand que fuera a la despensa a buscar ms almendras y yo volv slo con dos. Entonces me dio instrucciones ms precisas, y me las volv a arreglar para no hacer exactamente lo que me pidi. Ms tarde, cuando Pamela y yo volvamos al jardn a tomar el dulce, me pregunt por qu no haba hecho lo que Mandy me haba pedido.

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-Odio que se ponga tan mandona -respond. -Yo siempre obedezco a los mayores -dijo Pamela tmidamente. -Lo haces porque no ests obligada. -Claro que lo estoy, sino pap me dara un buen tortazo. -No es lo mismo para m. Yo estoy hechizada -expliqu, dndome importancia porque los hechizos no eran frecuentes y Lucinda era una de las pocas hadas que poda realizarlos. -Eres como la Bella Durmiente? -Con la diferencia de que yo no tengo que dormir durante cien aos. -Cul es el hechizo que sufres? -me pregunt. Yo se lo expliqu. -Siempre que alguien te da una orden tienes que obedecer? Incluso si te la doy yo? -pregunt entonces. Hice un gesto afirmativo con la cabeza. -Puedo probar? -exclam Pamela, entusiasmada con la idea. -No -respond airada-, pero te reto a una carrera hasta la verja. -De acuerdo, pero te ordeno que pierdas. -Bueno, pues entonces no correr. -Te ordeno que corras y que pierdas la carrera. De modo que corrimos, y perd. Luego recogimos moras y tuve que darle a Pamela las ms dulces y maduras. Jugamos a princesas y a ogros, y me toc ser el ogro. Despus de una hora de suplicio no lo resist ms y le di un puetazo. Pamela se puso a chillar cuando vio que le sala sangre de la nariz. Nuestra amistad termin aquel da, y mam encontr otra colocacin para la madre de Pamela lejos de Frell, nuestra ciudad. Despus de castigarme por haberme peleado, y aunque no sola darme rdenes, mam me dio una muy importante: No cuentes nunca ms a nadie lo de tu hechizo. De todas formas no lo hubiera hecho, pues acababa de aprender que deba ser precavida al respecto.

Cuando tena casi quince aos, mam y yo nos pusimos enfermas. Mandy nos dio su sopa curativa, hecha de zanahorias, puerros, apio y crines de unicornio. Era deliciosa, aunque ambas odibamos aquellos pelos largos y amarillentos que flotaban entre las verduras. Como pap no estaba en Frell tomamos la sopa sentadas en la cama de mam. Si l hubiera estado en casa no habra podido quedarme en la habitacin de mis padres. No le gustaba verme cerca, enredndome entre sus piernas, como sola decir l.

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Me tom la sopa, crines incluidas, porque as me lo haban ordenado, pero hice muecas a Mandy para mostrarle mi disgusto, cuando ya se retiraba. -Esperar a que se enfre -dijo mam. Despus, cuando nos quedamos solas, retir las crines para tomarse la sopa, y cuando termin volvi a dejarlas en el plato. Al da siguiente yo me encontraba mucho mejor, pero mam, en cambio, estaba ms enferma, tanto que no poda comer ni beber nada. Deca que era como si tuviese un cuchillo clavado en la garganta y un martillo golpendole la cabeza. Para aliviarla un poco de su malestar le puse compresas fras sobre la frente y le cont cuentos. Eran viejas historias de hadas que yo modificaba para distraerla y hacerla rer, aunque a veces su risa se converta en una horrible tos. Antes de que Mandy me mandara ir a la cama mam me bes y dijo: -Buenas noches. Te quiero, cario. Fueron las ltimas palabras que me dirigi. Cuando me marchaba, o lo ltimo que le dijo a Mandy: -No me encuentro tan mal como para que avises a sir Peter. Sir Peter era pap. A la maana siguiente mam deliraba. Daba instrucciones a invisibles cortesanos, con los ojos abiertos, e intentaba arrancarse del cuello su collar de plata. No nos reconoca ni a Mandy ni a m. Nathan, nuestro criado, fue a buscar al mdico, quien nada ms llegar me apart del lecho de mi madre. Sal de la habitacin y el vestbulo estaba vaco. Segu andando hasta la escalera de caracol que lo presida y baj por ella, recordando las veces que mam y yo nos habamos deslizado por la barandilla. Nunca lo hacamos si haba alguien cerca. -Tenemos que comportarnos con dignidad -me susurraba ella entonces, mientras bajaba la escalera de forma ceremoniosa, y yo la segua de cerca, imitndola y luchando contra mi torpeza natural, feliz de tomar parte en aquel juego. Pero cuando estbamos solas preferamos deslizarnos, y gritbamos mientras bajbamos. Luego subamos de nuevo para volver a bajar, una y otra vez. Cuando llegu al final de la escalera abr la puerta de entrada y sal a la brillante luz del da. Haba un largo trecho hasta el viejo castillo, pero yo quera formular un deseo. Y quera hacerlo en el lugar adecuado para que se cumpliera. El castillo haba permanecido abandonado desde que el rey Jerrold era pequeo, aunque volva a abrirse en ocasiones especiales, como bailes, bodas y dems celebraciones. Bertha deca que estaba encantado, y Nathan que era un nido de ratones. Los jardines del castillo estaban bastante descuidados, pero Bertha aseguraba que los rboles candelabro eran mgicos. Fui directamente hacia la arboleda. Se trataba de unos rboles pequeos que haban sido podados, y a los que les haban puesto unas guas para que tomaran forma de candelabros

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cuando crecieran. A cambio de formular un deseo, era necesario hacer una promesa, as que cerr los ojos y dije: -Si mam se cura ser no slo obediente, sino tambin buena. Tratar de no ser tan torpe y no le tomar el pelo a Mandy. En aquel momento no ped que mam conservara la vida, ya que no se me ocurri que pudiera estar en peligro.

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-Debemos consolar a este marido y a esta hija sumidos en la pena -dijo el gran canciller

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Thomas de forma contundente, despus de un largo y montono sermn. Habl sobre mam y repiti muchas veces su nombre, lady Estela. Sin embargo, la persona que describa (una madre excelente, una ciudadana leal, una fiel esposa) no se pareca mucho a mam. El sermn haba tratado sobre la muerte, pero el canciller dedic la mayor parte del mismo a elogiar la lealtad hacia Kyrria y sus gobernantes: el rey Jerrold, el prncipe Charmont y el resto de la familia real. Pap me tom de la mano. Su palma estaba desagradablemente hmeda y caliente. Me hubiera gustado encontrarme junto a Mandy y el resto del servicio. Me solt y me apart un poco. El se acerc y volvi a tomarme de la mano. El atad de mam era de caoba brillante, con dibujos tallados de hadas y elfos. Ojal las hadas hubieran podido abandonar el bosque y hacer un hechizo para devolverle la vida, y otro para mandar a pap lejos de m. O quiz mi hada madrina hubiera podido hacerlo, pero yo no saba quin era, ni dnde encontrarla. Una vez que el canciller dio por terminada la ceremonia, mi obligacin era cerrar el atad para que pudieran enterrarlo. Pap me puso las manos sobre los hombros y me empuj hacia delante. La boca de mam formaba una mueca severa, muy distinta al aspecto que tena cuando viva. Su rostro no tena ninguna expresin, y aquello me pareci terrible. Pero mucho peor fue el crujido de la tapa del atad al bajar, y el golpe seco que se produjo cuando se cerr. Era horrible pensar que mam permanecera all encerrada para siempre. Las lgrimas que haba contenido durante todo el da brotaron de repente. Llor, all de pie, ante toda la corte, con un gemido incontenible, incapaz de calmarme. Pap me abraz contra su pecho. Aunque pareca que quisiera consolarme, en realidad slo intentaba amortiguar mis gemidos, pero no lo consigui. Al fin me dej marchar, mientras me susurraba con voz firme: -Vete, y no vuelvas hasta que te serenes. Por una vez me alegr de cumplir una orden. Corr hasta que mi pesado vestido negro hizo que tropezara y me cayese. Antes de que alguien pudiera ayudarme yo misma me puse en pie, aunque me dolan la rodilla y la mano. El rbol ms grande que haba en el cementerio era un sauce llorn. Me met entre sus ramas y me arroj al suelo sollozando. Todos decan que haban perdido a mam, pero no era cierto. Ella no se haba perdido, se haba ido. Y adondequiera que hubiera ido (a otro pas, a otra ciudad, al reino de las hadas o a las cavernas de los gnomos) nunca ms volvera a verla. Nunca ms volveramos a hablar ni a rer juntas ni a nadar en el ro Lucarno, ni a bajar por la barandilla, ni a tomar el pelo a Bertha, ni a hacer las miles de cosas que solamos hacer juntas. Me orden a m misma dejar de llorar y me incorpor. Mi traje de seda negro se haba manchado. Pens: Ests horrible!, como hubiera dicho Mandy. Cunto tiempo ha pasado?, me pregunt al cabo de un rato. Tena que volver. Pap me lo haba ordenado y la maldicin me obligaba a obedecer.

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Cuando sal de mi escondite vi al prncipe Charmont frente a una lpida. Nunca antes haba estado tan cerca de l. Me habr odo llorar?, pens. El prncipe era mucho ms alto que yo. A pesar de que l slo tena dos aos ms. Estaba de pie, en la misma postura que sola adoptar su padre: los pies separados y las manos en la espalda, como si pasara revista a todo su reino. Se pareca mucho a su padre, aunque los rasgos angulosos del rostro del rey Jerrold aparecan suavizados en el de su hijo. Ambos tenan una melena ensortijada y la piel tostada. Nunca haba estado tan cerca del rey como para ver si l tena tambin pecas en la nariz, algo extrao en una tez tan oscura como aqulla. -Querida prima -dijo el prncipe-. Nunca me ha cado bien tu padre, s en cambio tu madre. -Y empez a caminar hacia su tumba. Esperaba que le siguiera? Tena que guardar la distancia que corresponda a su alteza real? Al fin decid caminar a su lado, dejando una enorme distancia entre los dos, pero l se acerc a m. Me di cuenta de que tambin haba estado llorando, aunque intentaba disimularlo. -Puedes llamarme Char -me dijo de repente-. Todo el mundo lo hace. -De verdad puedo hacerlo? -pregunt mientras caminbamos, rodeados de silencio. -Mi padre tambin me llama Char -aadi. Tambin el rey!, pens. -Gracias -dije por fin. -Gracias, Char -corrigi l-. Tu madre siempre me haca rer. Una vez, en un banquete, el canciller Thomas estaba pronunciando un discurso. Mientras l hablaba tu madre jugueteaba con la servilleta. Antes de que tu padre se la quitara de las manos yo ya me haba fijado en ella. Haba formado con la servilleta el perfil del canciller, con la boca abierta y la barbilla prominente. Era su vivo retrato, excepto por el color azul de la copia. Para poder rerme a gusto tuve que irme del comedor y quedarme sin cena. Estbamos a mitad de camino cuando se puso a llover. Vi a lo lejos la figura de mi padre, de pie ante la tumba de mam. -Adonde ha ido todo el mundo? -le pregunt a Char. -Cuando fui a buscarte ya se haban marchado todos -me contest-. Hubieras preferido que te esperaran? -pregunt preocupado, tal vez pensando que debera haberles hecho esperar. -No, no. No quera que se quedara nadie -coment, incluyendo en mis pensamientos a mi padre. -S muchas cosas de ti -dijo Char cuando ya habamos andado un poco. -De verdad? Y cmo es posible? -Tu cocinera y la ma se encuentran a menudo en el mercado y ella le habla de ti -coment mirndome de reojo-. Y t, sabes algo de m? -No, Mandy nunca me ha contado nada. Y qu es lo que sabes?

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-S que puedes imitar a la gente, igual que haca lady Estela. Una vez imitaste a tu criado delante de l, de tal modo que no saba si era l mismo o eras t. Y que inventas cuentos de hadas, y que a veces eres un poco torpe y tropiezas o rompes cosas. S que una vez destrozaste una vajilla entera. -Es que resbal sobre el hielo! -S, sobre trocitos de hielo que t misma habas esparcido antes por el suelo -dijo riendo, con una risa que no era de burla, sino franca y natural. -Fue un accidente -protest. Luego sonre, algo temblorosa tras haber llorado tanto. Llegamos a donde estaba pap. l, con una reverencia dijo: -Gracias, alteza, por acompaar a mi hija. Char le devolvi la reverencia. -Vamos, Estela -me dijo pap. Nunca antes me haban llamado as, aunque aqul era mi verdadero nombre. Estela haba sido siempre mam, y para m siempre lo sera. -Ela, me llamo Ela -protest. -Bien, pues Ela, vamos -dijo, volvindose a inclinar ante el prncipe, y a continuacin subi al carruaje. No tena ms remedio que irme. Char me ayud a subir. No saba si darle la mano o dejar que me tomara por el codo, as que me enred con su brazo y tuve que agarrarme al carruaje con la otra mano para no caer. Cuando cerr la puerta me pill la falda, y o el sonido de la tela al romperse. Pap hizo una mueca de desaprobacin. Vi a travs de la ventana que Char se rea. Mir la falda y vi que tena un desgarro de seis centmetros por encima del dobladillo. A Bertha le iba a costar mucho arreglar aquello. Me sent lo ms lejos que pude de pap, que miraba absorto por la ventanilla. -Un buen entierro. Ha venido todo Frell, o por lo menos toda la gente importante -coment, como si en lugar de estar hablando del funeral de mam hablara de un torneo o de un baile. -No ha sido perfecto, ha sido horrible -protest-. Cmo puede ser perfecto un funeral? -El prncipe estuvo muy amable contigo -se limit a responder l. -Mam le gustaba mucho. -Tu madre era muy hermosa. -Su voz son triste-. Me apena mucho que haya muerto. Nathan chasc el ltigo, y el carruaje empez a avanzar.

3 Cuando llegamos a casa pap me orden que me cambiara de ropa y que bajara

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enseguida a saludar a los invitados que haban venido a darnos el psame. Mi habitacin estaba tranquila. Todo estaba igual que cuando viva mam: los pjaros bordados en mi colcha, a salvo en su mundo de hojas de punto de cruz; mi diario sobre la cmoda; mis amigas de infancia (Flora, la mueca de trapo, y Rosamunda, la de madera y vestido de siete volantes), que dorman en su canasto... Me sent en la cama, debatindome entre la necesidad de cumplir lo que me haba mandado pap y el deseo de encontrar consuelo en mi habitacin, en mi cama, en la leve brisa que entraba por la ventana. Al final no tuve ms remedio que obedecer. Una vez o que Bertha le deca a Mandy que pap era una persona slo por su aspecto, ya que en su interior no haba ms que ceniza, monedas y cerebro. Mandy no estaba de acuerdo, deca que l era humano hasta la mdula. Lo que pasaba es que era el ser ms egosta del mundo. Mucho ms que ningn hada, gnomo, elfo o gigante. Tard tres largos minutos en vestirme. Aqul era un juego horrible, pues jugaba conmigo misma a tratar de romper el maleficio y a comprobar cunto poda resistir ante la necesidad de cumplir una orden. Al poco rato me zumbaban los odos, y el suelo se inclinaba de tal forma que pareca que iba a caerme de la cama. Abrac mi almohada hasta que me dolieron los brazos, como si aqulla fuera un ancla a la que aferrarse para huir de la necesidad de obedecer. Estaba a punto de estallar y romperme en mil pedazos. Me levant, me dirig al vestidor y me encontr mejor de inmediato. A pesar de que sospechaba que pap quera que llevara otro vestido, me puse el preferido de mam. Ella deca que aquel verde tan vivo haca resaltar mis ojos. Yo opinaba que pareca un saltamontes con cabeza humana y pelo liso, pero al menos el traje no era negro. Mam odiaba la ropa negra. El vestbulo estaba lleno de gente vestida de luto. Pap vino hacia m enseguida. -Esta es mi hija, la joven Estela -dijo en voz alta, y luego dirigindose a m susurr-: Pareces una planta con ese vestido. Se supone que deberas ir vestida de luto. Creern que no respetabas a tu... De pronto fui aferrada por dos brazos rechonchos, cubiertos por dos mangas de crujiente satn negro. -Mi pobre nia, lo sentimos tanto por ti! -exclam una voz dulzona-. Oh, sir Peter, es sumamente triste verle en esta circunstancia tan trgica! -termin diciendo, a la vez que me daba un fuerte abrazo. La que estaba hablando era una mujer alta y estirada, con el cabello largo y ondulado, de color miel. Su cara estaba maquillada de blanco y sus mejillas cubiertas de colorete. La acompaaban dos versiones reducidas de ella, aunque stas iban sin maquillaje. La ms joven no tena la melena de su madre, sino unos rizos que dejaban entrever el cuero cabelludo y que parecan fuertemente pegados a l con algn tipo de cola. -sta es Madame Olga -dijo pap, dando un golpecito a la seora en el brazo.

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En respuesta hice una reverencia, con tal mala pata que tropec con la ms joven de las chicas. -Mis disculpas -balbuce. Ella no respondi, ni se movi, ni tan siquiera me dirigi una mirada. Pap continu con la conversacin: -Son stas tus maravillosas hijas? -Son mis dos tesoros. Esta es Hattie, y sta Olive. Estn a punto de terminar sus estudios en la escuela de educacin social para seoritas. Hattie deba de ser dos aos mayor que yo. -Encantada de conocerte -dijo, enseando unos enormes dientes al sonrer. Y me tendi la mano en espera de que yo se la besara e hiciera una reverencia. Me qued perpleja, sin saber qu hacer. Hattie baj el brazo, aunque sin dejar de sonrer. Olive era aquella con la que acababa de tropezar. -Encantada de conocerte -dijo con una voz apenas audible. Era ms o menos de mi edad, y tena el ceo permanentemente fruncido. -Consolad a Estela -indic Madame Olga a sus hijas-. Tengo que hablar con sir Peter -concluy mientras tomaba a pap del brazo. -Nuestros corazones estn muy tristes -empez a decir Hattie-. Cuando te pusiste a llorar de aquella forma durante el funeral me diste mucha pena. -Por cierto, el verde no es color de luto -subray Olive. Hattie ech un vistazo a la sala. -Es un hermoso saln, casi tan elegante como el que tendr en el futuro. Nuestra madre, Madame Olga, dice que tu padre es muy rico, que puede sacar dinero de cualquier cosa. -S, hasta de las piedras -aadi Olive. -Nuestra madre, Madame Olga, dice que tu padre era pobre antes de casarse con tu madre. Nuestra madre dice que lady Estela ya era rica cuando se cas, pero que tu padre la hizo an ms rica. -Nosotras tambin somos ricas -asegur Olive-. Tenemos suerte de serlo. -Nos ensearas el resto de la casa? -sugiri Hattie. Subimos al piso de arriba y Hattie se puso a fisgonearlo todo. Abri el armario de la habitacin de mam, y antes de que pudiera detenerla pas la mano por todos los vestidos. Cuando volvimos al saln, anunci: -Cuarenta y dos ventanas, y una chimenea en cada habitacin. Las ventanas deben de haber costado un cofre lleno de monedas. -Quieres saber algo de nuestra casa? -pregunt Olive. No me interesaba lo ms mnimo saber cmo era su casa. -Tendras que visitarnos y verla por ti misma -respondi Hattie a mi silencio. Estbamos de pie junto a una mesa con montaas de comida. Haba desde un ciervo

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asado, cuya cornamenta estaba decorada con hiedra, hasta galletas de mantequilla, tan pequeas y tan finas como copos de nieve. Me pregunt cmo habra tenido Mandy tiempo para cocinar todo aquello. -Os apetece comer algo? -Bue... -iba a contestar Olive, pero su hermana la interrumpi. -Oh no, gracias. Nunca comemos en las fiestas. La emocin nos quita el apetito. -Mi apetito... -trat de decir Olive. -Tenemos muy poco apetito. Mam est preocupada. Pero de todas formas, parece todo buensimo -dijo Hattie acercndose a la mesa-. Los huevos de codorniz son un lujo! Diez monedas de cobre cada uno. Y hay por lo menos cincuenta, Olive! Ms huevos de codorniz que ventanas, pens. -Me encantan las tartaletas de uva -murmur Olive. -No deberamos -coment Hattie-. Bueno, quizs un trocito... Ni siquiera un gigante hubiera podido comer tanto como Hattie: media pierna de ciervo asado, un montn de arroz salvaje y ocho de los cincuenta huevos de codorniz. Adems del postre, claro. Olive todava comi ms: tartaletas de uva, pan de pasas, pastel de crema, pding de ciruelas, bombones de chocolate, bizcocho con especias empapado con salsa de ron y mantequilla, y salsa de albaricoque y menta. Se acercaban los platos a la cara, de forma que el tenedor hiciera un recorrido lo ms corto posible. Olive coma sin parar, Hattie, en cambio, dejaba el tenedor y se daba unos toquecitos en la boca con la servilleta. Luego volva a tomar el cubierto y segua con la misma avidez que antes. Era un espectculo de lo ms desagradable. Fij mi vista en un tapiz que sola estar a los pies del silln de mam, y que ahora yaca junto a la mesa. La escena representaba a unos cazadores y un perro que perseguan a un jabal que estaba situado junto al ribete de lana escarlata. Mientras miraba fijamente el tapiz me pareci que todo adquira movimiento. El viento meca la hierba bajo las patas del jabal. Parpade un instante y el movimiento se detuvo, pero cuando volv a mirar fijamente todo cobr vida de nuevo. El perro acababa de ladrar y su garganta estaba relajada. Uno de los cazadores cojeaba y percib un calambre en su pierna. El jabal jadeaba y luchaba por tomar aire, y luego huy presa del miedo y la furia. -Qu ests mirando? -me pregunt Olive. Pareca que ya haba terminado de comer. -Nada, slo el dibujo del tapiz -respond, como si acabara de salir de aquella escena. Volv a mirarla; no tena nada de particular. -Se te salan los ojos. Eran como los de un ogro -coment Hattie-. Ahora ya vuelves a parecer normal. Hattie tampoco es que pareciera muy normal. Era igual que un conejo. Un conejo gordo, como los que le gustaban a Mandy para guisar. Y la cara de Olive era blanca como una patata sin

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piel. -Supongo que a ti nunca se te salen los ojos de las rbitas -respond. -No creo -dijo Hattie, sonriendo satisfecha. -Son demasiado pequeos para eso -continu. La sonrisa se le qued petrificada en el rostro. -Te perdono, pequea. Los aristcratas somos benvolos. Tu pobre madre tambin era conocida por su mala educacin. Mam era conocida... Aquel verbo en pasado congel mi lengua. -Chicas! -llam Madame Olga mientras se acercaba a nosotras-. Tenemos que irnos. -Suspir al abrazarme. Ola a leche agria. Al fin se fueron, y mientras pap estaba en la verja, despidiendo al resto de los invitados, me dirig a la cocina a ver a Mandy. Estaba apilando los platos sucios. -Pareca que esa gente no hubiera comido en una semana. Me puse un delantal y vert agua en el fregadero. -Nunca haban probado tu comida. La cocina de Mandy era la mejor del mundo. Mam y yo intentbamos a menudo preparar sus recetas. Seguamos las instrucciones al pie de la letra y el plato quedaba buensimo, pero nunca tan bueno como cuando lo preparaba Mandy. De pronto me acord del tapiz, no s por qu. -La alfombra del vestbulo con los cazadores y el jabal, sabes cul digo? Me pas algo muy divertido cuando la mir. -Ah, esa tontera. No debes prestar atencin a ese viejo tapiz -coment mientras revolva la sopa. -Qu quieres decir? -Es slo un truco mgico. -Una alfombra mgica! Cmo lo sabes? -Era de lady Estela. As llamaba Mandy a mam. Pero aqulla no era una respuesta. -Se lo regal mi hada madrina? -S, pero de eso hace mucho tiempo. -Te dijo mam alguna vez quin era mi hada madrina? -No, nunca me lo dijo. Por cierto, dnde est tu padre? -Est fuera, despidiendo a los invitados. Pero sabes quin es, aunque mam nunca te lo dijera? -Saber qu? -Pues quin es mi hada madrina. -Si tu madre hubiera querido que lo supieras ella misma te lo habra contado. -Iba a contrmelo, me lo haba prometido. Por favor, Mandy, dmelo.

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-Soy yo. -Por qu no me lo dices? -Soy yo, tu hada madrina soy yo. Ven, prueba la sopa de zanahoria, es para la cena. Est buena?

4 Mi boca se abri automticamente. Me acerqu la cuchara y un sorbo de sopa caliente

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descendi por mi garganta. Mandy haba escogido las zanahorias que estaban en su punto, las ms dulces, las ms jugosas. Otros aromas acompaaban al de las zanahorias: el del limn, el del caldo de tortuga y el de una especia que no poda identificar. Era la mejor sopa del mundo, aquella sopa mgica que slo Mandy poda preparar. La alfombra, la sopa... Eran mgicas... Entonces, Mandy era un hada! Pero si lo era, por qu dej que mam muriera? -T no eres un hada. -Por qu no? -Si lo fueras habras salvado a mam. -Oh, cario!, lo habra hecho si hubiera podido. Si tu madre no hubiese quitado la crin de su sopa ahora estara viva. -Si lo sabas, por qu no se lo dijiste? -Lo supe cuando ya era demasiado tarde y tu madre estaba muy enferma. Ya no poda hacer nada para salvarla. Me desplom sobre la silla que haba junto a la estufa, sollozando tan amargamente que luego me cost recuperar el aliento. Entonces Mandy me abraz, y llor sobre los volantes que rodeaban el cuello de su delantal, all donde haba llorado tantas otras veces por cualquier nimiedad. Una lgrima cay sobre mi dedo. Era de Mandy, que tambin lloraba. Su cara estaba congestionada. -Yo tambin era su hada madrina, y tambin la de tu abuela -dijo Mandy mientras se sonaba la nariz. Apart los brazos de Mandy para verla mejor. No poda ser un hada. Las hadas son esbeltas, jvenes y bellas. Mandy era lo suficientemente alta para ser un hada, pero quin ha visto nunca una con el pelo gris rizado y con papada? -Demustramelo -le orden. -Que te demuestre qu? -Pues que eres un hada. Desaparece, o haz algn truco. -No tengo por qu demostrarte nada. Adems, a excepcin de Lucinda, las hadas no desaparecen en presencia de los mortales. -Pero podis hacerlo? -Pues claro que podemos, lo que pasa es que no lo hacemos. Lucinda es la nica lo suficientemente tonta y grosera como para hacerlo. -Y por qu es tonta? -Porque se cree ms importante si demuestra sus poderes mgicos -contest Mandy mientras empezaba a lavar los platos-. Venga, aydame. -Lo saben Nathan y Bertha? -pregunt mientras llevaba los platos a la pila. -Saber qu? -Que eres un hada.

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-Otra vez con lo mismo! Nadie excepto t lo sabe. Y ser mejor que guardes el secreto -dijo Mandy con cara de pocos amigos. -Porqu? Mandy no me contest. Se limit a fruncir el ceo. -Lo prometo. Pero por qu? -Te lo dir; a la gente le gusta pensar que existen las hadas, pero cuando encuentran una de verdad siempre surgen problemas -coment mientras aclaraba una fuente y me la pasaba. Luego dijo-: T secas. -Por qu? -Porque la vajilla est mojada, por eso -respondi, y al ver mi cara de sorpresa dijo-: Hay dos razones bsicas. Como la gente sabe que podemos hacer magia quiere que resolvamos los problemas por ellos. Y si no lo hacemos se ponen como locos. La otra razn es que somos inmortales, y eso no pueden soportarlo. Despus de que muriera su padre, lady Estela no me habl durante una semana. -Y por qu a Lucinda no le importa que la gente sepa que es un hada? -A la muy tonta le gusta presumir. Quiere que todos le den las gracias cuando otorga uno de sus horribles dones. -Son siempre horribles? -S, siempre lo son. Claro que hay gente que est encantada de recibir un regalo de un hada, aunque les haga desgraciados para toda la vida. -Y cmo saba mam que t eras un hada? Por qu me lo has contado a m? -Todos los de tu linaje son amigos de las hadas. T tienes sangre de hada en tus venas. -Sangre de hada! Puedo entonces hacer magia? Soy inmortal? Mam lo habra sido si no se hubiera puesto enferma? Tienen muchos amigos las hadas? -En realidad muy pocos. Aqu, en Kyrria, t eres la nica. Y acerca de tus otras preguntas, debo responderte que no tienes poderes mgicos ni eres inmortal. Slo tienes una gota de sangre de hada. Pero hay una cosa que delata que hay algo mgico en ti: tus pies. Son ms pequeos de lo normal, y no han crecido desde hace mucho tiempo. Eso es un rasgo caracterstico de los seres mgicos. -Ninguna parte de mi cuerpo ha crecido desde hace tiempo, si te refieres a eso. -No es cierto. T crecers, pero tus pies no. Tendrs pies de hada, como tu madre. -Mandy dijo aquello mientras levantaba su falda y las cinco enaguas que llevaba debajo para mostrarme sus pies, no mucho ms grandes que los mos-. Somos demasiado altas para tener unos pies tan pequeos. Es lo nico que no podemos cambiar con nuestra magia. Los hombres que tienen poderes mgicos rellenan sus zapatos para que nadie se d cuenta de que tienen los pies pequeos, y nosotras, las hadas, los ocultamos bajo nuestras faldas. Asom uno de mis pies fuera del vestido. Tener los pies pequeos era elegante, pero me

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haran ser ms torpe cuando creciera? No sera ms difcil guardar el equilibrio? -Si quisieras, podras hacer que me crecieran los pies? O... -Me detuve pensando en alguna otra posibilidad, mientras miraba la lluvia que caa-. Podras detener la lluvia? Mandy asinti con la cabeza. -Hazlo, por favor. -Y por qu tendra que hacerlo? -Por m. Quiero ver magia, magia mayor. -Nosotras no hacemos magia mayor. Slo la hace Lucinda. Es demasiado peligroso. -Qu hay de peligroso en detener una tormenta? -Quizs algo, quiz nada. Usa tu imaginacin. -Aclarar el cielo tiene que ser algo bueno. La gente podra salir... -Usa tu imaginacin -repiti Mandy. -Los pastos necesitan agua, las cosechas tambin... -Qu ms? -continu Mandy. -Quizs algn ladrn est a punto de robar, y no lo hace debido al mal tiempo. -Eso es! O quiz si detengo la lluvia podra iniciarse una sequa y luego tendra que remediarlo, porque habra sido por mi culpa. Y quiz la lluvia que viniera despus podra romper una rama y caer sobre el tejado de una casa, y entonces tambin tendra que arreglar ese desastre... -Pero t no tendras la culpa de todo eso. Los dueos de la casa tendran que haber construido un tejado ms resistente. -Quiz s, quiz no. O a lo mejor mi magia podra provocar una inundacin y causar vctimas. ste es el problema de la magia mayor. Por eso yo slo practico magia menor: buenos guisos, mi sopa curativa, mi tnico... -Cuando Lucinda me hechiz, practic la magia mayor? -Pues claro que s. La muy tonta! -exclam Mandy, mientras fregaba con tanta fuerza una olla que choc con gran estruendo contra la pila de cobre y se parti. -Dime cmo romper el hechizo. Por favor, Mandy. -No s cmo hacerlo, slo s que puede romperse. -Si le digo a Lucinda lo terrible que es para m, t crees que lo deshar? -No s. Tal vez s. Pero si te levanta ese hechizo puede hacerte otro todava peor. El problema de Lucinda es que todas las ideas que entran en su cabeza salen convertidas en hechizos. -Qu aspecto tiene? -Es distinta al resto de nosotras. Pero ser mejor que nunca llegues a conocerla. -Dnde vive? -pregunt, por si poda encontrarla y persuadirla de que rompiera mi hechizo. Quiz Mandy estaba equivocada acerca de Lucinda.

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-No tenemos buenas relaciones. No me interesa por dnde anda esa tonta de Lucinda. Cuidado con ese tazn! La orden lleg demasiado tarde. Fui a buscar la escoba mientras preguntaba: -Son todos los amigos de las hadas tan torpes como yo? -No, cario. La sangre de hada no hace que uno sea torpe, eso es propio de los humanos. Me has visto alguna vez romper un plato? Empec a barrer, pero no fue necesario. Los trozos del tazn se reunieron y fueron directos a la basura, como por arte de magia. No poda creerlo. -se es el tipo de cosas que hago, cario. Magia menor, que no puede causar ningn dao y sin embargo es til. No quedan trozos cortantes en el suelo. Mir fijamente la basura; los fragmentos de loza seguan all. -Por qu no reconstruiste el tazn, Mandy? -pregunt. -El poder de la magia es muy fuerte, aunque no lo parezca. Podra herir a alguien, nunca se sabe. -Quieres decir -continu- que las hadas no podis ver el futuro? Si pudierais lo harais, verdad? -No podemos prever el futuro. En eso somos como t. Slo los gnomos pueden hacerlo, bueno, slo algunos. Son una campanilla en la casa; pap estaba llamando a los sirvientes. Mam nunca la haba usado. -T tambin eras el hada madrina de mi bisabuela? Se me ocurran infinidad de preguntas: Durante cunto tiempo haba sido Mandy nuestra hada madrina? Qu edad tena...? Entonces entr Bertha, anunciando que sir Peter quera verme en el estudio. -Qu quiere? -pregunt. -No lo ha dicho -contest Bertha nerviosa, mientras jugueteaba con una de sus trenzas. Bertha se asustaba por cualquier cosa. Qu haba de malo en ello? Mi padre quera hablar conmigo, eso era todo. Termin de secar un plato, luego otro, y otro. -Por favor, no se entretenga, seorita -dijo Bertha. Iba a secar otro plato cuando Mandy me aconsej que fuera enseguida, y que me quitara el delantal. Tambin pareca asustada. Hice lo que me sugiri y fui a ver a pap. Me detuve en el umbral del estudio. Pap estaba sentado en el silln que sola ocupar mam. Examinaba algo que reposaba en sus rodillas. -Ah, ya ests aqu! -dijo levantando la vista-. Acrcate, Estela. Le mir, desafiando su orden. Entonces di un paso hacia delante. Era el mismo juego al que jugaba con Mandy: obediencia y desafo.

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-He dicho que te acerques, Estela. -Ya estoy cerca. -No lo suficiente. No tengas miedo, no voy a morderte. Slo quiero que nos conozcamos un poco ms. -Se acerc a m y me condujo hasta una silla que haba frente a la suya-. Has visto alguna vez algo tan maravilloso como esto? -coment mientras me mostraba el objeto que reposaba en sus rodillas. A continuacin me lo tendi-. Tambin puedes sostenerlo t, aunque es bastante ms pesado de lo que parece a simple vista. En ese momento pens en dejar caer aquel objeto, ya que tanto le gustaba. Pero una vez que lo hube mirado ya no pude hacerlo. Se trataba de un castillo de porcelana no ms grande que mis dos puos juntos, con seis torres diminutas, terminadas en un candelabro en miniatura. Y... Oh! Entre las ventanas de las torres penda un hilo de gasa del que colgaba... La colada! Haba all unos calcetines, una tnica, un delantal de beb, todo tan fino como el hilo de una tela de araa. Pintada en una ventana del piso de abajo, apareca una doncella que saludaba con un pauelo de seda. Pap me lo quit de las manos. -Cierra los ojos. O cmo cerraba las pesadas cortinas y le espi con los ojos entrecerrados. No me fiaba de l. Puso el castillo sobre la repisa de la chimenea, coloc unas velas en ella y las encendi. -Ahora abre los ojos. Corr para verlo ms de cerca. El castillo era una maravilla que resplandeca. Las llamas hacan relucir los tintes perlados de las paredes blancas, y las ventanas brillaban con una luz dorada que sugera fuegos vivos en el interior. -Oh! -exclam. Pap abri las cortinas y sopl las velas. -Es fantstico, no crees? Asent con la cabeza. -Dnde lo has conseguido? -Es de los elfos, uno de ellos lo hizo. Son unos alfareros fantsticos. Es obra de uno de los alumnos de Agulen. Siempre he querido tener un Agulen autntico, pero ste no est mal. -Dnde vas a ponerlo? -Dnde quieres que lo ponga, Ela? -En una ventana. -En la de tu habitacin? -En cualquiera, pero junto a una ventana, para que su titilar se vea desde dentro y desde fuera de la casa. Pap me mir fijamente durante unos segundos.

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-Le dir a su futuro comprador que haga lo que dices. -Lo vas a vender! -Soy un comerciante, Ela. Me dedico a vender cosas. -Despus reflexion para s mismo-: Quiz pueda venderlo como un Agulen autntico. Quin notara la diferencia? -Luego volvi a dirigirse a m-: Ahora ya sabes quin soy: sir Peter, el mercader. Pero dime, quin eres t? -Una hija que antes tena una madre. Hizo caso omiso de mi respuesta. -Pero quin es Ela? -Una muchacha a quien no le gusta que la interroguen. Pareci satisfecho con mi respuesta. -Eres valiente al atreverte a hablarme as -coment, mirndome de arriba abajo-. Tienes mi barbilla -dijo acaricindomela-. Fuerte, decidida. Y mi nariz. Y mis ojos, aunque los tuyos sean verdes. Muchos de tus rasgos los has heredado de m. Me gustara saber cmo sers cuando crezcas. Por qu creera pap que era agradable hablarme as, como si fuera un retrato y no una chica? -Qu debo hacer contigo? -se pregunt a s mismo. -Por qu tienes que hacer algo conmigo? -No puedo dejar que crezcas como un pinche de cocina. Debes recibir una educacin -dijo, y entonces cambi de tema-. Qu te parecen las hijas de Madame Olga? -No son demasiado agradables -respond. Pap ri con ganas, echando la cabeza hacia atrs y agitando los hombros. Qu era lo que le haca tanta gracia? No me gustaba que se rieran de m. Intent decir algo agradable acerca de las odiosas Hattie y Olive: -Tienen buenas intenciones, creo. Pap se enjug las lgrimas de los ojos. -No tienen buenas intenciones. La mayor es una desagradable liante, como su madre, y la ms joven es una simplona. No hay cabida en sus cabezas para las buenas intenciones. -El tono de su voz se torn serio-: Pero Madame Olga tiene ttulos, y es rica. -Qu tiene eso que ver? -Quiz debera mandarte a la escuela de seoritas, junto a las hijas de Madame Olga. Deberas aprender a caminar con elegancia, y no como un pequeo elefante. Una escuela para seoritas! Tendra que dejar a Mandy. Y constantemente me diran qu deba hacer, y yo tendra que hacerlo, fuese lo que fuese. Intentaran librarme de mi torpeza, pero no lo conseguiran. Entonces me castigaran, y yo me vengara, y a continuacin me volveran a castigar. -Por qu no puedo quedarme aqu? -Quiz podra buscar una institutriz. Si es que encuentro alguna...

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-Preferira tener una institutriz, pap. Estudiara mucho si la tuviera. -Y si no, no lo haras? -pregunt levantando las cejas, aunque hubiera jurado que le haca gracia lo que yo deca. Se puso de pie y se acerc al escritorio donde mam sola llevar las cuentas de la casa-. Ahora vete, tengo trabajo. Cuando me despeda dije: -Quiz los pequeos elefantes no pueden ser admitidos en las escuelas de seoritas. Quiz los pequeos elefantes no pueden ser adiestrados. Quiz... Me call: pap estaba riendo de nuevo.

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La noche siguiente cen con pap. Tuve problemas para sentarme porque Bertha me haba hecho un elegante vestido con unas enaguas muy voluminosas. En nuestros platos haba esprragos cubiertos con mostaza de estragn. Pap beba de una copa de cristal tallado. Cuando por fin consegu colocarme en mi silla, pap hizo una seal a Nathan para que le sirviera ms vino. -Mira, Estela, cmo recoge la luz dijo levantando la copa-. Hace que el vino brille como rub. -Es bonito respond. -Eso es todo? Solo bonito? -Muy bonito, supongo dije, resistindome a que me gustara algo que pap tambin iba a vender. -Te gustara ms si bebieras de esta copa. Has probado alguna vez el vino? -Mandy nunca me lo ha permitido. Entonces intent alcanzar la copa, pero las mangas de mi vestido se mancharon con la salsa de los esprragos. La copa todava no estaba a mi alcance; me puse de pie, pis la larga falda y perd el equilibrio. Para no caerme levant el brazo, lo que hizo que me desplomara sobre la mesa y chocase contra el hombro de pap. Total, que la copa se cay y se rompi limpiamente por la base, en dos trozos. Una mancha roja se extendi por el mantel, y unas gotas de vino mancharon la camisa de pap. Me prepar para recibir una reprimenda, pero en lugar de reirme, mientras se limpiaba la camisa con una servilleta, pap dijo: -Ha sido una tontera por mi parte. Cuando te he visto entrar ya me he dado cuenta de que no podras arreglrtelas t sola. Mientras, Nathan y otra criada retiraron el mantel y la copa rota. -Lo siento -dije. -Eso no recompondr la copa, no crees? -Pareca que su furia se iba a desatar, pero de pronto se soseg-. Se aceptan tus disculpas. Cambimonos de ropa y retomemos nuestra cena. Estuve de vuelta un cuarto de hora ms tarde, con un vestido corriente. -Es culpa ma -dijo pap mientras coma un esprrago-. He dejado que crezcas como un zoquete. -No soy un zoquete! Mandy no tena pelos en la lengua, pero nunca me haba llamado as. Patosa, desmaada o desgarbada, pero nunca zoquete. Alocada, pies torpes, pero nunca zoquete. -Aunque todava eres joven y puedes aprender. Me gustara que algn da te relacionases con gente civilizada.

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-No me gusta la gente civilizada. -Quiz necesite que resultes agradable a alguna persona civilizada. Ya lo he decidido; irs a la escuela de seoritas. No poda ir all. No, no ira. -Pero dijiste que poda tener una institutriz. No te resultara ms econmico eso que mandarme a la escuela? Una camarera retir los esprragos y sirvi un plato de vieiras con tomate. -Qu delicadeza por tu parte al preocuparte por eso. Pero una institutriz sera mucho ms cara. Y adems no tengo tiempo para entrevistar institutrices. Dentro de dos das irs a la misma escuela de educacin social para seoritas a la que van las hijas de Madame Olga. -No ir. l continu como si no hubiese odo nada: -Escribir una carta a la directora y te dejar en sus manos, junto a una bolsa llena de suficientes monedas de oro para que no pueda protestar al recibir una nueva alumna ahora que ya ha empezado el curso. -No ir. -T hars lo que yo te diga, Estela. -No ir. -Ela... -Prob una vieira y sigui hablando mientras masticaba-. T padre no es un hombre bueno, como ya te habrn dicho los criados si no me equivoco. Yo no lo negu. -Deben de haberte dicho que soy egosta, y llevan razn. Deben de haberte dicho que soy impaciente, y tambin es verdad. Deben de haberte dicho que siempre voy a la ma, y es cierto que lo hago. -Yo tambin -dije, sabiendo que no era verdad. El me sonri con admiracin. -Mi hija es la chica ms valiente de Kyrria -dijo. Luego su sonrisa se desvaneci, y sus labios se contrajeron formando una lnea fina y dura-. Pero irs a la escuela de seoritas aunque tenga que llevarte a rastras. Y no ser un viaje de placer si ello me quita tiempo para dedicarme a mis negocios. Lo has entendido, Ela? Cuando pap se enfadaba me recordaba a un mueco de feria, un puo de piel atado a un resorte que se usa en los teatros de marionetas. Cuando se suelta el muelle el puo golpea a una pobre marioneta. Con pap, lo que me ocurra era que no tema al puo sino al muelle, porque ste determinaba la fuerza del golpe. La clera en sus ojos era tan tensa que no saba qu pasara si el muelle se disparaba. Odiaba estar asustada, pero la verdad es que lo estaba. -Ir a esa escuela -dije sin poder reprimirme-, pero la detestar.

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La sonrisa volvi a sus labios. -Eres libre de odiarla o de amarla. Lo nico que me importa es que vayas a esa escuela. Aquello no era una orden, aunque lo pareca. No era muy distinta de otras que me vea obligada a obedecer. Abandon el comedor y pap no me detuvo. An era pronto para ir a dormir, pero a pesar de ello fui a mi habitacin y me puse el camisn. Llev mis muecas, Flora y Rosamunda, hasta mi cama y me met dentro. Haca mucho tiempo que no dorma con ellas, pero aquella noche necesitaba su calor familiar. Las coloqu sobre mi estmago y esper a que llegara el sueo. Pero no poda dormirme. Empec a llorar y abrac a Flora. -Cario -o decir mientras se abra la puerta y entraba Mandy con su tnico y con una caja que dej sobre la mesilla. Luego me abraz y me pas la mano por la frente. -No quiero ir -dije apoyando mi cara en su hombro. -Lo s, pequea -contest. Me abraz durante largo rato, y casi me qued dormida. Luego se apart de m y dijo-: Es la hora de tu tnico. -Hoy me lo salto. -Ni hablar, hoy es cuando ms te conviene. No quiero que te pongas mala cuando ms necesitas estar fuerte -dijo mientras sacaba una cuchara de su delantal-. Tomars tres cucharadas. Me prepar para tomarlo. El tnico era delicioso, saba a nueces, pero al tragarlo tena una consistencia viscosa que resultaba desagradable. Cada cucharada bajaba lentamente por mi garganta, y despus intentaba tragar saliva para quitarme aquella desagradable sensacin. Luego me senta mejor. Bueno, slo un poco mejor. Lista para volver a hablar. Me acomod en la falda de Mandy. -Por qu se cas mam con l? -pregunt. Haca mucho que quera hacer aquella pregunta, me haba preocupado desde que empec a tener uso de razn. -Hasta que se casaron, sir Peter era muy carioso con lady Estela. Yo no me fiaba de l, pero tu madre no quiso escucharme. Y su familia no aprobaba la boda porque l era pobre. Pero eso haca que tu madre le amara ms todava. Era as de bondadosa. -La mano de Mandy dej de acariciarme la frente y continu-: Ela, cielo, intenta que tu padre no sepa nada del hechizo. -Por qu? Qu pasara si lo supiera? -l est acostumbrado a hacer prevalecer su opinin. Siempre ha sido as. -Mam me orden que no se lo contara nunca. De todas formas, tampoco lo hubiera hecho. -Entonces, perfecto -dijo Mandy volviendo a acariciar mi frente. Cerr los ojos, pero no poda dejar de pensar. -Cmo crees que me ir en la escuela? -Creo que all conocers a chicas encantadoras. Pero ahora sintate. No quieres ver tus regalos?

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Me haba olvidado completamente de la caja. -Regalos? -Uno por uno -dijo Mandy ofrecindome la caja-. Esto es slo para ti, llvalo siempre, adondequiera que vayas. En el interior haba un libro de cuentos de hadas. Nunca haba visto ilustraciones tan bellas, pareca que estuvieran vivas. Lo hoje maravillada. -Cuando lo mires te acordars de m y te sentirs mejor. -No lo leer hasta que me haya ido, as todas las historias me parecern nuevas. Mandy ri. -No creas que lo vas a terminar tan rpido. Crecer contigo -dijo mientras sacaba de su delantal otro paquete-. Esto era de tu madre. Ella hubiera querido que lo tuvieras t. Era el collar de mam! Lo formaban unas cadenas de plata que me llegaban casi a la cintura, con un diseo trenzado, hecho de plata tachonada con pequeas perlas. -Crecers llevndolo, cario, y estars tan hermosa lucindolo como lo estaba tu madre. -Lo llevar siempre puesto. -Pero debes tener cuidado y esconderlo bajo el vestido cuando ests fuera. Es muy valioso. Lo hicieron los gnomos. -Entonces son la campanilla en el piso de abajo-. Tu padre llama. Abrac a Mandy con todas mis fuerzas, pero ella se zaf de mis brazos. -Deja que me vaya, cario -dijo dndome un fuerte beso en la mejilla. Me acomod entre las sbanas, y el sueo me venci enseguida.

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A la maana siguiente me despert con los dedos aferrados al collar de mam. El reloj del palacio del rey Jerrold daba las seis. Perfecto, quera levantarme pronto y pasar el da despidindome de los lugares que ms amaba. Me puse el collar debajo del vestido y baj sigilosamente hasta la despensa. All encontr una bandeja de bollos recin hechos. Todava estaban calientes, lanc dos al aire y los atrap con la falda, que haba doblado en forma de cestito. Despus, intentando no perder mi desayuno, corr hacia la parte delantera de la casa y fui directa a ver a pap. Estaba en la entrada, esperando a Nathan para que le trajera el carruaje. -No tengo tiempo para ti, Estela. Vete a darle la lata a otro. Ah!, y dile a Mandy que volver con el administrador, que nos prepare algo de comer. Tuve que irme de all y buscar a alguien para darle la lata, tal y como me haba ordenado mi padre. Adems de ser peligroso, el hechizo me haca cometer tonteras, y era el causante de que pareciera tan patosa. Tena que buscar a alguien... Entonces vi a Bertha cargada con la colada. Fui corriendo y choqu contra ella, de tal forma que se le cay el cesto de la ropa limpia. Todos mis vestidos, mis medias y mi ropa interior cayeron al suelo. La ayud a recogerlo todo, pero la pobre tendra que volver a lavarlo de nuevo. -Seorita, ya es bastante complicado preparar sus cosas en tan poco tiempo como para tener encima que hacerlo dos veces -protest. Me disculp y fui a darle el recado de pap a Mandy, que hizo que me sentara para tomar el desayuno. Despus me dirig hacia la pequea coleccin de animales salvajes que tena el rey junto a los muros de palacio. Mis ejemplares favoritos eran los pjaros parlantes y los animales exticos. Si exceptuamos a la hidra en su pantano y al pequeo dragn, las criaturas exticas (el unicornio, la manada de centauros, y el grifo y su familia) vivan en una isla verde rodeada por una extensin del foso del castillo. El dragn estaba en una jaula metlica. Era muy hermoso, tan pequeo y feroz, y pareca feliz cuando lanzaba fuego; sus ojos de color rub brillaban entonces de forma maliciosa. Yo haba comprado un trozo de queso en un puesto cercano a la jaula y lo arrim al fuego, lo cual era una hazaa difcil porque se trataba de acercarlo lo suficiente para que se tostara, pero no tanto como para que el dragn pudiera atraparlo. Me pregunt qu iba a hacer el rey Jerrold con aquel dragn cuando creciera. Tambin me pregunt si yo estara all para conocer su destino. Ms all, cerca del foso, haba un centauro que me observaba. Le gustara el queso? Me acerqu a l lentamente, esperando que no se asustara y se fuera. -Eh! -dijo una voz. Me di la vuelta; era el prncipe Charmont, que me ofreca una manzana.

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-Oh, gracias! -respond. Me acerqu al foso con la manzana en la mano. El centauro oli el aroma de la fruta y trot hacia m. Le lanc la manzana. Otros dos centauros se acercaron, tambin galopando, pero el primero ya haba obtenido su premio y comenz a comrselo, masticando ruidosamente. -Yo siempre espero que me den las gracias, o que al menos digan: Cmo te atreves a mirarnos de esa forma? o algo por el estilo -coment. -No son lo bastante inteligentes como para poder hablar. Mira qu ojos ms inexpresivos tienen -indic el prncipe. Yo ya me haba fijado en ello, pero quiz Char pensara que era su deber explicar las cosas a sus subditos. -Aunque pudieran hablar -dije- seran incapaces de pensar en algo que decir. Despus permanecimos en silencio. Entonces Char se ech a rer y exclam: -Qu graciosa! Eres muy divertida. Igual que lady Estela. -Luego, compungido, aadi-: Lo siento, no quera recordarte a tu madre. -No te preocupes, pienso a menudo en ella. Casi siempre, mejor dicho. Caminamos a lo largo de la orilla del foso. -Quieres una manzana? -dijo ofrecindome otra. Quera hacerle rer de nuevo. Pate el suelo con mi pie derecho y ech mi cabeza hacia atrs como si tuviera crin. Abr los ojos cuanto pude, como lo hara un centauro, mir fijamente a Char con expresin de estupidez y tom la manzana. -Creern los ogros que no vale la pena comerme? Nos acercamos hasta la cabana de los ogros. A pesar de que estaban encerrados, haba soldados en formacin para vigilarlos. Un ogro se nos qued mirando a travs de una ventana. Los ogros no eran nicamente peligrosos por su tamao y crueldad, sino tambin porque podan conocer todos tus secretos con slo mirarte, y porque adems saban usar ese conocimiento. Podan ser irresistiblemente persuasivos si as lo queran. Cuando un ogro haba terminado su primera frase en kyrrian se te olvidaban hasta sus dientes puntiagudos, la sangre seca bajo sus uas y las matas de tosco pelo negro que le cubran la cara. Te pareca incluso guapo, y pensabas que era tu mejor amigo. Al final de su segunda frase, te haba conquistado de tal manera que poda hacer contigo lo que quisiera: meterte en una cazuela para cocinarte, o comerte crudo, si tena mucha prisa. -pwich aooyeh zcboaK -balbuce una voz suave. -Has odo eso? -pregunt. -No parece un ogro. De dnde vendr? -pwich aooyeh zchoaK -repiti la voz, esta vez en tono suplicante. Un beb gnomo asom su cabeza por un acueducto que haba a pocos metros de la cabana. Lo vi a la vez que el ogro, que poda alcanzarlo desde donde se encontraba. Fui corriendo

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a por la criatura, pero Char fue an ms rpido. Lo agarr justo antes de que lo hiciera el ogro. Char retrocedi con el nio entre sus brazos, que se retorca tratando de soltarse. -Dmelo -le dije pensando que podra calmarlo. Char me lo dio. -szEE frah myNN -gru el ogro mirando a Char-. myNN SSyng szEE. myNN thOosh forns. Luego cambi su expresin y se dirigi a m entre risas-: mmeu ngah suSS hijyNN eMMong. myNN whadz szEE uw. SZEE AAh ohrth hahj ethSSifszEE. Varias lgrimas de regocijo bajaron por sus mejillas, dejando finas vetas sobre su sucia cara. Entonces dijo en kyrrian, sin molestarse ni en usar un tono persuasivo: -Acrcate y dame al nio. Yo me qued quieta. Tena que romper el hechizo, mi vida y la del pequeo dependan de ello. Mis rodillas empezaron a temblar ante el impulso de caminar. Al intentar contenerme, los msculos de mis pantorrillas se tensaron y me dio un calambre. Me aferr al pequeo gnomo en un esfuerzo por resistirme, mientras el beb gritaba y se revolva entre mis brazos. El ogro sigui riendo, y a continuacin volvi a hablar: -Obedceme inmediatamente. Ven ahora mismo. Avanc hacia l, en contra de mi voluntad. Luego me detuve y el temblor empez de nuevo: otro paso, y otro. Slo vea su mirada maliciosa y amenazante, cada vez ms y ms cerca.

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- Adonde vas? -grit Char al ver lo que yo estaba haciendo. -Debo... -empec a decir. -Detente!, te lo ordeno. Me detuve, pero segu temblando mientras los soldados rodeaban la cabana. Sus espadas apuntaron al ogro, que segua mirndome. Al fin dio media vuelta y volvi a la penumbra del interior. -Por qu le hacas caso? -pregunt Char. Yo segua forcejeando con el nio, que tiraba de su pequea barba y se mova tratando de escapar. -pwich azzoogh fraecH! -grit. Aprovech aquella interrupcin para tratar de distraer a Char y no tener que responder a su pregunta. -Tiene miedo -dije por fin. Pero Char insisti: -Por qu le escuchaste, Ela? No tuve ms remedio que responder. -Sus ojos... -balbuce-. Haba algo en ellos... Tena que hacer lo que me ordenase. -Habrn hallado otra forma de hechizarnos? -se pregunt Char algo alarmado-. Tendr que contrselo a mi padre. El pequeo gnomo gema y daba patadas en el aire. Pens que las palabras de los loros podran consolarle. Entonces las pronunci, confiando en que no fueran ningn insulto: -fwthchor evtoogh brzzay eerth ymmadboech evtoogh brzzaY. El nio se seren y sonri, mostrando unos dientecitos de beb. -fwthcbor evtoogh brzzay eerth ymmadboech evtoogh brzzaY -repiti. Tena unos preciosos hoyuelos a ambos lados de la boca. Lo dej en el suelo, y nos agarr de la mano a Char y a m. -Sus padres deben de estar preocupados -coment. No saba cmo preguntarle dnde estaban, y l quizs era demasiado pequeo para contestar. No se encontraban cerca de las jaulas de las fieras, ni entre el ganado que paca. Al fin vimos a una vieja gnoma sentada en el suelo, cerca de un estanque. Con la cabeza entre las piernas, era la pura imagen del desconsuelo. Otros gnomos buscaban entre los juncos y los setos, o preguntaban a todo el que pasaba. -fraechramM! -grit el pequeo gnomo, tirando de m y de Char. La vieja gnoma levant la cabeza, y con la cara llena de lgrimas dijo:

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-zhulpH. Despus abraz fuertemente al gnomito y cubri su cara y su barba de besos. Luego nos mir y reconoci a Char. -Gracias, su majestad, por devolverme a mi nietecito. Char, turbado, tosi y dijo: -Es un placer devolvroslo sano y salvo, seora. Casi se lo come un ogro. -Char..., el prncipe Charmont, lo ha salvado, y tambin a m -dije yo. -Los gnomos os estn agradecidos -sentenci ella, haciendo una reverencia-. Me llamo zhatapH. Era casi tan alta como yo, pero mucho ms ancha. No corpulenta, sino ancha, pues los gnomos crecen a lo ancho tras llegar a la edad adulta. Se trataba del personaje ms majestuoso que yo jams haba visto, y del ms viejo, si se exceptuaba a Mandy. Sus arrugas contenan otras arrugas, pequeos pliegues de piel an ms profundos. Tena los ojos hundidos y de un color cobre turbio. Hice una reverencia y me tambale un poco. -Yo soy Ela -dije. Poco a poco fueron llegando otros gnomos y nos rodearon. -Cmo lograste que fuera contigo, chica? -pregunt zhatapH-. No se hubiera ido con cualquier humano. -Ela habl con l -respondi Char, orgulloso de m. -Qu le dijiste? Dud. Una cosa era imitar a los loros y otra muy distinta hablarle a un beb gnomo. Tem parecer una idiota ante aquella respetable seora. -fwthchor wvtoogh brzzay eerth ymmadboech evtoogh brzzaY-dije al fin. -No me extraa entonces que fuera contigo -dijo zhatapH. -fraecH! -grit zhulpH alegremente y se revolvi entre los brazos de su abuela. Una joven gnoma tom al chiquillo y pregunt: -Dnde has aprendido a hablar en gnmico? -Y a continuacin se present-: Soy la mam de zhulpH. Les expliqu lo de los loros y pregunt qu era exactamente lo que le haba dicho a zhulpH. -Es una expresin de saludo -contest zhatapH-. En kyrrian significa Cavar es bueno para el bolsillo y tambin para hincar el colmillo. -Me tom la mano y dijo-: zhulpH no ser el nico a quien salves la vida. Puedo verlo. -Qu ms puedes ver? Qu ms ocurrir en mi vida? -pregunt, pues saba por Mandy que los gnomos podan predecir el futuro. -Los gnomos no entramos en detalles. La ropa que llevars maana, o qu dirs, eso es un misterio para nosotros. Slo vemos el futuro a grandes rasgos, entrevemos algunos hechos.

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-Y cules son? -Peligro, una bsqueda, tres figuras. Estn cerca de ti pero no son tus amigas. Ten cuidado con ellas! -termin diciendo mientras me soltaba la mano. Cuando volvamos hacia donde estaban las fieras, Char dijo: -Hoy triplicar la guardia alrededor de los ogros. Y pronto cazar un centauro y te lo regalar.

Madame Olga fue puntual. Ella y sus hijas observaban cmo suban al coche mi bal y el barril de tnico. Pap estaba all para despedirme, y Mandy permaneca de pie, un poco alejada del resto. -Qu poco equipaje llevas -coment Hattie. Madame Olga estuvo de acuerdo: -Ela no est equipada como corresponde a su posicin, sir Peter. Mis hijas tienen ocho bales entre las dos. -Hattie tiene cinco y medio, mam. Y yo slo tengo. -Olive se call de repente y se puso a hacer el clculo con los dedos-. Bueno, tengo menos, y eso no es justo. Pap cambi de tema con suavidad: -Es muy amable por su parte aceptar a Ela, Madame Olga. Slo espero que esto no le suponga ninguna molestia. -Oh, en absoluto, querido Peter. Yo no las acompaar. Pap frunci el ceo, no le haba gustado que le llamara querido. Madame Olga continu: -Con el cochero y dos lacayos estarn a salvo de cualquier peligro, exceptuando los ogros, claro. Y en cuanto a eso poco puedo hacer. Adems, disfrutarn ms solas, sin la compaa de su vieja madre. Despus de una pausa, pap dijo: -En absoluto puede usted considerarse vieja, Madame. -Luego se volvi hacia m, y dijo-: Espero que tengas un feliz viaje, cario. Te echar de menos. -Y me dio un beso en la mejilla. Mentiroso, pens. Un lacayo abri la puerta del coche y ayud a Hattie y a Olive a subir. Yo corr hacia Mandy. No poda marcharme sin un ltimo abrazo. -Haz que desaparezcan, por favor -le susurr. -Oh, Ela, cario. Estars bien -dijo estrechndome muy fuerte. -Estela, tus amigas te estn esperando! -exclam pap. Sub al coche, coloqu mi maletn en un rincn e iniciamos la marcha. Para tranquilizarme puse las manos sobre mi pecho y palp el collar de mam que llevaba escondido. Si ella estuviera viva yo no estara yndome de casa, en compaa de aquellas

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horribles criaturas. -Yo nunca abrazara a una cocinera -dijo Hattie encogindose de hombros. -Pues claro que no. Qu cocinera dejara que la abrazases? -repliqu. Hattie volvi al tema del equipaje: -Con tan pocas pertenencias, las otras chicas no sabrn si eres una criada o una de nosotras. -Qu llevas escondido bajo el vestido? -pregunt Olive. -Es un collar? Por qu lo llevas bajo la ropa? -quiso saber Hattie. -Es porque es feo? -inquiri Olive-. Por eso lo escondes? -No, no es feo. -Pues entonces mustranoslo. Olive y yo queremos verlo. Era una orden, estaba obligada a enserselo. No me import, pues all no haba ningn ladrn que pudiera quitrmelo. -Guau! -exclam Olive-. Es ms bonito que la mejor joya de mam. -Nadie pensar que eres una criada si lo llevas puesto. Es fantstico. Aunque te queda un poco grande. -Hattie lo acarici-. Mira, Olive, qu bonitas son las perlas. Olive tambin lo toc. -Ya basta! -grit apartndolo de ellas. -No vamos a estropearlo. Puedo probrmelo? Mam siempre me deja que me pruebe sus collares, y nunca los estropeo. -No, no puedes. -Oh, por favor. Djamelo. Es un encanto. Una orden. -Tengo que hacerlo? -pregunt. No pude contenerme. Tendra que haberme mordido la lengua. Los ojos de Hattie brillaron. -S, tienes que hacerlo. Dmelo. -Pero slo un momento -dije quitndomelo deprisa, para que no notaran que luchaba contra mi necesidad de obedecer. -Abrchamelo... Lo hice, aunque la orden no era para m sino para Olive. -Gracias, querida -dijo Hattie, acomodndose en su asiento-. Yo he nacido para llevar joyas como sta. -Deja que me lo pruebe, Ela -protest Olive. -Cuando seas mayor -respondi Hattie. Pero yo tena que obedecer. Trat con todas mis fuerzas de ignorar la orden de Olive, pero me vinieron todos los males posibles: tuve retortijones, se me aceler el pulso, se me cortaba la

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respiracin... -Djaselo -balbuce. -Mira -dijo Olive-, dice que me lo dejes. -Yo s lo que te conviene, Olive. T y Ela sois demasiado jvenes y... Me abalanc sobre Hattie y le desabroch el collar antes de que pudiera reaccionar. -No se lo des, Ela! -grit-. Devulvemelo! Yo se lo devolv. -Dmelo a m, Ela -dijo Olive levantando la voz-. No seas tan fresca, Hattie. Le quit el collar de las manos a Hattie y se lo entregu a Olive. Hattie se qued mirndome fijamente. Empezaba a sospechar algo respecto a mi forma de actuar. -Mam llev este collar en su boda -dije intentando distraer a Hattie-. Y su madre... -Siempre eres tan obediente, Ela? Devulveme el collar. -No lo soltar! -chill Olive. -Por supuesto que lo hars. A no ser que quieras quedarte sin cena esta noche... -dijo Hattie. Le arrebat el collar a Olive. Hattie se lo puso y le dio unos golpecitos, complacida. -Ela, deberas regalrmelo. Por el bien de nuestra amistad. -No somos amigas -respond. -Claro que lo somos. Yo te adoro, y Olive tambin. Verdad, Olive? Olive asinti solemnemente. -Creo que me lo dars si te digo que debes hacerlo, as que... Hazlo, Ela, por nuestra amistad. Debes hacerlo. -Tmalo -dije contra mi voluntad. -Gracias. Qu amiga tan generosa tenemos, Olive -coment, y a continuacin cambi de tema-: Los criados no han limpiado muy bien el coche. Esa bola de polvo es muy desagradable. No tendramos que ir en este trasto tan sucio. Recgela, Ela. Aquella orden me gust. Recog la bola de polvo y se la lanc a la cara. -Toma, es tuya. Me qued satisfecha, aunque no por mucho tiempo.

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Hattie no saba nada ni de Lucinda ni del hechizo, pero lo que s haba comprendido era que yo siempre obedecera sus rdenes. De hecho, despus de que le lanzara la bola de polvo a la cara se haba limitado a sonrer maliciosamente. Saba que tena mucho ms valor el poder que ella acababa de adquirir que mi afrenta. Me retir a un rincn del coche y me puse a contemplar el paisaje. Hattie no me haba ordenado que le quitase el collar. Y si se lo sacaba por la cabeza, o se lo arrancaba del cuello? Prefera que estuviese roto a que ella lo tuviera. Lo intent. Orden a mis brazos que se movieran y a mis manos que lo agarraran. Pero el hechizo no me dejaba. La nica forma de lograrlo habra sido que alguien me lo hubiese ordenado, puesto que yo sola no poda desobedecer una orden. Intent acostumbrarme a ver el collar en el cuello de Hattie. Cuando yo lo miraba, ella lo acariciaba satisfecha. Al cabo de un rato se durmi, con la boca entreabierta, y empez a roncar. Entonces Olive aprovech para sentarse a mi lado. -Yo tambin quiero un regalo como prueba de nuestra amistad. -Por qu no me das t algo a m? -contest. Frunci el ceo. -No, no. Tienes que drmelo t. -Qu te gustara? -pregunt ante la obligacin de cumplir una orden. -Quiero dinero. Tal y como haba prometido, pap me haba dado una bolsa llena de KJs de plata. Tom mi maletn y le di una moneda. -Aqu tienes. Ahora ya somos amigas. Ella escupi sobre la moneda y luego la frot para que brillara. -Ahora s que somos amigas -concluy. Volvi a su sitio y se acerc la moneda a los ojos para verla bien. Yo miraba a Hattie, que segua roncando. Probablemente estuviera soando en lo que me ordenara despus. Luego mir a Olive, que se pasaba el canto de la moneda por la frente y luego por la nariz. Tena ganas de llegar a la escuela, por lo menos all tendra otras compaeras. Al poco rato Olive tambin se durmi. Slo cuando estuve segura de que las dos dorman profundamente me atrev a sacar de mi bolsa el libro de cuentos que me haba regalado Mandy. Me puse de espaldas a ellas, para ocultar el libro y aprovechar la luz que entraba por la ventanilla. Cuando abr el libro, en lugar de un cuento de hadas encontr una ilustracin en la que apareca Mandy. Estaba cortando un nabo a trocitos, con el que despus cocinara el pollo que aquella misma maana haba desplumado. Estaba llorando. Comprend que se haba contenido al abrazarme. La pgina se volvi borrosa porque mis ojos tambin se llenaron de lgrimas, aunque

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no quise llorar ante Hattie y Olive, a pesar de que estuvieran dormidas. Si Mandy hubiera estado en el coche conmigo me habra abrazado, y entonces habra podido llorar tanto como hubiese querido. Me hubiera dado unos golpecitos en la espalda y me habra dicho... No, aquellos pensamientos no deban hacerme llorar. Si Mandy hubiera estado all me habra dicho que poda ser maravilloso usar la magia para convertir a Hattie en un conejo. Y entonces yo me preguntara de nuevo para qu sirven las hadas si no es para usar la magia. Aquello me ayud. Me asegur de que mis compaeras de viaje continuasen dormidas y entonces pas la pgina del libro. Mostraba la imagen de una habitacin, probablemente en el castillo del rey Jerrold, ya que Char estaba all y el escudo de Kyrria estaba pintado en la pared, sobre un tapiz. Char estaba hablando con tres de los soldados que haban vigilado a los ogros. No entenda lo que significaba aquella escena. Quiz la siguiente pgina lo explicaba. En ella encontr dos ilustraciones ms, pero en ninguna aparecan ni Char ni los soldados. En el reverso haba un mapa de Frell, nuestra propiedad, debajo del cual figuraba la inscripcin: Sir Peter de Frell. Mi dedo sigui la ruta hacia el viejo castillo, junto al que estaba la coleccin de animales del rey. Haba tro camino desde Frell hacia el sur; era el mismo que recorramos en aquel momento. Quedaba ms all de ios lmites del mapa, ms all de la propiedad de sir Peter de Frell. La ilustracin de la derecha mostraba el coche de pap, seguido de tres carros tirados por muas y llenos de mercancas para vender. Pap, con la cara al viento, estaba sentado en el pescante junto al cochero, que alzaba su ltigo. Qu ms me mostrara el libro? Esta vez pareca un cuento de hadas como El zapatero y los elfos. En esta versin, sin embargo, cada elfo tena su personalidad y llegu a conocerlos mejor que al propio zapatero. Tambin entend por qu desaparecen despus de que el zapatero les haga unos trajes. Resulta que van a ayudar a un gigante a deshacerse de un enjambre de mosquitos que son demasiado pequeos y que l no puede ver. Los elfos dejan una nota de agradecimiento para el zapatero que l no llega a leer porque pone su taza de caf encima. Ahora entenda mejor aquel cuento. -Tu libro parece fascinante. Djamelo ver -dijo Hattie, que acababa de despertarse. Me sobresalt. Si tambin me quitaba el libro la matara. Cuando se lo tend pareci aumentar de peso. Sus ojos se abrieron a medida que lea. -Te gusta esto? El ciclo vital de la garrapata del centauro. -Pas las pginas-. Minas gnmicas de plata en terrenos peligrosos. -No te parece interesante? -pregunt aliviada-. Puedes leerlo si quieres, si vamos a ser amigas tenemos que tener intereses comunes. -T no puedes compartir mis intereses, querida -dijo devolvindome el libro.

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Aquel viaje me sirvi para saber qu poda esperar de Hattie. Una vez en la posada donde bamos a pasar la primera noche, me inform de que el lugar que ocupaba yo en el coche era el destinado a su sirvienta. -Pero no importa, porque t puedes ocupar perfectamente su lugar -dijo ladeando la cabeza-. Aunque, pensndolo mejor, como perteneces a la nobleza sera un insulto convertirte en mi criada. Sers mi dama de compaa, y algunas veces tambin la de mi hermana. Oye, Olive, hay algo que Ela pueda hacer por ti? -No, yo ya s vestirme y desvestirme sola -contest Olive desafiante. -Nadie ha dicho que no sepas -dijo Hattie sentndose en la cama que bamos a compartir. Levant los pies y dirigindose a m orden-: Arrodllate y ponme las zapatillas, Ela. Me duelen los tobillos. Las tom sin decir nada. Mi nariz se llen del agrio olor de sus pies. Llev las zapatillas hasta la ventana y las tir abajo. Hattie bostez. -Te has buscado trabajo extra. Ve abajo y recgelas. Olive corri hacia la ventana. -Tus zapatillas han cado en un cubo de agua sucia! Aunque me vi obligada a subir las malolientes zapatillas a la habitacin, Hattie no tuvo ms remedio que llevarlas puestas hasta que encontr otras limpias en su bal. Despus de aquello pensara con ms cuidado las rdenes que me daba. A la maana siguiente, durante el desayuno, calific los cereales de incomestibles. -No los comas, Ela. Te pueden sentar mal -dijo mientras tomaba ella una cucharada. Sala humo de mi bol, y pude apreciar el aroma de la canela. Mandy tambin sola ponrmela en el desayuno. -Pues si es tan malo, por qu comes? -pregunt Olive a su hermana-. Yo estoy hambrienta, la verdad. -Tus cereales parecen buenos. Yo me tomo los mos a pesar de que estn asquerosos... -mascull mientras lama los restos de cereales que le haban quedado en la comisura de la boca-. Es necesario que me alimente para poder dirigir nuestro viaje. -T no vas a di... -empez a decir Olive. -No les gusta su desayuno, seoritas? -pregunt el posadero preocupado. -El estmago de mi hermana es muy delicado -dijo Hattie-. Ya puede retirar su bol. -Yo no soy su hermana -protest mientras el posadero se iba. Hattie ri mientras rebaaba sus cereales con la cuchara. El posadero volvi con un plato de pan moreno relleno de nueces y pasas. -Quizs esto le sentar mejor al estmago de la seorita. Tuve tiempo de dar un buen mordisco al pan antes de que una seora de la mesa vecina

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solicitase al posadero. -Djalo, Ela -dijo Hattie tras tomar una puntita de pan y probarla-. Es demasiado empalagoso. -La comida empalagosa me gusta mucho -dijo Olive alcanzando el pan. Entre las dos se acabaron mi desayuno en un periquete. Aparte del tnico, aquel pedazo de pan era la nica comida que haba probado en tres das. Hattie tambin me hubiera prohibido tomar mi tnico, de no ser porque lo prob. Al tragarlo puso cara de asco.

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9 Cruzamos ricas tierras de cultivo y ganado en nuestro ltimo da de viaje hacia Jenn, donde se encontraba nuestra escuela. El da era caluroso y haba niebla. Senta demasiado calor como para tener hambre, y Hattie tan slo era capaz de ordenarme una cosa: que la abanicase. -Abancame a m tambin -se quej Olive. Haba comprendido que cuando Hattie me ordenaba algo yo lo haca, y que si ella me daba rdenes tambin obedeca. Hattie no intent explicarle en ningn momento el porqu de mi obediencia. De hecho, no se molestaba en explicarle casi nada a la torpe de Olive, y seguro que disfrutaba al guardarse aquel delicioso secreto para ella sola. Me dolan los brazos y el estmago me haca ruido. Mir por la ventana y vi un rebao de ovejas. Buscaba alguna distraccin que me hiciera olvidar el hambre y mi deseo se cumpli al instante, pues los caballos que tiraban del coche emprendieron de pronto un alocado galope. -Ogros! -grit el cochero. Aunque la nube de polvo que se haba levantado detrs de nosotros apenas nos dejaba ver el camino pude distinguir una banda de ogros que nos segua de cerca. Los estbamos dejando atrs? La nube de polvo pareca alejarse. -Por qu hus de vuestros amigos? -grit uno de ellos, con la voz ms dulce que jams haba odo-. Tenemos lo que vuestros corazones desean: riqueza, amor, vida eterna... Deseos! Enseguida pens en mam. Los ogros podran devolverle la vida. Por qu huir de lo que ms deseaba? -Ms despacio -orden Hattie, innecesariamente, pues el cochero ya haba frenado a los caballos. Los ogros estaban tan slo a unos metros. Al no haber sucumbido a su magia, las ovejas balaban atemorizadas. Como de pronto sus balidos no nos dejaban or las dulces palabras de los ogros, y durante unos instantes se rompi la influencia que ejercan sobre nosotros, fui consciente al instante de que aquellos seres no podan devolverme a mam. Los caballos volvieron a ser fustigados para que galopasen ms deprisa. Pero enseguida nos alejamos del rebao y volvimos a estar bajo el poder de los ogros. Les dije a Hattie, a Olive y al cochero que gritasen todo lo que pudiesen para no or a los ogros. El cochero lo entendi al instante y uni su voz a la ma, con palabras que yo jams haba odo. Despus Hattie se puso a gritar: -A m comedme la ltima! Pero fue Olive la que nos salv. De pronto solt un bramido que pareca no tener fin, y que no ces hasta que llegamos a las primeras casas de Jenn. Entonces los ogros desaparecieron de nuestra vista y recuperamos todos la calma. -Cllate ya, Olive -dijo Hattie-. Nadie va a comernos. Me ests dando dolor de cabeza. Pero Olive no par hasta que el cochero detuvo a los caballos, se asom dentro del coche

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y le dio una bofetada. -Perdneme, seorita -se disculp, y volvi luego a su sitio.

La escuela de seoritas era una vulgar construccin de madera. Si no hubiese sido por los enormes arbustos en forma de damas con faldas, que ornamentaban el lugar, habra pensado que se trataba de la casa de cualquier comerciante no demasiado prspero. Slo esper que las raciones de comida fuesen generosas. Cuando bajamos del coche se abri la puerta, y una mujer muy tiesa y de pelo gris se acerc, contonendose, hasta nuestro carruaje. -Bienvenidas, seoritas -dijo haciendo una reverencia. Luego, sealndome a m, pregunt-: Quin es sa? Me apresur a responder antes de que Hattie me presentara a su manera. -Soy Ela, Madame. Mi padre es sir Peter de Frell. Ha escrito esta carta para usted -dije mientras sacaba la carta y la bolsa con el dinero. Agarr la carta y tambin la bolsa, la cual sopes y se meti en el bolsillo del delantal. -Qu sorpresa ms agradable! Soy Madame Edith, la directora de este lugar. Bienvenida a nuestra modesta casa. Luego volvi a hacer una reverencia. Yo dese que fuera la ltima, pues mi rodilla cruja cada vez que me agachaba. -Hemos acabado de comer y ahora estamos bordando. Las dems seoritas estn deseando conocerte. Adelante, nunca es demasiado pronto para aprender. Nos hizo pasar a una amplia sala llena de luz. -Seoritas -anunci-, aqu tienen a una nueva amiga. Todas se levantaron, saludaron y volvieron a sus asientos. Todas llevaban un vestido rosa y una cinta amarilla en el pelo, mientras que mi traje estaba manchado y arrugado por el viaje, y mi pelo caa lacio y despeinado. -Bien, vuelvan al trabajo, seoritas! -dijo Mada-me Edith-. La profesora de costura ayudar a la nueva alumna. Me acomod en una silla cerca de la puerta y mir desafiante a mi alrededor. Me encontr con la mirada de una chica de mi edad, que me sonri indecisa. Quizs entonces mi mirada se suaviz, porque ella al momento me dedic una amplia sonrisa y me gui un ojo. La profesora de costura se acerc a m. Sostena una aguja, un surtido de hilos de colores y un bastidor con una tela de lino en la que haba dibujadas unas flores. Tena que bordar aquel diseo. Ms tarde la tela servira para un cojn o para el respaldo de una silla. Despus de explicarme lo que tena que hacer, la profesora de costura me dej sola, creyendo que yo sabra

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coser. Pero era la primera vez en mi vida que tena una aguja en la mano, y a pesar de que me fij en qu hacan las otras chicas no pude ni enhebrarla. Lo intent durante un cuarto de hora, hasta que la profesora se acerc y exclam: -Esta chica ha sido educada por ogros, o por algo todava peor! -grit arrancndome la aguja de la mano-. Sostenla con delicadeza, no es un arpn! -Despus la enhebr con hilo verde y me la devolvi. Intent hacer lo que me haba dicho. Se march y yo empec mi labor como pude. Clav la aguja en el contorno de una rosa. Me dola la cabeza por falta de alimento. -Tienes que hacer un nudo al final del hilo y empezar por debajo. -La que me hablaba era la chica que me haba guiado el ojo al entrar. Acerc su silla a la ma y sigui-: La profesora de labores se reir de ti si bordas una rosa de color verde. Las rosas tienen que ser rojas, rosadas o, si eres ms atrevida, amarillas. En su regazo descansaba un vestido de color rosa, igual al que llevaba puesto. Inclin la cabeza sobre mi labor y dio otra puntada. Su pelo oscuro estaba peinado con pequeas trenzas que se unan en un moo. Su piel era de color canela, y sus mejillas parecan pinceladas de color frambuesa (yo no poda evitar el hacer smiles con cosas de comer). Sus labios, curvados graciosamente hacia arriba, le daban un aspecto risueo y alegre. Se llamaba Areida, y su familia viva en Amonta, una ciudad junto a la frontera de Ayorta. Hablaba con el acento propio de su pas: emita un leve chasquido cuando pronunciaba la eme, y asimilaba la ele a la erre. -Abensa utyu arija ubensu -dije esperando que sa fuera la forma de decir encantada de conocerte en ayortano. Lo haba aprendido de uno de los loros. Ella me sonri extasiada. -Ubensu ockommo Ayorta? -Slo s unas pocas palabras -confes. Entonces pareci quedarse muy frustrada. -Hubiera sido maravilloso tener a alguien con quien hablar en mi lengua. -Puedes ensearme. -Tu acento es bastante bueno -dijo confusa.- La profesora de lengua ensea ayortano, pero nadie ha conseguido aprender ni una palabra. -Yo tengo facilidad para los idiomas. Desde aquel momento empez a ensearme. Una vez odo, ya nunca olvidado, se es mi lema para los idiomas. Al cabo de una hora ya construa pequeas frases, lo cual haca las delicias de Areida. -Utyu ubensu evtmae oyjento? (Te gusta esta escuela para seoritas?) -pregunt. Se encogi de hombros. -No crees que es horrible? -dije volviendo a hablar en kyrrian. Entonces se proyect una sombra sobre mi labor abandonada. Era la profesora de costura,

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que tom la tela y anunci dramticamente: -Slo tres puntadas en todo este rato. Tres grandes y horrorosas puntadas, igual que tres dientes en una boca desdentada. Ve a tu habitacin y permanece all hasta la hora de dormir. Hoy no habr cena para ti. Mi estmago rugi tan fuerte que cre que todos en la sala lo haban odo. Hattie me dedic una sonrisa de satisfaccin; ni ella misma podra haberlo planeado mejor. -Me da igual, no tengo hambre -le respond a la profesora. -Entonces tambin te quedars sin desayuno, por impertinente.

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10 Una doncella me condujo hasta un pasillo lleno de puertas pintadas en diferentes tonos pastel. Una placa en cada puerta indicaba el nombre de la habitacin. Pasamos junto a la del tilo, la de la margarita y la del palo. Nos detuvimos ante la puerta donde se lea lavanda y la chica abri la puerta. Por un momento olvid que estaba hambrienta. Me invadi una nube de luz violeta, que iba desde los tonos rosados hasta otros ms prximos al azul plido. No haba ningn otro color en la habitacin. Las cortinas eran como serpentinas ondulantes, movidas por el aire que levant la puerta al cerrarse. Bajo mis pies descansaba una alfombra de nudos que representaba una enorme violeta. Las cinco camas estaban cubiertas por colchas de seda, y los cinco escritorios estaban pintados a rayas sinuosas de color lila claro y oscuro. Tena tanta hambre, y me senta tan desamparada, que me hubiera echado sobre la cama para llorar, pero aqullas no eran camas muy adecuadas para ello. Haba una silla de color violeta junto a una de las ventanas, as que me dej caer en ella. Si no mora de inanicin, antes tendra que pasar all bastante tiempo, con aquellas odiosas profesoras y con Hattie dndome rdenes todo el da. Contempl el jardn de Madame Edith hasta que el cansancio y el hambre me vencieron y me dorm en la silla.

-Eh, Ela! Come esto. Un susurro me despert de mi sueo de faisanes asados rellenos de castaas. Alguien me sacuda el hombro. -Despierta, Ela, despierta! Como era una orden abr los ojos de inmediato, y vi que Areida me pona un panecillo en las manos. -Es todo lo que he podido conseguir. Anda, cmetelo antes de que vengan las otras. Me com aquel suave y blanco panecillo en dos bocados y me supo a poco, pero ya era ms de lo que haba tomado durante aquellos das. -Gracias, Areida. Duermes aqu? -pregunt. Ella neg con la cabeza. -Dnde? Entonces la puerta se abri y entraron tres chicas. -Mirad! Dios las cra y ellas se juntan. La que hablaba era la alumna ms alta de la escuela. Pronunciaba las consonantes imitando el acento de Areida.

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-Ecete iffibensi asura edanse evtame oyjento? (Es as como se comporta la gente en una escuela de seoritas?) -pregunt a Areida. -Otemso iffibensi asura ippiri (A veces es mucho peor). -T tambin eres de Ayorta? -me pregunt la chica alta. -No, pero Areida me est enseando su bello idioma. En l t seras una ibwi unju -es decir una chica alta. No conoca ningn insulto en ayortano. Sin embargo, Areida se ri muchsimo con mi ocurrencia, dando as la impresin de que se era el peor de los apodos. Yo tambin me re y Areida cay sobre m y entre ambas hicimos temblar la silla violeta. Madame Edith, la directora, entr a toda prisa en la habitacin y dijo: -Jovencitas, qu es lo que estoy viendo? Areida se levant pero yo permanec sentada. No poda dejar de rer. -Mis sillas no estn hechas para eso. Adems, seoritas, nunca se deben sentar dos personas en una silla. Me has odo, Ela? Basta ya de risas tontas! Dej de rer de golpe. -Eso est mejor. Como hoy es tu primer da aqu pasar por alto tu comportamiento, pero confo en que maana mejore. -Madame Edith se volvi hacia las otras y grit-: Venga, poneos el camisn, jovencitas! Los brazos de Morfeo os esperan. Areida y yo intercambiamos una mirada. Era fantstico tener una amiga. Todas cayeron en los brazos de Morfeo, como deca Madame Edith, pero yo no tena sueo. Me haban dado un camisn cubierto de volantes y lazos, que era tan incmodo que no me dejaba descansar. Baj de la cama y abr mi maletn. Si no poda dormir, al menos podra leer, ya que Madame Edith dejaba una luz encendida por si alguien tena miedo de la oscuridad. Mi libro se abri por una carta de Mandy. Querida Ela: Esta maana he preparado unos bollos. Bertha, Nathan y yo nos los comeremos antes de ir a dormir. Hice dos ms para ti. Los dividiremos y nos los comeremos a tu salud. Me promet a m misma que no te preocupara dicindote lo mucho que te echo de menos, pero fjate en cmo empiezo esta carta. El hombre de los loros, Simn, vino el otro da a traerte uno de sus pjaros. Uno que habla en gnmico y en lfico. Dijo que no era lo bastante bueno para la coleccin, pero que a ti te gustara. Tambin me explic cmo alimentarlo. Nunca hubiera pensado que cocinara para un loro! Me gustara que se callara de vez en cuando, y me pregunto

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si tengo alguna receta de loro asado. Pero no te preocupes, cario, nunca se me ocurrira asar tu regalo. Ayer tuviste un visitante de honor, que te trajo un regalo mucho mejor que el del pjaro. Era el mismsimo prncipe, que vino a verte y a obsequiarte con un potrillo de centauro. Cuando le dije que no estabas quiso saber adonde habas ido y cundo volveras. Cuando le dije que estabas en una escuela para seoritas se indign muchsimo. Se preguntaba para qu necesitabas ir a una escuela as si no haba nada en ti que necesitara mejorarse. No pude responderle, ya que yo tambin le preguntara eso mismo a tu padre. Le dije que no tenamos ningn sitio para alojar al centauro. Es una pequea belleza, pero que hara yo con l? Tu prncipe me dijo que el nombre del potrillo era Manzana. Me dije que tena que comportarme con cortesa, y antes de que se lo llevara le di de comer una manzana al centaurito. Hablando de irse, tu padre se fue el mismo da que t. Dijo que se iba a ver a los verdecillos, que es el nombre despectivo que utiliza para referirse a los el